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Rodrigo Amador de los R甐s y Fern嫕dez Villalta



La leyenda del Rey Bermejo




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瓝dice
La Leyenda del Rey Bermejo.
A mi querido y buen amigo el elegante poeta sevillano Josde Velilla y Rodr璲uez
- I -
- II -
- III -
- IV -
- V -
- VI -
- VII -
- VIII -
- IX -
- X -
- XI -
- XII -
- XIII -
- XIV -
- XV -
- XVI -
- XVII -
- XVIII -
- XIX -
- XX -
- XXI -
- XXII -
- XXIII -
- XXIV
- XXV -
- XXVI -
- XXVII -
- XXVIII -
- XXIX -
- XXX -
- XXXI -

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A mi querido y buen amigo el elegante poeta sevillano Josde Velilla y
Rodr璲uez

燜e acuerdas, mi querido Pepe?... Hace ya muchos a隳s de esto, y
廨amos entonces ambos muy j镽enes: todo nos sonre燰 en el mundo, y al
pisar juntos, con los libros debajo del brazo, los claustros de la
Universidad sevillana,-que hoy al lado de los de Lista guarda los restos
de mi Padre,-ten燰mos la inocente pretensi鏮 de creer que si el sol
brillaba en el firmamento, si las flores exhalaban perfumes, era s鏊o y
exclusivamente para nosotros... Reunidos en el fresco y reducido patio de
tu casa, est墎amos tu buena madre, tu hermana Mercedes, tan sentida como
regocijada gloria de las musas, tu hermana Reyes, a la saz鏮 peque鎙, ty
yo: era una tarde calurosa del est甐, y charl墎amos alegres y decidores,
preparando una expedici鏮, que al fin con Mercedes realizamos, a Alcalde
Guadaira. No sc鏔o ni qui幯, en la conversaci鏮, descosida, bulliciosa,
y sazonada por las felices ocurrencias tuyas, pronuncial acaso el nombre
de Abu-Sa蟂, ni c鏔o fue el hablaros yo de aquel desventurado; pero es lo
cierto que, al exponer mi pensamiento ingenuamente, surgientonces en m
el deseo de tratar este asunto de nuestra historia en forma distinta de la
hasta aqutan conocida y manoseada. Y cuando, a隳s adelante, en mis ocios
todav燰 juveniles, acomet燰 la empresa, pensnaturalmente en que, como
cifra de aquella familia tuya para mtan cari隳sa, y cual amigo del
coraz鏮 que eres, apareciese unido tu nombre a la Leyenda a que pretend燰
dar forma.

Aqula tienes. No repares en lo humilde de su atav甐, ni te extra鎑
por manera alguna 廥te: es una pobre fugitiva del naufragio en que pereci
la era rom嫕tica contempor嫕ea, cuyos cantos armoniosos arrullaban nuestra
cuna, y que a alienta en la persona de nuestro querid疄imo Zorrilla, el
獮olo de nuestra juventud, como revolotea en los dramas de Echegaray, como
vive en los tuyos, que tantos aplausos y tanta y tan merecida gloria te
han conquistado. Es mi Leyenda,-aunque nada tenga del 哀ano manjar
nacional, servido en fina loza y smucho de 剃omida indigesta cual
mascarada de moros y cristianos, seg la en廨gica frase de Emilia Pardo
Baz嫕(1),-como un suspiro de tregua y de descanso, lanzado en medio de
otras tareas para mpeculiares, pero 嫫idas y desabridas tanto como
trabajosas...

Recibe pues esta hija m燰, a pesar de todos sus errores y de todos
sus defectos, que son sin duda grandes y muchos, con el amor verdadero que
me profesas, y no veas en ella sino el recuerdo cari隳so de tu siempre
afect疄imo y apasionado
Rodrigo.



- I -


COMO sacude al sol alegre el pajarillo con trinos y gorjeos las alas
humedecidas por persistente lluvia, asGranada sacud燰 tambi幯 con
regocijo el letargo enojoso del mes austero de Ramadhan, al amanecer del
d燰 primero de la siguiente luna de Xagual, el a隳 759 de la H嶲ira(2). No
empa鎙ba el celaje nube alguna; el sol resplandec燰 majestuoso en su trono
de fuego, y mientras las tibias y oto鎙les brisas, cargadas de perfumes,
saturaban de aromas el ambiente, brindaban fresca y apacible sombra, en
los ribazos y en la vega, entrecortados bosquecillos de naranjales y
limoneros y pobladas arboledas.

La cuaresma del Ramadhan, con el forzoso ayuno que el Cor嫕 impone a
los muslimes en acci鏮 de gracias y en memoria de haber de los cielos
aquel mes descendido el Libro Santo; con su s廦uito obligado de
penitencias continuadas y oraciones fervorosas, el recogimiento diurno y
las pr塶ticas piadosas prescritas en la Sunna,-todo hab燰 terminado,
dejando s鏊o en pos el recuerdo de enfadosa pesadilla en larga noche de
pertinaz insomnio. No m嫳 d燰s pasados en oraci鏮 bajo las sombr燰s naves
del templo, iluminadas por el mortecino resplandor de los cirios y de las
l嫥paras; entre la multitud abigarrada e informe de devotos, en ext嫢ica
actitud contemplativa, o en continuo y trastornador movimiento; entre el
desconcertado rumor confuso de las oraciones de los fieles; en aquella
atm鏀fera pesada y sofocante... No m嫳 abstinencia, ni m嫳 privaciones: la
luna nueva, al desgarrar serena los cendales oscuros de la noche,
arrojando aquella exaltaci鏮 religiosa en la sima profunda del pasado que
fue, tra燰 consigo deslumbrador cortejo de risue隳s deleites, como
recompensa merecida, despu廥 de la cuaresma, por los fieles.

Y mientras cada uno, con mano liberal, se dispon燰 a repartir seg
su riqueza la limosna de precepto entre sus hermanos los necesitados y los
menesterosos, apercib燰se tambi幯 con no disimulada satisfacci鏮 a gozar
del 毃d-as-saguir o pascua menor en la fiesta de al-fithra, ora, 嫛ido de
gozar a plena luz del placer de la libertad buscando solaz y esparcimiento
en el campo; ora d嫕dose cita en los floridos c嫫menes cercanos, en los
huertos y en las alquer燰s de las inmediaciones de Granada, cual si se
tratase de celebrar alg acontecimiento pr鏀pero en cada familia.

Desde bien temprano, hab燰 sido invadido el Zoco por cargadores y
mujeres que se reconoc燰n y saludaban bulliciosos en voz alta y a gritos,
como si al cabo de largos tiempos se encontrasen, y el ir y venir
desasosegado de aquella muchedumbre que discurr燰 en torno de los puestos
de hortalizas y frutas, de carnes y viandas; el vocer甐 incesante y
ponderativo de los vendedores; los grupos de hortelanos y de campesinos
que acud燰n desde la vega llevando sobre los lomos de las caballer燰s o en
carretas chillonas los naturales frutos de la tierra, el reverberar del
sol en incansable cabrilleo sobre las ropas de la multitud abigarrada y
heterog幯ea, ora simulando arder en los rojizos trajes, amortiguarse en
los amarillentos, oscurecerse en los azules y en los negros, o adquiriendo
intensidad deslumbradora en los blancos alquiceles y en los toldos de los
puestos... todo formaba sorprendente y singular conjunto de animaci鏮 y de
vida.

Comenzaban a circular los vendedores ambulantes de confituras y
refrescos, recorriendo las estrechas y a so隳lientas calles de la
poblaci鏮, y anim嫕dolas con sus gritos cadenciosos y guturales; abr燰nse
las puertas de las casas, y como sombras fugitivas unas veces, a lo largo
de los enjalbegados muros, cubierto discretamente el rostro, se deslizaban
algunas mujeres engalanadas, mientras no faltaban otras los grupos de
gente apercibida a disfrutar en el campo del d燰, con los enjaezados
rucios prevenidos y la comida ya dispuesta, ni era sino muy natural y
frecuente el ver cuadrillas de infelices mendigos, recogiendo de puerta en
puerta la limosna de precepto, y prorrumpiendo en desentonadas oraciones
con que invocaban la bendici鏮 del cielo sobre las almas caritativas.

La plaza de Bib-ar-Rambla, espaciosa y llana, era invadida por la
multitud, contribuyendo a acrecentar la general alegr燰 que se respiraba
en el ambiente, las tiendas engalanadas, armadas a toda prisa, donde
hac燰n valer sus mercanc燰s los vendedores, ponderando entre el humo
oleoso de los hornillos de los bu隳leros, la dulzura de los higos chumbos
allamontonados, la excelencia de las cajas de d嫢iles, lo almibarado de
los mazapanes, de las pastas de alcorza y de las dem嫳 confituras que, con
el agua de naranja helada, las tortas de aceite y las monas polvoreadas de
azar, convidaban apetitosas a la muchedumbre.

Los mercaderes del Zacat璯 y de la al-caicer燰, m嫳 graves y m嫳
circunspectos, hab燰n a primera hora abierto sus tiendas, y en ellas
ofrec燰n a la vista, provocativas e incitantes, las ricas seder燰s de
Granada y de M嫮aga, de Almer燰 y aun de Murcia, tan renombradas como
bellas; los pa隳s tunecinos, tan apreciados por su finura y sus matices;
las telas recamadas de la India; los brocados y tabines de la Siria,
celebrados por la viveza deslumbradora de sus colores; las sargas tan
vistosas de Damasco; los tapices bordados de la Persia; los alfamares o
alfombras de Chinchilla; los perfumes famosos de la Arabia; las abultadas
ajorcas de oro, cuajadas de filigrana y enriquecidas de brillante
pedrer燰; los sartales de alj鏹ares y de perlas de mil cambiantes
irisados: los collares y las gargantillas de anchos, vistosos y
filigranados colgantes de oro, las arracadas, los zarcillos, las sortijas,
de este metal y de labrada plata, y todo, en fin, cuanto pudo crear la
industria de los hombres para embellecimiento y gala de las mujeres.

En cuadrillas alegres, discurr燰n las gentes del pueblo vestidas de
fiesta, arroj嫕dose esencias, perfumes y confituras, deteni幯dose a cada
paso para obsequiarse mutuamente, cantando al comp嫳 de los instrumentos,
y danzando con frecuencia no pocas veces; y Granada, como un suspiro de
satisfacci鏮, lanzaba en continuo borboteo, de sus numerosos arrabales al
coraz鏮 de la ciudad, grupos animados, incesantes y caprichosos, en los
cuales aparec燰n las clases y los sexos por vistoso modo confundidos.

Pintorescamente repartidos por los contornos, los granadinos
respiraban con placer infinito el aire saturado de los aromas campestres
en giras y en honestos divertimientos, celebrando asbulliciosos la
pascua, para volver al siguiente d燰 a sus tareas habituales,
desquit嫕dose por tal manera de los apuros pasados, y abandon嫕dose
jubilosos a aquellas inocentes recreaciones, a que deb燰n poner t廨mino
los postreros resplandores del sol, y las primeras sombras de la noche.

Mientras los habitantes de Granada se dispon燰n aquella hermosa
ma鎙na a celebrar la pascua venerada de al-fithra, en la forma tradicional
consagrada ya por larga y no interrumpida costumbre,-con muestras
evidentes de fatiga, deten燰se lejos todav燰 de la ciudad, aunque en la
falda a de la Sierra, cerca del lecho donde el Genil agitaba en espumas
bullidoras sus frescas y cristalinas aguas, y a la sombra de un 嫮amo
frondoso, cansada y cubierta de polvo una infeliz muchacha, cuyo traje
descolorido y descuidado proclamaba la miseria de su due隳. Llevaba sobre
los hombros a la espalda un fardo poco voluminoso y no pesado; apoy墎ase
en rtico bast鏮 hecho de la rama seca de un 嫫bol, y ten燰 los pies,
peque隳s y carnosos, polvorientos y ensangrentados. La fuerza del sol y lo
fatigoso del camino que sin duda tra燰, le hab燰n forzado a apartar del
rostro el deslucido velo que deb燰 cubrirle, y gracias a esta
circunstancia, advert燰se que la humilde viajera, contando apenas quince
a隳s, era hermosa como una sonrisa de los cielos.


Reclinada sobre la verde alfombra bajo el pabell鏮 flotante que
formaban espl幯dido los nudosos y robustos brazos del 嫮amo, y oculta por
las espesas ramas de los tallares crecidos al acaso, la ni鎙 a poco, y as
que hubo sosegado un punto, sacdel peque隳 zurr鏮 que pend燰 de su
cintura un pedazo de pan duro y moreno, y varias frutas frescas, y con
se鎙les de apetito, clavlos blancos e iguales dientes en el pan,
recreando al propio tiempo la mirada en el espacio.

Nada turbaba la apacible calma ni el silencio imponente de los
campos: la brisa, despu廥 de juguetear con las aguas del r甐,
deshaci幯dolas en hirvientes burbujas, llegaba hasta la muchacha fresca y
regalada, acariciando su semblante, y agitando al pasar las desordenadas
guedejas que se escapaban de la toca con que aquella tra燰 cubierta la
cabeza.

Contempldespu廥 el firmamento; fijluego los ojos en el suelo; y
comprendiendo por la sombra que sobre 幨 los objetos proyectaban, la hora
que deb燰 ser, llegose al r甐, bebiprimero largamente y con delicia de
la cristalina corriente, y lav嫕dose en pos en ella las manos y los brazos
hasta el codo, el rostro y la cabeza, postrose de rodillas hacia el lugar
por donde el sol brillaba, y murmuraron sus labios ferviente oraci鏮,
acompa鎙da de frecuentes r癃micas oscilaciones de su cuerpo.

Alegre y satisfecha, volvia colgar de sus hombros el fardo que
hab燰 depositado sobre la hierba, alzose de un salto, y torna proseguir
su camino, modulando al propio tiempo una canci鏮 l嫕guida y sentida que
parec燰 excitarla.

Asanduvo largo trecho: saltando unas veces, como la cervatilla
libre en la pradera, goz嫕dose otras en sumergir los pies entre las aguas
de los arroyos que cortaban su paso, y lentamente las m嫳, cual si la
asaltasen repentinas y singulares preocupaciones, que hac燰n espirar la
voz entre sus labios.

Conforme adelantaba hacia la corte esplendorosa de los Al-Ahmares,
las ondas sonoras llevaban a sus o獮os rumores vagos e indecisos que iban
poco a poco creciendo y que, semejantes a la respiraci鏮 agitada de un
monstruo, se hac燰n cada vez m嫳 claros y distintos, formados de mil
ruidos diferentes, y revelando la existencia de la cercana poblaci鏮, a
donde la viajera caminaba. Al escucharlos, crec燰 el ardor en 廥ta y
forzaba el paso apresurada; al cabo, al volver bruscamente de un recodo,
alla lo lejos a, descubrisu mirada el espect塶ulo grandioso y
peregrino de la gentil Granada, cuya graciosa silueta recortaba el sol
sobre el fondo l璥pido y sosegado del azul horizonte.

Detose de nuevo la muchacha, sorprendida esta vez, y bajo la acci鏮
de extra隳 sentimiento; y subiendo 墔il sobre una de las peque鎙s
eminencias inmediatas, vuelta de espaldas al sol, contempldesde allcon
curiosidad creciente e invencible el panorama deslumbrador y bello que
delante de ella se desarrollaba sonriente, mientras el coraz鏮 lat燰
apresurado.

﹔uhermosa estaba Granada en aquel momento!

En primer t廨mino, desde la eminencia misma en que la viajera se
encontraba, y alg tanto apartada del cauce del r甐, extend燰se como
alfombra primorosa el valle entero del Genil, de trecho en trecho
sombreado por altos, aislados, erguidos y frondosos 嫮amos blancos, cuyas
copas agudas y en pir嫥ide, semejando ramilletes de argentada filigrana,
parec燰n perforar con sus timas ramas el firmamento; por medio del
valle, centelleando a la luz del sol ardiente, saltando juguet鏮 entre el
aterciopelado esmalte de los campos, alegrando bullidor el paisaje, se
abr燰 camino el Genil, como una cinta de plata reverberante, de la que
brotaban deslumbradoras chispas de fuego; en leves pero continuas
ondulaciones, como oleadas de un mar en calma, la alfombra, de mil
colores, segu燰 extendi幯dose ba鎙da en luz brillante, con grandes manchas
oscuras de vez en cuando, producidas por las sombr燰s arboledas y el
follaje de los olivos y de los granados que formaban grupos. A espacios
desiguales, cual perlas sueltas desprendidas de un collar, en medio del
vasto tapiz destacaban por su blancura, con su cula esferoidal, algunas
peque鎙s construcciones, y resplandec燰n los blancos tapiales de las
cercas; m嫳 lejos, se accidentaba bruscamente el paisaje, y surg燰 de
costado la colina roja, como abrasada por los rayos del sol,
distingui幯dose a sus plantas confusamente, con sus almenas y sus cubos,
sus torres cuadradas y sus tambores, las murallas, tambi幯 rojizas, de la
poblaci鏮, simulando desde el sitio en que la ni鎙 miraba estremecida
aquel cuadro sorprendente, oscuro cintur鏮 ce鎴do al talle de la hermosa
sultana del Genil y del Darro. Detr嫳 de las fortificaciones, escalonada y
en anfiteatro, resplandeciente de blancura, como tallada en yeso, y
encaramada sobre las murallas, aparec燰 al fin la ciudad, con sus casas
angulosas y sin ventanas, con los altos alminares de las mezquitas,
cuadrados, de rojo ladrillo construidos, de domos dorados que al ser
heridos por el sol parec燰n brasas, y manzanas tambi幯 doradas por remate;
los huertos, los jardines, desbordando las notas verdes de sus 嫫boles
sobre la blancura de los edificios, y por cima, a la derecha, reclinadas
con indolencia en la parte superior de la colina roja, las Torres
Bermejas, la l璯ea de murallas, las informes construcciones de la
almedina, y por timo, como se隳r y due隳, entre un mar de verdura, el
alc嫙ar fastuoso de la Alhambra, con sus torres cuadradas, rojizas,
agradables, entrecortadas a modo de florones de una diadema. Al otro
extremo, apenas se distingu燰 el cerro del Albaic璯, bajo el hacinamiento
confuso de edificios y de torres, todo ello tomando singular relieve y
pronunciando salientes y negras sombras desvanecidas por la distancia, en
el ba隳 de luz caliente que lo inundaba con fant嫳ticas y deslumbradoras
apariencias.

Ante aquel espect塶ulo seductor y risue隳, ante aquella visi鏮
soberana, en la cual parec燰 la corte feliz de los Jazrechitas pudorosa
doncella envuelta a, como en cendal transparente, en los suaves velos de
la pasada aurora, y el sol, su amante, que con tr幦ula pero atrevida mano
aparta el alharyme(3) sutil que cubre el rostro delicioso de su amada, -la
ni鎙 conmovida se prosternen el suelo, exclamando estremecida de temor y
de jilo a un tiempo mismo:

-:ranada! :ranada! 。u嫕 hermosa eres, y c鏔o te engrandecila
mano generosa de Allah, el 猋ico, el Inmutable!... 。鏔o sonr獯n a la
presencia del sol los rojizos murallones que te cercan, y bordan la
fimbria de tu tica esplendorosa!... 。鏔o resplandecen tus encantos, y
c鏔o te ufanas y te engr獯s al contemplar tu imagen seductora en el
cristal del Genil y del Darro! La clemencia de Allah se extrempara
contigo, convirti幯dote en espejo del Ed幯 prometido! Como el Tigris y el
Erates, que riegan y fecundan con sus aguas los jardines deleitosos del
Para疄o, el Darro y el Genil fertilizan regocijados y orgullosos tus
amenos jardines y tu vega incomparable, y cual linda prometida que espera
palpitante y risue鎙 a su amante enamorado, astpareces sonreirme, a
m pobre y abandonada criatura, tque eres la sultana orgullosa que has
sabido dominar a tus 幦ulas, someti幯dolas a tu yugo con el fulgor
irresistible de tus miradas!... ﹔ue Allah te bendiga y exalte, como ha de
exaltar la ley divina dictada por labios de Gabriel al Profeta Mahoma!

Largo espacio de tiempo permanecila muchacha embelesada en aquella
actitud contemplativa; y al cabo, dirigiendo postrer y melanc鏊ica mirada
de despedida al lugar del horizonte, donde hab燰n a sus ojos desaparecido
los picos de la Alpujarra, de donde ven燰, prosiguipensativa y
lentamente su marcha, cruzando el bullicioso Genil, cuyas corrientes
parec燰n murmurar en sus o獮os palabras lisonjeras de bienvenida.

Al encontrarse cerca ya de la poblaci鏮, detose una vez m嫳 a,
preocupada, y se dejcaer sobre un ribazo; hasta ella, distinto y
perceptible, llegaba el sonido de las micas que recorr燰n en son de
fiesta la ciudad, y entonces, vencida por repentina melancol燰, dej
exhalar de sus labios un suspiro, recordando las horas pasadas de su
infancia, tan tranquilas como el curso sosegado del Genil, que a sus
plantas segu燰 murmurando; llenas de encanto, como todo lo que fue y no
puede volver a ser ya nunca.

Interrumpiendo a deshora el hilo de los recuerdos evocados, reson
sobre la arena el galope acompasado de un caballo, que hizo despertar
bruscamente de su letargo a la muchacha: incorp鏎ose retrocediendo, y
junto a ella, rozando sus ropas miserables, pascomo una exhalaci鏮 sobre
un fogoso morcillo, un jinete de gallarda apostura y gentil continente,
ricamente vestido, y levantando en pos de sespesa polvareda.

-,llah proteja al caballero!-gritla viajera extendiendo los brazos
en la direcci鏮 que aqu幨 llevaba, y volviendo hacia 幨 con curiosidad sus
miradas.

El eco argentino y vibrante de su voz llegsin duda a los o獮os del
jinete, acaso impresion嫕dole, porque a no hab燰 apartado la ni鎙 los
ojos del lugar por donde aqu幨 hab燰 entre los 嫫boles desaparecido,
cuando le vio surgir de nuevo, llevando al paso su cabalgadura. De faz
correcta, ojos azules y movibles, nariz aguile鎙 y poblada barba roja,
ven燰 vestido el caballero de muy rico gambax o sobretodo de matizado
sirgo que le envolv燰, mientras en torno de su cabeza flotaba el blanco
izar con cuyo cabo jugueteaba el aura matutina.

Jam嫳, ni en sue隳s, allen el apartado coraz鏮 revuelto de las
escabrosas Alpujarras, donde estaba la humilde alquer燰 en la cual vio la
desvalida muchacha discurrir serenos los d燰s de su florida infancia,
hab燰 contemplado mancebo alguno con tal se隳r甐 y autoridad en su
persona, con tal gracia y tan lujoso porte, ni la anciana que cuidde
ella le hablnunca de nada que se pareciese a la riqueza y la ostentaci鏮
que, a cada movimiento del jinete, bajo los pliegues del gambax descubr燰
el desconocido en sus lujosas vestiduras.

Criada entre los montes, apartada de todo lo que no fuese la
naturaleza, conoc燰 s鏊o las virtudes de las plantas; sab燰 por tradici鏮
interpretar en las l璯eas de la mano y con el auxilio de las estrellas, el
misterioso porvenir; pero para ella todo lo dem嫳 era desconocido, todo
era ignorado. Pendiente llevaba del gracioso cuello el sagrado talism嫕
que la anciana le lega su muerte, como su ica hacienda; sujeto al
brazo derecho guardaba un amuleto prodigioso y de virtud singular que,
para preservarla de las traidoras asechanzas de los malos genios, su misma
madre, por ella nunca conocida y cuyo nombre jam嫳 oypronunciar a nadie
por acaso, hab燰 tocado en la sagrada piedra negra de la Ca槆a.(4)



-Hija m燰-le hab燰 dicho la anciana, pocos momentos antes de que el
嫕gel de la muerte sellara para siempre sus labios. -Hija m燰: cuando la
tierra cubra mis despojos y hayas pronunciado al pie de mi tumba las
timas oraciones, partir嫳 sin excusa para Granada... Contigo irmi
esp甏itu: te acompa鎙rtambi幯 la protecci鏮 de los buenos genios, y el
talism嫕 que recojas sobre mi cad嫛er, te librarde todo maleficio,
atrayendo sobre ti las bendiciones del cielo... Parte a Granada: all en
medio de la abundancia, poderosa como el Amir de los muslimes (︾rolongue
Allah sus d燰s!), grande entre los grandes, alta entre las altas, como el
cipr廥 entre los dem嫳 嫫boles, allencontrar嫳 a tu madre... Bastarque
ella vea el amuleto que llevas sobre el brazo y ella misma colocen tal
sitio cuando naciste y me fuiste confiada, para que te reconozca y te
eleve a la altura donde resplandece y brilla.

Y la ni鎙, cumplidos los timos deberes religiosos para con la que
hab燰 sido su madre, ampar嫕dose del talism嫕, y confiando en las palabras
de la anciana, hab燰 partido para la corte de los Al-Ahmares, bajo la
protecci鏮 invisible de los buenos genios.-Largo era el camino; pero su fe
en la anciana era mayor a, y a Granada iba, atra獮a por misteriosa
fuerza, arrastrada por desconocido impulso, como va la hoja seca
desprendida del 嫫bol arrastrada en la corriente del arroyo.

-﹔ui幯 sabe-se dec燰, viendo avanzar al jinete-si mi estrella me
depara en este desconocido mancebo el cumplimiento de mis esperanzas!...
,llah me oiga! ﹔ui幯 sabe si por 幨 podrllegar a los brazos de mi
madre!..

Mientras tanto el caballero hab燰 llegado por su parte hasta ella, y
deteniendo su cabalgadura, fijla mirada en la muchacha, y dijo con voz
agradable y faz risue鎙:

-激res tpor ventura, hermosa ni鎙, quien respondiendo a mis m嫳
璯timos pensamientos, ha invocado sobre mla protecci鏮 de Allah,
ensalzado sea?...

Llena de emoci鏮, la doncella, mientras con ojos asombrados
contemplaba al caballero, no acertaba a articular palabra, permaneciendo
inm镽il en su sitio.

-No temas, no, que mi presencia te ocasione mal alguno prosiguiel
desconocido.-Mensajera para meres providencial de buenas nuevas, y por
tus labios, respondiendo a mis deseos, han hablado los genios que me
protegen... 澧鏔o te llamas t que ashas satisfecho y resuelto con tu
salutaci鏮 mis dudas?...

Alentada por la dulzura de aquel lenguaje, la ni鎙 adelanthacia el
jinete, exclamando:

-Aixa ︽h se隳r! es mi nombre...

-Aixa!-repitiaqu幨.-Por Allah, preciosa criatura, que tu nombre es
tambi幯 para mpromesa de ventura inapreciable!...(5). Bendito sea Allah,
que te ha colocado en mi camino-a鎙ditras corto espacio de silencio, al
cabo del cual,

-Lo humilde de tu aspecto me revela-dijo-que esta es la vez primera
sin duda que las auras del Genil murmuran en tus o獮os, y el abandono en
que te encuentro me persuade de que eres quiz嫳 sola en el mundo... Y ya
que Allah ha dispuesto las cosas de manera que ambos nos conoci廥emos,
llevando yo de ti grato recuerdo, quiero que al separarnos quede para ti
el m甐 en tu memoria...

Y al pronunciar estas palabras, sacde entre sus ropas una bolsa de
seda, por entre cuyas mallas brillaba el oro de abundantes ad-dinares,
alarg嫕dola con ligero adem嫕 a la viajera.

-Gracias! Gracias!-exclam廥ta enrojeciendo y rechazando con un
movimiento la mano del jinete...-Allah me basta! 匜 es mi protector y mi
amparo!... Ciertamente que has dicho verdad y que me encuentro sola en el
mundo, como la palma en el desierto, como Allah el ico en el alto cielo.
、endito sea! Pero la protecci鏮 del que ni engendrni fue engendrado, de
aquel sin cuyo permiso no se mueve la hoja del 嫫bol, ni luce el sol, ni
nacen las flores, ni viven las criaturas, me acompa鎙 y defiende, como me
defienden y acompa鎙n los buenos genios, que para mno guardan secretos
ni en el firmamento ni en las criaturas mismas... Nada temo y de nada
necesito: guarda pues esa bolsa, o dala a aquel que m嫳 precisi鏮 tenga de
ella, en memoria del d燰 que hoy celebran los fieles.

-Altiva eres, doncella, y mi intenci鏮 no pudo por Allah
ofenderte...-exclamel desconocido volviendo a guardar la bolsa y mirando
entonces con curiosidad a Aixa.-Pero has dicho que para ti no guarda el
porvenir secretos-a鎙di- 激res, pues, zahor Oh! Por mi cabeza que,
cuando tan manifiesta se me declara la voluntad del cielo, cuando
encuentro a mi paso y reunidas en tu persona tantas promesas, no he de
desperdiciar, linda servidora de Venus(6), ocasi鏮 tan propicia como 廥ta,
para conocer los secretos de mi destino! Dime, hermosa muchacha, asAllah
te proteja-prosiguipresentando no sin visible emoci鏮 su mano derecha a
Aixa,-dime qusuerte me depara el Se隳r de las criaturas... Descorre a mi
vista el velo tenebroso que oculta y encubre lo venidero!

Tomla ni鎙 entre sus manos la del desconocido, y examin嫕dola
atentamente, dijo al cabo de algunos instantes de silencio:


-Noble eres como el Amir {yele Allah!... Tu prosapia es la suya, y
desciendes como 幨 en l璯ea recta ︽h, se隳r! de Sa歍-ben-Obada!

-Es cierto-exclamel gallardo caballero.-Prosigue.

-Grande es tu poder en Granada... Brillante tu estrella y tu
destino-continuAixa con tono sentencioso.-Todo te sonr獯 en la vida;
pero el demonio de la ambici鏮 te posee..., la sed que te domina es
insaciable e infinita, y a tu pesar te arrastra y te subyuga... En el
cielo, donde resplandece fulgurante y espl幯dida la tuya, hay sin embargo
otra estrella de mayor magnitud y m嫳 intenso brillo... Pero, aguarda: tu
estrella aumenta de esplendor y se agranda...-exclamla adivina con los
ojos fijos en el cielo.

-、o te detengas por Allah!... ·rosigue!...-gritel desconocido,
interesado.

-﹒h! 、o puedo complacerte!-replicAixa sonriendo al cabo de unos
momentos de silencio.-El sol reina como soberano se隳r en el firmamento, y
no acierta mi mirada a seguir en el oc嶧no de luz que todo lo envuelve, el
rumbo incierto de la estrella de tu destino... Es fuerza, pues, que te
resignes por ahora, y cuando las sombras de la noche hayan extinguido los
timos fulgores del d燰, entonces...

-‥a noche!... Largo es el plazo para el af嫕 que me devora, cuando
ambiciono conocer mi destino!

-﹒h, se隳r m甐! S鏊o Allah sabe lo que se oculta en las entra鎙s de
las criaturas!

-匜 guisin duda mis pasos hacia ti para conocerte, y pues tan
manifiesta es su voluntad, dime d鏮de podrencontrarte.

-澤caso syo misma el sitio en que hallar嫕 reposo mis fatigados
miembros?

-S璲ueme entonces, pues, muchacha; s璲ueme sin recelo, y yo te juro
por el santo nombre de Mahoma que te puso en mi camino, que sabr
recompensar dignamente el servicio que de ti espero, si aciertas a leer en
los astros la suerte m燰!

Parecireflexionar la doncella breve instante; y al cabo, decidida,
recogidel suelo el bulto, y coloc嫕doselo sobre la cabeza,

-Gu燰-dijo sencillamente al caballero, echando a andar en pos de 幨
sin muestras de fatiga.

De esta suerte, llevando al paso el jinete la fogosa cabalgadura, que
braceaba nerviosa y con impaciencia, pasaron por delante de la humilde
mezquita de los Saffar獯s o de los viajeros, colocada cerca de la
confluencia del Genil y del Darro, dejando atr嫳 la poblaci鏮 entregada a
las expansiones del regocijo, y asllegaron ante la puerta de hermoso
palacio cercado de frondosos huertos, por la cual penetrel desconocido,
seguido siempre de la muchacha, cuyos ojos no cesaban de admirar las
bellezas reunidas en el jard璯 por donde cruzaron, deteni幯dose ambos por
timo al pie de una escalinata de m嫫mol, adornada por dos hileras de
macetas cubiertas de flores que desped燰n grat疄imos perfumes.



- II -

A la presencia del caballero, acud燰n sol獳itos dos servidores,
quienes tomando las bridas del caballo se inclinaban con el mayor respeto
delante del desconocido, a cuya orden uno de ellos se apresuraba a aliviar
a la ni鎙 del ligero bulto, mientras 幨, tomando de la mano a Aixa,
invit墎ala sonriendo cari隳samente a subir la escalinata y penetrar en los
aposentos del palacio.

Compon燰se 廥te de varios cuerpos de edificios, unidos ingeniosamente
por medio de patios los

unos a los otros; y despu廥 de cruzar por varias salas, todas ellas
lujosamente bordadas de filigranada labor de yeser燰 vivamente colorida,
semejando riqu疄imos tapices, llegaban a una habitaci鏮 m嫳 interior, por
igual arte enriquecida, y en cada uno de cuyos frentes se abr燰 angrelado
ajimez, a trav廥 de cuyas celos燰s de madera penetraban jugueteando los
rayos del sol que dibujaban sobre el pavimento la trenzada red del
enrejado.

De trecho en trecho y sim彋ricamente colocados, hab燰 esca隳s de
damasco de varios colores, y en ellos, blandas, ampulosas y llenas de
voluptuosidad, diversas almartabas bordadas de seda y de oro, mientras que
a los pies de los esca隳s, tejidas de blancos y finos juncos, se extend燰n
frescas esterillas; grandes jarrones de porcelana azul con reflejos de
oro, de aquellos que con arte singular eran fabricados en M嫮aga y en
Ja幯, dibujaban sobre el z鏂alo de pintados aliceres las elegantes curvas
de su contorno, ostentando abundosos ramos de agradable vista, en que las
rosas, los jazmines y las dalias se mostraban art疄ticamente agrupadas;
espejos de diversos tama隳s destacaban entre gasas sobre la yeser燰 de los
muros, reproduciendo el lujoso aspecto de la sala, y al propio tiempo que
de la techumbre de alerce, delicadamente entallada y colorida, pend燰
hermosa l嫥para de cristal, en el centro de la estancia hall墎ase una
mesilla oct鏬ona de escasa altura, taraceada, cubierta de blanco mantel de
lino y cargada de viandas, con anchos almohadones distribu獮os en torno.

Maravillada ante aquel espect塶ulo, totalmente nuevo para ella, Aixa
se detuvo vacilante, sin atreverse a trasponer el dintel; pero el
desconocido, volvi幯dose a ella,

-燕or qute detienes?-le preguntsiempre con acento
cari隳so.-Ven,-a鎙diy recobra tus fuerzas, que harto fatigada debes de
sentirte.

Avanzentonces la muchacha, y cediendo a las indicaciones del
caballero, tomasiento en uno de los almohadones tendidos en torno de la
mesa, mientras a una se鎙 de aqu幨 aparec燰n en la estancia doncellas con
aljofainas, jarros de agua de olor y pa隳s blanqu疄imos para las manos, y
dirigi幯dose a la pobre hu廨fana, antes de que pudiera 廥ta hacer
resistencia alguna, lav墎anle las manos con el agua de olor, y
perfum墎anla a porf燰, como al desconocido, present嫕dole despu廥, sobre
un azafate de lat鏮 esmaltado, una copa de dulc疄imo refresco, de la cual
bebiAixa, a no vuelta de su sorpresa.

Luego apoder墎anse de ella con graciosas insinuaciones; y
conduci幯dola a una habitaci鏮 inmediata, no menos primorosamente
decorada, despoj墎anla de sus humildes vestiduras, y haci幯dole tomar
suave ba隳 de arom嫢icas aguas, volv燰n de nuevo a vestirla con hermoso
traje de sedas, peinaban sus abundosos cabellos, en los cuales prend燰n
los pliegues de transparente y blanco izar bordado de oro, y cubriendo
desde los ojos su bello semblante con perfumado alharyme, conduc燰nla otra
vez a la estancia, donde la aguardaba el caballero.

No se encontraba ya 廥te solo como antes; al lado suyo,
voluptuosamente reclinada sobre los mullidos almohadones y cubierta por
holgada tica de alguax, con el semblante descubierto, ornada de sartas
de brillantes alj鏹ares que ce劖an su ebneo y contorneado cuello,
teniendo a la espalda dos esclavas de singular belleza con sendos abanicos
para hacerle aire, e inmediata a la taraceada mesilla,-esperaba tambi幯
una dama de altivo porte y de mediana edad, quien conversaba con el
desconocido en el momento de aparecer Aixa en la estancia.

T璥ida, poco segura de spropia, sintiendo discurrir por sus venas
extra鎙 laxitud que paralizaba sus movimientos, la hu廨fana, suavemente
empujada por las doncellas, dio algunos pasos y se detuvo al contemplar su
imagen en uno de los espejos que adornaban los muros, no atrevi幯dose, en
medio de su deseo, a levantar la vista para contemplarse. Se sent燰 tan
bella, adivinaba por instinto que bajo los pliegues de aquellas ricas
vestiduras con que se hab燰 dejado engalanar, resaltaban m嫳 sus encantos,
que sobrecogida de emoci鏮 aspor esto como por la inesperada presencia
de la dama, enmudecieron sus labios, sin osar por otra parte ni avanzar ni
retroceder hasta el lugar donde visiblemente era aguardada.

La dama en tanto, ten燰 sobre ella fijos los ojos con singular
complacencia, en la que no obstante se trasluc燰 alg despecho, y
alz嫕dose con indolencia, dirigiose a la ni鎙, quien toda tr幦ula la
sent燰 acercarse.

-Aprox璥ate, hija m燰-le dijo apoder嫕dose de una de sus manos-y ven
a tomar asiento a nuestro lado... Hermoso es tu continente, y tus ojos son
hermosos como el cielo... Debe de ser tu rostro tan bello como una sonrisa
de Allah-a鎙dihaci幯dola sentar en el almohad鏮 m嫳 inmediato al suyo,
mientras con ejercitada destreza y antes de que Aixa pudiera evitarlo,
desprend燰 el al-haryme que cubr燰 parte del semblante de 廥ta.

-No te hab燰s enga鎙do-repuso luego dirigi幯dose al desconocido.-Si
tus predicciones, ni鎙, son como tu rostro, dichoso aquel cuya suerte
penda de tus labios! Porque de ellos no pueden brotar sino felicidad y
ventura...

-﹒h, se隳ra m燰!-murmural fin Aixa llena de rubor y levantando
confusa hasta la dama sus ojos expresivos.

Pronunciadas las f鏎mulas de invocaci鏮, comenzaron las doncellas a
servir la comida, mientras de la habitaci鏮 inmediata llegaban hasta el
aposento los ecos melodiosos de varios laes, h墎ilmente ta鎴dos; y as
que hubo terminado el servicio, y hubieron levantado el mantel las
graciosas muchachas, alzose el caballero de su asiento, y dando gracias a
Allah, despu廥 de saludar a la dama y a Aixa, retirose por otra puerta,
dejando en libertad a aquellas.

Durante la comida, la joven hab燰 permanecido callada y siempre
ruborosa, contestando por medio de monos璱abos a las preguntas que le
dirigieron; pero asque el gallardo mancebo hubo desaparecido, exhalaron
un suspiro sus labios, y volviendo hacia la dama la mirada, exclam

-﹒h se隳ra m燰! Que Allah el Excelso premie en el para疄o las
mercedes que hab嶯s dispensado a esta pobre hu廨fana, y en pago de ellas
os conceda los placeres inefables de la bienaventuranza!

-Que Allah te bendiga, hermosa criatura, por la pureza de tus
sentimientos-contestla dama.-激st嫳 pues satisfecha?-pregunt

-澧鏔o no estarlo de los beneficios, que me hab嶯s hecho?

-‥as gracias sean dadas a Allah! 匜 es el dispensador de todos los
beneficios!-replicsentenciosamente aqu幨la. Sque acabas de llegar a
Granada, y que el Se隳r del trono excelso te ha concedido el privilegio de
leer el destino de las criaturas en el curso de los astros... 燒unca
tuviste, ni鎙, curiosidad de conocer por aventura el que te reservan?

-Jam嫳, se隳ra m燰... 澧u嫮 habrpor otra parte de ser mi destino,
cuando me ves hu廨fana y desvalida?...

-A Allah corresponde el conocimiento de las cosas futuras... Ya ves
c鏔o 匜 ha guiado tus pasos hoy, y c鏔o te ha conducido hasta aqu donde
encontrar嫳 la protecci鏮 que necesitas y que tanto mereces.

-Gracias otra vez, se隳ra.

-S porque tus desgracias, que me han sido referidas, me interesan
vivamente, y deseo ayudarte con toda mi alma a buscar esa persona en pos
de cuyas huellas has venido a Granada... Ya ver嫳, gentil doncella, como
la encontraremos, y si es tal cual tdices, tendr嫳 para siempre tu
porvenir asegurado.

Llena de emoci鏮 al escuchar tales palabras, sintiAixa arrasados en
l墔rimas los ojos; y tomando una de las manos de la dama, la lleva sus
labios reconocida y con respeto, murmurando a la par frases de gratitud
entrecortadas.

La conversaci鏮 dura en esta forma largo rato; y como era aquel
por aventura d燰 en el cual daba el Sult嫕 audiencia plica en su
palacio, quedacordado que Aixa, acompa鎙da de algunos servidores de la
dama, acudir燰 aquella misma ma鎙na a la presencia del pr璯cipe de los
muslimes para demandarle su protecci鏮, con lo cual ambas mujeres se
separaron: la ni鎙 para entregarse de nuevo en manos de las doncellas que
deb燰n hermosearla, aunque no hab燰 menester de ello, y la dama para dar
las disposiciones oportunas.

Mientras las sirvientes, cumpliendo las 鏎denes recibidas, se
afanaban complacientes en hacer resaltar las bellezas de la desvalida
hu廨fana, 廥ta, deslumbrada y desvanecida por cuanto desde aquella ma鎙na
le hab燰 acontecido, dej墎ase llevar de singulares meditaciones, no de
otra suerte que el nadador cansado se deja llevar sobre las aguas por el
movimiento de las olas.

-澧鏔o-pensaba-c鏔o, poderoso Allah, c鏔o he podido yo merecer que
derrames de este modo sobre mi humilde frente los tesoros inagotables de
tu benevolencia? 熹uhe hecho yo, oh Se隳r de las criaturas, para que
cuando m嫳 sola, m嫳 abandonada de todos me sent燰, haya encontrado almas
tan generosas y tan nobles como la de este gentil caballero y esta gran
se隳ra, que me dispensan beneficios tan se鎙lados? ﹒h, genios invisibles,
esp甏itus de bondad que vag壾s incesantes en torno m甐, que vel壾s por m
y que me hab嶯s animado complacientes, decidme, asAllah os conceda
eternamente su gracia, si 廥ta que estaqusoy yo misma, aquella
muchacha desventurada y miserable que hace pocas horas se arrastraba
penosamente por los caminos abandonada de todos y sin saber siquiera d鏮de
podr燰 dar el apetecido descanso a sus miembros tan apesadumbrados por la
fatiga! Decidme que no es un sue隳 todo cuanto por mpasa; que no es vana
ilusi鏮 ni este bello aposento en que me hallo, ni estas mujeres que
derraman sol獳itas sobre maguas perfumadas y olorosas, y se disputan mis
miradas y mis sonrisas como enamoradas, pareciendo a porf燰 competir en
engalanarme de collares, de sartas de alj鏹ares y de alhajas! Decidme que
es verdad cuanto miro, y que estas hermosas vestiduras, recamadas de oro,
que me cubren, estas ajorcas resplandecientes que oprimen mis desnudos
brazos y mis mu鎑cas, estas impresiones tan grandes que recibo, no son
delirios de mi imaginaci鏮, exaltada por la fatiga y el cansancio! No hace
a dos horas que mis pies, desnudos, polvorientos y ensangrentados,
hollaban doloridos el camino pedregoso que traje desde la humilde alquer燰
donde he nacido; no hace a dos horas que las m嫫genes de ese r甐 cuyo
murmullo trae hasta mla brisa, fueron el al-midha donde hice la
abluci鏮, y que la dura tierra me sirvide mossalah para elevar al cielo
mi coraz鏮 y mis oraciones, y ahora mis pies huellan alfombras mullidas, y
van delicadamente calzados de chapines de tafilete, bordados en sedas!

De tales y de otras parecidas meditaciones, sacaban bruscamente a
Aixa las sol獳itas doncellas, poniendo ante sus ojos asombrados un espejo,
donde, al contemplar con infantil deleite su hermosura, vio la ni鎙 una
por una retratadas las perfecciones de su rostro, quedando satisfecha de
spropia; y como era precisamente llegada la hora de concurrir al
Serrallo para asistir a la audiencia plica del Sult嫕, seg la dama
desconocida le hab燰 ofrecido,-despu廥 de cubrir las sirvientes el
semblante de Aixa con las nevadas gasas de perfumado al-haryme, gui墎anla
hacia una de las puertas del edificio, sitio en el cual le aguardaban,
lujosamente enjaezada, una jaca nerviosa y de fina estampa, dispuesta para
ella, y dos servidores a caballo, no con menor suntuosidad vestidos,
quienes, asque la muchacha hubo tomado c鏔odo asiento sobre su palafr幯,
se colocaron a distancia respetuosa de ella, encamin嫕dose en esta
disposici鏮 a Granada.

Bien pronto quedatr嫳, con su cupulilla de cascos y sus blanqueados
muros, la humilde mezquita de los Saffar獯s, colocada en el lugar en que
juntan bullidoras sus aguas el Genil y el Darro; y torciendo luego por
modesto puentecillo de tablas el Genil, hacia la izquierda, siguila
comitiva por la margen del Darro, cuyo lecho pedregoso sombreaban los
copudos 嫮amos allal acaso nacidos, siendo cada vez m嫳 frecuentes los
animados grupos y las regocijadas cuadrillas que a su paso encontraba,
dispuestos unos y otras a celebrar placenteramente en el campo la sagrada
pascua. Asllegaron Aixa y sus acompa鎙ntes a Bib-at- Tauv璯, y as en
medio del bullir de la poblaci鏮, continuaron su camino, tomando por una
de las estrechas calles que van insensiblemente trepando en direcci鏮 al
cerro de la Alhambra, no sin causar admiraci鏮 en las gentes el aparato de
aquella dama, y el lujo de sus vestiduras.

Despu廥 de dar algunas vueltas por callejas sombr燰s, encontraba la
comitiva de nuevo el cauce del Darro, encajonado ya en este sitio por las
construcciones del Zacat璯; y revolviendo a la derecha, sal燰 al puente en
el cual desembocaba la empinada calle de Gomeres, la cual segu燰, hasta
penetrar por Bib-Aluxar en el recinto de la Alhambra, cuyo foso, como
ancha grieta abierta en el cerro, marcaba por medio de rojiza, estrecha y
desigual vereda el camino de Bib-a-God鏎, hermosa f墎rica de ladrillo que
destacaba gallarda sobre los almenados muros de la fortaleza los altos
tambores entre los cuales se abr燰 la puerta, con su arco de herradura, su
puente levadizo y su indispensable guardia, pintorescamente agrupada en
las oscuras sombras proyectadas por los tambores.

No sin emoci鏮 llegaba la ni鎙 a aquel sitio, y no sin sobresalto
cruzaba el foso para penetrar en la al-medina, barrio en el cual la
multitud discurr燰 atareada, reflejando en sus semblantes la alegr燰; al
cabo, y siguiendo como hasta alllas indicaciones de uno de los dos
servidores que la acompa鎙ban, se deten燰 delante del alc嫙ar, cuyas
culas doradas, heridas por los rayos del sol, semejaban bru鎴dos
capacetes de oro. Alldescabalgaba; y penetrando en el Palacio de la
sultan燰 por la Bib-as-Sor, llegaba al postre al Serrallo.

Hall墎ase 廥te colocado en uno de los cuerpos de edificio que caen a
la izquierda de la famosa Torre de Com嫫ex, puesto con ella sin embargo en
comunicaci鏮 inmediata, y se ofrec燰 precedido de rectangular patio, en
cuyo centro murmuraba sonoro alegre surtidor que derramaba en constante
movimiento l甒uidas y transparentes perlas, refrescando el ambiente. Al
fondo, sobre ancha escalinata levantados, tend燰nse de largo a largo
varios angrelados arcos de calada yeser燰, apoyados por leves,

elegantes y esbeltas columnas de alabastro, mientras en timo t廨mino se
abr燰 al centro en el muro otro arco de yeser燰 esmaltada, coronado por
celos燰s de complicada traza peregrina, por entre cuyos geom彋ricos
dibujos se cern燰 la clara luz del sol, que penetraba a borbotones, como
hirviente cascada de oro, por otra celos燰 mayor abierta sobre el bosque
en la inmediata estancia. De la techumbre plana, formada de rombos y de
estrellas, de lazos y de flores cubiertas de met嫮ico reflejo, que
destacaba con n癃ido brillar entre el oscuro matiz de la madera de alerce,
pend燰n varios orbes de cristal, con multitud de cordones de oro y sedas y
borlones elegantes; y levantado encima de preciada alhombra de juncos, en
la que sobre fondo amarillento dibujaban dos leones afrontados con el lema
del Sult嫕 en los fingidos soportes,-alz墎ase el trono, compuesto de ancho
sitial taraceado, en que el oro, el marfil, la concha, el 嶵ano, el
s嫕dalo y otras materias preciosas formaban complicados y vistosos exornos
del mejor efecto, armonizando a la par con la mullida almartaba de pa隳 de
seda de damasco, destinada en el trono para el Sult嫕, y que se ostentaba
con su matiz rojizo en la dulce penumbra de la estancia.

Llenaban el patio algunos pretendientes en actitud humilde, y
silenciosamente recogidos, cual si asistieran a alguna ceremonia
religiosa, mientras el recinto interior, destinado al Sult嫕, a sus
guazires y a los dignatarios palatinos, estaba a desierto, acreditando
que la audiencia plica extraordinaria no hab燰 a aquel d燰 comenzado.

Al penetrar Aixa en el patio por la cuadrada puerta de la izquierda,
y descender las gradas de m嫫mol, detose como sobrecogida ante el
espect塶ulo maravilloso de lujo y de esplendor que ofrec燰 aquel recinto,
sobre todo, cuando poco despu廥 aparec燰 con paso grave y majestuoso el
soberano, a quien segu燰n los guazires y el mexuar, personaje importante y
ejecutor de las justicias.

Era el Amir esbelto, aunque no de grande estatura; conoc燰se que era
joven en el desembarazado andar y en la soltura de los movimientos; mas no
pod燰 juzgarse de su rostro, porque lo tra燰 cubierto con el almaiz嫫 que,
pendiendo de la toca con que adornaba la cabeza, iba a caer no sin gracia
sobre el hombro contrario. Vest燰 rica aljuba de algcdorado con orlas
en los bordes de las mangas y de las faldas, donde, sobre fondo rojo,
destacaban las letras de oro del tiraz; rico ce鎴dor de sedas, con
hermosos borlones de hilillo de oro, oprim燰 su cintura, y entre los
pliegues del ce鎴dor se descubr燰 el taraceado pu隳 de marfil de la gum燰,
cual, cruzado el pecho por el tahalde terciopelo, pend燰 al centro ancha
y recta espada de elegantes arriaces y brillante pomo, peregrinamente
esmaltado, como toda la empu鎙dura aparec燰.

Entre las salutaciones lisonjeras en que prorrumpieron los
circunstantes, tomel Sult嫕 asiento sobre el trono, imit嫕dole los
guazires sobre las almartabas o almohadones para tal objeto preparados,
quedando a espaldas del regio sitial, en pie, y con la ancha y
deslumbradora espada desenvainada y en el alto, el fornido mexuar, que no
sino horrible visi鏮 parec燰, seg lo negro y abultado de su deforme
semblante.

A trav廥 del almaizar que ocultaba el del Pr璯cipe, brillaban como
centellas los ojos de 廥te; y asque hubo despaciosamente paseado sus
miradas por los pretendientes, que humillados en tierra y con la cabeza en
el suelo, no osaban alzar la vista, echhacia atr嫳 el velo y esperen
silencio, mientras uno de los guazires recogide manos de los admitidos a
la audiencia los memoriales que humildemente presentaban.

Aixa hab燰 visto aparecer al Sult嫕, llena de viva emoci鏮; y bien
que siguiendo el ejemplo de los dem嫳, se hab燰 como ellos prosternado
tambi幯 en tierra, tuvo tiempo para contemplar no obstante el cuadro que a
sus ojos se ofrec燰, y que era para ella nuevo y desconocido en absoluto,
irgui幯dose al fin y sent嫕dose sobre las marm鏎eas losas del pavimento
asque el guazir, encargado de tales menesteres, hubo recogido uno por
uno los memoriales, dando principio la audiencia.

En tanto que, llegados a los pies del trono los peticionarios, hac燰n
al Pr璯cipe exposici鏮 detallada de sus slicas, la ni鎙 contemplaba al
Amir, pose獮a del mayor respeto. Era Abu-Abdil-Lah Mohammad joven de 20
escasos abriles, de rostro franco y sonrisa leal; la naciente barba rubia
comenzaba a sombrear sus facciones, tiernas y delicadas como las de una
doncella; ten燰 azules los ojos, y la expresi鏮 de su mirada era de tal
modo dulce y simp嫢ica que atra燰 todas las voluntades; el metal de su
voz, sonoro y melodioso, resonaba en los o獮os de Aixa cual agradable
mica, y no ten燰 sino palabras y frases de esperanza y de consuelo para
los que se le acercaban. En medio del tinte delicado de sus facciones,
advert燰se en ellas marcada expresi鏮 de virilidad y de energ燰, que
contribu燰 a embellecer m嫳 aquel semblante bondadoso, espejo de un alma
cari隳sa, apasionada, abierta a todas las emociones, pero m嫳 propia para
el sentimiento.

Cuando hubo llegado su turno, a una se鎙 del oficial encargado de
acompa鎙r a los solicitantes, alzose Aixa del suelo, toda tr幦ula y
agitada; y en tal disposici鏮 acercose a los pies del trono ruborosa, sin
que hubiera logrado tranquilizarse en aquel momento, solemne para ella, y
hacia el cual los buenos genios la hab燰n sin duda alguna insensiblemente
empujado.

El Sult嫕 conversaba con uno de sus guazires, y la ni鎙 se dejcaer
de rodillas y en actitud humilde, esperando a que el Pr璯cipe la dirigiese
la palabra. Al fin, a sus o獮os llegla voz cari隳sa de Abd-ul-Lah, y
aunque era grande la agitaci鏮 de que se sent燰 pose獮a la doncella, tuvo
aliento para prosternarse en el suelo, si bien no para contestar al Amir,
quien por su parte, y sin dar se鎙les de impaciencia, volvia preguntar
bondadoso:

-熹ui幯 eres, joven, y ques lo que de mdeseas?

-﹒h se隳r y due隳 m甐!-pudo por fin exclamar Aixa, -Allah te colme
de bendiciones en la tierra, y te haga gozar de todos los deleites en el
para疄o! Preguntas qui幯 soy prosiguiante el silencio del Pr璯cipe-y yo
misma no sen realidad qurespuesta darte, pues ignoro qui幯 sea...
Hasta aqu una desventurada criatura: hoy que me hallo en tu presencia,
una mujer dichosa.

Gusta Mohammad la lisonja; y como la ni鎙 permaneciese despu廥
callada, torna interrogarla, no sin que antes hubiese advertido a 廥ta
el mismo oficial que hasta allla hab燰 conducido, de que deb燰 ante el
Pr璯cipe de los muslimes levantar el velo que ocultaba su semblante, como
aslo verificaba no sin manifiesta vacilaci鏮 la doncella.

Al descubrir los encantos de aquel rostro peregrino, a que daba mayor
realce todav燰 la ruborosa turbaci鏮 de que se mostraba animado, el joven
Sult嫕 se sintipose獮o de sita simpat燰 hacia aquella desconocida; y
como 廥ta continuase muda y con los ojos bajos, adivinando el Pr璯cipe su
pensamiento, dio orden de que despejasen la sala los circunstantes y los
guazires, quedando solos ambos y frente a frente el uno de la otra. Baj
luego de su sitial el Amir, y tomando de la mano a Aixa, h瞵ola levantar
del suelo, e invit嫕dola a sentarse en una de las almartabas, sentose 幨
despu廥 al lado suyo.


-Ya estamos solos-dijo;-ya puedes hablar libremente... 燒o es eso lo
que deseabas?...

-Gracias, se隳r-repitiAixa, turbada, queriendo de nuevo arrojarse a
las plantas del Sult嫕, y alzando entonces hasta 幨 la mirada heda y
llena de agradecimiento.

Y con acento en que la emoci鏮 se trasluc燰, daba al Pr璯cipe
conocimiento de su vida, de las esperanzas que le hab燰n animado a ir a
Granada, de la confianza que le inspiraba el joven Amir, y de los
beneficios que esperaba de su mano, para lograr sus leg癃imos deseos,
aunque callando por instinto el nombre del caballero a quien aquella
ma鎙na hab燰 encontrado en las m嫫genes del Genil, y a cuya generosa
protecci鏮 deb燰 el lujoso atav甐 de su persona.

El encanto de su voz seductora; la belleza incomparable de su rostro;
la expresi鏮 singular de sus miradas; el ingenuo candor de sus palabras,
impregnadas de sentimiento, y sobre todo, el atractivo poderoso de la
ni鎙, quiso Allah, assea reverenciado su santo nombre, que de tal manera
impresionaran el coraz鏮 del Pr璯cipe, como para que cuando Aixa hubo
acabado su relaci鏮, Mohammad sintiese arder en su pecho el fuego de la
pasi鏮, sin que fuera poderoso a evitarlo, exclamando enardecido:

-Por Allah, el ico, el Excelso, te juro, hermosa criatura, que
habr嫳 de conseguir lo que deseas... Yo te prometo que juntos ty yo,
encontraremos a tu madre, y qui幯 sabe todav燰, el destino que desde su
trono el Inmutable te tiene reservado!

-Que 匜 oiga tus palabras, se隳r y due隳 m甐, y colme todos tus
deseos!-repuso Aixa.-熹uotra cosa puede pedirle para ti, que eres el
Pr璯cipe de los muslimes, esta pobre hu廨fana, cuyo pensamiento habrde
seguirte desde hoy a todas partes, y cuyas bendiciones te habr嫕 de
acompa鎙r donde quiera que vayas?

-No creas t ni鎙, que, como escritas en el agua, habr嫕 de borrarse
tus palabras en mi memoria..., como no se borrartampoco de ella tu
imagen hechicera-dijo no sin alguna vacilaci鏮 el Sult嫕 con marcado
acento de entusiasmo, oprimiendo cari隳samente la mano de Aixa que a
ten燰 entre las suyas-Ve-a鎙dive llena de esperanzas; ve con el alma
llena de felices augurios; y como no quiero que te separes de mi lado sin
llevar alg recuerdo de esta entrevista, toma-dijo despoj嫕dose del rico
collar de perlas que ce劖a su cuello y coloc嫕dolo sobre los que ya tra燰
la ni鎙-y cuando llegue en alguna ocasi鏮 para ti la hora de la duda, fija
tus ojos en este collar, y acu廨date de que vela por ti el Sult嫕 de
Granada, quien no habrtampoco de olvidarte.

No hallpalabras Aixa con quagradecer a Mohammad aquella expresiva
muestra de su bondad cari隳sa; y antes que el Pr璯cipe hubiera podido
impedirlo, llevaba con r嫚ido adem嫕 a sus labios la mano de aqu幨,
cubri幯dola de besos y de l墔rimas al mismo tiempo.

Con esto, tuvo por terminada la audiencia; y levant嫕dose del blando
coj璯 donde hab燰 permanecido al lado del Sult嫕, prostern墎ase de nuevo
ante 幨, y descendiendo las gradas de m嫫mol encamin墎ase a las estancias
exteriores, volviendo desde la puerta los ojos para contemplar a una vez
m嫳 a Abd-ul-Lah, quien continuaba como clavado en su sitio.

Cuando la esbelta figura de Aixa hubo desaparecido por completo en la
sombra de los aposentos que daban paso a la Bib-as-Sorur, saliel
Pr璯cipe del letargo en que parec燰 sumido, y haciendo una se鎙, apareci
uno de los guazires a su mandado.

-Corre,-le dijo en voz breve.-澦an visto tus ojos la gentil doncella
que acaba de salir de este recinto? Pues es preciso que averigs d鏮de
vive, y que me lo digas...

Inclinose el guazir, y llevando su mano derecha sobre la cabeza en
se鎙l de obediencia, torna salir, mientras el Pr璯cipe olvidado de los
dem嫳 que esperaban ser a su presencia introducidos, meditabundo y
distra獮o, salisolo al bosque sobre el Darro, y tomando allasiento en
el suelo, a la sombra de un grupo de pomposos 嫮amos, entreg墎ase por su
parte a extra鎙s meditaciones, a las cuales convidaba el constante
murmullo del r甐, lo fresco de la brisa, y el perfumado ambiente que en
tal paraje regalado se respiraba.



- III -


AL caer la tarde de aquel d燰 tan gozosamente festejado por los
muslimes, en cordones no interrumpidos de gente, con languidez y pereza
regresaban los granadinos a sus hogares abandonados todo el d燰,
penetrando en la ciudad, dando todav燰 se鎙les de regocijo. Los grupos de
campesinos y danzadores iban poco a poco desapareciendo, y el silencio, de
vez en cuando interrumpido por algunos retrasados, reemplazaba en muchas
partes el rumor acordado de los cantares y de las micas. Recog燰n sus
tiendas port嫢iles los mercaderes que se hab燰n establecido con ellas en
las calles y en las plazas, al pie de las puertas de la poblaci鏮, y aun
en el campo; cerr墎anse, como obedeciendo una consigna las tiendas lujosas
del Zacat璯 y de la Al-caicer燰, y s鏊o en el silencio,-que hac燰 m嫳
imponente el crepculo de la tarde, solemne, apacible y tranquilo,-a
intervalos regulares, cual l嫕guidos lamentos, escuch墎ase, como
respondiendo las unas a las otras, las voces agudas de los almuedanos,
pregonando a los cuatro vientos, desde lo alto de los minaretes de las
mezquitas, el idzan del as-salah de al-magrib, cuya hora era.

Cuando cerrla noche, y quedtodo envuelto y confundido en las
sombras, la poblaci鏮 hab燰 ya recobrado su ordinario aspecto: miriadas de
estrellas, centelleando resplandecientes en el intenso azul de los cielos
como pupilas ardientes de seres invisibles, bordaban el manto con que la
mano de Allah cubre piadosa la naturaleza convid嫕dola al descanso, y la
brisa, fresca y regalada como una caricia, recorr燰 juguetona las
solitarias y estrechas calles, murmurando misteriosa en las cerradas
celos燰s, agitando al pasar con sus alas sutiles las ramas de los 嫫boles,
rozando los muros de los edificios, rodando incesante, y arrastrando
consigo los postreros recuerdos de la pascua. Todo respiraba calma: todo
quietud y paz; y Granada, fatigada y so隳lienta, despu廥 de la animaci鏮
alegre de aquel d燰, entregaba l嫕guida al descanso tambi幯 sus miembros
agitados y su esp甏itu conmovido.

Cuatro a隳s hac燰 que gobernaba el reino de los Al-Ahmares el joven
Pr璯cipe Abu-Abd-il-Lah Mohammad, apellidado m嫳 tarde Al-Gane-mil-La, o
el contento con la protecci鏮 de Allah; y aunque contaba apenas veinte
primaveras, hab燰 sabido granjearse con su conducta la estimaci鏮 y el
respeto de los granadinos, en medio de la situaci鏮 angustiosa, aunque
olvidada, en que se hallaban los musulmanes de Al-Andalus, de todas partes
oprimidos por la espada de los reyes de Castilla. Octavo monarca de
aquella dinast燰 esplendorosa que supo resistir sola por espacio de cerca
de tres siglos el empuje ya incontrastable de los guerreros de la cruz,
promet燰 con verdad a los muslimes, con la prudencia y el acierto de su
pol癃ica, paz duradera y reparadora, suficiente a hacer que fueran
olvidados los descalabros sufridos por los granad獯s durante el reinado de
Abu-l-Hachich Yusuf I, su padre, muerto alevosamente el d燰 primero de la
luna de Xagual de 755(7) a manos de un loco, seg se aseguraba, en la
Mezquita misma que en la Alhambra hab燰 a隳s antes edificado lleno de
piedad el pr璯cipe Mohammad III.

La sangrienta batalla del Salado, en que fueron totalmente deshechos
los africanos Beni-Merines y los granadinos, hab燰 a tal punto postrado el
poder甐 del Islam en Al-Andalus que, incapaz desde aquella fecha memorable
de 741(8) para resistir las huestes vencedoras y cada vez m嫳 osadas del
cristiano, las ve燰 con dolor en su impotencia avanzar decididamente, y
apoderarse sin grave esfuerzo unas en pos de otras de Al-cala漮 de
Ben-Zaid, Priego y Benamegi, llegando amenazadoras hasta las Algeciras,
las cuales, bien a despecho de Yusuf I, ca燰n asimismo en manos del
monarca de Castilla, como habr燰 ca獮o tambi幯 el propio Chebel-Thariq,
aquel monte revuelto y poderoso que se adelanta hacia el 繈rica en las
aguas del estrecho, y donde se conserva con el nombre la memoria del
primer conquistador de Al-Andalus, si As-Sariel, el 嫕gel de la muerte,
enviado sin duda por Allah, no hubiese a tiempo separado el 16 de Moharram
de 751(9) el alma y el cuerpo del triunfador Alfonso, llevando su esp甏itu
a las regiones profundas del infierno!

Ocho a隳s eran transcurridos sin que los bravos guerreros granad獯s,
terribles en la lucha, arrojados en el combate, valientes en la pelea,
midiesen formalmente sus bien templadas armas damasquinas y sus largas y
aceradas lanzas con los cristianos de Castilla; ocho a隳s de tranquilidad
y de sosiego, s鏊o moment嫕eamente alterados en los puntos fronterizos con
livianas expediciones y correr燰s sin consecuencias; ocho a隳s durante los
cuales procuraba resta鎙r Granada las antiguas heridas, pero que hab燰n
dado causa y origen a que, despiertas a sobrehora bastardas ambiciones,
bajo aquella tranquila superficie se agitase de nuevo amenazadora y
terrible la discordia, y ardiese devorador el incendio que deb燰 consumir
al postre y para siempre el imperio de los Al-Ahmares.

Como fruto sazonado de aquella especie de primavera de que parec燰
disfrutar Granada, las artes y las ciencias, las letras y la industria
florecieron con mayor vitalidad y fausto, cual si con tama隳 y
deslumbrador renacimiento hubiesen vuelto para el Islam, ya abatido, los
d燰s de prosperidad y de fortuna, logrados con la ayuda de Allah por el
excelso Abder-Rahm嫕 An-Nassir en la llorada C鏎doba de los Califas!
Entonces fue, cuando poco a poco, sobre la enhiesta cima de la colina
roja, viose como a impulso de los genios, tomar forma real y palpable al
maravilloso alc嫙ar de la Alhambra so鎙dora, cuyos muros tapizan las
sutiles creaciones de las hadas, y cuyos techos espl幯didos cuajaron los
genios, cristalizando en ellos por prodigio la obra delicada de diestros
alarifes; entonces fue cuando todo parec燰 prometer ventura dilatada y
duradera; cuando todo sonre燰 alegre y regocijado, pero cuando era menos
firme y perd燰 en solidez el Islam, porque estaba desde el cielo decretada
su suerte!


Refieren las historias, pero Allah es s鏊o quien lo sabe, que el Amir
de los muslimes, Abu-Abd-il-La Mohammad, siguiendo el ejemplo de su padre,
hab燰 contra獮o la costumbre de recorrer acompa鎙do de su katib o
secretario y del arr墈z o jefe de sus guardias, las calles de la ciudad
todas las noches, para convencerse por spropio de que eran respetadas
las 鏎denes de la polic燰 en su corte; y cuentan que despu廥 de haber
largo tiempo permanecido en oraci鏮 delante de la tumba de Abu-l-Hachich
en la raudha o cementerio de la Alhambra, donde dorm燰n bajo la protecci鏮
de Allah el sue隳 eterno sus predecesores los Sultanes Nasser獯s,-aquella
noche, aniversario precisamente de la muerte de su padre, bajando desde la
esbelta Bib-al-God鏎 por el foso hasta la ciudad, hab燰 dado el Amir
comienzo a su ronda nocturna, animado de vagas y secretas esperanzas, y
sin encontrar durante ella, cosa que su atenci鏮 llamara ni que de su
intervenci鏮 necesitase.

Reinaba el orden por todas partes en la poblaci鏮, y los pocos
transetes que a tales horas por ella circulaban, eran ostensiblemente
gentes honradas: alg enamorado al pie de misteriosa celos燰, en calle
solitaria; alg devoto, que caminaba en direcci鏮 de la mezquita del
barrio para prepararse a la salah de al-漮ema; alg f疄ico, llamado a
toda prisa para auxiliar un enfermo; algunos vagabundos echados en los
recodos frecuentes de las revueltas calles sobre el duro suelo, o ebrios y
vacilantes, buscando al salir del doc嫕 su morada... De vez en cuando, en
el interior de alguna casa, el rasguear alegre de quitaras, el bullicioso
rumor de las sonajas o del adufe, el acompasado y estridente palmoteo, que
denunciaban un baile, juntamente con alguna cadenciosa y l嫕guida
cantilena que, en m嫳 de una ocasi鏮, hab燰 forzado al joven pr璯cipe a
detenerse y escuchar con regocijo y aun envidia.

Pero nada m嫳 que esto: ni una ri鎙, ni una disputa, ni un servicio
realmente abandonado. Nada, en fin, que acusara de negligencia o de
descuido al Sahib ul-medina o gobernador de la ciudad por parte alguna.

Guiado por sentimiento no bien determinado, pero que desde aquella
ma鎙na preocupaba a pesar suyo su esp甏itu, el joven Abd-il-Lah hab燰 dado
comienzo a la nocturna ronda por el poblado barrio de la Rambla,
procurando salir siempre en aquel distrito,-y con insistencia que no
acertaban a explicarse los dos oficiales que, disfrazados como 幨, le
acompa鎙ban aquella noche,-a una de las tortuosas callejas que buscan por
medio de humildes puentecillos sobre el silencioso Darro, comunicaci鏮 con
la parte opuesta de la ciudad, y donde, al lado de miserables edificios de
una sola altura, entre jardines alimentados por la humedad bienhechora del
cercano r甐, se levantaban de vez en cuando algunos palacios de bella
construcci鏮, y propios ya de ricos mercaderes, o ya de poderosos
dignatarios de la corte.

Delante de las tapias de uno de aquellos suntuosos edificios, cuyos
contornos desaparec燰n ocultos por las copas de los 嫫boles, que
desbordaban pomposos sobre el caballete de la cerca, hab燰se el Pr璯cipe
detenido varias veces sin pronunciar palabra, y como si esperase algo,
examinando detenidamente el lugar e inspeccionando la cerca; pero luego,
ante la quietud de aquella mansi鏮, pose獮o de extra鎙 melancol燰, que
nunca en 幨 tuvieron ocasi鏮 de advertir sus acompa鎙ntes, hab燰
continuado la ronda, dando vuelta a la ciudad, y regresando por la
estrecha, larga y sinuosa calle que corre desde el mismo Zacat璯 hasta
desembocar por Bib-Elbira en el campo.

Caminaba el Sult嫕 silencioso y como distra獮o, y contra su habitual
costumbre, no hab燰 cambiado palabra alguna con los oficiales que le
segu燰n,-cuando al cruzar por delante de uno de los oscuros callejones
que, a la izquierda de la calle por donde se dirig燰n a la Alhambra,
trepan enrosc嫕dose como culebras hasta el cerro populoso y desigual del
Albaic璯,-hirisus o獮os, confuso y vago, el rumor repentino de una
disputa, y sobresaliendo entre 幨, agudo y penetrante, un grito, un solo
grito que, en medio del silencio de la noche, resonfat獮ico, helando la
sangre en las venas del Pr璯cipe, y oblig嫕dole a detenerse un momento
como paralizado.

Sin que se hubieran puesto de acuerdo, y vibrando a en el espacio
aquel grito desgarrador,-desenvainando ambos al propio tiempo las espadas,
los acompa鎙ntes del joven Sult嫕 hab燰nse ya lanzado en las sombras por
el desierto callej鏮 torcido; y Mohammad, recobrado y animoso, imitaba su
ejemplo sin vacilaci鏮, incorpor嫕dose con ellos a los pocos pasos... Pero
como si todo hubiera sido una quimera, turbado un solo instante, hab燰
vuelto a recobrar sus dominios glacial el silencio que reinaba; y
careciendo de gu燰, no descubriendo en parte alguna indicio que despertara
sus sospechas, dispon燰nse ya de orden del Amir a llamar en las primeras
casas, cuando oyeron clara y distintamente el girar de una llave en la
cerradura, el abrir r嫚ido de una puerta, y a poco, sobre la calle el
resonar de unos pasos precipitados en la misma direcci鏮 que ellos
llevaban.

Impulsados por el propio sentimiento, y animados por el Pr璯cipe, el
katib y el arr墈z o capit嫕 de sus guardias, guiados por el ruido de
aquellos pasos que resonaban siempre delante, apoder墎anse al cabo del
personaje que los daba, y aunque no sin protestas, lograban hacerle
retroceder, conduci幯dole a la presencia de Mohammad.

-熹ui幯 eres?-pregunt廥te al desconocido.-熹ucausa, dime por
Allah, te obliga a caminar a estas horas y con tal precipitaci鏮, que no
parece sino que huyes de ti mismo?

-熹ui幯 eres treplicaqu幨 altivamente-para dirigirme tal pregunta
y detenerme a semejantes horas y por tal medio, que no parece sino que
pretendes apoderarte de mi bolsa?

-Calla la torpe lengua, quien quiera que tseas, o sabryo
arranc嫫tela por mis propias manos!..-exclamel Pr璯cipe procurando
contener la c鏊era.-Calla la lengua-repuso-y gu燰, miserable, a la casa de
donde acabas de salir huyendo!

-熹utienes tque hacer en ella? Por mi cabeza, que mandas como si
fueses el mismo Sult嫕 nuestro se隳r ,llah le guarde! y cual si yo fuera
tu esclavo!-contestburlonamente el desconocido.

-、asta!-gritel Amir, no acostumbrado a tal lenguaje; y deseando
terminar pronto, sacde entre sus ropas esf廨ica linterna sorda.-Mira!-le
dijo aproxim嫕dola a su rostro sobre el cual derramaron viva claridad los
hilos de luz que se escapaban por los agujerillos de la linterna.-燐e
conoces ahora?

-﹔ue Allah, oh se隳r y due隳 m甐, te bendiga y prolongue tus d燰s en
la tierra!-exclamel detenido con terror manifiesto, cayendo de rodillas
demudado a las plantas del joven.

-Gu燰 pues!-repiti廥te volviendo a ocultar la luz.-Pero ten
entendido-a鎙dimientras el secretario y el capit嫕 de guardias que
hab燰n ya desarmado a aquel hombre, volv燰n a sujetarle por ambos
brazos,-que si lanzas un solo grito, o tratas de enga鎙rnos, o pretendes
huir, te hardar muerte aqumismo!

-·erd鏮, se隳r suplicel miserable, a quien obligaron a callar
sus dos guardianes, poni幯dole en movimiento.

No lejos del sitio en que se encontraban, detose tembloroso y
vacilante, a tiempo que abri幯dose la puerta de una casa inmediata, sal燰
tomando sus precauciones otro bulto; al distinguirle el detenido, pugn
lanzando un grito por desasirse sin lograrlo, mientras el embozado
desaparec燰 r嫚ido como una sombra entre las de la noche, antes de que
Mohammad intentase siquiera perseguirle.

-﹔ue Allah te maldiga!-exclamel Sult嫕 encar嫕dose con el hombre
que sujetaban los suyos.-Has ahuyentado a tu c鏔plice, olvid嫕dote de mis
mandatos! Mi justicia te juzgara ma鎙na; pero has descubierto a pesar tuyo
el lugar donde ambos hab嶯s cometido vuestro crimen!

Y sin aguardar respuesta, dirigiose a la mezquina puerta del edificio
de donde hab燰 salido huyendo el segundo desconocido; golpeola con el pomo
de su espada, y grital propio tiempo:

-,brid a la justicia!

Su voz resonlubremente en el silencio de la noche: pero s鏊o dio
a ella respuesta el eco sordo de los golpes que segu燰 dando sobre el
port鏮, sin que nadie pareciera o甏los.

-﹖ujetad s鏊idamente a ese hombre!-dijo al fin con acento imperativo
y breve; y mientras, ejecutada su orden, quedaba el joven, con la espada
desnuda al lado del desconocido, el arr墈z hac燰 diestramente saltar la
cerradura del port鏮, abri幯dola de golpe el secretario.

Por 幨, franqueado el paso, precipit墎anse uno y otro, seguidos del
Sult嫕 y del hombre a quien hab燰n detenido, cuya ostensible resistencia
venc燰 el Pr璯cipe con la punta de la espada, encontr嫕dose en la
enarenada calle de un jard璯 o de un huerto, cuya disposici鏮 y cuyas
dimensiones no permit燰n reconocer las sombras. Siguiendo, no obstante, el
muro con que a la derecha tropezaron, no tardaron en advertir una puerta,
que sin dificultad abrieron, por hallarla entornada solamente, penetrando
en una habitaci鏮, donde no sin inquietud se vieron forzados a detenerse.

Descubriuno de los servidores de Mohammad la linterna de que iba
provisto, y entonces se ofrecia los ojos de todos singular espect塶ulo,
que les llende espanto y de zozobra.

Sobre el yesoso desigual pavimento, mal cubierto por las ropas
desordenadas, distinguieron el bulto de una mujer, que yac燰 inm镽il. La
tenue claridad que se filtraba sutil a trav廥 de las perforaciones de la
esf廨ica linterna, resbalaba sombr燰 y vacilante sobre 幨, proyectando
agudas r璲idas sombras.

Tomel Sult嫕 la luz, y confiando a sus dos oficiales el detenido,
que permanec燰 silencioso, se adelanthacia el cuerpo de aquella mujer.
Sus vestidos eran ricos; ten燰 el velo destrozado, a sujeto a la
elegante y descompuesta toquilla, de la cual se escapaban ensortijados y
negros mechones de cabello, y en el semblante, no del todo descubierto, la
angustia y el terror aparec燰n profundamente retratados.

Inclinado hacia ella, derramAbd-ul-Lah los rayos de la linterna
sobre el rostro de la infeliz, que parec燰 v獳tima de un crimen, y
retrocedivivamente, dejando escapar agudo grito, mientras p嫮ido y
convulso, sent燰 helarse la sangre de sus venas.

-﹒h!... 、o es posible, no!-exclamal cabo, pasando su mano helada
por la frente.-Allah no puede consentir semejante burla!... ﹖er燰
horrible!

Procurando vencer, aunque sin lograrlo, la visible agitaci鏮 que le
pose燰, y ahuyentar de su esp甏itu la punzante sospecha que le embargaba,
torninvocando el santo nombre de Allah a reconocer aquella desventurada:
ten燰 una sola herida en la frente, de la cual brotaba un hilo de sangre
espesa, y parec燰 cad嫛er! El Pr璯cipe repararrodillado y con mano
tr幦ula el desorden de los vestidos; pulsola despu廥 sin pronunciar
palabra, y posluego la diestra sobre el coraz鏮 de aquella mujer,
diciendo al cabo de algunos instantes de verdadera angustia:

-–ive!... ,labado sea Allah, que ha consentido que no lleguemos
tarde!

Y mientras uno de sus oficiales volv燰 del huertecillo trayendo un
acetre de lat鏮 lleno de agua fr燰, el Amir, cada vez m嫳 confuso,
desgarraba en tiras el blanco lienzo de su pa雝elo, sosteniendo en su
interior tremendo combate. A la primera ojeada hab燰 cre獮o, en efecto,
reconocer en el semblante de la persona tendida sobre el pavimento el de
aquella hermosa criatura que, pocas horas antes, invocando su protecci鏮
en el Serrallo, despertaba en el coraz鏮 del joven Pr璯cipe nuevos y
desconocidos sentimientos, y cuya imagen hechicera hab燰n grabado
profundamente los buenos genios en su memoria...

Lo singular e inusitado de aquel encuentro; el lugar tan extra隳 en
que se verificaba; las circunstancias misteriosas de que se mostraba
rodeado, y la sangre que manchaba el rostro de aquella mujer,
desfigur嫕dole, todo esto, que atropelladamente se ofrec燰 a la clara
inteligencia de Abd-uI-La, daba ocasi鏮 a que la duda se apoderase a ratos
de su esp甏itu; pero lavada la herida, y resta鎙da la sangre con las
compresas hechas del fino lienzo y que empapadas en el agua fr燰 uno de
los servidores presentaba al Pr璯cipe, concluy廥te por reconocer,
pose獮o de mortal angustia, en el desfigurado de la mujer herida el rostro
angelical de Aixa, no acertando a comprender la realidad que contemplaban
sus ojos asombrados...

-,ixa!-exclamal fin, tr幦ulo y conmovido.-•ra ascomo deb燰
encontrarte!... 熹ui幯 ha osado poner sus manos en ti, cuando yo hab燰
puesto mi coraz鏮 en las tuyas?...

Despu廥, encar嫕dose con el detenido, a鎙dicon rencoroso acento,
pre鎙do de amargura:

-燉a conoces?... 燉a conoces?...-repitisujetando con los restos del
destrozado al-haryme las compresas, al propio tiempo que el katib
humedec燰 las sienes y los labios de la pobre ni鎙, herida y sin
conocimiento.

Pero el detenido, sin dar respuesta alguna a las preguntas del
Pr璯cipe, encerrose en calculado mutismo, cual si fuera ajeno
completamente a cuanto allocurr燰.

-Tu silencio te vende-continuel Sult嫕 pero yo te juro que sabr
hacer el mexuar que despegues tus labios...

Mientras tanto, el arr墈z, despu廥 de recorrer y hallar la casa
totalmente abandonada, regresaba en el momento preciso en que la joven
hab燰 abierto los ojos, para volverlos a cerrar al instante.

Tra燰 consigo un candilillo de lat鏮 de dos mecheros, ya encendidos,
el cual colocaba sobre una mesa de peque鎙 altura, que alljunto a la
puerta de entrada se ve燰, quedando asiluminado el aposento.

Lubre era el silencio que guardaban los circunstantes: el Pr璯cipe,
inclinado siempre sobre la joven, contempl墎ala con doloroso af嫕 lleno de
angustia, y tratando de sorprender en ella alg movimiento; el katib
segu燰 arrodillado humedeciendo las sienes de la muchacha, y el arr墈z con
los brazos cruzados sobre el pecho, miraba impasible, como el detenido,
semejante cuadro.

Al fin, lanzla joven profundo y prolongado suspiro: tornde nuevo
a abrir los ojos, fij嫕dolos con extrav甐 en el Sult嫕, y movilos
brazos, ca獮os antes a lo largo del cuerpo.

-澳鏮de estoy?-preguntcon voz debilitada, tratando a la vez de
incorporarse; pero no pudo conseguirlo, y llevando ambas manos a la
frente, retirolas casi al propio tiempo al sentir el fr甐 de las
compresas.-熹uha pasado por m-prosiguicontemplando con marcadas
se鎙les de extra鎑za a cuantos la rodeaban.

-Sosiegue Allah tu esp甏itu-dijo el Pr璯cipe;-nada tienes ya que
temer de nadie en adelante.

-,h!...-exclamAixa, como si las palabras del Sult嫕, a quien no
hab燰 reconocido, le hubiesen devuelto de pronto la memoria.-Si... Ya
recuerdo!... Creque para siempre dejar燰n de contemplar mis ojos la
hermosa luz del sol, y de pronunciar mis labios el santo nombre del
Creador de los cielos y de la tierra!... •nsalzado sea!...

Hab燰se Abd-ul-Lah incorporado, presa de viva agitaci鏮, y
acerc嫕dose al detenido, empujole rudamente haci幯dole entrar en el radio
de luz que el candil proyectaba, y present嫕dole de improviso ante Aixa.


Detuvo 廥ta en aquel nuevo personaje la indecisa mirada, y al
reconocerle, exhalhorrible grito y cayde nuevo desvanecida, diciendo
con horror:

-﹗... ﹒tra vez t... ﹔ue Allah me valga!

De un salto el joven Amir se hab燰 lanzado sobre el desconocido al
escuchar el grito de Aixa, y asi幯dole col廨ico por los brazos, oprim燰le
sin piedad, mientras dejaba escapar una a una por entre sus apretados
dientes amenazadoras palabras.

-﹐iserable!.. 、o negar嫳 ahora tu crimen!.-exclam-De nada te
sirve la obstinaci鏮 de tu silencio, y por Aquel que ni engendrni fue
engendrado te juro que habr嫳 de 幨 de arrepentirte en breve!...

Y haciendo se鎙 al arr墈z para que llevase fuera de allal detenido,
volviose hacia la ni鎙 todo tr幦ulo, arrodill嫕dose a su lado, y
humedeciendo sus sienes con el agua fr燰 del acetre.

-·erd鏮, oh tel m嫳 piadoso de los descendientes de Jazrech!...
·erd鏮!-imploraquel hombre, lleno de espanto y dej嫕dose caer a las
plantas del Pr璯cipe...

Pero 廥te, al volver la cabeza, fijen el miserable tal mirada, que
le hizo enmudecer, mientras el arr墈z le obligaba a levantarse y a
abandonar la estancia.

No largo tiempo despu廥, recobraba la joven el conocimiento; y al
contemplar con ojos a extraviados y temerosos al Sult嫕 y al katib,
quien permanec燰 tambi幯 de rodillas, una sonrisa aparecien sus labios
descoloridos, y sin manifestar extra鎑za por la presencia del primero,
exclamcon acento cari隳so:

-燜 se隳r y due隳 m甐?... 激res t.. 、endita sea la bondad del
Eterno!...

-S bendita sea-contestMohammad;-bendita una y mil veces, pues por
ella he logrado salvarte de una muerte segura, cuya idea funesta me
estremece!... Bendita, porque los criminales recibir嫕 bien pronto
horrible castigo!... Pero habla, habla, que yo escuche tu voz, m嫳
armoniosa para mque el gorjeo de los pintados colorines en el espeso
bosque de la Alhambra; m嫳 dulce que la miel que recogen en los panales de
la vega los labradores... Dime, hermosa ni鎙, 穆or quextra隳 culo de
sucesos, para mdesconocidos, te encuentro en este paraje, tan lejos de
tu morada, y en esta triste disposici鏮, cuando en balde he rondado los
tapiales de tu casa la mayor parte de la noche?...

LanzAixa leve suspiro al escuchar las apasionadas frases del
Sult嫕, y logrando incorporarse con el auxilio de 廥te y del katib, tom
asiento sobre un banco de rtica madera que con tal objeto el secretario
del Amir hab燰 tomado del huertecillo, a donde se retirdespu廥
discretamente.

-﹒h! No evoques, se隳r, en estos momentos, que son sin disputa los
m嫳 felices de mi vida, los negros recuerdos de lo que ha pasado sobre m
como un torbellino... El placer de hallarme al lado del Pr璯cipe de los
muslimes, es sobrada recompensa y exorbitante premio de lo que he
sufrido... No turben estos instantes, que me parecen so鎙dos, las oscuras
sombras de lo que desear燰 borrar para siempre de mi memoria...

-Bien quisiera por Allah, Aixa bella, cumplir tus deseos, que para m
deben ser en adelante leyes... Pero olvidas sin duda que Allah, el
Justiciero, me hizo se隳r de este pueblo de fieles adoradores suyos, y
colocentre mis manos su espada de justicia... Y pues se ha cometido un
delito, deber m甐 es en nombre del Creador de los cielos y de la tierra y
Sustentador de las criaturas, el imponer castigo a los transgresores de la
ley que el mismo Allah dictpor labios de Gabriel a nuestro se隳r y due隳
Mahoma. ‥a bendici鏮 de Allah sea sobre 幨 y los suyos!

-Tambi幯 ︽h se隳r m甐! Allah es el m嫳 misericordioso entre los
misericordiosos...-replicAixa.

-Sin duda-repuso Abd-ul-La tratando de eludir la respuesta.-Pero,
habla-a鎙di-habla, si es que la sangre que has perdido y sin piedad han
vertido esos miserables asesinos, no te impide satisfacer el ansia cruel
que me devora por conocer las causas de tu presencia en este sitio.

-﹒h, no!... 燒o esta mi lado el Pr璯cipe de los fieles?... Pues
entonces, ya estoy bien... Nada siento... y aun creo que podr燰 volver a
mi morada, de la que me sacaron con enga隳s... Este sitio me da
horror...-dijo la ni鎙 procurando levantarse.

-Marchemos pues-expresMohammad.

Y haciendo una se鎙, entraron en el lubre aposento sus dos
servidores, el Katib y el arr墈z, que hab燰 hac燰 poco vuelto, luego de
cumplida la orden del Pr璯cipe, y de encerrado el criminal en la c嫫cel
del barrio.

Apoyada en el brazo de Mohammad y en el de su secretario, Aixa dio
algunos pasos y salial huertecillo.

El aire fresco y perfumado de la noche le devolvisu antigua
firmeza, y aunque con lentitud, pudo abandonar aquellos lugares donde
hab燰 cre獮o llegada ya su tima hora.










- IV -


A la puerta, con algunos de sus subordinados avisados como 幨 a toda
prisa, se hallaba ya el cadhdel barrio, quien avanzando hacia el grupo
que formaban el Amir, Aixa y el katib, hizo humilde reverencia y aguard
sin pronunciar palabra las 鏎denes del Pr璯cipe.

-Nada necesito-dijo Abd-ul-La, a quien la presencia del cadh
molestaba.-Puedes retirarte.

Inclinose el magistrado en se鎙l de obediencia, y bien pronto 幨 y
sus servidores desaparecieron en las sombras. Entonces, caminando delante
a la descubierta el arr墈z y a la zaga el katib, ambos prevenidos y
dispuestos,-el joven Sult嫕 llevando del brazo la dulce carga de aquella
ni鎙 a quien adoraba ya, marchlentamente, orgulloso y feliz de sentir
resbalar sobre su frente el tibio aliento de la hermosa, cuyas mejillas se
hab燰n coloreado al beso de las auras nocturnas, y a cuyo rostro serv燰 de
velo el impenetrable de la noche.

As no sin dificultad, aunque sin contratiempo alguno por fortuna,
embargados uno y otro joven por el dulce sentimiento a cuyos halagos se
abandonaban silenciosos,-llegaron por fin delante de las tapias del jard璯
de aquella casa suntuosa que en el barrio de la Rambla hab燰 con
insistencia singular merecido varias veces que el Pr璯cipe se detuviese,
con extra鎑za de sus acompa鎙ntes, durante la ronda que hab燰 terminado de
aquella inesperada suerte.

Llamel arr墈z al port鏮 por orden del Sult嫕, y al cabo de algunos
instantes aparecienvuelto en los pliegues de su caft嫕 blanco un hombre
so隳liento, de quien se dio aqu幨 a conocer, y por quien fue el cancel
franqueado.

Al distinguir a Aixa, hizo ante ella ceremoniosa reverencia, y a la
luz vacilante del candilillo de barro blanco que entre sus manos tra燰,
guiservicial a los reci幯 venidos hasta el cuerpo principal del edificio
que se alzaba majestuosa y gallardamente en el centro del hermoso jard璯,
por cuyas enarenadas calles de sicomoros y de 嫮amos caminaban.

Cruzaron un patio, plantado tambi幯 de 嫫boles, y cuyo ambiento tibio
y perfumado respircon fuerza el Pr璯cipe, y dejando en 幨 a los dos
oficiales,-guiados siempre por el hombre del caft嫕, penetraron el Amir y
Aixa en una tarbeo aposento, delicadamente labrado, cercado de sof嫳 con
blandas almartabas de rica seder燰 bordada, e iluminado por los templados
rayos de un orbe de cristal, que pend燰 de la techumbre de alerce.

Tomaron asiento ambos j镽enes en uno de los sof嫳, y mientras por
indicaci鏮 de Abd-ul-La, el hombre, siempre silencioso, preparaba sobre
una mesilla un tabaque de frutas secas y de vino de M嫮aga, desapareciendo
despu廥 discretamente tras del tapiz que cubr燰 una de las puertas
interiores de la estancia,-el Pr璯cipe, con voz dulce y cari隳sa,
exclamaba estrechando entre las suyas una de las manos de la ni鎙:

-燜e hallas mejor, bien m甐?.. 澦an desaparecido ya de tu pecho todo
temor y sobresalto?

-﹒h, Amir de los muslimesrepuso ella con acento l嫕guido y
respondiendo a la presi鏮 amorosa del Pr璯cipe.-Si al lado tuyo no hubiese
recobrado la tranquilidad, cuando te debo la vida, ser燰 sobrado
injusta... S estoy mejor, gracias a la misericordia de Allah y a ti...
Pero siento en la cabeza extra隳s ruidos, y de mse apodera vaga
somnolencia invencible que apenas puedo resistir...

VertiAbd-ul-Lah en una de las copas preparadas sobre la mesilla
parte del l甒uido contenido en la botella, y llev嫕dolo antes a sus labios
hizo que Aixa apurase el resto del vino contenido; ofreciole despu廥
algunas frutas secas, y reanimada por tal medio, la muchacha, dando
voluntariamente y con mayor seguridad respuesta a la pregunta que el
Pr璯cipe le hab燰 dirigido en la estancia donde fue hallada herida sobre
el pavimento, exclam

-熹uieres ︽h se隳r y due隳 m甐 amado! conocer las causas por las
cuales esta noche cuando tme buscabas por los contornos de esta casa,
que la bondad de los que me protegen ha puesta a mi disposici鏮 y a mi
servicio, era v獳tima yo del atentado, que bendigo, pues por 幨 he
merecido, miserable de m la dicha de verte a mi lado y de o甏 de tus
labios que te interesa la suerte de esta pobre criatura abandonada...?

-Ases en efecto-repuso Mohammad vivamente impresionado y pendiente
de las palabras de la ni鎙.

-Pues bien: escucha, se隳r, y que tu misericordia temple los rigores
de tu justicia, como el agua templa el acero...dijo Aixa recogi幯dose un
momento para interrogar su memoria. Despu廥, con voz sentida y temblorosa,
prosigui-Antes de dar comienzo a la confesi鏮 que he de hacerte, antes
de que te dnoticia de los acontecimientos ocurridos, es preciso ︽h
soberano Pr璯cipe de los creyentes! que por el santo nombre de Allah, por
las sagradas verdades contenidas en el Libro Santo, y por el sepulcro del
mejor de los Profetas ︼a bendici鏮 de Allah sea sobre 幨 y los suyos! te
dignes prometerme bajo juramento que no habr嫳 de pensar mal de m ni
habr嫳 tampoco de dejar que tu c鏊era terrible caiga sobre aquellos que me
protegen, y a quienes debo la ventura de haberte conocido...

No dejde extra鎙r al Pr璯cipe semejante pre嫥bulo, que estaba muy
lejos de aguardar ciertamente, y que desperten su 嫕imo vagas sospechas
sin objeto fijo y determinado, pero no por ello menos punzantes y
dolorosas, pues presentaban a sus ojos aquella mujer, hacia quien se
sent燰 poderosamente arrastrado, bajo punto de vista muy distinto de como
幨 se la hab燰 figurado aquella misma ma鎙na.


Hab燰 sin embargo en el acento de la joven tales y tan marcadas se鎙s
de sinceridad, y en su rostro eran tan evidentes y tan indudables las de
la inocencia, que, acallando Mohammad los suspicaces recelos que le
asaltaron a pesar suyo, desterrando toda sombra de duda, contestal cabo
de breve momento de vacilaci鏮 harto visible, poni幯dose en pie y llevando
sobre el coraz鏮 la diestra:

-Por Allah te juro, hermosa ni鎙, que si tus labios, tan puros a la
vista, no se manchan con el cieno de la impostura, y es verdad cuanto
prometes decirme, no s鏊o darcr嶮ito a tus palabras, por extraordinario
que sea lo que refieras, sino que pediradem嫳 al Inmutable, a Aquel para
quien no hay nada oculto en el coraz鏮 de las criaturas, cambie bondadoso
mis sentimientos de c鏊era, si tu relaci鏮 la excita, en dulce y
bienhechora benevolencia, para cumplir tus deseos...

-:racias! :racias, se隳r!-exclamAixa cayendo de rodillas a las
plantas del Sult嫕 y con los ojos anublados por las
l墔rimas.-Ahora-continu-que Allah el Excelso me proteja!.. Ya puedo
hablar, pues de tus labios fluye el bien, como el agua del manantial
cristalino!... Eschame, se隳r y due隳 m甐!...

Y con acento m嫳 seguro, aunque con manifiesta emoci鏮 todav燰,
prosiguidiciendo:

-青uando, tranquila con la promesa de tu protecci鏮, abandonesta
ma鎙na tu alc嫙ar de la Alhambra (︾res廨vele Allah!), yo ignoraba qui幯es
eran, se隳r, aquellos bienhechores que la mano divina del Increado me
hab燰 deparado al presentarme, hu廨fana y desvalida delante de los muros
de Granada... Yo ignoraba tambi幯 el paraje a donde aquel gentil
caballero, de tu prosapia, me hab燰 conducido, y no acertaba en medio de
mi asombro, creciente a cada paso, a explicarme los m镽iles secretos de
aquella bondad incomprensible, discernida y dispensada a una miserable
advenediza, como yo lo era para ellos... Ellos hab燰n trocado mi miseria
en riqueza, ellos hab燰n halagado mi amor propio, acrecentando con galas y
con joyas las perfecciones que plugo a Allah conceder benigno a mi
cuerpo... Ellos me impulsaron hacia ti, a quien yo bendec燰 sin conocerte,
como supremo Imam de la ley divina, y representante en la tierra del
poderoso Allah, y ellos me dieron para acompa鎙rme a tu presencia dos de
sus servidores, a uno de los cuales esta misma noche has conocido...

Hizo aquleve pausa la ni鎙, y el Sult嫕 interesado en el relato,
trajo a su memoria involuntariamente la imagen del hombre a quien hab燰
detenido pocas horas antes, y en quien reconoc燰 uno de los asesinos de la
joven.

-隹l regresar, oh Pr璯cipe de los muslimes, y montar de nuevo en el
hermoso palafr幯 que me ten燰n dispuesto, aquellos hombres, con quienes no
cambien tal ocasi鏮 palabra alguna, llev嫕dome por caminos para m
desconocidos y que no hab燰 antes cruzado, traj廨onme a esta casa, donde
llena de singular extra鎑za hube de seguirles, aunque no sin protesta.-La
calle estaba solitaria; o燰se en verdad desde ella el alegre rumor de la
cercana Bib-ar-Rambla; pero no transitaba nadie, y habr燰 sido sin duda en
mi temeridad inil el resistirme, cual hube de pensarlo un momento.

侵nvocando la protecci鏮 del Dispensador de todos los beneficios, y
con su nombre en los labios, penetren el hermoso jard璯 que acabamos de
cruzar, y llegua este mismo aposento, donde me esperaban ya el gentil
caballero y la se隳ra a quienes era deudora de tantas mercedes. Su vista
desvanecimis recelos, y alegre y recobrada, acerqu幦e a ambos y les d
cuenta de cuanto contigo, oh soberano Pr璯cipe, me hab燰 ocurrido, y de la
protecci鏮 que me hab燰s brindado. Felicit嫫onme por ello calurosamente, y
la se隳ra, cuyo nombre he sabido despu廥, me dio a entender que de allen
adelante vivir燰 esta casa, que ella me ced燰, y entre mil halagos y
lisonjas cari隳sas, transcurrieron las horas del d燰, y las sombras de la
noche comenzaron a agitarse en los lejanos t廨minos del horizonte para
invadir lentamente el espacio, y robar la luz del sol a la tierra,
envolvi幯dola en los densos pliegues de su manto...

翟uando brillel lucero refulgente de la noche, cuando en los aires
vibraba el preg鏮 de las mezquitas para el salah de al-magrib, el
caballero, que hasta entonces hab燰 permanecido a ratos silencioso,
levant嫳e cual movido de un resorte y avanzando hacia m exclam

-蒞a es, Aixa, hora de que interrogues a los astros mi suerte, cual
me tienes prometido, y como con impaciencia aguardo... Y pues la luz del
sol que te imped燰 descorrer el velo del porvenir, ha desaparecido rodando
en el caos insondable de la noche, aqutienes mi mano... Dime pues los
secretos que oculta lo futuro para m ya que plugo a Allah concederte
esta virtud maravillosa y a tan pocos otorgada.

臺bedec seg era mi deber, no sin antes haberle manifestado que no
me hiciese responsable de lo que los astros revelaran y no fuere de su
agrado; y con su mano abierta y extendida entre las m燰s, consult
cuidadosamente las rayas que cruzaban la palma, y levantal cielo los
ojos.

翟omo por la ma鎙na, descubr oh Pr璯cipe m甐, en el caballero a un
descendiente de Sa歍-ben-Obada, el compa鎑ro del Profeta, a quien Allah
bendiga; como entonces, vi surcar entre las miriadas de estrellas que
parpadeaban en el espacio, la estrella de su vida, y la vi crecer,
engrandecerse, brillar con fulgor inusitado, al lado de otra estrella m嫳
hermosa que ella, y que permanec燰 tranquila despidiendo con fuerza e
intensidad propias y activas, resplandores clar疄imos que derramaban
poderosa luz en torno suyo... Vi la estrella del caballero adquirir poco a
poco la intensidad de la otra, pareciendo por un momento pr闛ima a
oscurecerla y eclipsarla... Pero Allah no puede patrocinar lo injusto, y
Allah ten燰 dispuesto que al acercarse una a otra estrella, en aquel
combate singular que parec燰 entablado en las regiones siderales y que
s鏊o yo pod燰 sorprender entre las sombras misteriosas de la noche, la
estrella del caballero deb燰 sucumbir, y sucumbide repente
desapareciendo como arrancada del manto azul sobre el cual se hab燰
ostentado refulgente y espl幯dida por un momento...

與endiente parec燰 de mis palabras el caballero, cuyo pulso sent
bajo la presi鏮 de mi mano agitarse con descompasado movimiento. La suya
abrasaba y se contra燰 nerviosamente... La se隳ra hab燰 permanecido
silenciosa hasta aquel instante, sin atreverse a intervenir, y procurando
inilmente distinguir entre las estrellas del firmamento, aquellas dos
que hab燰n seguido mis ojos.

翠sque hube terminado,-prosiguiAixa tras breve momento de
descanso, durante el cual Mohammad pareciprofundamente preocupado,-el
caballero, lanzando hondo suspiro, retirsu mano bruscamente, y
encar嫕dose conmigo, exclam

-遛Sabes t por ventura, el nombre de aquel a quien corresponde esa
estrella, ante la cual la m燰 ha desaparecido eclipsada para siempre?

-臺h se隳r,-le repliqullena de sito temor que no reconoc燰 causa
ostensible.-Al descorrer por tu voluntad el velo del porvenir, he le獮o
tambi幯 en tu mano tus m嫳 璯timos secretos...

-聚l nombre, el nombre de esa criatura-repuso con acento duro e
imperativo.

-遛Quieres saberlo?...

-艋dijo la dama interviniendo.-D璯os el nombre, y podremos en tal
caso creer tus supercher燰s...

-與ues bien, ya que lo dese壾s, ya que sospech壾s de la verdad de mis
palabras y de la fuerza de mis intenciones, sabed que esa estrella ante la
cual ha desaparecido rota y deshecha la que preside los destinos del
pr璯cipe..

-澳el pr璯cipe?..-interrumpide pronto el Sult嫕 como si despertase
de un sue隳.-澦as dicho del pr璯cipe?...-a鎙di

-S del pr璯cipe; del pr璯cipe tu primo Abu-Abd-il-Lah Mohammad tu
hom鏮imo, a quien llaman Abu-Sa蟂 por su lacba o sobrenombre.

-Contin-repuso el Amir secamente.

-俏o fue menor, asAllah me salve, que la tuya, la sorpresa
producida en mis protectores por mis palabras-prosiguila ni鎙,-creciendo
a m嫳 cuando les hube claramente demostrado que aquella otra estrella
resplandeciente, y que segu燰 fulgurando tranquila en el firmamento, era
︽h se隳r y due隳 m甐! tu estrella propia, la estrella de tu destino, la
estrella del Sult嫕 de Granada... ,llah te esfuerce y te proteja!

翟on muestras de profund疄imo disgusto, trabajosamente contenidas,
apart嫫onse de mla sultana Seti-Mariem, pues 廥ta era la dama, y tu
primo el pr璯cipe, sin dirigirme frase alguna; y cuando avanzada la noche
no les vi regresar, y me sentsola, completamente sola,-pose獮a de
invencible inquietud llam apareciendo uno de aquellos dos servidores que
me hab燰n acompa鎙do por la ma鎙na a tu alc嫙ar. A mis preguntas, contest
siempre con marcadas muestras de respeto, dici幯dome que la sultana hab燰
dejado dispuesto que aquella misma noche, a la hora del salah de al-漮ema,
deb燰 repetir la experiencia en otro lugar distinto, donde ella quer燰
tambi幯 consultarme, y que era llegada ya la ocasi鏮 de que nos pusi廨amos
en camino.

臧o ten燰 motivos para dudar de la sinceridad de aquel hombre, y
levant嫕dome de mi asiento, me dispuse por mi parte a complacer a la
sultana, a quien tanto deb燰; y guiada por 幨 y por su compa鎑ro,
abandonamos esta casa y cruzamos las solitarias calles de la ciudad,
conduci幯dome a aquella otra casa, cuyo solo recuerdo me estremece...

翠llcontinuAixa tras breve momento de silencio que no se atrevi
a interrumpir el Sult嫕, interesado en el relato,-all cuando dentro ya
de la miserable estancia donde me has encontrado, advertno sin espanto
que cerraba uno de los servidores con llave la puerta, concebgrandes
temores; pero no era ya tiempo de retroceder, y dirigi幯dome al otro, que
hab燰 encendido un candil coloc嫕dolo sobre la mesa, exclam

-與or Allah que me extra鎙n todas estas precauciones, y que no s
cuando venga la sultana, nuestra se隳ra, por d鏮de habrde entrar si
cerr壾s esa puerta...

聚chose brutalmente a re甏 aquel hombre; y como ya su compa鎑ro hab燰
vuelto, ambos se encararon conmigo, diciendo uno de ellos que era inil
que esperase a la sultana y que era inil todo fingimiento: que no hab燰n
recibido orden de nadie y que me hab燰n llevado allpara consultarme
ellos...

臧o tuve necesidad de escuchar m嫳 para comprender desde luego por
sus ademanes cu嫮es eran sus intenciones; y resuelta a todo, luchcon
ellos desesperada, hasta que vencida caal suelo sin sentido...

聞espu廥, cuando gracias a tus cuidados, oh due隳 m甐, abrlos ojos
y te halla mi lado, todo me parecihorrible pesadilla... A tu lado ha
vuelto la tranquilidad a mi esp甏itu, y nada temo...

-Es verdad-dijo el Sult嫕.-Nada tienes que temer en adelante, porque
uno de esos hombres estya en poder del cadh y el otro lo estaren
breve... Pero, despu廥 de todo-a鎙dino sin cierta expresi鏮 de incr嶮ula
suspicacia,-no comprendo por qu para referirme este sencillo relato, has
llamado a las puertas de mi coraz鏮, invocando en 幨 mi clemencia para la
sultana Seti-Mariem y para mi primo...

-Soberano Pr璯cipe de los muslimes-exclamAixa dej嫕dose caer a los
pies del Sult嫕,-yo no soy sino una pobre muchacha abandonada, sin
instrucci鏮, sin familia, sin hogar, sin nadie a quien volver los ojos en
mi desventura; pero por lo que las estrellas me han esta noche revelado,
por el apartamiento en que mis protectores viven respecto de ti, y por
otras se鎙s que he advertido, harto se me alcanza que no gozan de tu
favor, ni son tampoco de 幨 acaso merecedores...

-熹usospechas?-preguntel Sult嫕 con visible desagrado poni幯dose
en pie y apartando a la muchacha que segu燰 a sus plantas de rodillas.

-No permita Allah que yo llegue a abrigar pensamiento alguno que
ofenda en lo m嫳 leve tu persona y las de la sultana y el pr璯cipe... Pero
no debo, se隳r, ocultarte, que la voluntad de Allah, a quien todo obedece
en ambos mundos, ha querido que yo penetrase ciertos secretos, y que no
sea un misterio para mnada de lo que piensan aquellos cuya suerte he
seguido en el curso de los astros...

-Pues bien, s tienes raz鏮-repuso Mohammad no ocultando ya su
enojo.-Y pues conoces lo que piensan mis enemigos y de ellos te muestras
defensora; pues cuentas con su protecci鏮, nada tengo que hacer aqu..
Que Allah te guarde!

Y sin dignarse volver los ojos a donde la ni鎙 continuaba deshecha en
l墔rimas, dio algunos pasos en direcci鏮 de la puerta...

All no obstante, se detuvo, como si fuerzas superiores a su
voluntad le impidieran marcharse, hasta que al fin, tras breve lucha
consigo mismo, y conmovido por el llanto de la joven que prosegu燰
arrodillada siempre en el mismo sitio, retrocedihasta ella, y con acento
melanc鏊ico, exclam

-Que Allah te perdone el da隳 que me has hecho!... Hab燰 cre獮o que
por fin, en medio de las ambiciones que me cercan y de la atm鏀fera
viciada que respiro, era para mllegada la hora de encontrar un alma pura
y un coraz鏮 sin mancha que comprendiesen mi coraz鏮 y apreciasen los
sentimientos de mi alma... Hab燰 cre獮o que eras t a quien Allah dotde
singulares perfecciones, que Thagut emplea sin duda para perderme, la
encargada de dar paz a mi esp甏itu y borrar de 幨 estas sombras tenaces
que sin cesar le envuelven, apartando al par de mis labios la amarga
bebida que como el fruto de Zac y de Guisl璯, me dan a beber
continuamente... Pero todo era un sue隳! Todo mentira!... Que Allah te
perdone como yo te perdono, y perdono tambi幯 a aquellos que de ti se
valen en contra m燰...

-Oh! No! No te ir嫳 as se隳r y due隳 m甐-balbuceentre sollozos
Aixa, arrastr嫕dose hasta donde el Pr璯cipe hab燰 avanzado.-No te ir嫳
as.. Porque aun, a trueque de desgarrar mi alma, quiero que tu coraz鏮
al separarte de mi lado vaya tranquilo, y que en tu mente no se agiten
pensamientos enga隳sos como los halagos de Xaythan el apedreado! Quiero
que sepas que mi coraz鏮 es tuyo desde el momento feliz para men que te
vieron mis ojos y oyeron tu voz mis o獮os... Quiero que sepas que ante ti,
no hay nada para men el mundo, y que estoy dispuesta a ejecutar cuanto
ordenares y fuere voluntad tuya... 燙on, dices, enemigos tuyos, se隳r,
aquellos que hoy me han dado abrigo y se disponen a protegerme?... Pues
tambi幯 son mis enemigos, y desde este momento los aborrezco... No quiero
nada suyo-a鎙diarrancando de su garganta los collares y de sus brazos
las ajorcas de oro que la adornaban, dejando s鏊o el que el Sult嫕 le
hab燰 regalado.-El aire que aquse respira me envenena... Tuya soy ︽h
Mohammad! y a ti me entrego para que dispongas de mi suerte... Ll憝ame
donde te vea, aunque no me dirijas la palabra... Que yo oiga tu voz, que
respire el mismo ambiente que trespiras... Sertu esclava, la esclava
sumisa de las mujeres de tu harem, y si te place, dame la muerte y te
bendeciry bendecirtu nombre al entregar mi alma al Se隳r del Trono
excelso que la ha creado!

Era tal la verdad que, como esculpida, resaltaba en el acento de la
joven, que no pudo menos el Sult嫕 de sentir sobre su esp甏itu el efecto;
y conmovido realmente por las palabras de Aixa, las cuales ca燰n cual
ben嶨ico roc甐 sobre el lacerado coraz鏮 del Pr璯cipe, acercose 廥te a
m嫳 a ella, y levant嫕dola del suelo, llevola al centro de la estancia,
donde era mayor la intensidad de la luz, y fijando sus ojos en los de la
desconsolada ni鎙, dijo al fin con voz temblorosa y emocionada:


-﹒h! ﹗e creo! S.. Es preciso que te crea!... La mirada de tus
ojos es pura, como lo son tus labios... ﹔ue la maldici鏮 de Allah caiga
sobre ti si me enga鎙res, y vaya tu alma a las profundidades del chahanem
si has mentido!... Pero no... Tu alma es inocente y no es capaz de
semejante infamia... 澧鏔o habr燰 de amarte yo si fuese de otro modo?
Perdona mi extrav甐 de un momento, y que el beso que imprimen mis labios
sobre tu frente, sea prenda de reconciliaci鏮 y de cari隳 eternos!...

EnjugAixa sus l墔rimas, ya sonriendo, y estrechando entre sus
desnudos brazos el cuello del Sult嫕, con un movimiento tan r嫚ido como
espont嫕eo, busccon los suyos los labios del Pr璯cipe, y dejen ellos
un beso que abrasaba...

Despu廥 Mohammad la condujo a uno de los sof嫳, y bajando la voz,
hablde esta manera, si no mienten los narradores de historias:

-Aixa, nada en el mundo podrhacerme olvidar las emociones que han
combatido esta noche memorable mi esp甏itu... Nada tampoco que me haga
olvidarte, ni que haga palidecer la llama que arde por ti en mi pecho...
Mi coraz鏮 es tuyo como el tuyo es m甐; y aunque sque bastar燰 una
indicaci鏮 por mi parte para que me siguieras a mi alc嫙ar, donde el
Cadhal-codha extender燰 el acta de nuestro matrimonio, pues no de otra
suerte te quiero; aunque sque de todas maneras, pues lo veo en tus ojos,
serias m燰, haciendome en tus brazos el m嫳 feliz de los seres creados por
la benevolencia de Allah 〔nsalzado sea!... espero que por el amor mismo
que me profesas, habr嫳 de comprender la necesidad de que contra mi
voluntad y mi deseo, permanezcas en esta casa y contins en ella
prest嫕dote en apariencia a las maquinaciones de la sultana Seti-Mariem y
del pr璯cipe Abu-Sa蟂 mi primo, a quienes ya conoces, para poder salvar mi
vida de futuras contingencias. Thas le獮o en el libro del porvenir y has
visto en 幨 manifiestas cu嫮es son sus intenciones y lo que pretenden...
Teres, pues, la ica que puede por voluntad de Allah deshacer sus
intrigas... Mira si sergrande mi cari隳, y si tendren 幨 confianza,
cuando te entrego mi vida, pues s鏊o mi vida es lo que quieren aquellos a
quienes llamas tus protectores, y cuya conducta para contigo tiene sin
duda alguna un fin que por el presente no se nos alcanza...

-Yo harcuanto tquieras, y cuanto ordenares... Pero por Allah te
suplico no dejes que mis tristes ojos hallen s鏊o tu imagen en mi
memoria... Si no te viera, si no te sintiese a mi lado, acaso me faltase
el valor, y morir燰...

-No permita Allah que tal suceda... 燕iensas por ventura que ser燰
tampoco para mposible la vida, am嫕dote como te amo, si una sola vez
discurriese el sol de oriente a ocaso, sin que te hubiesen visto mis ojos
y hubiese llegado hasta mi pecho el b嫮samo consolador de tus palabras?...
Te enga鎙s... Vendrtodas las noches, y como ahora, mis labios te dir嫕
cu嫕 grande es el amor en que por ti me abraso...

Pronunciadas estas palabras, el Pr璯cipe se puso en pie, y atrayendo
sobre su coraz鏮 la cabeza de la enamorada ni鎙, torna sellar con
apasionado beso aquella alianza.

Despu廥, separ嫕dose de los brazos de Aixa, cruzlleno de lisonjeras
esperanzas y de felicidad el aposento, y salial patio donde le
aguardaban impasibles sus dos servidores, emprendiendo con ellos el camino
de la Alhambra.



- V -


REFIEREN las historias, con efecto, que mientras a colocado por los
crecientes triunfos de los nassar獯s de Castilla (《ald璲alos Allah!) en
circunstancias bien cr癃icas y especiales para los siervos de Mahoma,
atend燰 sol獳ito el joven Sult嫕 de Granada a la prosperidad y a la
ventura de sus vasallos, prepar嫕doles para acontecimientos m嫳 felices
que los acaecidos durante los reinados de sus predecesores,-como al morir
la sultana Botseina, madre de Abd-ul Lah, hubiese contra獮o nuevo
matrimonio Abu-l-Hachich Yusuf I con Seti-Mariem y dejado de tal uni鏮 dos
hijos llamados Isma螿 y Ca褼,-hab燰 aquella procurado por cuantos medios
le hubo sugerido su mal deseo, y guiada s鏊o m嫳 que por el amor a sus
hijos por la ambici鏮 insaciable que la pose燰, que el Sult嫕, postergando
al primog幯ito Abd-ul-Lah, hiciese reconocer plicamente como heredero de
la sultan燰 al pr璯cipe Isma螿, ni隳 de escasa edad, aun rompiendo con la
costumbre y perjudicando los intereses de los muslimes, a semejanza de lo
que hab燰 ya una vez practicado el Califa de C鏎doba Al-Hakem II
(︷ompl嫙case Allah en 幨!) obligando a los guazires a reconocer como
heredero del Califato a su hijo el desventurado Hixem II.

Seducido por los halagos de la sultana, no se hallaba el 嫕imo del
Pr璯cipe Yusuf sino muy inclinado a complacerla, sin sospecha de que lo
que Seti-Mariem realmente pretend燰, era sin duda que Granada, ascomo
Castilla hab燰 estado gobernada por una mujer, durante las minoridades de
Fernando IV y de Alfonso XI, lo estuviese tambi幯 por ella, para disponer
a su antojo del reino y precipitarle seguramente en la ruina de que le
hab燰n librado los pr璯cipes malague隳s al apoderarse de 幨, dando muerte
a Mohammad III.

Pero Allah, que vela siempre por sus criaturas, lo hab燰 dispuesto de
otra suerte, y antes de que Yusuf, cediendo d嶵il a las sugestiones de
Seti-Mariem hubiese satisfecho los deseos de 廥ta, despojando de su
herencia al pr璯cipe Abd-ul-Lah, consent燰 para bien de los muslimes que
la mano de un loco privase de la vida al Sult嫕 en la macsura de la
Mezquita de la Alhambra, cuatro a隳s hac燰, desbaratando aslos
diab鏊icos planes de la sultana. Es verdad que, si no mienten las
historias, y Allah es el conocedor supremo de todas las cosas,
Seti-Mariem, seg se aseguraba, no hab燰 sido por completo extra鎙 a
aquel suceso, el cual se hab燰 no obstante anticipado contra su voluntad;
pero es lo cierto que, una vez dada sepultura en la raudha de la Alhambra
al cad嫛er del desventurado Yusuf, reunidos los guazires con los jefes del
ej廨cito y los principales dignatarios de la Corte, fue solemnemente
proclamado el Pr璯cipe Abu-Abd-ul-Lah Mohammad, reconoci幯dole todos por
se隳r sin contradicci鏮 ni protesta de nadie.

Por aquel acto pues, la sultana ve燰 para siempre burlados sus
deseos; pero empe鎙da con mayor tenacidad que nunca en el logro de los
mismos, y conociendo el car塶ter ambicioso del pr璯cipe Abu-Sa蟂, a quien
poco antes de su muerte hab燰 Yusuf I dado en matrimonio una de sus
hijas,-hab燰se unido a 幨 como se unen para sucederse y auxiliarse la luz
y las tinieblas, y juntos, buscaban los medios de desembarazarse del joven
Sult嫕, quien desde el primer momento ten燰 con lo noble de su conducta
conquistada la voluntad de los granadinos.

Conocedor de tales intrigas, aunque repugnando darles cr嶮ito al
principio, tuvo al postre que apartar de su lado a la viuda de su padre, a
sus hermanos, y a su primo Abu-Sa蟂, cerrando las puertas de su alc嫙ar
para siempre a aquellos ambiciosos, rendido ya por la evidencia. Habr燰
podido deshacerse de semejantes enemigos, cual fue pr塶tica entre los
Sultanes, priv嫕doles de la vida; pero su alma era incapaz de ello, y
contando como contaba con el amor de sus vasallos, dio al desprecio y al
olvido las torpes maquinaciones de Seti-Mariem y de su auxiliar, las
cuales hasta entonces no hab燰n logrado 憖ito alguno.

No otra era la situaci鏮 de los sucesos, cuando Aixa despertaba en el
嫕imo del joven Pr璯cipe nuevos recelos, y cuando las palabras de la
infeliz hu廨fana pon燰nle de manifiesto que sus enemigos no hab燰n cejado
en la empresa y que vigilaban despiertos, como el buitre carnicero vigila
los grandes campamentos, con la esperanza de que llegado el d燰 de la
batalla, habr嫕 de proporcionarles espl幯dido banquete.

Por esa raz鏮 Abd-ul-Lah hab燰 desconfiado de Aixa; por esa raz鏮, al
escuchar sus palabras, hab燰 querido huir de ella; pero tranquilizada al
fin su alma noble e incapaz de doblez y de impostura por el acento de
verdad con que la ni鎙 protestaba de toda participaci鏮 con los enemigos
del hombre a quien ya amaba m嫳 que a su vida, y calculando al propio
tiempo lo mucho que le interesaba conocer las maquinaciones de la sultana
y de Abu-Sa蟂, para poder burlarlas, sin tomar medida alguna rigurosa
hasta el timo extremo, aun contra sus propios deseos,-resolv燰se a
separarse de la hu廨fana, hacia quien sent燰 desconocida inclinaci鏮
poderosa, confi嫕dole velase por su vida, y sin precaverse de otro modo.

Cuando a la ma鎙na siguiente despertAixa, el sol inundaba alegre y
regocijado el al-hamy-donde ten燰 su lecho. Las emociones que hab燰n
combatido su esp甏itu el d燰 anterior eran tantas y tan grandes, que Allah
compadecido hab燰 derramado sobre ella ben嶨icos ensue隳s, en los cuales
hab燰 gustado todos los deleites del para疄o, al lado de Abd-ul-Lah, su
enamorado, de cuyos labios de fuego sent燰 a las huellas en la frente.

Saltando desnuda al pavimento desde la tarima de pintados aliceres
sobre los cuales se extend燰n los blandos almohadones en que hab燰 pasado
la noche, cayde rodillas, y all invocando el santo nombre de Allah,
como ten燰 de costumbre y le hab燰 en su ni鎑z ense鎙do la anciana que
cuidde sus primeros a隳s en los riscos de la Alpujarra, dio gracias al
Se隳r del trono excelso por sus mercedes, y le pidiprotecci鏮 para ella
y para el Pr璯cipe, de quien no se apartaba su pensamiento.

Abr燰se el al-hamy en una estancia de no grande anchura, toda ella
cubierta de esmaltadas labores de yeser燰; fing燰 la techumbre complicada
labor de estrellas y de lazos, vivamente coloridos, y entre las rizadas
hojas de acanto y de loto, y las pi鎙s graciosamente combinadas con
arquillos y con ondulantes cintas que llenaban los muros, al levantar la
vista, como respuesta a sus deseos y promesa de sus esperanzas,
resplandec燰n a la luz brillante del sol ora en caracteres cicos ora en
africanos, multitud de inscripciones doradas que se destacaban sobre el
fondo labrado, todas ellas declarando al un疄ono:
La felicidad y la prosperidad sean para mi due隳.

Teni幯dolo por buen augurio, y ya completamente tranquila, termin
sus oraciones, y antes de llamar a ninguna de las doncellas puestas a su
servicio, dejose caer sobre el pavimento y se entrega serias
meditaciones.

La protecci鏮 de Allah para con el Pr璯cipe, era segura, y se鎙les
evidentes de ello resultaban, primero el lenguaje expresivo de los astros,
y despu廥 la fortuita circunstancia de que a su pensamiento hubieran
respondido los ep璲rafes murales de aquella estancia: el Sult嫕 triunfar燰
de todos sus enemigos, de la sultana Seti-Mariem y de Abu-Sa蟂; aquello
era indudable... Pero 穌ui幯 podr燰 evitar cualquier contingencia no
prevista, que hiciese en realidad inil la protecci鏮 del cielo? 燙er燰
ella capaz de detener a aquellos que atentaban contra la existencia del
Pr璯cipe? 澧u嫮 habr燰 de ser al propio tiempo su suerte?...

Sumida en este linaje de consideraciones, permaneciAixa largo rato,
sin acordarse de que el tiempo transcurr燰: de la pasada noche, ni aun
conservaba el recuerdo... La herida de la frente no hab燰 casi dejado
huella, y oculta pod燰 estar entre las guedejas de su cabellera, o entre
los pliegues de la toca: hermosos eran los colores de sus mejillas, y en
sus ojos se trasluc燰 la satisfacci鏮 que le embargaba, semejando en aquel
traje, en que luc燰 todos sus encantos, una de las hur獯s del para疄o
prometido por Allah a los buenos musulmanes.

Al fin, y escuchando ruido en la puerta de la estancia, hizo un
movimiento, y volviendo otra vez al lecho, que hab燰 abandonado, dio orden
de entrar a sus doncellas, pues ellas eran las que se insinuaban de
aquella suerte, abandon嫕dose despu廥 indolentemente en sus manos, que en
balde pretend燰n acrecentar los hechizos de la ni鎙.

Entregada de lleno a la lucha tenaz que en su esp甏itu ten燰n trabada
por un lado el amor que profesaba al Pr璯cipe y la gratitud por otro de
que aparec燰 ostensiblemente deudora a la sultana Seti-Mariem y a
Abu-Sa蟂, vio no sin zozobra Aixa discurrir dentro de su aposento las
horas de aquel d燰, sin que turbara su reposo nadie; s鏊o al caer la
tarde, con la solemne majestad con que en oto隳 desciende el sol a
ocultarse tras de los lejanos t廨minos del horizonte, mientras ella echada
de pechos sobre el alf嶯zar de un ajimez segu燰 con la vista el vuelo de
las golondrinas que giraban lanzando agudos gritos por el
espacio,-abri幯dose en silencio una puertecilla perfectamente disimulada
entre la yeser燰 del muro, apareciSeti-Mariem envuelta en los anchos
pliegues del lujoso izar que la cubr燰, y avanzando sin hacer ruido hasta
donde continuaba embelesada su protegida, la tocligeramente en el
hombro.

Volviose entonces estremecida la muchacha al contacto de aquella
mano, y al hallarse frente a frente de Seti-Mariem, mortal palidez cubri
su rostro; mas acord嫕dose de la promesa hecha al Sult嫕, ensayaron sus
labios una sonrisa, y con acento que procurfuese cari隳so, exclam
levant嫕dose:

-激res t... Que Allah te bendiga, como yo te bendigo, y te colme de
ventura cual te deseo!

-Que 匜 te oiga, y derrame sobre ti sus favores,-replicla
sultana.-Ciertamente que te habr嫳 impacientado permaneciendo aqutodo el
d燰 sola...-repuso.-Pero no siempre es dado a las criaturas el cumplir sus
prop鏀itos.


-Ases, se隳ra,-dijo Aixa-Mas no creas que mi impaciencia haya sido
grande, pues en mi soledad me acompa鎙ba tu recuerdo, y adem嫳 pensaba en
mi madre... Mi madre, a quien no he conocido, y en cuya busca vine a
Granada!

-Pobre ni鎙-exclamcon tono compasivo la sultana.-Allah vela por sus
criaturas, y 匜 premiarel amor profundo que guardas hacia la que te dio
el ser y te ha abandonado... Tengo la seguridad-a鎙dicon acento y
ademanes insinuantes-de que, tarde o temprano, me serposible devolverte
al cari隳 de tu madre, y por esta parte debes estar tranquila, tanto m嫳
cuanto que el Amir de los muslimes (︾rosp廨ele Allah!) te ha prometido
formalmente su auxilio...

-Es verdad, y en 幨 y en ti conf甐.

-﹒h! M嫳 en 幨 que en m積o es cierto?... 匜 es el Pr璯cipe de los
creyentes, el soberano de este hermoso reino de Granada, y su voluntad es
ley suprema... Tiene a su disposici鏮 medios superiores, y un ej廨cito de
gentes que sabr嫕 descubrir lo que 幨 quiera, y qui幯 sabe si a estas
horas el secreto que tpretendes con tanta raz鏮 saber, habrya
desaparecido, y en breve, esta noche quiz嫳, podr嫳 echarte en brazos de
tu madre como anhelas!

-Que Allah te oiga-exclamconmovida Aixa, enjugando las l墔rimas que
se hab燰n agolpado a sus ojos.

-S.. Sme oir ni鎙-repuso Seti-Mariem.-Y mientras tanto, aqu
en esta casa podr嫳 libre de todo riesgo esperar ese feliz momento, pues
me has interesado y s鏊o quiero tu bien...

-﹒h! 澧on qupodrpagar yo tantas bondades?-dijo la hu廨fana,
cayendo en el lazo que tan diestramente le hab燰 tendido la sultana, y
dejando que la conversaci鏮 llegase al terreno preparado por 廥ta.

-Pagarlas! Qui幯 piensa en eso! No permita Allah que yo deje nunca
expuesta a los peligros que la hubieran podido amenazar, a una criatura
predilecta suya, a quien ha concedido pr鏚igo los tesoros de su gracia,
haci幯dola por esto superior a sus semejantes!... No!... No sadem嫳 qu
voz secreta me lleva hacia ti, cuando apenas te conozco, y te miro ya como
hija m燰...

-Allah te premie, se隳ra-acerta balbucir Aixa, realmente
emocionada, y no sabiendo c鏔o explicarse el lenguaje de aquella mujer.

-Si tquisieras... Oh! Pero no querr嫳, no querr嫳, y a muy poca
costa podr燰s pagar eso que llamas mis beneficios...

-熹udeseas?...-dijo Aixa-Yo har se隳ra, de buen grado, todo
cuanto ordenares, porque en ello tendrverdadera complacencia.

-Si tquisieras, yo ser燰 para ti la madre que buscas... Te rodear燰
de ese amor que no has gustado y en pos del cual te afanas... Vivir燰s a
mi lado tranquila y sosegada, y acaso, acaso-a鎙dicon expresi鏮 alg
tanto maliciosa-lograses por tal medio la realizaci鏮 de alguna esperanza,
quiz嫳 nacida ha poco: desde que te hallas en Granada...

-No te entiendo-expresla ni鎙, poni幯dose ya en guardia.

-燒o me entiendes?... Pues bien: cesa de buscar esa madre quim廨ica,
que quiz嫳 ya no exista. Yo la reemplazarcon ventaja y sertuyo mi
cari隳. Te colmarde riquezas, y te hartan grande, tan grande, que los
mayores y m嫳 altos de Granada tengan a favor el besar la fimbria de tu
vestidura... 燐e entiendes?...

Hizo Aixa una se鎙l afirmativa con la cabeza, y la sultana prosigui

-Para ello, s鏊o exijo de ti un poco de afecto, y sumisi鏮 absoluta a
mi voluntad, que por otra parte no habrde molestarte mucho...

-Eso, se隳ra-dijo Aixa,-siempre lo tendr嫳 en m aun sin renegar de
mi madre, ni cesar en las pesquisas que debo comenzar en breve...

-Ya lo s hija m燰, y no es a eso a lo que aludo... Lo que yo
ambiciono para ti, lo que quiero, es que en premio de tus virtudes y como
recompensa de tu cari隳, vea yo a tus pies enamorado al Sult嫕 de
Granada...

-熹udices, se隳ra?-preguntAixa comprendiendo al cabo el alcance
de la proposici鏮 que tan embozadamente le hac燰 la sultana.

-燕iensas que ignoro el efecto que en ti ha causado, y el que tle
has producido? 澧rees que desconozco lo irresistible de tus encantos? Nada
se me oculta, hija m燰, y leo en tu coraz鏮 como en un libro abierto...
Con que, quedamos, asAllah te proteja-a鎙di-en que me mirar嫳 de aqu
en adelante como si fuera la madre desnaturalizada que buscas, y en que me
proporcionar嫳 el placer inmenso de mostrarme aqu en esta estancia,
postrado a tus pies y rendido de amor al Pr璯cipe de los muslimes.

Mal se aven燰 ciertamente con la lealtad ingenua de la doncella, el
papel de cuyo dif獳il desempe隳 le hab燰 encargado Abd-ul-Lah la anterior
noche; por eso, ante la proposici鏮 de la sultana, nerviosa sacudida
conmovitodo su cuerpo repulsivamente. Sin ser due隳 de su persona,
olvidada de cuantas recomendaciones el Pr璯cipe le hab燰 hecho, y aun de
los favores que aparentemente deb燰 a Seti-Mariem, alzose de su asiento, y
exclamindignada sin poder ya por m嫳 tiempo contenerse:

-。鏔o, sultana!... 燕retendes, por ventura, que yo te entregue la
sagrada persona del Amir de los fieles, para desembarazarte de 幨?... 激s
para esto para lo que ty el pr璯cipe Abu-Sa蟂 hab嶯s fingido
protegerme?... Por Allah, que no esperaba de ti semejante cosa!

Mientras Aixa pronunciaba con acento r嫚ido tales y tan inesperadas
palabras, hab燰se operado en el semblante de Seti-Mariem transformaci鏮
tan grande que causaba espanto. Como si hubiese sentido la mordedura de un
嫳pid, l癉ida, descompuesta, amenazadora, levant墎ase de un solo impulso
del asiento que ocupaba, y avanzando hacia la ni鎙, que la miraba
sobrecogida de miedo, asiola terrible por un brazo, mientras dejaba como
silbidos salir una a una de sus labios las frases, entrecortadas por la
c鏊era.

-﹐iserable! 熹uhas dicho? rugi-El secreto que has descubierto
vale tu vida, y con ella pagar嫳 tu audacia!... S.. Es verdad! 澤 qu
ocultarlo cuando ya lo sabes?... S quiero que el que se llama Sult嫕 de
Granada, ese engendro aborrecido del infierno, caiga en mis manos, sin que
nada ni nadie pueda acudir en auxilio suyo!... Lo quiero, y tser嫳 quien
me le entregue... 澦as o獮o?... T Porque esa es mi voluntad!

-﹗u voluntad!-replicAixa-Muy grande es tu poder, se隳ra, no lo
ignoro-a鎙dicon voz solemne,-pero sobre 幨 estel poder del Se隳r de
las criaturas, que me ha dado tambi幯 a m pobre y desvalida muchacha,
voluntad para oponerme a la tuya!...

-。u嫕 grande es tu error!-dijo Seti-Mariem procurando contener la
c鏊era que de ella antes se hab燰 apoderado, y dando a sus palabras
entonaci鏮 agresiva.-燒o eres tZahor 燒o sabes leer en el curso de los
astros la suerte de los dem嫳?... Pues 盧鏔o no has le獮o la tuya?... Por
ventura 積o te han dicho los genios, desventurada, que eres esclava m燰,
esclava de la sultana Seti-Mariem, y que tengo sobre ti derecho de vida y
muerte?...

-•sclava! Esclava yo, que no he tenido otro se隳r y due隳 que Allah,
}endito sea!... Yo, que he nacido libre, y libre he sido siempre como la
alondra en los aires, como el manantial en las monta鎙s, como el c嶨iro en
los prados!... 燕iensas por ventura detenerme contra mi voluntad?...•s
inil!

Y asdiciendo, Aixa se encaminr嫚ida como el pensamiento hacia una
de las puertas de la estancia, que hallcerrada como las restantes, y que
golpeen vano repetidas veces. Entonces, y mientras la sultana la
contemplaba sonriendo ir鏮icamente, volvial ajimez donde se encontraba
cuando hab燰 aquella aparecido de improviso, y pretendiarrojarse por 幨;
pero tambi幯 aquel camino estaba cerrado, pues al pie del muro distingui
un grupo de esclavos y servidores de la sultana...

-•stoy en tu poder!-exclamal cabo...-En tu poder! Pero nada
conseguir嫳 de m si no me devuelves la libertad que tan inicuamente
tratas de arrebatarme!

-Por Allah, que ya era hora de que te convencieses!...

Est嫳 en mi poder, y seren balde cuanto intentares para librarte...
Ya lo has visto... Ni el mismo que se ufana con el t癃ulo de Sult嫕 en
Granada, podrarrancarte de mis manos... La alusi鏮 que Seti-Mariem
acababa de hacer al soberano Pr璯cipe de los muslimes, lejos de exasperar
a Aixa, como aquella esperaba, goz嫕dose de antemano, devolvia la joven
la calma que por breve momento hab燰 olvidado; pues acudiendo entonces a
su memoria las recomendaciones de Abd-ul-Lah, y reserv嫕dose el aprovechar
cualquier coyuntura favorable, fingiceder a su propia debilidad, y
recobrando sobre sel dominio perdido, se mostrabatida y como resignada
con la suerte que la ambiciosa madrastra del Amir la reservaba.

-•n tu poder!-repitis鏊o.-S tienes raz鏮-a鎙di-熹upuedo
contra ti, miserable hu廨fana?... 熹ui幯 habrde reclamar en mi nombre,
cuando a nadie conozco?... ﹗en compasi鏮 de m se隳ra!... Allah, sobre
todos los bienes que me ha concedido, me dio el de la libertad, como el
m嫳 precioso e inestimable... Yo, a modo del pajarillo, necesito el
espacio para vivir y cantar de rama en rama... 熹ute importa mi persona?
熹uganas con tenerme aqucautiva, tque tantas esclavas m嫳 iles que
yo posees, cuando no sirvo para nada?... D嶴ame que tienda el vuelo por el
espacio... Devu幨veme mis andrajos, con los que he sido tan dichosa, y
jam嫳 pronunciartu nombre sino para bendecirle!

-Basta ya, muchacha!...-replicla sultana con dureza.-Acude si
quieres a los genios que te protegen, o al imb嶰il Abd-ul-Lah, en quien
sin duda piensas...

-Oh!... M甏ame a tus plantas, y s sultana, generosa!... Mu憝ate a
piedad mi desconsuelo!... Tno puedes decir eso sino para burlarte de
esta pobre ni鎙 abandonada!... Dime por Allah que soy libre como lo he
sido siempre!

-Ciertamente que me inspiran l嫳tima tus lamentos-dijo Seti-Mariem
con tono despreciativo. -Ignoras sin duda que te he adquirido en muy
crecida suma, y que ser燰 necedad deshacerme de ti cuando tan cara me has
costado y tan iles han de serme tus servicios... Mas quiero, a pesar de
todo, ser contigo magn嫕ima, y para que de ello te persuadas, ten por
seguro que s鏊o de ti depende el que recobres tu condici鏮 ingenua...

-熹udebo hacer para ello?... 燒ecesitas mi vida?...

-No es tanto, por Allah, lo que habrde exigir de ti-contestla
sultana.-El precio de la libertad que te prometo, y que ni sni me
importa saber c鏔o has perdido, no llega a tanto como a exigir el
sacrificio de tu vida...

-Habla, se隳ra m燰, habla!-exclamla joven arrebatadamente y
continuando en el papel que se hab燰 impuesto.-Habla-repuso,-y ya que he
sido v獳tima de secuestro incomprensible, no habrcosa que no intente
para recobrar el bien que me ha sido arrebatado!...

-Pues bien, muchacha-continuSeti-Mariem lentamente, sin sospechar
el doble juego de Aixa y sin apartar sus ojos de ella.-No s鏊o recobrar嫳
la libertad por que suspiras, sino que asegurartu porvenir con larga
mano mientras vivieres... Pero es preciso para esto, como te dije antes,
que tu voluntad desaparezca ante la m燰 sin esfuerzo, y te halles siempre
sumisa, dispuesta a obedecer mis 鏎denes, sin pretender jam嫳 conocer la
causa de ellas, ni rebelarte nunca... Bien es verdad que ser燰 inil,
pues no habrhora del d燰 cuyo empleo por tu parte ignore, ni movimiento
tuyo que no vigilen mis gentes...

-燜anta es tu desconfianza?..-interrogla ni鎙, procurando por este
medio ocultar el efecto que le produc燰n las palabras de la sultana.

-Oh!... Teres hermosa como ninguna en Granada... Tus ojos de fuego
envenenan cuando miran, tus labios, rojos como la amapola campestre,
seducen y provocan incitantes; tu voz es como la de las hur獯s del
Para疄o, y tus mejillas son rosas por el color, y raso por la tersura...
Sin los harapos ruines que te cubr燰n, y con las joyas que te engalanan,
las gracias que te adornan te hacen irresistible, y como filtro de amor,
es preciso que postren a tus plantas rendido aquel que te he indicado...

-Todav燰, sultana!... Mucha fe te inspiran las que tllamas mis
gracias-repuso la joven.

-Si tanto amas la libertad perdida, si tanto ambicionas ser libre
como la alondra en los aires, como el manantial en la monta鎙, como el
c嶨iro en los prados... 穌ute importa?... Yo en cambio te colmarde
beneficios, recobrar嫳 a tu madre, y ambas vivir嶯s felices bajo mi
protecci鏮, que serinagotable... Pero ten presente-continuSeti-Mariem
con voz solemne y amenazadora-que si tus labios en alguna ocasi鏮 se abren
indiscretos para pronunciar otra cosa que frases de pasi鏮 a aquel a quien
ya has seducido; si te apartares un punto de mis instrucciones o te
rebelares contra mis 鏎denes, aunque por lo dem嫳 te dejo el se隳r甐 de tu
persona y el de esta casa, para que dispongas de ambos a tu antojo, no
s鏊o no recobrar嫳 la libertad por que suspiras, sino que pagar嫳 con la
vida tu desobediencia!... 燉o oyes?...

-Allah me proteja!..-exclamAixa estremeci幯dose a pesar suyo ante
las terribles amenazas que acababa de proferir la sultana.-Yo te juro-dijo
procurando dar a su voz la entonaci鏮 conveniente, y dispuesta a todo para
salvar la vida del Amir de los muslimes-que, aunque bien a pesar m甐,
cualquiera que sean tus 鏎denes, me esforzaren cumplirlas, ya que no hay
para motro camino, si he de recobrar la libertad, que es mi ico
tesoro... Pero 篡 si a despecho de todo, no lograse el fin que
apeteces?... 熹userde m...

-No lo creo. Pero si tal aconteciere, no por ello perder嫳 nada, pues
cumplirmis promesas...


-Pues bien, entonces, manda, y ser嫳 obedecida!-dijo Aixa cayendo
como desfallecida a los pies de la sultana, y en cuya posici鏮 se hab燰
conservado hasta aquel momento.

Sonriose con mal disimulada satisfacci鏮 Seti-Mariem, y atrayendo
dulcemente hacia sa la desolada doncella, la besen la frente, al
propio tiempo que exclamaba al levantarse.

-Aste quiero ver! Siempre sumisa!... Oh! Yo te f甐 que no habr嫳 de
arrepentirte de haber seguido mis 鏎denes!

Y abandonla estancia.

-Tus 鏎denes!...-repitiAixa incorpor嫕dose.-S鏊o a Allah es dado
se鎙lar a las criaturas la senda que deben seguir en esta vida!... S鏊o 匜
es Omnipotente!... Contra su voluntad manifiesta, nada puede la voluntad
de los hombres!... S...-prosiguiabism嫕dose en sus cavilaciones.-S
ver嫳, sultana, rendido a mis pies al Pr璯cipe de los fieles (︾rosp廨ele
Allah!)... Escuchar嫳 cuantas veces quisieres sus protestas de amor hacia
廥ta que tllamas tu esclava y a quien tienes cautiva... Pero no
conseguir嫳 el logro de tus torpes ambiciones... La paloma tiene alas, y
cuando llegue el momento preciso, Allah piadoso le mostrarel camino por
donde pueda volar libremente en los espacios infinitos!... Pero entre
tanto...

Ciertamente que aun dada la protecci鏮 del Sult嫕, la situaci鏮 de
aquella infeliz hu廨fana, nada ten燰 de lisonjera, seg ella misma se
confesaba. Guiada por inextinguible sed de amor, del amor puro y santo de
que no hab燰 disfrutado nunca, el amor de una madre desconocida, hab燰
llegado a vista de Granada; nada en su afanoso deseo significaban las
fatigas y las privaciones que se hab燰 impuesto, con tal de arrojarse en
brazos de la que le dio el ser. De nadie era conocida, no ten燰 m嫳 amigo
que Allah, ni otro protector que 匜, en quien confiaba... 燕or quhab燰
seguido a Abu-Sa蟂, y por quaceptsu protecci鏮? Sin duda estaba
escrito... Oh! si ella en vez de seguir al pr璯cipe, hubiese llegado hasta
las mismas puertas de la ciudad, como se propon燰!... Quiz嫳 entonces no
hubiera conocido al Sult嫕, ni sentir燰 su alma embargada por el extra隳
sentimiento que no sab燰 explicarse c鏔o hab燰 nacido! Entonces no habr燰
perdido tan inicuamente la libertad, ni se hallar燰 en el duro trance en
que la suerte la hab燰 colocado...

Pero, despu廥 de todo, aquellas reflexiones a nada conduc燰n. Lo
hecho, estaba hecho, y no era dable al mismo Allah deshacerlo. Lo que
urg燰, lo que interesaba, era resolver la conducta que en lo sucesivo
deb燰 observar, dadas las amenazas de aquella mujer ambiciosa y temible,
que no vacilar燰 en sacrificarla... Ella pod燰 haber seguido al Sult嫕 la
noche precedente... Pero 盧omprender燰 el joven Mohammad lo intenso, lo
desinteresado, lo puro de su cari隳?... 澧orrespond燰 a 幨?... Esto, en
realidad, aunque le importaba mucho, no era en aquellos momentos supremos
lo interesante. El Sult嫕 le hab燰 dado el encargo de velar por su vida y
de penetrar las maquinaciones y los planes de la sultana... Era evidente
que 廥ta deseaba atraerle a los pies de la pobre hu廨fana, colocar el amor
que le hubiere inspirado como cebo, y aprovechar las circunstancias para
apoderarse del Pr璯cipe a mansalva, sin esc嫕dalo, y deshacerse de 幨...;
ella deb燰 prevenirle, pues le hab燰 prometido el Sult嫕 que todas las
noches acudir燰 a verla... Pero 盧鏔o avisarle? de qumanera hacer llegar
hasta 幨 la noticia de lo que se tramaba? Ella sab燰
escribir-pensaba.-Pero 盥e qule serv燰? 澳e qui幯 podr燰 valerse para
que lo escrito llegase a manos de Mohammad? 澧鏔o se lo dir燰? La sultana
hab燰 declarado que sus gentes la vigilar燰n sin descanso, y que le dar燰n
cuenta del menor de sus movimientos, amenaz嫕dole de muerte si pon燰 sobre
aviso al Pr璯cipe... Morir! Qule importaba! Allah la recompensar燰 en la
otra vida! Pero 窺alvaba con su muerte al Sult嫕? 燒o buscar燰n otro medio
para apoderarse de su persona?...



- VI -


QUtristes fueron para la pobre hu廨fana, y qulentas las horas de
aquella noche, s鏊o Allah lo sabe! Y con quansia las hab燰 esperado no
obstante, apeteciendo que acelerasen su carrera a trav廥 de las ramas de
los naranjos y de los limoneros del misterioso jard璯, como estrella
perdida en la inmensidad de los cielos, toda la noche hab燰 resplandecido
la luz de la l嫥para del aposento de Aixa, filtr嫕dose por las
entrelazadas celos燰s del cairelado ajimez, por donde penetraba
embalsamada y fresca la brisa juguetona, agitando sus alas incesante. Como
irisada perla dentro de su concha, o preciosa alhaja guardada en su
estuche,-en aquella estancia de esmaltadas yeser燰s, de techumbre
peregrina de colgantes, y de alicatados z鏂alos,-envuelta en nubes de
perfumes que desped燰 esferoidal pebetero en sutiles espirales de humo
nacarado por cada uno de los agujerillos que perforaban su superficie,
aparec燰 Aixa, hermosa como un sue隳, reclinada sobre las muelles
al-martabas o cojines de brocado, del sofen que reposaba con elegancia
natural el cuerpo.

De tez morena y de color quebrado; los ojos negros, brillantes y
so鎙dores; los labios, hedos y jugosos provocativos y encendidos como la
flor de fuego del granado; la frente espaciosa; dulces y perfectas las
facciones; negro y abundante el cabello, recogido a la espalda; la mirada
penetrante y apasionada; angelical aunque dolorosa la expresi鏮; breve el
pie, y delicada y carnosa la mano,-semejaba en aquel aposento la joven
sobrenatural visi鏮 fascinadora, m嫳 que ser real y viviente.


Cubierta llevaba la cabeza por gracioso bonetillo de raso, en torno
del cual se arrollaba al desgaire en pliegues transparentes el blanco izar
de gasa, con finas randas de oro en los extremos; ce劖an la contorneada
garganta sartales de alj鏹ares, y entre ellos, peregrino collar de oro,
cuyos colgantes de filigrana desaparec燰n entre el encaje del pecho, que,
a manera de espuma perfumada, velaba discreta los encantos de la ni鎙;
anchas ajorcas, tambi幯 de oro, con resaltadas piedras preciosas en el
centro, ce劖an sin oprimirles sus brazos de esculturales contornos, medio
ocultos entre las amplias mangas de la aljuba de rico brocado que vest燰 y
sujetaba a la cintura, dibujando la incitante curva de sus anchas caderas,
vistosa faja tejida de oro y plata y sedas de los m嫳 vivos matices; y
mientras otras ajorcas gruesas de aquel metal abrazaban la garganta de
aquellos breves diminutos pies calzados de chapines de bordado raso
blanco,-por bajo de las faldas de la aljuba, cubriendo en parte los
zaraglles ajustados, descubr燰se la alcandora de labrada seda, blanca
como la nieve de la cercana sierra, y sobre ella resaltaba la fimbria
recamada de la aljuba.

Triste era la expresi鏮 de su semblante, en aquel momento iluminado
por los rayos de la calada l嫥para de plata que pend燰 del almoc嫫abe del
techo, y arrugaban la tersura de su frente los pliegues de profunda
arruga, al mismo tiempo que el encaje del corpi隳 y los colgantes del
collar se agitaban a comp嫳 de la respiraci鏮 intranquila de la hermosa.

Apoyada la cabeza sobre la mano derecha, permanec燰 con la mirada
fija ora en el tapiz que cubr燰 la cairelada puerta de la estancia, ora en
el pedazo de firmamento, que recortaba el ajimez y que cruzaban por mil
partes los geom彋ricos dibujos de la celos燰. Olvidada al parecer de s
propia, quiz嫳 dejaba en trastornador diliquio vagar el pensamiento por
las regiones desconocidas e inabordables de la fantas燰, o evocaba acaso
el recuerdo de placeres apetecidos y no logrados...

Hondo suspiro entreabrisus labios al postre; y con manifiesto
esfuerzo y marcada impaciencia, dejose deslizar de los almohadones hasta
ponerse en pie sobre el pavimento de alabastro, sin cuidar para nada del
aderezo de su persona; y si hermosa con verdad aparec燰 sobre los cojines
en que hab燰 hasta entonces permanecido, m嫳 hermosa a aparecial
desarrollar las elegantes formas de su cuerpo, su talle erguido y
flexible, su gentil y esbelto continente.

-。u嫕to tarda!-pensaba apart嫕dose lentamente del sofy
dirigi幯dose indecisa hacia el ajimez.-。u嫕to tarda!

Aquella noche era la primera que transcurr燰 desde que mutuamente se
hab燰n ella y el Pr璯cipe confiado el amor que les un燰... 俊odas las
noches vendra verte,le hab燰 幨 dicho apasionado al despedirse; y sin
embargo, las horas pasaban perezosas, lentas, implacables y 幨 no ven燰...
Ya hac燰 rato que el eco hab燰 llevado a sus o獮os el preg鏮 lanzado a los
cuatro vientos, y con que desde la sumude la cercana Mezquita-Aljama
convocaban los muezines a los fieles para la oraci鏮 de al-漮ema... 燉a
habr燰 olvidado?... 燕or quno ven燰?... 熹upasaba?... 澦ab燰
conseguido la sultana sus reprobados designios?... 燙er燰n s鏊o vanas
promesas las palabras cari隳sas con que el joven Pr璯cipe hab燰 sabido
hacer suyo aquel coraz鏮, ya por 幨 impresionado?...

Quamargos momentos!... Quconfusi鏮 de ideas se agolpaban en aquel
cerebro, donde a intervalos resonaban las amenazas de Seti-Mariem, duras y
crueles, y las halagadoras de Mohammad, dulces y embriagadoras!... Pero no
pod燰 ser... Ella hab燰 visto al Sult嫕 tr幦ulo a su presencia; hab燰
sentido arder sus manos en las suyas, y hab燰 le獮o en los ojos del
mancebo.

Intranquila, desasosegada, ahog嫕dose dentro de aquella estancia,
llegpor timo al ajimez, y abrila celos燰 de arom嫢ico alerce.

Como en tropel, una bocanada de aire penetrrumorosa por la
abertura, azotsu semblante y agitla l嫥para, haciendo oscilar la luz
que conten燰...

Silencio fuera; quietud de todos lados... Nada que la sirviera de
consuelo en su af嫕...

S La hab燰 olvidado de seguro! Y despu廥 de todo, 穌ui幯 era ella
para osar alzar la vista hasta el Pr璯cipe de los muslimes?... Merecido lo
ten燰! 燕or qufiar loca en palabras que no compromet燰n a nada?... 燕or
qusuponer neciamente que el Sult嫕 hubiera podido enamorarse de ella?...
熹ude particular ten燰 en su persona, para que en dos solas veces que
hab燰 visto a Abd-ul-Lah, hubiese 廥te reparado en ella como para
entregarle su cari隳?...

Ya pod燰 la sultana Seti-Mariem amenazarla: no conseguir燰 nada... No
era culpa suya si el Pr璯cipe no la amaba... Aquello era realmente
providencial; s鏊o Allah pod燰 haberlo dispuesto, sin duda para libertar
de las asechanzas de sus enemigos al Sult嫕 de Granada!... Si era aquella
la voluntad de Allah 瘸 quoponerse?... Bien dispuesto estaba... A Allah
s鏊o estreservado el conocer lo que se oculta en el coraz鏮 de las
criaturas!...

As en profunda agitaci鏮 incesante, vertiendo a ratos abundantes
l墔rimas, cobrando en ocasiones esperanzas que se desvanec燰n en breve,
con el coraz鏮 dolorosamente oprimido, unas veces asomada al ajimez, otras
recorriendo palpitante las calles del jard璯, y par嫕dose a escuchar con
frecuencia detr嫳 del macizo port鏮, asvio Aixa discurrir la noche, y
asla sorprendiel alba...

Rendida por el insomnio, hab燰se quedado como aletargada sobre uno de
los sof嫳 del aposento, permaneciendo en aquella disposici鏮 largas horas,
tantas, que al despertar era ya muy tarde, y el sol hab燰 recorrido la
mitad de su carrera.

Delante de ella, espiando sus movimientos, estaba la sultana
Seti-Mariem; siempre aquella mujer funesta! 熹ule querr燰?

Incorpor嫕dose sobre los almohadones, la doncella, sin dar tiempo a
que le dirigiese la menor pregunta, exclamcon acento l嫕guido, e
impregnado de tristeza:

-Cu嫕 iniles han sido tus prevenciones, sultana, y cu嫕 en balde
fiabas en lo que tllamas mi hermosura!...

-Pronto desmayas en tu empresa-replicSeti-Mariem.-S ya sque
esta noche pasada aguardabas, seg te hab燰 prometido, a ese desventurado
joven a quien reconocen como Amir los granadinos, y que no ha venido a
verte... Mis gentes ten燰n orden de franquearle el paso.

-澧鏔o he de cumplir tus 鏎denes, se隳ra, si me ha olvidado!

-Olvidarte!... No lo creas: eres sobrado bella para que tal haya
acontecido... Tranquil瞵ate... Ya ves c鏔o yo estoy tranquila, y eso que
mi ansiedad y mis deseos son a mayores que los tuyos!- repuso la sultana
con marcada iron燰.

-S es verdad-dijo Aixa, que ante su dolor hab燰 ya olvidado por su
parte las intenciones de aquella mujer.-Tienes raz鏮...

-Tanta que, por Allah, no puedes comprenderla, tque has tomado por
lo serio el amor de Mohammad, y has dejado que tu coraz鏮 se entregue...
Pero 穌ume importa? Si al servir mis intereses satisfaces tus ansias, no
creas que habrde ser yo quien se oponga a ello... Pudieran mis gentes
apoderarse de tu enamorado, si logramos atraerle a esta casa, cuando
trasponga los umbrales; pero no me conviene que desaparezca de ese modo...
No quiero que sospechen de m..

-No vendr No vendr-repitientre l墔rimas la joven...-No vendr
porque los buenos genios le habr嫕 advertido de los riesgos que corre en
este sitio... No vendr porque Allah no lo puede consentir...

-Te enga鎙s, Aixa; vendr porque tle escribir嫳 una carta
desolada... Vendrporque te ama, lo s.. Vamos, lev嫕tate; desecha tus
temores, y escribe lo que yo te dicte.

Y asdiciendo, aproximaba una de las taraceadas mesillas que en la
estancia hab燰, al lugar donde la enamorada ni鎙 se encontraba; y sacando
de entre los pliegues de su tica algunas hojas de papel brillante y de
color de rosa, un tintero y un caldam de ca鎙 pulimentada, deposittodo
ello sobre la mesilla, y empujsuavemente a Aixa.

-Por ventura 磧a anciana de quien tantas cosas aprendiste, no te
ense嚧 a escribir?...

Tentada estuvo Aixa de contestar con una se鎙 afirmativa pero en
medio de su quebranto y advertida por sus recelos, deja la sultana en la
creencia de que ignoraba manejar el calam, contestando:

-Pluguiera a Allah 〔nsalzado sea! que las lecciones de aquella a
quien tuve por madre hubieran llegado a tanto... Oh! No sescribir,
sultana!...

-Pues en tal caso-dijo 廥ta,-y pues Mohammad desconoce semejante
circunstancia y no ha visto nunca mi letra, seryo quien por ti le
escriba.

Y sin aguardar respuesta, acomodose en un coj璯 y empezla carta.

En ella, empleando apasionadas frases, pint墎ale el desconsuelo de
Aixa con tan vivos colores, llam墎ale con tal elocuencia y empleaba tal
lenguaje, que la misma joven, a haber dictado la carta, no habr燰 empleado
de seguro palabras distintas.

Leya Aixa la sultana el escrito, y cerr嫕dole con el sello de la
ni鎙, despidiose de ella, diciendo:

-Dentro de poco tendr嫳 respuesta, y yo te f甐 que Mohammad en
persona vendra tra廨tela... Ensancha el coraz鏮, muchacha... Enjuga esos
ojos, y que torne la sonrisa a tus labios... Cuesta tan poco el ser
feliz!...

Costaba poco, era verdad; y tan poco, que s鏊o aquellas palabras de
la ambiciosa sultana hab燰n bastado para devolverle la calma en parte...
熹udir燰 el Pr璯cipe al leer la misiva? 燄endr燰? Era seguro. Si en su
coraz鏮 hab燰 algo de aquel celestial sentimiento que embargaba dulcemente
el de la ni鎙, vendr燰... Si no...

Pero no hubo necesidad de que se entregase a las negras cavilaciones
que toda aquella noche hab燰n exaltado su cerebro.

Queriendo abreviar las horas, tomun la, y al estilo de su pa疄
natal, comenza cantar aquel pasaje del poema de Anthar, en que Abla se
queja amargamente del desv甐 que le finge su enamorado...

Despu廥, converscon sus doncellas: pobres muchachas del interior
del 繈rica, que apenas comprend燰n su lenguaje... Luego, al declinar la
tarde y despu廥 de hecha la oraci鏮 en el mossalah de la casa, quiso
engalanarse para agradar m嫳 al Sult嫕, y pasal aposento destinado a
tales usos, donde deja las esclavas que la adornasen a su gusto,
cuidando de que entre todas las joyas resplandeciese siempre el magn璗ico
collar que el Pr璯cipe le hab燰 regalado...

Tendila noche por fin, serena y majestuosa, su bordado cresp鏮 de
estrellas... Apagose por timo todo ruido, y llena de natural
impaciencia, Aixa, ansiosamente echada de pechos sobre el alf嶯zar del
labrado ajimez, mientras respiraba con delicia el perfumado ambiente,
sent燰 al m嫳 ligero rumor que el coraz鏮 saltaba dentro del pecho.

。on qudulce sobresalto oylos golpes dados discretamente en el
port鏮 del jard璯! 。on quaf嫕 quisieron sus ojos sondear las tinieblas,
y con quagitaci鏮 tan agradable escuchel crujir de la arena en las
calles del jard璯 al poco rato!

Era 幨!... Bendito sea Allah! Deb燰 serlo!... No la hab燰 olvidado, y
acud燰 a su cita!... Cu嫕tas cosas ten燰 que decirle!... Pero 盧鏔o?...
Las estancias todas de aquel palacio parec燰n tener o獮os... La sultana lo
hab燰 dicho.. Todo cuanto ella le dijese, todo cuanto hiciera, ser燰
conocido de aquella mujer maldita!... 澧鏔o averiguar si eran s鏊o
medrosas amenazas las palabras de Seti-Mariem?... Si eran verdad, si no
exageraba, entonces, 穌urecurso emplear?... Casi estaba pesarosa de que
el Pr璯cipe hubiese asistido a la cita...

Cuando el rumor de los pasos, que hallaban singular resonancia en su
pecho, se hubo extinguido dentro del edificio, apartose Aixa del ajimez,
cuyas celos燰s cerrde golpe, y r嫚ida como la gacela en la pradera, se
dirigia la ica puerta del aposento...

Alzcon mano temblorosa el tapiz que cubr燰 la entrada, y
conteniendo la respiraci鏮, aguardbreves instantes, suspensa entre mil
zozobras, hasta que al fin la luz templada de la l嫥para iluminel cuerpo
de un hombre avanzando sin vacilar por el corredor que guiaba desde el
piso bajo.

Lanzdespu廥 un grito, y sin darse cuenta de sus movimientos, avanz
hacia el reci幯 venido, y ech嫕dole al cuello los contorneados brazos, le
estrechfebril contra su pecho.

•ra 幨!...

Luego, asque ambos estuvieron en la estancia, ella ruborosa y como
avergonzada, apartose con los ojos bajos de su lado, en tanto que 幨,
atray幯dola, la besen los labios, exclamando:

-,ixa m燰!

-Tuya y me olvidas!...-dijo ella dej嫕dose abrazar y cayendo l嫕guida
sobre uno de los sof嫳 inmediatos.

-No me culpes, bien m甐-replicel Sult嫕-Si ha sido grande tu
disgusto por mi falta, no ha sido menor el m甐... Por otra parte, me
ocupaba en asuntos relacionados contigo... Y ocuparme en cosas tuyas 積o
era vivir en ti?... Pero aqume tienes, y yo te prometo que tus ojos no
volver嫕 a verter m嫳 l墔rimas por mi culpa... 澧re疄te que te hab燰
olvidado?.. Primero olvidarAllah 〔nsalzado sea! el cuidar del destino
de las criaturas, que te olvide a ti mi coraz鏮, lleno del amor tuyo!

-No squfiltro me dan a beber tus palabras, que a tu lado, nada
recuerdo ya!... Es tan grande mi dicha, que, ya lo ves, se隳r: si lloro,
lloro de felicidad. Todo el mundo se cifra para men tu cari隳... Todo el
mundo!.. Quisiera tener cien lenguas, como el 嫫bol que crece en el
para疄o, para decirte con todas ellas al propio tiempo, asAllah me
salve, cu嫕to te amo... Quisiera que ty yo, los dos solos, lejos de este
aposento, muy lejos de 幨, si me fuera posible, nos dij廥emos
rec甑rocamente nuestro amor, sin temer o獮os quiz嫳 m嫳 enemigos que
indiscretos... Cu嫕tas cosas te dir燰 entonces!... Cu嫕tas cosas leer燰s
en mis ojos si supieras leer en ellos!...


El Pr璯cipe entre tanto hab燰 acercado un almohad鏮 a los pies del
sofdonde Aixa continuaba, y sentado sobre 幨, teniendo entre sus brazos
el talle de la hermosa, no quitaba de ella la mirada, apasionada y
ardiente.

-Sdijo Abd-ul-Lah interrumpiendo a la doncella y creyendo
interpretar sus palabras.-Leo en ellos, amor m甐, leo lo inmenso de la
pasi鏮 que el Se隳r de los cielos y de la tierra ha encendido en tu pecho,
para corresponder a la que me abrasa... Leo el placer inmenso que te
posee... 燒o es eso lo que tus ojos dicen?...

-Eso es, ciertamente... Pero dicen m嫳, mucho m嫳 que mis labios no
pueden expresar en este momento... Y si evocases, Se隳r soberano m甐, los
recuerdos del pasado, ascomo yo leo en el curso de los astros el destino
de los dem嫳, leer燰s tf塶ilmente en mis ojos el tuyo... 燒o aciertas a
leer?... M甏ame fijamente... Dime... 積o lees m嫳?...

Iba el Sult嫕 a responder con galantes frases las de su enamorada,
cuando acudide sito a su memoria cuanto hab燰 con efecto olvidado,
ante los arranques de pasi鏮 de la ni鎙... La insistencia con que 廥ta
ponderaba la imposibilidad de emplear otro lenguaje; el conocimiento del
lugar en que se hallaba y el de las circunstancias especiales que rodeaban
a Aixa; la misi鏮 que le hab燰 confiado y para cumplir la cual permanec燰
廥ta al lado de la sultana Seti-Mariem y del pr璯cipe Abu-Sa蟂, todo, con
efecto, acudien tropel a la imaginaci鏮 del Amir, y como el corcel de
batalla se encabrita bajo su armadura al escuchar el ruido de los
a鎙files, asMohammad despertbruscamente, sospechando que algo
importante deseaba comunicarle la doncella.

-Oh!...-dijo recalcando las palabras.-Si no me es dado leer a por
completo en tus divinos ojos los secretos que se ocultan sin duda alguna
en tu pecho, si me ense鎙s a deletrear en ellos, por Allah que has de ver
si aprendo en poco tiempo tus lecciones!... Pero ven conmigo, ven, y
respiraremos juntos el agradable fresco de la noche entre los 嫫boles
frondosos del jard璯... All teniendo por dosel la inmensa b镽eda de los
cielos, donde asienta el trono de Allah, ofrecer嫕 para mmayor encanto
estos breves momentos de dicha que a mi pasi鏮 concedes!... Ven-a鎙dicon
tono insinuante, por medio del cual hizo comprender a la joven que por su
parte hab燰 comprendido la intenci鏮 de las palabras que ella antes hab燰
pronunciado.

Entendiolo asAixa, y aunque no tranquila, pose en pie, como ya lo
estaba el Sult嫕, y sin inconveniente alguno en la apariencia, bajaron
juntos como aqu幨 lo deseaba al jard璯.

Por el camino, y en voz tan baja que hubiera podido confundirse con
el susurro de la brisa, Aixa aprovechlos instantes y puso al corriente
al Pr璯cipe de los intentos y de las amenazas de Seti-Mariem, que no
produjeron en Mohammad otro efecto que el de acrecentar su c鏊era hacia
ella. A su vez 幨 la prometiprudencia para tranquilizarla, y le anunci
que todas las tardes una paloma mensajera amaestrada, que enviar燰 desde
su alc嫙ar, les pondr燰 sin peligro en comunicaci鏮, para prevenir lo
futuro, y desbaratar los planes de la sultana.

Con esto, y despu廥 de breve rato de conversaci鏮 amorosa en que
ambos repitieron en mil tonos distintos sus juramentos, los cuales
escucharon los buenos genios complacientes y Allah recibiben憝olo en las
alturas,-tornaron de nuevo a la estancia de donde hab燰n salido, para
marchar luego el Sult嫕, lleno de felicidad, a sus bordados aposentos de
la Alhambra.

Fuera le esperaban el arr墈z de sus guardias y su katib o secretario,
quienes por precauci鏮 y contrariando en ello las 鏎denes recibidas,
esperaban al Pr璯cipe para librarle de cualquier peligro, tanto m嫳 cuanto
que uno y otro conoc燰n de antemano la mala voluntad de la sultana, y el
nombre del propietario de aquel edificio.











- VII -


CUENTAN las historias de aquellos felices tiempos, en que las
verdades del Islam eran todav燰 reconocidas y proclamadas en Al-Andalus, y
en que todo parec燰 por disposici鏮 suprema del misericordioso Se隳r de
ambos mundos (〔nsalzado sea!), preparado para resucitar el poder甐 de los
siervos de Mahoma, a quien Allah bendiga, renovando las glorias del
poderoso Omeyya An-Nassir, vencedor de los cristianos en tantos y tan
re鎴dos combates,-que jam嫳 el sol, desde que allpor las regiones del
Oriente asoma derramando salud, vida y alegr燰, hasta que se oculta en los
profundos senos del mar de las tinieblas por el Occidente, alumbr
complaciente felicidad m嫳 completa que la que inundaba los corazones de
Aixa y del soberano Amir de los muslimes granadinos, ni que la luna
misteriosa, como pupila vigilante del Omnipotente, y l嫥para encendida
delante de su templo celestial, sorprendiventura m嫳 verdadera que la
gozada por aquellos seres, nacidos en esferas tan distintas, y destinados
desde su cuna por la mano del Sustentador de las criaturas, a ser el uno
del otro en este mundo y en el reservado a los buenos musulmanes.

De las informaciones hechas por el cadhrespecto de aquellos
servidores de la sultana que hab燰n osado atentar contra el pudor y la
vida de Aixa, claro y patente resultaba que Seti-Mariem no ten燰
participaci鏮 alguna en aquel acto, y que sus intenciones por consiguiente
al contribuir al secuestro de la joven, no hab燰n sido tales, pues habr燰n
entonces destruido sus proyectos. Las gestiones hechas en busca de la
madre de Aixa por el Pr璯cipe, aunque repetidas con singular insistencia,
no alcanzaron igual fortuna; pues mientras recib燰n por orden del cadh
aquellos desalmados el merecido castigo, no hab燰n los emisarios del
Pr璯cipe tropezado con huella alguna merced a la cual les fuera posible
descubrir la persona a quien buscaban sin descanso por todas partes.

La luna de Xagual tocaba a su t廨mino: las brisas que enviaba por las
ma鎙nas Chebel-ax-Xolair, eran cada vez m嫳 frescas, y como promesa de
bienaventuranza para el labrador, las nubes hab燰n ya varias veces abierto
sus senos, derramando sobre la ciudad y sobre su hermosa vega abundantes
raudales de agua, con los cuales llevaba el Darro su caudal crecido, y
difund燰 a su paso la vida por los campos agostados a causa del calor
sofocante del est甐.

Todas las tardes, en la hora indecisa en que cierra el sol sus
p嫫pados para entregarse al reposo, la bella enamorada del Amir aguardaba
asomada al mirador m嫳 alto de su casa la llegada del ave mensajera que le
enviaba aqu幨, y que era portadora de inefables delicias para entrambos.

﹔ualegr燰 inundaba su coraz鏮, cuando por entre las copas de los
嫫boles distingu燰 confusamente primero las blancas alas de la fiel
emisaria, y quagitaci鏮 tan grande se apoderaba de ella, cuando la ve燰
detenerse sobre la balaustrada, para de allsaltar a sus hombros y
acariciarla con su pico!...

Si era inmenso el amor que sent燰 Aixa por el Sult嫕, no era menor
ciertamente el que Abd-ul-Lah la profesaba... Como atra獮o por misterioso
im嫕 irresistible, esperaba con viva ansiedad desde una de las torres que
caen al bosque sobre el Darro, el regreso por las tardes de la paloma
mensajera; y despu廥, cuando cerraba la noche, sin dar a nadie
conocimiento de ello, aunque seguido siempre por sus dos fieles servidores
que no le abandonaban a despecho suyo, embozado en los amplios pliegues de
su alquicel segu燰 por la orilla del r甐 y llegaba a las puertas de la
morada de su amante, donde era introducido al momento.

La inacci鏮 de la sultana Seti-Mariem, a pesar de las noticias en un
principio comunicadas por Aixa, hab燰 llegado a borrar en 幨 toda sombra
de sospecha; y confiado en su propia estrella y en su valor, no juzgando
capaces a sus enemigos de su muerte, se lanzaba en aquella aventura en que
gozaba deleites desconocidos e inagotables, como apenas pasada la
tormenta, se lanza el ave en el espacio, ganosa de disfrutar en 幨
placeres nuevos.

Una de aquellas tardes, y en el momento en que la joven se dispon燰
como de costumbre a subir a la azotea de su casa para recibir allel
alado emisario del pr璯cipe, viose de repente sorprendida por la presencia
inesperada de la sultana Seti-Mariem, en el mismo aposento en que tantas
veces le hab燰 a sus plantas Abd-ul-Lah jurado amor eterno.

Era el timo d燰 de Xagual(10), d燰 triste por cierto, en que
parec燰 como que la naturaleza, presintiendo ya la proximidad de la
invernal estaci鏮 cercana, se preparaba al largo y gestador letargo del
que por voluntad excelsa del Creador Inmutable deb燰 despertar llena de
vida y galas, esplendorosa y bella, en el continuo e incesante laborar del
mundo.


La lluvia ben嶨ica, don precioso de Allah, que fecunda los campos y
que espera con ansiedad el labrador, hab燰 estado cayendo todo el d燰: el
cielo, opaco, ceniciento, como una coraza empa鎙da; el viento, fuerte,
desencadenado en turbonadas que hac燰n gemir los a隳sos 嫮amos y
tronchaban los j镽enes; el Darro hab燰 crecido, y sus aguas negras,
precipitadas en vertiginosa corriente, formaban espumosos remolinos
aprisionados en el cauce, del cual se dispon燰n a libertarse para
esparcirse a uno y otro lado, y sobre las espaldas de la corriente
flotaban algunas ramas de 嫫boles desgajados por el vendaval, que azotaba
sin piedad a intervalos irregulares las murallas del recinto fortificado
de la ciudad, cual si amenazara destruirlas, y que como una exhalaci鏮 se
lanzaba por las estrechas calles encajonado, arrebatando col廨ico los
toldos y las cortinas de las tiendas en el Zacat璯 y en la Al-caicer燰
principalmente.

De vez en cuando, el tableteo medroso del trueno, que reproduc燰n los
ecos de la colina roja y del Generalife, de Sierra Elbira y del Cerro del
Sol, montes cuyos contornos borraba la masa de agua que en diagonales
estr燰s cruzaba el espacio, interrump燰 el mortal silencio que reinaba en
Granada, y todo hac燰 semblante de anunciar que aquella noche, cuando las
negras sombras que avanzaban semejantes a un tropel de caballos
desbocados, impelidas por los golpes del viento cubriesen el horizonte, el
horror acrecer燰 sin duda, en especial si el Darro, a juzgar por los
indicios, salvaba con sus aguas turbias el pretil que a duras penas lo
conten燰, inundando la poblaci鏮 sorprendida en medio del sue隳.

A la escasa luz que penetraba incierta por la entrecruzada celos燰,
Aixa reconocia la sultana en lo arrogante de su apostura y lo majestuoso
de su andar; parec燰 una sombra evocada, m嫳 bien que un ser viviente, y
lo que m嫳 confund燰 a la joven, era que Seti-Mariem para penetrar en
aquel aposento, no hab燰 entrado por la puerta, que permanec燰 cerrada,
pues ignoraba la existencia de la comunicaci鏮 secreta de que aquella
sol燰 servirse, y disimulaba la yeser燰 de los muros.

-燜e sorprende mi presencia a estas horas y en este sitio, no es
cierto?-dijo la sultana, comprendiendo lo que pasaba por la ni鎙.

-Oh se隳ra m燰,-replic廥ta,-nada puede ya en realidad sorprenderme
viniendo de ti... Aqua tus 鏎denes me tienes como siempre, ya que la
voluntad suprema de Allah aslo tiene decretado!

-Pues bien, en ese caso, tomemos asiento, que es largo lo que tenemos
que hablar, y los momentos urgen.

Sent嫫onse en efecto la una al lado de la otra, y mientras
Seti-Mariem se dispon燰 a tomar la palabra, Aixa llena de extra鎑za,
reparaba en que las ropas de aquella mujer no conservaban huella alguna de
la persistente lluvia, que no hab燰 cesado un instante.

-No podr嫳 por Allah, quejarte de m-exclamal cabo la dama.-La
luna de Xagual va a desaparecer dentro de breves horas, y durante toda
ella, ni te he importunado con mi presencia, ni te he impuesto acto
alguno, ni te he privado de ninguno de los goces que el amor del Pr璯cipe
te ha proporcionado todas las noches... Libre has sido de hacer de tu
persona lo que deseares, y yo no he intervenido para nada... 激s verdad
cuanto digo?...

-Cierto es, se隳ra, y yo no tendr燰 motivo de queja alguna, si no me
hubieses privado de mi albedr甐...

-Todas las noches, los buenos genios, tus protectores, han derramado
sobre ti ben憝olos y complacientes, como imagen de la vida futura, los
sue隳s m嫳 agradables, y en ellos te han sonre獮o todas las venturas... Si
t desventurada muchacha, hubieses recobrado esa libertad que tanto
pregonas 瞥abr燰s nunca podido disfrutar placeres semejantes?... 澦abr燰s
llegado jam嫳 a conocer al Sult嫕?... 澦abr燰s con tus m疄eros harapos
atra獮o su amor?... Confiesa, asAllah me salve, que de tu fortuna
presente s鏊o a meres deudora.

-Todos los beneficios que recibimos, proceden de Allah, 〔nsalzado
sea!

-•nsalzado sea!-repitila sultana.

Las sombras hab燰n ido espes嫕dose entre tanto, y como sin duda
alguna Seti-Mariem deseaba conocer el efecto que sus palabras produc燰n en
Aixa, lo cual imped燰 la oscuridad en que ambas se hallaban envueltas, dio
orden a la doncella para que mandase encender la l嫥para, como lo
verificaba una de las servidoras de 廥ta, volviendo a desaparecer
discretamente.

Al propio tiempo, Aixa se sent燰 consumir por la inquietud: hab燰
pasado la hora en que la paloma mensajera deb燰 haber llegado a la azotea,
e ignoraba cu嫮 hubiera podido ser su suerte... En el semblante de la ni鎙
se transparentaban ingenuos los sentimientos de su coraz鏮, y a la luz de
la l嫥para, no pudo menos Seti-Mariem de advertir la agitaci鏮 de que era
presa. Fingiendo no reparar en ella, prosigui

-Aunque tengo noticia cierta de cuanto haces, aunque por ella sque
el Sult嫕 todas las noches acude enamorado al lado tuyo, y para que t
misma te persuadas de la imposibilidad de eludir mis 鏎denes, quiero ser
esta noche testigo de tu entrevista con ese abominado engendro, y
convencerme por mis ojos y por mis o獮os de la verdad, y de la forma en
que me obedeces... Pero no te alarmes, a鎙di-Tu amante, si lo es, no
tendrconocimiento de mi presencia; pero quiero que tsepas que yo te
observo.

Y esto diciendo, se alzdel sof y con paso mesurado y lento,
dirigiose hacia uno de los costados de la estancia.

Formaba en tal paraje 廥ta gallardo arco de angrelada archivolta, el
cual adelantaba sobre el per璥etro general del aposento, para dejar
espacio a reducida alhenia; y bien que parec燰 en realidad falta de
comunicaci鏮 y cerrada de todos lados, cual simulaban acreditarlo el
z鏂alo de peregrino alicatado y las labores no interrumpidas de los muros,
oprimiendo la sultana oculto resorte, abriose estrecha puerta all
perfectamente disimulada, quedando al descubierto la negra boca de una
galer燰.

Hab燰 Aixa seguido en silencio a la sultana, quien ven燰 envuelta en
los pa隳s de sencilla alcandora de labrada lana, y llevaba oculto el
rostro entre los pliegues de la tupida toca que rodeaba por completo su
cabeza; y al contemplar abierta aquella comunicaci鏮, por ella nunca
sospechada, retroceditemerosa, procurando recordar de golpe si en las
pl塶idas conversaciones que hab燰 con el Sult嫕 tenido, sus labios
indiscretos hab燰n pronunciado palabra alguna comprometedora.

-Oculta en esta alhenia,-exclamla sultana,-podrmirar cuanto
hiciereis y o甏 cuanto dijereis... Ya ves c鏔o el Sult嫕 no podr
inquietarse por mi presencia, y cu嫕 poco molesta habrde serle.

No contestnada Aixa, profundamente preocupada tanto por la
circunstancia que le imped燰 recibir el mensaje del Amir y darle
respuesta, como por lo extra隳 de aquella comunicaci鏮, cuya existencia
hab燰 hasta entonces ignorado.. Asse explicaba c鏔o la sultana no
llevaba se鎙l alguna en sus ropas de la lluvia... 澤 d鏮de conducir燰 la
galer燰 abierta delante de ella?... 熹umisterios no encerrar燰 la vida
de aquella mujer?... Y al propio tiempo, c鏔o se convenc燰 de que sus
amenazas no hab燰n sido vana palabrer燰!... Pero 盧onsentir燰 la
misericordia de Allah que se cumpliesen los designios de Seti-Mariem? No
pod燰 ser... Todo demostraba lo contrario...

-熹umeditas?...-dijo de pronto la dama, volviendo de nuevo a su
asiento, y reparando en la preocupaci鏮 visible de la joven.-燜emes por
ventura que tu amante me sorprenda en este sitio?... Oh! No temas... Mi
gente estmuy bien amaestrada, y antes de que 幨 llegue aqu no quedar
rastro de mi presencia.

-No es eso, sultana,-repliccasi maquinalmente la doncella.-Lo que
me preocupa, es el ver cu嫕 grande es tu poder甐, y quinflexible es tu
voluntad en todas las cosas!... Pero dime, por la clemencia de Allah,
cuando te hayas por ti misma convencido de que con efecto, el Sult嫕 de
Granada, prot嶴ale Allah, es mi rendido amante, 禦e devolver嫳 por fin la
libertad que me has arrebatado?... 燕odrsalir de aquy disponer para en
adelante sin temor de mi persona?... 燐e reintegrar嫳 en mi voluntad
perdida?...

Iba Seti-Mariem a dar respuesta a las preguntas de Aixa, cuando
abri幯dose sigilosamente la puerta, aparecipor ella un esclavo et甐pe,
que sin pronunciar palabra volvia salirse en el momento.

Al verle la dama, alzose presurosa del asiento, y haciendo a la ni鎙
expresiva se鎙, corria ocultarse en la alhenia, al tiempo que la puerta
del aposento volv燰 a abrirse y aparec燰 por ella la gallarda figura del
Pr璯cipe de los muslimes.

Despojose 廥te del gambax que le cubr燰, y desci齌ndose la espada,
que colocsobre un almohad鏮 al lado del gambax, apresurose a estrechar
entre sus brazos a la ni鎙, que toda tr幦ula y sin ser due隳 de dominar la
emoci鏮 que la embargaba, hab燰 permanecido como clavada en su sitio.

-熹utienes?... 熹upasa?.. -exclamel Sult嫕 reparando en la
actitud de su amante, quien hab燰 procurado volver la espalda a la secreta
alhenia, temiendo que el Amir pronunciase alguna palabra inconveniente.
Antes de que Mohammad pudiera proseguir, la ni鎙, procurando dominarse,
apresur墎ase a contestar, al propio tiempo que con el mayor disimulo y
pretextando recoger algunos cabellos que el abrazo del Sult嫕 hab燰
desordenado, le hac燰 se鎙 de que callase, exclamando:

-﹔uquieres, se隳r, que tenga!... Todo el d燰, como el cielo ha
permanecido empa鎙do por las nubes que lo ocultan, mi alma ha permanecido
suspensa y llena de sobresalto, temiendo que mis ojos no te ver燰n hoy, y
gozasen del beneficio a que les tienes acostumbrados... He tenido miedo,
mucho miedo; y cuando escuchaba el rugir del trueno estrepitoso, me
parec燰 que los genios indignados y llenos de c鏊era conmigo, me privar燰n
de ti... Pero ahora est嫳 a mi lado, y bien puede la tormenta estallar,
pues estando contigo, no hay nada que me amedrente.

No era el Sult嫕 Mohammad de tan menguado entendimiento, como para
que al notar el apresuramiento con que su amada le interrump燰, y al
advertir sobre todo la se鎙, no comprendiese la existencia de un peligro.
Temeroso de 幨, cuando hab燰 regresado la paloma, llevando todav燰 el
mismo mensaje con que 幨 la hab燰 enviado a Aixa, y no acertando a
explicarse el suceso, hab燰se lleno de inquietud apresurado a
desembarazarse de sus servidores, para correr en busca de la doncella;
pero la presencia del primero de sus guazires que entren aquel momento
para notificarle una de tantas algaradas como los nassar獯s de la frontera
verificaban en el reino granadino, le impidirealizar su intento,
deteni幯dole m嫳 tiempo del que esperaba.

Al fin, y ya solo, hab燰 echado sobre sus hombros un gambax de lana
gruesa, hab燰 cubierto su toca con el capuch鏮 del mismo, y colocando en
el tahalla espada, sin cuidarse de nadie, hab燰 por el bosque salido a
la ciudad y cruzado el Darro por uno de los muchos puentecillos inmediatos
al Zacat璯, llegando desalado a la puerta de la casa en que viv燰 Aixa.

Ni las tinieblas, que ya hab燰n cerrado, ni el agua que ca燰 con
violencia sobre 幨, ni el rugido del trueno, ni el 璥petu del viento,
pudieron detenerlo en su r嫚ida marcha; ni reparsiquiera en que el r甐
comenzaba a extenderse por las m嫫genes, ni advirtique entre las sombras
le segu燰n, siempre fieles, su katib Ebn-ul-Jathib y el arr墈z de su
guardia personal en el palacio.

Febril, ansioso, lleno de recelos y zozobras, empapado en agua,
llegaba a la puerta del edificio, alc嫙ar de sus amores; as sin dar
respuesta a las salutaciones del esclavo que le facilitel ingreso, cruz
el jard璯 no esquivando los charcos formados por la lluvia, y ascomo el
hurac嫕 desencadenado, hab燰 llegado a presencia de la ni鎙 y estrech墂ola
entre sus brazos enardecido.

熹uocurr燰?... 熹uera lo que Aixa procuraba advertirle?... 激ra
llegada la hora en que sus parientes ambiciosos hab燰n decretado su
muerte?... Pero 穌ule importaba todo? Lo que 幨 quer燰 saber, lo que
supo desde luego, era que Aixa viv燰, que viv燰 y que le amaba siempre...
Lo dem嫳 no pod燰 interesarle, teniendo al lado su espada.., Allah la
velaba por 幨, y su amor le dar燰 fuerzas si llegaba el momento de la
lucha.

Contra sus prevenciones, Aixa, recobr嫕dose, estaba con 幨 m嫳
cari隳sa, m嫳 expresiva que nunca. Es verdad que no le daba espacio para
interrogarla respecto de la devoluci鏮 de su billete intacto... Quiz嫳 la
paloma, acobardada por lo recio del temporal, no se habr燰 atrevido a
llevar el mensaje como de ordinario... Pero 盧鏔o era que Aixa no le
interrogaba por su parte?..

Preocupado, triste, pero galante y rendido siempre, Abd-ul-Lah
permanecial lado de su enamorada m嫳 tiempo que de ordinario... Quiso
Allah que ya a la hora de al-漮ema, cesase la lluvia por un momento y que
el hurac嫕 se enfrenase; y aprovechando aquella tregua que la naturaleza
se conced燰 para volver de nuevo a la lucha que ten燰 trabada consigo
propia, el Amir se despidide la doncella, y con paso lento abandonla
estancia saliendo a la calleja donde le siguieron como sombras y sin 幨
advertirlo sus servidores.


Entretanto Aixa, apoyada la cabeza sobre la mano derecha, permanec燰
reclinada sobre el sof con la mirada fija en el tapiz que cubr燰 la
cairelada puerta de la estancia, por donde hab燰 desaparecido el Pr璯cipe.
Olvidada de spropia, dejando vagar el pensamiento por las regiones
desconocidas e inabordables de la fantas燰, pesaba en su interior los
acontecimientos, y padec燰 al comprender que en medio de sus frases
halagadoras, Mohammad no hab燰 conseguido ocultar por completo su
preocupaci鏮 y su extra鎑za, sus recelos y su disgusto. 熹upensar燰 de
ella?... 燉e dir燰n acaso los buenos genios en el silencio de la noche lo
que ella no hab燰 podido manifestarle?... 燙ospechar燰 otra vez de su
lealtad y de su cari隳?

Hondo suspiro entreabrisus labios, y con marcada repugnancia y
nerviosa decisi鏮, antes de que Seti-Mariem hubiese abandonado su
escondite, dirigiose a la alhenia donde permanec燰 oculta, y oprimiendo
con mano febril el oculto resorte, hizo girar la puerta, en tanto que con
aire resuelto y voz segura, exclamaba:

-Sal ya, Seti-Mariem! Estamos solas!...

Avanzsobre el fondo oscuro la sultana, y al distinguirla la joven.

-Ya lo has visto, se隳ra!-a鎙dicon amargo acento.-No en vano me
dotThagut de las armas de la hermosura!... Ya lo has visto!... El Amir
de los muslimes, dilate Allah sus d燰s, es el esclavo de amor de Aixa...
燒o es eso lo que apetec燰s!...

-Alabado sea Allah!...-replicSeti-Mariem.-Ciertamente que, como
incauto cervatillo perseguido en la pradera por el cazador, se halla en
mis redes preso el enemigo de mi dicha y de la de los m甐s... Ya es hora
de obrar... Es preciso, pues, no esperar m嫳 tiempo.

Al escuchar tales palabras, pronunciadas por aquella mujer con
reconcentrado encono y satisfacci鏮 mal disimulada, palideciAixa, y sus
ojos se fijaron escudri鎙dores en el velado rostro de la sultana,
queriendo sorprender su pensamiento.

-Aqutienes,-prosiguila madre de Isma螿 present嫕dole un pomo de
vidrio de color que hab燰 sacado de entre las ropas,-el medio de conseguir
la libertad ofrecida... Este pomo contiene tu dicha para lo futuro... Es
llegado, muchacha, el momento de poner fin a tu obra.

-。鏔o!-exclamAixa tomando con ansia el pomo de manos de
Seti-Mariem.-激ste vaso contiene mi felicidad y mi dicha?... Habla,
sultana... Te escucho con impaciencia!

-S Aixa: tu felicidad y tu dicha!... Porque ma鎙na, cuando Mohammad
venga a buscar en tus brazos la ventura que con tu amor le ofreces, cuando
sus labios sedientos de placer se acerquen a las copas donde el dorado
vino se contiene...

-。omprendo!..-interrumpiAixa con vehemencia. Cuando venga a mis
brazos enamorado, cuando a mis plantas invoque mi amor, cuando sus labios
murmuren en mis o獮os dulces y cari隳sas frases, yo acercara ellos esta
ponzo鎙, para que As-Sariel(11) separe su alma de su cuerpo... 燒o es eso
lo que deseas?... ﹒h! Nunca, sultana, nunca! Te equivocas!

Y r嫚ida como el rayo, antes de que Seti-Mariem pudiera prevenir sus
intenciones, arrojcon horror lejos de sel pomo, que, roto en mil
pedazos, manchel pavimento con el venenoso l甒uido que conten燰.

Sombr甐 fulgor brillen los ojos de la sultana; sus facciones se
contrajeron, sus manos se crisparon, y avanzando amenazadora hacia Aixa,
que esperaba resuelta, asiola fren彋ica de uno de sus desnudos brazos, y
exclam

-熹uhas hecho, miserable?.. Olvidas por ventura que te hallas en mi
poder, y que a una mirada m燰 puedo hacerte pedazos?.. 澠gnoras que es ya
tarde para retroceder?... Por Allah, que no vale tu vida, esclava, el
precio de ese l甒uido que has derramado!

Y estallando en c鏊era, sacudiviolentamente a la infeliz muchacha.

-﹗ienes raz鏮!-replic廥ta.-Estoy en tu poder!... Te has apoderado
de mi cuerpo contra la santa ley de Allah, sin que yo pudiera precaverlo
ni evitarlo... pero no eres due隳 de mi alma!...

-燜e niegas, pues, a obedecer mis 鏎denes?...-rugifuera de s
Seti-Mariem.-Pues yo te juro por el Profeta, que te has de arrepentir bien
pronto!

Era tan terrible el acento de aquella mujer al pronunciar estas
palabras, que a pesar de su energ燰, Aixa tuvo miedo; tembl墎ale la voz de
ira, y sus ojos, como dos pu鎙les, permanec燰n clavados con feroz
tenacidad en el semblante conmovido de la ni鎙.

-熹uintentas?...-exclam廥ta con verdadero espanto.

-﹔uintento!... 燕iensas, vil esclava, que cuando voy a recoger el
fruto ambicionado de mis desvelos y de mi paciencia; cuando he preparado
cuidadosamente el actual momento para asegurar mi venganza y el logro de
mis deseos con ella, me ha de obligar a retroceder obst塶ulo tan
despreciable como tu vida?... Cu嫕to te enga鎙s!... Si el instrumento de
mi venganza resiste a mi voluntad, yo sabraniquilarle!...

Y con salvaje furia esgrimien sus manos contra Aixa la afilada hoja
de una gum燰(12) que hab燰 sacado como antes el pomo de entre sus ropas.

-M嫢ame si quieres-dijo la doncella;-sepulta en mi pecho ese pu鎙l
con que me amenazas... Pero no exijas de mcosa en que no puedo
obedecerte ni exigiste tampoco al prometerme como recompensa la libertad
de que me has privado...

-La libertad!... S voy a darte la libertad!... La libertad
eterna!...

Veloz como el rel嫥pago que con su lumbre c嫫dena rasgaba sin
interrupci鏮 las tinieblas en aquella noche espantosa, cruzpor la mente
de Aixa salvador pensamiento sin duda, cuando aunque no amedrentada,
arroj嫕dose a las plantas de aquella mujer terrible,

-·erd鏮!... ·erd鏮, en el nombre del Misericordioso!-gritpostrada
en tierra.

-燕erd鏮?... ﹐iserable!...-dijo Seti-Mariem conteni幯dose-燕iensas
conmoverme con tus slicas?... Sabes ya demasiado, y es muy tarde para
que retroceda... 、o hay perd鏮 para ti!...

-Yo soy tu esclava, s﹗u esclava!... Manda, sultana, y ser嫳
obedecida!... Harcuanto dispongas, y sermuda como el sepulcro!-exclam
la enamorada del Pr璯cipe de los muslimes, sintiendo ya en su pecho el
fr甐 del acero.

-Al fin te rindes!... Por Allah, que malaq-al-maut(13) bat燰 ya sobre
tu cabeza sus alas de sombra!... dijo la sultana mir嫕dola con
desprecio.-,s... { mis plantas, miserable!-prosigui-•se es tu
puesto!...

Y sonriendo con mal憝ola satisfacci鏮, continual cabo de algunos
instantes, durante los cuales, a trav廥 del fragor de la tormenta que
rug燰 fuera espantosa, s鏊o se oylos sollozos comprimidos de Aixa, a
quien aquella escena aniquilaba realmente:

-Escucha, esclava, y guarda religiosamente en tu memoria cuanto voy a
decirte, porque los momentos son para ti solemnes y de tu fidelidad
responde tu existencia!... Ma鎙na, 磧o oyes?.. Ma鎙na ha de morir en tus
brazos el desvanecido Mohammad, y han de ser tus manos mismas las que
corten el hilo de su vida maldita!... Si un solo momento vacilares en
obedecer mis 鏎denes, como ahora; si la menor indicaci鏮 tuya llegara
hasta el Amir, y naciera en su alma la m嫳 leve sospecha, no ser嫕
ciertamente tus l墔rimas ni tus lamentos los que salven la vida de ese
engendro de Xaytlhan y la tuya!... Pues a tu presencia sabr嫕 mis gentes
cumplir mi voluntad mejor que t y sobre su cuerpo ensangrentado, caer
despu廥 el tuvo!... Escoge!

Y sin detenerse a escuchar las timas palabras que, anegada en
llanto, sollozaba la infortunada ni鎙, con gesto airado y adem嫕
imponente, abrila puerta de la disimulada alhenia, y por la oscura
galer燰 desaparecicomo un espectro.



- VIII -


NO bien se hubo perdido entre el rumor fragoroso de la tormenta el
met嫮ico ruido del resorte que cerraba la puerta de aquella secreta
comunicaci鏮, alzose Aixa del suelo, donde hab燰 como anonadada
permanecido durante la pasada y terrible escena, y pose獮a de invencible
espanto, dejose caer desfallecida sobre las ricas almartabas del sof
tantas veces testigo de sus alegr燰s.

-澤 quoponerme-pensaba-a la voluntad irresistible de esa mujer
funesta, si es como el hurac嫕 del desierto, que destruye y arrastra
cuanto a su paso encuentra?... 熹upueden mis slicas, qumi deseo, qu
mi astucia y quel amor que hierve en mis venas, cuando estdecretada la
muerte de Abd-ul-Lah?... Pero no!... No es posible que Aquel que rige el
mundo, que vela por el m嫳 miserable de los insectos, y provee y satisface
todas las necesidades de sus criaturas, permita crimen semejante!... No
mienten, no pueden mentir los buenos genios... Y sin embargo: urge tomar
cualquiera que sea una determinaci鏮, pues cada hora que se pierde es un
siglo en estos momentos!...

Vencida por el dolor, aniquilado su esp甏itu por la lucha que acababa
de sostener, al p嫮ido resplandor de la l嫥para que iluminaba la estancia,
parec燰 la pobre joven aletargada, mientras con prodigiosa actividad su
pensamiento recorr燰 los limbos del pasado, evocando memorias sonrientes,
que destrozaban su combatido coraz鏮, como las olas del mar enfurecido
destrozan los restos del bajel abandonado.

Consentir ella en las proposiciones de la sultana, ser sus manos las
que acercasen aquella ponzo鎙 activa a los labios del Pr璯cipe, por quien
estaba dispuesta a sacrificar su vida, era imposible... Tan imposible como
permanecer en la inacci鏮, dejando de dar pronto conocimiento a Mohammad
de lo que ocurr燰... Esperar la venida de la paloma mensajera de su amor,
era acaso hacer irremediable el da隳... Huir de aquella casa, pedir amparo
al Sult嫕, era abandonarle cobardemente y nada resolv燰... 熹ui幯 podr燰
entonces conocer y penetrar los designios de Seti-Mariem?... 熹ui幯 los
prevendr燰?... 燒o hab燰 sido el mismo Amir quien hab燰 ordenado que
permaneciese al lado de sus enemigos y fingiese doblegarse a ellos?... Si
los genios que hasta entonces la hab燰n protegido quisieran ayudarla!...
Allah es el refugio en todas las tribulaciones! Allah es el m嫳
misericordioso entre los misericordiosos, y no pod燰 autorizar el
cumplimiento de las amenazas de aquella mujer implacable!

En medio de su desesperaci鏮 y de su abatimiento, sent燰 vibrar en
los o獮os Aixa con lubres acentos la voz de Seti Mariem, y escritas con
caracteres de sangre ve燰n sus ojos sobre el labrado almoc嫫abe de los
muros, donde quiera que miraba, en todas partes, las fat獮icas palabras de
la sultana, que trastornaban su debilitado cerebro. Poco a poco, y tras
larga pausa, durante la cual acudieron a 幨 mil proyectos distintos, tan
pronto surgidos como abandonados, fue apoder嫕dose de la hermosa doncella
extra隳 sopor invencible: la l嫥para, como si una mano invisible hubiera
extinguido su claridad misteriosa, parecipara ella sembrar de sombras
tenebrosas el aposento: suspendieron la lluvia y el hurac嫕 su destemplada
cantilena entre las celos燰s, y todo ruido apagose a la par, no de otra
forma que si la diestra omnipotente del Se隳r de ambos mundos hubiera por
completo cesado de sostener los ejes sobre los que descansa el universo.

En aquel silencio, en aquel reposo repentino de la naturaleza, sinti
Aixa cerrarse pesadamente sus p嫫pados; falta su pecho aire en la
estancia para respirar, y tomando su cuerpo la rigidez de un cad嫛er, cay
desvanecida sobre las almartabas en que se hallaba reclinada.

Por sus venas parec燰 no circular la sangre, y el coraz鏮, hasta
entonces agitado, detuvo sus latidos.

Al cabo de algunos momentos, los ojos de la doncella se abrieron
lentamente: su mirada, vaga e incierta, aparec燰 velada por extra隳
influjo, y en aquella inmovilidad, semejante a la de la muerte,
descorriendo el manto de sombras en que todo se mostraba envuelto, vio de
sito surgir entre las nieblas del pavoroso libro del porvenir, el cuadro
sonriente de la alegre comarca donde, felices y tranquilos, transcurrieron
los dichosos d燰s de su infancia.

El sol, regocijado y esplendoroso, derramaba sus ardientes
bienhechores rayos sobre la campi鎙, que aparec燰 engalanada como para una
fiesta: poblaba el aire el rumor apacible de la naturaleza agradecida, y
los cielos sonre燰n de contento... All en medio de aquel ed幯 se ve燰 a
spropia, ataviada rica y lujosamente, como las mujeres dispuestas a
recibir su prometido; como la inocente desposada que aguarda al hombre que
ha hecho latir su coraz鏮 y que ha vertido sobre 幨 el l甒uido inefable de
todas las delicias, el b嫮samo del amor, que colorea las mejillas de la
joven, que da brillo intens疄imo a su mirada y presta alientos a sus
labios, m嫳 rojos que la amapola del valle.

Luego, allen el lejano horizonte, envuelto en nube resplandeciente
de oro, confusamente primero, pero despu廥 con claridad y fijeza, vio
alzarse, risue隳 y cari隳so como siempre, al gallardo mancebo, Pr璯cipe de
los muslimes granadinos, al joven Abu-Abd-il-Lah Mohammad, cubierto de
fin疄imas telas de sirgo bordadas de mil colores y recamadas de brillantes
pedrer燰s: en sus ojos ardientes se retrataba la pasi鏮 poderosa que ella
hab燰 sabido inspirarle, y la dicha inundaba su rostro, ba鼁ndole en
celestiales efluvios, que hac燰n resaltar la gallard燰 del Nasserita.

Llevaba en sus manos un la sonoroso, y de sus cuerdas arrancaba con
diestras pulsaciones sentidas armon燰s, cuyo eco divino conmov燰 las
fibras del coraz鏮 de la hermosa. Detose la visi鏮 ante ella, y toda
tr幦ula Aixa, sintique a sus o獮os llegaban, dulces como el suspiro de
la brisa, apasionadas como un himno de amor, las palabras que su amante
pronunciaba acompa鼁ndose con el la, pareci幯dole escuchar, d嶵ilmente
repetidos por el aura, los acentos de una casida melodiosa que brotaba
suave y perezosamente de los labios del joven Pr璯cipe:


俟ultana cari隳sa
del alma m燰,
cuyos labios son rosa,
miel y ambros燰,
flor delicada
del jard璯 delicioso
de mi Granada:
---
艋al, perla de los mares,
luz de la aurora,
a escuchar los cantares
de quien te adora!
De quien ans燰,
para verte, en naciendo
que muera el d燰!

---
艋al, lucero brillante,
sue隳 encantado!
Sal, que te espera amante
tu enamorado!
Sal sin tardanza,
que mi pasi鏮 se aumenta
con la esperanza!



Despu廥, cuando el gallardo mancebo se dispon燰 a comenzar enamorado
la segunda parte sin duda de su amorosa canci鏮, mientras ella le ve燰
pulsar confiado y sonriente en armonioso preludio las cuerdas del la,
mircon horror alzarse de entre las sombras misterioso personaje, en cuya
diestra brillaba desnuda y amenazadora la gum燰 con que pocos momentos
antes hab燰 a ella propia amenazado la sultana...

Nervioso estremecimiento recorritodo su cuerpo: sus ojos,
asombrados, vieron en silencio levantarse el arma fatal sobre el pecho de
su amado, sin que 廥te, tranquilo y sonriente siempre, pareciera
percatarse de la presencia inopinada del misterioso personaje, ni hiciera
movimiento alguno para esquivar el golpe.


Gritar quer燰 en medio de su letargo Aixa para prevenir al mancebo, y
en vano luchaba en su esp甏itu desesperada para apartar el arma
mort璗era... Al fin, entre angustias indecibles despertsobresaltada.

Levantose presa de terrible agitaci鏮, teniendo a delante de sel
cuadro de horror que acababan de contemplar con estupor sus ojos; y, sin
darse en realidad cuenta de sus actos, palptr幦ula los muros de su
aposento en pos de la visi鏮 que et persegu燰, cayendo al postre y
extenuada de nuevo sobre las almartabas del mismo sof con el coraz鏮
herido por crueles zozobras.

Al mismo tiempo, y cual si respondiese a alg conjuro, torna lucir
para ella la l嫥para de plata, que derrama sus ojos templada luz sobre
la esmaltada yeser燰 del aposento y sobre los tapices persas que le
decoraban, desterrando aslas medrosas sombras que en el esp甏itu de Aixa
lo hab燰n invadido; breve instante permanecila joven como deslumbrada
por aquella claridad ins鏊ita que la volv燰 a la vida real, y se llev
ambas manos a los ojos.

Despu廥, al apartarlas, su mirada, vaga e incierta, se detuvo como
atra獮a por im嫕 irresistible sobre el labrado estuco, y de entre las
tracer燰s y las flores allfingidas, donde quiera que tornaba la vista,
vio destacarse en廨gicos en pronunciado relieve e iluminados con mayor
intensidad y viveza, los elegantes africanos caracteres de la siguiente
leyenda que, con otras varias, resaltaba sobre el ataurique:
El auxilio de Allah y la victoria pr闛ima.
Prosperidad continuada.


Su pecho entonces, agitado profundamente por lo horrible de la visi鏮
invocada, se dilatcon fuerza: exhalaron sus labios un suspiro, y la
sangre, detenida hasta aquel momento en los vasos del coraz鏮, coloresus
mejillas.

No era ya posible la duda. Como la vez primera, los buenos genios,
emisarios misteriosos de Allah que vagan por el espacio para alentar a los
mortales, hab燰n respondido a las excitaciones de su pensamiento, y como
entonces tambi幯, le anunciaban que la clemencia de Allah favorec燰
decididamente la causa de la justicia... Triunfar燰 de las asechanzas de
Seti-Mariem; la horrible visi鏮 que hab燰 contemplado presa de invencible
espanto, quim廨ico ensue隳 era que no llegar燰 por fortuna a realizarse;
pero, a pesar de todo, 盥e qumedios podr燰 valerse para hacer iniles
las tentativas crueles de la sultana?... 澧鏔o evitar las contingencias
que podr燰n surgir y surgir燰n sin duda de las amenazas de aquella furia,
poniendo en peligro la vida de Mohammad?... •l medio!... El medio, cuando
tan manifiesta se declaraba la protecci鏮 divina, se ofrecer燰 幨 de por
sen la ocasi鏮 oportuna... Y llena de salvadora confianza,

-:racias! Gracias!-exclamcayendo de rodillas sobre el tapiz de
terciopelo, mientras levantaba reconocida a la altura las cruzadas manos y
los ojos... :racias sean dadas a Ti, el Creador de los cielos y de la
tierra, el Se隳r del trono excelso! 熹ui幯 sino T da aliento con su
mirada al que flaquea, luces al d燰 y esperanzas al desesperado?... 熹ui幯
sino T ahuyenta las tinieblas de la noche y hace sonre甏 el d燰?...
熹ui幯 sino T eterno Allah, podr燰 librar al justo de las iniquidades
del malvado?... ,labado sea tu poder y ensalzado tu santo nombre por
todas las criaturas, hasta la consumaci鏮 de los siglos!

Tranquila ya, recobrla doncella su aspecto placentero: tornla
sonrisa a sus labios a descoloridos, y en tanto que acomodaba las
graciosas curvas de su cuerpo sobre la bordada seda del mullido sof
procurando entregarse allal descanso,-las primeras luces del naciente
d燰 penetraban azuladas y lentas por las entrelazadas celos燰s del ajimez,
viniendo envueltas en las primeras r塻agas de la brisa matinal, heda
todav燰, e impregnada en el aroma penetrante de los campos.

En sus inmensas e infatigables alas, hab燰se el hurac嫕 de la pasada
noche llevado prendidas las timas nubes, y el cielo, despejado y sereno,
se extend燰 di塻ano por la inmensidad, halagada por las caricias del sol
que aparec燰 por oriente cari隳so, y como deseando con sus sonrisas
aumentar los beneficios de la pasada lluvia, que hab燰 absorbido con
avidez la tierra llena de agradecimiento.

La ma鎙na estaba fresca, y aunque en sutiles expansiones, el aura,
que se reconciliaba con la naturaleza, agitando las copas de los 嫫boles,
a no del todo despojados de su ropaje, amarillento ya y caduco,
introduc燰se con entera libertad en el aposento donde Aixa, en brazos de
reparadores ensue隳s, gozaba del descanso que harto hab燰 menester su
cuerpo, atormentado por tantas y tan punzantes emociones.

Mal cerrada la celos燰, no pudo resistir sin embargo los embates
reiterados de la brisa, la cual, como huyendo de la luz del sol y cual si
fuese zaguero residuo de la pasada tormenta, buscaba d鏮de esconderse sin
duda; y abriendo al fin una de las puertas de aquella, penetrde rebato
en la estancia, recorrisus labrados muros, deteni幯dose en cada entalle
de matizado estuco, giren torno de la l嫥para, agit嫕dola asida a sus
cadenas, contlos pliegues de los tapices, y vino por timo a
entretenerse en desordenar los rizos que ca燰n sobre la frente de Aixa,
despert嫕dola con un beso glacial e insistente.

Incorporose la doncella entumecida, y paseando en torno suyo la
mirada, como si del mundo de los fantasmas hubiese descendido bruscamente
al mundo real, alzose del asiento, y corrial ajimez, recreando los ojos
con el espect塶ulo que ante ellos, desde all se ofrec燰 insinuante.
Uniendo luego por misterioso enlace y singular encadenamiento lo pasado y
lo presente, acudia su memoria el espantable ensue隳, desvanecido, y
pose獮a de indefinible sentimiento, ya que no te era dado con los sentidos
contemplar a su amante, ya que no le era posible correr a su lado, quiso a
lo menos que el fatigado esp甏itu reposase en aquellos objetos para ella
tan queridos, y subiprecipitadamente a la azotea m嫳 alta de la casa,
sin hacer caso de los dos esclavos que la serv燰n y que hallsol獳itos en
su camino.

Cuando desde tal punto, que por lo elevado semejaba el alminar de una
mezquita, tendila vista en torno por aquel hacinamiento de terrados que
se dilataba a su vista, y distinguia modo de profunda cortadura entre
ellos, aline嫕doles, el cauce del Darro, cuyo rumor confuso llegaba hasta
ella, y sobre aquella l璯ea inacabable, vio al cabo las altas y rojizas
torres de la Alhambra, como tronco y cabeza de la ciudad y asiento de los
Sultanes naseritas, sintidilatarse el pecho, le parecique era libre y
feliz, y un suspiro de satisfacci鏮 salidesde sus entra鎙s a sus labios.

All frente a ella, levantaba esbelta sus contornos la colina roja,
orgullosa de sustentar el maravilloso alc嫙ar de los Jazrechitas, vestida
siempre la recia armadura de ladrillos, piedras y argamasa que forman su
encumbrada fortaleza, y accidentan con bellos salientes tonos los cubos
del recinto que guarda y defiende la Alhambra so鎙dora, cuyos muros
tapizan las sutiles creaciones de las hadas, y cuyos techos cuajaron los
genios, cristalizando en ellos prodigiosamente la obra matizada de
diestros alarifes.

Largo espacio permanecien aquella actitud contemplativa la
doncella, puestos los ojos en el enhiesto cerro de la Alhambra,-hasta
donde, semejante a la espuma de inmensa ola gigantesca, trepaba en
irregulares ondulaciones el caser甐,-y el alma toda entera dentro del
recinto del fastuoso alc嫙ar, del que s鏊o la corona almenada de las
cuadradas torres desde aquel punto se distingu燰.

Bandadas de alegres pajarillos poblaban el espacio con sus gritos
agudos, discurriendo por 幨 con errante vagaroso vuelo, como si unas a
otras se comunicaran aquellas aves su alegr燰 al encontrarse despu廥 de la
tormenta de la pasada noche, y ba鎙rse en los dorados rayos del sol
naciente que por los altos del Generalife aparec燰, deteni幯dose inquietas
en los aleros de los tejados, saltando por las azoteas desiertas, y
correteando por ellas sin temor en su regocijo. Ligeras y veloces cual
saeta, las palomas se engolfaban en aquel oc嶧no de luz, y hend燰n
bullidoras los aires en varias direcciones, recre嫕dose en cruzar r嫚idas
cien veces por el mismo sitio, abatiendo el vuelo de repente, y
remont嫕dose de nuevo en grupos caprichosos.

Aquel renacer de la vida, aquella expresi鏮 soberana de la libertad,
desperten Aixa sombr甐s pensamientos, y fijal cabo su atenci鏮,
dejando tambi幯 ella volar inquieta la imaginaci鏮 por los espacios,
mientras segu燰n sus miradas el rumbo incierto de las aves, las cuales,
desde el lugar en que la joven permanec燰, simulaban girar sobre la
Alhambra en c甏culos que se iban cada vez ensanchando m嫳, hasta llegar a
ella...

Asle sorprendien los aires un punto blanco, como copo de nieve,
que brillaba a los reflejos del sol, y que, apart嫕dose de las dem嫳 aves,
caminaba en la direcci鏮 meridional en que se alzaba la casa ocupada por
la joven. Viole 廥ta crecer con rapidez inmensa agitando las alas, y al
fin reconocien 幨, palpitante de emoci鏮, la dulce mensajera de sus
ansias amorosas, la cual en breve se deten燰 delante de ella sobre el
antepecho en que la doncella se apoyaba.


Tra燰 el ave, pendiente de una cinta verde, color en todas partes de
la esperanza, una peque鎙 bolsa de terciopelo oscuro, bordado de oro, con
el nombre del Sult嫕; y alzando en graciosa curva el cuello, inquieto y
movedizo, mientras tomaba descenso, dando a su cuerpo ondulaciones
elegantes, clavaba con gravedad en Aixa los rojizos ojuelos, como si
quisiera de esta suerte comunicarle las noticias de que era portadora.

Tendila joven hacia ella la mano, y desatando ligera el cordoncillo
que entre el blanco plumaje blandamente se sumerg燰, y del cual pend燰 el
bolso, apoder嫳e de 廥te, encontrando dentro una hoja de lustroso y
sonrosado papel, plegada en cuatro dobleces, y en la que el Pr璯cipe de
los muslimes hab燰 trazado con inseguro pulso algunas l璯eas, que devor
con avidez febril la doncella.

En aquel papel, Mohammad enviaba a su amante sentidas quejas:
inexplicable hab燰 sido para 幨 cuanto la pasada noche leyde misterioso
en la actitud y en las palabras de Aixa, y con el coraz鏮 lleno de duelo,
ahogado por la pena que todo aquello, vago, incierto, inacostumbrado, le
produc燰, dudando de sus propios ojos, sospechando hasta de smismo, al
emprender el camino de la Alhambra, su alma era un caos donde se combat燰n
sa雝damente encontrados sentimientos.

Creyque el amor de aquella mujer que le fascinaba era mentira, y
que al faltarle, hasta le faltaba, iluso, el excelso Allah, como si fuera
posible que la mano del Omnipotente se apartase de sus elegidos...
Sombr甐, triste y agitado, en balde pidial sue隳 descanso: parec燰le que
todo giraba en torno suyo, y que As-Sariel hab燰 separado su cuerpo y su
alma, arrojando 廥te a los horrores del chahanem desde el sutil puente del
assirdth, mientras aqu幨 desaparec燰 en las hedas negruras del sepulcro,
donde se apoderaban de 幨 para destrozarle todos cuantos seres bullen y se
agitan en las entra鎙s de la tierra.

Horrible noche, en la que la voz atronadora de los elementos
desencadenados, resonaba medrosa dentro de la estancia donde el Sult嫕 se
revolv燰 sobre los almohadones de su lecho, sin alcanzar sosiego, y en la
que, m嫳 pavoroso a, resonaba en su esp甏itu el estruendo de los dolores
que le agobiaban; noche a que puso t廨mino la aurora, apareciendo
sonrosada y fresca, de entre las blanquecinas nubes que desgarraba
sonriente a su paso, borrando las huellas de la pasada tormenta, y
empujando delante de sal abismo las tinieblas en revueltos atropellados
torbellinos.

Alz嫕dose del lecho, si hubiera seguido el consejo de su pasi鏮,
Mohammad habr燰 volado a los brazos de Aixa, para convencerse de que todas
sus penas eran quim廨icas fantas燰s, interrogarla libremente, y recobrar
la tranquilidad perdida; pero sobreponi幯dose a los deseos que le
espoleaban, aunque sin renunciar a su primera idea de pedir a la joven
explicaci鏮 de sus misterios,-el Pr璯cipe con ardorosa mano escribisobre
el papel cuanto sent燰, y con asombro de sus esclavos y servidores, corri
幨 mismo en busca del ave feliz que deb燰 ser portadora de sus ansias, y
hab燰 tantas veces ya cruzado el camino que separaba el alc嫙ar de los
Nasseritas de la morada de la ni鎙.

Asomado a uno de los rasgados ajimeces de la Torre de Comarex, por la
parte del mediod燰, contemplafanoso los giros que la paloma describi
primero en los aires al ser lanzada por la mano del Amir, vi幯dola
palpitante de emoci鏮 hender como una flecha el espacio en la direcci鏮 en
que confusamente y a la margen derecha del Darro, se distingu燰 el caser甐
de aquel barrio de la ciudad, que comenzaba a despertarse.

-Oh, dichosa avecilla, a quien Allah ha concedido clemente el poder
de que ha privado al hombre! Bate, bate tus alas, blancas como el alma
pura de mi amada, y ll憝ale mi coraz鏮, ll憝ale mi vida, ll憝ale mi
pensamiento: que todo cuanto hay en mes suyo! Dile cu嫕to sufro sin
verla, sin escuchar su voz, tan suave como el susurro del viento entre las
ramas de su jard璯, y tan dulce como su mirada, donde todas mis alegr燰s
se compendian!... Dile, por Allah, cu嫕 inmensa es mi pena, cu嫕 grande mi
inquietud, cu嫕 profundo mi quebranto, y que una palabra suya escrita, as
cual basta un rayo de sol muchas veces para calmar la tormenta, y una
mirada del Omnipotente para enfrenar las olas del mar encrespado y
revuelto, bastarpara calmar mi angustia y mi zozobra!...

Mientras contaba el Sult嫕 con ardorosa impaciencia los instantes, y
pretend燰 desde el ajimez penetrar con sus ojos la distancia,-le燰 y
rele燰 Aixa entre l墔rimas el tierno mensaje del Pr璯cipe, comprendiendo
por la emoci鏮 que la pose燰 la de su enamorado en aquellos momentos y en
la pasada noche. Llevando consigo la inocente emisaria, a la que colmaba
de caricias sobre su pecho, encerrose con ella en el aposento que le
estaba reservado, y all sobre otra hoja de papel, dejcorrer el calam,
y con apasionado lenguaje satisfizo las dudas, las inquietudes y las
ansias de su amante, declar嫕dole cuanto hab燰 entre ella y Seti-Mariem
acaecido, y los funestos designios de aquella mujer que persegu燰 sin
tregua ni respiro la muerte del Amir de los muslimes.

Sellcon un beso de sus rojizos labios el billete, y despu廥 de
doblarlo, colocolo en el bolso, que sujetde nuevo al cuello de la
paloma, y volviendo a la azotea, lanzola en direcci鏮 de la Alhambra.

Pero al mismo tiempo, sintisobre sus hombros la presi鏮 de una
mano, y volvilos ojos con extra鎑za.

Delante de ella, majestuosa, como siempre, airada y a m嫳 ce雝da
que de ordinario, se hallaba la sultana Seti-Mariem, contempl嫕dola con
sard鏮ica sonrisa, y se鎙lando el punto del espacio por donde se hab燰
lanzado la paloma, la cual era detenida en su carrera por una flecha
disparada con tal acierto, que el animal, herido, ca燰 como un copo de
nieve desde la altura, girando vertiginosamente sobre smismo.

-Imb嶰il!...-exclamla sultana con desprecio.-澧re燰s por ventura
que eran vanas mis amenazas, y que podr燰s burlarme f塶ilmente?... Ya lo
ves!... Mientras esa inocente avecilla fue s鏊o mensajera de tus protestas
de amor, nada hice contra ella; pero hoy que conoces mi secreto, hoy que
contraviniendo desvanecida mis 鏎denes tratas de oponerte a mi voluntad,
entregando al aire lo que debe permanecer para todos oculto, ya lo ves, t
misma le has ocasionado la muerte...

At鏮ita la joven y muda de sorpresa, no hallpalabra que responder,
comprendiendo la gravedad de la situaci鏮 y su impotencia en aquellos
momentos.

L癉ida, tr幦ula a la par de espanto y de coraje, con la mirada en el
suelo y el coraz鏮 acongojado, ni l墔rimas hallAixa en sus ojos, como no
hab燰 encontrado palabras en su lengua para contestar a aquella mujer, que
asla atormentaba.

-Es inil, por Allah, cuanto intentares...-prosigui廥ta.-Y si no
fuese porque necesito de ti, como instrumento de mi venganza, no ser燰, yo
te lo juro, tu suerte distinta de la de ese animal sacrificado por tu
rebelde desobediencia... 澧u嫕do habr嫳 de convencerte de que te hallas en
mis redes presa, de que mi voluntad es tu ica ley, y de que todo ante
ella se doblega y cede?... Res璲nate, esclava miserable, y no pretendas
luchar conmigo, pues te haren mis manos pedazos sin compasi鏮 alguna!

Y antes de que la joven volviera de su asombro, volv燰le ella
desde隳samente las espaldas, y abandonaba la azotea, dejando a Aixa sumida
en un mar de confusiones y de inquietudes, del cual ven燰n a sacarla poco
rato despu廥 dos de los servidores de la sultana, a quienes deb燰 aquella
seguir por orden de 廥ta.











- IX -


CU篾 perecederas y miserables, dice el poeta, son las cosas de la
vida, y quinstable es la fortuna para los humanos! S鏊o Allah es eterno,
y s鏊o 匜 es Inmutable!... Pero 冠scomo ha concedido sus beneficios en
lo pasado, los concederclemente en lo que estpor venira sus
elegidos!

Tal pensaba el Sult嫕 en su impaciencia, esperando el regreso de su
alada emisaria. Tal pensaba consumido por ardiente af嫕, y dominado por
honda preocupaci鏮 invencible, mientras el tiempo, lento y majestuoso,
como s璥bolo de la eternidad divina, discurr燰 impasible, sin que los ojos
del Amir, entre las avecillas que surcaban de todas partes el espacio,
distinguieran el sosegado y r嫚ido vuelo de aquella a quien hab燰 confiado
su coraz鏮, y de quien aguardaba como las plantas el roc甐 bienhechor de
la ma鎙na, palabras de esperanza y de consuelo!

Cercana estaba ya la hora de adh-dhojar(14), y todav燰 el Pr璯cipe
continuaba en su puesto. El sol, penetrando por entre los calados de los
arcos que dan paso al Patio de la Alberca en el alc嫙ar, llegaba casi
hasta los pies del Pr璯cipe para saludarle risue隳; bull燰 la multitud en
la calle que aprisiona con su pretil el Darro paralelamente a la colina
roja, y del frontero Albaic璯 y de la ciudad, llevaba el aire hasta los
o獮os del joven el eco de esos mil rumores que denuncian la vida en una
poblaci鏮 tan importante como lo era la celebrada corte de los
Jazrechitas.

Juzg嫕dose la m嫳 infeliz de las criaturas, Abd-ul-Lah, lleno de
despecho, herido profundamente en su amor propio, y perdidas las
esperanzas, dejose ganar por la c鏊era ante aquel inexplicable silencio.

澧鏔o dudar ante la evidencia?... Como todas las mujeres, m嫳 que
ellas a, Aixa hab燰 jugado con su coraz鏮 para burlarse despu廥
sangrienta mente! Aquellas palabras impregnadas de celestial encanto, y
que resonaban tan dulcemente en el coraz鏮 de Mohammad, eran falsas!...
Bien hab燰 dicho el Profeta (Allah le bendiga!): 保h hombres! Pensad que
s鏊o las promesas de Allah son ciertas!... No os dej嶯s seducir por los
halagos del mundo!...Su presencia en el Serrallo; aquella madre en cuya
busca hab燰 impetrado el auxilio del Sult嫕; la aventura misteriosa del
jard璯; la pasi鏮 de que dec燰 sentirse inflamada por el Pr璯cipe... todo
mentira!... Todo enga隳!... Todo sugestiones infernales de la protervia y
de la ambici鏮 inicua de Seti-Mariem! Todo urdido para perderle y causar
su muerte, sin duda alguna!...

Como un ensue隳 agradable, como una fantas燰 que seduce por un
momento el coraz鏮 y lo inunda de alegr燰, cual si procediese del alto
Allah, cuando procede de las sugestiones del demonio, quedar燰 para 幨 el
recuerdo de aquella mujer en cuyas palabras hab燰 neciamente confiado, y
que s鏊o ambicionaba, quiz嫳 por vil met嫮ica recompensa, alejarle del
camino derecho para conducirle luego a alguna siniestra emboscada, donde
sus enemigos le har燰n perder la existencia...

Fuera toda vacilaci鏮... Indigno ser燰 de un hombre de esp甏itu, y
sobre todo de aquel a quien la mano del Todopoderoso hab燰 colocado como
cabeza y gu燰 de los fieles musulmanes en Granada, el dejarse ganar por
seducciones de tal especie... La misericordia de Allah era inmensa, y ella
har燰 que se desvaneciese de su imaginaci鏮 exaltada aquel fantasma, y se
borrasen de su coraz鏮 para siempre aquellos dulces sentimientos que
hab燰n sido su ico deleite durante un tiempo, tan leve antes, tan largo
ahora, que tocaba las amarguras del desenga隳!

Aspensaba el joven Abd-ul-Lah en su despecho, apart嫕dose
violentamente del ajimez y decidido a olvidar para siempre a aquella cuyas
angustias y cuyos dolores no hab燰 penetrado. En balde fue, no obstante,
que pretendiese escuchando a sus guazires en el consejo distraer su
esp甏itu con los arduos negocios del reino: su atenci鏮, como
reproch嫕dole, estaba siempre fija en la misma idea, que, tenazmente
aferrada, no le permit燰 momento de reposo.

Porque 篡 si despu廥 de todo se enga鎙ba?... 璣 si era verdad el amor
que Aixa le hab燰 jurado?... 燒o se hab燰 convencido, por las
informaciones del cadh de que la aventura de aquella noche en que fue
herida la joven, no hab燰 sido preparada por ella? 燒o pod燰 la sultana
Seti-Mariem haber sorprendido su billete?... S eso deb燰 ser. Aquel
rostro angelical, no era el rostro de una aventurera, y no ment燰; no
ment燰n aquellos labios tan puros... Alguna causa superior, por 幨
desconocida, era sin duda lo que hab燰 impedido que Aixa contestase a su
billete... Acaso la paloma se habr燰 extraviado... Quiz嫳, si Seti-Mariem
la hab燰 sorprendido, hubiese cruel y sanguinaria mente cumplido sus
amenazas para con la doncella... Pero s鏊o Allah, el sabio, el conocedor
de todas las cosas, era quien icamente pod燰 saberlo...

Cortando la palabra a uno de sus guazires, se levantfebril en el
consejo y despidia sus ministros, quienes no acertaban a explicarse en
su se隳r (,llah le haya perdonado!) aquellas genialidades desconocidas.

Manddespu廥 buscar al arr墈z de sus guardias, en quien ten燰
singular confianza, ascomo tambi幯 al katib, y con ellos, devorado por
la impaciencia, se dirigia la casa de su amante.

。鏔o le palpitaba el coraz鏮 al aproximarse! Al cruzar el Darro por
el puente que un燰 la colina roja con la ciudad, vio a muchos vecinos del
barrio de la Rambla ocupados en la tarea de desalojar de sus moradas el
agua que las hab燰 inundado por la noche y durante las primeras horas de
aquel d燰; pero no se detuvo, y dejando atr嫳 impaciente a sus dos
servidores que caminaban en pos de 幨 en silencio y a buen paso, llegpor
fin delante de aquel port鏮, que tantas veces se hab燰 para 幨 abierto,
como se abren las puertas del para疄o para aquellos de quienes Allah no se
ha separado, y han seguido en vida el camino derecho de su salvaci鏮
eterna!


,y de la sultana, si hab燰 osado tocar a un solo cabello de Aixa!...
En su poder ten燰 el Pr璯cipe desde su advenimiento al trono, al pr璯cipe
Isma螿, hijo de Seti-Mariem, y hermano suyo por consecuencia. No sin
motivo le hab燰 hecho habitar la Torre, a que despu廥 dieron nombre los
nassar獯s (Allah los maldiga!) de Torre de las Damas(15); tomar燰
represalias en el joven, y de esta manera la sultana no tendr燰 m嫳
remedio que devolverle la mujer a quien adoraba.

Mientras tanto, el port鏮 se abr燰, y por 幨 impetuosamente se
lanzaba Mohammad, seguido siempre de Abd-ul-Malik y de Ebn-ul-Jathib, que
hab燰n logrado incorpor嫫sele.

Sin detenerse un punto, cruzel jard璯 y subilas escaleras que al
aposento de Aixa conduc燰n; reconocifren彋ico el edificio de todos
lados; pero en balde: todo estaba desierto. Hizo llamar al portero,
personaje en quien hasta aquel momento no se hab燰 fijado nunca, pero era
mudo de nacimiento, y no pudo por consiguiente obtener de 幨 noticia
alguna. Tornfren彋ico a sus pesquisas, ya desesperado; y al propio
tiempo que el katib le presentaba el cuerpo ensangrentado de la paloma,
hallado en uno de los rincones del jard璯, el Pr璯cipe por su parte
descubr燰 una arquilla de marfil, peregrinamente labrada, donde en lugar
de la alhenia, del cohol y de los perfumes que en ella deb燰 haber
guardado Aixa, encontraba todos los billetes que por conducto del ave
mensajera hab燰 幨 enviado todas las tardes a la joven.

Entre ellos, arrugado, estaba tambi幯 el timo, que 廥ta hab燰
tenido tiempo de ocultar en aquel sitio.

Entonces el Amir lo comprenditodo, reconociendo la mano de su
madrastra Seti-Mariem; entonces comprendila injusticia con que hab燰
sospechado de Aixa, y la causa de su silencio.. Oh! Si en lugar de la
desconfianza que le hab燰 ganado aquella ma鎙na, hubiese seguido el primer
impulso de su coraz鏮, corriendo entonces al lado de la joven!...

Ten燰 a el ave, ya fr燰, pendiente del cuello el bolso de
terciopelo, y para el Pr璯cipe era indudable que la sultana se hab燰
apoderado del billete con que Aixa contestaba al suyo.

Pose獮o de mortal desesperaci鏮, y conociendo la mano que le her燰,
jurMohammad tomar venganza de sus enemigos implacables; y en tanto que
daba orden a Abd-ul-Malik para que permaneciese en aquel sitio,-con el
alma destrozada y respirando odio hacia los que le arrebataban su ventura,
torna su alc嫙ar de la Alhambra.

All hac燰 ir a su presencia al prefecto de polic燰, comunic嫕dole
la resoluci鏮 que hab燰 adoptado, al propio tiempo que encargaba al
mexuar, ejecutor de sus justicias, que apoder嫕dose del pr璯cipe Isma螿 y
de su hermano Ca褼, los redujese a prisi鏮 en una de las torres del
Al-Hissan, que se extend燰 a la parte de poniente del alc嫙ar.

En los momentos mismos en que el Sult嫕, juzg嫕dose juguete de las
supuestas veleidades de Aixa, se apartaba del ajimez desde donde le hab燰
mandado su timo mensaje; cuando, muda de espanto y de sorpresa la ni鎙
ve燰 de improviso surgir ante ella a la Sultana, caer la paloma herida por
los sicarios de 廥ta, y desaparecer desde隳sa a Seti-Mariem de la azotea,
despu廥 de haber llenado su alma de desconsuelo,-apenas si la pobre ni鎙
tuvo alientos para darse cuenta de lo ocurrido, y volver vacilante a su
aposento.

Sumida en tristes cavilaciones, y siniestramente impresionada, en
vano pidil墔rimas a sus ojos, los cuales, secos y ardientes, giraban en
sus 鏎bitas; en balde tratde reunir sus pensamientos, y de invocar la
protecci鏮 de los genios invisibles. Derribada sobre los almohadones de un
sof si tuvo tiempo para ocultar el billete de su amado en la arquilla
donde depositados guardaba cuantos de 幨 hab燰 recibido, no lo tuvo para
tomar determinaci鏮 alguna, despu廥 de que Seti-Mariem hab燰 descubierto
el medio por el cual se comunicaba con el Pr璯cipe, y se hab燰 apoderado
del escrito en que ella daba a Mohammad conocimiento de la trama infernal
de la sultana.

Poco despu廥 de haberse encerrado en aquella estancia, aparec燰n en
ella dos hombres desconocidos, los cuales, sin que la joven pudiera
ofrecer aniquilada resistencia alguna, se apoderaban de su persona por la
fuerza, y utilizando el camino secreto de la alhenia, conduc燰nla por
orden de Seti-Mariem a un aposento subterr嫕eo y hedo, donde la
abandonaban casi sin sentido, cerrando antes cuidadosamente la puerta.
....................................

Era ya esa hora incierta de la tarde en que las sombras, avanzando
cada vez m嫳 intensas, disputan su imperio al d燰 moribundo, hora
indecisa, sin color ni vida, que difunde melancol燰 singular e indefinible
en el esp甏itu, y en que, como las im墔enes de un sue隳, todo va poco a
poco borr嫕dose y perdi幯dose entre las cenicientas oleadas precursoras de
la noche.

De vez en cuando, e interrumpiendo el silencio respetuoso y lleno de
majestad del crepculo, acompasadas, l嫕guidas como un lamento, resonaban
en los aires las voces del muedz璯, convocando desde la cima del levantado
alminar de las mezquitas a los fieles para el assalah de al-magrib, cuya
ora era; y el idzan(16), repetido en todos los tonos, parec燰 la oraci鏮
verdadera elevada por la poblaci鏮 en masa a los pies del trono del
Omnipotente.

Las calles de la ciudad iban poco a poco quedando desiertas y en
silencio, destacando a modo de manchas negras los escasos transetes
sobre los enlucidos muros de las casas.

A la falda del Albaic璯, en una de las miserables y estrechas
callejuelas que van a morir al Darro, como resto de antigua fortificaci鏮,
ya abandonada,-conserv墎ase aislado y enhiesto a, denegrido torre鏮
cuadrangular, desmochado y en ruinas, que parec燰 pr闛imo a derrumbarse
bajo su propia pesadumbre. Crec燰n entre la argamasa de sus muros las
parietarias; y el jaramago tomando triunfante posesi鏮 de aquel despojo de
las edades, coron墎ale orgulloso de exuberantes penachos, que le daban
aspecto pintoresco. Morada de nocturnas aves, nadie habr燰 seguramente
sospechado que allninguna criatura humana se albergase; mas cuentan las
historias, que por los escombros de aquel resto deforme, vagaba el
esp甏itu infernal, asegurando que por entre las muchas grietas de los
carcomidos muros, y por las estrechas saeteras de los mismos, sol燰 verse
por la noche, en pos de inciertas claridades, salir espesas y negruzcas
humaredas de olor acre y nauseabundo, que apartaban las gentes del
contorno.

Daba el vulgo al torre鏮 nombre de Torre de Ax-Xaythan, y con efecto,
en el recinto estrecho de la misma, sentado sobre un peque隳 taburete de
cuero de Fez, y apoyada en ambas manos la cabeza, que cubr燰 una toca de
seda bastante usada,-a la tenue claridad de un candil colgado de las
grietas del muro, hubiera podido la noche indicada verse un hombre de
avanzada edad y aspecto repugnante, sumido en grave y profunda meditaci鏮
delante de un tablero sobre el cual se hallaban dibujadas varias y
cabal疄ticas figuras.

De rostro moreno y facciones huesosas y pronunciadas, formaba
singular contraste la blancura de su luenga y revuelta barba con lo oscuro
del miserable traje que vest燰, no pareciendo, en medio de aquella
estancia, rodeado de sombras, y cercado de retortas y otros utensilios
esparcidos sin orden por el suelo, sino mal嶨ica visi鏮 o espectro, m嫳
que persona humana. Abandonado encima del tablero, ve燰se un comp嫳 mohoso
de hierro; y en medio de su abstracci鏮, aquel ser extra隳 pronunciaba de
tiempo en tiempo frases entrecortadas e ininteligibles, como un conjuro.

La d嶵il luz del candil, rojiza y oleosa, derram墎ase oscilante y
sombr燰 por los muros del mezquino aposento, dando fant嫳ticos relieves a
las excrescencias desordenadas e irregulares de los mismos, las cuales
proyectaban confusamente siniestras sombras, de intensidad y de figura
distintas a cada bocanada de viento que penetraba del exterior por los
mechinales y las estrechas saeteras, fingiendo formas extravagantes, y
descubriendo de vez en cuando singular mezcla de signos y cartones
extra隳s, alima鎙s y pergaminos, que llenaban por todas partes las
paredes.

En uno de los rincones de la estancia, blanqueaba a intervalos sobre
el negro fondo de aquellos, con horrible expresi鏮, la descarnada osamenta
de un esqueleto; y a su lado sobresal燰 cierta especie de tarima de
aliceres, ahumada y medio derruida, sobre la cual, y al fuego activo de
las brasas, herv燰n diversas vasijas y retortas, arrojando en espirales
sofocante y denso humo, que difund燰 en torno singular ambiente.

Al cabo de largo espacio de silencio, interrumpiel miserable
anciano sus meditaciones; y dejando sobre el tablero el comp嫳 que hab燰
tomado nuevamente entre sus manos, alzose con lentitud de su asiento y se
dirigicon tardo paso a la tarima de azulejos.


-Eso es!-exclamcontemplando con deleite una de las vasijas.-Nada
hay imposible para Xaythan, como no hay para 幨 nada oculto en las
entra鎙s de las criaturas...

Y tomando otra vez asiento en el taburete, torna sus meditaciones,
trazando l璯eas y midiendo 嫕gulos en el tablero de que hab燰 vuelto a
apoderarse.

-S eso es,-dec燰 a cada l璯ea que trazaba sobre la arena con
nerviosa mano.-Eso es!... No lograrahora ese maldito engendro
libertarse, y como su padre, caertambi幯 cuando menos lo espere y lo
presuma, quedando ascumplida mi venganza! Su figura se desvanece apenas
se鎙lada, y su nombre aborrecido no deja huella alguna... El momento est
cercano!

Sumiose en pos en profundo silencio, sin dejar de seguir sus trazas
preocupado, cuando interrumpi幯dole a deshora, resonen la estancia
met嫮ico ruido, a cuyas vibraciones se levantdel taburete, con m嫳
celeridad de la que pod燰 esperarse de los a隳s que aparentaba.

-Ya estaqu-dijo...; y con efecto, breve tiempo despu廥, y sin que
al parecer hubiera en aquel recinto pavoroso entrada, al dudoso fulgor del
candil, dibujose en uno de los lados de la torre el bulto oscuro de una
persona, completamente oculta entre los pliegues del rop鏮 que la
envolv燰.

Avanzen silencio al medio del aposento; y desembaraz嫕dose alldel
solham, aparta un lado con r嫚ido adem嫕 el velo que encubr燰 su rostro,
exclamando al mismo tiempo:

-Ciertamente, Abu-x-Xakar, que no esperar燰s mi visita ni a esta hora
ni en este sitio.

-Te equivocas, sultana,-respondiel miserable.-Para mnada hay
oculto, y ha rato que te espero, porque sab燰 que hab燰s de venir.

-Luego 窺abes tambi幯...-replicSeti-Mariem, porque ella era,-sabes
ya que nuestra empresa ha fracasado?...

-No lo ignoro, sultana. No hay para msecretos en la tierra-dijo el
anciano.

-﹒h! Es preciso concluir... ﹖... •s necesario que ese hombre
perezca!... Si tus brazos no vacilaran y fuesen todav燰 fuertes como en
otro tiempo... ·ero es inil!

-Bien sabes, Seti-Mariem, que si no titubeun solo momento en
ejecutar tus 鏎denes, exponi幯dome a una muerte cierta por satisfacer
nuestra venganza, tampoco, siendo necesario, vacilar燰 hoy en librarte de
ese mancebo, a quien persigue nuestro odio. Pero no es a preciso.
Conviene antes apurar los recursos de mi ciencia, y ellos, ascomo han
logrado hasta aqunuestros deseos, acaso mejor que mi gum燰, sabr嫕
desembarazarnos a tiempo de nuestros enemigos.

-,llah te oiga!-exclamSeti-Mariem.-Pero mejor mil veces que tus
filtros fue tu mano certera, cuando caya tus golpes Yusuf, el enemigo de
nuestra dicha, el padre de Mohammad... ﹐ald璲ale Allah!... 燕or qu
vacilas, cuando tan cercano es el momento de que se colmen tus esperanzas?
燒o est嫳 a satisfecho? o 穌uieres todav燰 prolongar esta vida
miserable, que arrastras desde la muerte de Abu-l-Hachich? Si nuestro hijo
Isma螿 ocupase el trono de Granada, 穌um嫳 podr燰s apetecer teniendo el
amor de Seti-Mariem, que no te olvida?

-。alla, sultana, calla!...-murmurAbu-x-Xakar.-, no ha sonado la
hora de la venganza! Cuando la implacable fortuna te arrancde mis
brazos, para llevarte a los del padre de Abd-ul-Lah, jurexterminar la
raza de los tiranos, y no olvides que scumplir mi palabra. Podr嫕 pasar
los a隳s, encanecer mi barba, flaquear mi cuerpo; pero lo que siempre
subsistiren el fondo de mi coraz鏮, serel odio jurado a los
Al-Ahmares. Vive, pues, tranquila, que yo velo por ambos.

-Entre tanto-prosiguidespu廥 de algunos momentos de silencio,
encamin嫕dose hacia la tarima de azulejos donde herv燰n las vasijas all
colocadas,-aqutienes la ponzo鎙 que ha de poner t廨mino a nuestra
obra... ﹒h! 、o hay miedo de que escape, porque no existe sustancia que
altere este veneno, una de cuyas gotas bastar燰 para que en un instante
pasase el as-sirath(17) quien lo probara!

Y el anciano sonre燰, mientras apartaba del fuego una de aquellas
vasijas, y con el mayor cuidado remov燰 el l甒uido contenido en ella.

Breves momentos duresta operaci鏮, y al postre, vali幯dose de un
extra隳 aparato, del fondo de la vasija mencionada extrajo una hermosa
fruta, que no parec燰 sino arrancada en aquel instante del 嫫bol.

-?e aqunuestro vengador!-dijo, avanzando hacia la sultana, quien
atentamente hab燰 contemplado los movimientos del anciano.
-﹔ui廨alo Xaythan el apedreado!-exclamaquella.

-No lo dudes, Seti-Mariem-replicsu c鏔plice, envolviendo
cuidadosamente la hermosa fruta en un trozo de perfumado alhame.-Pero no
te descuides-prosiguimudando de tono;-la noche avanza, y es preciso que
el nuevo sol salude, al levantarse, la obra de nuestro odio.

-Tienes raz鏮!-dijo la sultana.-Es preciso que el nuevo sol sea
testigo de nuestro triunfo, y que nuestros desvelos alcancen el t廨mino
apetecido!... Pero es para ello necesario que me ayudes: que contribuyas
con tu esfuerzo a que nuestros afanes y nuestras esperanzas se cumplan, y
que esa despreciable criatura en cuyas manos estla satisfacci鏮 de
nuestros designios, se someta tambi幯 a ellos d鏂ilmente...

-No temas,-replicAbu-x-Xakar sonriendo de un modo repugnante.-Nada
pueden sus artes conmigo, y ella misma caeren la red que cree
prepararnos... ﹒h! Conozco sus intentos... Sque trata de hacer traici鏮
a tus mandatos, pero no me inquietan por manera alguna sus maquinaciones,
de que ha de ser v獳tima a pesar suyo... 澧ree Aixa, por ventura, que
habrde retroceder, cuando llevo andado ya casi el camino?... 澧rees t
misma, que no ambiciono salir de este recinto en que me ahogo, y recoger
el fruto de mi venganza?..: Cu嫕 enga鎙da vives si otra cosa has pensado,
sultana! Si mi cuerpo ha envejecido, si surcan mi faz acusadoras del
tiempo las arrugas, si mi barba es blanca cual la nieve del
Chebel-ax-Xolair, habr嫳 de verme el d燰 del triunfo como en aquellos d燰s
felices en que, ajenos del peligro que nos amenazaba, goz墎amos juntos y
olvidados las delicias del para疄o... Volver嫕, s volver嫕 aquellos
d燰s! Recobrarmi tez la juvenil tersura, mis ojos el brillo atenuado, mi
cuerpo la fortaleza perdida, y mientras el genio que me protege no me
abandone, vivirsiempre joven a tu lado! Ya ver嫳, ya ver嫳, Seti-Mariem:
tmisma, que a conservas por mis filtros y mis esencias prodigiosas los
encantos de tu hermosura, te sentir嫳 renacer a nueva vida: discurrirpor
tus venas y por las m燰s la sangre hirviente de la juventud pasada, y la
mano de malaq-al-maut serimpotente para nosotros, sonri幯donos eterna
primavera!

-No retardes,-prosigui-ese feliz momento, y pues la suerte nos
favorece y ayuda, acabemos de una vez!

-Que Thagut nos proteja!-exclamestremeci幯dose de emoci鏮
Seti-Mariem al escuchar las palabras del anciano.-El d燰 en que tus
promesas se realicen, el d燰 en que mis sue隳s se cumplan, y esa perpetua
primavera nos sonr燰, 穌uhabrde importarnos ninguna de las delicias
del para疄o, si todas juntas habremos de gozarlas eternamente?-Y mientras
ocultaba entre sus ropas la envenenada fruta, y echaba sobre sus hombros
el solham, volviendo a cubrirse el rostro con el al-haryme, dirig燰 a
Abu-x-Xakar provocativa sonrisa, quiz嫳 pensando en lo lisonjero del
porvenir que a sus ojos presentaba lleno de halagos el miserable siervo
del infierno.

Poco despu廥, desaparec燰 en las sombras; y entreg嫕dose de nuevo a
sus maleficios, dej墎ase caer el viejo sobre el taburete, bajo el
vacilante fulgor que arrojaba el candil en aquella medrosa estancia.



- X -


EN tanto que Aixa, presa de mortal zozobra y dominada por extra隳s
presentimientos al darse cuenta de su situaci鏮, se hab燰 a su inquietud
abandonado sin reserva dentro del l鏏rego aposento a donde fue por las
gentes de la sultana conducida, invocando fervorosa la protecci鏮 de Allah
el Omnipotente y el auxilio de los buenos genios,-la noticia del arresto
del pr璯cipe Isma螿, como torbellino desenfrenado del hurac嫕 deshecho,
corr燰 por Granada, y ca燰 sobre el Alc嫙ar de Sa蟂 cual rugiente
exhalaci鏮, produciendo singular estrago, y llevando consigo la
desesperaci鏮 y el p嫕ico, en medio del asombro que ocasionaba.

El Sult嫕 hab燰 aquella vez ganado por la mano a sus enemigos, y tal
muestra de energ燰 inesperada, era segura se鎙l y como presagio de m嫳
graves medidas. Hac燰se pues preciso por consiguiente acudir a la defensa
y procurar desarmarle y adormecerle, a fin de que el golpe, con tanta
habilidad preparado, le hiriese cuando a no hubiera tenido tiempo de
pararlo. Para el triunfo de las tenebrosas intrigas que Seti-Mariem urd燰
en secreto, la persona de aquel ni隳, a quien hasta entonces hab燰 mirado
Abd-ul-Lah con fraternal afecto, era de todo punto indispensable; y urg燰,
antes que nada, no ya sacarle solamente de la prisi鏮, sino del poder del
Amir, que en 幨 tendr燰 siempre un arma, para esgrimirla con 憖ito contra
las ambiciones de su madrastra.

Dado lo excepcional de las circunstancias, no se ofrec燰 sino un
medio a fin de conseguir el primer objeto, y la sultana, careciendo del
derecho de elecci鏮, no vacilun instante: la libertad de Aixa, y la vida
de la joven, respond燰n con efecto de la libertad y de la vida de Isma螿;
por esta causa pues, cuando de regreso de su visita a Abu-x-Xakar,
Abu-Sald daba conocimiento a Seti-Mariem de la medida tomada para con su
hijo por el Sult嫕,-sin detenerse un punto, y comprendiendo desde el
primer momento de d鏮de part燰 y a d鏮de iba encaminado el golpe,
resolv燰se a volver a Granada, cuyas puertas no hab燰n sido cerradas
todav燰, y utilizando siempre la comunicaci鏮 secreta, hac燰 personalmente
poner en libertad a Aixa, mandando que fuera conducida a la casa por donde
ten燰 entrada el subterr嫕eo, y cuya humilde apariencia, por el lugar en
que se alzaba, ya a la otra orilla del Darro, no pod燰 infundir sospecha a
nadie.

Asque la joven se hallen presencia de la Sultana, sin darle 廥ta
tiempo a hablar, colocdelante de ella sobre una mesilla una hoja de
papel, y alarg嫕dole el calam, exclamcon acento breve e imperioso, que
no admit燰 r廧lica:

-Escribe!

-熹uquieres y a qui幯 quieres que escriba, cuando apenas strazar
el santo nombre del Omnipotente?...-preguntla ni鎙.

-No importa: es preciso que el Sult嫕 reciba esta misma noche el
billete que voy a dictarte, como ha recibido ya otros tuyos, y que ignore
siempre lo que hoy ha sucedido... Tte encargar嫳 de fraguar a tu antojo
la historia que mejor te parezca para explicarle la muerte de la paloma y
tu desaparici鏮, y cuenta tuya serel tranquilizarle... Escribe pues!

Acomodose sin voluntad para resistir la joven en el almohad鏮 que
hab燰 inmediato a la mesa, y tomando el calam que Seti-Mariem: le ofrec燰,
a la luz escasa del candil de cobre que ard燰 oleoso, se prepara
obedecer, diciendo:


-Comienza.

Breve fue el billete: Aixa en 幨 citaba a Mohammad. para la siguiente
noche.

Cuando hubo terminado, entrega la sultana el escrito, y alz嫕dose
de su asiento, muda, con pasividad extra鎙, aguarda que aquella mujer
dispusiese de ella.

-Volver嫳 de nuevo a tu morada-dijo la madre de Isma螿-pero no
olvides que la menor indiscreci鏮 que cometas, sercausa de tu muerte.
Ma鎙na, antes de la hora en que ese maldito que se dice Pr璯cipe de los
muslimes en Granada, venga a tus brazos, ma鎙na volveremos a vernos...
Nada de resistencia a mis mandatos, nada de oposici鏮 a mi voluntad;
porque de todos modos estescrito que Abd-ul-Lah ha de morir, y a pesar
de tus esfuerzos, se cumplirsu suerte.

BajAixa la cabeza en silencio, y comprendiendo que era en vano
tratar de conmover aquel coraz鏮 de roca, dio dos pasos hacia la puerta
del aposento, donde aparecieron los servidores de Seti-Mariem que hasta
allla hab燰n conducido, y que acompa鼁ndola a trav廥 de las desiertas
calles de la ciudad, cruzaron el r甐 por uno de los puentes que sobre 幨
se tienden, y penetraron con ella en la morada donde tantas penas y tantas
alegr燰s hab燰 al propio tiempo experimentado.

All en cumplimiento de las 鏎denes del Sult嫕, encontraba a
Abd-ul-Malik, el arr墈z de la guardia personal del Pr璯cipe, quien desde
por la tarde permanec燰 en su puesto, y quien al reconocer a Aixa,
apresur墎ase despu廥 de cumplimentarla, a dirigirse al alc嫙ar de los
Beni-Nassares, comprendiendo la inquietud en que el Amir estar燰, y el
placer que habr燰 de proporcionarle con nueva tan de su agrado como
lisonjera, mientras Aixa se recog燰 a su aposento, extenuada y triste, y
convencida de que no era posible para ella luchar con la sultana.

Bien hubiera querido Abd-ul-Lah, a cuyas manos hac燰 poco hab燰
llegado la misiva de la joven, correr al lado de 廥ta en su impaciencia,
mucho m嫳 a, cuando el arr墈z le daba noticia del regreso de Aixa; pero
cediendo a los ruegos de Abd-ul-Malik y prometi幯dose para el siguiente
d燰 asistir a la cita de su amada, desistide su prop鏀ito, y aquella
noche derramsobre 幨 en larga vena la benevolencia de Allah placenteros
ensue隳s, como en se鎙l de su protecci鏮 manifiesta.

No sucedide igual suerte a Aixa: acongojada y triste, ve燰 con
temor aproximarse el cercano d燰, dando vueltas sobre su lecho, sin
encontrar descanso para el cuerpo y sin hallar paz tampoco para el
esp甏itu. El decaimiento, la postraci鏮 de 嫕imo que la se隳reaban, eran
completos; y aunque revolv燰 en su cerebro mil proyectos e ideas confusas,
ninguno de los primeros le parec燰 realizable, ascomo tampoco ninguna de
las segundas le promet燰 lo que anhelaba.

Pod燰, es verdad, burlar acaso la vigilancia de que era objeto,
huyendo de aquella casa como otras muchas veces lo hab燰 ya pensado;
quiz嫳 lograr燰 salvar al Pr璯cipe de las asechanzas de Seti-Mariem; pero
volver燰 de nuevo aquella mujer funesta a tejer sus redes con ma隳sa
astucia, y entonces 穌ui幯 podr燰 salvar a Mohammad, si ella no estaba
allpara lograrlo?... No: era preciso destruir para siempre aquellos
enemigos, y ella era la ica persona capaz de lograrlo.. 熹ui幯
profesar燰 al Amir cari隳 igual al suyo?... 熹ui幯 resistir燰 como ella
las rudas pruebas a que la sultana la hab燰 sometido?... Era pues
indispensable que continuara viviendo en aquella casa; que penetrase los
planes de la ambiciosa princesa, y que los destruyese, conden嫕dola a la
impotencia para siempre.

Pero urg燰 tambi幯 que el Sult嫕 estuviera prevenido, y no hallaba
recurso alguno para ello... La muerte estm嫳 cerca de la criatura, que
la pesta鎙 del ojo, dice el sabio; pero tambi幯 ha dicho que el que corre
abandonando la vida a la esperanza, no se detiene hasta su muerte!...

Por esta raz鏮 Aixa, sin perder la confianza en la protecci鏮 de
Allah y en la de los 嫕geles buenos, comprend燰 la necesidad de tomar un
partido, y de obrar sin p廨dida de momento. As con lentitud
mortificante, vio penetrar por las celos燰s del aposento las primeras
azules tintas del alba; as oyel preg鏮 del salah de asobhi; as como
el despertar de un cuerpo gigantesco, lleghasta ella el rumor de la
poblaci鏮, y asla hallaron los primeros rayos del sol, que cual lluvia
de ad-dinares relucientes, ca燰n sobre el pavimento filtr嫕dose por entre
las entrelazadas celos燰s.

Saltando entonces del lecho, cubriose a toda prisa con recia
alcandora de lana, ci嚧 a su cabeza una toquilla, e indecisa, vacilante,
sin que a hubiera acudido a su cerebro ninguna idea salvadora, ni le
hubiese ocurrido medio para comunicar con el Sult嫕 antes de que llegase
la hora de la cita, subicomo el d燰 anterior a la azotea, y cual
entonces, sus ojos erraron por el espacio vagamente, contemplando al fin,
como labradas en coral, las rojizas fortificaciones de la Alhambra.

Si Allah, que ha dado al pensamiento la facultad inapreciable de
suprimir el espacio, hubiese concedido al cuerpo igual virtud, cu嫕
presurosa habr燰 tendido sus alas, y navegando por aquel inmenso azulado
oc嶧no, que la luz del sol llenaba de dorados reflejos, hubiera volado a
los brazos de Mohammad, le hubiera en sue隳s sorprendido, y quedo, muy
quedo, como susurro de la brisa, hubiera murmurado en los o獮os del Sult嫕
aquellas dulces palabras embriagadoras que constituyen toda la felicidad
para los amantes. Luego, entre caricias, le prevendr燰 de cuanto contra 幨
se tramaba; y fuerte con la justicia y con la protecci鏮 divina, sabr燰 幨
imponer castigo a los malvados...

Si, a lo menos, aquel ave inocente que hend燰 los aires orgullosa,
conociendo la importancia de su cargo cual mensajera del amor, no hubiera
sido cruelmente sacrificada por Seti-Mariem, podr燰 poner sobre aviso al
Pr璯cipe; pero ella la hab燰 visto caer mortalmente herida por traidora
flecha, y aquellos ojuelos encendidos, que parec燰n ser reflejo de la
pasi鏮 ardorosa del Sult嫕, se hab燰n apagado para siempre! Si ella
pudiera sobornar a sus guardianes!... Pero el portero, esclavo et甐pe, era
sordo-mudo de nacimiento, y s鏊o comprend燰 las miradas de su ama; las
doncellas que la serv燰n, en medio de las atenciones que para con ella
guardaban, eran incorruptibles, como lo hab燰 ya una vez experimentado...
Ni pod燰, cual las dem嫳 mujeres, concurrir al ba隳 plico, ni recorrer
las huertas frondosas de Granada, ni abandonar aquella verdadera prisi鏮
en que se encontraba!... Conocedora del secreto de la alhenia, la idea de
utilizar aquel subterr嫕eo, por donde hab燰 sido conducida el d燰 anterior
a un calabozo, y desde el cual la noche precedente fue llevada a una casa
desconocida, hab燰 acudido en varias ocasiones a su imaginaci鏮...

Quiz嫳 aquel ser燰 el ico camino... 澧鏔o antes no se te hab燰
ocurrido?... S no hab燰 que vacilar: aprovechar燰 la primera ocasi鏮
oportuna, y antes de que el sol hubiese recorrido la mitad de su carrera,
huir燰 por ally ver燰 al Pr璯cipe... Su plan estaba ya concertado, y
s鏊o la extra鎙ba que antes, durante el insomnio de la noche anterior, no
se le hubiese ocurrido aquella idea.

Aspensaba, abstra獮a completamente, cuando al levantar los ojos que
hab燰 hasta entonces tenido fijos en una de las macetas que engalanaban la
azotea, advirtila insistencia con que en torno de 廥ta, y dando giros en
el aire, volaba una paloma, negra y solitaria. Ignorando los usos de la
corte, no sab燰 la doncella que el Sult嫕 pose燰 multitud de aquellos
animales, d鏂iles y amaestrados, cuyo destino era el de servir de
emisarios en la guerra; pero extra鎙ndo las evoluciones a que el ave se
entregaba, ya abatiendo el vuelo hasta tocar casi con las alas el piso
yesoso de la azotea, ya remont嫕dolo hasta la altura,-llamola con un
grito, y no sin sorpresa advirtique el animal se acercaba a ella sumiso
y obediente. Entonces fue cuando sus ojos repararon en que pendiente del
cuello, como el otro, llevaba un bolso igual, y desat嫕dole agitada y
presurosa, hallen 幨 un billete del Pr璯cipe.


La alegr燰 de Aixa fue inmensa... 澧鏔o dudar de la providencia de
Allah?... Bien manifiesta estaba ante sus ojos. Leycon avidez el
escrito, en que el Sult嫕 pintaba sus zozobras del precedente d燰,
refiri幯dole cu嫕to hab燰 sufrido en su ausencia, y cuanto hab燰 pasado; y
conmovida hasta el fondo de su coraz鏮, baja su estancia presurosa y
dejcorrer el calam sobre el papel. Siguiendo el consejo que el Pr璯cipe
le daba, cuando volvia la azotea, depositambos billetes en el bolso
que la paloma tra燰; y acarici嫕dola cari隳samente, la impulsen los
aires en direcci鏮 de la Alhambra, y siguisu vuelo con la vista por
largo espacio de tiempo.

Cuando al llegar la noche el Sult嫕 acudiese a la cita, vendr燰
prevenido: aquella vez la paloma no hab燰 encontrado obst塶ulo en su
camino, y bogaba serena por la regi鏮 del viento. En aquel billete,
escrito por Aixa con suma rapidez, no s鏊o le daba cuenta la ni鎙 de los
siniestros planes de la sultana, sino que le recomendaba al propio tiempo
que no acudiese a la cita, mientras no llevase consigo un talism嫕
poderoso y un contraveneno.

Tranquila respecto al porvenir, Aixa descendia su aposento, y all
permanecilas largas horas del d燰, satisfecha de spropia, y
fortaleciendo su esp甏itu entre l墔rimas bienhechoras de esperanza, con la
de que su enamorado, advertido ya del peligro que le amenazaba, sabr燰
evitarlo diestramente.

En tal disposici鏮 de 嫕imo se hallaba, cuando persiguiendo siempre
sus funestos designios, alzaba sigilosamente Seti-Mariem, al caer la
tarde, el bordado tapiz que cubr燰 la entrada de la estancia, y sin que la
joven advirtiera su presencia, avanzaba como fat獮ico fantasma, resbalando
suavemente por las marm鏎eas losas del pavimento.

Goz嫕dose de antemano en la sorpresa de Aixa, hac燰 algunos instantes
que a su lado sonre燰 la sultana; y hubieran sin duda permanecido ambas
mujeres de esta suerte m嫳 tiempo todav燰, si la implacable perseguidora
del Amir no hubiese roto bruscamente el hilo de las meditaciones de la
joven, arranc嫕dola con sus palabras del mundo superior a que la hab燰n
arrebatado sus abstracciones.

-熹upiensas, esclava?-preguntcon desabrido acento, coloc嫕dose ya
resuelta delante de ella-燕or quhan derramado l墔rimas tus ojos, cuando
es s鏊o el dulce fluido del amor lo que deben derramar esta noche, para
que caiga en tus brazos embriagado tu maldecido amante?

Extremeciose la joven al sonido de aquella voz, y abriendo los
negros, grandes y expresivos ojos, clavolos con repugnancia en el rostro
de la sultana, aunque sin desplegar los labios-, pero al ver cerca de sa
su mortal enemiga, que siempre se aparec燰 cual evocaci鏮 mal憝ola; al
comprender que era llegado el momento tan temido por ella,-fr甐 sudor
inundsu cuerpo, y no hallsu lengua palabra alguna con quarticular
una respuesta.

Bien revelaba en la palidez de que se cubrisu semblante, y en el
c甏culo azulado que rodeaba sus hermosos ojos, lo profundo de la agitaci鏮
de que era en aquellos momentos presa: como la v獳tima olfatea al verdugo,
y el cervatillo, perdido en el bosque, olfatea al cazador que acecha el
momento de lanzar sobre 幨 el mort璗ero dardo, asAixa instintivamente
conoc燰 que hab燰 para ella sonado la hora decisiva, y temblaba a pesar
suyo, cual tiembla el ave presa en la red, y la gacela herida que ve
acercarse al que es causa de su muerte.

No era ciertamente un misterio para Seti-Mariem lo que pasaba en el
alma de la doncella; por eso sonre燰 con insolente satisfacci鏮,
recre嫕dose en el da隳 que produc燰 y m嫳 a en el que pensaba causar,
pues aquella vez, y de un solo golpe, iba a dar muerte a dos corazones,
que por el amor y para el amor viv燰n.

-燒o contestas?.... Sin duda-prosiguicon tono sarc嫳tico-pides a tu
amor recursos para salvar a tu amante! Pero es inil tu empe隳! Est
decretada la muerte de Mohammad, y morir Morir 燉o oyes?... El 嫕gel
confidente de Allah, ha calculado ya los d燰s que le restaban de vida, y
en estos momentos se dispone a borrar su nombre execrado del libro de los
vivientes, porque se estcumpliendo el t廨mino prefijado!... Y despu廥
que la muerte del que usurpa a mis hijos la herencia que el justo Allah
les ten燰 destinada, haya satisfecho todos mis deseos, y colmado todas mis
esperanzas,
no sertan cruel contigo como para negarte el derecho de que te reas
con 幨 en el Para疄o!

Tan terrible amenaza produjo en Aixa nerviosa sacudida pero
recobrando con tit嫕ico esfuerzo ante el peligro la serenidad que estaba
muy lejos de sentir, obliga sus labios a que ensayaran una sonrisa, y
murmur

-Es en balde, sultana, que pretendas llenar de m嫳 negros horrores mi
esp甏itu. Allah, que bendice desde al嫫xe(18) la pasi鏮 que tquisiste
encender en mi alma, sabe y conoce todo! El amor del Pr璯cipe, a quien
tanto odias, es para mcien veces preferible a la existencia que me has
hecho insoportable!

-Por el mismo Allah que invocas, esclava miserable, 穌ume importan
a mlos sentimientos de tu alma?-respondiSeti-Mariem con desprecio-熹u
me importas t vil instrumento?... 燕iensas que por ventura he venido
ahora para ser confidente de tus amores?... 燒o te se alcanza la raz鏮 de
mi presencia hoy en este sitio?... 燒o sabes que eres tla causa de que
mi hijo Isma螿 (,llah le bendiga y le proteja!) se halle preso en poder
del hombre a quien aborrezco y cuya muerte ans甐?... Sella el labio
imprudente, y oye con atenci鏮 cuanto voy a decirte, porque es ya tarde
para enjugar tus l墔rimas, y esta es, si Allah quiere, la tima vez que
has de verme!

-He jurado obedecerte-contestAixa,-y pues nada hay que pueda
resistirte, no ver嫳 en mun solo momento de vacilaci鏮... Ya lo sabes...
Yo acallarla voz de mi coraz鏮, ahogarmis sentimientos, ya que Allah
lo quiere y me abandona; porque despu廥 de 廥ta, que aborrezco, hay, como
thas dicho, se隳ra, otra vida de goces inefables en el Para疄o, hasta
donde no habr嫕 de llegar tus persecuciones... Impondrsilencio a mi
lengua: no temas que ella revele a Abd-ul-Lah la inicua trama de que es
v獳tima inocente... No temas que mis l墔rimas delaten tus infames
proyectos... Ya lo ves -a鎙diconteniendo sus sollozos,-no lloro, y va a
morir aquel a quien amo, aquel por quien dar燰 hasta la tima gota de mi
sangre!...

-Basta ya de lamentos!-gritllena de coraje Seti-Mariem al escuchar
las sentidas palabras de la muchacha.-Y pues me ofreces cumplir las
鏎denes que te tengo dadas-prosiguipresentando a Aixa la emponzo鎙da
fruta que la tarde anterior le hab燰 entregado el odioso c鏔plice,-aqu
tienes otra vez el ico medio que ha de proporcionarte, con la libertad
que hace tanto tiempo anhelas, una vida tranquila y sosegada... Cuida que,
a pesar de tus protestas de fidelidad, no f甐 en tus palabras, y que {y
de ti, si por acaso el Pr璯cipe llegase a sospechar alguna cosa antes de
probar esa fruta! ,y de ti, infeliz esclava, porque no perdonara ambos
mi coraje!... 澧rees, desventurada, que no hay en el mundo otra cosa que
tu amor?-continudespu廥 de breve pausa 燜e juzgas tan necesaria como
para que tu obstinada negativa pueda salvar la vida de tu amante? Brazos
hay esforzados en Granada que a una se鎙l m燰 hundir嫕 en el pecho de
Abd-ul-Lah el arma homicida; pero yo no quiero sangre.. -Quiero que muera
en tus brazos; quiero que muera gozando los placeres prometidos en la otra
vida a los fieles musulmanes, y morira pesar de todo y sobre todo!

Las timas palabras de la sultana, pronunciadas con tono incisivo y
fr甐, penetraron como afilado pu鎙l en el coraz鏮 de la infortunada
doncella, trayendo a su memoria cuanto hab燰 noches anteriores contemplado
entre sue隳s angustiosa; y llena de ansiedad, no atrevi幯dose a levantar
del suelo la mirada, turbia por el llanto, guardsilencio breves
instantes.

Hab燰 en tanto cerrado la noche, y no se escuchaba otro rumor que el
de los comprimidos sollozos que Aixa procuraba en vano contener delante de
su odiosa enemiga.

Al cabo, en medio del silencio, resonsobre el pavimento de la calle
ruido de pasos precipitados, y poco despu廥 un silbido prolongado y tenue
dejose o甏 fuera del recinto de la casa.

Al escucharle, sintiAixa correr por sus venas fr甐 mortal, sus ojos
se cerraron involuntariamente, y sus labios, obedeciendo a la voluntad,
negaron la salida a un tierno suspiro que pugnaba por escap嫫sele del
pecho.

La sultana, al mismo tiempo, enrojecide ira; y poniendo sobre los
hombros de la muchacha entrambas manos, exclama su o獮o:

-Voy a ocultarme, porque quiero gozar con la agon燰 de ese pobre
necio; pero antes, por tima vez quiero recordarte que es la muerte el
premio de los traidores; y que si tus ojos o tu voz descubren a mi enemigo
《ald璲alo Allah! el peligro que le amenaza, antes que puedas apercibirte,
perecer嶯s ambos a mis manos, pues ambos est壾s en mi poder, y nadie
existe que pueda salvaros de mi c鏊era. Tiembla, esclava, y no trates de
enga鎙rme! ﹐i venganza serterrible!

Y colocando sobre un precioso tabaque de plata la fruta emponzo鎙da,
corria ocultarse en la disimulada alhenia, desde la cual pod燰 ver
cuanto en el camar璯 ocurriese.

Ya era tiempo, porque los pasos de Abd-ul-Lah resonaban cerca del
aposento, y no tarden aparecer en 幨, gallardo, risue隳, lleno de amor y
de esperanzas como nunca.











- XI -


SIN embargo, Aixa hab燰 tenido espacio suficiente para volver sobre
s y aunque recordaba una por una las palabras pronunciadas por la
sultana Seti-Mariem, no por ello olvidtampoco que el Pr璯cipe estaba
prevenido, y tratde componer el semblante, para disimular sus temores:
hab燰 vuelto el carm璯 a sus mejillas de raso, y de su frente hab燰n huido
tambi幯 las sombras que pocos momentos antes la anublaban; sus ojos se
fijaron amorosos en Mohammad, y sus labios fingieron una sonrisa
provocadora.

Recostada voluptuosamente en los ricos almohadones del sof y
envuelta en las perfumadas espirales que desped燰n los braserillos de
az鏹ar, donde el almizcle se quemaba,-parec燰 la hechicera, cubierta de
ricas joyas y galas primorosas, a la dulce claridad de la calada l嫥para
de plata que pend燰 del techo, una hurencantadora, que como m墔ica
visi鏮, al acercarse, se desvaneciese muy luego en el espacio.

Detose el Pr璯cipe suspenso a su presencia, y en sus ojos brillun
rayo de adoraci鏮 hacia la hermosa que le fascinaba.

Avanz no obstante, hacia ella bajo la influencia de su mirada
magn彋ica, y mientras rodeaba con los brazos el gentil talle de la
muchacha, un beso apasionado unisus labios y fundisus almas.


Al mismo tiempo, y cual obedeciendo a una consigna, invad燰n como
otras veces la estancia muchachas deliciosas y gallardamente vestidas,
trayendo unos riqu疄imos jarrones de plata cincelada llenos de odor璗eras
esencias, que derramaban sobre el Amir con graciosos movimientos, otras
lindos tabaques de aquel metal, primorosamente labrados y cubiertos de
hermosas frutas y de dulces, y otras por timo copas de oro
resplandeciente que conten燰n vinos exquisitos de M嫮aga y de Chipre, de
los cuales ofrec燰n a Mohammad con miradas de fuego.

El joven, en tanto, bien que en su rostro no revelase ninguno de los
sentimientos que en su alma combat燰n, hab燰se acomodado gentil a los pies
de su amada, quien no sin inquietud palpitante le contemplaba, dando a su
imaginaci鏮 tormento con el fin de hallar el medio de prevenir a Mohammad
del inminente riesgo que corr燰. No parec燰 sino que la felicidad presente
que gustaba, hab燰 hecho desaparecer en el Sult嫕 los recuerdos de lo
pasado, o que, mejor a, la senda de sus amores continuaba no
interrumpida cubierta de flores y de delicias, seg lo regocijado de su
semblante, lo tranquilo y cort廥 de su apostura, y la confianza extrema de
que se mostraba pose獮o. Tanto era as que fingiendo no adivinar las
torturas de su amante, y como si hubiera estado con ella de concierto para
enga鎙r a la sultana,-en el supuesto de que hubiese podido conocer su
secreta presencia, al propio tiempo que aspiraba con deleite el aroma
embriagador de los labios de Aixa, superior a todos los aromas,-con tierno
enamorado acento, y despu廥 de darle sus quejas por que la noche
precedente no le hab燰 aguardado, sin darle tiempo a responder siquiera,
continuaba:

-Oh encanto de mi vida!... Cu嫕 hermosa eres, y c鏔o te adora mi
coraz鏮!... 熹ui幯 hay que te se parezca?... Tus cejas son dos arcos del
pa疄 de los negros; tus ojos, saetas mort璗eras, prontas a dispararse; tu
boca, un rubengarzado en un anillo; tus dientes, m嫳 blancos que la
leche de la camella; tu cuello se asemeja al cristal, como tus brazos a
dos espadas montadas en plata fina; tu pecho es como la nieve de
Chebel-ax-Xolair, y tu talle esbelto y elegante, recuerda la palmera del
desierto! Tu imagen hechicera viene a mtodas las noches, y veo tu
rostro, resplandeciente como la luna llena, cuando el sue隳 cierra mis
p嫫pados! Bendito sea Allah, que te ha creado! Hermosa de lejos, graciosa
y seductora de cerca, tu vista sola cura todas las dolencias del alma y
del cuerpo! Mientras tanoche me cerrabas cruel la puerta de este
para疄o, donde reinas como soberana, viviendo en tu recuerdo, yo te
dedicaba mi pensamiento...


Sultana cari隳sa
del alma m燰,
cuyos labios son rosa,
miel y ambros燰,
flor delicada
del jard璯 delicioso
de mi Granada...




Enardecida con las frases apasionadas de Abd-ul-Lah, abandon墎ase con
delicia Aixa al placer inefable que en aquellos momentos experimentaba,
oyendo a su amante, y no pensando sino en 幨; pero cuando la voz
conmovedora y dulce del Pr璯cipe hizo resonar en sus o獮os la cadencia de
aquellos versos, recordando que eran los de la casida que hab燰 escuchado
en su letargo como se鎙l de muerte,-perdida toda fe en el auxilio de los
buenos genios, a quienes hab燰 invocado, se sintidesfallecer, viendo
desarrollarse ante ella la escena pavorosa que hab燰 so鎙do, y se levant
tr幦ula, con el semblante descompuesto y visiblemente agitada, exclamando
con ronco acento, en tanto que dirig燰 la mirada con se鎙les de extrav甐 a
todas partes:

-Oh! Calla! Que tus labios jam嫳 pronuncien esos versos!...

No fue ciertamente poca la sorpresa del Sult嫕 al contemplar en tal
estado a la amada de su coraz鏮, y al advertir el singular efecto que en
ella produc燰 el comienzo de la canci鏮 que hab燰 en honor suyo compuesto
apasionado. Sin comprender, en medio de su asombro, la causa de aquel
extra隳 accidente, aunque lleno de vagas pero insistentes sospechas, hizo
se鎙 para que las muchachas que a permanec燰n en el aposento se
retirasen, y lleno de emoci鏮, cubr燰 de besos ardorosos el semblante
demudado de la ni鎙, murmurando:

-Bien m甐! Vuelve en ti!... 燕or qutiemblas, cuando yo, tu siervo
amante, estoy a tu lado?... 熹utemes?... 燕or ventura no me amas ya?...
Que la mano de Allah piadosa calme tu pecho, y le devuelva la tranquilidad
perdida!...

-La tranquilidad!...-repitisordamente Aixa.-No! Yo no podrya
nunca recobrarla... Huye de aqu... Pronto!... La muerte te amenaza!...

Y la infeliz, en medio de su exaltado extrav甐, se detuvo temerosa de
lo que iban a pronunciar sus labios.

-熹udices?...-respondiMohammad levant嫕dose a pesar suyo y
requiriendo la espada.-熹ui幯 en Granada puede desear mi muerte?... Sin
duda te equivocas... Sosi嶲ate, por Allah-continuvolviendo a tomar
asiento.-Sosi嶲ate, y no temas por m.. Allah me protege y, ya lo ves,
nadie me amenaza...

VolviAixa sus miradas recelosas en torno del camar璯, pretendiendo
vencerse; pero al distinguir la alhenia donde se ocultaba Seti-Mariem, un
rel嫥pago de odio animsu semblante. Logrcon grande esfuerzo fingir,
sin embargo, la tranquilidad que no sent燰, y dej嫕dose caer pesadamente
sobre los blandos almohadones del sofde que se hab燰 levantado, procur
devolver a su rostro la expresi鏮 del placer que antes le inundaba, y con
voz cari隳sa y halagadora, murmur

-Tienes raz鏮, se隳r y due隳 m甐!... No squextra鎙 alucinaci鏮 se
ha apoderado de mi esp甏itu... Pero ya pas... 熹ui幯 puede desear tu
muerte?... 熹ui幯 podrvencer la voluntad de Allah, que te protege?...
Soy tan feliz al lado tuyo-prosiguicon marcada volubilidad,-que temo
perderte a cada instante ! A ti, que eres mi vida!... 燕or qume hiciste
conocer con las delicias de tu amor las que est嫕 reservadas a los fieles
en la otra vida?... 熹ufiltro me has dado a beber en tus palabras
cari隳sas, en tus miradas expresivas, que no vivo ni aliento sino por ti y
para ti, bien m甐?... Horrible pesadilla que noches pasadas hizo huir el
sue隳 de mis ojos, me ha guiado al desvar甐 hace un momento... Oh! No
hagas caso de ella! Ya estoy tranquila... Pensemos s鏊o en gozar la
ventura de hallarnos juntos!

Y desprendi幯dose ligera de los brazos del Amir, torna levantarse
sonriendo nerviosamente, para escanciar el arom嫢ico vino malague隳 en las
copas de oro cincelado que sobre una mesilla dejaron las doncellas al
retirarse. Presentando despu廥 el dorado licor al Pr璯cipe con gracioso
adem嫕 y ojos provocativos e incitantes, continu

-Bebamos! El vino darmuerte a los pueriles temores que me han
asaltado, y no tienen m嫳 fundamento que lo ardiente de mi pasi鏮!...
Bebamos!-a鎙di-El poeta lo ha dicho: 前s preciso dar al pesar y a la
tristeza sepultura en el vino, para olvidarlos... Pero antes de que
acerques la copa a tus labios-repuso deteniendo a Mohammad-jame por
Allah, jame por tu barba, por el descanso de tus ascendientes los
Jazrechitas y por la paz de tu padre (Allah le haya perdonado!), que en
vida y en muerte, en el mundo y en el Para疄o, seremos el uno del otro
para siempre!

No era posible que a la perspicacia del Sult嫕 se ocultase el hecho
de que la conducta y la actitud de Aixa encerraban un secreto misterioso,
quiz嫳 de importancia para 幨, y que los labios de la joven no se atrev燰n
a revelar, sin duda bajo la presi鏮 de alguna terrible amenaza. Acaso
alguien espiase en aquel lugar oculto de que en su timo billete le
hablaba la doncella; quiz嫳 la misma Sultana Seti-Mariem presenciar燰 la
entrevista, y por eso deb燰n ser las vacilaciones y los cambios singulares
que advert燰 en su amante. Gracias a ella, sin embargo, iba Abd-ul-Lah
prevenido: bajo la bordada aljuba llevaba puesta la fin疄ima cota de malla
que para 幨 hab燰n trabajado los mejores armeros de Damasco; tra燰 consigo
como siempre la afilada gum燰, templada en las aguas del Darro, y a su
alcance estaba la ancha espada granadina, que sab燰 manejar tan
diestramente. Sospechar de Aixa, era indigno de 幨, y antes sospechar燰 de
la verdad del Islam que de su amante... Las dudas que en un principio se
hab燰n apoderado de su 嫕imo, aprision嫕dole como con sa雝dos garfios el
alma, hab燰nse aumentado, comprendiendo que alg peligro le amenazaba;
pero deseando mostrarse fuerte por una parte, si era de alguien espiado, y
puesta por otra la confianza en Allah y en su mismo valor, sin que el
semblante revelara vacilaci鏮 ni recelo,-al escuchar las timas palabras
de Aixa, alzose con gesto gozoso de su asiento, y al mismo tiempo que
estrechaba con solemne adem嫕 la mano que la joven le tend燰(19), lleva
los labios la dorada copa, sin visible repugnancia.

Volvia sentarse, luego de prestado el juramento, procurando que no
se escapara nada a su atenci鏮 despierta, en tanto que, como si quisiera
aturdirse para no pensar en lo grave de las circunstancias, que ella
conoc燰, presentpor su propia mano Aixa a Mohammad el tabaque donde
Seti-Mariem hab燰 hecho colocar la emponzo鎙da fruta, y sin tocar a ella,
comieron ambos de los sabrosos dulces que aqu幨 en abundancia conten燰.

Largo rato conversaron de su amor, de sus ilusiones y de sus
esperanzas, sin que el di嫮ogo decayese en animaci鏮 por una ni otra
parte; y con verdad, que bien pod燰 Seti-Mariem estar desde su escondite
orgullosa de la fidelidad de la esclava, pues jam嫳 estuvo m嫳 risue鎙,
m嫳 ocurrente ni m嫳 cari隳sa que en aquella ocasi鏮, ni su voz dejun
solo momento de ser acariciadora y dulce como siempre, ni sus palabras
abrieron camino en realidad a la menor sospecha; pero en cambio, sus ojos
hablaban bien distinto lenguaje, expresando elocuentes la ansiedad y la
angustia que embargaban su coraz鏮, y le atenaceaban sin piedad crueles,
sumiendo al Sult嫕 en la incertidumbre, y ahog嫕dole en un mar de
confusiones.

Y sin embargo: al mismo tiempo que murmuraban amor los labios, ambos
j镽enes, y en especial Aixa, eran presa de indecibles tormentos... Porque
hab燰 llegado para ella la hora de obrar, y su fe vacilaba, temiendo que
todo fuera en balde, y que aquella felicidad so鎙da en m嫳 dichosos
momentos, se desvaneciera para siempre. Y ella, ella que la ambicionaba,
era quien deb燰 destruirla!

Por eso, a cada palabra de ventura que pronunciaba el gallardo
Abd-ul-Lah, haciendo esfuerzos para comprender lo que los ojos de Aixa le
dec燰n; cuando pose獮o del dulce fuego en que ard燰 su alma, desplegaba
ante la joven, con la verbosidad elocuente que s鏊o brota de la pasi鏮
cierta, el bello panorama del porvenir,-parec燰le a la ni鎙 que una mano
de hierro le oprim燰 el coraz鏮, conteniendo sus latidos, turb墎asele la
vista y se sent燰 desfallecer, cual si le faltase aire para renovar el de
sus pulmones agitados.

-Cu嫕 felices seremos!-dec燰 el Sult嫕.-Allah derramarsobre
nosotros entera la copa de sus beneficios, y viviremos siempre bendiciendo
su clemencia!... Ya ver嫳!... Cuando juntos, cual las mariposas que en
primavera van revoloteando y acarici嫕dose en torno de las flores, desde
los altos ajimeces de la Alhambra contemplemos a nuestros pies tendida
como un chal bordado por las hadas esta ciudad hermosa y floreciente,
destinada por la divina voluntad del Excelso a ser cuna del Islam en
Al-Andalus, renovando los triunfos y las glorias de otros tiempos; cuando
al fulgor de las estrellas, que semejan sobre el azul oscuro del
firmamento l嫥paras encendidas en inmenso santuario, para honra de Allah,
sorprendamos dormida a mi Granada al blando arrullo del Darro, que celebra
mico los encantos de su amada; cuando las postreras luces de la tarde
borden de flameantes randas las nubes nacaradas del horizonte,-mis labios
repetir嫕 a tus o獮os que te adoro, y en el murmullo del r甐, en el aleteo
de la brisa, en el centelleo de las estrellas, en la majestad de la noche,
como en las risas de la alborada, escuchar嫳 mis juramentos de amor
constantemente reproducidos, y todo te dir bien m甐, que es tuyo mi
coraz鏮, tuya mi vida y tuyos los sue隳s encantados de mi alma!... S鏊o
Allah 〔nsalzado sea! conocedor de todas las cosas y Se隳r del cielo y de
la tierra, sabe y conoce lo intenso del placer que inunda mi esp甏itu,
cuando, como ahora, tu talle en mis brazos, tus ojos en mis ojos, y tu
aliento de 嫥bar y almizcle d嫕dome vida, pienso en el porvenir que a tu
lado me aguarda... Porque ser嫳 m燰! M燰, como es del sol la luz, como es
de Allah el Ed幯, como es suyo cuanto existe!

-Vivir a tu lado, se隳r!... Adivinar tus pensamientos, prevenir tus
deseos, templar tu c鏊era y tus penas, aumentar tus alegr燰s!.. Poder
decirte siempre y a todas horas cu嫕to te amo, y que en el labrado techo
de tus aposentos de la Alhambra repita el eco cien veces mis palabras!...
﹔uhermoso sue隳!.. Quiera Allah que sea cumplido el realizarle! Quiera
Allah que pueda para siempre ser tuya!
-Y 穌ui幯 podrimpedirlo, si tme quieres?... 、o hay en el mundo
fuerzas para tanto! El imperio de todas las cosas corresponde a Allah, y
Allah protege nuestro cari隳! 熹ui幯, m嫳 fuerte que Allah?... 熹ui幯, m嫳
poderoso que el Sult嫕, en Granada?

Hubi廨ase de esta suerte prolongado el tierno coloquio de los dos
amantes, que en 幨 parec燰n olvidados de todo, cuando, en el momento en
que m嫳 dulcemente se hallaban ambos enamorados entretenidos en la sabrosa
pl嫢ica que sosten燰n, fatigada sin duda la sultana de sus protestas de
amor, en cien tonos distintos repetidas,-hizo, en la oscuridad de su
escondite, un brusco movimiento de impaciencia que produjo un ruido claro
y perceptible.

Al escucharle, uno y otra, por diferentes caminos, volvieron a la
realidad, y mientras el Amir se alzaba de un solo impulso requiriendo la
espada, Aixa, sin que su rostro denunciase ni los temores ni las angustias
que la atormentaban, exclam dando ostensiblemente distinta
interpretaci鏮 al movimiento de Mohammad, aunque lo hab燰 perfectamente
comprendido:

-No te vayas, no, se隳r y due隳 m甐... A es temprano..

Es tan hermoso cuanto tus labios pronuncian!... Si幯tate a mi
lado!... Que yo te tenga cerca de m... Bebamos otra vez...

No quiso el Amir que su enamorada dudase de su valor; y m嫳 alerta
que nunca, mientras acariciaba disimuladamente el pomo de marfil de su
gum燰, torna sentarse.

Aixa al propio tiempo se hab燰 levantado, acerc嫕dose a la mesilla
donde se hallaban las copas, y despu廥 de servir de beber al Pr璯cipe,
present墎ale con resuelto adem嫕 de nuevo el tabaque, donde estaba la
emponzo鎙da fruta, que entre las otras confitadas se confund燰.

Ya no temblaba: aceptaba el reto, se dispon燰 a la defensa para
salvar la vida de su amado a todo trance.

-熹unos importan el mundo?...-dijo.-Gocemos, Abd-ul-Lah, del
presente, y olvidemos en nuestro amor cuanto nos rodea...

-Tienes raz鏮! Gocemos!-replicel Sult嫕.

Y como si una mano misteriosa hubiese guiado la suya, seducido por la
belleza de la fruta, tomdirectamente la envenenada por el asesino de su
padre y c鏔plice de Seti-Mariem, y prosigui

-Ciertamente que s鏊o en los jardines de mi Granada puede criarse
fruta tan hermosa como 廥ta... No parece sino que acaba de ser cogida del
嫫bol... Por Allah que en vano busco otra semejante para ofrec廨tela, y ya
que no hay sino una en el tabaque, como partiremos ma鎙na nuestras
alegr燰s y nuestros dolores, quiero partirla ahora contigo.

Y haciendo con efecto de ella dos mitades, presentambas
galantemente a Aixa para que escogiese.

Si en aquel instante hubiera la joven podido ver el rostro de la
sultana, habr燰 retrocedido con espanto!... Tan repugnante era la feroz
alegr燰 que animaba en las sombras sus facciones.

No le vio sin embargo; y al escuchar la voz risue鎙 de su enamorado
que, sin saberlo, le brindaba con la muerte, horrorizose de spropia, y
dispuesta ya a jugar el todo por el todo, con r嫚ido movimiento, que dej
sorprendido en medio de sus no desvanecidas sospechas al Amir, hizo que
ambas mitades de la fruta cayeran al suelo, y mientras con una mirada
preven燰 a su enamorado del riesgo que corr燰, pon燰les el pie encima,
tomaba las copas de licor, no vaciadas, y brindando con una de ellas a
Mohammad, apuraba la otra febrilmente, exclamando como para aturdirse:

-、ebamos! El vino es como el agua de los cielos, que a todos
conviene!... Que Allah te preserve de todo mal durante tu vida, y que la
hora de la muerte ︽h Sult嫕! te sorprenda sobre un lecho de sumisi鏮 y de
obediencia!

Por poca que fuese la penetraci鏮 del Sult嫕, no pudo menos de
comprender lo que aquello significaba; y a punto estuvo de romper
abiertamente, para dar el merecido castigo a los criminales, si la
reflexi鏮, viniendo en su ayuda, no le hubiese refrenado a tiempo. Para 幨
lo de menos era apoderarse de la persona de su madrastra y de la de su
primo Abu-Sa蟂, a quien apellidaban El Bermejo, como ya se hab燰 apoderado
de las de sus hermanastros Isma螿 y Ca褼 el d燰 precedente; lo que deseaba
conocer era los hilos de la conjuraci鏮 tenebrosa contra 幨 tramada, saber
su extensi鏮 y su alcance, para en el momento oportuno caer sin compasi鏮
sobre sus enemigos, los agitadores del plico sosiego.

Disimulando pues, lo mejor que le fue dable, apurla copa que Aixa
le ofrec燰, luego que vio que 廥ta por invitaci鏮 suya hab燰 tomado en
ella un sorbo, y se dispon燰 a continuar divagando con la joven por los
espacios imaginarios, a punto que rasgaba el silencio de la noche el eco
lejano y religioso del al-idzan pregonado desde el alminar de la mezquita
de aquel barrio por el muedzin, para el timo salah de al-漮ema(20).


Desprendiase de los brazos de Aixa, y estrech嫕dola entre los suyos
con amoroso transporte, besola en los p嫫pados, que se cerraron
estremecidos, apagando por un momento la luz intens疄ima de aquellas
pupilas brillantes, en las que resplandec燰 ahora como la luz del sol, la
luz de la alegr燰 que entre las sombras del temor reverberaba.

Colgde sus hombros despu廥, ayudado por Aixa, el tahalde que
pend燰 la espada, y cubri幯dolos con el blanco albornoz, salidel
aposento, sin haber dejado traslucir ninguna de las sospechas que,
semejantes a venenosas sierpes, le ro燰n sin piedad las entra鎙s. Ya en el
jard璯, embozose en el albornoz, y juzg嫕dose solo, se dirigial alc嫙ar,
seguido no obstante por su katib Ebn-ul-Jathib, y Abd-ul-Malik el arr墈z
de sus guardias.



- XII -


ALLAH s鏊o, sabe el estado en que el Sult嫕 dejaba el pobre coraz鏮
de su infortunada amante. Las torturas que hab燰 padecido, y las que
padec燰 al ver que aqu幨 por quien habr燰 dado gustosa hasta la tima
gota de su sangre, le envolv燰 en las mismas sospechas que a
Seti-Mariem... Bien claro se lo dijeron la conducta y los ojos del
Pr璯cipe, a pesar de los esfuerzos hechos por 廥te para disimularlo...
Bien claro lo hab燰 visto... Oh! Mohammad no la amaba como ella le amaba a
幨... Si 幨 hubiera podido traslucir cuanto pasaba en el alma de la
doncella, entonces hubiese ca獮o a sus pies, pidi幯dole perd鏮 de rodillas
por tan injuriosos recelos..... Pero ya llegar燰 el d燰 en que las
tinieblas habr燰n de desvanecerse... Creed, oh hombres, ha dicho el
Profeta, que la hora ha de llegar! No hay duda en ello!Mientras el
Pr璯cipe cruzaba el port鏮 que ante 幨, obsequioso y servicial, abriel
portero, Aixa dispuesta a todo, se dirigilentamente a la alhenia desde
donde hab燰 presenciado oculta la sultana las escenas anteriores; pero
antes de que hubiese puesto mano en el resorte, roja de indignaci鏮,
aparec燰 Seti-Mariem ante ella, y con paso r嫚ido y ademanes col廨icos,
aproxim墎ase a la joven.

-Le has salvado!-rugifren彋ica, oprimiendo con violencia los brazos
de la muchacha entre sus manos crispadas por la furia.-Le has
salvado!-repiti-S lo he visto, y aun aqupermanece el testimonio
acusador de tu desobediencia,-dijo dando con el pie a los dos pedazos de
la emponzo鎙da fruta que yac燰n sobre el pavimento... Dos veces te has
opuesto, infame, a mis designios: dos veces has burlado mis 鏎denes, pero
no las burlar嫳 la tercera! Si en esta ocasi鏮 ha logrado escapar a mi
c鏊era, yo te juro que no serasen la cercana... Porque antes se
cansarel sol de alumbrar la tierra, que yo de perseguir mi venganza!
S鏊o Allah sabe a d鏮de puede llegar el odio de una mujer! Tiembla,
Mohammad, porque a no est嫳 asegurado en el solio que usurpas, y si esa
ponzo鎙, tan h墎ilmente preparada, no ha producido el efecto codiciado, si
no ha cortado el hilo maldito de tu aborrecida existencia, no faltar
quien decidido ponga fin a tus d燰s y cumpla mis esperanzas!

-Me haces da隳, se隳ra-se atrevia murmurar Aixa aterrorizada.-Me
hacen da隳 tus manos, y no ha sido culpa m燰 ciertamente, que no se hayan
cumplido tus deseos...

-No me enga鎙 tu hip鏂rita mansedumbre,-repuso Seti-Mariem soltando
los brazos de la joven amoratados por la en廨gica presi鏮 de sus
manos.-T thas sido, sierva miserable, quien ha hecho est廨il mi
venganza... No lo niegues!... Ser燰 en vano! Te conozco ya, y sc鏔o amas
a ese abominable enemigo de mi dicha... Thas apartado la fruta de sus
labios!... Tle has advertido sin duda... Pero son iniles tus artes...
Yo te ahorrar por la barba del Profeta, el trabajo de consultar las
estrellas para saber la suerte que espera a tu enamorado... S Porque
ma鎙na, 穎yes bien?... ma鎙na moriren Bib-ar-Rambla... Y si el veneno no
ha sido bastante por tu causa, no habrmedio de evitar que penetre hasta
su coraz鏮 el hierro de una lanza, o la afilada hoja de una gum燰!

Era tan sangrienta y espantable la expresi鏮 del rostro de aquella
mujer al proferir tal amenaza, que hubiera puesto miedo en coraz鏮 m嫳
varonil que el de la doncella, quien estremecida de horror, caycomo
anonadada a los pies de la implacable madrastra de su amante, exclamando:

-Perd鏮 para 幨, sultana!... 熹ute hizo, para que le aborrezcas de
ese modo?... Toma mi sangre, si ella basta a satisfacer tu c鏊era... Toma
mi vida entera, som彋eme a las pruebas m嫳 duras y crueles.... pr癉ame de
la luz del d燰, del aire, de todo, donde quieras, pero que tus labios no
pronuncien palabras de muerte para Mohammad!... Que tu coraz鏮 no abrigue
odio alguno hacia 幨, y perd鏮ale piadosa, para que Allah te perdone en la
otra vida tus culpas y tus errores!...

-熹udices?... Imb嶰il! Por ventura 盧rees que estoy aqupara
escuchar tus importunos ruegos y tus pla鎴deras lamentaciones?... Antes
que a mi venganza, renunciar燰 gustosa a la existencia... Y quieres que le
perdone!...

-Pero 積o habr sultana, no habrdec燰 en la mayor desesperaci鏮 y
medio loca Aixa-medio alguno para aplacar tu c鏊era?... Allah es el m嫳
grande, pero es tambi幯 el m嫳 misericordioso entre los
misericordiosos!... Las slicas de los fieles ahuyentan su enojo, y la
oraci鏮 y las buenas obras desarman su c鏊era omnipotente!... 燒o me oyes,
sultana y se隳ra m燰?...-a鎙dila joven viendo que Seti-Mariem se
apartaba de su lado sin darle respuesta, y arrastr嫕dose en pos de ella
por el suelo-燒o me oyes?... Allah escucha la voz de todas las criaturas,
lo mismo la del miserable que la del potentado, la del pecador que la del
justo... 燒o hay nada que calme tu ardiente coraje?...

-S..-dijo al cabo la sultana.-Un solo medio existe...

-Habla pronto!... 熹uno podralcanzar del Pr璯cipe quien posee su
amor?-interrumpila doncella con desgarrador acento y alentando una
esperanza.

-Me inspiras desprecio!... Pero no sabes lo que dices... Eres,
criatura vil, mi esclava, y me brindas protecci鏮!... Necio es tu orgullo,
muchacha, como es necio y criminal tu amor desatentado por el Pr璯cipe!
Basta ya de iniles palabras!

-Thas dicho, sin embargo, se隳ra m燰-prosiguiAixa sin hacer alto
en la dureza con que Seti-Mariem la trataba, que s鏊o para aplacarte
existe un medio... Dime, por Allah, cu嫮 es, y yo te juro, asAllah me
maldiga, por tu cabeza y por la m燰, que harlos imposibles por
satisfacerte!

-燒o lo has comprendido a, desventurada?... 澳e qute sirven,
pues, tus artes misteriosas?...

-Pero ese medio...-insistila joven retorci幯dose las manos
desolada.

-Ese medio, es la muerte de Mohammad! 燒o lo hab燰s adivinado?...

Sita reacci鏮 operose en la doncella al escuchar declaraci鏮
semejante... Alz嫳e de un salto, e irgui幯dose soberbia, avanzhacia
Seti-Mariem con el rostro encendido por la desesperaci鏮 y la ira, que le
daban 嫕imo y energ燰 inesperados.

-Pues bien, basta de slicas-exclamfuera de s-Me he arrastrado a
tus plantas pidi幯dote misericordia, y me has rechazado cruel, burl嫕dote
de mi dolor y de mi angustia!... Tlo has querido, Seti-Mariem!... Y si
has jurado la muerte de Abd-ul-Lah, si s鏊o con su sangre, para m
idolatrada, puedes como el lobo carnicero satisfacerte, yo te juro a mi
vez, por la verdad de los cielos que Allah ha creado, por la bendici鏮 del
profeta, por Allah mismo, a quien no embarga ni estupor ni sue隳, que
mientras yo aliente no has de conseguir el logro de tus reprobados fines!
S... Yo, m甏ame! Yo, la que llamas tu esclava miserable, colm嫕dome de
insultos, la infeliz criatura a quien en mal hora y con enga隳s
arrebataste la libertad!... Y, s墎elo, mujer orgullosa: si la ponzo鎙
preparada para el Amir no ha colmado tus malditas esperanzas y tus inicuos
deseos, yo, yo he sido quien lo ha impedido! Yo, que para defender y
guardar al amado de mi coraz鏮, d嶵il criatura, sola, abandonada y pobre,
me hallarsiempre en tu camino, y siempre, como ahora, estorbartus
planes con la protecci鏮 divina!... No me importa que llames a tus viles
servidores... No me intimidan tus miradas, llenas de encono, ni me har嫕
callar tus amenazas!... Desaf甐 tu c鏊era, aunque me tienes en tu poder
indefensa!

LanzSeti-Mariem una carcajada burlona y despreciativa sobre la
joven, y mal conteniendo su coraje,

-熹ume importas t...-dijo.-澧rees que el demonio habr燰 de
pedirme cuenta de tu alma?... 澧rees que ser燰 para mtan dif獳il
aplastarte con el pie como a reptil venenoso que eres?... 澧rees que si la
vida de mis hijos Isma螿 y Ca褼 no respondiera de la tuya, no habr燰
cerrado yo misma por mis propias manos y para siempre tus maldicientes
labios?... Que Allah me maldiga, si el d燰 de ma鎙na, no serel d燰 en
que el Sult嫕 y tno pagar嶯s vuestras deudas!... Y ya que has conseguido
librar esta noche de la muerte a tu enamorado, procura tambi幯, si puedes,
que ma鎙na no perezca!...

Y asdiciendo, sin aguardar respuesta, salidel aposento, dejando a
Aixa tr幦ula de coraje.

-Allah es el m嫳 grande!... No hay sino 匜, el Eterno!... Sus arcanos
son desconocidos para los creyentes!... Cplase su voluntad!-murmural
cabo la muchacha, dej嫕dose caer desfallecida sobre un asiento.

-Pero,-prosiguial cabo de breves instantes levant嫕dose agitada,-yo
necesito saber lo que significa y lo que envuelve esa terrible amenaza que
pesa sobre la vida del Sult嫕 y sobre mi coraz鏮 como la losa de un
sepulcro!... Ma鎙na, ha dicho!... Quizalguna emboscada!... Ilum璯ame,
Se隳r! Haz que mis ojos penetren por una sola vez tus arcanos
misteriosos!... Ayuda mi memoria!... Ah, s... Esa mujer es capaz de
todo,-dijo reflexionando.-No era ilusi鏮 mi sue隳! No era vano
fantasmal... De nada habrservido mi sacrificio, si no logro evitar la
muerte de Mohammad!... No cuentes a, mujer infame, con la v獳tima! Si el
se隳r de las tinieblas te ayuda y te protege, si Xaythan el apedreado te
auxilia, Allah en cambio guiarmis pasos! Ma鎙na!-a鎙dicomo
recordando.-S es cierto! Ma鎙na, me ha dicho el Sult嫕, en celebraci鏮
del triunfo conseguido en las fronteras sobra los nassar獯s (《ald璲alos
Allah!) y en honra de El Divisor(21), correrca鎙s y lanzarbohordos en
Bib-ar-Rambla!... Sin duda esperas, despreciable criatura, lograr tu
intento en la fiesta, y cuando el Sult嫕 guerrero ({yele Allah!) rompa
la primera lanza!... Oh! Eso debe ser... Pero te enga鎙s, porque estoy yo
aqupara impedirlo, y lo impedir Te has olvidado en tu inicua ceguera
de que el Sult嫕 es la sombra de Allah sobre la tierra, a quien debe
glorificarse, y aunque mi coraz鏮 no fuera suyo, le salvar燰!...

Quedose por un momento recogida meditando, y al fin, decidida, sali
del aposento con paso r嫚ido, para volver a 幨 poco tiempo transcurrido.

Era ya pasada la media noche, y dentro del edificio no se escuchaba
rumor alguno. Aixa, envuelta completamente en los pliegues de ancho
solham(22) de lana que le cubr燰 hasta los pies, y oculto el rostro por la
capucha que llevaba echada hacia adelante, registrla casa; y sin duda
encontren ella todo conforme a sus deseos, porque sin vacilar, y
llevando en sus manos un peque隳 candil de cobre, encaminose a la puerta
de la disimulada alhenia.

Oprimiel resorte sin vacilaci鏮, pronunciando el santo nombre de
Allah, y cu嫕ta y cu嫕 grande no ser燰 su sorpresa, al ver que a su
voluntad no obedec燰!...

Una y otra vez intentde nuevo hacerle jugar, y todos sus esfuerzos
resultaron iniles, lastim嫕dose en balde las manos. Buscentre sus
ropas llena de desesperaci鏮 una peque鎙 daga de que se hab燰 provisto, y
pretendiforzarle, aunque sin resultado...

La sultana, sin duda, hab燰 previsto aquel caso! Estaba encerrada, y
no pod燰 salvar al Pr璯cipe. 燉a hab燰 tambi幯 abandonado la clemencia
divina, como estaba abandonada de todos?... No pod燰 ser! Allah no pod燰
consentir que se cometiese aquel nefando crimen. Y urg燰 prevenir al
Sult嫕, para que en las fiestas del ya cercano d燰 no fuera vilmente
asesinado!... Aquel, el ico recurso con que contaba, volv燰se como los
otros en contra suya! 璣 se hab燰 de ver detenida por semejante obst塶ulo?

Era preciso que Mohammad tuviera aquella noche misma conocimiento de
lo que ocurr燰, y lo tendr燰!... Lo tendr燰! Pero 盧鏔o?

En su desesperaci鏮, Aixa revolv燰 mil proyectos a cual m嫳
irrealizable; y pareciendo al fin determinada, volvia tomar el candil
que hab燰 dejado sobre la taraceada mesilla, y con pasos precipitados
abandonla estancia.

Ligera como un fantasma, procurando acallar el ruido de sus pisadas
sobre el pavimento, se deslizpor la galer燰, recorrivarios aposentos
que hallen su camino, descendila escalera que con los del piso
inferior comunicaba, y hallando entornada la puerta, y dejando all
apagado el candilillo, salial jard璯, lleno de negras y medrosas sombras
a aquella hora tan avanzada de la noche.

Tr幦ula y agitada, sent燰 correr por sus venas fuego derretido; y la
brisa, heda y fresca, templel ardor febril que la abrasaba.

Parec燰, ante lo apremiante y fatal de las circunstancias, haber
tomado su partido, y sin detenerse, recorriel jard璯 como una loca.
Durante sus paseos solitarios, hab燰 m嫳 de una vez reparado en que por
algunas partes no era tan alta la tapia que lo cercaba; ases que
buscando uno de aquellos sitios, perdiAixa alg tiempo, aunque no sin
fruto, porque al fin halllo que afanosamente apetec燰.

La tormenta de los pasados d燰s hab燰 desmoronado parte de la cerca,
y por all aunque con alg esfuerzo, no le ser燰 imposible saltar a la
calle.

Para fortuna suya, cerca del lugar crec燰 un arbusto, cuyas ramas,
despojadas ya de su ropaje, le brindaban su auxilio; y arrojando lejos de
stoda vacilaci鏮, asiose a ellas, pretendiendo por este medio llegar a
lo alto de la cerca.

Pero hab燰 contado demasiado con sus fuerzas la muchacha.
Embaraz墎anle demasiado los vestidos, y sus manos, tan finas y delicadas,
aunque la desesperaci鏮 les prestaba inusitada energ燰, se destrozaban al
contacto de la 嫳pera corteza del arbusto. Despoj嫕dose del solham, que
arrojal suelo, pudo ya con m嫳 facilidad trepar por las ramas, y al
cabo, con un suspiro de satisfacci鏮, se halla horcajadas sobre el
caballete de la tapia.

De un salto, y sin cuidarse de los inconvenientes con que tendr燰 que
luchar a la vuelta, si regresaba, pose en la calle sin otro accidente, y
traten la oscuridad de orientarse.

El murmullo del r甐 sirv燰le de gu燰, y siguiendo el rumor de las
aguas, no tarden encontrarse al lado del pretil que las encauzaba por
ambas m嫫genes.

El lugar era solitario, y hac燰nlo imponente para la doncella la hora
y la oscuridad que, semejante a un velo espeso de cresp鏮, se extend燰
pavorosa sobre la ciudad dormida, confundiendo en inmensa mancha negra la
tierra y el cielo a un tiempo mismo.


-No impedir嫳 ahora, sultana,-murmurpara cobrar 嫕imo y mientras
compon燰 sus ropas,-que conozca Abd-ul-Lah tus inicuas maquinaciones....
Nada importa mi vida, la vida de esta esclava miserable, cual tme
llamas, y a quien crees tener aprisionada en tus manos, cuando se trata de
salvar al Amir de los creyentes.. Te re燰s de mis amenazas!... Veremos
ahora! Te he declarado la guerra, y con el auxilio del Todopoderoso, no
sertuya la victoria. Marchemos!

Y procurando reunir sus recuerdos, pues era aquella la vez primera
que se hallaba sola en la ciudad, siguicautelosamente aunque a buen paso
por la orilla del r甐, llegando asal puente que le cruzaba frente al
barranco sobre el cual se levantaban los torreados muros de Bib-Aluxar,
que daba entrada al foso de la Alhambra.

Allya, se detuvo indecisa y con angustia, sintiendo flaquear a
pesar suyo el 嫕imo.

澤 d鏮de ir燰? Penetrar en la Alhambra a tales horas y llegar hasta
el Pr璯cipe, era locura. S鏊o en aquel entonces, se le hab燰 ocurrido esta
cuesti鏮, en la que no obstante deb燰 haber pensado, antes de hacer nada.
澤 d鏮de ir燰?... Ella no conoc燰 a nadie, ni de nadie era conocida...
燜endr燰 que renunciar a su empresa? 燉a abandonar燰 Allah en aquel
trance? La soledad y las sombras no la amedrentaban.. Ella hab燰 cre獮o en
su aceleramiento que podr燰 f塶ilmente llegar hasta el Sult嫕 o alguno de
sus m嫳 璯timos servidores; y ahora, que, venciendo toda suerte de
obst塶ulos, se hallaba ya en la calle, no sab燰 el medio de que hab燰 de
valerse para realizar sus prop鏀itos...

El rumor acompasado de una patrulla que por el Zacat璯 parec燰 pronta
a desembocar en la calle donde se encontraba, sacbruscamente a Aixa de
su abstracci鏮, y sin darse cuenta de lo que hac燰 y como por instinto,
corria refugiarse bajo el umbral de una puerta.

Pero era tarde: uno de los oficiales del prefecto de la ciudad,
encargado por 幨 de la vigilancia del barrio aquella noche, era quien al
frente de unos cuantos subordinados, desembocaba con efecto por el
Zacat璯; hab燰la distinguido como una sombra vaga entre las dem嫳 que todo
lo envolv燰n, y dio orden a sus gentes de avanzar en direcci鏮 del sitio
en que la joven hab燰 procurado ocultarse.

Levantando hasta ella la luz de la linterna que en la mano llevaba,
notla agitaci鏮 de que era visiblemente la doncella v獳tima; y
dispon燰se a interrogarla, cuando Aixa, sacando fuerzas de su propia
flaqueza, solicitde 幨 hablarle aparte.

Accediendo a los deseos de aquella desconocida, separose algunos
pasos con ella el oficial, y la enamorada del Amir, con voz entrecortada,
exclamentonces:

-Soy portadora de una misi鏮 urgente y de importancia para nuestro
se隳r el Sult嫕 justo Abu-Abd-il-Lah Mohammad (︹lorif甒uele Allah y le
proteja!), y no sde qumedio valerme para penetrar en la Alhambra, y
hacer llegar al Pr璯cipe el escrito... 燕uedes t se隳r, facilitarme
bondadosamente el camino, para cumplir las 鏎denes que tengo?...

-Si es cierto cuanto afirmas-replicel oficial no extra鎙ndo lo que
la joven le dec燰 y creyendo sorprender alguna aventura galante del
Sult嫕,-dame el billete, y yo harque ma鎙na esten poder del Pr璯cipe
de los muslimes ({yele Allah!).

-Es imposible, se隳r, porque debo yo propia entregarlo, y ha de ser
esta misma noche, pues ma鎙na ya, ser燰 demasiado tarde-replicAixa.

-En ese caso, muchacha, de nada puedo servirte, porque nadie se
atrever燰 a turbar el sue隳 de nuestro se隳r el Sult嫕 a estas horas en
Granada,-repuso el oficial.-Di a tu ama-a鎙dique tenga paciencia, y
ret甏ate, porque es tarde.

-﹒h, se隳r! No se trata de amor en este escrito-exclamla joven
angustiada, y desesperando de lograr sus generosos deseos.-No se trata de
amor, como supones... 燒o debe el Sult嫕 (︹lorificado sea su imperio!)
tomar parte ma鎙na en las fiestas que han de celebrarse en
Bib-ar-Rambla?..

-Ases verdad; pero si no se trata de amor en esa misiva, por Allah
que no comprendo de quotra cosa pueda tratarse en ella!...

-Por la santidad del Profeta te juro que es urgente, urgente para el
Pr璯cipe, y que a 幨 solo interesa,-dijo Aixa conteniendo su lengua, y no
atrevi幯dose a dar otro detalle.

-Si tanto es, seg tus palabras, lo que el billete de que eres
portadora ha de interesar a nuestro se隳r, l燢reme Allah de que yo por
oponerme incurra en su enojo.. Ven conmigo, muchacha, y si a mno me es
dado penetrar sin justo y plico motivo en el palacio del Pr璯cipe a
estas descompasadas horas, yo te conducirdelante de personas a quien
estpermitido. Pero si es una burla-a鎙dino olvides que ser嫳
castigada.


-澳鏮de me llevas, se隳r?-preguntla joven con sobresalto.

-No lejos de aquvive el guazir y katib Ebn-ul-Jathib, y con 幨
deber嫳 entenderte... Yo no puedo decirte m嫳 tampoco.

Volvi幯dose a los suyos, el oficial, seguido de Aixa, tompor el
puente el camino de uno de los barrios nacidos al pie de la colina roja, e
intern嫕dose por 幨, a poco se detuvo delante de una puerta, descargando
sobre ella varios y repetidos golpes.

Tardaron alg tiempo en dar respuesta; pero al cabo una voz varonil
preguntaba por una ventana, y despu廥 de enterarse de la calidad del
oficial, oyose dentro ruido de pasos y de hierros, y en breve se abrila
puerta, por la que aparecillevando un candil de lat鏮, la figura de un
esclavo negro.

-熹ui幯 eres t...-Preguntde mal talante y encar嫕dose con
Aixa-熹ubuscas a estas horas en esta casa?

-No te importa quien sea-dijo la muchacha.-Busco a tu se隳r... Busco
a Ebn-ul-Jathib.

-Duerme-contestel esclavo-y por Allah que no seryo quien le
despierte. Vuelve de d燰, y entonces podr嫳 verle quiz嫳, sin importunar a
nadie-a鎙didisponi幯dose a cerrar la puerta.

-Es de orden de nuestro se隳r y due隳 el Sult嫕!-exclamya perdiendo
toda esperanza la doncella.

-Allah le proteja!-dijo el servidor deteni幯dose.-Pero no acostumbra
a servirse de tales emisarios.

-熹usabes t... Es una carta urgente! Son 鏎denes que deben
cumplirse antes de que el alba asome!... Y si no avisas a tu se隳r, sobre
ti caerla c鏊era del Pr璯cipe de los muslimes!

Ante tal imprecaci鏮, por Allah, que bien pudo no tenerlas todas
consigo el pobre esclavo; y aunque vacilun momento, la presencia del
oficial, a quien hab燰 reconocido, tranquilizsu conciencia, por lo que,
dejando abierta la puerta, se internpresuroso por el zagu嫕, llev嫕dose
consigo el candilillo.

Transcurrido no largo tiempo, volvia iluminarse el zagu嫕, y
envuelto en un haique, que le cubr燰 de pies a cabeza, apareciun hombre,
en quien sin dificultad conociAixa al secretario del Pr璯cipe, por
haberle visto en varias ocasiones.

-澳鏮de estla orden de mi se隳r el Sult嫕?...-preguntdirigiendose
al grupo que formaban en las sombras el oficial de polic燰, Aixa y los
agentes.

-Aqula tienes,-dijo la joven avanzando y entrando en el c甏culo de
luz que desped燰 el candil en las manos del esclavo.

-熹ui幯 eres t...-volvia preguntar Ebn-ul-Jathib, pues 幨 era,
sin aguardar a que Aixa le entregara el billete que pocas horas antes
hab燰 escrito, y al mismo tiempo que el esclavo levantaba el candil
iluminando el rostro de la ni鎙, medio oculto por el alhayrme de seda.

-燐e conoces?...-pregunt廥ta por su parte.

Lanzun grito de sorpresa Ebn-ul-Jathib, e inclin嫕dose
respetuosamente delante de la joven,

-Pasa, se隳ra m燰, pasa adelante, y aunque esta casa sea indigna del
favor de tu presencia, por Allah que no ser嫳 por ello recibida con menos
veneraci鏮 de la que mereces,-dijo el secretario del Amir, con grande
asombro del oficial y de sus gentes.

-El tiempo urge, y f甐 en ti,-replicla ni鎙 tranquila y gozosa al
ver las muestras de respeto del katib.-Toma este escrito, y haz por que
ahora mismo se entere de 幨 nuestro se隳r y due隳...

Y al notar la vacilaci鏮 que se pintaba en el rostro leal de
Eba-ul-Jathib, a鎙di

-Puedes leerlo; y si despu廥 no crees que por 幨 deba ser molestado
el Pr璯cipe (︾rosp廨ele Allah!), haz lo que mejor te parezca.

Tomno sin sorpresa el secretario el billete que Aixa le alargaba, y
mientras lo llevaba a su cabeza en se鎙l de obediencia, procurla joven
marcharse; pero ya el katib, a la luz rojiza del candilillo, hab燰 tenido
tiempo de recorrer con la vista r嫚idamente aquel papel, donde Aixa hab燰
trazado pocas, pero expresivas palabras, sobrado elocuentes para no
producir efecto en el 嫕imo del poeta, en cuyo semblante se retratsita
ansiedad, ases que sin ocultar su inquietud, y extendiendo la mano hacia
la enamorada del Amir, exclamcon tembloroso acento:

-Detente, por Allah, se隳ra m燰, y lleva tu bondad al punto de
permitir que te hable breves momentos.

Adivinando lo que pasaba por el poeta, Aixa se detuvo, y adelantando
hacia el umbral de la puerta, penetren el zagu嫕, donde, haciendo que el
esclavo se retirase, dijo el katib:

-燙abes, se隳ra, la gravedad de lo que contiene este escrito?...

-S-replicla joven,-y los instantes son supremos. Por eso no he
vacilado en exponerme, a estas horas, salvando todos los obst塶ulos, y
jugando la vida seguramente. No hay tiempo que perder, si hemos de salvar
al Pr璯cipe... Ve pronto, pronto, asAllah te bendiga, y dile que yo,
burlando la vigilancia estrecha de sus enemigos, he venido en persona a
entregarte este escrito... Que su vida estamenazada... Que no f獯 de
ninguno de los que le rodean, y sobre todo... que se guarde ma鎙na de
romper lanzas en Bib-ar-Rambla como tiene prometido!

Y cubri幯dose r嫚idamente con la capucha del solham, avanzhacia la
puerta, aprovechando el estupor de que se hallaba pose獮o Ebn-ul-Jathib.

-Tus palabras descubren a mis ojos horizontes desconocidos,-dijo 廥te
deteni幯dola.-Yo harque el Sult嫕 nuestro se隳r conozca en breve lo que
dice tu carta, y Allah, el Omnipotente, nos ayudar Allah vela por sus
criaturas! Pero no te vayas as o d嶴ame que te acompa鎑 a tu morada, o
acepta la hospitalidad con que te brindo en la m燰...

-Que el Excelso premie tus buenas intenciones! Pero m嫳 importante
que mi vida es la vida del Amir. De un momento a otro puede ser advertida
mi ausencia, quiz嫳 ya lo haya sido, y esto podr燰 comprometer seriamente
nuestro negocio... Que la misericordia de Allah nos ayude!...

-Que ella te acompa鎑 y te preserve de todo mal!-contest
Ebn-ul-Jathib, a tiempo que Aixa ya en la calle de nuevo, echaba a andar
aceleradamente.

El oficial, comprendiendo por cuanto hab燰 visto que la desconocida
era persona de importancia, apresurose a acompa鎙rla seguida de sus
agentes, mientras ella, abriendo el coraz鏮 a la esperanza, y tranquila ya
respecto de la suerte del Amir, caminaba r嫚ida por la orilla del Darro,
no tardando en llegar delante de la tapia por donde hab燰 saltado.

Hasta aquel momento,-tan embebida hab燰 caminado,-no advirtique el
oficial la segu燰; y como viese la dificultad de trepar a la tapia,
pidiole auxilio, que 幨 se apresura prestarle, y exigi幯dole el secreto,
merced a una escalera que le pudo ser facilitada, subisobre la
albardilla del muro y se deslizal jard璯.

Atravesole temerosa, y hallando entornada la puerta de la casa, seg
ella la hab燰 dejado, respirtranquila, segura de que nadie hab燰 notado
su ausencia, y se encerren su aposento.

-﹒h!-exclamcayendo desfallecida sobre los blandos almohadones del
sof-Ahora puedo morir!... Mi vida por la suya!... 熹umayor ventura?...
Seti-Mariem, Seti-Mariem, no lograr嫳 tu intento! 、endita sea la
misericordia de Allah!

Con mano presurosa, despojose de sus vestiduras; y entregando el
esp甏itu a goces hasta entonces no logrados, abandonsu cuerpo al sue隳
entre las ropas perfumadas del blando lecho.











- XIII -


MIENTRAS la enamorada Aixa pon燰 audazmente en ejecuci鏮 su
pensamiento, y hac燰 entrega aquella noche al celebrado poeta
Ebn-ul-Jathib del billete escrito por ella al Sult嫕 (Allah le haya
perdonado!),-verific墎anse no lejos de aquel sitio acontecimientos de
importancia e 璯timamente enlazados con los que se hab燰n desarrollado en
presencia y con la intervenci鏮 misma de la joven.

El estado de 嫕imo del Pr璯cipe, al separarse de ella, no pod燰 ser
m嫳 aflictivo. Sab燰 a quatenerse en orden a sus parientes, y no era ya
misterio para 幨, que procuraban su muerte a todo trance. Arrepent燰se
Mohammad de su benevolencia; deploraba la debilidad con que hab燰
procedido respecto de ellos, pues no se le ocultaba que con su vida lo que
pretend燰n al par era el dominio de los muslimes de Al-Andalus.

Aspues, decidido a proceder con energ燰, cuando llega los
aposentos destinados para su uso en el alc嫙ar de los Beni-Nassares, hizo
llamar al arr墈z de sus guardias Abd-ul-Malik, que le hab燰 seguido y
acababa de separarse del Katib, y d嫕dole orden de que llevase a su
presencia a los dos pr璯cipes Isma螿 y Ca褼, sus hermanastros, celebrcon
ellos larga conversaci鏮 aquella noche, de la que adquirila evidencia de
que su madrastra y su primo Abu-Sa蟂, ten燰n con d墂ivas y con promesas
sobreexcitados los 嫕imos de aquella parte de la poblaci鏮 m嫳 apegada a
las luchas intestinas que a esgrimir las armas contra los guerreros
castellanos.

Entregando a la vigilancia del arr墈z los dos pr璯cipes, de cuya
inocencia no tuvo duda, resolvi嫳e al propio tiempo a libertar a Aixa del
poder de Seti-Mariem, pues ya no le era necesaria la peligrosa permanencia
de la joven cerca de sus personales enemigos; porque si bien hubo un
momento, en que las circunstancias parecieron justificar sus sospechas
respecto de ella, la reflexi鏮 le hizo comprender por timo, que cuando
su enamorada no hab燰 pronunciado palabra alguna alusiva a los proyectos
de que le hab燰 hablado en el billete de la ma鎙na, no ser燰 ciertamente
por su voluntad, y que al arrojar al suelo como lo hab燰 hecho la hermosa
fruta confitada, deb燰 ser porque acaso fuese aquel el arma homicida de
que pretend燰 valerse la sultana.

De cualquier modo que fuese, resultaba evidente para 幨 que la ni鎙
no era digna de sus sospechas, sino muy por el contrario merecedora de
todo su cari隳, con lo cual, despidiendo a los sirvientes que esperaban
sus 鏎denes, entregose al descanso, deseoso de que la luz del sol le
permitiera realizar prontamente todos sus proyectos.

No hab燰n mentido ciertamente los pr璯cipes al asegurar a Mohammad
que la sultana y el bermejo Abu-Sa蟂 promov燰n y estimulaban el
descontento entre los veleidosos granadinos; pero ni Isma螿, que era el
mayor, ni mucho menos Ca褼, conoc燰n en toda su extensi鏮 los planes de su
madre y de su primo, y por ello, con verdad, no pudieron decirle que
aquella noche en el populoso Zacat璯 deb燰 celebrarse una de las muchas
reuniones que celebraban los conjurados, y acaso la m嫳 interesante de
todas ellas.

Desde que C鏎doba y Sevilla, como Valencia y Murcia, hab燰n ca獮o en
poder de los cristianos (mald璲ales Allah!), y Almer燰 y M嫮aga hab燰n
perdido su importancia mercantil y pol癃ica, era sin disputa el Zacat璯 el
primero y principal de los mercados existentes en los dominios islamitas
de Al-Andalus. Ten燰n allsus tiendas multitud de mercaderes, a quienes
sonre燰 la fortuna, y sobresal燰 entre todos ellos por sus riquezas
innumerables, un jud甐 de edad madura, que hab燰 buscado en la floreciente
capital del reino de los Al-Ahmares refugio al fanatismo intransigente de
los castellanos.

Ambicioso por naturaleza, e hip鏂rita y astuto por car塶ter, como
todos los de su raza,-manifestdesde un principio intentos de apoderarse
de la recaudaci鏮 de las rentas en todo el reino, pretendiendo hacerse con
el almojarifazgo y la voluntad del Sult嫕, cuando a la saz鏮 era todav燰
muy reciente el triste acontecimiento por el cual heredaba el solio
granadino el Pr璯cipe Abu-Abd-il-Lah Mohammad V, cuya buena fe y cuya
juventud aspiraba a sorprender, abusando de su inexperiencia.

Confundido en la cohorte de aduladores ambiciosos de mando, que
acud燰 嫛ida al alc嫙ar donde resid燰 el Amir, fueron iniles todos los
esfuerzos para lograr sus prop鏀itos, siendo una y otra vez en廨gicamente
rechazado por el joven Sult嫕 sin escucharle; y conocedor de las secretas
intrigas que comenzaban a urdir entonces la sultana Seti-Mariem y
Abu-Sa蟂, sedientos ambos de caer sobre el imperio granadino, como cae el
buitre sobre la presa codiciada,-buscsagaz el medio de asociarse a
ellos, y abrazando su causa con fingido entusiasmo, consiguiser para
ambos indispensable, con la esperanza de que el d燰 de la victoria, el
triunfo habr燰 de ser para 幨 seguramente.

La casa en que habitaba era una de las mejores sin disputa en todo el
barrio: extensos almacenes, donde se confund燰n los productos granadinos,
tan afamados como los del extremo Oriente, y los del 繈rica, y donde se
ofrec燰n en conjunto extra隳 los frutos de la naturaleza con los del arte
y de la industria de todos los pa疄es, ocupaban entera la planta baja del
edificio, hall嫕dose convertido en dep鏀ito de mercanc燰s el piso superior
hasta el extremo de que apenas en 幨 tuviera habitaciones ni para su
persona, ni para las de su familia. Ten燰 adem嫳 el edificio un recinto
subterr嫕eo, desconocido para los dem嫳 comerciantes, y donde cuatro a隳s
hac燰 sol燰n reunirse los conspiradores, bien seguros de que en tal paraje
no podr燰n ser descubiertos por la polic燰 del confiado Mohammad.

Pocos momentos antes de que Aixa hubiese puesto en ejecuci鏮 su
atrevida empresa para salvar la vida de su amado, y apenas se hubo
separado de la aterrada joven,-la sultana Seti-Mariem, envuelta en ancho
rop鏮 y cubierto el rostro por la capucha del solham, penetraba resuelta y
r嫚idamente por la estrecha calle que forma el Zacat璯, sin parar mientes
en las cuadrillas de carpinteros y pintores que, a la luz resinosa de las
antorchas, trabajaban en Bib-ar-Rambla para levantar el palenque,
destinado sin duda para las fiestas que con todo aparato hab燰n sido
anunciadas por la ciudad en los tres d燰s anteriores, y deb燰n al cabo
celebrarse en el siguiente.

Antes de llegar la sultana a uno de los puentecillos que pon燰n en
comunicaci鏮 desde el Zacat璯 ambas orillas del Darro, detose delante de
la casa del jud甐, allsituada, y dio discretamente varios y acompasados
golpes sobre la puerta con el anillo de hierro que de ella pend燰,
esperando breve tiempo, al cabo del cual, abriose aquella en silencio y
cual movida por un resorte, y en medio de las oscuras sombras, oyose el
eco de una voz que en tono misterioso pronunciaba la siguiente salutaci鏮,
contrase鎙 acaso por la cual deb燰n ser reconocidos los traidores:

-As-salem 滎a man tabal-hoda!(23).

-As-salem 滎a-ahl-is-salem!(24)-respondila sultana en el mismo tono
sentencioso y franqueando la puerta, que volvia cerrarse detr嫳 de ella
con igual silencio.

Iluminose entonces el estrecho zagu嫕, y la sombra de un hombre se
dibujoscilante sobre los muros. Echando a andar sin que sus labios
hubieran pronunciado palabra alguna, se dirigipor largo corredor sombr甐
hacia una abertura practicada al fondo del mismo y que daba paso a los
almacenes del jud甐; all caminando siempre delante y sin volver la
cabeza, pero persuadido de que el visitante le segu燰, cruzh墎ilmente
por entre los fardos amontonados, y llega un 嫕gulo del edificio, donde
levantno sin esfuerzo la pesada piedra que ocultaba la boca de un pozo,
oscuro y fr甐.

Asom嫕dose a 幨, dejo甏 un silbido prolongado y tenue, que
repitieron las angostas paredes de aquel antro, y poco despu廥, una gruesa
escala de c摙amo retorcido era sujeta por invisible mano en la boca del
pozo.

Sin manifestar extra鎑za alguna, la sultana comenza descender por
la escala con ligereza incre燢le y como persona habituada a tal ejercicio,
vi幯dose obligada en la mitad de su descenso a detenerse para contestar a
nuevas preguntas que misteriosamente tambi幯 y con lubre entonaci鏮, le
eran dirigidas desde el fondo, sumido en las tinieblas. Contveinte
pelda隳s m嫳, y hallel t廨mino de la escala, sintiendo entonces que en
las sombras una mano se apoderaba de las suyas, y que, tra獮a de esta
suerte, sus pies tocaban, hedo y resbaladizo, el piso de una galer燰
abierta horizontalmente en una de las paredes del pozo, cuyo orificio
superior se hab燰 cerrado.

Al final de la galer燰, por donde caminconducida siempre por la
misma mano, halluna escalera cuyos pelda隳s bajen silencio, llegando
asa una puerta, delante de la cual el gu燰 se detuvo; abierta a una
se鎙l, dejal descubierto vasto recinto abovedado de ladrillo,
profusamente iluminado por la luz de varias antorchas colocadas a lo largo
de los muros.

Traspuesta aquella entrada, la puerta volvia cerrarse, y la sultana
y su gu燰 penetraron en el subterr嫕eo, donde a la saz鏮 se encontraban
reunidos algunos hombres, en cuyos rostros ve燰se retratado el af嫕
viv疄imo que les dominaba, el cual no estaba exento de inquietud
ciertamente.

Sobresal燰 entre los circunstantes, por lo gallardo de su apostura,
la riqueza de su traje y lo rojo de su barba, el pr璯cipe Abu-Sa蟂, por
esta tima causa apellidado el Bermejo, quien al distinguir y reconocer a
la sultana, se adelantcon marcadas muestras de impaciencia a recibirla,
adivinando en el gesto que contra燰 las facciones de Seti-Mariem que todo
se hab燰 malogrado por entonces, defraudando sus esperanzas, y que el
Sult嫕 viv燰.

-Xaythan nos abandona!-exclamla madrastra del Amir asque estuvo
en el centro de la estancia, dej嫕dose caer furiosa y como fatigada sobre
la esterilla de juncos que cubr燰 el pavimento.-A vive el Sult嫕 (Allah
le confunda!).-Todav燰 alienta nuestro enemigo!... Fuerza es ya que
concluyamos de una vez, si hemos de alcanzar el logro de nuestros deseos.

-Lo esperaba, sultana,-replicAbu-Sa蟂 lentamente y con sombr甐
acento.-Lo esperaba, y nadie m嫳 que ttiene la culpa... Si en lugar de
esos filtros, que tanta fe te merec燰n, hubieras aceptado mi proyecto
desde un principio, como el ico medio seguro para conseguir el
triunfo,-largo tiempo ha que Mohammad habr燰 gustado en el chahanem el
fruto amargo de Zacum y Guislim(25), sin que nadie hubiera podido
impedirlo!

-Yo no quer燰 la violencia!... No quer燰 sangre!-repuso
Seti-Mariem.-Pero ya que es preciso y los momentos son preciosos, pues t
oh Abu-Sa蟂, te ofreciste a dar por tu propia mano muerte a ese maldito
engendro del demonio, en cuya diestra permanece ociosa la espada invicta
de Al-Ahmar (Allah le haya perdonado!), sea tu fuerte brazo, oh
descendiente de los Al-Ahmares! el que libre a Granada y a los siervos del
Misericordioso de la odiosa tiran燰 en que viven! Y ya que todo por
prevenci鏮 tuya se halla preparado, que ma鎙na, cuando en Bib-ar-Rambla se
presente a correr lanzas orgulloso, seas tel int廨prete y ejecutor
providencial de la justicia! Que tu coraz鏮 y tu mano no tiemblen! Que el
hierro de tu lanza separe su alma de su cuerpo!

-Asser no lo dudes!-exclamentre el murmullo aprobador de los
circunstantes el pr璯cipe.-No otra era la ambici鏮 que abrasaba mis
entra鎙s! Yo te prometo por mi barba,-prosiguiavanzando hacia
Seti-Mariem con una mano sobre el pecho y los ojos fijos en la ahumada
techumbre de aquel l鏏rego recinto,-que ma鎙na, cuando se crucen en
Bib-ar-Rambla su lanza y la m燰, buscarsin vacilaci鏮 el agudo hierro de
mi pica, entre el oro de su marlota el lugar donde oculto late el
aborrecido coraz鏮 del que a se llama Pr璯cipe de los fieles!

-Juremos todos,-a鎙didesnudando con arrogancia la espada que
ce劖a,-juremos en nombre del Islam, cuya causa defendemos, que si ma鎙na
vacilara mi mano, o falsease el golpe de mi lanza (Allah no lo permita!),
os bastar嶯s vosotros para enviar a las profundidades del infierno el alma
de nuestro odiado enemigo, y que sabremos morir defendiendo la justicia!


Juraron todos un嫕imes, conforme a los deseos de Abu-Sa蟂, y aplacado
un momento el rumor producido, encomend嫕doles la prudencia, el pr璯cipe
despidia los conjurados, diciendo:

-Os dejo en las manos de Allah! Que 匜 os proteja!

-Que 匜 nos rea en la hora afortunada!-replicaron, abandonando
silenciosamente el subterr嫕eo, y uno a uno la morada del ambicioso jud甐,
para prepararse a la fiesta del siguiente d燰. No tardaron mucho en
imitarles Abu-Sa蟂 y Seti-Mariem, quedando a cargo de 廥ta el imponer a
Aixa el severo castigo a que por su desobediencia se hab燰 hecho la
esclava acreedora, luego que hubiere sido asesinado el Sult嫕 y estuvieran
por consiguiente libres el pr璯cipe Isma螿 y su hermano.

Decretada estaba, pues, la muerte de aquel joven generoso y valiente
que, due隳 del imperio granadino, y ansiando emular los gloriosos triunfos
de su infortunado padre Abu-l-Hachich (h嫝ale Allah recompensado en la
otra vida!), aspiraba por medio de una paz bienhechora a engrandecerle,
prepar嫕dose a m嫳 altas empresas, con el fin de extender en su d燰 y
hacer prevalecer sobre las religiones todas la ley santa del Islam,
predicada por el Profeta! La bendici鏮 de Allah sea sobre 幨 y los suyos!

Y entre tanto 穌upod燰 esperar Aixa, aquella ni鎙 cuyo ico delito
hab燰 sido amar al Pr璯cipe de los fieles, y que el acaso hab燰 fatalmente
puesto en manos de la sultana, entreg嫕dola ahora indefensa al odio cruel
de su mortal enemiga? No era dudoso por desgracia: negros pensamientos de
muerte bull燰n en el cerebro de Seti-Mariem, y era seguro que no negar燰 a
ambos amantes la dicha de beber juntos el agua del Tesnim(26), bien que no
sin destrozar antes el coraz鏮 de la enamorada doncella, ofreciendo ante
sus ojos sobre la arena en Bib-ar-Rambla, el sangriento cad嫛er de su
adorado.

Aquel d燰, tan temido por unos y tan deseado por otros, amanecial
fin sereno y hermoso: no manchaba el puro azul del cielo la m嫳 ligera
nube, y el sol brillaba en el espacio, derramando alegr燰.

Distingu燰se a lo lejos, a una parte, los enhiestos picos de
Chebel-ax-Xolair, reflejando como sobre bru鎴da coraza en su eterna
envoltura de reverberante nieve los ardientes rayos del sol, y
Chebel-ax-瀿ab, con las ruinas abandonadas de la antigua Elbira, a
envuelta en la azulada neblina de la ma鎙na, se levantaba hermoso al otro
extremo.

Medina-Alhambra, iluminada espl幯didamente por la sonrisa ardiente de
los cielos, semejaba una ciudad de fuego, recordando asla ocasi鏮
suprema en que fueron sus esbeltos torreones y sus macizos muros
levantados por los 嫫abes.

Todo era animaci鏮 en Granada: circulaba la gente engalanada y gozosa
como en los d燰s festivos de la cercana Pascua mayor, y resonaban las
calles de la poblaci鏮 con los cantares alegres y jubilosos de la
muchedumbre.

Desde bien temprano hab燰n proseguido los carpinteros su tarea, no
terminada la noche anterior, y multitud de banderolas y gallardetes
adornaban ya el circuito destinado para la fiesta, flotando a merced de la
juguetona brisa de la ma鎙na, mientras el array嫕, el mirto y el laurel
alfombraban bien olientes y con profusi鏮 las calles pr闛imas a la
explanada de Bib-ar-Rambla, y principalmente el Zacat璯 y la cuesta que
hasta Bib-Aluxar en el recinto fortificado de la Alhambra conduc燰.

Las casas vecinas al lugar de la fiesta hab燰n adornado sus escasos
ajimeces, sus ventanas y sus azoteas, con pa隳s de sedas de tan distintos
colores, que no parec燰n los muros sino extra隳 y continuado pensil,
esmaltado por multitud de flores, o inmenso chal, tendido de uno a otro
extremo de la plaza.

Comparsas de micos recorr燰n la ciudad, llenando los aires con los
acordes de sus varios instrumentos, entre cuyos ecos sobresal燰n el del
bullicioso adufe, pandero que marcaba los compases, el de la dulce
axxabeba, el estridente del rabel, el grave del attabal, el majestuoso del
alboque, el agudo del a鎙fil, y el estrepitoso de las alegres karkabas o
casta雝elas, que eran incesante y diestramente agitadas entre los dedos
por muchachas danzadoras.

Todo aquel movimiento y aquella animaci鏮 inusitada, que hac燰 a
m嫳 grato lo hermoso del d燰, reconoc燰 por causa la fiesta con que el
Sult嫕 generoso Abu-Abd-il-Lah Mohammad V obsequiaba a sus vasallos en
Bib-ar-Rambla; y como era la primera que se celebraba desde que fue
exaltado al solio por muerte del magn嫕imo Abu-l-Hachich, su padre, y el
espect塶ulo no era sino muy del agrado de los granadinos,-hab燰se
publicado por medio de pregones tres d燰s consecutivos, y de los pueblos,
de las alquer燰s y de los lugares inmediatos a Granada, ascomo de
M嫮aga, de Guadix y de Almer燰, hab燰n acudido tantas gentes, que se hac燰
el tr嫕sito dif獳il por las calles, no bastando la espaciosa explanada de
Bib-ar-Rambla para contener la muchedumbre.

Cuando hubieron terminado los carpinteros de colocar la tima tabla
y de clavar el timo clavo en el cadalso destinado a los micos, la
multitud prorrumpien gritos de alegr燰; y aunque hasta la hora de
adh-dhohar(27) no deb燰 dar comienzo la fiesta, cada cual buscun sitio
donde acomodarse en torno del palenque, y como si hubieran obedecido a una
consigna, invad燰n a torrentes la explanada confundidos y alegres,
granadinos y forasteros, regocij嫕dose de antemano con los lances que
hab燰n de ocurrir en el guerrero simulacro. Coronaba las azoteas multitud
impaciente, escalaban los m嫳 curiosos y atrevidos las ventanas, y se
produc燰 continuo y general movimiento, parecido al incesante flujo y
reflujo de la marea.

Poco antes de la hora convenida, y abri幯dose con dificultad paso
entre aquel oc嶧no viviente, los micos, vistosamente ataviados, subieron
al cadalso, y aunque ante el asordante bullicio no esperaban hacerse o甏,
comenzaron a ta鎑r sus instrumentos, dando tiempo a que desembocase en
Bib-ar-Rambla una de las cuadrillas de jinetes, bizarramente vestidos,
ocasi鏮 en la cual resonaba en el espacio universal grito de entusiasmo
que oscurecilas alb鏎bolas y los lelil獯s con que las mujeres acogieron
la presencia de los justadores.

Aixa entre tanto, presa de mortal incertidumbre, y obedeciendo las
鏎denes de la sultana, se abandonaba en manos de las esclavas que en balde
se ufanaban por realzar las gracias y la incitante hermosura de la joven.
Con refinada crueldad Seti-Mariem quer燰 que 廥ta presenciase el militar
simulacro, segura de que en 幨 hallar燰n t廨mino sus reprobadas ambiciones
con la muerte del Amir; y la pobre ni鎙, temerosa de la ineficacia de su
aviso, o de que no hubiese 廥te llegado a tiempo al Pr璯cipe, temblaba
entre horribles angustias, las cuales demudaban en ocasiones su semblante,
haci幯dole palidecer, ascomo otras veces parec燰 transfigurada con los
alientos de la esperanza.

-No hay duda, por Allah-pensaba con iron燰 en medio de sus
terrores-de que la sultana es obsequiosa conmigo, y que nunca podrpagar
debidamente las bondades con que me distingue!... Por la santidad del
Islam, que es implacable como el destino, y cruel como la muerte!... A
no estsatisfecho su coraz鏮 de hiena! Acaso crea que no son todav燰
bastante grandes los dolores con que ha herido mi coraz鏮, y tal vez
piense que no es mucho padecer el obligarme a ser verdugo del Amir, cuando
sabe que le amo, y que por 幨 dar燰 mi vida!... Sin duda juzga que es
posible mayor tormento, y quiere que presencie la agon燰 del Sult嫕, a
quien pretenden dar la muerte!... Pero no seras Allah es justo y
poderoso, y en 匜 f甐!...

-熹ume importan estas galas,-prosiguireparando en el lujoso traje
que la hab燰n vestido las esclavas,-si soy como ellas una sierva
miserable, sin voluntad y sin fuerza para impedir que se cumplan los
terribles decretos de esa mujer ambiciosa e infame? Galas, cuando debo
quiz嫳 cubrirme de luto! Joyas, cuando deb燰 correr en busca de mi amado
para ahuyentar el 嫕gel de la muerte que agita ya las negras alas sobre su
hermosa cabeza! Si Mohammad, con la protecci鏮 de Allah, triunfa hoy de
las asechanzas de sus enemigos; si, como ayer, logro desbaratar los
inicuos planes de 廥tos, cu嫕 feliz habrde ser, Excelso Allah, 廥ta, la
tima de tus criaturas!... No le abandones piadoso, tque no abandonas
al que sigue tus consejos y obedece tus mandatos supremos; y cuando libre
y dichoso puedan mis ojos verle, me arrojara sus plantas, y mis labios
le dir嫕 entonces lo que tanto tiempo le han callado a pesar m甐!. 澦as
querido, sultana, que presencie la muerte de Abd-ul-Lah?... Con el auxilio
del Omnipotente, espero contemplar tu derrota, y si mi alma fuese como la
tuya, por Allah que no quedar燰 satisfecha hasta verte en brazos de Thagut
《aldito sea!). 匜 es tu protector y apoyo, y el due隳 de tu esp甏itu
reprobado!

Hab燰n ya terminado su tarea las esclavas, cuando Aixa llegaba a este
punto de sus reflexiones; y como la hora se acercaba, desprendila joven
con un movimiento de cabeza el vaporoso izar que pend燰 de la ostentosa
albanega, y envolvi幯dose en 幨 como en una nube, despu廥 de asegurarse de
que el al-haryme bordado s鏊o dejaba al descubierto sus negros ojos, ech
a andar, atravesando varios aposentos.

Momentos despu廥, y acompa鎙da de dos servidores, de los cuales uno
iba delante abriendo paso, mientras el otro caminaba en observaci鏮 a la
zaga, cuando los micos hac燰n resonar en Bib-ar-Rambla sus instrumentos,
llegaba por detr嫳 de la al-caiser燰 a una de las casas que daban frente
al lugar de la fiesta, y tomaba asiento, s鏊o por excepci鏮 acaso, en uno
de los ajimeces del edificio, por entre cuyas cruzadas celos燰s ech
r嫚ida ojeada con el coraz鏮 palpitante, distinguiendo desde allc鏔o se
extend燰 y agitaba la inmensa muchedumbre, que hab燰 invadido las avenidas
todas de la plaza, ansiosa de contemplar el espect塶ulo.

El remolino que de sito formla gente, guisus miradas a uno de
los extremos del ancho recinto, y con indecible ansiedad vio por el
Zacat璯 desembocar lucida tropa de jinetes, gallarda y lujosamente
ataviados, y cuyas monturas, marchando al paso por entre la multitud,
levantaban con orgullo las cabezas, de que pend燰n infinidad de lazos y de
cintas, ascomo de las trenzadas crines.

Ostentaban los caballeros en sus trajes pintorescos los matices verde
y blanco, que enriquec燰n estrellas de plata y cintas y lazos de los
mismos colores, los cuales se ofrec燰n diestramente combinados en el
adorno de sus cabalgaduras, en los arneses, y en todos los arreos, que
eran de sorprendente gusto.

Iba delante, apuesto y erguido, el pr璯cipe Abu-Abd-il-Lah Mohammad,
conocido y designado generalmente por su cunya de Abu-Sa蟂; oprim燰 los
lomos de hermoso caballo, negro como el terciopelo, de bella estampa,
ancho de pechos, nervioso de brazos, fogoso y un tanto ind鏂il, el cual
tascaba el freno obligado por la diestra mano del jinete.

Bien se echaba de ver lo encumbrado del linaje de 廥te en el lujo que
desplegaba en su persona, y en los arreos de su montura aparec燰n
mezclados vistosamente la plata y las piedras preciosas, las cuales eran,
tanto en 幨 como en los caballeros de su cuadrilla, esmeraldas y perlas,
por conservar los colores con que hab燰n de distinguirse en el simulacro.


Vest燰 marlota de brocado, blanca toda ella, y cuyas mangas, de sirgo
verde, se rizaban caprichosamente, dibujando el contorno de su nervudo
brazo; cubr燰 su cabeza un bonete damasquino, adornado con dos icas
plumas, verde la una y blanca la otra, y ambas oscilaban blanda y
acompasadamente a cada movimiento del pr璯cipe, o mecidas por el suave
vientecillo que templaba los ardores de un sol brillante y un d燰 de
calma, como era aquel en que Granada se dispon燰 a disfrutar de uno de sus
placeres predilectos, y de que hac燰 no poco tiempo se ve燰 privada.

Entren la arena con la frente alta, el labio sonriente, alegres los
ojos y la faz serena, sin afectaci鏮 ni arrogancia; y al llegar frente a
la azotea donde Seti-Mariem se hallaba en medio de su servidumbre, salud
con una sonrisa, y a la cabeza de los suyos dio una vuelta en torno del
palenque, yendo a colocarse por timo con su tropa frontero a la sultana.

La mica no hab燰 cesado, al mismo tiempo, de resonar, aunque
apagada entre el griter甐 de los espectadores, a quienes seduc燰 sin duda
la apostura del Bermejo Abu-Sa蟂, cuando le aclamaban con regocijo de uno
a otro extremo de la plaza.

Las damas agitaron por entre las celos燰s y por los terrados sus
bordados pa雝elos de muselina blanca, que semejaban, asmovidos, inmensa
bandada de palomas, y todos aguardaron con visible impaciencia la llegada
de la otra cuadrilla, a cuya cabeza deb燰 aparecer el mismo Sult嫕, para
honrar m嫳 la fiesta.

Largo espacio transcurrisin embargo antes de que tal sucediese;
circulaban entre la multitud las noticias m嫳 contradictorias y las
especies m嫳 absurdas, sin que nadie pudiera con efecto explicarse la
tardanza del Amir; la sultana Seti-Mariem y Abu-Sa蟂 sobre todo, tem燰n
que aquella ocasi鏮 tan propicia se escapase de sus manos si el Sult嫕 no
llegaba por cualquier accidente inesperado, y ya la muchedumbre y los
justadores se impacientaban, aunque sin atreverse por respeto a hacer
demostraci鏮 alguna,-cuando por la misma calle del Zacat璯 se oyel rumor
de muchos instrumentos, penetrando entre el universal griter甐 en el
palenque hasta veinte ligeros jinetes, delante de los cuales cabalgaba
sobre un potro tordillo, fogoso y vivaracho, un apuesto mancebo, a cuyo
paso gritaba con entusiasmo la muchedumbre:

-Gloria a nuestro se隳r el Sult嫕 generoso Abu-Abd-il-Lah Mohammad!
、end璲ale Allah!

Espl幯dido y verdaderamente regio era el atav甐 del jinete que
capitaneaba la segunda tropa, y en su vestido y montura, lo mismo que en
los de sus caballeros, resplandec燰n en feliz combinaci鏮 vistosa, el oro,
el azul y el rojo. Cruzaba su pecho ancha banda de color azul, limpio y
brillante, que semejaba el cielo, y sobre 幨, alrededor del mote
distintivo que dio a los Al-Ahmares Fernando el Santo de Castilla,
multitud de estrellas de oro resplandec燰n a los rayos del sol como
chispas de fuego.

De fino ricom嫳 de sedas y oro, en que predominaba el color grana,
era la aljuba, de ancha y graciosa manga ornada de cabetes dorados, y de
haldas enriquecidas con labores de cordoncillo de oro, como el pecho,
cubriendo la cabeza airosa toca azul sobre la cual destacaba afiligranado
broche de aquel metal precioso y de rub獯s; la silla, las riendas y toda
la guarnici鏮 del caballo, eran de terciopelo carmesricamente bordado en
oro y de cobre esmaltado, pendiendo del pretal, como del cabo de las
riendas, hermosos borlones de seda azul de diverso tama隳 y hechura.

Llevaba el jinete oculto el rostro por el izar, a trav廥 del que
brillaban unos ojos negros y expresivos; y aunque no dejde sorprender a
algunos que el Sult嫕 se presentase en esta forma, nadie al cabo hubo de
extra鎙rlo, estim嫕dolo cual muestra de excesiva delicadeza en el Pr璯cipe
de los creyentes, a, fin de ofrecer por tal camino mayores ventajas a
quien con 幨 justase, y a quien impondr燰 respeto sin duda en otro caso,
la idea de que era el Amir su competidor, tanto m嫳 cuanto que los
caballeros de su cuadrilla llevaban de igual suerte cubierto el semblante,
y no era f塶il del todo el distinguirle entre ellos.

Al penetrar en el anchuroso palenque, dos mujeres hab燰n clavado en
幨 sus ojos con igual ansiedad, aunque intenci鏮 diversa; y si alguien que
no fuese el mismo Allah hubiera podido contemplar su rostro bajo los
pliegues del alharyme, habr燰 comprendido desde luego los encontrados
sentimientos de su alma.

Una de aquellas mujeres era la sultana Seti-Mariem: en su mirada,
recelosa y ardiente al par, parec燰 reconcentrado su encono entero, de tal
manera, que si sus ojos hubieran podido lanzar la muerte, habr燰 el Sult嫕
dejado de existir antes de dar comienzo a la esperada fiesta.

Aixa era la otra; y en su semblante demudado y l癉ido por la emoci鏮,
en el sobresaltado latir de sus entra鎙s, en la agitaci鏮 de todo su ser,
y en la tensi鏮 de sus mculos, hubi廨ase podido conocer los tormentos
indecibles que en aquel instante solemne padec燰... Si le hubiera sido
dable por entre el calado de la celos燰 llamar la atenci鏮 del Pr璯cipe y
prevenirle del inminente riesgo que le amenazaba!

Dio la lucida tropa una vuelta en torno del palenque, y saludando su
caudillo a la sultana, como Abu-Sa蟂 lo hab燰 hecho, fue a colocarse
frente a frente de la cuadrilla que capitaneaba el Bermejo, no sin haber
dirigido antes ceremonioso saludo a su cort廥 contrario.

En tal disposici鏮, se reunieron por medio de h墎iles evoluciones
ambas tropas, y juntas recorrieron la arena al comp嫳 de las micas y de
los gritos de alegr燰 y las aclamaciones de la api鎙da muchedumbre.



- XIV -


LOS sitios m嫳 pr闛imos a las barreras, donde mayores deb燰n ser la
animaci鏮 y el bullicio, y donde no sin dificultad hab燰n logrado puesto
los m嫳 madrugadores sin duda, eran no obstante los m嫳 silenciosos, en
medio del general ruido y la algazara propios de la fiesta, advirti幯dose
entre la gente del pueblo que ocupaba aquel lugar codiciado, grupos de
personajes ce雝dos y de misteriosas miradas, que ni aplaud燰n ni voceaban
ante los alardes de habilidad y de destreza en que se extremaban a porf燰
los caballeros del uno y del otro bando.

Recorr燰n estos grupos, de tiempo en tiempo, abri幯dose paso con
violencia entre aquella masa de carne humana, otros personajes no menos
misteriosos, sin que nadie echase de ver ni hallase nada de particular en
aquellas inteligencias, y sin que el aspecto sombr甐 de tales individuos,
a quienes nadie conoc燰, tom嫕dolos por forasteros, turbase la alegr燰 de
los dem嫳, que hubo de estallar ruidosa y ardiente en el momento en que
despu廥 de haberse reunido caprichosa y pintorescamente, las cuadrillas se
dispon燰n a separarse para luchar cada uno de sus caballeros en opuesto
bando.

Seti-Mariem y Aixa, sin embargo, no apartaban la mirada de los dos
capitanes: la una, como queriendo comunicar al pr璯cipe Bermejo con sus
ojos todo el odio, todo el rencor de su alma, para que en el momento
decisivo no flaqueara su brazo ni desfalleciese su coraz鏮, al cual
quedaba confiada su venganza; la otra, considerando ya de todo punto
imposible, sin un milagro, el salvar la vida del temerario Amir de los
muslimes, si era, como supon燰, que Ebn-ul-Jathib le hab燰 a tiempo
entregado su billete.

Al llegar ambas tropas delante de la azotea donde se hallaba la
sultana, que era precisamente el sitio se鎙lado por los jueces del campo,
separ嫫onse por medio de graciosas evoluciones los caballeros de la una y
de la otra parte, armados todos ya de peque鎙s lanzas corteses, adornadas
con flores, lazos y cintas, que, combinadas por modo caprichoso, daban
siempre por resultado el de los colores elegidos por cada uno de los
bandos.

En medio de los acordes de la mica, resonla nota aguda y
penetrante de los a鎙files, y ambas cuadrillas, ordenadas por sus
capitanes de antemano, se embistieron a aquella se鎙l lanza en ristre.

Palmoteaban las damas detr嫳 de sus celos燰s, y el populacho
manifestcon estruendosa explosi鏮 de aplausos su contento, mientras la
lucha general se individualizaba, y los jinetes, confundidos al principio
del encuentro, se iban separando en personales escaramuzas.

Abu-Sa蟂 hab燰se naturalmente colocado desde el primer momento a la
cabeza de los suyos, de manera que, sin afectaci鏮, se hallase frente a
frente del caudillo del opuesto bando, como correspond燰; y a la se鎙l
hecha por los a鎙files, picando su cabalgadura, cual por su parte el
contrario, se hab燰 arrojado sobre 幨, si bien esquivando diestramente el
encuentro, abat燰 con exquisita cortes燰 su lanza, y pasaba de largo,
inclinando la cabeza en muestra de respeto. Revolviendo despu廥 entrambos
sus caballos, tornaban a citarse de nuevo, y lanza en ristre part燰n el
uno contra el otro, procurando mutuamente desarzonarse, aunque sin
conseguirlo, pues eran igualmente diestros y fuertes; pero la lanza del
pr璯cipe Bermejo hab燰 saltado en astillas, por lo cual tomaba otra que le
presentaba un paje.

La atenci鏮 general, si divertida al principio en los varios lances
de los caballeros de las cuadrillas, al fin se deten燰 sobre los dos
caudillos, quienes merec燰n ciertamente tal distinci鏮, aspor lo elevado
de su estirpe, como por lo noble de su apostura y por la fortaleza de su
brazo, comprendiendo que de ellos depend燰 el 憖ito de la fiesta.

Colocados por tercera vez en sus puestos, mientras med燰n ya la arena
con su cuerpo algunos jinetes en varios sitios, los dos campeones se
dirigieron un saludo, y tomando carrera, volvieron a encontrarse, con
嫕imo Abu-Sa蟂 de derribar al contrario de su montura.

Pero fue inil de todo punto su empe隳: porque afirm嫕dose 廥te en
los estribos, y conteniendo con r嫚ida mano y singular habilidad el 璥petu
de su corcel, aguardsereno y firme como una roca, al mismo tiempo que
sorteaba esquiv嫕dola, la lanza del pr璯cipe Bermejo.

La violencia de la carrera y el esfuerzo visible hecho por Abu-Sa蟂
con aquel prop鏀ito, produc燰n efecto tan inesperado como contrario; pues
perdiendo al choque los estribos, viose en la precisi鏮 de asirse el
Bermejo a las crines de su cabalgadura,-que exasperada por la resistencia
hab燰 emprendido un galope precipitado,-a fin de evitar el riesgo y
juntamente la vergnza de dar en tierra con su persona.

Dominado al cabo el bruto,-que no en balde era Abu-Sa蟂 diestro
jinete,-cit嫫onse ambos combatientes de nuevo, y partieron entre la
expectaci鏮 de la muchedumbre, silenciosa ahora y verdaderamente
interesada en el lance.

Antes sin embargo de que tal sucediera, y al recobrar el pr璯cipe
Bermejo total dominio sobre su cabalgadura, hab燰 levantado los ojos
r嫚idamente y con disimulo a la azotea desde la cual contemplaba
Seti-Mariem, llena de dudas y esperanzas, el espect塶ulo; y advirtiendo la
imperceptible se鎙 que 廥ta le dirig燰, determin嫳e Abu-Sa蟂 a concluir de
una vez con su contrario, seg ten燰 prometido, poniendo t廨mino al
combate, del cual hasta entonces no era 幨 quien sal燰 con verdad airoso.

Otra persona hab燰 tambi幯 advertido la indicaci鏮 hecha por
Seti-Mariem, que lo era indudablemente de la muerte del Sult嫕; Aixa, con
efecto, segu燰 palpitante los lances de aquella escaramuza, cuya
solemnidad y cuyo alcance conoc燰 de sobra, y al advertir la se鎙,
comprendiendo lo que significaba, con la faz desencajada, fr燰, llena de
horror, y temblando como las hojas del 嫫bol azotadas por tempestad
furiosa, echose sobre el ajimez, cuyas d嶵iles celos燰s de madera
crujieron, y pretendigritar para advertir a su enamorado; pero ni en la
garganta hallsonido que articular, ni la lengua acerta moverse: que
tales y tan grandes eran su dolor y su angustia!

Entre tanto, hab燰se con la rapidez del rayo verificado ya el choque
entre los dos valientes campeones; y fue tan recio esta vez y tan certero,
que ambos perdieron los arzones, y el jinete, cuyo rostro ocultaba el
tupido izar, se tambalesobra su cabalgadura, y caypesadamente en
tierra.

Un grito, grito al par de espanto y de alegr燰, indefinible, pero
un嫕ime, universal y espont嫕eo llenlos 嫥bitos todos del palenque, y
multitud de espectadores saltaron a la arena.


Los caballeros de ambas cuadrillas que habiendo cesado de luchar
entre s contemplaban hac燰 rato, y muchos de ellos sin comprender su
importancia, aquella especie de duelo,-ape嫕dose veloces de sus monturas,
corrieron presurosos al herido, quien permanec燰 en el polvo, inerte y sin
hacer movimiento alguno. Confusi鏮 espantosa reinen la muchedumbre, que
se agitaba violentamente, como las olas del mar a impulso del hurac嫕
desenfrenado, produciendo un rumor tumultuoso y significativo, en medio
del cual, una voz recia, estent鏎ea, que domintodo ruido y que nadie
supo de d鏮de sali pero que todos escucharon, gritdistintamente:

-El Sult嫕 nuestro se隳r ha muerto! Perd鏮ele Allah! Gloria a nuestro
se隳r y due隳 el Sult嫕 Abu-l-Gualid Isma螿!...

Y aquel grito, repetido de uno a otro extremo de la plaza como una
consigna, resonamenazador en todas partes.

Brillaron las armas; y cual suele conmover la tormenta la tranquila
superficie de los mares en calma, aquella muchedumbre, poco antes alegre y
serena, presentel aspecto de deshecha borrasca.

Aixa en tanto, loca por el dolor, y sin darse cuenta exacta ni de lo
que hab燰n presenciado con estupor sus ojos, ni de lo que hac燰, hab燰se
por instintivo impulso apartado del ajimez, y ya se dispon燰 a descender
al palenque para estrechar por tima vez entre sus brazos el cuerpo de su
amante, cuando con el mayor orden, abri幯dose camino por entre la multitud
a la fuerza, arrollando aquella masa humana que se opon燰 a su paso,
desembocpor el Zacat璯 numerosa tropa de jinetes armados, a cuya cabeza
cabalgaba grave, severo y con el rostro ce雝do el Sult嫕 Abu-Abd-il-Lah
Mohammad, seguido del arr墈z Abd-ul-Malik con la espada desnuda.

El efecto fue indescriptible. Cescomo por encanto la griter燰;
serenose todo con su presencia, y la calma se restablecial cabo,
resonando no obstante, m嫳 espont嫕eo que el anterior, el grito de:

-Gloria a nuestro se隳r, el Sult嫕 Abu-Abd-il-Lah Mohammad!
·rosp廨ele Allah!,-que salide todas las bocas, pronunciado con visibles
muestras de cari隳.

A la desbandada, gran nero de espectadores, y principalmente
aquellos que hab燰n saltado al palenque desde las barreras, y se hab燰n
distinguido por sus aclamaciones reiteradas al pr璯cipe Isma螿, procuraban
huir y confundirse entre los grupos, muchos de los cuales les abr燰n paso,
mientras otros les deten燰n, comprendiendo por la alevos燰 del pr璯cipe
Bermejo en un combate de armas corteses como aqu幨, que se hab燰 tratado
de asesinar al Amir y de producir una revoluci鏮 en Granada.

Otros eran presos, maniatados y golpeados a la vista de Seti-Mariem,
en cuyo semblante descompuesto se pintaban al par la c鏊era, el odio y el
despecho.

Penetral fin Mohammad en el palenque, y dirigi幯dose a Abu-Sa蟂, su
primo,-quien habiendo pensado recrearse en su triunfo, permanec燰 at鏮ito
y suspenso, sin acertar a moverse del lado del herido,-dio orden a
Abd-ul-Malik para que plicamente se apoderase de la persona del
pr璯cipe, lo cual efectuaba el arr墈z sin grave esfuerzo, y acudiendo
presuroso al caballero que hab燰 vestido sus galas en la fiesta y que
continuaba tendido en tierra, saltdel caballo, desgarrcon mano
en廨gica el velo que cubr燰 el semblante del herido, y profundamente
conmovido, exclamal reconocerle:

-Allah premie en el para疄o tu acci鏮 heroica, valeroso y leal
Ebn-ul-Jathib! Allah vela por aquellos que marchan siempre por el camino
derecho! Bend璲ate Allah! Pero, {y de aquellos que te han puesto en este
estado!

Venciendo la emoci鏮 que le embargaba, y sin perder momento, rasgel
Sult嫕 con sus propias manos las ricas vestiduras del poeta, desabrochel
rico coselete de acero que llevaba 廥te oculto bajo las ropas, y reconoci
la herida, de la cual manaba sangre en abundancia.

El hierro de la lanza que traidoramente bland燰 el pr璯cipe Bermejo,
hab燰 penetrado en el cuerpo de Ebn-ul-Jathib por un costado,
produci幯dole el desmayo que a le pose燰 y por el cual todos le hab燰n
juzgado cad嫛er.

-,y de aquellos que han atentado contra tu vida!-continuel Sult嫕
inclinado sobre el cuerpo de su querido guazir y secretario.-Allah colma
de beneficios a aquel que se le une, y llena de angustias a aquellos de
quienes se separa! La clemencia de Allah es infinita, pero su justicia es
implacable!

El f疄ico del Sult嫕, llamado a toda prisa, llegen aquel momento; y
despu廥 de reconocer la herida, cuya gravedad no era dudosa, resta嚧 la
sangre diestramente, colocluego un ap鏀ito, y dispuso la traslaci鏮
inmediata a su domicilio del elegante y leal poeta, que a no hab燰
recobrado el sentido, con lo cual, aquel hermoso d燰, que el pueblo de
Granada hab燰 considerado de plico regocijo, convirtiose en d燰 de
tristeza para todos, pues sobre que Ebn-ul-Jathib era universalmente
estimado por su genio y por sus cualidades entre los granadinos, la
justicia del Sult嫕 no tardar燰 en imponer el castigo merecido a los que
de manera tan infame como alevosa hab燰n atentado contra 幨, persiguiendo
su muerte.

Si en medio de su espanto, hab燰 logrado Aixa conservar aunque con
singular perturbaci鏮, su presencia de esp甏itu al ver herido e inm镽il en
tierra al caballero a quien todos, y ella tambi幯, cre燰n el Pr璯cipe de
los fieles ( Allah le haya perdonado),-no sucedilo propio cuando,
inopinadamente, le ve燰n sus ojos aparecer, inflexible como la justicia
divina, hermoso como siempre, por la desembocadura del Zacat璯, al frente
de sus guardias.

Su pobre coraz鏮, combatido por tantas emociones, no pudo resistir
m嫳, y al mismo tiempo que los labios de la joven dejaban escapar un grito
de alegr燰, tan intenso como el de dolor que hab燰n antes lanzado, ca燰
desvanecida al suelo en el aposento en que se hallaba, vigilada de cerca
por los dos hombres que hasta allla hab燰n por orden de la sultana
conducido.

Siervos ambos del pr璯cipe Bermejo, desde el lugar que ocupaban
hab燰n tenido ocasi鏮 de advertir cuanto ocurr燰 en el palenque; y al
presenciar la detenci鏮 y apresamiento de su se隳r, que coincidicon el
desvanecimiento de Aixa, fue tan grande el terror que hubo de apoderarse
de ellos, y tal el p嫕ico de que se sintieron pose獮os, que, sin ponerse
de acuerdo ni fijar siquiera la atenci鏮 en el estado en que quedaba la
doncella, abandonaron precipitadamente el aposento, dej嫕dola en 幨
tendida.

Bien lo dijo el poeta, inspirado sin duda por acentos prof彋icos: 俏o
faltarnunca al reino quien lo defienda, ni quien le haga resplandecer,
ni quien le llene de gloria con sus servicios, ni le abandonarnunca la
prosperidad, mientras no le abandone la protecci鏮 del Omnipotente!
La clemencia del Se隳r de ambos mundos (〉everenciado sea su nombre
en todas las regiones de la tierra!) no hab燰 podido consentir, en efecto,
que los torpes planes de la sultana Seti-Mariem y del pr璯cipe Bermejo
llegaran a realizarse, entronizando la iniquidad sobre las ruinas de la
virtud y del derecho.

Por esta causa, pues, seguramente, hab燰 dado en medio de su
postraci鏮 alientos a la infeliz muchacha, enamorada del Amir, para salvar
todos los obst塶ulos, sortear todos los riesgos y vencer todas las
dificultades, cuando m嫳 parec燰 que el Misericordioso dejaba de su mano y
apartaba su mirada bienhechora de los que todo lo esperaban de la
protecci鏮 divina, y restablec燰 en el momento decisivo el imperio de la
justicia sobre los maleficios de la iniquidad que se ofrec燰 ya como
triunfante.

Grandes eran, en verdad, la perplejidad y el asombro en que dejaba
Aixa al katib Ebn-ul-Jathib, el poeta m嫳 inspirado y elegante de cuantos
florec燰n bajo el amparo del egregio Sult嫕 de Granada, y el m嫳 querido
por el Pr璯cipe, que hab燰 hecho de 幨 su guazir y compa鎑ro
inseparable,-cuando al desaparecer aquella entre las sombras de la noche,
quedaba a solas consigo mismo, bajo el peso de semejante e inesperada
declaraci鏮 que exig燰 resoluci鏮 pronta y decisiva.

En vano buscel sosiego, y llamen su auxilio a los genios
protectores que inspiraban todos sus cantos en elogio del Amir, para que
en aquella ocasi鏮 solemne, y despu廥 de le獮o una y cien veces el
lac鏮ico pero expresivo escrito que Aixa le hab燰 personalmente entregado,
iluminasen su esp甏itu, aconsej嫕dole el medio por el cual le ser燰 dable
salvar la vida, sagrada para 幨, del Pr璯cipe, a cuya amistad hab燰
consagrado toda su existencia. Los genios permanecieron mudos a sus
evocaciones reiteradas, y su fecundo ingenio parecien dolorosa
esterilidad agotado.

Correr al regio alc嫙ar, despertar al Sult嫕 y darle conocimiento del
secreto de que Aixa le hab燰 hecho depositario, que era cuanto la joven
apetec燰, empresa resultaba de todo en todo irrealizable para el poeta.
Nadie como 幨 conoc燰 el car塶ter de aquel Pr璯cipe, en la primavera de la
vida, halagado por la suerte, con el alma henchida de caballerosas y
delicadas ilusiones, arrojado, vehemente y valeroso, y para quien tanto
valdr燰 mostrarle el escrito acusador de su amada, como impulsarle al
riesgo de que urg燰 libertarle sin demora.

Una palabra sola bastar燰 para que, encendido su 嫕imo, le hiciera
apetecer el momento de hallarse frente a frente de aquellos que codiciaban
su vida.

No era posible, pues, cumplir los deseos de Aixa: no era posible por
entonces dar al Amir aviso alguno. Lo que saparec燰 como indispensable,
lo que era necesario conseguir a todo trance y de cualquier manera, era
que el Sult嫕 no tomara como hab燰 prometido, parte en el militar
simulacro que deb燰 en Bib-ar-Rambla celebrarse aquel d燰, cuyas primeras
luces sorprendieron al Katib entregado por completo a sus meditaciones, y
sin haber nada todav燰 resuelto.

Tampoco resultaba f塶il la empresa de conseguir una sustituci鏮, como
le hab燰 en los primeros momentos ocurrido a aquel esclarecido hijo de las
musas, a quien dieron por su elocuencia sus contempor嫕eos el honroso
sobrenombre de Lisan-ed-din o lengua de la religi鏮, pues sobre que para
ello ser燰 preciso vestir las riqu疄imas ropas del Sult嫕, no conseguir燰
tampoco el fin que apetec燰, porque nadie hab燰 en Granada que no
conociese al Pr璯cipe, y mucho menos el Bermejo, con quien deb燰 justar en
el palenque.

Ases que, no bien el sol comenza derramar su lluvia de oro desde
el espacio, dando animaci鏮 y vida a la ciudad, que empezaba a
despertarse, luego de invocada en la mezquita del barrila protecci鏮 del
Todopoderoso, tompensativo y lentamente el camino del alc嫙ar, lleno de
indecisi鏮 y de zozobra el 嫕imo, y meditando siempre acerca del medio de
que podr燰 valerse para impedir que el Sult嫕 se presentara en la fiesta.

El anuncio de una enfermedad repentina e inesperada en el Pr璯cipe,
hubiera sido motivo suficiente para avisar a sus enemigos de que estaban
sus planes descubiertos, y no se consegu燰 otra cosa, al suspender la
fiesta, sino encender los 嫕imos, y poner m嫳 en peligro la preciosa vida
de Mohammad.

Por otra parte, el pueblo, que esperaba con verdadera ansiedad
aquella diversi鏮 tan de su agrado, y aun los mismos caballeros de la
corte que deb燰n intervenir como justadores,-recelar燰n de tan inoportuna
dolencia, pensando quiz嫳 que el temor de una derrota en el palenque,
obligaba al Sult嫕 a suspenderla fiesta, lo cual ced燰 en desprestigio del
soberano se隳r de los muslimes, dado caso de que se lograra que 廥te no
asistiese.

Nada hab燰 pues aceptable; y sin hallar soluci鏮 alguna, encerrado en
infranqueable y fatal c甏culo de hierro, cuyos l璥ites no le era dado
traspasar, volviotra vez el elegante autor del Esplendor de la luna
llena acerca de la dinast燰 Nasserita a pensar de nuevo en la sustituci鏮,
como el ico recurso realmente eficaz y provechoso, en aquellas tan
cr癃icas cual solemnes circunstancias.

En semejante situaci鏮 de 嫕imo, llega las puertas del alc嫙ar de
los Jazrechitas, y penetren sus dorados aposentos, batallando consigo
propio, y pidiendo a Allah un rayo de su luz divina para resolver el
conflicto en que se hallaba.

Preocupado con lo extra隳 de los sucesos de la pasada noche, hab燰 el
Sult嫕 abandonado el lecho bien de ma鎙na, y en aquellos momentos
respiraba el aura que enviaban hasta 幨 llena de aromas los c嫫menes
frondosos que bordan las orillas del Darro, desde uno de los hermosos
ajimeces de la Torre de Com嫫ex, cuyos cimientos hab燰 echado sobre la
roca viva, seg la tradici鏮, Al-Ahmar el Magn璗ico, y cuyos muros hab燰
bordado diestramente la munificencia de su augusto progenitor Yusuf I.

Vagaban sus miradas por el espacio, donde con estridente clamoreo y
rapid疄imo vuelo, cruzaban en bandadas las africanas golondrinas
prepar嫕dose como en inmensa caravana, a cruzar el Estrecho y regresar a
las abrasadas arenas del Magreb, donde las arrojaba ya la proximidad del
invierno, pues faltaban muy pocos d燰s para que diera comienzo la luna de
Dzu-l-Ca歍a(28); y mientras segu燰 distra獮o el giro de aquellas avecillas
incansables,-la tranquilidad del hermoso panorama, iluminado por los rayos
del sol naciente que ca燰n sobre 幨 desmenuzados como lluvia de oro; la
agradable frescura de la brisa matinal; el perfume del array嫕 y del
mirto, y el tranquilo murmurar del r甐, que se deslizaba entre huertos y
jardines bajo el embovedado de los puentes, de tal manera impresionaban al
Sult嫕 que, olvidado del presente, dejaba volar el pensamiento en alas de
su pasi鏮 lejos de aquel alc嫙ar encantado, y cruzando el espacio azul y
sereno, cual segu燰n cruz嫕dolo bulliciosas con af嫕 las golondrinas,
deten燰se en la morada donde viv燰 la virgen de sus sue隳s.

Pensaba en Aixa; y en la s墎ana inmensa de los cielos, en las rosadas
nubes que coronaban la frontera sierra, entre el follaje ya amarillento de
las c嫫menes que distingu燰 en lo profundo del valle a sus pies tendido,
sobre las api鎙das y confusas azoteas del caser甐 de la ciudad, donde
quiera que deten燰 la mirada, allve燰 el sonriente rostro de la bella,
cuyos labios de fuego no parec燰n sino murmurar palabras de amor por 幨
solo entendidas, y cuyos negros y rasgados ojos encend燰n y avivaban en su
pecho aquella pasi鏮, que era su ica delicia.

De buen grado, como otras veces, habr燰 enviado desde alla la
doncella alguno de aquellos amorosos billetes, confiados al instinto de
una de sus palomas mensajeras; pero el recuerdo de cuanto hab燰 acaecido
la pasada noche, convenci幯dole de que sus enemigos estaban alerta, y de
que Aixa sin duda se hallaba m嫳 que nunca vigilada, le disuad燰n de su
prop鏀ito.

En ocasiones, permanec燰 suspenso y como abismado en la contemplaci鏮
de la naturaleza, cual si en sus galas y en su alegr燰 viese su propio
esp甏itu retratado.

No atrevi幯dose a turbar aquellos sue隳s deleitosos que al Sult嫕
embargaban, detose breves momentos Ebn-ul-Jathib; considerole un punto,
indeciso y vacilante, no habiendo a hallado la f鏎mula que tan
ardientemente persegu燰, y se alejdiscreto de la espaciosa estancia, sin
que el rumor de sus pasos interrumpiese, por fortuna suya, las
meditaciones del Pr璯cipe de los fieles.

Los momentos urg燰n: la situaci鏮 se agravaba a cada paso que el sol
daba en su carrera, y comprendi幯dolo as el poeta era presa de
invencible desesperaci鏮, acus嫕dose a spropio y haci幯dose responsable
de cuanto pudiese acontecer en la fiesta.

Usando de la libertad que en el alc嫙ar gozaba por su cargo de
confianza al lado del Amir, discurr燰 ensimismado por el anchuroso Patio
de la Alberca, ora deteni幯dose a contemplar los pececillos que en el agua
del estanque bull燰n desasosegados y semejantes a relucientes chispas de
luz, ora mirando los surtidores de las fuentes que parec燰n verter l甒uida
plata, y ora por timo, atendiendo a los rumores que llegaban hasta 幨,
como si esperase que en la disposici鏮 dif獳il de su 嫕imo, bastara una
palabra para decidirle.

Aspenetren el ala meridional del palacio, destinada a la vida
particular del Pr璯cipe: la casualidad parec燰 ayudarle, gui嫕dole a
aquellos reservados aposentos, y tomando a buen augurio la soledad que en
ellos reinaba, resolviose al cabo a salvar la preciosa vida del joven
Mohammad, con el m嫳 heroico de los sacrificios.

Ocupar 幨 el puesto reservado al Pr璯cipe en la fiesta, y recibir la
herida destinada a su se隳r y due隳: tal fue el noble pensamiento de su
alma generosa.

No reflexionya m嫳: las circunstancias eran sobrado solemnes e
imperiosas para detenerse, y el tiempo transcurr燰 veloz e impasible, sin
consentir aplazamientos.

Y entrando resueltamente en la c嫥ara particular del Sult嫕, detose
temeroso de ser sorprendido en la ejecuci鏮 del audaz proyecto que
meditaba.

Sobre los cojines sedosos de un esca隳, hall墎anse dispuestas las
ricas vestiduras que deb燰 ostentar en Bib-ar-Rambla el gallardo hijo de
Yusuf I, y bien pod燰 asegurarse que el alfayate encargado de aquella
obra, hab燰 apurado en ella toda su ciencia, pues era realmente una
maravilla.

De costoso ricom嫳 en que, salpicados de estrellas de oro fino y de
rub獯s, jugaban el rojo, el azul y el jalde,-era la tela de la graciosa
aljuba, cuyas haldas y cuyas fimbrias todas conten燰n en tejidos
caracteres dorados el nombre del Amir, una y cien veces repetido; ancha
banda de sirgo azul celeste que, en un c甏culo de estrellas, tambi幯 de
oro, llevaba el mote de los Al-Ahmares, y se cerraba por medio de un
broche de granates y de encendidos rub獯s, ve燰se al lado de la aljuba y
de la toca, asimismo azul como la banda.

Temeroso respeto le contuvo al contemplar aquellas galas
resplandecientes: hubo un momento en que se arrepintide lo proyectado;
pero animoso y resuelto, poniendo entera en Allah su esperanza, y
aprovechando la favorable coyuntura de encontrarse solo, asir嫚idamente
de las ropas, hizo con ellas un l甐 poco voluminoso, y ocult嫕dolas lo
mejor que pudo debajo de su ancho albornoz, salidel aposento y del
alc嫙ar con la precipitaci鏮 y el sobresalto del ladr鏮 que teme ser
sorprendido en flagrante delito.

Huyendo de las gentes, como si tuviera por quavergonzarse de su
acci鏮 generosa, y pudieran leer todos en su rostro el hurto cometido,
caminaba cautelosamente, procurando ocultarse en las espesas arboledas de
los jardines que rodeaban la espl幯dida morada de los Jazrechitas, y donde
buscando un sitio apartado, se dejcaer desfallecido y anhelante sobre el
c廥ped, al lado de una de las muchas corrientes de agua que proced燰n del
sobrante de los canales de riego de la Alhambra.

Allse entregde nuevo a muy serias meditaciones: ya ten燰 en su
poder las prendas con que deb燰 el Sult嫕 presentarse en la fiesta.
Vestirlas, era empresa arriesgada y comprometedora, bien que no imposible,
aun a trueque de concitar acaso luego la c鏊era del soberano; pero lo que
consideraba despu廥 de todo como m嫳 dif獳il, aquello en que hasta
entonces no hab燰 pensado, y mayores obst塶ulos le ofrec燰, con
apariencias invencibles, era el que el jefe de las caballerizas le
entregase enjaezado convenientemente el caballo que hab燰 de montar el
Pr璯cipe, y hacerse acompa鎙r y seguir luego por la tropa de caballeros
que formaban la cuadrilla, bajo las 鏎denes personales de Mohammad.

Habr燰 幨 deseado poder llevar a cabo aquella empresa sin necesitar
el concurso de ning otro de los servidores del Pr璯cipe, no porque le
inspirasen desconfianza todos ellos en absoluto, ni porque quisiera
recabar para ssolo la gloria de haber salvado la vida del soberano, sino
porque sab燰 muy bien la verdad del adagio que dice: 南o temas de aquel de
quien te guardas; pero gu嫫date de aquel en quien conf燰s.
Quiz嫳 disentir燰 de su parecer; acaso estorbara por torpeza sus
proyectos, malogr嫕dolo todo; pero el insigne poeta comprend燰 que nada le
era dable lograr solo, y como la persona m嫳 fiel y devota al Pr璯cipe,
pensen el arr墈z de la guardia personal del Amir, en el bravo
Abd-ul-Malik que tantas pruebas ten燰 ya dadas de su lealtad, y que deb燰
acompa鎙r precisamente a Mohammad, al frente de sus caballeros en la
fiesta.

Allah sin duda, que vela siempre, por sus elegidos y todas las cosas
las endereza y gu燰 a su sabor para mayor gloria suya y ensalzamiento de
su santa ley, quiso que por aventura, y al tiempo que a Ebn-ul-Jathib
ocurr燰 tal pensamiento, por delante del sitio en que el poeta permanec燰
oculto, y siguiendo la estrecha senda que conduce a Bib-ax-Xar螮 o Puerta
de la ley, pocos a隳s antes terminada, acertara a cruzar el propio
Abd-ul-Malik en persona, caballero en un hermoso potro cordob廥 que
braceaba por la empinada cuesta con el mismo desembarazo y con la
elegancia que hubiera podido hacerlo en tierra llana.

Llamole Lisan-ed-Din, levant嫕dose impaciente del suelo; y antes de
que aqu幨, sorprendido, hubiera tenido tiempo de reconocer al poeta y de
refrenar su montura, estrechando el katib sobre el pecho bajo el albornoz
las ricas vestiduras de que acababa de apoderarse, corrihacia el arr墈z,
y sin detenerse a saludarle, exclamjadeante:

-Por la santidad de la ley de Mahoma }end璲ale Allah!... Por tu vida
y por la de tus hijos, oh valeroso arr墈z, te conjuro para que me sigas
donde nadie pueda vernos sino el se隳r del Trono Excelso, ni nadie sino 匜
pueda escuchar lo que mis labios deben con toda urgencia revelarte.

Algo hab燰 de extra隳 en el rostro y en la voz del katib, cuando
Abd-ul-Malik, que conoc燰 de antiguo al poeta y le respetaba por su virtud
y por su ciencia, despu廥 de haber detenido vigorosamente la cabalgadura,
le hund燰 en los ijares los acicates, mientras respond燰:

-Aguarda por Allah a que entregue en Bib-ax-Xar螮 el caballo, y soy
tuyo enseguida.

Y con efecto: pocos momentos despu廥 volv燰 presuroso y desmontado al
lugar donde entre indecibles zozobras permanec燰 en pie Ebn-ul-Jathib
aguard嫕dole.

-Asel Omnipotente me salve-murmurAbd-ul-Malik al tiempo de
reunirse con el poeta,-que en tus ojos y en tu semblante leo que algo
grave acontece.

-En el nombre de Allah, el Clemente, el Misericordioso, que ni
engendr ni fue engendrado, ni tiene semejante-exprescon tono solemne
Lisan-ed-Din sin dar respuesta al arr墈z, y conduci幯dole al lugar oculto
de donde hab燰 antes salido.-Dime, oh t la mejor espada del imperio, el
coraz鏮 m嫳 leal y m嫳 noble de Granada, dime si es para ti la vida del
Sult嫕 justo y generoso tan sagrada como el mismo libro dictado por Allah
con el intermedio del 嫕gel Gabriel al Profeta de Kora鵧!...

-Ciertamente que es por dem嫳 extra鎙 tu pregunta, honrado
Ebn-ul-Jathib, y que a no ser tquien me la hicieras, creer燰 que la
hab燰n formulado los labios de alg loco! 熹upretendes de m cuando
tales cosas invocas?... Por Allah, el vivo, que te expliques...-replic
Abd-ul-Malik, en cuyo 嫕imo crec燰n a la par el asombro y la sorpresa.

-No hay tiempo que perder en iniles palabras-prosiguiel katib.-Si
es para ti, cual me consta, la vida de nuestro se隳r el Sult嫕 (︾rolongue
Allah sus d燰s!) m嫳 preciosa que la tuya, y tan sagrada como la misma Ley
del Islam, me has de jurar por tu cabeza y la de tus hijos, por la
divinidad del Creador de cielos y de tierra, que no ha de faltarme tu
apoyo en la arriesgada empresa que medito.

-燉a vida de nuestro se隳r corre peligro?... Habla!-exclamel arr墈z
profundamente agitado.

Sin darle tiempo a que pronunciase otras palabras, buscafanoso
Ebn-ul-Jathib en los anchos bolsillos de la almalafa el escrito de Aixa, y
con 幨 en la mano, replic

-No es prudente en este sitio darte explicaci鏮 de mis angustias:
tengo miedo del aire, de la luz y de mpropio... Ll憝ame donde nadie
pueda o甏nos, y tendr嫳 cumplida la explicaci鏮 que pretendes.

Tomando la misma cuesta que a la Puerta de la Ley-conduc燰, el arr墈z
y el katib, silenciosos, siguieron hasta las cuadradas y rojizas torres
del al-hissan que al otro lado de la colina se levantaba frente al
alc嫙ar, y haci幯dose el primero franquear con un pretexto la entrada de
la m嫳 alta de aquellas, subieron despu廥 de cerrar la puerta
cuidadosamente al terrado de la misma, desde el cual se descubr燰 el
hermos疄imo panorama de la ciudad entera, y allambos se detuvieron.

-激stamos aquseguros?-preguntEbn-ul-Jathib, volviendo a todos
lados la vista con no aplacado recelo.

-S鏊o aqutendremos a Allah por testigo,-replicAbd-ul-Malik,
apoy嫕dose en una almena,-y 匜 icamente podrescuchar nuestras
palabras!

-Alabado sea!-exclamel katib.-Y pues nadie sino 匜 puede o甏nos,
lee y medita acerca del contenido de ese escrito que me atormenta desde
anoche. 匜 te demostrarsi son justos mis temores, y si es leg癃ima la
agitaci鏮 que me posee y has sorprendido en mi semblante,-a鎙diponiendo
en manos del arr墈z la carta de Aixa.

-Que Allah me maldiga como a un jud甐, si no es en efecto grave
cuanto declara este escrito, y si no doy a nuestro se隳r el Sult嫕 noticia
de ello sin tardanza, a ser cierto!-dijo Abd-ul-Malik asque hubo le獮o
el billete.

-S es cierto; debe de serlo, porque procede de la enamorada del
Pr璯cipe de los fieles (︾rot嶴ale Allah!) y ella misma ha sido quien lo
ha puesto en mis manos,-contestel poeta, a鎙diendo en seguida: -Pero,
gu嫫date de hacer lo que has dicho, si en algo estimas la vida de nuestro
due隳... 燕iensas que s鏊o para darte conocimiento de la horrible traici鏮
que amenaza su sagrada existencia, es para lo que me he acercado a ti, y
para lo que invoco tu auxilio?

-Habla, astengas segura tu salvaci鏮, porque entonces no comprendo
lo que de mdeseas.

-燒o lo comprendes, oh Abd-ul-Malik? Escucha: nuestro se隳r el Sult嫕
(Allah prolongue sus d燰s!) 積o ha prometido correr lanzas en la fiesta
que dentro de breves horas se ha de celebrar en Bib-ar- Rambla?... 燒o has
de ser tel arr墈z y jefe de los caballeros que deben justar al lado
suyo? 燒o eres tel encargado de tenerle el estribo cuando haya de montar
para bajar con este objeto a Granada?

-Ciertamente que no te equivocas.

-燒o es tambi幯 cierto,-continuel poeta,-que si llega a tener
noticia de lo que dice este billete, volarpresuroso a Bib-ar-Rambla
desafiando el peligro?... 燒o lo es, asimismo, que ignorando la ocasi鏮 y
la mano que le ha de herir, correrdesalado a la muerte, y ser
torpemente asesinado a nuestros ojos, sin que t ni yo, ni nadie pueda
impedirlo, y que el castigo de los criminales no le ha de volver a la
vida?...

-Ases,-repuso Abd-ul-Malik sencillamente.

-Pues entonces, es preciso que el Sult嫕, nuestro se隳r, ignore todo
esto,-dijo el katib.

-Jote por Thagut (《aldito sea!), que ahora te comprendo menos.

-Escucha y calla,-replicsecamente el poeta-Es preciso que lo
ignore; pero es preciso al propio tiempo que no llegue a justar en
Bib-ar-Rambla.

-La suspensi鏮 de la fiesta alarmar燰 a todos, sin que se consiguiera
nada,-expuso Abd-ul-Malik, con su natural buen sentido.

-Y 穌ui幯 habla de suspender la fiesta? Lo que hemos ty yo de
impedir es que tome en ella parte nuestro se隳r, para que podamos unidos
desbaratar esa conjuraci鏮 y apoderarnos de los conspiradores.

-Por mi barba, que es dif獳il lo que intentas... Y 盥e qumedios
piensas valerte para conseguir que el Sult嫕, tu due隳 y el m甐, falte a
su promesa?-preguntel arr墈z con visible incredulidad.

Ebn-ul-Jathib, por toda respuesta sacde debajo de sus ropas los
vestidos del Pr璯cipe, y los mostrsilenciosamente a Abd-ul-Malik, quien
al advertir su riqueza y las inscripciones bordadas en oro, que s鏊o pod燰
usar aqu幨, no volv燰 en sde su asombro.

-‥as ropas del Sult嫕!-exclam

-S las ropas del Sult嫕! Las que precisamente debe vestir en el
palenque! No te equivocas! Pero las vestiryo, y yo serquien reciba en
su lugar el golpe del traidor asesino!-dijo pausadamente el poeta.

Hab燰 tal grandeza y tal majestad en la acci鏮 y en las palabras del
esclarecido Lisan-ed-Din, que el arr墈z se sinticonmovido.

-Y 穆iensas,-repuso,-que habrde consentir semejante trueque nuestro
joven Amir?

-No pretendo tal cosa... Cuando la hora de adh-dhohar, que es
precisamente el momento en que debe comenzar la justa, sea anunciada por
el muedz璯 en los almenares de las mezquitas, el Sult嫕 habrbuscado
inilmente estos vestidos... Tte encargar嫳 de entretenerle todo el
tiempo que puedas, y como te inspire Allah; y cuando juzgues llegada la
ocasi鏮, mu廥trale ya este escrito y dile cuanto ocurre: que no vacilar
nuestro se隳r en lo que debe hacer, una vez que haya le獮o el mensaje y
sepa de lo que se trata.

-Pero...-interrumpiAbd-ul-Malik.

-No he acabado todav燰. Como teres quien ha de acaudillar la
guardia y los caballeros de la cuadrilla, les obligar嫳 a que sin ti me
sigan y obedezcan, en la creencia de que es realmente el Sult嫕 en persona
aquel a quien acompa鎙n... Para eso llevaroculto el rostro, y lo
llevar嫕 tambi幯, los jinetes de mi bando... 激ntiendes ahora, oh noble
arr墈z?

-Por mi alma, que he comprendido al cabo cu嫕to de mdeseas! Pero me
toca a m el jefe de la guardia personal del Pr璯cipe, caudillo tambi幯
de sus tropas, el papel que te adjudicas!... Yo serquien vista esas
ropas! Yo serquien juste por el Amir en Bib-ar-Rambla, y a mes a quien
corresponde la honra de derramar mi sangre y aun perder la vida por
nuestro se隳r y due隳!... Dame, pues, esas prendas, y quede para ti la
misi鏮 de hacer que Mohammad caiga en el enga隳 fraguado por tu leal
ingenio... Dame, que el tiempo urge!-exclamcon generoso arranque el
arr墈z, brind嫕dose a la muerte.

Grande fue el trabajo que hubo de costar al poeta el hacer que
Abd-ul-Malik desistiese de su proyecto, al cual se hab燰 asido con
tenacidad comparable a la de los malos genios, cuando hacen presa en el
alma de las criaturas; pero vencido al fin y principalmente por la
consideraci鏮 de que su corpulencia le delatar燰, pues nadie podr燰
confundirle con el Sult嫕, por ello cedi aunque no sin pena, y
derramando l墔rimas de ternura, estrechentre sus membrudos brazos contra
el pecho el cuerpo flexible y elegante de Lisan-ed-Din, mientras dec燰 con
voz por la emoci鏮 entrecortada:

-Oh! Con todas mis fuerzas te he de ayudar, valiente Ebn-ul-Jathib!
Diestro eres en las armas, y en m嫳 de una ocasi鏮 has acreditado tu
fortaleza! Allah! quiera salvarte del hierro homicida, y si a 匜 agrada,
hemos de o甏 por mucho tiempo alegres noticias tuyas, y juntos hemos de
asistir al castigo de los criminales!...

-Allah te oiga y premie tus buenos deseos!-respondiel poeta.


Y como ya el tiempo apremiaba, bajaron ambos de la torre, y juntos,
hablando de cosas indiferentes, se dirigieron a las habitaciones que en el
recinto del alc嫙ar estaban destinadas para el arr墈z; depositen una de
ellas Ebn-ul-Jathib su fardo, y encamin嫕dose a la cercana Mezquita,
labrada en los comienzos de aquel siglo por la piedad ben嶨ica del Sult嫕
Abu-Abd-il-Lah Mohammad III,-como buen muslime, postrado de rodillas
delante del Mihrab, elevsu esp甏itu por medio de la oraci鏮 a los pies
del trono del Excelso, confia su misericordia el amparo de sus hijos, y
pidiperd鏮 humildemente de todas sus culpas pasadas.

Fortalecido ya su 嫕imo, tornal aposento de Abd-ul-Malik, de cuyos
labios recibila nueva de que todo estaba prevenido seg lo concertado,
y ayudado por el arr墈z comenza vestirse.

Siguiendo los prudentes consejos del esforzado militar, encerr
primero el cuerpo en el templado coselete de batalla que aqu幨 le ofrec燰,
y cubritambi幯 de acero sus brazos; y ocultando aquellas armas
defensivas bajo los pliegues de la hermosa aljuba de ricom嫳, cruzose la
ancha banda azul sobre el pecho, despu廥 de vestirse las dem嫳 prendas,
colocando en aquella una de las espadas conocidas del Pr璯cipe y que el
arr墈z le hab燰 proporcionado.

Ci隳se luego la lujosa toca a la cabeza, y tomando los cabos
flotantes del izar que de aquella pend燰, cruzolos por el rostro, de
manera que s鏊o quedaron al descubierto los ojos, azules y expresivos como
los del Sult嫕 Mohammad, con quien, asataviado, ofrec燰 tan estrecho
parecido, que produjo singular sorpresa en el arr墈z la semejanza.

-澠nsistes todav燰?...-pregunt廥te contempl嫕dole.

-M嫳 que nunca, Abd-ul-Malik,-repuso el poeta.-Ya lo ves: las ropas
del Amir de los fieles me cubren, y no es tiempo de retroceder... Por
Allah, que no han de sospechar sus enemigos que bajo ellas late otro
coraz鏮 que el de nuestro se隳r y due隳!

-Ciertamente! oh generoso Lisan-ed-Din! que admiro lo grande de tu
abnegaci鏮.... Y pues el momento solemne se aproxima, permite que te
recuerde lo grave del compromiso que contraes...

-Demasiado lo s-interrumpiEbn-ul-Jathib.-Acaso el golpe
alevosamente destinado al Pr璯cipe corte el hilo de mis d燰s! Pero,-a鎙di
con acento prof彋ico,-hay en el Para疄o un lugar destinado a los que
mueren como yo morir D嶴ame, pues, y no hablemos de esto!

-Sea como quieras!... Que Allah haga que encuentres la ventura!
Contigo va mi coraz鏮!-exclammelanc鏊icamente Abd-ul-Malik, humillado
por el valor y la abnegaci鏮 sublimes del poeta, quien por ta鎑r la c癃ara
de oro, no ten燰 ni mucho menos olvidado el noble ejercicio de las armas,
en que era tan diestro como en componer cassidas.

Cuando la voz del muedz璯 resonen lo alto del minarete de la
Mezquita de la Alhambra, pregonando el idzan para el salah de
adh-dhohar,-lucida tropa de jinetes vistosamente engalanada y con los
mismos colores en los trajes que aquellos que aparec燰n felizmente
combinados en las ropas de que se hallaba Ebn-ul-Jathib vestido, aguardaba
a la puerta del alc嫙ar de los Beni-Nassares al Sult嫕 Abu-Abd-il-Lah
Mohammad, para tomar parte en los regocijos de Bib-ar-Rambla.

Delante, sujetando del diestro la cabalgadura, ricamente enjaezada,
que deb燰 montar el Pr璯cipe, -mostr墎ase, al lado del jefe de las
caballerizas, para tener a aqu幨 el estribo, el arr墈z Abd-ul-Malik, en
cuyo semblante hubiera podido notarse la agitaci鏮 de su esp甏itu.

Poco despu廥, llevando el rostro oculto por el izar, aparec燰 con
paso firme el poeta Ebn-ul-Jathib, a quien todos, sin dificultad ni
sospecha, confundieron por su apostura con el joven Sult嫕; y montando
r嫚idamente, pose a la cabeza de los caballeros, quienes se apresuraron
a imitarle cruzando tambi幯 los cabos del izar de sus tocas respectivas
por el semblante. Picluego espuelas a su caballo, no sin que hubiese
tenido ocasi鏮 el arr墈z de estrechar furtivamente entre las suyas la mano
del poeta, y desapareci seguido de los jinetes, entre una nube de polvo,
por el camino de Bib-al-God鏎, entrando en Bib-ar-Rambla cuando, ya con
muestras de impaciencia, aguardaban el pr璯cipe Bermejo y los caballeros
de su cuadrilla en el palenque.



- XV -


EN medio de sus meditaciones, impregnadas de aquel fant嫳tico y dulce
colorido que presta una imaginaci鏮 joven y ardiente a cuanto la conmueve
y excita,-como ensue隳 deleitoso, parecidespertar Mohammad sorprendido
al escuchar el eco de los pregones de la salah de adh-dhohar, repetidos en
todos los alminares de las mezquitas de Granada.

Pasase con lentitud ambas manos por los ojos, cual si de esta suerte
quisiera apartar de ellos y de su 嫕imo visiones extra鎙s y no todas
lisonjeras, y se separcon esfuerzo del ajimez, con el alma agitada por
diversas y profundas emociones, tropezando entonces sus miradas con las
del arr墈z Abd-ul-Malik, quien en actitud respetuosa, permanec燰 de pie,
dibujando su figura corpulenta sobre los bordados muros de la espl幯dida
Sala de Com嫫ex.

Mirole distra獮o; y sin contestar a su saludo, echa andar el
Pr璯cipe en direcci鏮 al espacioso Patio de los arrayanes, llegando en
breve a sus particulares habitaciones.

-﹒h poderoso Amir de los creyentes!-exclamhaciendo profunda
reverencia ante 幨 el arr墈z, que hasta allle hab燰 seguido.-La
bendici鏮 de Allah sea sobre ti y sobre los tuyos!... Ha sonado la hora
del regocijo, y ya desde aquse oye resonar en Bib-ar-Rambla el rumor de
las micas. Que Allah te esfuerce y te proteja!...

-Mis galas pronto, y partamos,-contestel Sult嫕 penetrando en sus
aposentos.

Aguard墎ale allla sorpresa de no hallar ninguno de sus servidores;
y como volviese con asombro los ojos en torno suyo y s鏊o viese el arr墈z,
para quien era tarea mucho m嫳 dif獳il entretener al Pr璯cipe, que luchar
en campo abierto, cuerpo a cuerpo y lanza a lanza con los terribles
guerreros de Castilla,

-熹ues esto?-le pregunt-燕or qumis servidores no se hallan aqu
para vestirme?... 澧鏔o es que tno te apresuras a hacerlos venir?... Por
mi barba, que he de imponerles ahora mismo el castigo que merecen.

-AsAllah te conceda en esta vida y en la otra el gozar sin t廨mino
los beneficios de su bondad inagotable,-dijo Abd-ul-Malik todo tembloroso,
y sin saber quhacerse,-como yo te suplico ︽h soberano se隳r y due隳
m甐! que me otorgues clemente tu atenci鏮 breves momentos, y acaso pueda
explicarte mi lengua ruda lo que produce tu justificada extra鎑za.

-Test嫳 loco!-exclamAbd-ul-Lah golpeando con impaciencia el
pavimento.-Has o獮o como yo, y sabes como yo que ha sonado la hora de
adh-dhohar, y 穌uieres, cuando soy aguardado en Bib-ar-Rambla, que olvide
mi palabra prometida y departa aqutranquilamente contigo?... Ve en busca
de mis esclavos, y prep嫫ate a seguirme sin tardanza!-a鎙di
ardorosamente, al mismo tiempo que se dirig燰 presuroso a uno de los
extremos de la lujosa estancia, pocos a隳s antes edificada por su orden, y
hac燰 allresonar un timbre.

A pesar de lo terminante de las 鏎denes, y del tono con que fueron
dadas por el Pr璯cipe, Abd-ul-Malik permanecien su sitio sin moverse,
clavados los ojos en el suelo.

R嫚idos fueron los instantes que transcurrieron de esta manera: el
joven Sult嫕, asombrado de ver que no acud燰 nadie a su llamamiento,
sent燰se ganar por la c鏊era, y paseaba por la estancia como le鏮
encarcelado, mientras el arr墈z, lleno de confusi鏮 y de temores, pero con
嫕imo decidido y resuelto, cruzados sobre el pecho los brazos, le
contemplaba con inquietud de aquella suerte, esperando que la ira del
Pr璯cipe estallase.

Dominado por ella al cabo, y reparando en la actitud impasible de
Abd-ul-Malik, detose de sito delante de 幨 Mohammad, y mir嫕dole
severamente, rompiel silencio, diciendo impetuoso:

-熹uhaces, muslime, que est嫳 oyendo llamar a tu se隳r, y no
acudes?... 激n qupiensas, arr墈z?... 熹udemonio te posee, que cuando
he ordenado que te preparases a seguirme permaneces clavado en ese
sitio?... 熹uocurre de extra隳 en torno m甐?... 熹usignifica esa
actitud de desaf甐 con que osas continuar a mi presencia? Por Allah, el
Inmutable, que me est嫕 dando tentaciones de castigar con mis propias
manos tu desobediencia y tu audacia incomprensibles! Y ya que nadie
acude,-prosiguiimpulsado por sito arrebato,-ya que ninguno de mis
servidores, incluso t arr墈z, oye mi voz, ni se precipita a ejecutar mis
鏎denes, cuando mi pueblo creerque huyo cobarde de la fiesta que yo
mismo he preparado,-sin galas, sin arreos, bajara Bib-ar-Rambla solo, si
es preciso: que lugar habrluego para saber lo que aqusucede, y hacer
que mi c鏊era descargue sobre todos vosotros!

Y ci鎑ndo apresuradamente la larga espada de combate, corria la
puerta del aposento.

Pero Abd-ul-Malik, silencioso, espiaba todos los movimientos del
Amir, y al verle dirigirse en aquel estado de exaltaci鏮 a la puerta,
interpose diestramente extendiendo sus brazos para impedir la salida del
Sult嫕, mientras ca燰 a sus plantas murmurando:

-Que Allah me ampare! Pero por tu cabeza, ︽h se隳r y due隳 m甐! que
no abandones este aposento, ni muevas tu planta fuera de 幨 sin haberme
o獮o!

-Pues qu-rugiAbd-ul-Lah,-澦an triunfado por ventura mis
enemigos?... 燒o soy yo el Sult嫕 de Granada?...

激res tacaso, miserable, el encargado de apoderarte de mi
persona?... Aparta!... Aparta, o por mi salvaci鏮 te juro que habrde
abrirme paso con mi espada!...

-、o pasar嫳, soberano Pr璯cipe de los muslimes! Aqume tienes a tus
plantas!... Aquestmi pecho, siempre leal, siempre lleno de sumisi鏮, y
de respeto para contigo! Allah sabe lo que hay en 幨 oculto, y ve y
comprende todas mis acciones! 匜 me librarde tu c鏊era! Pero no pasar嫳
sin escucharme!

-Aparta por tima vez, digo!-exclamel joven Pr璯cipe dejando
estallar su c鏊era, y desenvainando el acero.-Aparta, o por la santidad de
Aquel que ha creado los cielos y la tierra con su palabra, que el filo de
mi espada enviartu alma ruin a las profundidades del infierno!...

-Cplase tu voluntad, si aslo quieres!... Teres mi se隳r y mi
due隳, y tuya es mi vida!-dijo Abd-ul-Malik Inclinando humildemente la
cabeza, y cruzando sus manos sobre el pecho.

No era el Sult嫕, aunque mozo, tan arrebatado y ciego, como para que
en medio de su c鏊era no comprendiese que alguna oculta raz鏮 hab燰 para
que el arr墈z, el m嫳 leal quiz嫳 de sus clientes, procediera en la forma
que lo hac燰; y como su alma era noble y generosa, sintiose a pesar suyo
conmovido por la humildad de aquel hombre que pod燰 sin grave esfuerzo
desembarazarse de 幨, si tales hubieran sido sus intenciones. Contose,
pues, Mohammad, y aprovechando semejante inesperada tregua, como
Abd-ul-Malik juzgase suficiente el tiempo transcurrido, temeroso de
provocar m嫳 a el enojo del Amir, sacde uno de los bolsillos de la
almalafa que vest燰 el billete que Aixa hab燰 entregado a Ebn-ul-Jathib la
noche anterior, y que el poeta le dejal partir confiado, y sin atreverse
a alzar los ojos del suelo, lo tendisilenciosamente.

-熹upretendes, insensato, con ese papel?...-preguntMohammad
tom嫕dolo no obstante, y estruj嫕dolo col廨ico.

-繅rele, se隳r, y fija en lo que dice un momento tu mirada. Acaso
halles en 幨 la explicaci鏮 de cuanto excita tu c鏊era contra m el m嫳
humilde de tus esclavos!-replicel arr墈z con respeto, y sin abandonar la
postura en que se hallaba.

Con marcadas muestras de impaciencia, pero verdaderamente interesado,
desarrugel Pr璯cipe el billete, y leycon avidez su contenido,
reconociendo al primer golpe de vista la letra de Aixa. Conforme avanzaba
en la lectura, crec燰 ostensible su agitaci鏮, y sus cejas se frunc燰n, lo
cual nada bueno auguraba, hasta que al postre, ciego por la c鏊era, que no
tratya de contener ni disimular, exclamencar嫕dose con Abd-ul-Malik,
arrodillado siempre en el umbral de la puerta:

-Y sabiendo lo que este escrito declara, 磨ntentabas, infame, impedir
la salida de tu se隳r y due隳?... 澦as pensado, por un momento siquiera,
que podr燰 yo consentir, que soy tan cobarde, tan miserable y tan bajo,
que he de dar a mis enemigos el placer de que crean que ha tenido miedo de
ellos el Sult嫕 de Granada?... Pero es en vano!... Si fuera preciso,
pasar燰 por cima, no de tu cuerpo, sino del de mi mismo padre, asAllah
me perdone!

Y apartando con violento empuje al arr墈z, que ya no trataba de
oponerse, lanzose Mohammad por las galer燰s del alc嫙ar apellidando sus
guardias. Alzose tambi幯 Abd-ul-Malik, que todo lo ten燰 previsto y
prevenido, y sigui幯dole de cerca, llegen pos de 幨 a una de las puertas
del palacio. Aguardaba en ella numerosa tropa compuesta de los mejores
jinetes de la guardia, y bastantes peones, perfectamente armados todos
como para entrar en batalla-, y all dispuesta aquella gente de antemano
por orden del arr墈z, permanec燰 desde que el heroico Lisan-ed-Din hab燰
partido para Bib-ar-Rambla. Al ver al Sult嫕, separ嫫onse respetuosamente
los soldados, y mientras un esclavo se adelantaba hacia el Pr璯cipe
conduciendo un hermoso caballo encubertado que montde un salto Mohammad,
Abd-ul-Malik por su parte hac燰 lo propio sobre su poderosa yegua
cordobesa.

Ambos, el Sult嫕 y el arr墈z, con igual impaciencia, clavaron al
mismo tiempo los agudos acicates en sus cabalgaduras, y partieron al
escape sin pronunciar palabra, seguidos por aquella tropa que no sin
sobresalto, como una exhalaci鏮, vieron bajar por las pendientes de la
Alhambra los pocos habitantes de aquel barrio y de los inmediatos, que no
hab燰n podido asistir a la fiesta.

El c嫮culo de Abd-ul-Malik no hab燰 sido err鏮eo, pues ya era tiempo,
ciertamente: porque cuando al r嫚ido correr de los corceles desembocaba en
el Zacat璯 el Pr璯cipe, ca燰 Ebn-ul-Jathib herido por el hierro de la
lanza de Abu-Sa蟂, el Bermejo, y los conjurados aclamaban con estent鏎eas
voces al imberbe Isma螿 como Sult嫕 de Granada, entre el asombro, la
indignaci鏮 y la sorpresa del pueblo que presenciaba el espect塶ulo.


Al penetrar en Bib-ar-Rambla, bastole a Abu Abd-il-Lah una mirada
sola para hacerse cargo de cuanto acababa de ocurrir, dando como
consecuencia en el primer momento las 鏎denes oportunas para apoderarse de
los conjurados que hu燰n, y para poner a buen recaudo a su primo y cu鎙do
el pr璯cipe Bermejo.

Una vez hecho esto, y despu廥 de reconocida y de primera intenci鏮
curada la herida de Lisan-ed-Din, paseel Sult嫕 la vista en torno de la
plaza, procurando entre el gent甐 que asomaba por las azoteas y los
ajimeces distinguir el rostro de la hechicera Aixa, no dudando de que la
crueldad de Seti-Mariem la habr燰 obligado a presenciar el triunfo por
ella tan h墎il como traidoramente preparado; pero su af嫕 fue inil, como
era casi irrealizable su deseo. Y con el de poner t廨mino al triste cuadro
que ofrec燰 aquella ciudad, estremecida por lo inesperado de los sucesos,
y poco antes confiada y dichosa, mandaba a sus jinetes, cuyo nero hab燰n
aumentado los caballeros de la que deb燰 haber sido su cuadrilla en la
justa, que despejasen el palenque y la explanada, y pensativo, malhumorado
y triste, volv燰 a tomar el camino de la Alhambra, seguido como siempre de
Abd-ul-Malik y de su tropa, dejando al cuidado del prefecto y de sus
auxiliares el perseguir a los rebeldes y hacerse due隳s de sus personas.

Abandonada en el primer momento de sobresalto por sus guardianes, a
tardalg tiempo Aixa en recobrar el sentido. Obscurecida la luz de su
inteligencia por lo intenso de la conmoci鏮 experimentada, lo violento del
choque sufrido y lo brusco de la transici鏮 operada en sus sentimientos,
creyose al abrir los ojos v獳tima de invencible pesadilla, cuando por
todas partes se considersumida en las tinieblas.

Rota la cadena de sus recuerdos, ni fue due隳 de spropia, ni acert
tampoco a explicarse la situaci鏮 en que se hallaba. Perdida la memoria,
el aplanamiento era completo. 激staba muerta? 熹uhab燰 ocurrido? 澳鏮de
estaba? 激ran aquel silencio y aquella oscuridad que la envolv燰n, la
oscuridad y el silencio de la tumba?... Ella no recordaba nada de su
muerte. Sus timos recuerdos, evocados con todo esfuerzo, alcanzaban a la
terrible escena de la noche anterior... Acaso Seti-Mariem la habr燰 hecho
asesinar... Pero 篡 su amado?... 澧鏔o habr燰 podido librarse de las
asechanzas de sus enemigos?...

Mas no, no deb燰 ser aquella la tumba. No se encontraba envuelta en
el sudario, ni sent燰 la opresi鏮 que deben sentir los muertos teniendo
sobre sla tierra que los cubre... Acaso estar燰 a en su lecho...
Quiz嫳 dentro de poco ser燰 invitada a cruzar el sirath imponente, por el
que s鏊o pasan con 嫕imo sereno los que han observado las prescripciones
dictadas a Mahoma... Qumomento m嫳 solemne! C鏔o reconcentraba de buena
fe la joven su esp甏itu, y lo elevaba a Allah murmurando sus labios unas
en pos de otras distintas oraciones!

Al pronunciarlas, el eco de su voz, resonando en el espacio, hiri
con extra鎑za su o獮o. Los muertos no hablan pens-yo no debo estar
muerta! Y como una idea despierta en pos de stodas las que a ella se
hallan por alg modo asociadas, hizo un movimiento, y extendiendo las
manos, que antes hab燰 tenido recogidas, toccon ellas el suelo fr甐 y
viscoso sobre el cual se encontraba.

La impresi鏮 que hubo de experimentar fue grande; y tras breve
momento de indecisi鏮, durante el cual recobrcon la conciencia la
memoria de lo ocurrido, tratde incorporarse, logr嫕dolo al cabo, sin que
por ello sus ojos percibieran luz alguna.

-澳鏮de estoy?-se pregunt-澦abrperdido la vista?... 燒o estaba
hace un momento en aquella casa desconocida, donde fui llevada por orden
de Seti-Mariem, y desde cuyo ajimez han presenciado mis ojos el triunfo de
Mohammad?... 激stoy so鎙ndo?...

Y con los brazos extendidos, llega tocar los muros hedos del
aposento; y recorri幯dole asguiada, s鏊o tropezaron sus manos con el
herraje de una puerta, que tratde abrir en vano...

-Alabado sea Allah!-exclamcayendo de rodillas.-Mil veces
alabado!... Porque su clemencia infinita me ha hecho comprender la verdad
de cuanto me ocurre! No estoy muerta!... No han cegado mis ojos, ni soy
v獳tima de ninguna pesadilla! Reconozco la mano de Seti-Mariem! Ella es
quien me tiene aquencerrada!

Sin hacer alarde alguno, despu廥 de pronunciadas estas palabras,
pareciresignarse. 熹ule importaba, despu廥 de todo, su suerte?...
Sab燰 que el Sult嫕 hab燰 triunfado de Seti-Mariem, y esto en su
abnegaci鏮 le bastaba para estar satisfecha de spropia, dando con
generoso coraz鏮 al olvido su situaci鏮 presente. 澧u嫮es ser燰n, sin
embargo, respecto de ella, las intenciones de la sultana?... Qui幯 es
capaz de saber lo que se oculta en las entra鎙s de las criaturas! Ella
confiaba en la protecci鏮 de Allah, de Allah que conoc燰 la pureza de su
alma, y que no desampara nunca a los que con fe invocan su santo nombre!

Entregada a tales pensamientos, y al regocijo que inundaba todo su
ser, a causa de la salvaci鏮 del Amir, no sintitranscurrir las horas
que, lentas, implacables, se deslizaban con la pesadumbre de los siglos,
sin que nada turbase el silencio ni la obscuridad de aquella estancia, a
donde con efecto, hab燰 sido conducida por orden de Seti-Mariem la
doncella, cuando el Sult嫕 abandonaba la explanada arenosa de
Bib-ar-Rambla, despu廥 de la prisi鏮 del pr璯cipe Bermejo.

Cu嫕to tiempo permaneciasAixa, jam嫳 lo supo; sus ojos,
familiariz嫕dose al cabo con las tinieblas, di廨onle conocimiento exacto
de las condiciones de su encierro, cuyos muros de piedra exudaban
constantemente un l甒uido negruzco, y cuyo pavimento aparec燰 a trechos
encharcado; su o獮o, adquiriendo la finura de percepci鏮 que nace del
silencio absoluto, distingu燰 sin interrupci鏮 acompasado murmullo, vago,
confuso, sin determinaci鏮 posible, pero cierto e indudable, cuya
procedencia le era desconocida.


En medio de aquel rumor, que no carec燰 de ritmo, percibiclaramente
un ruido seco, desigual, vigoroso y resonante, que no era dable fuese con
幨 otro confundido, y que aumentando en intensidad, cesaba tan cerca de
ella, que no pudo desconocer lo que significaba.

Eran los pasos de un hombre. 燄en燰n a buscarla ?... 燙er燰 acaso
ilusi鏮 de sus sentidos?...

El girar de una llave en la cerradura de la puerta, y el rechinar de
un cerrojo, desvanecieron bien pronto sus dudas, pues abri幯dose el
port鏮, apareciante ella la figura de un hombre, que llevaba en la
izquierda un candil de lat鏮, encendido, cuya llama hiride tal modo los
ojos de la doncella, que 廥ta retrocedivivamente, sin reparar en la
fisonom燰 del reci幯 venido.

Colgaquel hombre el candil en el muro, de una de las juntas de las
piedras, y volvitranquilamente a cerrar el port鏮, mientras Aixa,
acostumbr嫕dose a la luz, separaba las manos con que hab燰 instintivamente
resguardado sus ojos, y fijaba sus miradas en aquel personaje, para ella
completamente desconocido.

-Ha llegado la hora!-exclamel reci幯 venido.-Prep嫫ate, esclava,
porque va a cumplirse la terrible venganza de nuestra se隳ra la sultana
Seti-Mariem! Allah es justo! Golpe por golpe!



- XVI -


EL d燰, que bajo tan alegres auspicios hab燰 comenzado para el
creyente pueblo de Granada, empezaba a declinar pausada y tristemente, en
medio del silencio medroso de aquella gran ciudad, de que hicieron a
porf燰 los siervos del Misericordioso nueva y floreciente Damasco.
Solitarias estaban las calles, cerradas, como en d燰 de revuelta, las
tiendas de los mercaderes en el Zacat璯 y en la Al-caiser燰, y los pocos
transetes que circulaban por la poblaci鏮, hac燰nlo con paso apresurado
y cual temerosos de spropios. De vez en cuando, ya algunos jinetes
armados, ya algunos peones igualmente dispuestos, recorr燰n la ciudad en
patrullas silenciosas, velando por el orden que hab燰n pretendido turbar
los burlados enemigos del nieto ilustre de Al-Galib-bib-Lah, a quien Allah
haya recompensado en el para疄o.

No resonaban ya las alegres micas, ni se escuchaba el rumor confuso
de las gentes reunidas en bullicioso jilo en Bib-ar-Rambla, y que
semejaba el del bosque azotado por la furia del vendaval, desencadenado y
poderoso: s鏊o el murmullo mon鏒ono y constante del Darro interrump燰 como
un quejido el general silencio, al batir los cimientos de los edificios
que le limitan por ambos lados a su paso por la ciudad, y deslizar sus
aguas presurosas para incorporarse con el Genil a no larga distancia.

Cuando cerrla noche, el aspecto que ofrec燰 Granada, era con verdad
imponente.

La luna, esquiva, hab燰 recatado el rostro, y no parec燰 sino que
envolv燰 la ciudad de las mil torres sombr甐 manto de luto, seg eran
densas las tinieblas, y seg era negro el cielo, donde no brillaba
estrella alguna.

Tan negros, tan sombr甐s como la noche, tan tristes como aparec燰 en
Granada la naturaleza, eran los pensamientos del joven Sult嫕, dedicados
todos a la encantadora criatura a quien deb燰 la vida, y a quien hab燰
consagrado su alma.

Qulento hab燰 sido para 幨 el d燰! Con quespecie de ensa鎙miento,
y cual burl嫕dose de 幨 y de su impaciencia, hab燰 el sol, indiferente a
las miserias de la tierra, permanecido en el horizonte hasta poco despu廥
del salah de al-magrib, emboz嫕dose con desenfadada majestad como en
blanco alquicel en las nubes de n塶ar hacinadas en torno suyo!

Cu嫕tas veces ideel Pr璯cipe volar a la morada de Aixa, acompa鎙do
de sus gentes de armas, y haciendo uso allde su autoridad, apoderarse de
la doncella salv嫕dola de las manos de Seti-Mariem, y llev嫫sela consigo;
y cu嫕tas veces el temor instintivo que le infund燰 la sultana, le hizo
desistir de sus prop鏀itos!

Devorado por la inquietud, vencido por la impaciencia, y sin ser
due隳 ya de resistir la ansiedad que le pose燰,-desechando todo temor, no
bien la noche cubride sombras el espacio, y quedaron confundidos en la
obscuridad el cielo y la tierra, Mohammad, echando sobre sus hombros
amplio albornoz, salide sus aposentos de la Alhambra, y como fugitivo,
se deslizpor el bosque sobre el Darro, abricon mano tr幦ula el postigo
de la cerca, pascon el rostro recatado, por entre medias de los soldados
que custodiaban la torre alllevantada para defensa de la al-medina, y
cruzando el r甐 por humilde puente de madera, echa andar por la alameda
que florece al pie del Albaic璯, continuando su camino por la orilla
derecha del Darro en direcci鏮 a la ciudad, que semejaba solitaria
macbora.

Oprimiendo el pu隳 de su espada, marchcon pasos precipitados,
siguiendo a lo largo de las paredes de los edificios que le serv燰n de
gu燰 en la oscuridad, y asllegsin inconvenientes ni tropiezo alguno al
Zacat璯, por el cual penetrresuelto, y asprosiguipor las calles
solitarias hasta encontrarse delante de la casa en que con el amor de
Aixa, tantas y tan puras delicias hab燰 gozado.

La calle, como todas las dem嫳 por donde hab燰 transitado, se hallaba
desierta, y asiendo con mano febril de la argolla de hierro del port鏮,
descarg嫮a con fuerza varias veces, interrumpiendo con aquellos golpes el
silencio que reinaba.

Momentos despu廥, girla puerta sin hacer ruido, y penetren el
jard璯, dirigi幯dose al edificio, que se alzaba en el extremo de la calle
central, seguido por el portero, en quien no reparMohammad, y en cuyo
rostro, a la luz del candil que aqu幨 llevaba, habr燰 podido ver el
Pr璯cipe algo de siniestro.

Guiado por la costumbre, el Sult嫕 cruzel zagu嫕 solitario y a
obscuras, subicon el coraz鏮 palpitante la escalera que a los aposentos
de Aixa conduc燰, y entren el camar璯, donde la noche anterior hab燰
tenido tan cerca de sla muerte sin sospecharlo.

A la templada luz de la l嫥para, que apacible y serena iluminaba los
delicados esmaltes y la entalladura de la techumbre, Abu-Abd-il-Lah de un
golpe de vista recorrila estancia.

El estuche estaba all con sus muros de labrada yeser燰, sus tapices
recamados, sus sitiales blandos y voluptuosos, sus almartabas ampulosas...
Todo en igual estado que 幨 lo hab燰 hallado siempre; pero no estaba la
joya, no estaba la enamorada doncella, cuya presencia difund燰 en torno
suyo singulares encantos, y por quien para el Sult嫕 la estancia hab燰
sido tantas veces trasunto de los cielos mismos.

Aquella soledad, tan temida como sospechada, llenole de confusi鏮 y
de sobresalto: no era natural aquel abandono.

Ciertos hab燰n sido sus recelos; Aixa no estaba all y quiz嫳 la
vengativa sultana habr燰 atentado a la existencia de la pobre ni鎙. Acaso
aquello era un lazo... Qumal hab燰 hecho en dejarse arrastrar por su
deseo el Pr璯cipe, y en no haber aquel mismo d燰 libertado de las manos de
Seti-Mariem a su adorada!

Con el coraz鏮 oprimido por horrible duda, Mohammad se dispuso a
abandonar el aposento; pero antes de que hubiera podido salvar la puerta,
retrocedivivamente contrariado, y como impelido por la invencible
repugnancia que le produjo la presencia inesperada de una persona, a quien
no pensaba encontrar en tal paraje.

Con los labios sonrientes, ir鏮ica, provocativa y el adem嫕 resuelto
e imponente, Seti-Mariem avanzaba en efecto por la ica salida del
camar璯, impidiendo de este modo la del Pr璯cipe.

-Que la paz de Allah sea contigo, y que 匜 te guarde y te proteja! oh
soberano Pr璯cipe de los creyentes!-exclamcon calculada lentitud la
sultana, fijando los ojos con impertinencia en el bello rostro de su
hijastro.

-Que 匜 te ampare y ayude, se隳ra m燰,-respondi廥te sin salir de su
asombro, ni ocultar su repugnancia.

-Alabada sea su misericordia, y ensalzado sea su santo nombre!-repuso
Seti-Mariem.-Bendito sea 匜, que ha consentido librarte hoy de las
asechanzas de tus enemigos, y conservar tu vida para gloria del Islam y
ensalzamiento de su doctrina!-a鎙dicon acento burl鏮 en el que se
trasluc燰 no obstante su despecho.

Y como nada replicase el Pr璯cipe a tales palabras, ella prosigui
fingiendo no hacer alto en el silencio de Mohammad:

-Ciertamente! oh se隳r y Pr璯cipe m甐! que serpara ti extra鎙 mi
presencia en estos lugares; pero yo te prometo por la memoria de tu
excelso padre y mi se隳r (perd鏮ele Allah!) que si me prestas atenci鏮 un
momento, habr嫳 de salir en breve del asombro que veo retratado en tu
semblante.

-Antes, se隳ra m燰, de que tus labios pronuncien las palabras que vas
a decirme, es preciso que sepas por tu parte que nada ignoro de cuanto a
ti concierne, que conozco tus intenciones y prop鏀itos, que no lograr嫳
ahora enga鎙rme, y que necesito me digas sobre todo, d鏮de estAixa y qu
has hecho de ella,-contestel Amir con energ燰 y ya repuesto de su
moment嫕eo aturdimiento.

-A Allah estreservado el conocimiento de todas las cosas!-replic
en tono sentencioso Seti-Mariem con hipocres燰.-M嫳 tarde sabr嫳 lo que
deseas... Ahora, escucha.

-No pases adelante sin complacerme,-interrumpiAbd-ul-Lah,
rechazando la invitaci鏮 que le hac燰 la sultana para que tomara asiento
al lado suyo.

-Tlo quieres, cplase tu voluntad! Teres mi Sult嫕 y mi due隳!
雡eme, pues, y sosiega tu esp甏itu intranquilo,-contestla sultana-Aixa,
la esclava a quien tamas y por quien me preguntas, la sierva a quien
buscas en vano aquafanoso como otras veces,-prosiguiprocurando herir
el coraz鏮 del Pr璯cipe,-olvidando el amor que te juraba enga隳sa, goza en
los brazos de otro m嫳 afortunado que tlos deleites celestiales que sin
duda para ti so鎙bas.

-熹upronuncia tu lengua?...-dijo Abd-ul-Lah, no pudiendo a pesar
suyo contener un movimiento de celos, que vencibien pronto.

-燒o me crees?... 燒o sabes que Aixa es una esclava, y que la
historia que te contpara llegar hasta ti en el alc嫙ar, es vil
impostura, como es inventiva el falso amor que te juraba?

-Mientes, sultana, mientes! La herida de la lengua causa m嫳 dolor
que la del filo de la espada! Ay de ti, si prosigues calumniando a la
mujer que amo, porque ser燰 capaz de todo!-exclamya col廨ico el joven,
recordando cu嫕to deb燰 a Aixa, y sobre todo lo hecho por ella para
conjurar el peligro que hab燰 corrido 幨 en la pasada fiesta.

-澧rees, desventurado, que mis labios pueden mentirte?-replic
Seti-Mariem sonriendo ir鏮icamente.-︰ote por Allah que nos oye
(〔nsalzado sea!) que han de decirte verdades que no te habr嫕 de agradar
seguramente ﹒ye, pues!

-Dime d鏮de se halla Aixa, y no intentes intimidarme con amenazas que
desprecio! Habla pronto, y por tu cabeza no aguardes a impacientarme!
Contesta!

-Pues bien: 瘸 qufingir? Aixa te ama, Aixa te adora s es cierto;
pero jam嫳, 磧o entiendes? jam嫳 volver嫳 a ver su rostro, ni a escuchar
su acento, porque yo, yo, la sultana Seti-Mariem, la mujer a quien a tu
vez amenazas, te desaf燰...

Porque, ya no eres el Sult嫕 de Granada; porque te hallas en mi
poder, incauto mancebo! 熹u 澧re燰s, por ventura, desgraciado, que
podr燰 yo consentir tu aborrecida presencia en el trono de Granada?
澧rees, asAllah me maldiga, que iba yo a conformarme con que mis hijos
dependiesen siempre de ti, y que no anhelo para ellos otra vida que la
obscura que les aguarda al lado tuyo? La mano de Allah, el Justo y el
Clemente, te ha tra獮o hoy a esta casa! Te esperaba, porque te conozco! Y
ya que ni la fruta envenenada, que deposityo misma anoche en el tabaque,
ha concluido contigo, ni la lanza de Abu-Sa蟂, tu primo, ha cortado hoy el
hilo de tu existencia abominada en Bib-ar-Rambla, ahora, hijo de la mujer
que jam嫳 dijo que no a nada, ahora, vas a fenecer a mis manos! A m... A
m pronto!-gritroja de ira la sultana, levant嫕dose amenazadora de su
asiento y dirigiendo sus gritos al interior de la casa, donde resonaban
fat獮icos.

Desconcertado ante aquel flujo de injurias y de amenazas, Mohammad no
hallal punto palabra alguna que responder; Seti-Mariem hab燰 a sus ojos
rasgado el velo misterioso que encubr燰 muchos de los acontecimientos de
la pasada noche, que 幨 no hab燰 logrado explicarse por completo; y aunque
preocupado con tales pensamientos, no por ello perdila conciencia de su
situaci鏮 ni su presencia de 嫕imo ante el nuevo peligro, por lo cual,
desnudando la espada, exclamal mismo tiempo que deten燰 a la sultana
oprimiendo fuertemente uno de sus brazos:

-Ahora me explico tu presencia en esta casa! 燐e aguardabas, no es
cierto?... 燜y tu hijo, y mi primo Abu-Sa蟂 pretend嶯s el trono que
heredde mi padre?... Temblad, pues, porque a no he muerto!

Algunos hombres invadieron en aquel momento la estancia. Armados de
espadas, de lanzas y de chuzos, gritaban feroces amenazando al Pr璯cipe;
pero ten燰n que hab廨selas con un hombre fuerte, h墎il e ingenioso, a
quien ni el coraz鏮 ni el pulso flaqueaban. Eran veinte contra 幨; mas,
穌ule importaba?... Luchar燰 hasta deshacerse de aquella chusma, o
perecer燰 vendiendo cara su vida. Arrojlejos de sa su madrastra, y
buscando con la vista un lugar a prop鏀ito, escogiuno de los 嫕gulos de
la habitaci鏮, donde esgrimila espada.

-Invoca ahora, si gustas, el auxilio y la protecci鏮 de Allah y de
los tuyos, porque ha llegado tu hora, Mohammad!- exclamla sultana
incorpor嫕dose del suelo, donde hab燰 ca獮o al ser rechazada por el
Pr璯cipe, e incitando con el gesto y la mirada a aquellos hombres, a
quienes conten燰 un resto de respeto.


-A 幨! 熹uvacil壾s? 激s que os da miedo un ni隳?

A estas palabras respondieron los asesinos blandiendo sus armas; y
rota ya la traba del respeto que hasta entonces y a pesar suyo les hab燰
contenido, se arrojaron sobre el Sult嫕 llenos de furia.

Casi al propio tiempo, y siguiendo la orilla del r甐, un grupo
numeroso de embozados se deten燰 delante de las tapias del jard璯 que
rodeaba la casa de Aixa; y despu廥 de breves momentos, durante los cuales
uno de aquellos que parec燰 ser jefe, daba a los dem嫳 鏎denes en voz
baja, el grupo se deshizo, reparti幯dose los hombres que lo formaban en
cuatro secciones diferentes que se distribuyeron silenciosas en derredor
de las tapias, marchando al frente de una de aquellas el que los
acaudillaba.

Por su corpulencia y por la preocupaci鏮 que ostensiblemente le
dominaba, habr燰 sido sin duda alguna cosa f塶il reconocer en 幨 desde
luego al arr墈z de la guardia personal del Pr璯cipe, quien temeroso de
cuanto pudiera ocurrir al Sult嫕 cuyos actos espiaba, hab燰le seguido sin
que el Amir lo advirtiese desde que salial bosque de la Alhambra, y
comprendiendo por la direcci鏮 que tomaqu幨 al entrar en el Zacat璯, el
lugar a donde iba, hab燰 vuelto a la almedina precipitadamente, y reunido
el nero que pudo de oficiales y soldados de la guardia, hab燰se a buen
paso puesto en marcha con ellos hacia la casa de Aixa por el camino m嫳
corto.

Los acontecimientos de aquel d燰, la revelaci鏮 del escrito de Aixa,
la prisi鏮 del pr璯cipe Bermejo, y lo que de plico se dec燰 y hab燰
hasta 幨 llegado, noticias eran suficientes para excitar la leg癃ima
desconfianza del leal arr墈z, por cuya raz鏮 no hab燰 vacilado un
instante, sospechando que la sultana Seti-Mariem, cuyo nombre era
pronunciado como el del alma de la conjuraci鏮 fracasada, no
desperdiciar燰 la ocasi鏮 de ejecutar sus siniestros planes, si el Sult嫕
ca燰 incautamente entre sus manos.

Sab燰 幨, como lo sab燰 todo el mundo, que aquella casa era propiedad
de Seti-Mariem; y guiado por su lealtad y por su instinto, como primera
medida, juzgoportuno rodear el edificio por sus gentes, encamin嫕dose 幨
en persona a la puerta, dispuesto a hacerla abrir, y no sin antes haber
dado instrucciones terminantes y precisas a los oficiales que se hab燰n
puesto a la cabeza de los restantes grupos.

Asque hubo llegado al port鏮, golpeole con la anilla de hierro, y
pareci幯dole que tardaban en abrir, dispon燰se a violentar la cerradura,
cuando la puerta giraba silenciosamente, asomando por la rendija la faz
estida del portero mudo, quien levantando a la altura de su cabeza el
candil de que iba provisto, tratde ver la persona que a tales horas y de
aquella suerte llamaba.

De un empuj鏮 vigoroso, Adb-ul-Malik rechazal esclavo, y abriendo
de par en par las hojas del port鏮, sin hacer caso de aquel hombre, a
quien hab燰 derribado en tierra, penetren el jard璯 seguido de su gente,
y como conocedor del terreno, dirigiose al cuerpo de la casa, de la cual
sal燰 confuso rumor de voces que turbaba el silencio de la noche, y entre
las cuales creyreconocer, alterada y casi ronca la del Pr璯cipe.

Sin pronunciar palabra, pero agitado poderosamente y lleno de
zozobra, el arr墈z atrajo hacia sa dos de sus soldados, que,
acostumbrados a obedecerle, se dejaron conducir sin resistencia; y
coloc嫕dolos inmediatos a la pared, de un solo impulso saltsobre sus
hombros, encontr嫕dose por esta maniobra, casi a la altura del piso en que
se hallaba el camar璯 donde el Sult嫕 luchaba cercado de asesinos.
Extendialllos brazos, y asiendo el parteluz del ajimez, se detuvo
anhelante, escuchando siempre, hasta que al cabo, dando un silbido y
lanzando su grito de guerra, se colocsobre el alf嶯zar del ajimez por un
esfuerzo prodigioso, y exclamblandiendo el acero:

-La vida del Sult嫕 peligra! Adentro todos!

Destrozando entonces con su espada las celos燰s, penetren el
aposento donde se hallaba el Sult嫕, defendiendo su vida.

La situaci鏮, con efecto, no pod燰 ser m嫳 apurada para el animoso y
joven Pr璯cipe.

Al arrojarse sobre 幨 las gentes de la sultana, su espada hab燰
trazado un c甏culo que no osaba traspasar ninguno de aquellos forajidos,
quienes le atacaban no obstante denodados y con la confianza del nero,
que les promet燰 la victoria.

M嫳 de uno hab燰 ca獮o ya tocado por la espada del Sult嫕 sobre el
pavimento, y el Pr璯cipe, acosado de cerca, acudiendo sin cesar a todos
los golpes de armas diferentes que le dirig燰n, viose en la precisi鏮 de
retroceder hasta el ajimez, esgrimiendo incansable el ensangrentado acero.

-熹uos detiene?...-gritaba la sultana.-Acabad con 幨 pronto, que
son siglos los momentos y sois bastantes para un ni隳! Animo, pues,
valientes!

Y agrup嫕dose con estr廧ito, estrech嫕dose con rabia y sin temor a la
espada de Mohammad, que a cada golpe aparec燰 manchada, era tal el tumulto
que no fue posible que entre 幨 oyeran ni el silbido de Abd-ul-Malik, ni
su grito de combate, ni la orden dada a sus gentes de penetrar en la casa.

Comprendiendo que al postre el Sult嫕 ceder燰 rendido, menudeaban los
asesinos de todos lados los ataques; y, con efecto, aunque procuraba
animarse a spropio, el joven Amir sent燰 ya que sus fuerzas flaqueaban,
y hubiera al fin ca獮o a los golpes de sus enemigos, si la presencia
inesperada del bravo arr墈z no hubiera contenido llenos de sorpresa a los
sat幨ites de la sultana.

De una sola mirada, se hizo Abd-ul-Malik cargo de la situaci鏮; y
conociendo el riesgo inminente en que su se隳r se hallaba, lanzose sin
vacilar sobre el grupo, desconcertado ya, y en breve descompuesto por el
esfuerzo de su brazo y los golpes de su espada.

-Valor, se隳r y due隳 m甐!-exclamel noble arr墈z, poni幯dose al
lado del Sult嫕.-Un momento de valor, y todo habrconcluido!

Requirila espada el mancebo, no menos asombrado por el oportuno
auxilio de Abd-ul-Malik que lo estaban Seti-Mariem y los suyos; y, unidos
ambos, avanzaron sobre los asesinos, en el instante en que a los rudos
golpes que descargaban sobre ella las gentes del arr墈z, ca燰 la puerta de
la estancia e invad燰n espada en mano aquellas el aposento, guiadas por
los gritos de los combatientes.

Al silbido lanzado por Abd-ul-Malik en el momento de saltar sobre el
alf嶯zar del ajimez, las tres secciones restantes de sus soldados
escalaban por diversos puntos las tapias del jard璯, y penetrando en el
edificio, se incorporaban a los que primero hab燰n llegado, derram嫕dose
furiosos en torno de los bordados muros del camar璯 ensangrentado, que
tantas veces escuchlas frases apasionadas del Amir y de la infeliz
doncella, y llenando con esto de sorda y terrible furia el coraz鏮 de la
sultana, cuya tima esperanza de salvaci鏮, la puerta misteriosa de la
alhenia por donde pensen huir, quedaba por tal medio desvanecida.

-Rend甐s, miserables!-gritel arr墈z.-Ya veis que no pod嶯s escapar
con vida, y que de nada os servirvuestro ardimiento.

-Antes morir嫕 que entregarse,-rugiSeti-Mariem tr幦ula por la ira,
y cegada por el odio, al propio tiempo que desarmando a uno de sus
esclavos, adelantr嫚ida sobre Mohammad, e intentsepultar en el pecho
del Pr璯cipe el acero que esgrim燰.

Pero su golpe fue en vano, pues el recio pu隳 de Abd-ul-Malik la
contuvo, y el arma se desprendide las manos de la sultana, quien cay
sofocada por la c鏊era en los brazos del arr墈z.

Mientras tanto, las gentes del Amir se hab燰n apoderado de aquella
turba de asesinos, y despu廥 de desarmarlos, sujet嫫onlos de dos en dos
con fuertes ligaduras.

-Alabado sea Allah!-exclamel Sult嫕 fijando los ojos lleno de
gratitud en el jefe de sus guardias.-El 嫕gel de la muerte parec燰
dispuesto ya a separar mi alma de mi cuerpo, y gracias a la misericordia
de Aquel a quien todo en ambos mundos obedece, y a ti, mi noble
Abd-ul-Malik, todav燰 respiro! Que la bendici鏮 de Allah sea sobre ti y
los tuyos!

-Oh soberano se隳r y due隳 m甐!-respondiel arr墈z depositando el
cuerpo de la sultana en los brazos de uno de sus oficiales.-Demos gracias
a Allah, que ha guiado mis pasos, y ha librado tu vida de las asechanzas
de tus enemigos!... Mas antes, por tu salvaci鏮 y la m燰, se隳r, dime si
las viles armas de esos malditos hijos del demonio han llegado a tocar tu
cuerpo.

-Tranquil瞵ate, mi leal arr墈z: la sangre que adviertes en mis
vestiduras, no es m燰... Estoy sano... Pero, por mi barba, salgamos pronto
de aqu Urge que registremos hasta los timos rincones de esta casa, de
la cual no quedarma鎙na piedra sobre piedra! Que esos miserables y toda
la gente que encontremos en nuestro registro, sean entregados esta noche
misma a mi justicia, y que la sultana Seti-Mariem sea conducida a mi
disposici鏮 al alc嫙ar,-a鎙divolvi幯dose a sus guardias, que esperaban
sus 鏎denes sin moverse.

Y al propio tiempo que parte de estos comenzaban a cumplir los
mandatos del Sult嫕, seguido de Abd-ul-Malik y del resto de la fuerza,
daba el Amir principio, aunque inilmente, al registro de la casa, guiado
por el af嫕 de descubrir el paradero de Aixa.

Los servidores de Seti-Mariem, asustados, si no opusieron
resistencia, tampoco pudieron calmar la ansiedad del Pr璯cipe, quien
llamaba por todas partes y como loco a la doncella, pues ignoraban que la
sultana aquella ma鎙na hab燰 hecho conducir a la joven a uno de los
encierros de la galer燰 subterr嫕ea, y desconoc燰n el secreto de la
alhenia.

Cuando Mohammad se hubo convencido de la esterilidad de sus
esfuerzos, con el alma cubierta de mortal inquietud y profundamente
entristecido, tomel camino de su regia morada, escoltado esta vez por
Abd-ul-Malik y por sus guardias, que caminaban silenciosos detr嫳 del
Pr璯cipe.

A la ma鎙na siguiente, hizo conducir a su presencia a la sultana
Seti-Mariem, recibi幯dola en el departamento superior de la Torre de
Abu-l-Hachich, labrada en los d燰s de Yusuf I, de quien tomaba nombre, y
desde la cual se distingu燰 el hermoso panorama de la ciudad que se
extend燰 pintoresca hacia poniente por una y otra orilla del Darro.

Aquella mujer, de 嫕imo inquebrantable, compareciante el Sult嫕
agresiva y feroz como siempre. Sus primeras palabras fueron otros tantos
insultos que despreciAbd-ul-Lah, decidido a averiguar la suerte de su
enamorada.

Con cinismo comparable s鏊o a la aversi鏮 cordial que le profesaba,
Seti-Mariem parecicomplacerse en referir a Mohammad menudamente cuanto
concern燰 a la joven, de quien hab燰 pretendido hacer instrumento de su
venganza, pero sin revelarle ni mucho menos toda la extensi鏮 de la trama
urdida contra 幨, ni las secretas reuniones de casa del jud甐, ni los
nombres por consiguiente de los conjurados. Sab燰 que el coraz鏮 del
Pr璯cipe era noble y generoso, y esperaba confiadamente en que aquellas
condiciones ing幯itas del Sult嫕, explotadas con destreza, tarde o
temprano habr燰n de dar el triunfo a ella y a los suyos.

-熹ute he hecho yo, sultana y se隳ra m燰, para que de ese modo
cruel me aborrezcas, y conspires contra la vida de quien procurhonrarte
siempre, respetando la memoria de Yusuf, nuestro se隳r y mi padre, a quien
Allah ha abierto las puertas del para疄o?-preguntel Sult嫕 dominado por
singular melancol燰, y dando al olvido los insultos y la procacidad de su
madrastra.

-Que qume has hecho!-replicSeti-Mariem.-燕or ventura lo
ignoras?... 燒o te lo han dicho ya mis labios? 燒o te lo han dicho todas
mis acciones? 燒o sabes que te aborrezco, porque tu existencia maldita es
el despojo constante de mis hijos, a quienes has privado de la posesi鏮 de
Granada? 燒o sabes que tu presencia es para mcomo agudo pu鎙l que
envenena los d燰s de mi vida, y que destroza sin piedad mis entra鎙s? 燒o
sabes que tu felicidad, en el sitio que ocupas y que sin ti ser燰 de mis
hijos, es un reto continuo?... Y me preguntas qume has hecho!... Te
aborrezco, s Te aborrezco tanto, que dar燰 con gusto mi parte de para疄o
por ver correr la sangre toda de tus venas! Y si no mandas que me quiten
la vida, mientras aliente, mientras quede en mi cuerpo una gota de sangre,
habrde maldecirte, imp甐, hijo de imp燰, y habrde procurar sin tregua
tu ruina y tu muerte!... En tus manos estoy: v幯gate ahora que puedes
hacerlo, ya que la suerte y el demonio te protegen!

-Calla, mujer, calla! No me hagas olvidar ︾or Allah! quien eres, y
dime d鏮de estAixa.

-Aixa! Qume importa a mesa miserable criatura! Si tno la
amases, habr燰 seguido su suerte; pero sque sufres, sque tu coraz鏮 se
hace pedazos pensando en ella, y esa es mi alegr燰! Jam嫳 sabr嫳 lo que he
hecho de tu amante...

-Est嫳 en mi poder, sultana; en mi poder est嫕 tambi幯 tus hijos, y
ellos y tme responder嫕 de la vida de Aixa con la vuestra.

-Mis hijos! Ya no est嫕 en tu poder, imb嶰il! Yo slo estoy, y te
brindo con mi sangre para que te vengues! Aqume tienes! Soy una d嶵il
mujer! Puedes, por tanto, saciar tu c鏊era en m y habr嫳 ejecutado
haza鎙 propia de tu ruin esp甏itu!

-Calla, Seti-Mariem!-volvia repetir el Sult嫕 tr幦ulo de coraje.-No
aumentes mi indignaci鏮 y el horror que me inspiras con tus palabras...
Pero no lograr嫳 lo que apeteces... No conseguir嫳 que mis manos se
manchen con la sangre de la que fue mujer de mi padre y sultana un tiempo
de Granada!


-熹umayor prueba de tu ruindad y de tu cobard燰? Puedes vengarte, y
no lo haces, temiendo que alguien te pida ma鎙na cuenta de mi muerte!

-No!... No, por Allah!... Me vengar sultana! Me vengar pues lo
deseas y a ello me provocas, aunque hubiera de morir en seguida! La muerte
con la venganza es preferible a la vida con la deshonra!... Quiz嫳 te
arrepientas de haberme excitado a ella... pero serya tarde!

-Hiere, pues!-exclamSeti-Mariem.-熹uhace esa gum燰 ociosa? Aqu
estmi coraz鏮, que te odia!

-No es ascomo pienso vengarme, y tu vida es muy poca cosa ya para
satisfacerme,-replicel Sult嫕 procurando calmarse, y llamando a sus
guardias para que acompa鎙sen a la sultana.

Sus gritos, sus denuestos, sus injurias y sus amenazas, se
estrellaron ante la impasibilidad del joven Pr璯cipe, a quien la inquietud
consum燰 por ignorar el paradero de Aixa; pero al fin, a viva fuerza los
guardias lograron hacerla callar, y la obligaron a abandonar el aposento,
donde quedel Amir pensativo.

-Yo la encontrar-exclamal cabo.-S yo la encontrar Se隳r, si
tme ayudas! Ella es mi encanto, ella es mi esperanza, y t que eres el
Dispensador supremo de todos los beneficios, tla has puesto en mi
camino!...

Aquella tarde, convocado el consejo de los guazires, dict廥te
sentencia de muerte para el pr璯cipe Bermejo y los principales conjurados
aprehendidos; y mientras a los pocos d燰s los pac璗icos habitantes de
Granada presenciaban estremecidos de horror la ejecuci鏮 de aquella
terrible sentencia, para escarmiento de traidores,-el pr璯cipe Abu-Sa蟂,
generosamente perdonado por el Sult嫕, y acompa鎙do del arr墈z
Abd-ul-Malik hasta la frontera, abandonaba el reino granadino, acariciando
en su interior distintos proyectos de venganza.

La sultana Seti-Mariem quedaba encerrada en una de las torres de la
Alhambra, y sus dos hijos Isma螿 y Ca褼, que hab燰n vuelto a poder de
Abd-ul-Lah, recib燰n por c嫫cel sus propios aposentos en la Torre, donde
hasta entonces hab燰n habitado.











- XVII -

LARGO tiempo hac燰 que, entregada la naturaleza al letargo laborioso
del invierno, las crestas de Chebel-al-爔ab y de Chebel-ax-Xolair,
aparec燰n cerrando el horizonte cubiertas completamente de nieve, como
devotos peregrinos que se preparan a emprender el viaje o que regresan de
visitar el santo templo de la Ca槆a (︾rosp廨ele Allah!), envueltos en sus
blancos alquiceles.


Los 嫫boles que en el verano y el oto隳 matizaban con la esmeralda de
sus frondosas copas el cuadro seductor de la hermosa Granada, y que
brindaban apacible reposo con la fresca y agradable sombra que sobre el
alfombrado suelo proyectaban, tend燰n ahora sus ramas secas y desnudas al
cielo, cual los fieles en la oraci鏮 levantan sus brazos a la pintada
techumbre de las mezquitas, y sus troncos, rugosos y retorcidos los unos
como pose獮os del demonio, hedos y derechos los otros como esbeltos
alminares, se levantaban tristes sobre la tierra obscura, desprovista de
galas, o sobre la s墎ana reverberante, que hab燰n tendido las nubes al
deshacerse en menudos y frecuentes copos de nieve.

Engrosado su caudal por el de los arroyos torrenciales que se
despe鎙ban bramando desde las alturas de los montes, el Darro, con sus
aguas revueltas y cenagosas, que parec燰n vestidas de luto, se deslizaba
murmurador y sombr甐 entre sus orillas desprovistas de vegetaci鏮,
estrellaba con furia su corriente contra las escarpadas estribaciones de
la colina roja, y se arrojaba con estr廧ito por medio de la ciudad,
golpeando como loco los edificios hasta llegar al punto en que huyendo de
spropio, buscaba en el seno del Genil leg癃ima defensa, espaci嫕dose
luego por el valle, unido con aquel en perennal abrazo.

Gris, como una coraza engrasada, estaba el cielo, sombr甐 a veces
cual la techumbre de una caverna o la b镽eda de un subterr嫕eo, no sin que
en ocasiones, y a modo de promesa celestial, recordase los d燰s
esplendentes de la primavera, visti幯dose de azules gasas, y testificando
la misericordia de Allah, el Alto, con las sonrisas del sol que llenaban
de regocijo a las criaturas, y hac燰n fermentar el grano en las entra鎙s
de la tierra.

Cuatro lunas, cuatro largas lunas, hab燰n transcurrido con efecto
desde que, triunfante en Bib-ar-Rambla, el Sult嫕 Abu Abd-il-Lah Mohammad,
recogido en los dorados aposentos de su fastuoso alc嫙ar, como el sol se
recog燰 en el firmamento detr嫳 de la masa espesa de las nubes, sufr燰 los
tormentos horribles de la ausencia, separado de la mujer que hab燰 hecho
latir su coraz鏮, y hab燰 abierto su alma generosa a sentimientos para 幨
nunca conocidos.

Bien se vengaba la sultana Seti-Mariem, aun confinada en su prisi鏮
dentro de la fortaleza de la Alhambra!... Cuantas gestiones hab燰n hecho
Abd-ul-La y sus servidores para averiguar el paradero de la infeliz
doncella, todas hab燰n resultado iniles... En balde, cumplidas las
鏎denes del Amir, hab燰 sido piedra a piedra demolido el edificio donde
Aixa fue aposentada por Seti-Mariem... No parec燰 sino que la tierra
abri幯dose al conjuro infernal de la sultana, hab燰 ocultado en su seno a
la enamorada del Pr璯cipe.

Ninguno de aquellos aposentos, donde ella tantas amarguras ten燰
sufridas, donde acaricitantas y tan risue鎙s esperanzas, donde por vez
primera oyde labios del Sult嫕 de Granada, como ella tr幦ulo y
balbuciente, la declaraci鏮 apasionada de sus ansias,-conservaba rastro ni
huella alguna de la joven; ni aquel subterr嫕eo cuya oculta entrada dej
al descubierto la piqueta de los cautivos nassar獯s empleados en la obra
de destrucci鏮 mandada por Mohammad, ni los departamentos hedos y fr甐s,
como silos, que en tal secreta comunicaci鏮 encontraron, ni la humilde
casa que a la otra orilla del Darro daba al subterr嫕eo salida, guardaban
memoria, ni facilitaban indicio aprovechable.

Acaso la vengativa sultana hab燰 para siempre apagado la luz de
aquellos ojos que derramaban la pasi鏮 a raudales, y paralizado con la
muerte aquel sentido coraz鏮, que s鏊o por el amor y para el amor del
Pr璯cipe lat燰!

Tal pensaba, seg los contadores de historias, el Sult嫕 de Granada,
cierto d燰, al mediar de la luna de Rabie-al-agual del a隳 760 de la
H嶲ira(29), tristemente asomado al ajimez de la Torre de Isma螿 que se
encarama sobre el bosque de la Alhambra, y finge contemplar desde alllas
corrientes del Darro, que socavan los cimientos de granito de la colina
roja.

Detr嫳 de 幨, ya completamente restablecido, aparec燰 con el rostro
resplandeciente de bondad e impregnado de melancol燰, como si en su pecho
se reflejase la del Pr璯cipe, el noble Lisan-ed-Din, y a su lado, con el
guazir Redhuan, Abd-ul-Malik, sombr甐 y ce雝do, miraba el paisaje, cual si
en los hilos sutiles de la lluvia que ca燰 espesa, hubiera encontrado algo
de indescifrable y misterioso.

Permanec燰n los tres silenciosos hacia ya rato, y al fin, el
Pr璯cipe, exhalando un suspiro y con l墔rimas, que no pudo reprimir, se
apartbruscamente del ajimez, y se dejcaer sobre un asiento, exclamando
con acento conmovido:

-Es m嫳 fuerte que yo!... Cu嫕do acabarmi angustia?...

Deseando distraerle, Ebn-ul-Jathib se adelanthacia 幨, y con voz
llena de sentimiento, improvisen el metro Basith unos versos, que
comenzaban:
俊us ojos lloran en la triste ausencia
de la que tu alma adora,
cual la del sol, sin luz ni transparencia,
el cielo tambi幯 llora!

侮olvercon la hermosa primavera
del cielo la alegr燰,
y volvera tu pecho placentera
la ventura alg d燰!

Al escuchar la sentida improvisaci鏮 del poeta, Mohammad experiment
grande alivio.

-S tienes raz鏮, Lisan-ed-Din!...-dijo el Sult嫕.-Oigo resonar
dentro de mi ser la voz piadosa de Allah, que me promete ha de llegar el
d燰 feliz en que me sea dado volver a gozar con la presencia de aquella a
quien lloran como perdida mis ojos, la ventura por que mi alma suspira!...
T que has sido confidente de mis ansias locas y de mis alegr燰s en otros
tiempos, tsabes cu嫕to padece mi coraz鏮!... Todo parece asegurarme que
aquella por quien peno ha bajado al sepulcro a los golpes de la venganza;
pero hay en msecretos impulsos que me aseguran que vive!... Si no fuera
as yo tampoco vivir燰!... Nada ha sido suficientemente poderoso para
hacer que la sultana Seti-Mariem declare el lugar donde mandocultarla, y
ni aun sus propios hijos, inocentes, han tenido sobre ella prestigio para
arrancar una confesi鏮 sincera a sus labios!

侮ive, s... Allah, en su inmensa misericordia, no habr燰 consentido
semejante crimen! Vive, y sufre y llora como yo, qui幯 sabe d鏮de!...
Vosotros me hab嶯s ayudado a buscarla por todas partes, y todo ha sido en
vano!... Allah es el Dispensador de todos los beneficios, y en su justicia
espero!... Ensalzado sea su santo nombre!...
S Aixa viv燰. Era cierto.

Encerrada en uno de los profundos silos de la galer燰 subterr嫕ea
descubierta por los cautivos empleados en demoler la casa, la doncella,
con efecto, conducida alldurante el desvanecimiento producido por la
presencia del Pr璯cipe en Bib-ar-Rambla, cuando le juzgaba como todo el
mundo asesinado alevosamente por el hierro de la lanza del pr璯cipe
Bermejo,-deb燰 tambi幯 experimentar igual suerte que la deparada al
Sult嫕, para satisfacer aslos sanguinarios deseos de venganza de
Seti-Mariem, burlada una vez m嫳 por la joven.

Cuando sus ojos, en la tarde que sucedia aquella angustiosa ma鎙na,
pudieron soportar aunque con molestia el resplandor del candil que hab燰
el desconocido colgado de una de las grietas del muro, al penetrar en el
encierro,-fij嫫onse con extra鎑za y curiosidad en aquel personaje, quien
adelantando hacia ella, pronunciaba con voz ronca en sus o獮os las
fat獮icas palabras por las cuales no pudo dudar ya de su destino, ni de
las intenciones con que ante ella aquel hombre se presentaba.

No era cobarde Aixa, y demostrado lo ten燰; no era tampoco su vida lo
que le importaba... Pero la sorpresa fue en ella tan grande, que paraliz
su lengua.

El hombre, sin hacer alto en la impresi鏮 producida por sus palabras,
deslilentamente de su cintura una cuerda larga y recia que enrollada
llevaba, y, como quien se dispone a ejecutar acci鏮 a los ojos del
Alt疄imo meritoria, parecicomplacerse con b嫫bara sonrisa en desplegarla
a la presencia de la at鏮ita joven, por cuyas mejillas, p嫮idas como el
c嫮iz de la camamila silvestre, se deslizaron silenciosamente dos l墔rimas
que se perdieron entre el encaje del al-haryme que cubr燰 su semblante.

-Nada sucede sin la voluntad del Excelso!-dijo con
resignaci鏮.-Ensalzado sea!

-Haces bien, por mi cabeza, en dirigirte a Allah, porque dentro de
poco-replicel hombre-ser嫳 seguramente a su presencia. Aprovecha los
instantes-a鎙dimientras hac燰 con la cuerda un nudo corredizo,-pues son
pocos los que te quedan de vida.

Sin duda esperaba el emisario de Seti-Mariem una explosi鏮 de quejas
y lamentos como respuesta a sus crueles palabras, pues extra鎙ndo por su
parte el silencio de la doncella, suspendisu maniobra, y se volvia la
ni鎙, diciendo con brutal sarcasmo:

-Puedes gritar cuanto quieras, hija m燰. Nadie habrde o甏te, porque
sobre nuestras cabezas corre el Darro, y el murmullo de sus aguas es muy
bastante para sofocar tus gritos.

-No esperes que mis labios se abran para exhalar queja alguna,-repuso
dulcemente Aixa-澳e qume servir燰? Si mi muerte estdecretada, cplase
la voluntad del Se隳r de las criaturas! Estoy dispuesta.

-Pareces valiente, muchacha! Y a fe, que m嫳 que tu conformidad
habr燰 querido que excitaras mi coraje con tus insultos y tus quejidos.
Por la santa ley de Mahoma ( }end璲ale Allah!), que tus ojos son como
luceros de la noche y es l嫳tima que tan pronto haya de apagarse su
lumbre!

Y asdiciendo aquel hombre, corpulento y grande, de recios pu隳s y
de semblante tosco, alarguna de sus manos y con r嫚ido movimiento, que
ni pudo, prever ni prevenir Aixa, arrancde un golpe el al-haryme que
ocultaba desde el nacimiento de la nariz las facciones de la doncella,
exclamando al propio tiempo:

-Eres hermosa como las hur獯s del para疄o!... Tus labios, como la
flor del argovan son rojos y frescos, y tus mejillas parecen el capullo de
una rosa reci幯 abierta... Jam嫳 vieron mis ojos otra como t

Quedun momento suspenso contemplando el rostro de la joven; de sus
manos se deslizaron al hedo pavimento los cabos de la cuerda, y pasando
su gruesa y nervuda diestra por la cara, como para desechar alg mal
pensamiento, retrocedicual herido, vacilante.

Despu廥, se inclinpausadamente y como a pesar suyo al suelo, exhal
un suspiro, y volvia tomar la cuerda, prosiguiendo la operaci鏮
comenzada.

En el estado en que el 嫕imo de Aixa se encontraba, todo aquello, que
era un peligro, hab燰 pasado inapercibido para ella, no acertando tampoco
a hacer movimiento alguno, mientras el hombre, con los ojos bajos unas
veces, fij嫕dolos otras en ella, continuaba su faena, cual si hubiera sido
la cosa m嫳 pesada y sobremanera dificultosa del mundo.

Al fin, dando por terminada su obra, volvia acercarse sin
pronunciar palabra a la joven, y se apoderde sus manos, que ella le
abandonsin violencia; coloc鏀elas a la espalda, paspor las mu鎑cas de
ambas el nudo corredizo, y tircon tal fuerza de la cuerda hacia atr嫳,
que Aixa, sin fuerzas, estuvo a punto de caer al suelo.

-No tengas miedo,-dijo el sat幨ite de Seti-Mariem.-Procurarhacerte
el menos da隳 posible. Pero si tquisieras...-a鎙dideteni幯dose.


-Por ventura, asAllah me abra las puertas del para疄o, 穆uedo yo ya
querer algo en el mundo? -contestAixa.

-S spuedes querer, y tu voluntad, muchacha, ser燰 obedecida por
msin vacilaci鏮...

-熹udices?... No te entiendo...

-Mira,-exclamel desconocido, coloc嫕dose resueltamente delante de
la ni鎙, que temblaba de comprender.-Yo soy un pobre siervo, cuya vida es
de mi se隳ra la sultana Seti-Mariem, a quien Allah proteja! Bien sabes, t
que eres como yo una esclava, que a nosotros no nos toca pensar, sino
obedecer las 鏎denes y los caprichos de nuestros due隳s, sin murmurar
siquiera... He recibido, con amenaza de mi propia cabeza, el mandato de
darte muerte, y he venido a cumplirlo sin importarme qui幯 fueres, porque
en la hora del juicio, yo no ser燰 responsable, como no lo ser燰 este
cuchillo,-prosiguigolpeando el que llevaba sujeto en la faja.-Pues bien,
muchacha, jugarpor ti mi cabeza, si quieres ser mi mujer, y en lugar de
darte muerte y abandonar aqutu cuerpo, huiremos de estos lugares,
huiremos de Granada, y Allah nos protegero me protegerpor haber
salvado una de sus criaturas.. 熹uieres?

-Que Allah te bendiga, hermano m甐!-dijo la doncella realmente
enternecida.-Que Allah te recompense esta bella acci鏮 a que te arrojas
por una pobre mujer a quien no conoces... Pero yo no puedo ser tuya...

-Entonces, muchacha, que Allah me perdone; pero no puedo yo tampoco
desobedecer a mi se隳ra.

Y esto dicho, sujets鏊idamente con la cuerda el cuerpo de Aixa, y
de un impulso la derriben tierra.

Al choque, rebotsobre el pavimento la cabeza de la enamorada del
Sult嫕, y sus labios lanzaron un quejido; pero no pronunciaron una queja.

Despu廥, el esclavo quedose contempl嫕dola un instante, y al cabo,
empu鎙ndo el cuchillo, hizo brillar su hoja, ancha y corva, a la luz
rojiza del candil que iluminaba sombr燰mente el encierro.

ElevAixa a los pies del trono de Allah su pensamiento, evocla
imagen de su amado, por quien iba a morir, y cerrando los ojos se dispuso
a recibir el golpe, recitando mentalmente el xahada: No hay otro dios que
Allah! Mahoma es el enviado de Allah!

-Lev嫕tate, muchacha!-gritcon voz ronca el esclavo.-No seryo
quien te quite la vida en este momento..

-熹uquieres de m-preguntAixa-燕or quno hieres mi pecho?

-Lev嫕tate,-dijo,-y prep嫫ate a seguirme!

-Oh, no! Prefiero morir!

-Por el mismo Sat嫕 el Apedreado, que ya no puedo m嫳!-exclamaquel
hombre incorporando a la fuerza a la doncella.-Tser嫳 m燰!-a鎙di- 俟i
tno puedes entrar por la puerta del amor, dice el adagio, entra por la
puerta del oro.Yo no tengo oro, pero tengo en cambio este cuchillo. Vas
a seguirme... Sque lo har嫳 a la fuerza; pero si gritas, si haces el
menor movimiento, clavarla hoja de este arma en tu coraz鏮 hasta el
pu隳...

Descolgel candil r嫚idamente, abridespu廥 el port鏮, y empujando
a Aixa, h瞵ola caminar por el subterr嫕eo largo trecho, hasta que
tropezaron con los primeros pelda隳s de una escalera.

-澤 d鏮de me llevas?-interrogAixa llena de temor y de angustia.

-Qute importa? No olvides que si gritas, caer嫳 herida por mi
mano... Adelante!

De esta forma, subieron la escalera, y la doncella reconocien
seguida el aposento en que desembocaba. Era la casa aquella en la cual la
implacable Seti-Mariem la hab燰 obligado a escribir al Sult嫕, d嫕dole
cita para la noche anterior en que deb燰 ser envenenado.

Sin detenerse, el esclavo cruzvarias estancias abandonadas, y al
postre, despu廥 de apagar el candil y de arrojarlo al suelo, descorriendo
el cerrojo de una puerta, una bocanada de viento hizo comprender a Aixa
que se hallaba en la calle.

Aspircon deleite y recibicomo una salutaci鏮 halag鎙 aquella
caricia que Allah sin duda le enviaba para fortalecerla, y volvi幯dose al
esclavo, le interrogcon un gesto acerca del camino que deb燰 seguir,
mientras acomodaba sobre el rostro el desgarrado al-haryme.

Indicole el hombre con la mano el camino, y ambos se pusieron en
marcha, ella delante, detr嫳 幨, prevenido y siempre dispuesto.

Era ya de noche, y los acontecimientos ocurridos en Bib-ar-Rambla la
hac燰n m嫳 imponente, pues no transitaba a aquella hora alma viviente por
la ciudad solitaria, a excepci鏮 de las patrullas que la recorr燰n.

Siguiendo la cintura de murallas que rodeaba la poblaci鏮 tuvo la
fortuna el esclavo de que no estorbase a deshora sus prop鏀itos nadie; y
as sin hacer alto en parte alguna, condujo a la doncella a uno de los
barrios m嫳 apartados de Granada, y llamando a una casa de miserable
aspecto, h瞵ose abrir la puerta, y penetraron ambos dentro.

Por el camino Aixa hab燰 reflexionado. Intenciones tuvo al principio
de llamar en su auxilio, para que el esclavo, cumpliendo su palabra, la
libertase de la vida, pues no esperaba volver a gozar ventura en el mundo
lejos de su amado; pero luego, ocurriole la idea de que viviendo, lucir燰
para ella al fin el d燰 en que habr燰 de serle dado reunirse con el
Sult嫕, burlando con la protecci鏮 del Misericordioso los brutales deseos
de aquel hombre. Llevando 廥te al que le hab燰 franqueado la entrada, a
uno de los extremos de la reducida estancia que, alumbrada por miserable
candil de barro, embarazaban de todos lados distintos aperos de labranza y
fardos de diverso tama隳 y forma,-hablcon 幨 en voz baja algunos
momentos, y volvial lado de la joven, mientras el otro desaparec燰 por
una puerta abierta en el fondo de la sala.

Poco despu廥 volv燰 de nuevo, y a una se鎙 suya, el esclavo empuja
Aixa delante de s y salieron otra vez a la calle.

Esper墎ales all ya enjaezada, una cabalgadura; y montando en ella
de un salto el siervo de Seti-Mariem, extendir嫚idamente los brazos, y
con un movimiento vigoroso y de que 幨 solo parec燰 capaz, cogia Aixa
por la cintura, y a pesar de sus protestas, la montsobre el arz鏮
delantero, aguijando al propio tiempo al animal, que emprendien las
sombras veloc疄ima carrera.

Los soldados que guardaban Bib-Bonaita le vieron pasar como una
exhalaci鏮, y bien pronto desaparecipor el camino de Atarfe.

Aixa viv燰 pues, era cierto; pero viv燰 lejos de Granada, e ignoraba
cuanto hab燰 sucedido desde el momento en que perdiel sentido en
Bib-ar-Rambla.

Al caer la tarde de aquel d燰, cesla lluvia, y el tiempo pareci
serenarse. El Sult嫕, triste como siempre, se recogia sus habitaciones,
y allsolitario abandonose a su dolor, invocando el auxilio de los
cielos, mientras la sultana Seti-Mariem, encerrada en uno de los fuertes
torreones de la Alhambra, y echando en 幨 de menos la libertad, no s鏊o no
hab燰 desistido de sus proyectos sanguinarios, sino que excitado su
coraje, m嫳 que nunca anhelaba el momento de la venganza, que ve燰 siempre
como el ico medio de saciar sus ambiciones, exaltando hasta el trono su
descendencia.

La soledad en que viv燰 y el aislamiento a que su propia impaciencia
y su car塶ter la hab燰n reducido, eran para ella m嫳 crueles, m嫳
intolerables que la misma muerte. Privada de toda clase de noticias,
devoraba en el estrecho recinto de la prisi鏮 la rabia de su impotencia,
renegando de su destino y de su suerte, invocando en ocasiones, y como si
el Se隳r de ambos mundos pudiera escuchar ben憝olo sus slicas, la
protecci鏮 de Allah para vengarse del Sult嫕 de Granada, a quien entre
horribles amenazas y juramentos maldec燰 sin tregua, y a quien, para m嫳
martirizarle, hab燰 resistido siempre, ocult嫕dole que en su encono hab燰
mandado dar a Aixa la muerte.

Tambi幯 hab燰n para ella transcurrido aquellas cuatro lunas entre
angustias sin l璥ites, que exaltaban su cerebro debilitado por la c鏊era y
obscurec燰n su raz鏮; y con la luz de cada d燰, hab燰n sus ojos visto
apagarse y desvanecerse al par una de aquellas locas esperanzas que la
sosten燰n. En vano pretend燰n inquirir sus miradas, contemplando el
horizonte, los acontecimientos que pod燰n halagar su envenenado coraz鏮,
satisfaciendo sus deseos y sus instintos sanguinarios, pues cerrado por
todas partes, se ofrec燰 indiferente para ella; en vano intentseducir a
sus guardianes: no parec燰 sino que era sonada la hora de la justicia
divina, y que por decreto del mismo Allah hab燰 para siempre descendido a
las lobregueces del chahanem, donde era consumida por el fuego eterno.

Desde el estrecho ajimez de la torre en que permanec燰 prisionera, su
inquieto esp甏itu la condenaba a escuchar anhelante cuantos ruidos, vagos
y confusos, de la ciudad llegaban hasta ella, y en cada uno cre燰
sorprender y distinguirla se鎙l apetecida del triunfo conseguido por los
parciales de su hijo Isma螿; pero en balde eran su exaltaci鏮 y sus
afanes. Granada no parec燰 acordarse de ella, y, grano de arena en el
desierto, su desaparici鏮 y la del pr璯cipe Bermejo no hab燰n sido notadas
m嫳 que por los mismos a quienes pod燰 interesar para sus planes la ruina
de Mohammad.

Pose獮a entonces de salvaje furor, mesaba sus cabellos, se ara鎙ba el
rostro, y convulsa y fuera de s renegaba de los hombres, invocando los
esp甏itus infernales, por cuya intercesi鏮 y con cuyo auxilio, pensaba
conseguir sus designios reprobados.

Asida febrilmente a los hierros del ajimez, suelto el cabello, ralo y
ceniciento; en desorden sus vestiduras, y pintada en el semblante la
repulsiva ansiedad que la impulsaba; exaltada como nunca hasta el delirio,
y presa de inquietud extra鎙,-hall墎ase a la saz鏮 la sultana Seti-Mariem
aquella misma tarde del 16 de Rabial-agual en que el Pr璯cipe de los
fieles, desfallecido, se retiraba a sus aposentos propios, buscando en la
soledad consuelo a sus dolores.

La lluvia hab燰 cesado de golpear con triste monoton燰 los muros
rojizos de la torre en que Seti-Mariem se encontraba; pero el cielo estaba
obscuro y medroso, y el viento, huracanado y fr甐, penetraba violentamente
en el interior de la prisi鏮, estrell嫕dose con furia contra las paredes
desnudas del aposento, que parec燰n gemir al rudo embate.

Ning humano ruido turbaba el espantable silencio de la noche,
escuch嫕dose s鏊o el rumor constante del viento, que al precipitarse desde
la altura y como rechazado desde ella, semejaba, ya el revuelto vocer甐 de
un pueblo entero levantado en tumulto, ya mil quejas confusas, apagadas
por el continuo fragor de aquella tormenta que fing燰, ya el estruendo de
las armas, al chocar en terrible lucha, y ya, por timo, el estr廧ito
horroroso de alguna fortaleza, desplomada al empuje de las m嫭uinas de
guerra.

Dominada por la influencia de su propio delirio, por aquellos sue隳s
de exterminio que en su calenturienta imaginaci鏮 forjaba, escuchaba
Seti-Mariem afanosa, sin apartarse del ajimez, recibiendo en el rostro,
contra獮o y macilento, los golpes repetidos del hurac嫕, y cada r塻aga
arrancaba a sus labios una exclamaci鏮 de lastimosa alegr燰.

-Triunfan!-dec燰-熹ume importan estas rejas, si Allah me permite
gozar del espect塶ulo, si el viento trae hasta m como fiel emisario, el
eco jubiloso de la victoria?

Y volv燰 a escuchar con mayor insistencia, pretendiendo sondear sus
ojos extraviados las sombras, cada vez m嫳 obscuras, de la noche.

Embebida en tales pensamientos, permanec燰 la desventurada como fuera
de la realidad, y no pudo o甏, desde el lugar en que se hallaba y a trav廥
de los gritos del vendaval y de sus propias quimeras, que la puerta de su
prisi鏮 se abr燰 volviendo a ser cerrada, y que una sombra, m嫳 bien que
un ser, penetrando hasta all se mostraba indecisa y silenciosa,
sobrecogida de espanto, al lado suyo.

La obscuridad era, con efecto, tan profunda en el interior de la
torre, que con dificultad habr燰 sido a ojos humanos posible distinguir el
misterioso compa鎑ro que la casualidad acaso deparaba a la sultana.

Asida como siempre a los hierros del ajimez, y sin haber advertido
nada, suspend燰 廥ta la respiraci鏮 anhelante, temerosa de perder el menor
detalle de aquellos sucesos quim廨icos, nacidos de su propia fantas燰.

-Y no vienen!-exclamaba en voz alta con sensible desaliento.-璣 han
de ser eternas para mlas tinieblas y la soledad que me rodean?... La
embriaguez del triunfo 窺ertal, por mi cabeza, que me olviden?...! No!
No era posible! a鎙d燰 a cada nueva bocanada de viento.-No era posible!...
Ya escucho el rumor de sus voces!... Me llaman... Ya vienen...

Y aplicando los labios, tr幦ulos y ardorosos, a la reja, gritcon
todas sus fuerzas:

-·or aqu... Por aqu Salvadme!

Rel嫥pago veloz cruzel espacio, alumbrando sombr燰mente la torre, y
Seti-Mariem al contemplarle, exclamgozosa:

-Oh! Ya est嫕 aqu La luz de sus antorchas ha iluminado las sombras
de la noche! No pod燰n olvidarme! Los he visto! Que la bendici鏮 de Allah
sea sobre ellos!

No si幯dole dable contener su alegr燰, comenza recitar algunos
vers獳ulos del Cor嫕, dej嫕dose caer de rodillas.

Como obedeciendo a una consigna, cesde pronto el alborotado rumor
del viento; no se o燰 ya los silbidos del hurac嫕 al azotar con sus cien
invisibles manos los muros de la torre y las descarnadas ramas de los
嫫boles. Mortal silencio sucedial estr廧ito de la tormenta, y
Seti-Mariem, sorprendida por aquella repentina calma, corria la puerta
de la prisi鏮, aplicando con ansiedad creciente el o獮o a la cerradura.


El mismo silencio, lubre e imponente, reinaba en el interior de la
torre, cual si la naturaleza, cansada de aquel rudo combate de los
elementos, hubiese ca獮o en febre aton燰.

Pero despu廥, y pasado aquel momento de inesperada tregua, volv燰se a
escuchar la voz de la tormenta: bramcon nuevos 璥petus el viento,
menudearon c嫫denos y espantables los rel嫥pagos, y el trueno llen
formidable el seno de las nubes, retumbando en el espacio, y despe鼁ndose
por los montes con fragoroso estruendo.

Desalentada, temblorosa, sin fuerzas y postrada, la sultana abandon
lentamente su posici鏮, y fue a sentarse sobre el suelo, ocultando su
rostro entre las manos.

-•ra un sue隳!-exclamcol廨ica.-Ilusi鏮 de mi deseo! Todo mentira!

Levant嫕dose a poco, y cual impulsada por secreto instinto, se
dirigide nuevo al ajimez por entre cuyos cruzados hierros penetraba a
torbellinos el hurac嫕 revuelto con espesas gotas de agua.

Al mismo tiempo, y m嫳 intenso que los anteriores, rasglas negruras
de la noche la luz rojiza de un rel嫥pago, iluminando r嫚idamente el
aposento; a su fulgor, fugaz e incierto, sobre el fondo obscuro de
aquellas paredes, vio Seti-Mariem destacarse la figura silenciosa y muda
del misterioso compa鎑ro que hab燰 contemplado con estupor y sin moverse
sus pasados extrav甐s, y hab燰 sorprendido sus vanas esperanzas de un
momento.

Retrocediespantada, y con agitaci鏮 indecible se refugien uno de
los rincones de la estancia.

La sombra, en tanto, avanzcon lentitud hacia ella, y poniendo una
de sus manos sobre la sultana, permanecicomo indecisa y en silencio.

-熹ui幯 eres?-exclamaterrada Seti-Mariem al contacto de aquella
mano.

Y como no obtuviese respuesta, animada por su propia exaltaci鏮, y
dudando de sus sentidos, se irguisoberbia la sultana, extendilos
brazos, apoylas manos en los hombros de aquella especie de fantasma, y
procuren las sombras distinguir su semblante.

-熹ui幯 eres?...-volvia preguntar, mientras el resplandor de los
rel嫥pagos, que sin interrupci鏮 se suced燰n en medio del desconcertado
resonar del trueno, favoreciendo sus designios, le permiticontemplar con
asombro en las del desconocido personaje, las facciones de Aixa, que
aparec燰n ante sus ojos iluminadas a aquella lumbre fugitiva de modo
sobrenatural y extra隳.

Fr甐 sudor inundla frente de la madre de Isma螿; sus manos se
deslizaron de sobre los hombros de la joven; sus brazos cayeron
pesadamente a lo largo del cuerpo, y como si hubiese visto una visi鏮
horrible, pretendiretroceder aun a trav廥 de los muros en que se
apoyaba.

-,parta!... Aparta!-gritfuera de scon voz ronca y
sofocada.-Malak-al-maut se ha apoderado ya de ti, y ha separado tu cuerpo
de tu alma!... Aparta!...

Pero la sombra continuinm镽il.

-S-prosiguila sultana cobrando aliento y exasperada por aquel
mutismo.-Yo manddarte la muerte! La espada de la justicia armmi
brazo... Yo te odiaba, te aborrec燰, porque amabas al Sult嫕, y porque tu
amor imb嶰il fue siempre obst塶ulo para minvencible! Y si otra vez
tuvieras vida, otra, y cien veces m嫳, te dar燰 muerte!

-Pero 穌uquieres?... 熹upretendes de m... 熹ues lo que aqu
haces?...-continu-燕or quhas abandonado, maldita, perdida, hija de
perdida, por quhas abandonado las sombras del infierno donde te sumergi
mi c鏊era?... No te ha consumido el fuego del infierno?... 熹u
intentas?... 熹udeseas?...

-No, sultana!-dijo al fin Aixa.-No me dieron muerte tus infames
servidores! No he abandonado las sombras espantables del infierno, ni el
fuego eterno me ha consumido tampoco! Estoy viva!

-–iva!...-rugiSeti-Mariem.-Y 築ienes a gozarte, engendro vil del
demonio, en tu triunfo?... 燄ienes a vengarte?... •st嫳 en tu derecho!
Mira, s mira tu obra! Compl塶ete en ella!

Y al pronunciar estas palabras, adelantresuelta hasta Aixa, y
asiendo con furor uno de sus brazos:

-Pero no!-a鎙di-Est嫳 en mi poder, y ahora, juro a Allah por la
cabeza de mis hijos que no habr嫳 de escaparte! Vas a morir, esclava,
porque a tiene fuerzas mi odio para arrancarte la ruin existencia!
Llena de feroz encono, mientras con la siniestra mano manten燰 sujeta a
Aixa, buscentre sus ropas destrozadas Seti-Mariem con la derecha un
arma, esgrimiendo en las sombras un cuchillo, agudo y fino, que hab燰
logrado ocultar de sus guardianes.

Ante aquella explosi鏮 de odio, Aixa retrocedia su vez amedrentada.

-澦uyes?... 。obarde!... Ni aun tienes valor para morir!-exclamla
sultana avanzando amenazadora.

-Te equivocas, sultana,-repuso Aixa con resoluci鏮 y deteni幯dose.-Yo
no te buscaba; pero Allah, que es el m嫳 sabio, Allah que todo lo dispone
y determina a su arbitrio, ha inspirado sin duda a las gentes que me han
conducido a este lugar, para demostrarte con mi presencia inesperada que
sobre la voluntad de las criaturas estla voluntad santa y poderosa del
Eterno, el Inmutable, el Misericordioso, el Justo! Ensalzado sea! Aqume
tienes pues, a pesar tuyo... Aquestoy, a fin de que de una vez para
siempre, acabe la horrible persecuci鏮 que contra la vida de mi se隳r y
due隳 el Sult嫕 (,llah le proteja!) manten嶯s ty los tuyos inicuamente!
Aquestoy, s y ya que tlo quieres, ya que no hay en ti nada de
humano, dispuesta me hallo a vengarme, porque amo tanto al Amir de los
muslimes como te aborrezco a ti! Te hab燰 perdonado, creyendo no volver a
verte; pero ahora es tu vida lo que quiero, pues eres implacable, como
quiero el exterminio de los tuyos! No estoy ya en tu poder! No soy tu
esclava! He recobrado mi libertad, y nada hay que contenga mi lengua!
Gu嫫dete Allah de acercarte un paso m嫳 a m porque morir嫳 a mis manos,
y tu sangre me repugna: tu sangre pertenece al verdugo!

Aunque las palabras de la joven hab燰n producido honda impresi鏮 por
lo inesperadas y lo en廨gicas en Seti-Mariem, dio 廥ta sin embargo un paso
en la obscuridad hacia Aixa, de modo que sus alientos se confundieron; y
entonces, fuera de sla enamorada del Pr璯cipe, asicon violencia a la
sultana y sin grave esfuerzo logrdesarmar su brazo.

Horrible fue la lucha que, en medio de las sombras, entre el rumor
medroso de la tormenta, se trabentre aquellas dos mujeres, exasperadas,
locas, febriles y descompuestas.

El fugitivo resplandor de los rel嫥pagos, como una sonrisa del
infierno, iluminaba de vez en cuando la escena, y sobre el fragor de la
tempestad, destacaban sus gritos salvajes y enfurecidos, y el ruido de la
respiraci鏮 jadeante de ambas criaturas.

Las palabras de odio, las frases insultantes e injuriosas, las
exclamaciones de rabia que sal燰n de sus labios como saetas envenenadas,
apagaban con infernal estr廧ito el estruendo de la lucha que entre s
manten燰n fuera los elementos desencadenados en el espacio, y resonaban
fat獮icas en las concavidades de la torre.



- XVIII -


SIN que ninguna de ellas hubiese podido percibir rumor alguno,
abriose de pronto la puerta del aposento, y la luz de un candil, tr幦ula y
humeante, alumbrd嶵ilmente aquella extra鎙 escena, al mismo tiempo que
un hombre, cubierto por recio capote oscuro, penetraba en la torre seguido
de otros dos, que se colocaron a su espalda, y uno de los cuales llevaba
el candil en la mano.

La rojiza claridad de aquella luz vacilante, que la fuerza del viento
combat燰, s鏊o permitial reci幯 llegado distinguir en el primer momento
en uno de los rincones de la estancia el bulto informe que formaban ambas
mujeres, agit嫕dose furiosas en el suelo.

Aproximose a ellas r嫚idamente; y cuando sus ojos, merced a la
incierta lumbre del candil, reconocieron a aquellas dos criaturas, una
exclamaci鏮 de sorpresa se escapde su pecho, y sin ser poderoso a
contenerse, se arrojsobre el grupo que, a revueltas, formaban
Seti-Mariem y la enamorada del Sult嫕, separ嫕dolas con un movimiento
vigoroso.

-,ixa!-grit tomando entre sus brazos el cuerpo de la joven y
contempl嫕dola con ansia.

La pobre ni鎙, destrozadas las vestiduras, mostraba al descubierto el
seno ensangrentado; sus brazos cayeron autom嫢icamente en virtud de la
inercia, y en sus manos, crispadas todav燰, reten燰 la hoja de un
cuchillo, en tanto que sus ojos se cerraron en silencio.

Por su parte la sultana hab燰 logrado incorporarse, aunque no sin
trabajo; en sus manos, llenas de caliente y rojiza sangre, brillaba la
afilada gum燰 que hab燰 sacado de entre sus ropas y esgrimido contra Aixa,
y encar嫕dose con el desconocido que permanec燰 inm镽il, grit asi幯dole
violentamente por las haldas del capote:

-Ahla tienes!... Tuya es!... Cu幯tale ahora tus angustias y tus
penas! Dile ahora una vez m嫳 cu嫕to la amas, y que no vives si no aspiras
su aliento!... Ja! Ja! !mb嶰il!... Mira mis manos, llenas de sangre! Es
su sangre! La sangre de Aixa! Su coraz鏮 no late ya! La he muerto, y soy
feliz!... Soy feliz, y me da l嫳tima de que t el autor de mis desdichas,
no lo seas tambi幯! Pero aguarda: voy a reunirte con ella, y lo ser嫳!

Y antes de que el Sult嫕, pues 幨 era aquel hombre, pudiera evitar la
sa鎙 de semejante furia, su madrastra, intentclavar 廥ta en el pecho del
mancebo el arma homicida, y a manchada con la sangre de Aixa.

Abu-Abd-il-Lah segu燰, sin embargo, impasible y como extra隳 a todo,
contemplando el rostro p嫮ido de su amada; dos l墔rimas de fuego, que no
pudo contener, cayeron de sus ojos sobre el seno de la doncella. Ni
siquiera oylas odiosas palabras de aquella otra mujer que le aborrec燰
de muerte, y que al acercarse a 幨 para herirle a mansalva, se detuvo como
herida del rayo, tr幦ula, con los ojos desmesuradamente abiertos y fija la
pupila en un amuleto de plata que los desgarrones de la tica de Aixa
descubr燰n sobre el antebrazo izquierdo de la ni鎙, ca獮o en toda su
longitud, y sobre el cual daba de lleno la luz del candil en aquel
instante.

Como si cuanto delante de ella ten燰, fuese una quimera, la sultana,
dejando caer el arma, se llevambas manos a los ojos para despertar y
desterrar lo que juzgaba pesadilla. Al cabo, convencida de la realidad,
abalanzose loca de terror al cuerpo de Aixa, sin que nadie pudiera impedir
ninguno de sus movimientos por su misma rapidez, y cogiendo fren彋ica el
brazo de la doncella, oprimitemblorosa el amuleto, y a su vista
extraviada, apareciya amarillento un papel en varias dobleces.

-?ija m燰!-grital mirarlo y reconocerlo, mes嫕dose con
desesperaci鏮 los cabellos.-Y he sido yo! Yo, tu madre, aquella a quien
con tanto af嫕 buscabas! Aquella por quien viniste a Granada, quien te ha
muerto! La maldici鏮 de Allah sea sobre m

Y tomando el cuchillo que ten燰 empu鎙do a la crispada mano de
Aixa, alz嫮e sobre su propio pecho, y lo hundien 幨 con furia repetidas
veces, antes de que los dos hombres de armas que acompa鎙ban al Sult嫕,
pudieran evitarlo.

Ni un solo grito salide sus labios: dio dos o tres pasos entre
aquellos soldados, y caypesadamente en tierra, arrojando un ca隳 de
negra y humeante sangre por la boca.

Estaba muerta.

El espacio de tiempo necesario para parpadear, hab燰 bastado al
desarrollo de aquella escena, de que el Sult嫕 no pudo en realidad
enterarse, embebido como estaba en sus propios sentimientos; pero al o甏
el golpe seco producido por el cuerpo de Seti-Mariem al caer desplomado,
busc嫫onla sus ojos, y distingui幯dola cad嫛er lanzun grito de horror y
retrocedilleno de espanto, abandonando la torre, siempre con el precioso
fardo que estrechaba contra su pecho con pasi鏮, y cual temeroso de que
alguien se lo arrebatara.

De esta suerte, y seguido de los soldados que le alumbraban,
descendila angosta escalera, y llegal piso bajo de la torre, sin que
el cuerpo de Aixa hubiera perdido su rigidez, ni hubiera hecho el menor
movimiento.

All pose獮o de profunda agitaci鏮, y herido por la m嫳 horrible de
las sospechas, ante la inmovilidad de su amada, sintidesfallecer el
coraz鏮, y acercsus labios ardientes a los descoloridos labios fr甐s de
la doncella, como si con su aliento quisiera devolverles el calor perdido.


-Oh poderoso Allah! pensaba bajo la presi鏮 de aquella duda que
destrozaba sus entra鎙s.-激strechar嫕 mis brazos un cad嫛er?... 激star
por ventura, muerta?... ﹐uerta! Y habrsido esa mujer, su madre, el
instrumento maldito del demonio, quien la ha privado de la vida! Ser燰
horrible! No puede ser! Allah, en su misericordia infinita, no puede haber
consentido que yo encuentre a la que adoro, para entregarme s鏊o su cuerpo
inerte!

En su angustia, inclincon un movimiento r嫚ido la cabeza, y aplic
sobre el seno desnudo de la joven el o獮o. Tras breve momento de ansiedad,
que se pinten su semblante, un rayo de alegr燰 brillen sus ojos.

Viv燰! D嶵il, lenta y dificultosamente, lat燰 el coraz鏮 de la
doncella, pero lat燰, y esto era lo que el Sult嫕 deseaba saber
ardientemente y sobre todas las cosas.

Volvia repetir la prueba, y convencido al cabo, en su transporte
posde nuevo los labios sobre los entreabiertos de Aixa, depositando en
ellos apasionado y largo beso.

-Bendito sea Allah!-exclamen voz alta sin poder contenerse.-Bendita
sea su clemencia!

Despu廥, cubriel cuerpo de la joven con las amplias haldas de su
propio capote, y dirigi幯dose a los soldados que permanec燰n mudos de
emoci鏮 y de respeto,

-Agua!-grit-Agua pronto!

Mientras uno de aquellos hombres se apresuraba a obedecerle, puso el
Amir en tierra una rodilla, y haciendo sobre ella descansar la descolorida
cabeza de su amada, contemplola a la luz del candil un instante, y luego,
humedeciendo una de sus manos en la vasija que le hab燰n aproximado, roci
con ella varias veces el rostro de la ni鎙.

La impresi鏮 del agua fr燰 produjo al fin su efecto, y Aixa abrilos
hermosos ojos para volver a cerrarlos en seguida.

Abu-Abd-il-Lah la contemplaba anhelante. Conten燰 sol獳ito la
respiraci鏮, y no se atrev燰 a pronunciar palabra, temeroso de producir
con su acento alguna perturbaci鏮 a su adorada, de quien tan largo tiempo
hab燰 estado separado, y a quien encontraba de improviso de modo tan
extra隳 en aquel paraje, cuando menos lo esperaba.

Tornsegunda vez a abrir los ojos la bella Aixa, m嫳 bella a por
la palidez interesante de su rostro, y su mirada se fijentonces
interrogadora en el rostro del Pr璯cipe.

Guard廥te silencio, y mientras 幨 la miraba con arrobamiento, ella
ensayuna sonrisa encantadora.

-Bien m甐!-exclamal postre con voz d嶵il, enlazando sus desnudos
brazos al cuello del Sult嫕.-Oh! No es un sue隳! S Eres t Qufeliz
soy!

-Aixa!-gritMohammad estrech嫕dola contra su pecho.-Al fin est嫳 a
mi lado!... Allah, compadecido de mis tormentos, te ha tra獮o otra vez a
m y ahora es para no separarnos jam嫳!

-S Jam嫳! Porque para mno hay dicha ni felicidad posibles fuera
de tu cari隳!-murmurla joven con acento conmovido.-Pero-a鎙dies
extra隳! 燕or qumis manos est嫕 llenas de sangre?

Vacilaba el Sult嫕 en dar respuesta a tal pregunta; pero al propio
tiempo se incorporaba Aixa, y al pasear sus miradas por el aposento,
esclarec燰se su memoria y lanzun grito.

-Todo lo recuerdo!-exclamcon horror.-Seti-Mariem!... 澳鏮de est
esa mujer, enemiga de mi ventura?...-a鎙disin advertir a el desorden
de sus ropas, y queriendo dirigirse a la escalera que guiaba a los
departamentos altos de la torre.

-Detente!-dijo Abd-ul-Lah procurando contenerla.-Nada tenemos tni
yo que ver con el pasado. Allah, el Misericordioso, ha dispuesto ya de la
vida de esa mujer, y nada tampoco tenemos que temer de ella... Que Allah
la haya perdonado!

-澦a muerto...?

-S ha muerto!-repitilubremente el Pr璯cipe.-La justicia de
Allah armel brazo de Seti-Mariem, y ella misma se ha dado la muerte!

-Tienes raz鏮, Pr璯cipe m甐-respondiAixa.-Que la indulgencia de
Allah le haya perdonado sus culpas, como yo de todo coraz鏮 la perdono!

Y en tanto que asdec燰 con acento sincero, el Sult嫕 colocaba sobre
los hombros de su amada el capote que hab燰 tra獮o, y 幨 tomaba uno de los
albornoces de los soldados que daban guardia en la torre, disponi幯dose
felices y dichosos ambos a abandonarla.

Precedidos de dos hombres con antorchas encendidas, y aprovechando un
momento en que la lluvia cedialg tanto, Abu-Abd-il-Lah y Aixa, del
brazo una del otro, cruzaron con paso r嫚ido la distancia que separaba del
alc嫙ar aquella parte de las fortificaciones de la almedina, y llegaban a
la morada maravillosa de los Jazrechitas sin inconveniente alguno; ella
con el coraz鏮 palpitante de alegr燰, y 幨 inundado de placer inefable.


All bajo los techos de brillantes estalactitas deliciosamente
iluminados por hermosos orbes de cristal, que recreaban la vista; en medio
de aquellas fant嫳ticas labores esmaltadas que bordaban los muros; sobre
aquellos esca隳s voluptuosos; en aquella mansi鏮 creada por los genios
para el amor, ambos j镽enes, como fascinados, no apartaban la vista de sus
rostros, en los cuales se pintaba la vehemente pasi鏮 que pose燰 su
esp甏itu.

All respirando el ambiente perfumado y tibio que desped燰n en
aromosas espirales dorados pebeteros, mientras el Sult嫕, dando al olvido
todas sus pasadas zozobras, todos sus dolores y todas sus angustias,
atend燰 sol獳ito a resta鎙r la sangre del ligero rasgu隳 producido por el
arma de la sultana Seti-Mariem en el seno virginal de su enamorada, ella,
cediendo a los deseos del Pr璯cipe, con voz cari隳sa y grave, le refer燰
cuanto hab燰 sufrido lejos de 幨 en las cuatro lunas transcurridas,
despu廥 de descubrirle los planes y las maquinaciones de la madre de
Isma螿, que no sab燰 ni supo nunca era tambi幯 su propia madre.

-Quiso Allah-dec燰 la doncella-que cuando el esclavo de la sultana
(h嫝ala Allah perdonado!) cruzla puerta llamada cual despu廥 supe de
Bib-Bonaita o de la banderola, no encontrase dificultad alguna en su
camino; y bien que transida de inquietud y llena de indignaci鏮 por la
alevos燰 de aquel hombre, tuve que resignarme, y entre sus brazos, al
correr de la yegua entre las sombras, al cabo de no scu嫕tas horas de
marcha, llegamos a una alquer燰 de poca importancia, situada no lejos de
Cala漮-ben-Yahsob de quien depend燰, ya en la frontera de tu reino, oh
Sult嫕 y due隳 m甐!

聞urante el viaje, el esclavo no cesde dirigirme frases apasionadas
que demostraban cu嫮es eran sus intenciones-, pero por la misericordia del
Todopoderoso, no se propasconmigo a cosa alguna, guard嫕dome todo g幯ero
de consideraciones. En la alquer燰, encamin嫳e sin vacilaci鏮 a uno de los
miserables edificios allconstruidos, donde viv燰 un hermano suyo,
pastor, y haci幯dose reconocer por 幨, contole c鏔o se hab燰 fugado de
Granada y del poder de Seti-Mariem, y c鏔o, encargado de darme muerte, se
hab燰 enamorado de my me hab燰 arrebatado, con prop鏀ito de hacerme su
esposa, con lo cual, me obligaron a reunirme con la mujer de aquel hombre,
a cuyo lado he permanecido hasta esta ma鎙na, oculta a los ojos de todo el
mundo, y sin que nadie en la alquer燰 tuviera conocimiento de mi
existencia.

聚n la imposibilidad de hacer nada, y con la intenci鏮 decidida de
aprovechar la primera ocasi鏮 favorable para huir de all fingacceder a
los deseos de mi raptor, pensando siempre en lo amargas que ser燰n para ti
las horas, sin tener noticias m燰s; as buscando pretextos siempre para
dilatar mi matrimonio con aquel hombre, a quien deb燰 la vida y a quien
deb燰 tambi幯 gran nero de consideraciones, han transcurrido cuatro
lunas, cuatro lunas mortales, sin que en mi dolor hallase otro consuelo
que el de saber que tviv燰s y que Allah te hab燰 preservado de las
traidoras asechanzas de tus enemigos.

翠l fin, estrechada de todos lados, quedpara ma鎙na se鎙lado el d燰
en que deb燰mos presentarnos al cadhpara celebrar el matrimonio. Puedes,
t mi se隳r y mi Pr璯cipe querido, comprender cu嫮 habr燰 de ser mi
desesperaci鏮; los proyectos que formar燰 para escapar de aquel lugar
odioso; la fe con que invocar燰 el auxilio de Allah en trance
semejante!... Quise con nuevos pretextos dilatar m嫳 a la ceremonia;
pero todo fue en balde, y, loca, sin fuerzas, perdida toda esperanza, este
mediod燰 salimos con direcci鏮 a Granada, donde mi raptor quer燰 traerme
para hacer la compra del ajuar, seguro ya de que no ser燰 reclamado por
nadie, porque hasta aquel rinc鏮 de tu reino hab燰 llegado el eco de la
prisi鏮 de la sultana y del destierro del pr璯cipe Abu-Sa蟂.

翠compa鼁bannos el hermano y la mujer de 廥te; y al caer la tarde,
lleg墎amos a las puertas de la ciudad, habi幯dosenos incorporado la recua
que conduc燰n unos trajinantes, a quienes encontramos en el camino, por el
cual avanz墎amos con dificultad, a causa de la tormenta. En aquel momento,
arrecitanto la lluvia, que las bestias que nos conduc燰n se negaban a
andar; y como hall嫳emos cercanas las ruinas de una Zaga, a ella nos
acogimos todos, esperando que cesara de llover para entrar en Granada.
Ignoro, sin embargo, quhubo de ocurrir entre el esclavo mi raptor y uno
de los trajinantes, pues comenzaron a disputar, sacando ambos los
cuchillos; tomaron en la disputa parte el hermano del esclavo y los otros
trajinantes, en defensa de su compa鎑ro, y siendo 廥tos en mayor nero,
cayeron sobre los dos hermanos, sin hacer caso de sus gritos. Juzgando el
momento propicio, aunque la lluvia continuaba con creciente estr廧ito,
aprovechla ocasi鏮 de hallar a mis raptores empe鎙dos en tal y tan
inesperado trance, y echa correr en direcci鏮 a Granada, cubierta de
agua y de barro, como a lo estoy, logrando al cabo penetrar por
Bib-Elbira, con 嫕imo de no detenerme, oh Pr璯cipe m甐, sino en tu alc嫙ar
de la Alhambra, y cuando estuviese fuera de todo riesgo al lado tuyo.

翠 no hab燰 por completo anochecido; y segura de no haber sido
seguida, como cesara de llover un momento, segula calle larga y tortuosa
de Elbira, crucel Darro, y me dispon燰 ya a trasponer Bib-Aluxar, cuando
los guardias que custodian esta entrada de la fortaleza me detuvieron
tom嫕dome por una vagabunda. En vano fueron mis slicas, en las que
pronuncitu nombre, en vano mis ruegos, mis l墔rimas y hasta mis
promesas: apoderados de mi persona, los guardias me condujeron a una de
las torres del recinto fortificado de la almedina, para entregarme al
Prefecto de la ciudad al d燰 siguiente.

翠l penetrar en el encierro, donde las sombras parec燰n haberse
condensado, me dejcaer en el suelo rendida de fatiga, y aspermanec
alg tiempo sin moverme, entregada a la alegr燰 de haberme salvado y al
dolor a la par de no haber podido llegar hasta ti, como deseaba... Pero al
fin, estaba en Granada, estaba libre de mis perseguidores, cerca de ti, y
nada ten燰 que temer por tanto para en adelante, porque la luz del nuevo
d燰 habr燰 seguramente de poner t廨mino feliz a todas mis angustias, pues
contaba con que, al pronunciar tu nombre, el Prefecto me conducir燰 a tu
presencia. Entre el ruido del vendaval y de la tormenta, que tornaba a
rugir amenazadora, y en medio de las tinieblas que me envolv燰n, llena al
principio de sobresalto, advertque no me hallaba sola en la torre; y con
inquietud y asombro dolorosos, escuchextra鎙s voces cerca de m que
denunciaban la presencia de un ser, de una mujer, cuya raz鏮 extraviada
divagaba por los espacios imaginarios en singular delirio, que hubo de
llamar mi atenci鏮, y que despertal cabo mis sospechas, respecto de la
persona a quien la suerte me daba en la prisi鏮 por compa鎑ra. A la luz
r嫚ida de los rel嫥pagos, que se suced燰n con aterradora frecuencia, mis
dudas se esclarecieron, pues asida a los hierros de la ica ventana que
hab燰 en la torre, llamando a los suyos con desesperaci鏮, y so鎙ndo en el
triunfo de sus perversos planes contra, ti, como siempre,-pude reconocer
la sultana Seti-Mariem, en tal estado que inspiraba horror y l嫳tima.

膂e aproxima ella por impensado impulso compasivo; pero al
reconocerme por su parte, al convencerse de que no era sombra evocada de
la tumba por su exaltada fantas燰, fantasma vano de su imaginaci鏮
extraviada; al persuadirse de que no estaba muerta, cual supon燰, fue tal
y tan espantosa la c鏊era de que se hallpose獮a contra m que
abalanz嫕dose como una furia, y profiriendo horribles amenazas, pretendi
herirme en el paroxismo de su coraje, poni幯dome en el caso desesperado de
defenderme.

蓉sabes, oh se隳r y due隳 m甐 amado, lo que despu廥 ha sucedido, y
a ti seguramente debo la vida, por la intercesi鏮 de Allah sin duda.
Ahora, ya estamos reunidos y todos mis tormentos han cesado... Como la
presencia del sol disipa las nubes, astu presencia ha desvanecido mis
penas, y la alegr燰 ha vuelto a mi esp甏itu, haci幯dome la m嫳 feliz de
las criaturas!... Bendita una y mil veces sea la mano pr镽ida del
Sustentador de ambos mundos, que ha consentido vea yo, al fin, realizadas
mis esperanzas m嫳 ardientes, y bendito seas t que has sido el ejecutor
de los designios del Inmutable para conmigo!
Mientras hac燰 Aixa el relato de sus pasadas aventuras al Sult嫕,
hab燰la escuchado 廥te sin interrumpirla, vivamente conmovido, y
reflejando en su semblante las impresiones que experimentaba, con los ojos
fijos en el rostro de su amada y pendiente de los labios de la doncella;
cuando hubo concluido, ech嫮e al cuello los brazos apasionadamente, y con
voz tr幦ula, que traduc燰 sus sentimientos, exclamestrech嫕dola contra
su coraz鏮:

-La mano de Allah (〔nsalzado sea!) guiciertamente mis pasos esta
noche!... Los buenos genios me inspiraron la idea de intentar una vez m嫳
que esa desventurada enemiga de mi reposo, que se ha hecho por spropia
justicia al darse la muerte, me declarase el lugar donde te ten燰 oculta,
no imaginando nunca que hubiera tenido la intenci鏮 de separar tu alma de
tu cuerpo!... Qugrandes son los arcanos del Alt疄imo, y por qucaminos
tan misteriosos conduce a las criaturas para darles el premio o el castigo
de que se han hecho merecedoras! Ya nada podrsepararnos, Aixa m燰, y en
adelante, yo harque a fuerza de cari隳 olvides las amarguras por que has
pasado hasta este feliz momento, por mcodiciado como la salvaci鏮 de mi
alma!...

Cuando el primer guazir Redhuan, el heroico poeta Ebn-ul-Jathib, y el
valiente arr墈z, tuvieron noticia al d燰 siguiente de los acontecimientos
de aquella noche venturosa, quedaron altamente maravillados; tornla
alegr燰 a iluminar el semblante del Pr璯cipe, y como el Sult嫕 es en la
tierra imagen veneranda del Supremo Dispensador de todos los bienes,
parec燰 que sobre Granada entera resplandec燰 nuevo astro con desusado
fulgor, y que eran de nuevo vueltos desde aquel d燰, aquellos otros
felices para el Islam, en que libre de peligros y de cuidados, dominaba
por completo en las distintas regiones de Al-Andalus la palabra divina
revelada al Profeta de Kora鵧, para salvaci鏮 y gloria de las criaturas.

熹ui幯 m嫳 dichoso que Abu-Abd-il-Lah Mohammad en Granada?... Alejado
de sus dominios el ambicioso pr璯cipe Bermejo, que pretendila muerte del
Sult嫕 en Bib-ar-Rambla; libre para siempre de las traidoras asechanzas de
la sultana Seti-Mariem, a cuyo cuerpo dieron honrada sepultura en la
Raudha de la Alhambra; amado del pueblo, sobre el cual derramaba a manos
llenas los tesoros de su generosidad y de su benevolencia; fiado en las
protestas de sumisi鏮 que, todo tr幦ulo y acobardado, le hab燰 hecho su
hermano el pr璯cipe Isma螿; en paz con el sult嫕 soberano de Castilla, don
Pedro, a quien hab燰 servido, y con el ceremonioso sult嫕 de Arag鏮, a
quien no tem燰, y sobre todo, teniendo a su lado, en aquel suntuoso
edificio de la Alhambra, cuyo engrandecimiento proyectaba, a la hermosa
adorada de su coraz鏮, a aquella ni鎙, hechicera y valerosa, que hab燰
logrado desbaratar los planes siniestros de los enemigos del Amir, a Aixa,
la bella Aixa, 穌ui幯 m嫳 feliz que 幨?... 熹ui幯 m嫳 venturoso, cuando
todo parec燰 en el mundo sonre甏le y Allah hab燰 clemente anticipado para
幨 las alegr燰s inefables del suspirado Para疄o?...

Emulando el ejemplo del grande Abd-er-Rahman III, aquel Califa
cordob廥 llamado con justicia por sus contempor嫕eos El Defensor de la ley
de Allah, terror de los infieles en la lucha, orgullo del Islam en la
bendita tierra de Al-Andalus, a quien Allah haya concedido la salvaci鏮
eterna, y que en honra de su amada hab燰 levantado los alc嫙ares
maravillosos y la ciudad entera de Medinat-Az-Zahra,-Mohammad V anhelaba
tambi幯, por su parte, consagrar la memoria de aquel suceso venturoso, al
que deb燰 el haber encontrado la felicidad suspirada, enlazando en la
morada fant嫳tica de los Al-Ahmares al nombre y a la gloria de los
descendientes de Jazrech, el nombre de aquella a quien hab燰 elegido su
coraz鏮 entre todas las mujeres del reino; pero mientras que encargaba a
sus alarifes el proyecto de la nueva construcci鏮 con que pensaba
embellecer la Alhambra, dispon燰 que no lejos del Generalife se abriesen
los cimientos de una quinta de recreo, destinada s鏊o para morada de Aixa,
y a la cual confirmcon el nombre po彋ico de Casa de la novia,
Dar-al-漷us, que a conservan corrompido sus tristes ruinas despu廥 del
transcurso de los siglos.

El recuerdo de los afanes, de las penas, de las amarguras, ya
dichosamente pasadas, serv燰le al Sult嫕 de poderoso est璥ulo para con
Aixa, a quien rodeaba de tales atenciones, de tan profundo cari隳, que
bien pod燰 la joven estimarse la m嫳 feliz de las mujeres; y viviendo en
aquel ambiente de amor que todo lo embellec燰, eran en el gobierno y fuera
de 幨 los actos del Pr璯cipe reflejo s鏊o del estado de su coraz鏮 que,
henchido de ventura y desbordando, anhelaba reinase en los dominios
extensos de Granada la alegr燰, como reinaba en 幨 sin l璥ites, inmensa,
transformando su esp甏itu y borrando por completo las huellas de fenecidas
zozobras e inquietudes, que hab燰n acibarado su existencia.



- XIX -


EN medio de aquella atm鏀fera po彋ica y voluptuosa, gozando el bien
supremo con que le brindaba el amor de Aixa, hab燰se deslizado el
invierno, y una de las m嫳 hermosas noches de primavera, diez d燰s por
andar de la luna de Chumada segunda de aquel a隳 760 de la H嶲ira(30), el
alc嫙ar de Alhambra ofrec燰 aspecto verdaderamente esplendoroso.

La c嫥ara del Amir, situada al mediod燰 del palacio y frente a frente
de la esbelta Torre de Comarex, brillaba como el sol en medio de su
carrera.

Del pintado artes鏮 de su techumbre, pend燰n diversas coronas de luz
con innumerables vasos de colores, cuya templada claridad se derramaba
apacible y deleitosa sobre la resaltada yeser燰 de los muros, el
caprichoso alicatado de los z鏂alos, y la bru鎴da y reverberante
superficie de los m嫫moles del pavimento, combin嫕dose de tal modo los
efectos de luz, que la estancia parec燰 encantada.

Recorriendo la periferia de los entrelazados arcos, enred嫕dose
peregrinamente en las pareadas columnillas de alabastro que los
soportaban, y abrazando los capiteles de los mismos, multitud de orbes de
cristal luciente semejaban, a pesar de su magnitud, sartas de
transparentes y encendidas perlas, en tanto que, sobre braserillos de oro,
lanzaban el almizcle y el 嫮oe, el 嫥bar y la mirra sutiles espirales de
oloroso humo con que embalsamaban el ambiente.

Al penetrante aroma del incienso, un燰nse el de los nevados azahares
y las purpeas violetas, recogidos en vistosos ramos, los cuales
desbordaban en los magn璗icos jarrones, de elegante forma y met嫮icos
reflejos, que se ergu燰n en el fondo de las labradas takas abiertas a uno
y otro lado de los cairelados arcos del aposento.

Bordadas alfombras persas de viv疄imos colores y mullida y sedosa
blandura, se extend燰n al pie de los sof嫳 y de los divanes que, cubiertos
de pa隳s de sedas y oro, con amplias almartabas o almohadones de
voluptuosa comodidad y aparato, se hallaban convenientemente repartidos.

Y sobre ancha taza de blanqu疄imo alabastro, en el centro de la
cuadrada sala, un surtidor de aguas olorosas murmuraba constante y
agradablemente, refrescando la atm鏀fera caliginosa de luces y de perfumes
que allse respiraba.

No parec燰 sino que, en aquella noche deliciosa, hab燰 querido
remedar el Amir en su palacio los deleites y las maravillas de cada uno de
los siete cielos recorridos por Mahoma (︷ompl嫙case Allah en 幨!), al
visitar el Para疄o.

All rodeado de sus poetas favoritos, del sentimental Redhuan, su
guazir predilecto, del tierno, sabio y valeroso Lisan-ed-Din, del
fant嫳tico guazir Abu-Abd-il-Lah Mohammad-ebn-Yusuf-ebn-Zemrec, disc甑ulo
de Ebn-ul-Jathib, y de otros varios, sentado a los pies de la hermosa
Aixa, bebiendo en sus ojos a raudales el n嶰tar delicioso del amor,
embriag嫕dose en la contemplaci鏮 de su adorada, cuyas manos oprim燰 con
transporte, aspirando el suave y trastornador aroma que desped燰 la joven
de su aliento, allestaba, gozoso y satisfecho, Abu-Abd-il-Lah Mohammad,
el Sult嫕 de Granada, feliz como los fieles que han alcanzado la gloria de
vivir en los frondosos e inagostables jardines del Para疄o eterno, y han
gozado la inefable dicha que prometen las hur獯s encantadas, imagen del
placer perenne, siempre hermosas y siempre v甏genes.

Abiertos los postiguillos del labrado port鏮, extend燰se delante de
los ojos de la enamorada pareja, bajo el brillante cielo tachonado de
estrellas fulgurantes, e iluminado suavemente por la templada luz de la
luna, el prolongado Patio de la Alberca, con sus jardinillos de array嫕 y
de murta bien olientes, que destacaban vigorosos sobre la blanca
superficie de los muros y de la galer燰 de la Torre de Comarex, y se
reflejaban con tintas oscuras en las mansas aguas del estanque, como la
silueta de la Torre mencionada se recortaba gallarda sobre el cielo, con
sus agudas almenas por corona.

A la derecha del div嫕 central, ocupado por el Amir y Aixa, abr燰se,
volteando graciosamente, el arco que pon燰 en comunicaci鏮 la lujosa
c嫥ara del Sult嫕 con el ad-dar de las mujeres; y en aquel sitio,
agrupadas con arte, y ataviadas con esplendor y elegancia, se hallaban las
del harem con el rostro cubierto por el bordado al-haryme, como Aixa, los
rasgados y so鎙dores ojos despidiendo fuego, la boca entreabierta, cual
capullos pr闛imos a su total eflorescencia, y anhelante el pecho, ta鎑ndo
dulcemente melodiosos instrumentos, cuyo eco adormecedor y fant嫳tico,
repercutiendo en la labrada yeser燰 del aposento, resonaba con extra鎙
cadencia al comp嫳 rumoroso de la fuente, entre las espirales del incienso
quemado en los pebeteros, bajo la luz de aquella serie de constelaciones
que fing燰n combinados las coronas de luz y los orbes de cristal, all
reunidos.


De vez en cuando, algunas muchachas, bellas como ensue隳s, ligeras
cual cervatillos, presentaban al Amir tabaques primorosos de coloridos
mimbres, llenos de frutas secas y de dulces, en tanto que otras, con tazas
y con jarras de oro, escanciaban, sonrientes y provocativas, el licor
delicioso que produc燰n los pintorescos c嫫menes del Darro, y otras
derramaban sobre la hechicera Aixa y sobre el Pr璯cipe, ambos radiantes de
ventura, esencias penetrantes que les inundaban de aroma, circulando
despu廥 por entre los convidados, con quienes repet燰n la misma operaci鏮
de nuevo.

Acompa鼁ndose con el la, cuyas cuerdas lanzaban sentidas quejas y
suspiros melanc鏊icos, una de aquellas mujeres cantaba con voz armoniosa
la historia de los amores del novelesco Antar, que escuchaba con deleite
el auditorio; y cuando hubo concluido, conmovida y gozosa, enardecida por
las miradas apasionadas del Sult嫕, Aixa pidiel la, y con acento dulce
y expresivo, fijando en Abd-ul-Lah sus bellos ojos, comenza cantar una
improvisaci鏮 que se la hab燰 ocurrido, en esta forma:
姪Qule importan al ave sencilla
que en la selva sus cantos eleva,
qule importan las glorias del mundo
si amor y placeres caminan con ella?
---
遛Qule importan los pa隳s de oro,
los joyeles, las ricas preseas,
si en el fondo del bosque, anhelosa,
cantando sus cuitas su amante le espera?
---
與abell鏮 de flotante verdura
de retiro le sirve en la selva;
y escondido en las ramas del sauce,
amor y placeres eternos encuentra.
---
青azador que la selva recorres
y amenazas al ave parlera,
de tus redes Allah la preserve!
Allah no permita que la hagas tu presa!
---
非嶴ale sus amores, su dicha,
su ventura, sus glorias eternas!
Que en el fondo del bosque, anhelosa,
cantando sus cuitas su amante le espera!

Despu廥, el Sult嫕, tomando a su vez el la, e interpretando los
sentimientos de su alma, acomodla voz al instrumento, y cantlleno de
ternura dulc疄imas endechas ponderando la hermosura de su enamorada, las
penas de la ausencia, y la pasi鏮 que ard燰 en su pecho.

Al terminar, todos palmotearon con entusiasmo; y levant嫕dose el
Sult嫕, tr幦ulo de emoci鏮, roga Ebn-Zemrec que recitase al comp嫳 de la
mica la tima casida que hab燰 compuesto, a fin de disimular por su
parte, el efecto que la improvisaci鏮 le hab燰 producido.

Ebn-Zemrec entonces, se alzde su asiento, y aproxim嫕dose a la
cantadora, a cuyas manos hab燰 vuelto el la, luego de los primeros
preludios, comenza recitar con acento vigoroso y simp嫢ico:
雨endito Allah! Bendito! Pues con
clemente mano
mansiones deleitosas cedip甐 al Im嫕!
Por su belleza y gala, del orbe soberano
encanto son, y gloria que envidia el africano,
morada de placeres, asiento del Sult嫕!
---
艋on un jard璯 espl幯dido! Tejidos de oro y rosas,
de blancos azahares, de azul y de coral,
sus muros me parecen florestas deliciosas,
y en ellos, peregrinas, hay obras primorosas
cuya belleza nunca podrtener igual.
---
翟on perlas transparentes altiva se engalana!
Quhermosas sus alcobas(31), luciendo tal collar!
Cor鏮anlas ardientes, rub獯s cual la grana,
topacios y zafiros, que fingen la ma鎙na,
y un broche de esmeraldas, que brilla sin cesar!
---
腿a plata fluye l甒uida por entre tal riqueza,
brotando cadenciosa de oculto surtidor.
No tiene semejante su espl幯dida belleza,
ni su blancura l璥pida, que a trastornarme empieza,
ensue隳s deleitosos forjando en derredor.
---
翟onfdense a la vista el agua murmurante
y el m嫫mol transparente, do cae aquella en pos,
sin que le sea dado saber al visitante
que tal prodigio mira surgiendo a cada instante,
cu嫮 el que se desliza, cu嫮 es entre los dos!
---
臺h t de los Anssares(32) magn嫕imo heredero!
de tan sublime extirpe directo sucesor!
Tu herencia es de grandeza! Con ella el mundo entero,
a aquellos levantados hasta el lugar primero,
bien puedes con desprecio mirar como se隳r!
---
翟ontigo y con los tuyos que sea eternamente
la bendici鏮 del Alto, del Inmutable Allah!
Que 匜 tu ventura pr鏚igo, sin l璥ite acreciente!
Y que bendito sea, de la una y de la otra gente
tu nombre soberano, que nunca morir(33)

Agradpor extremo al Sult嫕 la encomi嫳tica poes燰 de Ebn-Zemrec, y
despu廥 de felicitarle con efusi鏮 por ella, despojose Abd-ul-Lah de la
hermosa cadena de oro que pend燰 de su cuello, y se la dio al poeta, quien
la recibide rodillas reconocido.

-Yo te prometo-dijo el Amir-que tan bella composici鏮 no ser
olvidada, y que la haresculpir en m嫫moles, para que las generaciones
futuras admiren ︽h Ebn-Zemrec! tu imaginaci鏮 y tu talento!

Tocentonces la vez a Ebn-ul-Jathib, llamado tambi幯 Lisan-ed-Din, y
prepar嫕dose estaba para complacer al Sult嫕, cuando, sin demandar permiso
y con paso precipitado, penetren la estancia el arr墈z Abd-ul-Malik, y
se dirigia Mohammad con muestras de agitaci鏮 harto visibles.

-燄ienes, ︽h mi leal Abd-ul-Malik! a disfrutar al lado nuestro del
placer con que brinda para nosotros esta noche, deleitosa y apacible, cuyo
recuerdo grato jam嫳 se borrarde mi alma?...-preguntel Amir, cuando el
arr墈z estuvo cerca.

-Soberano se隳r y due隳 m甐-replic廥te.-Allah el Excelso sabe cu嫕
grande es mi deseo de complacerte y servirte; pero no vengo ahora a tomar
parte en tus alegr燰s, como la he tomado en tus penas... Acaso venga a
enturbiarlas.

-熹umisterio envuelven tus palabras, arr墈z?

-Se隳r: un enviado del muy alto y poderoso rey de Castilla acaba de
llegar en este momento a Granada, y con singular urgencia solicita la
honra de verte sin tardanza y a estas horas.

-Extra鎙s son por cierto-repuso el Sult嫕-y no alcanzo, asAllah me
salve, qupuede determinar semejante urgencia... Haz sin embargo entrar
al mensajero de mi se隳r y amigo el rey de Castilla (︾rot嶴ale
Allah!)-a鎙dial cabo de un momento.

Y al mismo tiempo que pronunciaba no sin pena esta orden, que
Ad-ul-Malik se apresuraba a ejecutar obediente, hac燰 se鎙l el Sult嫕 a
los circunstantes, quienes, comprendi幯dola, desaparecieron por diferentes
puertas, las mujeres para recogerse en los aposentos del harem, y parte de
los hombres, menos el guazir Redhuan, para esperar en otra estancia la
terminaci鏮 de la entrevista.

Aixa quiso tambi幯 retirarse; pero a una indicaci鏮 de Mohammad
permanecien su sitio.

En breve, sobre el pavimento de alabastro resonaron las pisadas del
arr墈z y las del mensajero extraordinario de don Pedro de Castilla,
apareciendo ambos personajes a la puerta de la regia c嫥ara, seguidos de
algunos caballeros de la corte del rey cristiano.

El Sult嫕 adelantalgunos pasos, y saliendo asal encuentro del
emisario, le tendila mano con adem嫕 severo y majestuoso.

Inclinose el castellano en se鎙l de acatamiento, y levant嫕dose
despu廥, mientras el Amir de Granada le deseaba paz por su llegada a la
corte de los Al-Ahmares, con una profunda reverencia pon燰 en manos del
muslime un pliego cerrado que sacde la escarcela.

Mirole antes de abrirle Abd-ul-Lah, y llev嫕dolo luego al coraz鏮 y a
los labios, coloc墎alo sobre su cabeza, abri幯dolo en seguida para conocer
su contenido.

-La bendici鏮 de Allah sea sobre mi se隳r y due隳 el poderoso rey de
Castilla!-exclamel Sult嫕 asque hubo le獮o el escrito, a鎙diendo:-Que
Allah te bendiga, oh honrado caballero, a ti y a los que te acompa鎙n, y
que 匜 mueva tu lengua para comunicarnos las noticias a que en esta carta
de creencia alude mi se隳r don Pedro (︹lorificado sea!). Ru嶲ote, pues,
que hables, porque no puedo, a la verdad, dominar la impaciencia.

-Poderoso se隳r-contestel castellano, hablando en algarab燰;-mi
Se隳r, el muy noble, el muy alto, el muy poderoso y muy conquistador don
Pedro, rey de Castilla y de Le鏮, de Galicia y Toledo, de C鏎doba y
Sevilla, de Ja幯 y de Murcia, env燰 mucho saludar a Vuestra Alteza, y por
mi conducto os hace en primer t廨mino saber c鏔o a pesar de los buenos
deseos de mi soberano y due隳, el pr璯cipe Abu-Sa蟂 el Bermejo, a quien
Vuestra Alteza desterrde este reino, no se encuentra ya en los dominios
de Castilla.


-澦abr tal vez, osado penetrar por las fronteras de Granada?...
Habla, cristiano, pues si fuera as no ser燰 ya para con 幨 tan grande mi
clemencia,-interrumpiAbd-ul-Lah alg tanto agitado.

-No, Alteza. No ha penetrado a en vuestro reino. Abandonando el de
Castilla, y conjurado con los parciales del conde de Trastamara, que tan
dura como inicua guerra mueve desde Arag鏮 a mi se隳r don Pedro, a quien
Dios proteja y guarde,-ha logrado penetrar en los dominios aragoneses,
para concertar allsin duda con el conde don Enrique, de quien ha
demandado amparo y protecci鏮 contra Vuestra Alteza, la manera de lanzaros
del trono que hab嶯s, magn嫕imo se隳r, heredado de vuestros mayores, y
desde el cual reg疄 los muslimes de Espa鎙, disponi幯dose por el pronto a
invadir el territorio de Castilla. Varias veces ha estado el pr璯cipe
Bermejo para caer en manos de las gentes encargadas de su captura, cual
dese墎ais; pero ha conseguido burlar artero toda vigilancia.

-熹udices, caballero?... Que Allah premie en el cielo las buenas
intenciones de tu se隳r! Gracias, gracias por esta noticia, que me promete
quiz嫳 en el porvenir desdichas que juzgudesvanecidas para siempre! S
ya sque ese bastardo de Trastamara, que intenta apoderarse del trono de
mi se隳r don Pedro, jam嫳 me perdonarvengativo el que haya con mis
jinetes berberiscos luchado en Murcia contra las gentes del marqu廥 de
Tortosa en defensa del leg癃imo soberano de Castilla... Di, pues, a don
Pedro de mi parte, que de tal manera agradezco la atenci鏮 que conmigo
guarda, que desear燰 poder, no ya por obligaci鏮 y como vasallo suyo que
soy, sino libre e independiente, ayudarle a destruir y exterminar la torpe
ambici鏮 de los que se llaman sus hermanos!

-Vuestras palabras ︽h excelso Pr璯cipe de los muslimes!, me llenan
de supremo regocijo, pues ellas me aseguran que oir嶯s ben憝olo la segunda
parte de mi mensaje; porque mientras apercibe sus huestes a la lucha, Su
Alteza el rey don Pedro espera y conf燰 en que le ayudar嶯s en la empresa
que medita, para acometer a Arag鏮 antes de que el de Trastamara intente
acometer el reino de Castilla, disponiendo sin tardanza que a la
castellana se incorporen en Sevilla las naves de la flota granadina: que
harto conocido os es, se隳r, el amor que os profesa, y la mucha afici鏮
que os ha tenido y tiene.

-Bien sabe Allah , nasser y bien sabe tu rey y mi se隳r don Pedro
(〕eliz sea su reinado!), que mi m嫳 ardiente deseo en esta ocasi鏮 ser燰
el de poseer tantos bajeles como fueran precisos para llenar con ellos el
mar de las tinieblas(34), y el mar de Xams(35) y el Zocac(36) mismo, al
fin de ponerlos todos a su devoci鏮 y a su servicio, como lo est嫕 mi
voluntad y mi persona; pero aun no siendo as dile que cuente siempre con
su vasallo, cual servidor y amigo suyo muy devoto, como ha contado hasta
aqu y debe contar en lo sucesivo. Y t acaso mensajero y nuncio para m
de nuevos males,-a鎙diAbd-ul-Lah visiblemente conmovido,-recibe en
prenda de mi gratitud por tus noticias este anillo, y el 鏀culo de
fraternidad que en tu frente deposito.

Y al propio tiempo que con adem嫕 majestuoso le hacia entrega de la
alhaja, posaba sus labios sobre la frente del castellano, quien hincando
en tierra la rodilla, besaba a su vez la mano del Pr璯cipe.

Cuando saliel enviado del Sult嫕 de Castilla, a quien Abd-ul-Malik
acompa鎙ba, y a quien para mayor honra siguieron Redhuan y Ebn-ul-Jathib,
alzAixa el velo que cubr燰 parte de su rostro, y abalanz嫕dose a
Mohammad, le estrechcari隳sa entre sus brazos.

-Ya lo ves, Aixa,-exclamel Sult嫕 tristemente.-Thagut protege sin
duda a mi primo! Quiz嫳 dentro de poco, y con el auxilio de los nasser獯s
de Arag鏮, conseguirarrebatarme el trono de mi Granada!

-燕or qupiensas as-replicla joven.-Yo tambi幯, como t he
escuchado el mensaje del rey de Castilla, y no abrigo los temores ni los
recelos que ese extranjero ha despertado en tu alma. 熹ui幯 hay en Granada
que no te ame? 燒o eres tla sombra de Allah sobre la tierra? 燒o saben
tus vasallos que s鏊o a Allah corresponde el juzgarte? 燒o esta para
ti sobrado manifiesta la clemencia del Alt疄imo? 澠gnoras por ventura que
aquel que no dirige su pueblo con benevolencia y con justicia, tarde o
temprano se verprivado de la misericordia y de la protecci鏮 divinas?...
燕or qu pues, due隳 m甐, dejas penetrar en tu pecho el aguij鏮 de la
zozobra, y le consientes que flaquee? Destierra esos temores ︽h soberano
Pr璯cipe de los muslimes!, y cual el guerrero de la verdad, que sea tu
coraz鏮 como el del le鏮 del desierto, con el arrebato del jabal la
astucia del zorro, la prudencia del caballo, la velocidad del lobo y la
resignaci鏮 del perro!

-S tienes raz鏮, amada m燰... Mas es tan grande la felicidad que
ahora disfruto,-contestMohammad,-que temo perderla a cada momento; y
desde que est嫳 al lado m甐, desde que estmi coraz鏮 tranquilo, me
asaltan a veces quim廨icos temores quiz嫳, pero temores al cabo, porque la
espada de la guerra duerme ha largo tiempo en la vaina, y temen los fieles
que se haya enmohecido.. Apetecen la guerra, no ya para extender y
reconquistar los perdidos dominios del Islam en Al-Andalus, sino para
saciar sus ambiciones con la presa que esperan conseguir con la victoria!

-A mtambi幯,-prosiguitras breve pausa,-a mtambi幯 me humilla y
me sonroja la ociosidad en que vivo, como enardece mi sangre el vasallaje
que Granada rinde a Castilla! Pero don Pedro es mi amigo; preso me tiene
en las cadenas de los favores que le debo, y cuando ahora le veo amenazado
por sus enemigos, no he de ser yo, ciertamente, quien haga mayor su
desdicha y ocasione su ruina, desenvainando la espada contra 幨, y
proclamando la guerra santa en mis estados!

CallAbd-ul-Lah, gravemente preocupado, sin pensar ya en proseguir
la interrumpida fiesta, y Aixa, en silencio, contempl墎ale con amoroso
af嫕, sin atreverse a pronunciar palabra, aunque invocando la protecci鏮
de Allah para su amado.

Poniendo t廨mino a aquella situaci鏮, apareciel arr墈z
Abd-ul-Malik, y dirigi幯dose a 幨 el Sult嫕,

-Y bien,-le dijo.-澦as dado ya digno hospedaje en Bib-ax-Xare37) al
honrado mensajero de Castilla?

-Allqueda, se隳r y due隳 m甐, entregado al reposo entre los suyos.
Ma鎙na, a la primera hora de as-sobhi, pretende partir de nuevo, y he dado
en tu nombre las 鏎denes convenientes para que pueda realizar su
prop鏀ito.

-Allah vaya en su guarda!-repuso Mohammad
tristemente.-Haz,-prosigui-que le sean entregados de mi parte ricos
presentes para el rey don Pedro, y buenos caballos para 幨. Qui幯 sabe, si
podrotra vez mostrarme generoso!

-Se隳r,-observAbd-ul-Malik advirtiendo la disposici鏮 de 嫕imo del
Pr璯cipe.-Tiempo hace que estoy a tu servicio, como estuve antes al de tu
ilustre progenitor, el Sult嫕 y mi due隳 Abu-l-Haxix Yusuf, a quien Allah
haya perdonado, y paso tras paso he seguido en su marcha el desarrollo de
la traici鏮 que contra ti fraguaban la sultana Seti-Mariem y tu primo el
pr璯cipe Bermejo. Sque hoy mismo sus parciales conspiran contra tu
sagrada persona; pero, por mi salvaci鏮 te juro, que no creo deban de este
modo preocuparte las noticias que acaba de darte el castellano...

-Syo tambi幯 por mi parte, valiente arr墈z,-contestel Sult嫕
sonriendo no sin amargura,-que puedo fiar en ti y en tu lealtad probada;
pero acaso no hallen mis ojos en torno m甐, muchos servidores de quienes
pueda decir con seguridad otro tanto!



- XX -


CUANDO en la frontera de Ja幯 se separaba Abd-ul-Malik del pr璯cipe
Bermejo para regresar a Granada, Abu-Sa蟂, a no determinado todav燰, se
detuvo perplejo, bien que por el camino hubiese parecido adoptar una
resoluci鏮 conforme con la c鏊era que sent燰 arder en su pecho, y con sus
ambiciones, locas y desmedidas.

Abandonando sobre el cuello las riendas de su cabalgadura, dejque
tomase 廥ta el rumbo que quisiera, mientras 幨, hondamente preocupado, se
entregaba al estudio del problema de cuya resoluci鏮 depend燰 para lo
futuro su suerte. Libre estaba por el pronto de las iras de su pariente el
Sult嫕 de Granada; hasta all para mejor servir sus propios intereses,
hab燰 fingido seguir y obedecer a Seti-Mariem, y favorecer sus intentos;
pero 幨 no se contentaba con tan poco... 燒o le hab燰 dicho aquella
muchacha, aquella zahorde quien hab燰 pretendido la sultana hacer
obediente instrumento, que su estrella brillar燰 como la del mismo Sult嫕,
su primo?... S 幨 quer燰 ser Pr璯cipe de los muslimes en Granada: su
extirpe era la de Sa歍-ebn-Obada, su sangre era la misma que corr燰 por
las venas del Amir, y ten燰 sobre 廥te la ventaja de su valor y de su
audacia incomparables... El pueblo imb嶰il, halagado en sus instintos
diestramente, servir燰 los planes que 幨 sent燰 bullir en su cerebro, y la
misma Seti-Mariem y sus hijos Abu-l-Gualid Isma螿 y Ca褼, no ser燰n sino
juguete suyo.

Pero en aquel momento 瘸 d鏮de deb燰 dirigirse en demanda de
amparo?... Don Pedro, el Sult嫕 de Castilla, jamas se prestar燰 a sus
proyectos; era a 幨, como descendiente de Fernando, el conquistador de
Ja幯, a quien correspond燰 el se隳r甐 sobre Granada; nadie como el
pr璯cipe Bermejo conoc燰 la intimidad de las relaciones que un燰n a
Mohammad V y don Pedro de Castilla: uno y otro hab燰n heredado el trono
casi en una misma edad, y uno y otro desde los comienzos de su reinado
hab燰n visto turbada la paz en sus dominios por la ambici鏮 de sus
parientes. 匜 mismo, a la cabeza de sus guerreros berberiscos, hab燰
luchado en Murcia contra el marqu廥 de Tortosa, por orden del Sult嫕 y al
servicio de don Pedro: 幨 mismo, hab燰 ido con las naves que deshizo el
temporal en Guardamar, y entre las que quedaron destruidas las que envi
Mohammad V al castellano. No pod燰 pues dudar: don Pedro de Castilla,
lejos de atender las demandas del rebelde, pondr燰se de parte del Amir, y
qui幯 sabe si usando del derecho que le compet燰 como se隳r del reino de
Granada, har燰 efectiva en el pr璯cipe Bermejo su justicia.

Su causa, la causa que 幨 representaba y defend燰, era por el
contrario la misma de aquel infante don Enrique, conde de Trastamara,
levantado en armas con iguales pretensiones que Abu-Sa蟂, contra su
hermano don Pedro; conoc燰 perfectamente el Bermejo que su suerte depend燰
de la del conde, porque unida estrechamente la de las pretensiones del
bastardo de Alfonso XI a la que podr燰n obtener las armas aragonesas en la
lucha inminente que hab燰 provocado Arag鏮 por tantos medios, conven燰 en
gran manera al hijo de do鎙 Leonor de Guzm嫕 y del vencedor del Salado la
alianza con el pr璯cipe granadino. Inter廥 ser燰 de don Enrique el
procurar y favorecer el 憖ito de las maquinaciones de Abu-Sa蟂 contra
Mohammad V, el amigo, el ayudador, el vasallo de Pedro I de Castilla;
mantenerle despu廥 en el trono; recabar su auxilio incondicional y
constante, y acaso, por su intervenci鏮, el de los Beni-Merines africanos;
dividir por tal medio las fuerzas del desventurado rey castellano para
entregarle debilitado a las iras de los aragoneses,-pues al triunfar la
causa del Bermejo en Granada, declarar燰 la guerra al de Castilla,-y
alcanzar por timo la corona, venciendo y exterminando para siempre a su
hermano.

Aquel era seguramente el camino que deb燰 seguir sin vacilaci鏮
alguna. Del bastardo de Castilla, y de los aragoneses, pod燰 esperarlo
todo sin exposici鏮 de ning g幯ero, mientras de parte de Pedro I s鏊o le
aguardaban riesgos.

Tomado este partido, empu嚧 las riendas de su corcel, y retrocediendo
vivamente, volvia penetrar en los dominios del reino de Granada,
dirigi幯dose, a trav廥 de los montes que accidentan el terreno, hacia la
serran燰 de Cuenca, donde contaba hallar entre los mud嶴ares del pa疄
quien le favoreciese, para internarse luego en Arag鏮, y llegar hasta el
conde de Trastamara, como lo verificaba con efecto y felizmente al cabo de
largos d燰s de camino, durante los cuales no dejde correr peligro
algunas veces, aunque se presentcomo apazguado en las pocas poblaciones
castellanas donde se atrevia penetrar, y aunque, como esperaba, los
mud嶴ares aragoneses le proporcionaron con el traje de los nasser獯s,
medios para avistarse con el infante bastardo de Castilla.

Cuando Abu-Sa蟂 y el de Trastamara se hallaron frente a frente, una
sola mirada bastpara que se comprendieran: uno y otro eran caudillos de
conspiraciones de igual 璯dole; uno y otro se hallaban animados del mismo
execrable sentimiento hacia sus respectivos y leg癃imos soberanos, y por
las del cristiano y del muslime circulaba la misma sangre que hench燰 las
venas de Pedro I de Castilla y de Mohammad V de Granada.


Cortas fueron, por tanto, las explicaciones que tuvieron necesidad de
darse para entenderse, quedando entre ambos miserables firmado aquel
nefando pacto, en el que resplandec燰 por igual la horrible perfidia de
las partes contratantes.

Aunque a reserva de faltar a 幨 cuando mejor le pareciese, el
pr璯cipe Bermejo juraba a don Enrique, mir嫕dole ya como rey de Castilla,
perpetuo homenaje y pleites燰 por el reino de Granada, que recib燰 de sus
manos, oblig嫕dose a servirle con gentes y dineros en la guerra contra el
que ambos apellidaban hijo de jud燰, don Pedro, hasta arrojarle del trono.

En cambio, don Enrique, cuya generosidad con los bienes ajenos no
ten燰 l璥ites, reconoc燰 desde aquel momento a Abu-Sa蟂 como rey de
Granada, concedi幯dole perpetuo se隳r甐 sobre las tierras, comarcas y
poblaciones cristianas de que lograra apoderarse mientras don Pedro
permaneciera en el trono de Castilla y no hubiese triunfado la causa que
幨 mismo representaba, oblig嫕dose a reconocer en su d燰 en el dicho
Abu-Sa蟂 el referido se隳r甐, y agregando a 幨 el antiguo reino de Ja幯,
parte del de Murcia, y algunas comarcas del de C鏎doba.

De esta manera, la obra laboriosa de la Reconquista cristiana y el
engrandecimiento del Islam, iban a quedar desde luego sujetos a los azares
de una lucha entre hermanos, como lo estaban a las ambiciones personales
de aquellos dos inicuos pr璯cipes.

Firmado, pues, el trato, con cuantas solemnidades estimaron
oportunas, determin墎ase el Bermejo a permanecer en Arag鏮 al lado del
bastardo de Castilla, despu廥 de haber despachado a Granada un emisario
que, partiendo de Denia, deb燰 desembarcar en Almer燰, y partirse luego
para la corte de Mohammad, donde dar燰 conocimiento del 憖ito de la misi鏮
desempe鎙da por Abu-Sa蟂 a los conjurados, en quienes produjo grande
impresi鏮 la noticia, recibida precisamente en los momentos en que el
enviado del rey don Pedro de Castilla interrump燰 tan inesperada como
tristemente la fastuosa velada que, en obsequio de Aixa, se celebraba en
el palacio de los Al-Ahmares.

Y en tanto que Mohammad V ordenaba apresuradamente que de los puertos
de Motril, M嫮aga y Almer燰 partieran tres galeras con su dotaci鏮
correspondiente, para incorporarse en el r甐 de Sevilla con las que el
castellano ten燰 ya dispuestas,-los rebeldes de Granada hac燰n circular
entre sus adeptos la palabra de orden, y sal燰n fuera de la ciudad
misteriosos mensajeros para los puntos principales del reino, a fin de que
todos estuvieran apercibidos y preparados para el momento conveniente.

Astranscurrieron la luna de Recheb y la de Xa槆an, y ashab燰 dado
comienzo con la de Ramadhan la Pascua de aquel a隳; en medio de la calma y
de la tranquilidad aparentes que en la ciudad y el reino parec燰
respirarse, flotaban vagamente extra隳s vapores que hac燰n la atm鏀fera
pesada, carg嫕dola de amenazas, y pre鎙ndo de nubes indecisas, no bien
determinadas, pero cuya presencia se hac燰 sentir sin embargo, el
horizonte pol癃ico del reino granad sin saber de qulado ni en qu
ocasi鏮 descargar燰 la tormenta.

Entre los esplendores del verano, ardiente y seco en la gentil
Granada a despecho del Darro, que corr燰 deslizando mansamente el escaso
caudal de sus aguas turbias por el ancho cauce, y del claro Genil que se
desprend燰 de las heladas cumbres de Chebel-ax-Xolair,-la severa Pascua
aparec燰 como un momento de tregua, y los musulmanes granadinos no si no
entregados a las naturales devociones parec燰n en aquel tiempo santo,
dedicado a la meditaci鏮 y el ayuno por los fieles.

De los alcores pr闛imos, de las aldeas inmediatas y de los pueblos no
lejanos, acud燰 como de costumbre en tal 廧oca del a隳 a la ciudad
multitud de forasteros, que frecuentaba las mezquitas piadosamente durante
el d燰, y que por la noche se repart燰 por la poblaci鏮, o regresaba a sus
hogares.

Lo mismo durante el tiempo que el sol permanec燰 sobre el horizonte,
que cuando las sombras invad燰n el espacio, los templos permanec燰n
invariablemente abiertos, y los fieles poblaban las naves con sus blancos
albornoces, y hench燰n el aire con el murmullo mon鏒ono de sus rezos,
invocando la protecci鏮 divina y dando gracias a Allah por el beneficio
del Libro santo.

Todo, pues, parec燰 tranquilo: el mismo Pr璯cipe de los muslimes,
queriendo dar ejemplo, asist燰 desde el recinto cerrado de la macssura a
las preces plicas en la Mezquita Aljama, y en ella y en las calles del
tr嫕sito hab燰 siempre advertido las se鎙s del mayor respeto entre los
granad獯s y los forasteros que saludaban su presencia.

Nada hab燰 cambiado ostensiblemente, en el aspecto de la poblaci鏮,
aunque por ella circulaban noticias misteriosas, pues por algunos de los
que hab燰n formado parte de la escuadra con que el rey de Castilla desafi
el poder甐, mar癃imo de los aragoneses, en cuya empresa hubo de ayudarle
con tres galeras el granadino, sab燰se que el pr璯cipe Abu-Sa蟂 y el
rebelde bastardo don Enrique estaban en gran intimidad, y de plico as
se dec燰 que en breve el Bermejo har燰 su entrada en Granada, a despecho
del Amir de los muslimes.

Cierto era que, bajo la fe de sus promesas, continuaban como
apartados de todo trato Ab-ul-Gualid Isma螿 y su hermano Ca褼, hijos ambos
de la sultana Seti-Mariem, viviendo en uno de los edificios de la
Alhambra, al lado del Sult嫕 y sometidos a la vigilancia m嫳 estrecha;
pero los rumores hab燰n ido tomando cuerpo, y Abd-ul-Malik, a quien hab燰
sido confiado el peligroso puesto de Sahib-ul-Medina o gobernador de la
ciudad, como el perro de caza olfatea la presa, olfateaba tambi幯 algo de
extra隳, y estaba alerta, desconfiando de todo y de todos, pues en
realidad no se sent燰 tranquilo.

Dos d燰s faltaban a por andar de aquella luna sagrada(38), y nada
parec燰 justificar ni los temores ni las precauciones del valiente arr墈z,
quien hab燰 doblado las guardias del amurallado recinto de la poblaci鏮, y
en persona patrullaba por las noches. Hab燰nse hecho tanto en Granada como
fuera de la corte algunas prisiones en gente se鎙lada por sus aficiones al
bullicio y por su afecto a Abu-Sa蟂, y hasta se hab燰 descubierto el
subterr嫕eo del Zacat璯, donde se reunieron un tiempo los partidarios
enemigos de Mohammad; pero no hab燰 sido posible coger los hilos de la
conjuraci鏮, de la cual no ten燰 el Amir cabal concepto, y tanto el guazir
Redhuan como sus compa鎑ros, se hallaban alerta, presintiendo el peligro,
aunque sin conocer su extensi鏮 ni el momento en que deb燰 estallar la
mina.

No pod燰 pues extra鎙r a nadie, que aquel d燰 28 de Ramadhan, cuando
apenas eran abiertas las puertas de la hermosa ciudad del Genil y del
Darro, penetrase como desenfrenado torbellino muchedumbre de gentes, de
apariencia inofensiva y aire devoto las unas, rticas las otras de los
alrededores, que ostensiblemente acud燰n a Granada para verificar las
ceremonias religiosas, asistiendo a las mezquitas en silencio, mientras el
Sult嫕 permanec燰 encerrado en la Alhambra, y ajeno a todo temor por el
momento.

En medio de la inquietud y de las sospechas de Abd-ul-Malik y de los
leales servidores de Mohammad, discurrisereno el d燰: los zocos de los
pescadores, de los carniceros y de los mercaderes de pa隳s, pr闛imos todos
estos lugares a la Mezquita-Aljama, hab燰n permanecido desiertos, no
advirti幯dose novedad alguna tampoco ni en el populoso barrio del Albaic璯
ni en los dem嫳 de Granada, fuera de la natural y obligada en tales d燰s;
pero cuando cayla tarde, espl幯dida y brillante, la multitud comenza
invadir las calles, para hacer sus provisiones como de ordinario,
recobrando su animaci鏮 acostumbrada la ciudad, aunque sin desorden.

Desde la cima del esbelto alminar de la mezquita de la Alhambra,
repet燰 a Oriente y Occidente, al Septentri鏮 y al Mediod燰 el almuedz璯
las voces con que llamaba, ya a la puesta del sol, los fieles a la oraci鏮
de al-magrib,-cuando, apasionados como siempre, el Sult嫕 y la bella Aixa,
con los brazos enlazados, reclinada la hermosa cabeza de la joven en el
hombro del gallardo Pr璯cipe, y murmurando ambos cari隳sas frases,
impropias de la santidad del tiempo, cruzaban las habitaciones altas del
palacio, consagradas entonces al harem, y dirigi幯dose por el Patio de la
Alberca, hacia el mossalah u oratorio pr闛imo al serrallo, donde se
verificaban las recepciones ordinarias de la corte, llegaban hasta la
Torre de Mohammad que avanzaba sobre el bosque, dilatando desde allsus
miradas por el espacio, y por la ciudad que se tend燰 como jazminero en
flor sobre su izquierda.

A sus pies, lamiendo el tajo-encima del cual se encaramaban aquellas
maravillosas construcciones que fueron pasmo del cristiano,-medio oculto
entre los frondosos 嫮amos, cuyas copas se levantaban, erguidas cual
penachos, hasta casi el ajimez en que la amante pareja se
encontraba,-corr燰 el Darro, el de las arenas de oro; en la margen
opuesta, alg tanto a la izquierda, se mostraba sobre una eminencia el
barrio del Albaic璯, distingui幯dose perfectamente a sus plantas, e
inmediata al r甐, la As-Sabica, con su alameda pomposa y sus almunias; m嫳
a la izquierda, y siguiendo el curso del Darro, ve燰se, entre las ramas de
los 嫫boles, mezcladas y confundidas, las azoteas de los edificios
particulares de Granada, sobresaliendo aquy alllos alminares y la
almenada crester燰 de las mezquitas; a la derecha continuaba subiendo
frontero de la Alhambra el Chebel-al-Ocab, con su zaga veneranda, y se
distingu燰 Sierra Elbira, cuya cresta se recortaba ondulante e irregular
sobre el p嫮ido celaje de aquella tarde tranquila, sosegada y magn璗ica,
impidiendo el cuerpo de la Torre de Comarex espaciar m嫳 la vista por
aquel lado.

-Quhermoso es esto!-exclamAixa, sin poder contenerse, y como si
por vez primera contemplaran sus ojos aquel risue隳 panorama.-Escucha, oh
se隳r m甐, el dulce gorjeo con que las aves se despiden del d燰 y se
preparan a pasar la noche entre las ramas de los 嫫boles... 燒o parece que
repiten en su idioma sentidas quejas y palabras de amor?...

-S hermosa criatura... Todo, en este momento sublime, todo parece
entonar himnos de amor... Los 嫢omos en el espacio, se buscan y se
confunden en c鏕ula perenne, a las timas sonrisas del sol en el ocaso;
como las aves en las copas de los 嫫boles forman su nido, la brisa baja
fresca y juguetona de las monta鎙s, recorre el valle, murmura frases de
amor entre las flores, deposita en ellas sus 鏀culos apasionados, y se
duerme despu廥 entre las hojas, feliz y satisfecha, para despertar con la
aurora y tornar a sus caricias y a sus halagos amorosos; confundidos en el
horizonte, el cielo y la tierra, llenos de pasi鏮 se abrazan, y la mano de
Allah piadosa, tiende sobre uno y otra el estrellado manto de la noche,
como velo discreto que oculta sus transportes de cari隳... S todo
respira amor en la naturaleza, todo respira amor en la vida... Bendito sea
el poder de Allah! Pero a tu lado, espejo de mi dicha, no envidio la
felicidad de que gozan las aves que se persiguen y se arrullan, para
esconderse luego entre las ramas... Como ellas en su lenguaje se dirigen
frases enamoradas, locas de ventura, yo tambi幯 puedo decirte a todas
horas que te adoro, que desde que est嫳 al lado m甐, nadie hay m嫳
venturoso que yo sobre la tierra, pues una mirada tuya disipa mis pesares,
como la luz del sol disipa las tinieblas y alegra el d燰, llen嫕dole de
regocijo!

-Oh se隳r y due隳 m甐!-dijo Aixa con transporte, acercando sus
labios, rojos como la flor del granado, a los tr幦ulos y ardorosos de
Mohammad.


-Por este momento embriagador, no cambiar燰 ciertamente cien reinos
que tuviera! Cuando tu perfumado aliento resbala tibio y acariciador sobre
mi rostro; cuando tus ojos negros y abrasadores agitan y conmueven, al
mirarme, mi ser entero; cuando siento en torno de mi cuello la seda de tus
brazos, y oigo tu voz, dulce como un suspiro, que dice que me amas, creo,
vida m燰, que Allah me ha llamado a gozar de las venturas por 幨
prometidas a los fieles en las regiones celestiales que, pasado el
estrecho puente del as-sirath, he llegado a las mansiones que alfombran
las estrellas y que el Eterno habita, y que eres tla hurencargada de
hacerme disfrutar perennemente los desvanecedores deleites del amor en la
otra vida, como me los haces disfrutar en 廥ta!

-Yo serpara ti, amado m甐, yo seresa hur toda abnegaci鏮, toda
amor, toda deleite... En mencontrar嫳 todos los d燰s quien te ame de
distinto modo, aunque con igual pasi鏮 constantemente. Serimagen viva de
las hur獯s, siempre v甏genes para los elegidos de Allah, y el d燰 en que
el Se隳r de los cielos y de la tierra disponga de nosotros y, separe
nuestras almas de nuestros cuerpos,-juntos ty yo, enamorados como ahora,
como ahora del brazo uno del otro, recorreremos los jardines encantados
del Para疄o, am嫕donos por toda la eternidad! S dulce due隳 m甐!...
Ven!-a鎙dicon voluptuosidad irresistible la muchacha.-Ven! Bajaremos al
bosque, que serremedo de los jardines del Ed幯: el rumoroso Darro, nos
recordarlos arroyos de agua que surcan las mansiones celestes, donde
nacen al pie del cedro inmortal plantado a la derecha del trono del
Excelso, el Nilo y el Erates; y ascomo las aves buscan, en esta hora
indecisa, su nido encantador y misterioso entre el ramaje, asnosotros
haremos del bosque de la Alhambra nido misterioso tambi幯 de nuestros
amores!...

Y arrastrando en pos de s fascinado al Sult嫕, cruzaron ambos por
entre los arrayanes del jardincillo pr闛imo a la Torre donde se hallaban,
y bajaron al bosque, sombr甐 y solitario a aquella hora sublime del
crepculo, desapareciendo en breve bajo la b镽eda espesa de los 嫫boles.











- XXI -


POCO despu廥 de que desde los alminares hubo sido anunciada la
oraci鏮 de al-漮ema; cuando el silencio imponente de la noche hab燰
totalmente reemplazado la animaci鏮, el movimiento y la vida de las
primeras horas, en aquel tiempo santo, en que el devoto permanece en la
mezquita por el d燰 para entregarse de noche a sus habituales ocupaciones;
cuando la Damasco del Magreb, parec燰 entregada a la meditaci鏮 o al
descanso,-ins鏊ito rumor sin semejante, interrump燰 a deshora la
majestuosa tranquilidad de la serena noche, sembrando el estupor y el
sobresalto en los muslimes granadinos.

Confusos y amenazadores, como el rugido del mar tempestuoso,
resonaban en el torreado recinto de Medina-Alhambra gritos de furor y de
muerte que reproduc燰n medrosos y centuplicaban los ecos, y que de uno a
otro extremo de la poblaci鏮 sorprendida llevaba el regalado viento de la
noche, sembrando el espanto y la zozobra por todas partes. Como de
ordinario, toda la Pascua hab燰 permanecido abierta Bib-Aluxar para que
los habitantes de Granada pudiesen visitar el templo de la almedina, y
durante el d燰 y parte de aquella noche, grupos de devotos hab燰n
penetrado por ella sin infundir recelos; pero en aquel momento, al fulgor
sombr甐 de las antorchas que, cual estrellas errantes, cruzaban por todos
lados la enhiesta colina que se隳rea la poblaci鏮, entre el vocer甐
incesante y el estruendo de las armas que crec燰 a cada momento, otros
grupos m嫳 numerosos se ve燰 salir por la Cuesta de Gomeres, por el barrio
de Mauror, por las vertientes occidentales del Darro; grupos de hombres
armados que vociferaban furiosamente, y que repet燰n pavorosos los gritos
lanzados desde la almedina.

Sorprendidas las guardias de Bib-Aluxar y de las Torres Bermejas,
asesinadas las de Bib-ax-Xar獪 y Bib-al-Godor, la turba enardecida, como
brotada de improviso a la evocaci鏮 de misteriosos genios, hab燰 ya
penetrado en el recinto donde se levantaba el alc嫙ar de los Al-Ahmares,
apoder嫕dose sin grave resistencia del Al-Hissan, y sembrando la
desolaci鏮 y la muerte a los gritos de ﹐uera Mohammad! –iva Isma螿, el
Sult嫕 de Granada!

De nada hab燰n servido las precauciones del Sahib-ul-Medina, el
valiente Abd-ul-Malik, ni de los guazires. En vano aqu幨 desde los
primeros momentos hab燰 procurado oponerse al torrente popular con sus
soldados... El grito de rebeli鏮 hab燰 resonado de sito primero en las
naves de la mezquita misma de la Alhambra, entre la multitud de fieles
congregados en actitud piadosa bajo la luz templada de las l嫥paras; al
escucharle, los devotos, abandonando el templo, se hab燰n derramado por la
almedina, apoder嫕dose de las entradas, donde se trabaron los primeros
combates; y al grito de los rebeldes, como un eco, respond燰 en la ciudad
el de numerosos grupos que acud燰n precipitados arroll嫕dolo todo sin
respeto, e invadiendo la Alhambra por todas partes.

Entre ellos, como caudillo y jefe, a la luz de las antorchas
destacaba la arrogante figura del pr璯cipe Bermejo, conduci幯doles a la
almedina, enardeci幯doles con sus promesas, y gui嫕doles experto. Inil
resistencia la de Abd-ul-Malik y de sus gentes! Encolerizados los rebeldes
con la que les opuso alguna de la fuerza obediente al Sult嫕, lanzaban
fren彋icos gritos de exterminio, y cual torrente desprendido desde la cima
de la monta鎙, todo lo arrollaban a su paso con 璥petu incontrastable.


En medio del fragor de la lucha, trabada no obstante en algunos
puntos, defendidos con tes鏮,-el arr墈z y el pr璯cipe Bermejo al
resplandor de las teas y al del incendio que devoraba algunos edificios en
la almedina, hab燰nse rec甑rocamente reconocido, y movidos de un mismo
sentimiento de odio y de un mismo deseo, uno y otro se hallaron frente a
frente.

-Alabado sea Allah, traidor, que consigo verte al alcance de mi
espada,-exclamAbd-ul-Malik dirigiendo su acero al pecho del pr璯cipe
Bermejo.

-Alabado sea por siempre, Abd-ul-Malik, porque me permite que te
env獯 a la presencia de Xaythan, como tanto tiempo he deseado,-contest
Abu-Sa蟂, parando r嫚idamente la estocada.

-No tendr嫳 ese gusto, perro, hijo de perro, infame renegado, pues he
de arrancarte por mi mano el coraz鏮 perverso, y he de verter gota a gota
tu sangre,-replicel arr墈z lanz嫕dose de nuevo sobre el pr璯cipe.

Trabose entre ambos horrible pelea, que no deb燰, sin embargo, durar
mucho.

Fuertes eran uno y otro, y manejaban el acero con singular destreza;
pero por desdicha, la espada de Abd-ul-Malik salten dos pedazos al
chocar en la cota que vest燰 el Bermejo, encontr嫕dose aqu幨 desarmado en
consecuencia.

-、o importa!-rugiel arr墈z arrojando el trozo de espada que ten燰
empu鎙do y desenvainando su gum燰.-Morir嫳 a mis manos!-a鎙diarroj嫕dose
sobre Abu-Sa蟂 y arranc嫕dole la espada con incre燢le esfuerzo.-Morir嫳 a
mis manos, y no gozar嫕 tus ojos del triunfo, asAllah me abra las
puertas del Para疄o!

Y agarrados en mortal abrazo, ambos cayeron al suelo.

Poco despu廥, se levantaba el pr璯cipe.

Abd-ul-Malik, hab燰 muerto! Que Allah le haya perdonado!

Al propio tiempo, la turba desenfrenada, ebria y sin dique, penetraba
tumultuosa en el sagrado del alc嫙ar de sus se隳res, y despu廥 de asesinar
cruelmente al guazir Redhuan, de aprisionar a Ebn-ul-Jathib, de prender
fuego a los aposentos en que ambos guazires se encontraban, se hab燰
derramado furiosa por las estancias del palacio, destruy幯dolo todo con
b嫫bara complacencia y criminal deleite.

Hu燰n despavoridas del harem las mujeres del Sult嫕, perseguidas por
el populacho que se cebaba en ellas sanguinario y en las hijas de Redhuan,
sin que nadie saliera a su defensa; hu燰n los esclavos y los servidores
del Amir como locos, sin saber a d鏮de dirigirse, acosados por todas
partes, y hu燰n los guardias, desarmados, sin alientos, llenos de
invencible p嫕ico, refugi嫕dose en los lugares m嫳 ocultos hasta donde los
persegu燰 la sa鎙 de los rebeldes... Y en tanto que el imb嶰il Isma螿, a
quien hab燰n sacado de su morada, y hab燰n conducido en triunfo a la Sala
de Comarex las turbas, recib燰 los homenajes de la amotinada muchedumbre,
sedienta del robo y del pillaje,-Abu-Sa蟂, ensangrentado y col廨ico,
recorr燰 como loco los aposentos del palacio, buscando a su primo el
Sult嫕 para darle muerte.

Pero fueron en balde sus esfuerzos: el Sult嫕 hab燰 desaparecido.

Gozando en brazos de su enamorada Aixa estaba Abd-ul-Lah, despu廥 de
haber regresado de su paseo por el bosque, en la Torre de Abu-l-Haxix,
cuando llega o獮os de la gentil pareja, en medio del silencio po彋ico y
misterioso de la noche, rumor extra隳 y desacostumbrado a tales horas en
la almedina y en el regio alc嫙ar.

El fulgor movible y atropellado de las antorchas; el vocer甐
incesante que reproduc燰n los ecos de los grandes y solitarios salones; el
acongojado gritar de las mujeres del harem atropelladas; el ruido de las
armas; los alaridos de los combatientes... todo este conjunto de rumores,
que se acercaba por momentos, llegaba a sorprender a Mohammad V, en el
momento en que m嫳 halagos y promesas ten燰 para 幨 la felicidad de que
disfrutaba.

-燒o oyes?-preguntel Sult嫕 poni幯dose en pie de un salto, y lleno
de inquietud, que en vano trataba de ocultar.-S..-prosigui-La mano de
Allah me hiere!.. He aqumis temores realizados!... Gritan mi muerte, y
al mismo tiempo victorean a mi hermano Isma螿! Ya lo ves, Aixa! Era
imposible tanta dicha! Ya lo ves! Solo tte hallas, infeliz mujer, a mi
lado para luchar contra mi pueblo rebelde... Pero no importa! Quieren mi
muerte?... Que vengan a arrancarme la vida! Yo me basto para defenderme!

Y desnudando la ancha espada, se dirigia la puerta de la cuadrada
estancia a la cual un extenso patio, poblado de 嫫boles y de flores, pon燰
en comunicaci鏮 entonces con las dependencias del magn璗ico Sal鏮 de
Comarex.

Mas antes de que hubiera podido abrir la puerta, Aixa, de rodillas,
con las manos juntas, los ojos llenos de l墔rimas y el pecho
angustiosamente agitado, se colocdelante del Amir en actitud implorante.

-Oh, no! No, amado m甐, mi soberano Sult嫕 y due隳! No saldr嫳 de
este aposento! S Son tus enemigos que triunfan! Son aquellos que
pretenden y desean tu muerte, y te buscan por todas partes!

-D嶴ame paso!-exclamel joven Pr璯cipe, enardecido.

-No saldr嫳, no!-repuso entre sollozos la joven, abrazada a las
piernas de su amado.

-燒o ves, insensata, que me buscan? Prefieres que me asesinen a tus
ojos? No! Quiero que me encuentren! Quiero que sepan c鏔o sabe manejar
este acero, templado en las aguas del Darro, el Sult嫕 de Granada!

-Oh! No saldr嫳 de aqu si no es pasando sobre mi cad嫛er!-grit
ella haciendo esfuerzos desesperados por contener a su amante.

-Ya est嫕 ah-a鎙diel Sult嫕.-Abre pues, por tima vez paso!

Nunca!-exclamAixa poni幯dose de pie.

Y al par que pronunciaba estas palabras, con febril rapidez y mano
segura, despoj墎ase de sus ricos atav甐s; y antes de que Abd-ul-Lah
hubiera podido oponerse, cubr燰 la joven con el amplio solham de seda el
cuerpo del Amir y le ocultaba con su propio al-haryme el rostro.

-Ahora,-dijo la ni鎙,-ahora puedes salir... Pero saldr嫳 conmigo y
volveremos al bosque... Tus enemigos triunfan... Pero ttriunfar嫳,
Pr璯cipe m甐! Tno consentir嫳 nunca el ultraje que te hacen... Perdonar
el ultraje, es caminar al desprecio, y Allah te ampara y te protege.

Y asiendo de un brazo al Sult嫕, que se resist燰, le arrastrhacia
la puerta de la torre, se deslizaron ambos por la que daba desde el patio
al bosque sobre el Darro, y desaparec燰n perdidos entre las sombras.


Momentos despu廥, la turba invad燰 la Torre de Abu-l-Haxix,
profiriendo soeces amenazas y gritos descompuestos; pero Mohammad y Aixa,
llegados con fortuna al r甐, confundidos entre los rebeldes, lograban
guarecerse en uno de los c嫫menes inmediatos, y al galope del caballo que
facilital Sult嫕 un antiguo servidor que allviv燰, solos, llenos de
sobresalto, tomaban el camino de Guadix entre las tinieblas, que hac燰 m嫳
espesas la noche de tristura de sus almas, dejando triunfantes a su
espalda la traici鏮, la infamia y la alevos燰!
...............................................

Al d燰 siguiente, mientras en medio de la universal agitaci鏮 era
tumultuosamente reconocido como Sult嫕 de Granada Abu-l-Gualid Isma螿,
hijo de Seti-Mariem, el despose獮o Pr璯cipe Mohammad se amparaba de los
muros de la leal Guadix, donde era recibido con agasajo y con respeto.



- XXII -


LLEGABAN a Castilla las nuevas de aquel deplorable suceso, que
privaba a don Pedro del m嫳 fiel de sus aliados, cuando el infortunado
hijo de Alfonso XI ve燰 la inminencia de la lucha con que Arag鏮 le
provocaba, y los bastardos le mov燰n m嫳 cruda guerra. Las defecciones
aumentaban de d燰 en d燰, y aunque no recibidon Pedro con buen talante
la noticia de la traidora destituci鏮 de Mohammad V, imposibilitado
entonces de ejercer el derecho de soberan燰, propio de Castilla respecto
de Granada, para devolver al hijo de Abu-l-Haxix Yusuf I el trono por 幨
perdido,-viose en la precisi鏮 de tolerarla por el pronto, fijando la
atenci鏮 en acontecimientos de mayor urgencia y mayor bulto a para su
reino.

No se ocultaban, por cierto, ni al pr璯cipe Bermejo ni a Mohammad V,
en medio de los esplendores del triunfo al uno, y en la soledad de su
retiro al otro,-las causas que imped燰n al de Castilla tomar partido por
la raz鏮 y por el derecho; y al propio tiempo que el intruso Isma螿 se
entregaba a los deleites del harem y de las sensuales fiestas por 幨 en la
Alhambra preparadas, y Abu-Sa蟂 afianzaba entre los granadinos su
prestigio,-Mohammad V, en Guadix, deplorando la veleidad de sus vasallos,
en quienes confiaba, convencido de la imposibilidad en que se encontraba
don Pedro de auxiliarle en aquel trance a que le hab燰n conducido su
suerte y las ambiciones del pr璯cipe Bermejo, m嫳 que la alevos燰 de su
hermano Isma螿 II,-volv燰 los ojos al 繈rica, buscando all en el Sult嫕
de los Beni-Merines, el apoyo necesario para recuperar el solio.

Patentes eran para 幨, sin embargo, las dolorosas consecuencias que
hab燰n los musulmanes de Al-Andalus sufrido en tiempos anteriores, al
implorar el auxilio de los africanos; y al par que recordaba la confianza
con que el grande Al-M矌amid de Sevilla hab燰 solicitado contra los
nasser獯s, mandados por Alfonso VI, el socorro de Yusuf-ben-Texulfin, al
finar del siglo V de la H嶲ira (XI de J. C.),-acud燰 a su memoria, seg
las historias le ten燰n ense鎙do, el desconsolador ejemplo de la
destrucci鏮 del poder甐 muslime andalus reemplazado por el fan嫢ico e
intolerable imperio de los almor嫛ides, y la triste suerte que en Agmat
cupo al timo de los reyes Abbaditas, v獳tima de su ceguedad sin nombre.

Despu廥, cuando en la siguiente centuria (cu嫕tas veces se lo hab燰
referido Lisan-ed-Din!), arruinado ya el imperio almor嫛ide, y triunfante
en varias regiones de Al-Andalus el partido propiamente andalus el
m疄ero r嶲ulo Aftasida llam desde su corte de Badajoz a los almohades,
capitaneados en 繈rica por Abd-el-Mumen, vio tambi幯 erigirse a aquellos
auxiliares en se隳res, hasta el feliz momento en que, derrotado el
terrible Aben-Hud de Murcia, Mohammad I desde Arjona, hab燰 logrado
levantar el 嫕imo de los muslimes espa隳les para fundar con ellos, en el
siglo VII (XIII de J. C.), el imperio de Granada.

Todos estos recuerdos batallaban en el esp甏itu de Mohammad V, y le
hac燰n resistir las repetidas instancias de Aixa, para demandar de
Abu-Salem, Sult嫕 de Marruecos, el auxilio con el cual deb燰n ser
segundados los deseos de los leales habitantes de Guadix y de la Serran燰
de Ronda, quienes se hab燰n francamente declarado en su favor, y en contra
del usurpador Isma螿 II.

Vencido al postre, mientras el afeminado hijo de Seti-Mariem gozaba
de cuantos deleites hab燰 so鎙do y le proporcionaba a manos llenas con
siniestras intenciones el Bermejo; mientras parte del pueblo granadino,
para quien en los primeros momentos el triunfo de los rebeldes significaba
el triunfo de la causa del Islam, iba poco a poco persuadi幯dose de que no
era Isma螿 ciertamente el llamado a realizar sus esperanzas,-en los
timos d燰s de la luna de Xagual de aquel a隳 de 760(39), enviaba
Mohammad expresiva embajada al Sult嫕 de los Beni-Merines, notici嫕dole lo
ocurrido, y como preliminar de ulteriores negociaciones.

Pero ya Abu-Salam era conocedor de la traici鏮 de Isma螿, y hab燰
conseguido de 廥te el permiso de que el destronado Sult嫕 pudiera
libremente salir de Chezirat-al-Andalus, ascomo la libertad al propio
tiempo del guazir y sentido poeta Ebn-ul-Jathib, a quien ten燰n preso los
rebeldes.

Una fresca ma鎙na de la luna de Chumada primera del a隳 761(40),
not墎ase en la cassabah de Guadix extra隳 movimiento.

Brillante tropa de jinetes se hallaba formada en la explanada de la
fortaleza que, erguida sobre alto cerro, dominaba la poblaci鏮, y serv燰 a
Mohammad de morada.

Al frente, cubierto por el amplio capellar bordado que le envolv燰,
dejando resplandecer a los rayos del sol la reluciente cimera del acerado
casco, que aparec燰 a trav廥 del izar, ve燰se montado al guazir
Ebn-ul-Jathib Lisan-ed-Din, cuya cabalgadura, de hermosa estampa y
nervudos remos, piafaba de impaciencia.

A la puerta de la alcazaba, con jamugas el uno, y ensillado el otro a
la jineta, dos magn璗icos potros cordobeses, negros como las sombras de la
noche, y lujosamente enjaezados con gualdrapas y caireles de seda verde y
oro, aguardaban sin duda sus jinetes.

Multitud de curiosos invad燰 las avenidas de la fortaleza, y la
animaci鏮, que ten燰 en realidad algo de solemne y de sombr燰, era en
Guadix grande e inacostumbrada.

Las mujeres, cubiertas por recias alcandoras de tupida lana, la faz
oculta de tal suerte que s鏊o era dable distinguir los ojos, y la cabeza
envuelta con sencillas tocas de abigarrados colores, circulaban entre la
muchedumbre, lanzando de vez en cuando penetrantes gritos, como si fueran
a asistir a alguna febre ceremonia.

Al fin, llevando de la mano a la hermosa Aixa, cuyas m鏎bidas formas
desaparecieron entre los pliegues del solham de blanca seda recamada de
oro que pend燰 de sus hombros, aparecien el dintel de la puerta
principal de la alcazaba, gentil y apuesto como siempre, pero triste y
conmovido, el magn嫕imo Abu-Abd-il-Lah Mohammad, el contento con la
protecci鏮 de Allah, como le llamaron m嫳 tarde sus cortesanos y
aduladores. Haya Allah bendito su alma, y se haya en 幨 complacido en el
Para疄o!

Vest燰 holgada marlota de seda verde, conforme a la excelsitud de su
extirpe, toda ella con fimbria de oro guarnecida, bajo la cual se
descubr燰 la almalafa de veludillo carmescon golpes de igual clase.

De su cintura pend燰 la ancha espada con los gavilanes en forma de
cabezas de elefante, el pu隳 primorosamente esmaltado y la vaina de
terciopelo con fornituras de oro labradas a cincel y asimismo esmaltadas,
en tanto que, por entre el bordado tiraz o ce鎴dor que rodeaba su cuerpo,
asomaba en su vaina de terciopelo la corva hoja del alfange.

Segu燰n a Abd-ul-Lah gran nero de soldados con fuertes lanzas, y en
tanto que el destronado Pr璯cipe, llevando de la mano a Aixa, avanzaba en
direcci鏮 de los caballos que le ten燰n dispuestos, los soldados se abr燰n
en dos filas, en actitud respetuosa y en medio del mayor silencio.

Hincando en tierra la rodilla para que montase, aguardcon cort廥
galanter燰 Mohammad a que su enamorada se hubiese colocado en la silla; y
montando 幨 luego de un salto sobre el potro que le estaba destinado,
h瞵ole dar una vuelta en torno de los circunstantes, y se situal lado de
la joven, rompiendo la marcha entre las aclamaciones de la muchedumbre, y
los agudos gritos de las mujeres.

Cuando, bajada la pendiente rampa de la alcazaba, se hallla
comitiva en la plaza del pueblo, donde la multitud era a m嫳 compacta,
dio orden Mohammad de hacer alto, y dirigi幯dose a todos en general, con
acento tr幦ulo y conmovido, exclam

-La-illah ila-Allah! Hua-al-Aziz! Hua-al-Akbar!
Gua-la-galib-ila-Allah!(41). La paz y la bendici鏮 de Allah sea con
vosotros todos, fieles muslimes, que hab嶯s abierto vuestros brazos al
proscripto! Allah sabe las cosas pasadas y venideras, y lo que se oculta
en las entra鎙s de los hombres! A Ifriquia(42) voy! All en aquella
tierra, donde impera sin contradicci鏮 la palabra santa de Mahoma, donde
resuenan s鏊o las plegarias que los siervos del Islam levantan al Se隳r
del Trono Excelso, tal vez encuentre mi causa en el Imam Abu-Salem
(prosp廨ele Allah!) el auxilio que reclama mi autoridad escarnecida por
esos devotos servidores de Thagut, a quienes Allah maldiga! La paz sea con
vosotros! Que Allah acreciente misericordioso vuestros bienes y vuestra
ventura!

Dijo asMohammad; y picando espuelas al fogoso corcel, seguido de
Aixa, de Ebn-ul-Jathib, y de los suyos, abandona Guadix, en tanto que la
muchedumbre le aclamaba fren彋ica, y le deseaba feliz y pr鏀pero viaje.

Al perder de vista, entre las sinuosidades y accidentes del terreno,
la leal poblaci鏮 que le hab燰 dado cari隳so hospedaje por espacio de diez
lunas tribut嫕dole toda especie de agasajos,-en medio del natural
quebranto que los acontecimientos le hab燰n producido, brotuna l墔rima
de sus ojos, y sombr甐 y cabizbajo, caminlargo trecho en direcci鏮 a
Marbella.

Larga era la traves燰 que emprend燰 en aquel momento, y grandes los
riesgos que deb燰 correr hasta llegar al puerto de la Cora malague鎙,
donde hab燰 de embarcarse; pero su resoluci鏮 era grande tambi幯, y no
hubo instante alguno de vacilaci鏮 en el prop鏀ito que le guiaba. Preciso
le era internarse en las escabrosidades de la monta鎙, y sufrir por tanto
los contratiempos que en aquella estaci鏮 a fr燰 del a隳, brindaban
semejantes lugares; tal vez si hubiese emprendido su camino por
Hissn-al-Lauz(43) y Montefr甐, habr燰 llegado m嫳 pronto a Marbella; pero
quiz嫳 hubiera visto a deshora truncadas sus esperanzas con la presencia
de las gentes del intruso Isma螿, las cuales le habr燰n cerrado el paso, a
despecho de lo prometido por el nuevo Sult嫕 de Granada al Beni-Merin
Abu-Salem, cuya protecci鏮 buscaba.

Ocultando discretamente su elevada alcurnia, pero procurando a la par
conocer el esp甏itu de los musulmanes de las comarcas por donde
atravesaba, llegaba por fin Abd-ul-Lah al puerto de Marbella, al mediar
del d燰 primero de la siguiente luna(44), quince d燰s despu廥 de haber
salido de Guadix.

S鏊o Aixa hab燰 logrado durante el viaje desarrugar el ce隳 del
Sult嫕; ni las risue鎙s esperanzas con que Lisan-ed-Din trataba de
distraerle, ni la seguridad que el guazir mostraba de que con el auxilio
de los benimerines ser燰 f塶il empresa la de recuperar el trono, en vista
de la actitud en que se ofrec燰n los habitantes de los pueblos, alquer燰s
y aduares por donde hab燰n cruzado,-consegu燰n otra cosa del infortunado
Pr璯cipe que arrancarle a veces algunas exclamaciones ponderando la
misericordia de Allah 〔nsalzado sea!

Cuando repartidos en grupos, y dejadas las cabalgaduras en el fondac
inmediato a Marbella, penetraron en esta ciudad, la voz del almuedz璯
dej墎ase escuchar desde lo alto del alminar de la mezquita, invitando a
los fieles a la oraci鏮 de adh-dhohar, seg el rito.

Era aquel, d燰 festivo por acaso; la turba de marineros se agolpaba a
las puertas del templo, y Abd-ul-Lah, deseando cumplir con los preceptos
religiosos, penetra su vez en el patio de la mezquita, seguido de los
suyos.

En el centro del patio, rodeado de p鏎ticos, bajo su cula de
yeser燰, se hallaba el al-midha(45), en el cual hac燰n los fieles el
alguado(46). Cercado de celos燰s, encontr墎ase en el otro extremo el
al-midha para las mujeres, y allfue Aixa, procurando ocultar el lujo de
sus vestiduras, para no excitar la curiosidad ni la atenci鏮 de aquellas
buenas gentes.

El Sult嫕, en tanto, hizo su abluci鏮, y penetren el templo,
dirigi幯dose al quiblah(47), mezclado con los concurrentes.

Hall墎anse 廥tos repartidos por las naves del santuario en actitudes
diferentes, y por entre ellos circulaba uno de los sirvientes de la
mezquita, pronunciando el al-icamah(48) con tono grave y solemne.

Poco tiempo despu廥, sub燰 el imam(49) al minbar(50) situado a un
lado del quiblah y comenzaba a leer en el Cor嫕 las Suras de precepto,
sigui幯dole en la oraci鏮 de memoria los fieles, entre quienes se
acentuaba el movimiento ondulante, iniciado desde la presencia del imam en
la cobba del mihrab(51), seg los ar-raka滻 y los sachdas(52) que
prescribe la liturgia.

Luego, dejando sobre el kursy o atril el libro santo, dirigiel
sacerdote la palabra al pueblo, entonando la jothba(53) de los viernes en
honra del Sult嫕; y al escuchar Mohammad que dirig燰n fervientes votos a
Allah por la prosperidad de Isma螿, no pudo contenerse, y salidel templo
profundamente afectado.

Esperen la puerta de los macassires destinados a las mujeres(54) a
que saliera Aixa, y, meditabundo y triste, aguardla hora de al-magrib,
cuando el sol comenzaba a ponerse en el ocaso, que era la convenida para
efectuar el embarque, dispuesto y prevenido todo oportunamente por el
guazir Ebn-ul-Jathib, y los caballeros granadinos que no hab燰n querido
abandonarle.

Presentaba en aquella hora el puerto de Marbella espect塶ulo
verdaderamente grandioso.

El mar estaba tranquilo y reposado, el d燰 hab燰 sido primaveral, y
la tarde estaba templada.

Tachonaban el cielo algunas r塻agas de fuego, que, desvaneci幯dose
entre las sombras, iban a unirse allen lontananza con la azulada
superficie de las aguas.

Algunas embarcaciones, chatas y de un solo m嫳til, se hallaban en el
peque隳 puerto, y entre todas se destacaba aquella en la cual deb燰
verificar Mohammad la traves燰 del Zocac, que, seg tradici鏮, hab燰 en
tiempos antiguos abierto entre el mar de las tinieblas y el mar de Siria
el gran Alejandro, el se隳r de los dos cuernos(55).

Cuando llegel momento de partir, el joven Pr璯cipe se detuvo
indeciso.

Extra隳s presentimientos le asaltaron, y retrocediinstintivamente
antes de saltar a la lancha que le esperaba.

-–alor!-exclamAixa a su o獮o, estrech嫕dole en sus brazos tan
conmovida como 幨 lo estaba.

-No es el valor lo que me falta, Aixa-repuso el destronado Amir;-pero
al abandonar esta tierra, siento temores desconocidos... Tal vez no vuelva
ya nunca m嫳 a ver este cielo! Acaso en Ifriquia, como
Al-M矌amid-ben-Abbad, encontrarla muerte!

-No vaciles, Mohammad... Tus vasallos, desvanecidos por las promesas
de los enemigos de su reposo, que ahora han logrado triunfar, no te han
olvidado. Ya has visto, por Allah, en Guadix cu嫕tos caballeros de tu
corte te se han reunido; ya has visto cu嫕 generosamente se sacrifican por
ti, y van a correr contigo el riesgo de lo desconocido, ya has visto
tambi幯 c鏔o en la Serran燰 de Ronda s鏊o aguardan los muslimes tu se鎙l
para lanzarse a la pelea, ensalzando tu nombre... 聲imo pues, Pr璯cipe y
due隳 m甐! Detr嫳 de esas olas, que vienen a morir humildes a tus plantas,
esttodo lo que has perdido! No dudes ya!...


-Tienes raz鏮!-replicAbd-ul-Lah; y desprendi幯dose de los brazos de
la joven, hincen tierra ambas rodillas, mirando al Oriente, con los
brazos cruzados, y los ojos en el cielo; y all en ferviente oraci鏮,
dirigisu esp甏itu al Omnipotente Allah, para que le ayudase y le
amparara en aquel solemne trance de su vida.

Despu廥, volvi幯dose hacia la poblaci鏮 de Marbella, cogiun pu鎙do
de arena entre las manos, y lo lleva los labios, conmovido, exclamando
con los ojos anublados por las l墔rimas:

-Bendita, bendita seas, tierra que has sido m燰! Que Allah desde los
cielos haga descender sobre ti todos los bienes, y te ayude y te proteja
como yo te deseo! Quiz嫳 no volver嫕 ya nunca a errar mis miradas por los
floridos c嫫menes del Darro! Adi鏀, Granada m燰! Adi鏀, mi alc嫙ar de
Alhambra, donde tanto he sufrido, y tanto he gozado! Adi鏀, vosotros los
que me am壾s, y llor壾s en silencio las inclemencias de mi suerte! Adi鏀!

Y con la cabeza baja y paso precipitado, entren la barca.

Poco m嫳 tarde, montaba en el bajel en que deb燰 atravesar el Zocac,
y donde le acompa鎙ban, con Aixa, Ebn-ul-Zathib y la comitiva de
caballeros que desde Guadix hab燰 con 幨 llegado hasta Marbella; y cuando
el muedz璯, desde el alminar de la mezquita de este pueblo, pregonaba el
idzan de al-漮ema, a una se鎙l del arr墈z fueron desplegadas las velas, y
a favor de la brisa de la noche comenza hender las olas el barco,
poniendo proa al Estrecho.

Al mediar la ma鎙na del siguiente d燰, la peque鎙 embarcaci鏮 daba
fondo en la bah燰 de Tancha (T嫕ger), cuya poblaci鏮 fortificada,
edificada en lo alto de una monta鎙 y dominando el mar, presentaba en
aquella hora, al destacar sobre los montes y la feraz campi鎙, aspecto
verdaderamente pintoresco.

Con el coraz鏮 oprimido, saltel Pr璯cipe en tierra; y despu廥 de
breve descanso, y de presentarse al alcaide de la ciudad, pon燰se sin m嫳
tardanza en camino para Fez, residencia del Sult嫕 de los Beni-Merines, a
donde hab燰 sido enviado ya un emisario.

Accidentado y no exento de peligros era el terreno; pero al cabo de
seis largas jornadas, durante las cuales atravespor Azila, Laraisch y
Al-Cassar-Kibir, y cruzr甐s como el Safdad, el Luccos, el caudaloso Sebu
y el Ordom, llegaba Mohammad V a Mequines, ya a corta distancia de la
corte del Sult嫕 Beni-Merin, de quien esperaba remedio a su desdicha.

No lejos de la poblaci鏮, sal燰le a recibir el mismo Abu-Salem, con
grande aparato y muestras de verdadero afecto, que conmovieron
profundamente al Amir de los muslimes de Granada, quien, ape嫕dose
r嫚idamente de su cabalgadura, corria abrazarse con el Sult嫕 de Fez, en
presencia de los caballeros africanos y granadinos.

Y juntos, en vistoso grupo, penetraron en Fez, en medio de las
aclamaciones y las alb鏎bolas de la muchedumbre, que invad燰 las estrechas
calles de la ciudad, por donde pasel cortejo hasta llegar al palacio,
situado sobre una eminencia, y fuera del recinto amurallado de la
poblaci鏮 africana.

Dos tronos a igual altura, y pr闛imos el uno al otro, hab燰n sido
dispuestos en el gran sal鏮 de ceremonias del alc嫙ar; y
all en pie, aguardaban los magnates de Abu-Salem la llegada del Pr璯cipe
destronado.

Asque, precedidos de los caballeros, penetraron en el sal鏮, todos
los circunstantes se inclinaron, en se鎙l de respeto, dando a Mohammad V
la bienvenida; tomando luego el Beni-Merin la mano del granadino, h瞵ole
sentar a su lado, con muestras no dudosas de deferencia y exquisita
cortesan燰.

Aixa, con el al-haryme sobre el rostro, se coloca espaldas de su
amado.

A una se鎙l de Mohammad, adelantose el guazir Ebn-ul-Jathib
Lisan-ed-Din, y prostern嫕dose a los pies del trono de Abu-Salem,
demandole licencia para hablar en nombre de su soberano.

Concedida que le fue, con tono grave y sentido, cual conven燰 a las
circunstancias, dio principio a una larga improvisaci鏮 po彋ica, en la
cual, imitando las antiguas cassidas ar墎igas, no era un rey de Granada
destronado quien se lamentaba amargamente de la p廨dida de su reino, sino
Xemil, el pastor errante, quien hablaba del valle de Mojabera, su patria,
y de la separaci鏮 de su querida Botse璯a. La poes燰 continuaba
describiendo la peregrinaci鏮 por el desierto, para llegar por timo al
objeto que le era propio, mostrando las esperanzas que fundaba el
malaventurado Pr璯cipe andalusen el auxilio del Sult嫕 africano, a quien
dirig燰 Ebn-ul-Jathib encomi嫳ticas salutaciones e hiperb鏊icos elogios,
para predisponer su 嫕imo e inclinarlo en favor de Mohammad, en largas
tiradas de artificiosos versos que excitaron la admiraci鏮 en los
circunstantes, y que fueron interrumpidos varias veces por generales
murmullos de aprobaci鏮 y de entusiasmo. Despu廥, invocaba la protecci鏮
del africano para el granadino, y pint嫕dole f塶il la empresa, exclamaba:


非ales armas, y corceles como el
viento
y hombres como leones,
que infundan, al llegar, con su ardimiento,
pavor en los contrarios escuadrones!



Y luego de expresar el reconocimiento de Mohammad por la protecci鏮
que esperaba de su magnanimidad y de su benevolencia, conclu燰 d嫕dole
gracias en t廨minos tan lisonjeros y halag隳s, que enternecitodos los
corazones, y arrancl墔rimas del auditorio.


匜 mismo, lleno de emoci鏮, tuvo necesidad de retirarse, no sin haber
recibido de labios de Abu-Salem la promesa de que pondr燰 a las 鏎denes de
Abd-ul-Lah las fuerzas suficientes para que recuperase el trono,
triunfando causa tan justa como bien defendida.

Al escuchar Mohammad las palabras del Sult嫕 de los Beni-Merines, no
fue due隳 de spropio; y sin ocultar su turbaci鏮, y aun a riesgo de que
a humillaci鏮 tomasen sus demostraciones de agradecimiento, ech嫳e a los
pies de Abu-Salem con los ojos anegados en llanto, y besando la fimbria de
las vestiduras del africano, d嫕dole gracias, exclam

-Deja, oh t tallo lozano de la estirpe de Y歊ub, el descendiente
del Profeta, el fuerte entre los fuertes, Sult嫕 p甐 y generoso, excelso y
justiciero, guerreador y defensor de la ley de Allah, deja que a tus
plantas pueda un rey destronado manifestarte el hondo sentimiento que
embarga su coraz鏮, al o甏 en tus labios palabras de consuelo, dulces como
el roc甐 que el alba deposita en estos campos f廨tiles de tu imperio,
estos campos, que son tuyos, como es tuya la fuerza, y es tuya la
justicia! Las flores de tus jardines y tus huertos, a tu voz se truecan en
soldados, bravos como leones en el combate, t璥idos como gacelas a tu
voluntad, y es de ver c鏔o a tu presencia todo cede y se humilla! Bendiga
Allah tu mano generosa, y quiera el Se隳r del Trono Excelso concederme la
gracia de poder alg d燰 pagarte con la sangre de mis venas el servicio
que hoy me haces!

-Alza, mi hermano y se隳r! Las gracias s鏊o corresponden a Allah! De
Allah es cuanto hay en los cielos y en la tierra, y el imperio de todas
las cosas pertenece a Allah! Ensalzado sea!-contestsentenciosamente
Abu-Salem.-Tu causa! oh Mohammad! es la causa de la justicia, y Allah ha
armado mi brazo para defenderla! Oh, si cual en otros tiempos, fuera dado
disponer en los actuales de tanta muchedumbre de gentes como hicieron
estremecer la tierra al pasar desde Ifriquia a Chezirat-al-Andalus! Yo te
ayudar燰 entonces en honra y desagravio del Islam, no s鏊o a recuperar el
trono que usurpa tu desatentado hermano Isma螿, sino a reconquistar todo
Al-Andalus, apoderarte de Afrancha(56), y proclamarte se隳r del mar de
Inquilis璯(57)! Pero no llega, por desventura, a tanto mi poder, como para
destruir a los id鏊atras(58), a quienes tantas veces hicieron huir como
gacelas los estandartes del Profeta (︼a paz sea con 幨!) Volver嫳 como
due隳 a tu Granada; podr嫳 gozar, desde las deleitosas estancias de tu
alc嫙ar de la Alhambra, del delicioso espect塶ulo que ofrecen, dilat嫕dose
por la ciudad, el Darro y el Genil, a la manera que el Arfana y el Farcana
se dilatan por Damasco, si la voluntad del Se隳r de Ambos Mundos
acompa鎙ra el esfuerzo de mis bravos berberiscos!

Y en tanto que Abd-ul-Lah, con todos los honores debidos a su
jerarqu燰, era dignamente aposentado en el palacio mismo de
Abu-Salem,-daba este Pr璯cipe magn嫕imo (Allah le haya perdonado!) las
鏎denes necesarias a sus guazires para que se aprestasen dos numerosos
ej廨citos, con los cuales deb燰 el hijo de Yusuf I recuperar el antiguo
reino de sus antepasados y mayores.



- XXIII -


LAS habitaciones destinadas a Mohammad V, hall墎anse situadas en uno
de los extremos del alc嫙ar, vasta agrupaci鏮 de edificios, independientes
entre s bien que puestos los unos con los otros en comunicaci鏮 por
medio de irregulares patios y jardines, pero que no ofrec燰n, a la verdad,
ni en construcci鏮 ni en magnificencia, semejanza ni recuerdo alguno con
los que constitu燰n el alc嫙ar de los Beni-Nassares en Granada.

Formaba el edificio o ad-dar, donde el destronado Pr璯cipe fue
aposentado, un rect嫕gulo perfecto, con cuatro tarbe滻 o cuadras, que
correspond燰n a los lados del rect嫕gulo, y se abr燰n en los ejes,
hall嫕dose dedicadas a serrallo la principal, a c嫥ara de servicio la
segunda y a harem las dos restantes, donde se habilitlujoso camar璯 para
Aixa, y fueron dispuestas las habitaciones para otras mujeres, quedando
Ebn-ul-Jathib y la comitiva de caballeros granadinos instalados en
distinto edificio, pr闛imo al que ocupaba el Pr璯cipe.

Despu廥 de terminados las ceremonias y los agasajos con que Abu-Salem
obsequial granadino, quedaron solos en la c嫥ara principal del ad-dar de
Mohammad V, el ilustre proscripto, Aixa y el guazir Ebn-ul-Jathib.

-Ya has visto, se隳r y soberano due隳 m甐 (,llah perpet tu
gloria!), c鏔o no eran vanas, por fortuna, las esperanzas que al abandonar
a Guadix y partir de Chezirat-al-Andalus, abrig墎amos tus fieles
servidores. Que el sol ben嶨ico de tu sonrisa ilumine tu rostro, y borre
las nubes sombr燰s que le obscurecen! En breve tornar嫳 a nuestra hermosa
Granada, no ya humillado por el triunfo de tus enemigos (—aythan sea con
ellos!), sino victorioso y contento!

-Alabada sea la misericordia de Allah!-repuso el Amir.-Sin ti y sin
los ruegos de mi adorada Aixa, jam嫳 hubiera intentado cruzar el Estrecho
de Az-Zocac, y habr燰 preferido la oscura vida que en Guadix parec燰
estarme reservada! La bendici鏮 de Allah sea sobre el Sult嫕 Abu-Salem y
sobre vosotros! No podr嶯s imaginaros nunca lo inmenso de mi zozobra, al
apartarse de las costas de mi reino la d嶵il embarcaci鏮 en que hemos
surcado el mar de Siria! No podr嶯s formar idea del sentimiento que
embargaba mi alma, al pensar que, acaso, como el grande Al-M矌amid, no
volver燰 a pisar nunca el suelo de mi patria (︾rosp廨ela Allah!) Pero no
seras-a鎙di-No: que los guerreros del desierto, esgrimiendo la
espada de la justicia, me ayudar嫕 a conquistar el bien perdido! Juro a
Allah (〔nsalzado sea!) que no habrperd鏮 para los traidores, y que si
fui magn嫕imo y generoso con el traidor Abu-Sa蟂 cuando en Bib-ar-Rambla
te hiricreyendo her甏me a mde muerte; si fui ben憝olo con Isma螿,
cuando muerta su madre Seti-Mariem le di asilo en mi propia morada, ahora,
ahora, habrde ser terrible mi venganza!

-Justo ser se隳r,-contestel guazir, inclin嫕dose profundamente.

-S justo ser amado Sult嫕 mio,-dijo Aixa, quien hasta entonces
hab燰 guardado silencio.-Pero tambi幯 es justo que, despu廥 de tantas y
tan largas fatigas, des a tu esp甏itu y a tu cuerpo el debido reposo, bajo
la egida protectora que el magn璗ico Abu-Salem (︹lorificado sea su
reinado!), te brinda hoy en el recinto de su alc嫙ar.

ComprendiEbn-ul-Jathib que la enamorada pareja deseaba estar sola,
y con un reverente salem-滎aihuma(59), abandonel camar璯, alegre y
satisfecho por el 憖ito lisonjero que promet燰n los ofrecimientos del
Sult嫕 de los Beni-Merines, cuyas simpat燰s hab燰 conquistado el guazir
con la brillante improvisaci鏮 po彋ica, que tanto conmovia 幨 y a su
corte.

Cuando Abd-ul-Lah y Aixa se hallaron solos, corrila hermosa
muchacha a los brazos del Amir, y derramando en ellos abundoso llanto, le
colmde caricias.

-Bien m甐!-exclam-Aqu como en los jardines espl幯didos de tu
Granada, lo mismo entre los labrados muros de tu hermoso alc嫙ar, que en
el retiro de la humilde tienda, donde durante nuestro camino por Ifriquia
tantas noches hemos hallado hospedaje, que en la soledad de esta c嫥ara,
donde ahora nos vemos,-siempre, siempre sertuyo mi amor, como son tuyos
los latidos de mi pecho, y tuyos mi pensamiento y mi alma! S Pr璯cipe
querido,


姪Qule importan al ave
sencilla,
que en la selva sus cantos eleva,
qule importan las glorias del mundo,
si amor y placeres caminan con ella?

---
姪Qule importan los pa隳s de oro,
los joyeles, las ricas preseas,
si en el fondo del bosque, anhelosa,
cantando sus cuitas, su amante le espera?

燒o es verdad-prosigui-que tme amas, y que este amor, que es mi
vida, endulza las horas amargas de tu existencia, que deb燰 ser feliz como
la de los elegidos de Allah en los deliciosos jardines del channat(60);
que deb燰 correr sosegada, l璥pida y tranquila, como desde la cumbre de
Ax-Xo1air corren las aguas del Genil, como las de esa fuente, que murmura
en apacible calma dulces y misteriosas frases de amor, que nunca se
extinguen?

-S Aixa! Consuelo m甐!-repuso el Sult嫕.-S tus palabras y tus
caricias son las que me animan y dan alientos en mi desgracia! Eres para
mlo que el fresco manantial en el desierto, para el pobre peregrino; lo
que la luz para el ciego; lo que la palabra del Profeta (︼a paz sea sobre
幨!), para el muslime! Sin ti, sin tu fervoroso cari隳, que me hace
olvidar lo triste de mi suerte, acaso no habr燰 intentado llegar hasta
Abu-Salem, a quien Allah bendiga!

-Bend璲ale Allah!-repitila joven, levantando los ojos al labrado
artes鏮 de la tarbeen que ambos se encontraban.

-Si todos en mi Granada hubieran sido tan fieles como t-suspirel
Amir.-Allquedaron, m嫫tires de su lealtad, el desdichado Redhu嫕 (,llah
le haya perdonado!), y el valiente Abd-ul-Malik (︷ompl嫙case Allah en
幨!). a no haber sido por ti, que tanto me amas, s鏊o Allah sabe si a
estas horas mi cad嫛er fr甐 hubiera ido en la macbora(61) de la Alhambra a
reunirse con el de mi pobre padre, a quien Allah tenga en su Para疄o! Tal
vez habr燰n pisoteado mi cuerpo esos infames siervos de Xaythan el
apedreado!... Oh! Cu嫕to, cu嫕to debo a tu amor, adorada Aixa!

-No evoques tan tristes recuerdos, Sult嫕 m甐!-replicla
joven.-Olvida aquellas escenas de horror, que no han de reproducirse, y
mira al porvenir que te sonr獯!

-S Quiero recordarlo! Tno sabes lo que goza el 嫕imo con las
memorias del pasado, por tristes que sean! Quiero recordar que, sin ti,
aquella noche fatal en que tomla envenenada fruta preparada por la
sultana Seti-Mariem, habr燰n conseguido mis enemigos el triunfo que
apetec燰n; que sin ti, sin tu animosa decisi鏮, y el afecto de mi guazir
Ebn-ul-Jathib, habr燰 en Bib-ar-Rambla ca獮o al golpe de la lanza del
traidor Bermejo!... 燕or quno recordarlo?... 燕or quno bendecir la
hora en que mis ojos te vieron, si a ti te debo la salvaci鏮 y la vida,
cuando a despecho m甐 echastes sobre mis hombros tu propio solham, y
cubriste mi rostro con tu mismo perfumado al-haryme, bajo cuyo disfraz
logrburlar la persecuci鏮 de mis enemigos?...

No otra era la sabrosa pl嫢ica a que se hallaban entregados
Abd-ul-Lah y Aixa, cuando, interrumpi幯dola a deshora, penetraba en el
aposento uno de los negros puestos al servicio de Mohammad, e inclin嫕dose
con el mayor respeto delante de destronado Sult嫕 granadino, se
prosternaba a sus plantas con los brazos cruzados sobre el pecho, y la
cabeza baja.
-Oh se隳r y due隳 m甐!-exclam-Abd-ul-Tahir el poderoso jefe de la
guardia del excelso Amir de los muslimes, nuestro se隳r, el magn璗ico, el
justo y generoso Abu-Salem (︹lorif甒uele Allah!), demanda tu permiso para
comparecer en tu presencia, por mandado de su egregio se隳r.

Hizo se鎙 Abd-ul-Lah al esclavo de que pod燰 penetrar el enviado de
Abu-Salem, y desprendi幯dose de los amantes brazos de su enamorada, tom
asiento en el div嫕 de ceremonias, al propio tiempo que Aixa se apartaba
discreta, ocult嫕dose en una de las alhenias del aposento.

Pocos momentos despu廥, entraba Abd-ul-Tahir, a quien segu燰n dos
mujeres, envueltas en largos haiques que les llegaban a los pies, con la
cabeza oculta por finos izares de transparente muselina, y el rostro
velado por el al-hayrme, que s鏊o permit燰 verles los ojos, negros y
brillantes, en los que resplandec燰n a la vez la curiosidad y el
sensualismo.

-Oh noble se隳r m甐!-dijo el emisario de Abu-Salem,
prostern嫕dose.-El poderoso, el justo, el sabio, el puro, el defensor de
la ley de Allah, Abu-Salem, Amir de los muslimes, mi se隳r y due隳
(︾erpet Allah sus d燰s!), en se鎙l y muestra del afecto que te profesa,
como a su hermano y amigo, te env燰 este presente. Son dos de las m嫳
hermosas mujeres de su harem. Mira,-a鎙dia la vez que las dos j镽enes se
descubr燰n el rostro,-mira en sus semblantes la gracia y la hermosura, que
resplandecen como si cada una de ellas fuera la luna llena. Sus ojos
despiden rayos de amor, que no puede resistir coraz鏮 alguno; su frente es
tersa y pura como el cristal de la fuente; su voz es dulce y acariciadora,
como el rumor del la en medio de la noche; sus dientes son sartas de
perlas, que despiden extra隳s reflejos sobre el estuche de su boca, y sus
labios son dos corales. M甏alas, esbeltas y erguidas como las palmeras de
nuestros bosques; ligeras, como las gacelas del desierto, flexibles, como
la ca鎙 del Ban; ellas har嫕 para ti m嫳 agradable la estancia en este
alc嫙ar, y espera el Sult嫕, mi se隳r (︾rot嶴ale Allah!) que aceptar嫳 el
presente. Amina se llama una de ellas, y por mi salvaci鏮, que bien merece
el nombre de Fiel que lleva: serfiel contigo hasta la muerte, m嫳 que lo
han sido tus vasallos de Granada: Kamar(62) dicen a la otra, y ya ves c鏔o
es digna de que asla apelliden, pues a su lado palidecen de envidia
todas las dem嫳 mujeres de la tierra. Una y otra, tienen negro el cabello,
las cejas, los p嫫pados, y la pupila de los ojos; blancos el cutis, los
dientes, las u鎙s y la c鏎nea transparente de los ojos; encendidas las
mejillas, los labios, la lengua y las enc燰s; grandes la frente, los ojos,
el pecho y las caderas, y peque隳s, por timo, las orejas, la boca, las
manos y los pies(63).


-Oh Abd-ul-Tahir!-replicAbd-ul-Lah.-Aun cuando en estos instantes
mi pobre coraz鏮 llora las penas que la deslealtad de mis vasallos ha
producido en mi 嫕imo; aun cuando mi coraz鏮 late de amor por otra mujer,
a quien debo la salvaci鏮 y la vida,-no por eso dejo de agradecer la
delicadeza de obsequio que me hace tu se隳r y mi due隳 Abu-Salem (,llah
le bendiga!). Dile que acepto reconocido este testimonio de su amistad, y
que deploro no poder, como quisiera, corresponder hoy a sus mercedes.
Hermosas son, a fe m燰... Sean Amina y Kamar nuncios de mi ventura en lo
porvenir, con el auxilio de tu se隳r, y testigos del placer con que recibo
su generosa d墂iva.

Alz嫕dose del div嫕 donde hasta entonces hab燰 permanecido, se
adelanthacia ambas doncellas y las bescon galanter燰 en la frente en
se鎙l de bienvenida, con lo cual despid燰se del jefe de la guardia del
Sult嫕 africano, y ellas quedaron en la estancia, tr幦ulas y
ostensiblemente indecisas, siguiendo con los ojos los movimientos del
granadino, quien dirigi幯dose a la alhenia desde la cual hab燰 Aixa o獮o y
presenciado todo, tomde la mano a la joven, y con ella, en tal actitud,
fue a donde se encontraban Amina y Kamar sorprendidas.

S鏊o all a la luz que penetraba por los abiertos postiguillos del
port鏮, pudo notar Mohammad la palidez que empa鎙ba el rostro de su
amante.

-Aixa,-le dijo sin embargo,-el Sult嫕 generoso de cuyas manos espero
la autoridad perdida, me env燰 como precioso regalo estas doncellas.
M甏alas: son hermosas, son j镽enes, y tiene su nido en ellas el amor. Ya
sabes que mi coraz鏮 es tuyo, y que s鏊o tuyo puede ser... Que sean Amina
y Kamar tus hermanas... a tu cuidado y a tu solicitud las entrego.

-Pr璯cipe y se隳r m甐,-replicAixa temblorosa,-tus palabras son
鏎denes para m Yo soy tu esclava. Has mandado, y ser嫳 obedecido...

Y al pronunciar estas palabras, copioso raudal de l墔rimas se escap
de los ojos de la joven, sin que ella pretendiese contenerlas.

-燕or qulloras, mi amada?...-preguntMohammad, estrech嫕dola
cari隳so.-燒o has ganado tmi coraz鏮?...

燒o eres tla mujer a quien adoro?... Enjuga pues el llanto... Que
la luz de tus radiantes ojos no se anegue en ese mar de amargas l墔rimas
que me entristece. Ve, amada m燰, ve, y da digno aposento a tus
hermanas... Aqu como siempre, mi coraz鏮 te espera.

AlzAixa los ojos, y enjugando el llanto, sin pronunciar palabra,
echa andar, saliendo al patio anchuroso del ad-dar, en el que tomla
direcci鏮 de una de las c嫥aras destinadas al harem; dio allpor su parte
la bienvenida a Amina y Kamar, festej嫕dolas con dulces y helados, y
procurhacerse amar de ellas; pero a pesar de sus esfuerzos, la v燢ora de
los celos hab燰 mordido su coraz鏮, y a trav廥 de las muestras de regocijo
con que procurcumplir las 鏎denes del Sult嫕 proscripto, habr燰 podido
adivinarse cu嫕tos y cu嫕 grandes eran sus sufrimientos.

Al cerrar la noche, cambi墎anse no obstante en felicidad sus temores;
y al cabo de algunos d燰s, con singular aparato, grandes festejos y
plicos regocijos,-se celebraba en presencia de Abu-Salem y de los
principales dignatarios de su corte, el matrimonio de Abu-Abd-il-Lah
Mohammad V de Granada con Aixa, elevada por este acto solemne a la
categor燰 de Sultana, en premio de su amor, su fidelidad y su adhesi鏮 al
Pr璯cipe granadino.

Hermosa estaba, con verdad, la ma鎙na del d嶰imo quinto d燰 de la
luna de Chumada segunda, aquel a隳 761 de la H嶲ira(64).

El sol, como queriendo tomar parte en los acontecimientos felices
para Abd-ul-Lah que en aquel d燰 se preparaban, destac墎ase ardiente y
poderoso sobre el cielo, completamente limpio y despejado.

Brillaban como brasas encendidas las culas de los alminares en las
mezquitas de Fez, a los reflejos del astro emblema de la vida, y los
f廨tiles campos que rodeaban la antigua y la nueva poblaci鏮, se mostraban
espl幯didos bajo el verde follaje de que los 嫫boles se hab燰n vestido con
la primavera.

A en los picos de la cercana cordillera que se extiende al Oriente
de la ciudad, como gigantescas masas de n塶ar resplandec燰 la nieve; pero
el ambiente era templado, y la brisa, suave y silenciosa, s鏊o tra燰 en
sus alas el penetrante aroma de las flores de la campi鎙.

Desiertos estaban los bulliciosos zocos, desierta la alcaiser燰; pero
pobladas de gente las calles, estrechas y revueltas, y las avenidas del
alc嫙ar.

Muchedumbre innumerable se agolpaba tambi幯 en torno de la venerada
mezquita de Muley Idr疄 (︷ompl嫙case Allah en 幨!), y todo, al primer
golpe de vista, anunciaba acontecimientos inusitados.

Y asera, con efecto: tendidos en el llano, formando vistoso alarde
y peregrino espect塶ulo, ve燰se bosques de picas, semejando aquella tropa
numerosa, con sus haiques blancos y sus tocas de igual color, bandada
inmensa de palomas, a la orilla de un manantial sombreado por las palmeras
y los 嫫boles.

Entre ellos, luciendo las recamadas marlotas y las bordadas almalafas
de distintos colores, distingu燰se acy allrepartidos algunos jinetes,
cuyas cabalgaduras impacientes escarbaban la arena, destac嫕dose entre
todos ellos el Alf廨ez, de tez oscura, y negra y poblada barba, quien
levantaba entre sus manos el estandarte verde del Profeta.

Cerca del mediod燰, pero antes de que hubiese llegado el sol a la
mitad de su carrera, el movimiento acrecententre las masas en las
inmediaciones del palacio del Sult嫕 Abu-Salem, a quien esperaban.

Porque aquellas tropas aguerridas, que semejaban palomas, siendo sin
embargo terribles gavilanes en la lucha, constitu燰n uno de los ej廨citos
formados por el magn嫕imo Sult嫕 de los Beni-Merines para devolver a
Mohammad V el trono usurpado por su hermano.

Deb燰 el Pr璯cipe granadino ponerse a la cabeza de ellas para marchar
a T嫕ger, donde se le incorporar燰 el segundo ej廨cito, formado con las
k墎ilas m嫳 fuertes y valerosas de Ifriquia; y el pueblo de Fez quer燰
despedir al hu廥ped de su Pr璯cipe, y desearle de aquel modo buena suerte
y prosperidad en su empresa.

Pero en tanto que el pueblo se agolpaba de tal manera con
demostraciones de cort廥 agasajo en la calle, escena muy distinta se
efectuaba en el ad-dar, donde Mohammad V, cerrado el cuerpo en la recia
cota de batalla, ce鎴do el f廨reo casco, y pendiente de la cintura la
resistente espada de combate, se hallaba solo con su esposa, la bella
Aixa.


Ocultaba 廥ta la cabeza en el pecho de su enamorado, y mientras con
ambas manos procuraba enjugar el llanto que corr燰 por sus mejillas,
comprimidos sollozos levantaban agitadamente las redondas formas de su
pecho, revelandolo inmenso del pesar que la embargaba.
-燕or qulloras, mi bien?-dec燰 el Pr璯cipe con acento cari隳so. Toco ya,
por ventura m燰, el ansiado momento de partir para Cheyirat-al-Andalus en
busca de mi trono, 篡 lloras, d嶵il, como nunca lo has sido, cuando van
conmigo los leones de Ifriquia, dispuestos a despedazar mis enemigos?...
No llores, no!... Volver s volverde nuevo; pero entonces no serya
el Pr璯cipe proscripto: serel Sult嫕 de Granada, y tir嫳 conmigo a
compartir gozosa las glorias conquistadas por mi esfuerzo!...

-S amado due隳 m甐... S.. Tienes raz鏮... Soy s鏊o d嶵il
mujer!... Pero esta mujer tan d嶵il, esta mujer que llora en tu regazo,
esta mujer que te adora, sabe, por tu amor, ser fuerte. Dame una lanza y
un caballo, pon en mi mano una espada, y a tu lado, contigo, correral
frente de esos escuadrones valerosos, desafiando la muerte! No me arredra
el rumor de los combates... Siento sed, sed, mucha sed de la sangre de
aquellos que han hecho derramar l墔rimas a mi Pr璯cipe y se隳r, y yo sola
ser燰 capaz de presentarme ante los muros de Granada, y dar allla
muerte, que tanto han merecido, a tu perverso hermano Isma螿 y a tu primo
Mohammad, el Bermejo!

-Desvar燰s, Aixa!-replicel Pr璯cipe.-Tnaciste para el amor, y no
para la guerra. Tus labios est嫕 hechos para sonre甏, y no para ser
contra獮os por la c鏊era; tus ojos matan, s matan; pero matan de amor, y
en ellos brilla m嫳 el rayo apacible de la pasi鏮, que el rel嫥pago de la
tormenta... Si me has acompa鎙do desde Guadix en la dolorosa peregrinaci鏮
que me impuso con implacable sa鎙 la suerte; si has compartido conmigo los
azares de la existencia que hasta aquhe llevado, es para mdemasiado
preciosa la vida de la ica mujer que ha hecho palpitar mi coraz鏮, para
que vuelva a exponerla a las fatigas del camino y a los azares de la
guerra.

隹qua鎙di-al lado del Sult嫕 magn嫕imo, al lado de su esposa y de
sus hijos, esperar嫳 mi vuelta; no acibares con tus l墔rimas estos
instantes, los timos de mi destierro! Adi鏀, amada m燰! Adi鏀! Contigo
queda mi alma-repuso Abd-ul-Lah, desprendi幯dose de los brazos de
Aixa.-Queda aquen Fez mi coraz鏮 cautivo, y f甐 en Allah que en breve
volvera gozar a tu lado venturoso las dulzuras perennes con que tu amor
me brinda!

No replicpalabra alguna Aixa. Qued嫳e muda y sollozante en la
actitud dolorosa en que estaba; y conmovido Abd-ul-Lah, corrihacia ella,
y cubride besos, apasionados y ardientes, el semblante angustiado de la
joven.

Poco despu廥, resonaron sobre las losas del pavimento las espuelas
del Pr璯cipe, y Aixa rompia llorar amargamente.

Terminada en la mezquita de Muley Idr疄 la oraci鏮 de adh-dhohar o
del mediod燰, a la que para mayor honra del granadino hab燰n asistido
Abu-Salem y toda su corte, dirigiendo fervientes preces a Allah para que
concediera su protecci鏮 al destronado Pr璯cipe,-montAbd-ul-Lah en el
caballo que ten燰 de las riendas el guazir Ebn-ul-Jathib, y, acompa鎙do
del Sult嫕 de los Beni-Merines, marcha ponerse al frente del ej廨cito.

Gritos de entusiasmo y de alegr燰 resonaron entre la multitud por
todo el tr嫕sito, y de las espesas celos燰s de las casas, tras de las
cuales se delineaba el busto de las mujeres, ca燰n sobre la brillante
comitiva gran nero de flores.

Las alb鏎bolas y lelil獯s eran por todo el camino repetidos y cuando,
abandonada la ciudad, llegaban ambos Sultanes a la llanura donde se
hallaba el formidable ej廨cito, un嫕ime salva de entusiastas gritos se
escuchen el espacio.

All hecha la presentaci鏮 de los adalides y de los principales
jefes, en presencia de aquellos soldados, leones en la guerra, y de aquel
pueblo que parec燰 idolatrar en la persona de Abu-Salem, dio 廥te el
鏀culo de cari隳sa despedida a Mohammad; y en tanto que el Beni-Merin
tornaba realmente conmovido a la ciudad, invocando la protecci鏮 divina
sobre el destronado v嫳tago de los Al-Ahmares,-fija con insistencia la
mirada en la elevada cima, donde se ergu燰n confusos los distintos
edificios y las almenadas torres del alc嫙ar, deteni幯dose a cada paso
para contemplarle, y con el alma llena por la dulce imagen de Aixa,
marchaba el granadino silencioso en direcci鏮 a T嫕ger, entre el polvo que
levantaban los caballos y envolv燰 aquella masa de gente, que parec燰 con
sus blancos ropajes jard璯 inmenso de movibles jazmineros.
XXIV


SALVANDO los espacios, cruzando quiz嫳 en brazos de la brisa las
aguas turbulentas del Zocac, como viento amenazador y pavoroso llegaba a
la Damasco del Magreb la noticia de que a la cabeza de numerosas tropas
africanas, se dispon燰 Mohammad V a penetrar en Al-Andalus para recuperar
la sultan燰 y castigar a los traidores; y mientras con singular regocijo
los leales habitantes de Guadix y los de la Serran燰 de Ronda se
apercib燰n al combate, dispuestos a colocarse al lado de su amado
Pr璯cipe, el leg癃imo Sult嫕 de Granada,-cund燰 entre los rebeldes el
espanto, como si Allah, cansado de tantas iniquidades, hubiera decretado
su ruina, y el afeminado Isma螿 sent燰 despavorido zozobrar la tierra bajo
sus plantas.

S鏊o el pr璯cipe Bermejo, comprendiendo la inminencia del peligro, y
determinado a todo, hab燰 conservado el 嫕imo, tranquilo en apariencia;
s鏊o 幨 era capaz de luchar osado con Mohammad y sus auxiliares, y s鏊o a
幨 era dado levantar en las coras o provincias del reino suficiente nero
de tropas con quhacer frente a los benimerines, y con las cuales a toda
prisa se preparaba a cerrar en persona el paso a su enojado primo,
defendiendo assus criminales ambiciones.

Desde Al-Chezirat-ul-Jadhra (Algeciras), donde con toda felicidad
arribaba, y en se鎙l de respetuosa cortes燰, apresur墎ase Mohammad V a
enviar sus letras al poderoso rey de Castilla, don Pedro, aspara darle
cuenta de su negocio, como para alegar las causas por las cuales, siendo
幨, como Sult嫕 de Granada, vasallo de los monarcas descendientes de
Fernando III, hab燰se visto en la precisi鏮 de solicitar el auxilio de los
Beni-Merines, antes que la protecci鏮 castellana, protestando a la par de
que aquel ej廨cito que le segu燰, y el triunfo a que aspiraba, en nada
alterar燰n las buenas relaciones de amistad y el vasallaje que le ten燰
jurado.

De mucho disgusto sirvia don Pedro (,llah le haya perdonado!) el
que la situaci鏮 interior de su reino le imposibilitara de prestar a
Mohammad el amparo que cual se隳r le deb燰, en justa compensaci鏮, al
propio tiempo, de los servicios que el destronado Pr璯cipe en varias
ocasiones le ten燰 hechos; pero complaci幯dose con la idea de que en breve
recuperar燰 aquel su vasallo el trono de que la ambici鏮 de sus parientes
le hab燰 despojado,-franque墎ale a 幨 y a sus gentes de buen grado el paso
por territorio de Castilla, a fin de hacer asm嫳 seguro el 憖ito, y
contribuir por su parte a burlar las esperanzas de los que, comandados por
el pr璯cipe Bermejo, hab燰n salido cerca de Chebel-Thariq (Gibraltar), con
嫕imo de estorbar la marcha de los africanos.

Todo estaba ya dispuesto y prevenido, y aun se鎙lados por los
adalides los lugares de la antigua provincia o clima del Lago por donde se
deb燰 emprender el camino, cuando a deshora llegaban al ej廨cito
expedicionario tristes y aterradoras nuevas que, como el hurac嫕 del
desierto, sembraban la desolaci鏮 y el p嫕ico, y que llenaban de inquietud
y de amargura el lacerado coraz鏮 del Pr璯cipe Mohammad.

No eran, no, la ambici鏮 y la perfidia prendas s鏊o de los
castellanos y de los granadinos, alzados en armas contra sus leg癃imos
se隳res. No eran solos el conde de Trastamara y Abu-Sa蟂, el pr璯cipe
Bermejo: tambi幯 all en aquel poderoso imperio africano, donde al
parecer reinaban la paz y la concordia, donde el despose獮o descendiente
de los Al-Ahmares hab燰 con l墔rimas en los ojos contemplado los alardes
reiterados de ferviente adhesi鏮 con que las gentes alborozadas saludaban
al magn嫕imo Sult嫕 Abu-Salem,-tambi幯, como en Castilla y en Granada,
hab燰 el crimen llegado a las gradas del trono, y las manchaba por mano
del Pr璯cipe Abu-Omar Taxfin, a quien juzgaban loco, con la sangre
generosa de su propio hermano, el noble Amir de los muslimes de Marruecos.

La proclamaci鏮 en Fez del joven Mohammad Abu-Zeyyan, nieto del
Sult嫕 Abu-l-Hasan, cambiaba en absoluto la faz de los sucesos. Con sus
esperanzas, tanto tiempo acariciadas, y perdidas quiz嫳 entonces para
siempre, como ensue隳 quim廨ico, ve燰 Abd-ul-Lah desvanecerse aquel
ej廨cito formidable, que regresaba a Ifriquia; y represent嫕dose en su
imaginaci鏮 las escenas que habr燰n sucedido al asesinato de Abu-Salem,
estremec燰se de horror y de angustia, considerando que, asaltado acaso por
la soldadesca y el populacho desenfrenados el alc嫙ar, seg lo hab燰 sido
el suyo, su esposa, su amada, no habr燰 sido respetada por las turbas, y
quiz嫳 estar燰 muerta!

Recobr墎ase en cambio el imb嶰il Isma螿 en Granada; crec燰 la
jactancia de Abu-Sa蟂 y de los rebeldes, y el desventurado Mohammad, solo,
abandonado, bajo el peso de su quebranto y de sus zozobras, como olvidado
por Allah, decid燰se a buscar en la Serran燰 de Ronda y entre sus
partidarios protecci鏮 y abrigo, con la desesperaci鏮 en el alma.

B嫮samo fue para sus penas la noticia que a poco de Fez un mercader
ronde隳 le tra燰 de que, aun abatida y triste, la Sultana Aixa segu燰 en
el alc嫙ar, honrada y considerada por el nuevo Sult嫕 de los Beni-Merines;
y sintiendo con esto renacer sus esperanzas, determin墎ase, ya tranquilo,
bien que no sin cierta natural zozobra, a impetrar del de Castilla que le
ayudase a recobrar el trono, pues siendo 幨, como era y se reconoc燰,
vasallo de don Pedro, y teniendo, cual ten燰 el reino de Granada por los
monarcas castellanos, s鏊o a don Pedro en realidad cumpl燰 el restablecer
su autoridad, imponiendo el merecido castigo a los traidores.

Pero, amenazado constantemente por los bastardos, en la forma que las
historias cristianas de aquellos tiempos refieren, icamente era dado al
hijo de Alfonso XI atender a su remedio propio, y harto convencido se
hallaba el granadino de ello, cuando, por consejo de Ebn-ul-Jathib y de
los principales caudillos de la gente ronde鎙, volv燰 segunda vez al
繈rica los ojos, y solicitaba de Mohammad Abu-Zeyyan el auxilio que tan
generosamente Abu-Salem le hab燰 otorgado.

Y como la justicia de Allah debe cumplirse, y no hay en ello
duda,-mientras el despose獮o Mohammad desde Ronda procuraba interesar al
Sult嫕 de los Beni-Merines,-despoj墎ase al fin el pr璯cipe Bermejo del
velo hip鏂rita con que hab燰 hasta allmantenido ocultas sus secretas
ansias; y dando primero, por estorbarle, cruda muerte en Almu齌car al
guazir Mohammad-ben-Ibrahim Al-Fehr bajo pretexto de ciertas cartas que
supon燰 escritas por 廥te a Abu-Salem prometiendo entregarle la persona de
Isma螿, con tal de que Mohammad V le conservase en el guazirato despu廥
del triunfo,-dirig燰se ya desembozadamente contra el hijo de Seti-Mariem,
para poner por obra el plan concertado en los dominios de don Pedro IV el
Ceremonioso, con el conde don Enrique de Trastamara.

Y con efecto: al frente de aquellos sus partidarios, fanatizados los
unos por la esperanza de que bajo el mando de pr璯cipe tan valeroso como
Abu-Sa蟂 lo era, el Islam recobrar燰 en Al-Andalus el esplendor perdido;
dominados los otros por el prestigio que sobre ellos hab燰 logrado el
Bermejo, y seducidos los m嫳 por las promesas que 廥te les ten燰 hechas
para el d燰 del triunfo,-tres andados de la luna de Xa槆an del a隳
761(65), apoder嫕dose de la persona del desvanecido e imb嶰il Isma螿, y de
la de Ca褼 su hermano, mandaba darles muerte, y los despedazados cuerpos
de aquellos infelices, que nadie osrecoger por miedo, permanecieron
ensangrentados en las calles, y se pudrieron al aire, mientras en medio de
estos horrores era aquel mismo d燰 proclamado por el ej廨cito y por la
gente menuda y bald燰 del pueblo como Sult嫕 de Granada el pr璯cipe
Bermejo.

As respecto de Isma螿, quedaban cumplidos los altos designios de
Allah (〔nsalzado sea!), y as por medio de la traici鏮 y del crimen,
sub燰 el pr璯cipe Abu-Abd-il-Lah Mohammad, sexto de este nombre entre los
Al-Ahmares, al trono que manchaba la sangre de los dos hijos de
Seti-Mariem, su antigua aliada, y que hab燰 honrado con su persona el
excelso Mohammad V, cuyas gestiones cerca del Sult嫕 de los Beni-Merines
Mohammad Abu-Zeyyan, no hab燰n, por desventura, producido efecto alguno.


Como primer acto de su reinado, el pr璯cipe Bermejo, convertido en
Mohammad VI, apresur墎ase a enviar sus emisarios a Arag鏮, con el intento
de notificar al conde de Trastamara su exaltaci鏮 al trono, renovar el
pacto ya antes entre uno y otro concertado, y proceder en consecuencia y
sin p廨dida de momento a ponerlo por obra por ambas partes, mientras
inauguraba en Granada su gobierno con crueles persecuciones y castigos,
que fueron muy aplaudidos por el populacho.

Alentados por el f塶il triunfo que sobre las tropas del rey don Pedro
de Castilla hab燰n conseguido en los campos de Araciana los bastardos don
Enrique y don Tello (Septiembre de 1359), y habiendo resultado de todo
punto ineficaces las gestiones reiteradas que el cardenal de Bolonia hab燰
hecho, ya en 1360, cerca de los monarcas de Arag鏮 y de Castilla, para
evitar, como legado del Pont璗ice, el rompimiento que entre ambos
soberanos amenazaba,-engrosad as las filas de los infantes rebeldes con no
pocos magnates castellanos, entre quienes se contaba el antiguo doncel del
rey don Pedro, su capit嫕 a mar y alguacil mayor de Toledo, el alav廥 Pero
L鏕ez de Ayala,-hab燰n penetrado don Enrique y don Tello por las
Encartaciones, apoder嫕dose sin oposici鏮 de N奫era (1360), ciudad que
entregaban al saqueo y a la matanza, asaltando la juder燰, y dando en ella
alevosa muerte a los inermes hijos de Israel, por orden del mismo don
Enrique.

Perseguidos victoriosamente por el castellano, buscaban de nuevo
asilo en Arag鏮 los hijos de do鎙 Leonor de Guzm嫕, cuya presencia en los
dominios de Castilla s鏊o se hab燰 hecho aquella vez memorable por la
feroz matanza de N奫era; y sosegado el reino en esta forma, torn墎ase a
Andaluc燰 el rey, despu廥 de tomar en las fronteras las precauciones
convenientes, no dudando de que en breve volver燰n sus traidores hermanos
a moverle guerra.
En tales condiciones se hallaba el reino de Castilla, cuando, obedeciendo
Abu-Sa蟂 las 鏎denes del de Trastamara, dispon燰 sus tropas, y sal燰 de
Granada para algazuar por las fronteras, a fin de distraer por este medio
la atenci鏮 del castellano, y favorecer los movimientos que desde Arag鏮
proyectaban los bastardos; mas noticioso el hijo del vencedor del Salado
de los prop鏀itos que animaban al granadino, y aprovechando la tregua en
que le dejaban aquellos, dispon燰 sus gentes de manera que resultasen
infructuosos los designios del asesino de Isma螿, por 幨 harto recelados,
quedando asreducido el provocativo alarde del Bermejo a simple paseo
militar sin consecuencias.

No hubo por ello de desconocer don Pedro que, mientras el usurpador
Abu-Sa蟂 ocupase el trono de Granada, ser燰 mayor para 幨 el riesgo; y en
tanto que meditaba la forma en que deb燰 castigar al granadino, como
vasallo suyo,-envi墎ale 廥te hip鏂rita embajada, en la cual le hac燰 sus
pleites燰s, reconociendo el vasallaje, y rog嫕dole ahincadamente que no
diera contra 幨 auxilio alguno al destronado Mohammad V.




En la imposibilidad de reponer al hijo de Yusuf I, que prosegu燰 en
Ronda, recibidon Pedro con forzada benevolencia las proposiciones del
Bermejo; y aunque sin darle respuesta alguna decisiva, desped燰 a los
embajadores, satisfecho por el pronto, si consegu燰 apartar a Abu-Sa蟂 de
la alianza pactada con don Enrique, o por lo menos, si lograba ver seguras
las fronteras de Castilla por la parte del reino granadino.

Obedec燰 el paso dado por Mohammad VI al prop鏀ito de mantener al
propio tiempo relaciones con don Pedro y los bastardos, bien que sin
apartarse de 廥tos por completo, y para proceder seg lo exigieran las
alternativas de la guerra.

Aspues, cuando rechazada, en pos de la de N奫era, nueva expedici鏮
proyectada contra Castilla por los infantes don Enrique y don Tello, y
puesto el rey don Pedro sobre Almaz嫕 con muchas compa劖as, penetraba en
Enero de 1361(66) por territorio aragon廥, rindiendo varios castillos,
entre los que figuraban los de Alhama y Ariza, ambos por extremo
importantes,-fiel a sus intentos, conduc燰 Abu-Sa蟂 a la frontera de Ja幯
las huestes allegadas por su parte, de concierto con el de Trastamara, no
con otro 嫕imo que el de mover desde allsa雝da guerra al pr璯cipe de
quien poco antes se hab燰 declarado vasallo, distrayendo su atenci鏮, y
favoreciendo los designios del aragon廥 y de don Enrique.

No sorprend燰 por cierto al rey don Pedro, si bien le produc燰 muy
honda indignaci鏮, la artera pol癃ica del granadino; y aprovechando las
excitaciones de paz con que le brindaba, respecto del aragon廥, el
cardenal de Bolonia, ced燰 mal de su grado a tales instancias,
estipul嫕dose, muy a disgusto suyo y muy contra su voluntad, las paces
entre Arag鏮 y Castilla, por el mes de Junio de aquel a隳(67).

En virtud de las indicadas estipulaciones, el conde don Enrique, su
hermano don Sancho, y los caballeros castellanos que segu燰n su bandera,
se refugiaban, lanzados de Arag鏮, en la parte allde los Pirineos,
entrando a la fuerza en la Senescal燰 de Carcassona por el mes de Julio, a
pesar de la oposici鏮 que les hizo Pedro de Voissins, se隳r de Rennes,
quien se hab燰 colocado en el pa疄 de Fenouillades para estorbarles el
paso.

De esta manera, quedaba por el pronto libre Castilla de las guerras
incesantes que la ambici鏮, la deslealtad y la perfidia de los bastardos
le mov燰n, y de aquellas otras que la doblez de car塶ter, propia de don
Pedro IV el Ceremonioso, suscitaba sin tregua al desventurado hijo de don
Alfonso XI.

Desde Deza, donde quedasentada la paz con Arag鏮, regresaba don
Pedro a Sevilla, ciudad en la que se encontraba aquel soberano el d燰 10
de Julio(68), y donde recib燰 cartas del destronado Mohammad V, su vasallo
y amigo, en las cuales le felicitaba por el t廨mino de la campa鎙, y
solicitaba al fin de 幨 que le ayudase a volver a Granada, y lanzar del
usurpado trono a su primo el rey Bermejo, de quien hab燰 ya podido formar
juicio por los timos acontecimientos.

No s鏊o por satisfacer los leg癃imos deseos del Pr璯cipe Abd-ul-Lah,
sino por castigar los cr璥enes y la felon燰 de Abu-Sa蟂 y tomar a la vez
venganza de las paces que le hab燰 con sus actos obligado a firmar con el
rey de Arag鏮,-determin墎ase don Pedro a mover guerra a Granada, mandando
sus emisarios a Ronda para que se pusieran de acuerdo con Mohammad V, y
enviando a llamar todos los ricos omes y se隳res de su reino, a quienes
manifestaba las razones por las cuales hab燰 tomado determinaci鏮
semejante, y que no eran otras principalmente sino las de que el Sult嫕
Mohammad era su vasallo, y le rend燰 parias en tal concepto, y el Bermejo
le hab燰 contra raz鏮 y derecho destronado.

Cuando los emisarios del rey de Castilla pon燰n en conocimiento del
magn嫕imo Abd-ul-Lah la resoluci鏮 adoptada por su soberano, hallaban en
Ronda al Pr璯cipe islamita profundamente conmovido.

La negativa de Mohammad Abu-Zeyyan, Sult嫕 de los Beni-Merines, a
facilitarle los recursos por 幨 demandados, y que no por ser cort廥,
dejaba de ser menos cierta; la escasez de fondos, que hab燰 impedido
llevar a la pr塶tica el proyecto un momento acariciado de reclutar gentes
en Ifriquia, y el dolor sin consuelo que la ausencia de su querida Aixa le
produc燰,-motivos eran en verdad que pesaban grandemente en su 嫕imo, y
justificaban su postraci鏮 y su decaimiento.

Entre las nieblas del porvenir incierto, no brillaba ya para 幨
estrella alguna; y en balde sus leales ronde隳s le brindaban con un
levantamiento general en la Serran燰, el cual hubiera sido sin duda tan
est廨il como todo lo hasta entonces intentado.

Las cartas que de vez en cuando recib燰 de Fez, en las cuales le daba
cuenta Aixa de cuantos rumores llegaban hasta ella, y en las que le
atestiguaba siempre de su cari隳 invariable,-si lograban por contados
momentos templar la pena del pobre Pr璯cipe, s鏊o eran incentivo poderoso
para demostrarle y poner a sus ojos de relieve la impotencia absoluta en
que los acontecimientos le ten燰n colocado.

Cierto es que la noticia de que el harem del Sult嫕 Abu-Salem hab燰
sido respetado por el populacho, al recibir alevosa muerte aquel Pr璯cipe
por manos de su hermano Omar, lleva su entristecido esp甏itu alg
sosiego; pero la imposibilidad en que se ve燰 de llamar a su lado a la
amada de su coraz鏮 antes de haber logrado el t廨mino leg癃imo de sus
justos afanes, le llenaba de desesperaci鏮 y de zozobras.

Aspues, cuando fenecida la guerra con Arag鏮, considerque su leal
amigo y se隳r don Pedro pod燰 desembarazadamente ya auxiliarle, no vacil
un momento en implorar de nuevo su ayuda, siendo inmensa la alegr燰 de que
sintiinundada su alma al recibir la jubilosa nueva de que el monarca
cristiano dispon燰 su ej廨cito para castigar al usurpador, volviendo por
los fueros, alg tanto olvidados, de la corona de Castilla.

Corride uno a otro extremo de la serran燰 la fausta noticia; y al
paso que los habitantes de aquella comarca se apercib燰n valerosos a la
lucha, reun燰 en su torno Mohammad las fuerzas de que le era dado
disponer, y llegaban s鏊o al exiguo nero de cuatrocientos jinetes, y con
ellos, gozoso y alborozado, como en sus buenos tiempos, part燰 de Ronda en
medio de las sinceras aclamaciones de la muchedumbre.

No hab燰, entre tanto, perdido el tiempo el rey de Castilla:
aprestada con generosa actividad la hueste, mov燰se de Sevilla en
direcci鏮 al distrito de Ronda por Medina-Sidonia, y, penetrando en los
dominios granadinos, llegaba a Hissn-Cassares (Casares) al finar de la
luna de Xagual(69), seguido de sus tropas y de mil quinientos carros
cargados con las m嫭uinas de guerra de que los cristianos hac燰n uso.

Cerca de Hissn-Cassares sal燰 a recibirle con su escasa fuerza el
destronado Mohammad.

Era una ma鎙na, alegre y hermosa, de los postreros d燰s de Xagual; el
cielo estaba completamente despejado, y la naturaleza parec燰 convidar con
el magn璗ico espect塶ulo que presentaba.

El sol, aunque brillaba esplendoroso, templaba sus ardores con la
fresca brisa del cercano mar, y todo sonre燰 como feliz augurio para el
Pr璯cipe infortunado, cuyas esperanzas iban por fin a realizarse.

Grande fue, con verdad, la impresi鏮 del granadino, cuando se hall
en presencia del poderoso rey de Castilla.

Asque las primeras compa劖as de peones y los primeros escuadrones
cristianos se dibujaron sobre la dorada superficie del campo en que
Mohammad se encontraba, pic廥te espuelas a su corcel, seguido de
Ebn-ul-Jathib, y penetrpor entre las batallas de los castellanos,
buscando al rey don Pedro.

Iba el monarca de los nassar獯s precedido por el Alf廨ez mayor del
reino que llevaba la cuadrada ense鎙 real, y acompa鎙do de muchos
ricos-omes y magnates de su reino, distingui幯dose entre todos por la
arrogancia de su porte y la severa majestad del rostro.

Vestida llevaba la recia cota de batalla, y en su apostura y su
talante conoc燰se la ind鏔ita soberbia de aquel egregio pr璯cipe, en quien
trataba de cebarse la desventura, que le persegu燰 incansable desde los
momentos mismos en que fue exaltado al trono de sus mayores.

Parec燰 por la majestad que respiraba toda su persona, mucho mayor de
cuerpo de lo que plugo hacerle a la naturaleza; y aunque Abd-ul-Lah jam嫳
le hab燰 visto, no vacilen reconocerle, dirigi幯dose a 幨 desde luego.

Detuvo don Pedro con fuerte mano su cabalgadura al distinguir al
granadino, y espera que 廥te se aproximase.

Pero Mohammad, descendiendo presuroso del caballo, hab燰se abrazado a
las piernas de don Pedro, exclamando:

-﹒h, mi se隳r y due隳! El m嫳 poderoso y fuerte de los sultanes de
la tierra! •l incomparable rey de Castilla, mi due隳 y soberano se隳r don
Pedro! Allah perpet tus d燰s y aumente tu ventura, como yo te deseo!...
Benditas mis desdichas, se隳r, pues ellas me proporcionan el placer de que
mis ojos te vean! Oh rey don Pedro! Eres como el sol brillante que alumbra
los espacios, pues das vida y alientos con tu presencia, como 幨 da vida a
la tierra, despu廥 de las inclemencias del invierno! Deja que mis labios
besen, en testimonio de mi reconocimiento, tus rodillas! Mira a tus pies
al infortunado que un d燰 fue Sult嫕 de Granada, y se llamtu amigo! Como
el labrador espera la lluvia ben嶨ica que ha de hacer f廨tiles sus
agostados campos, asespero yo de ti el bien que ans甐!

Hab燰se ya a esta saz鏮 desmontado el rey don Pedro, y mientras con
verdadero afecto estrechaba entre sus brazos al granadino, ascontestaba
a sus apasionadas frases:

-Alzad, se隳r: que harto me duele, por mi fe, veros en esta forma y
en este sitio, y no en vuestro famoso alc嫙ar de Granada, rodeado de
vuestros magnates y cortesanos, y con todo el aparato propio de vuestra
soberana estirpe y vuestra grandeza. Pero si la traici鏮, aleve y
tenebrosa, ha logrado arrebataros de las manos el glorioso cetro que en
ellas puso la Providencia, sean se鎙l mi presencia en este sitio, y los
brazos que mi amor os tiende, de que hallar嶯s en mla protecci鏮 que la
justicia de vuestra causa pide; y ojalque la infanda guerra con que los
que se llaman mis hermanos codician mi ruina, y aquella otra con que su
amparador el rey de Arag鏮 les favorece, divirtiendo mis cuidados hasta el
presente, no hubieran impedido que antes de ahora, cual era en m
ferviente deseo, os hubiera restituido, se隳r, lo que es vuestro y ten嶯s
en mi nombre, pagando aslas muchas atenciones y la leal amistad que os
debo.

Reiter al escuchar estas palabras, Mohammad al castellano las
muestras de su reconocimiento, y volviendo ambos a montar, cabalgaron
juntos hasta Hissn-Cassares, donde fueron recibidos con expresivo jilo.

Puestos allde acuerdo respecto de la campa鎙 que iba a ser
inaugurada, quedaba entre ambos pr璯cipes concertado que, desde que la
guerra comenzara, todos los lugares que se diesen al rey don Pedro, o
tomare 幨 por fuerza de armas, ser燰n para siempre de Castilla; pero que
aquellos otros que se entregaran a Mohammad, separ嫕dose de la obediencia
del tirano Abu-Sa蟂 el Bermejo, ser燰n tambi幯 para siempre del referido
Mohammad, con lo cual, di廨onse las 鏎denes oportunas, y al siguiente d燰,
muy de ma鎙na, fueron alzados los reales del ej廨cito cristiano, y se
rompila marcha por territorio granadino.

Sorprendido Abu-Sa蟂 de la alianza celebrada entre el rey de Castilla
y el Pr璯cipe Abd-ul-Lah, su primo, y m嫳 a al conocer los aprestos
formidables con que don Pedro se preparaba a combatirle y aniquilarle,
hac燰 pregonar en todas las mezquitas del reino la guerra contra los
nassar獯s, reclutaba gentes en todas partes, y se aprestaba a solicitar el
auxilio de Arag鏮, haciendo correr en tanto las fronteras castellanas, y
causando en ellas todo el estrago que le fue posible.

Hab燰 en Granada gran nero de partidarios del leg癃imo Sult嫕, los
cuales, si hasta entonces hab燰n permanecido inactivos, se felicitaban
ahora de la guerra, con la esperanza de que en ella triunfase Mohammad V,
y se dol燰n del b嫫baro despotismo del usurpador, a quien no ocultaban del
todo sus sentimientos; y recelando el Bermejo de que, mientras 幨 se
colocaba al frente de las tropas, no dejar燰n aquellos de intentar algo en
favor de su enemigo, decid燰se a hacer en ellos horrible escarmiento, el
cual s鏊o sirvipara aumentar el general disgusto y el descontento que en
el reino se dejaba ya sentir, a causa de las odiosas y execrables tiran燰s
de Abu-Sa蟂, de quien todo era de temer en tales circunstancias.

Extendida la fama de tama鎙s tropel燰s por los dominios que a el
Islam conservaba en Al-Andalus, puso espuelas al anhelo de sacudir el yugo
con que oprim燰 a los muslimes el asesino de Isma螿 y de Ca褼, ayudando y
facilitando por tal camino la empresa acometida por Mohammad V.

Asfue que, a la presencia de los confederados, casi todas las
poblaciones, castillos, fortalezas, lugares y alquer燰s se entregaban a
partido, con lo cual la guerra ofrecidesde sus comienzos muy lisonjeras
esperanzas, llegando juntos y sin ning contratiempo el rey de Castilla y
el destronado Pr璯cipe Abd-ul-Lah hasta los muros de la fortificada
Antequera, despu廥 de haberse declarado por 幨 en M嫮aga todos los
habitantes de esta tima ciudad, que le aclamaban con entusiasmo, luego
de haber depuesto al gualnombrado por el intruso Mohammad VI.

No menos lisonjero se mostraba en las fronteras el 憖ito que sobre
los granadinos alcanzaban las armas castellanas; pues si bien era cierto
que las gentes de Abu-Sa蟂, present嫕dose de rebato en el Adelantamiento
de Cazorla, perteneciente al antiguo reino de Ja幯, hab燰n cometido all
grandes desmanes, quemando a Peal de Becerro y llevando cautiva casi toda
la poblaci鏮 con m嫳 los ganados,-no lo era menos que don Diego Garc燰 de
Padilla, maestre de Calatrava, don Enrique Enr甒uez, Adelantado mayor de
la frontera, y Men Rodr璲uez de Biedma, caudillo del obispado de Ja幯,
hab燰n desbaratado y roto a los muslimes, dando libertad a los cautivos, y
rescatando los ganados.

No otra era la situaci鏮 en que los negocios se encontraban cuando se
deten燰n delante de los muros de Antequera el rey don Pedro y Mohammad V,
cuyos cuatrocientos jinetes se hab燰n convertido en fuerzas bastante
mayores, con los caballeros y los peones que sucesivamente y con
frecuencia se incorporaban al ej廨cito, por donde quiera que pasaba,
haciendo todo presagiar que en breve, y con la ayuda de Allah,
resplandecer燰 por fin la causa de la justicia.



- XXV -


DOS lunas y parte de otra eran transcurridas desde que en
Hissn-Cassares se avistaron el castellano y el granadino(70): el tiempo
era ya fr甐 y la 廧oca de las lluvias hab燰 dado comienzo, lo cual
constitu燰 verdadero obst塶ulo para la campa鎙.

Sin embargo de esto, y con 嫕imo de rendir la plaza, que era bien
fuerte y se resist燰-dirigidas al alcaide las intimaciones
oportunas,-cercose a Antequera, aprest嫕dose a combatirla los ingenios y
m嫭uinas de guerra que deb燰n aportillar los muros y decidir la entrega.

Ya porque, seg lo estipulado, si la plaza ca燰 por fuerza de armas
en poder del rey don Pedro, corresponder燰 de hecho a la corona de
Castilla, quedando para siempre segregada del se隳r甐 muslime; ya porque
esperara que el ejemplo de otras importantes poblaciones, de cuya
rendici鏮 no dudaba asque ante ellas se presentase, labrar燰 en el 嫕imo
de los antequeranos para que se diesen m嫳 tarde a partido, quedando la
ciudad en su poder,-es lo cierto que Mohammad suplicaba a don Pedro
desistiese del proyecto de rendir la poblaci鏮, proponi幯dole en cambio
pasar a la hadhira o corte, y correr su hermosa vega para amedrentar a
Abu-Sa蟂, y animar a los partidarios que el leg癃imo Sult嫕 ten燰 en
Granada, decidi幯doles a hacerse due隳s de la persona del usurpador, con
lo que el triunfo era seguro.

No fue, a la verdad, muy del agrado del rey don Pedro la propuesta de
su vasallo Mohammad; y una ma鎙na, de las postreras de aquella luna de
Moharram, mandprevenir lo necesario para batir los muros, repartiendo
las gentes en disposici鏮 de dar el primer asalto.

Hall墎ase a la saz鏮 Mohammad en su tienda conversando con su leal
guazir Ebn-ul-Jathib, que no le hab燰 abandonado, y sorprendido por el
aspecto que ofrec燰n a sus ojos las tropas cristianas, exclam

-Por Allah, mi fiel Lisan-ed-Din que, seg todas las muestras, el
chund(71)de mi se隳r el rey don Pedro, m嫳 que dispuesto a levantar el
cerco, se me antoja preparado al asalto de la hermosa Antequera.

-Oh se隳r y due隳 m甐!-replicel guazir.-Ases, con efecto...
Prevenidas se hallan las m嫭uinas de guerra, y formadas las batallas...
Qudesgracia para el Islam si Antequera se rinde a los nassar獯s!

-Allah la ampare!-contestMohammad pensativo y con amargura.

-Acaso, se隳r, puedas impedirlo... El Sult嫕 de Castilla es generoso,
y es tu amigo... Quiz嫳 consigas que este aparato amenazador desaparezca,
y que Antequera te se entregue, cuando vea que la misma Granada te abre
sus puertas.

-Tienes raz鏮-dijo el Sult嫕 tras larga pausa, durante la cual
parecimeditar el consejo del poeta.-Quiera Allah no te equivoques en tus
c嫮culos; pero de todos modos, jam嫳 me perdonar燰 el que por mi causa
quedara asdesmembrado el glorioso imperio que mi antecesor Al-Galib
bil-Lah (api墂ese de 幨 Allah!) funden estas f廨tiles comarcas de
Al-Andalus, en d燰s bien tristes y de tribulaci鏮 para los fieles a鎙di
alz嫕dose como decidido de su asiento, y echando sobre los hombros el
blanco haique en que se envolvimajestuoso antes de abandonar la tienda.


Gui嫕dose a trav廥 del campamento por el pend鏮 posadero que ondeaba
sobre la del monarca de Castilla, dirig燰se allpausada y lentamente,
cuando resonen torno suyo por todas partes inmenso vocer甐, al que
sucediextra隳 movimiento entre los peones, y comenzaron a formarse
ordenadas las batallas, las cuales guiadas y conducidas por sus
almocademes y adalides, sin p廨dida de tiempo se dirig燰n en adem嫕 hostil
contra el murado recinto de la plaza, por cuyos torreones y baluartes
agolpados los muslimes, arrojaban toda suerte de proyectiles sobre los
castellanos, que imp嫛idos echaban las escalas y trepaban animosos por
ellas, para caer en gran nero destrozados y confundidos al foso, donde
muchos encontraban la muerte, y desde donde otros tornaban a trepar de
nuevo, aunque sin llegar al adarve.

Media hora no m嫳 duraquella lucha, que presenciasombrado y lleno
de tristeza Abd-ul-Lah sin moverse de su sitio; media hora, durante la
cual pelearon con igual bravura muslimes y cristianos, y que terminpor
repentina salida que los antequeranos hicieron, arroj嫕dose de improviso
con la fuerza de la desesperaci鏮 sobre las tropas de don Pedro.

Lejos de ceder el campo, y animados con lo irregular e inesperado de
aquel ataque, los de Castilla daban en los atrevidos muslimes de
Antequera, a pesar de la nube de flechas que vomitaban las murallas, y
desbarat嫕dolos en breve, hac燰n en ellos horrible carnicer燰, que llen
de luto y de profunda pena el generoso coraz鏮 de Mohammad.

Entonces, sin aguardar el t廨mino del combate, afectado y
entristecido, movisus plantas el destronado Pr璯cipe, y corria
avistarse con don Pedro.

Hallole rodeado de sus principales caballeros, no lejos del lugar de
la lucha, y acerc嫕dose a 幨, exclamprocurando serenarse:

-Oh se隳r m甐! D燰 es ese de luto para los siervos del misericordioso
Allah, cuya sangre y cuyos cuerpos destrozados se mezclan con el lodo! D燰
deb燰 ser tambi幯 de gloria para ti, soberano Pr璯cipe de Castilla... Pero
d璲nate, se隳r, prestarme o獮os, si a bien lo tienes, y Allah te lo
recompensaren el Para疄o!

-Venid con Nos, se隳r rey de Granada-replicdon Pedro no sin cierta
extra鎑za,-pues mejor podrbajo la tienda o甏os, que no aqua campo
descubierto.

Y picando espuelas al poderoso bruto que montaba, se encamin
seguido de Abd-ul-Lah, hacia los reales.

Ya all penetren la tienda, que custodiaban sus donceles de
servicio, y mandando que nadie les interrumpiera, invital granadino a
que pasase.

H瞵olo asMohammad, y cuando hubieron tomado asiento, comenza
hablar el islamita:

-Se隳r: en cuanto a los hechos de la guerra, que tan feliz principio
ha tenido para nosotros, gracias sean dadas a Allah, nada tengo que
decirte, sino es manifestarte mi agradecimiento por la buena voluntad y
por la cortes燰 con que me ayudas y proteges; pero en cuanto a batir, como
quieres, y a apoderarte, como intentas, por la violencia y por la fuerza,
de la hermosa ciudad de Antequera, habr嫳 de permitirme despu廥 de lo que
ya te he significado, oh Pr璯cipe y se隳r m甐 insigne!, que puesto a tus
plantas, como me ves, te ruegue que desistas de tu prop鏀ito...

-Imposible, Mohammad!-contestcon altivez el castellano, sorprendido
por lo extra隳 e inoportuno de la slica, cuyo alcance no pod燰
comprender.-El rey don Pedro, deb嶯s tenerlo asentendido, no retrocede
nunca.

-Se隳r-repuso el granadino sin desconcertarse por el tono de aquella
negativa,-sbien que tus soldados son leones en la guerra, y que nada hay
que pueda intimidarles, y menos resistirles, como no hay nada tampoco que
te detenga ni amedrente, y prueba de ello es lo hasta aquconseguido en
esta campa鎙; pero la sangre de tus caballeros se derrama en balde delante
de esos muros de piedra que resisten con tes鏮 inesperado su empuje
poderoso, y acaso mejor que verterla est廨ilmente 積o ser燰 el ganar esta
plaza sin que el buitre carnicero agite sus negras alas sobre los
cad嫛eres insepultos de los que hayan por decreto de Allah de sucumbir en
la lucha?

-Pluguiera a Dios que asfuese; pero ya hab嶯s visto, se隳r-replic
no sin impaciencia don Pedro,- que cuantas proposiciones han hecho mis
heraldos al alcaide de Antequera, han sido una y otra vez rechazadas...
Ojalme fuera dado poneros en posesi鏮 de esa ciudad tan importante sin
detrimento ni da隳 de mis huestes... Pero esto es ya imposible.

-Alza, se隳r, el cerco de la plaza, aunque mi proposici鏮 te
asombre-prosiguiMohammad;-y penetrando con tus tropas en la misma vega
de Granada, ver嫳 c鏔o, rendida a mi presencia la capital de mi reino,
Antequera nos abrirsus puertas sin combate. Si tal no sucediere, tiempo
y valor te sobran, oh poderoso rey de Castilla, para destruirla luego. No
te enojen, se隳r, mis palabras, ni las tomes a ofensa a鎙dir嫚idamente
Abd-ul-Lah al notar el efecto que en el castellano su proposici鏮
produc燰.-Allah ve el fondo de mi alma y conoce la lealtad de mis
intenciones... 熹ui幯 serosado a dudar de tu valor, ni del de los tuyos,
cuando tu estandarte victorioso infunde pavor a tus enemigos, y huyen
estos delante de ti, como las arenas del desierto huyen delante del
hurac嫕 que las azota?...

Fijos ten燰 don Pedro sus ojos recelosos y escrutadores en los del
granad mientras 廥te, en pie, con la derecha sobre el pecho, hablaba
conmovido a la c鏊era que resplandeciun momento en su semblante, sucedi
la calma, y en pos de largo rato de vacilaci鏮 en que ambos monarcas
permanecieron silenciosos, levantose al fin el de Castilla de su asiento,
y adelant嫕dose hacia Abd-ul-Lah, estrechole entre sus brazos con generoso
arranque.
-Tal vez os enga齌is, se隳r-dijo,-en lo que me propon嶯s, guiado de
vuestro buen deseo y obedeciendo los nobles impulsos de vuestro coraz鏮
magn嫕imo. Podracaso suceder que Granada permanezca sorda a vuestra voz
y a vuestras excitaciones; pero no quiero que nunca nadie sea osado a
decir del rey don Pedro con justicia, lo que propalan falaces mis
enemigos. Harto me fatiga la fama de sanguinario que aquellos
desventurados hijos de mi buen padre me achacan, cuando me veo forzado a
castigar la felon燰 de mis sditos, para que aquse derrame m嫳 sangre
de la que se ha derramado. Seguirvuestro consejo, se隳r, y ojalque 幨
produzca los efectos que os promet嶯s y que yo de todo mi grado y voluntad
os deseo.

Y llamando desde alla don Diego Garc燰 de Padilla, maestre de
Calatrava, comunicole sin m嫳 tardar en presencia de su vasallo las
鏎denes para levantar el cerco.

-Que Allah, se隳r, te premie por la merced que me haces!-exclam
Abd-ul-Lah sin ser poderoso a ocultar la emoci鏮 que le embargaba.-澧鏔o
no ha de ampararte el Se隳r de los cielos y de la tierra, si tu coraz鏮 es
noble entre los nobles, y es tu benevolencia como la lluvia que beneficia
los campos?... No dudes por lo dem嫳 de Granada: aviso tengo de que mis
leales partidarios alltrabajan, y ellos son los que me invitan a
presentarme ante la que fue corte m燰 y de mis antepasados.

狔ase ya a despedir el granadino, cuando el maestre de Calatrava,
penetrando en la tienda e invocada la licencia del rey, pon燰 en
conocimiento del muslime que uno de los antequeranos, hecho cautivo en la
tima salida, solicitaba hablarle con instancia.

-Quiz嫳 sea uno de los emisarios que mis vasallos me env燰n...-dijo
Abd-ul-Lah.-Permite ︽h alto y poderoso don Pedro, que despu廥 de
reiterarte las gracias por la bondad con que has correspondido a mi
solicitud, pueda recibir las nuevas que sin duda habrde traerme ese
infeliz cautivo, y que habrde comunicarte muy luego, para que t
determines y dispongas.

Dicho lo cual, y saludando profundamente al rey de Castilla, obtenida
su venia, abandonla tienda.

Cuando llega la suya, ya en ella le esperaba el cautivo, custodiado
por Ebn-ul-Jathib.

-Has deseado hablarme, y aqume tienes muslime, exclamel Pr璯cipe
tomando asiento en el div嫕 que ocupaba el centro de la tienda.

-Que Allah, el Excelso, el Sabio, el Omnipotente Se隳r de los dos
mundos te bendiga!-respondiel cautivo, arroj嫕dose humildemente a los
pies de Mohammad.

-Que 匜 te haga mensajero de buenas nuevas y te proteja! Lev嫕tate y
habla!-contestel Sult嫕 con tono breve.

-Oh se隳r m甐!-prosiguiel antequerano,-no abandonarciertamente
esta postura, antes de que hayas prometido perdonarme, tque eres la
espada del Islam, y a quien deb燰n rendir parias todas las naciones, desde
ax-xarc-al-acsa hasta al-mogreb-al-acsa!(72).

-Lev嫕tate y habla,-repitiAbd-ul-Lah.-Est嫳 perdonado por cuanto
hubieres hecho, pero habla!-a鎙diexasperado.

-Se隳r, prom彋eme tambi幯,-continuel muslime sin abandonar la
postura en que permanec燰, -promete tambi幯 que otros o獮os que los tuyos
no oir嫕 lo que tengo para provecho tuyo que revelarte.

No pudo el Pr璯cipe desterrar cierta sospecha de que repentinamente
se sintiasaltado ante la extra鎙 pretensi鏮 del cautivo, procurando
examinar el rostro de aqu幨 que se presentaba como su vasallo, pues 廥te,
con la cabeza inclinada sobre el pecho, parec燰 ocultar su semblante; pero
dirigiendo instintivamente la mano a la cintura, acariciel pomo de su
espada y la cruz de su alfanje, y con desde隳sa sonrisa manda su leal
Lisan-ed-Din que los dejara solos.

-Solos estamos ya,-dijo el Sult嫕 entonces.-Desata pues la lengua..
No habrotros o獮os que los de Allah (〔nsalzado sea!), fuera de los
m甐s, que puedan o甏 lo que tratas de decirme.

-Alabado sea Allah!-replicel cautivo levant嫕dose, aunque
conservando humilde postura ante el Amir de los muslimes.

-燜e env燰n pues a mmis leales vasallos de Granada?... 燜raes alg
mensaje de ellos?

-Dos noches ha, se隳r, que partde Granada; pero no conozco en ella
a los que llamas tus leales vasallos.

-Entonces...

-Se隳r m甐, 雡eme: en Granada han perecido por orden de Abu-Sa蟂, que
ocupa el trono de los Anssares, el cadhAbu-Meruan, el jathib Abd-ul-Isa,
el im嫕 Mohammad-ben-Kabir Al-Lahm el faqu璫 Ibrahim-ben-Salemah, el
poderoso Ben-Isahack Al-Comaraixi, y con ellos otros muchos acusados de
mantener secretas inteligencias contigo, y con los nassar獯s que te
acompa鎙n.

-Que las almas de esos m嫫tires gocen en el Para疄o las dulzuras de
la bienaventuranza!-exclamAbd-ul-Lah enjug嫕dose las l墔rimas, y
reprimiendo sus suspiros.

-Que Allah les haya perdonado!-repuso lubremente el antequerano.

-Sigue, muslime,-a鎙diel Amir, interesado en lo que aquel hombre
dec燰.

-Diez d燰s eran ya transcurridos, al salir yo de Granada, desde que
el Sult嫕 Mohammad hab燰 enviado al de Fez (︾rot嶴ale Allah!) un
emisario...

-熹udices?-interrumpiel Pr璯cipe alarmado a su pesar y sin poder
contenerse.

-Un emisario,-prosiguiel cautivo,-con el objeto de alcanzar de
Abu-Zeyyan la entrega de cierta esclava que en el harem ten燰, para
traerla a Granada...

-Y esa esclava...-preguntanhelante y con visible inquietud
Mohammad.

-Esa esclava, se隳r, se llama Aixa, y se dice esposa tuya...

-Oh!... Eso no ser No!-exclamel Sult嫕 alz嫕dose lleno de
angustia.-Abu-Zeyyan no cometertal crimen... Las leyes de la
hospitalidad son sagradas, y el Sult嫕 de los Beni-Merines, que se dice
descendiente del Profeta (Allah se complazca en 幨!) no puede faltar a
ellas.

-S S faltar se隳r,-exclamirgui幯dose el cautivo.

-Ebn-ul-Jathib!-gritentonces Abd-ul-Lah acerc嫕dose a la puerta de
la tienda.

-No le llames, se隳r,-dijo con sarcasmo el antequerano.-No le llames,
porque tengo a que decirte otras muchas cosas, que no deben ser o獮as
sino de ti.

-Nada puede importarme tanto, como lo que acabas de comunicarme, con
intenciones que no conozco, ni quiero conocer... Basta ya!... V彋e!

-No, no me ir.. Me oir嫳 hasta concluir, mal que te pese,-repuso el
cautivo encar嫕dose con el Pr璯cipe.

-Ah! No eres lo que parec燰s!... Te atreves, miserable, a hablar de
esta manera a tu se隳r y due隳?...

-No lo eres m甐, Mohammad! Mi se隳r y due隳 es el Sult嫕 de Granada,
el que enarbolando el sagrado estandarte del Islam, pelea con los
id鏊atras, a quienes Allah maldiga! Tno eres m嫳 que un renegado infame,
que va a morir a mis manos! Ha sonado para ti la hora de la justicia, y
Malak-al-maut ha borrado tu nombre del libro de los vivos...

-Te equivocas, t quien quiera que seas,-gritel Amir desenvainando
la espada.-Alientos tengo para darte la muerte que mereces! Pero no quiero
manchar mis manos con la sangre de ning muslime... Ebn-ul-Jathib!-llam
poni幯dose a la defensiva.

-Llegartarde,-clamfren彋ico el cautivo, en cuya diestra brillaba
la acerada hoja de una gum燰.-He jurado tu muerte, para bien de los
muslimes, que te aborrecen, y gloria de mi se隳r el Sult嫕 Mohammad el
Bermejo, y morir嫳!-prosiguiarroj嫕dose violentamente sobre el Pr璯cipe.


Pero Abd-ul-Lah, dando un salto, parel golpe con la espada, y con
un movimiento r嫚ido hirien el pecho al asesino.

-Me has muerto!-dijo 廥te al caer en tierra.-Pero mi alma iral
Para疄o, mientras la tuya caermaldita en los horrores del fuego eterno,
donde se consumirpor espacio de siglos! Que la maldici鏮 de Allah caiga
sobre ti y sobre los tuyos!

Y en tanto que pronunciaba no sin dificultad estas palabras,
penetraba en la tienda Ebn-ul-Jathib, bien ajeno del espect塶ulo que iba a
contemplar en aquel sitio.

-Ah! 激res t-preguntel herido al distinguir a
Ebn-ul-Jathib.-激res t el poeta servil, el adulador miserable que
reniega del Islam, para lamer la mano, como un perro, del amo que te da el
pan?

-熹ues esto?-exclamel guazir, deteni幯dose sorprendido al ver a
aquel hombre en tierra, sobre un charco de sangre, y advertir que el
Pr璯cipe ten燰 a la espada en la mano.

-Haz que lleven de aqua este loco desventurado,-dijo Mohammad
se鎙lando al herido y sin dar otra respuesta.

-Quieres librarte de mi presencia?-murmura duras penas y haciendo
esfuerzos por levantarse el antequerano.-A me queda algo que
decirte,-a鎙di-A no sabes que la que llamas tu esposa, la que
desvanecida osa llamarse Sultana de Granada, a estas horas se hallaren
poder ya de mi se隳r y due隳... Y ahora, que Allah te maldiga, renegado
imp甐, como yo te maldigo en la hora de mi muerte!-Que Allah te
perdone, desdichado,-contestgenerosamente el Amir,-como te perdono yo lo
siniestro de tus intenciones para conmigo, y todo el da隳 que pretendes
pausarme con tus palabras!

Y sin detenerse m嫳 tiempo, abandonla tienda con 嫕imo de comunicar
al rey don Pedro lo ocurrido, y procurar remedio a lo anunciado respecto
de Aixa por aquel hombre, a quien dejaba en las timas agon燰s.



- XXVI -


COMPASIVO escuchdon Pedro las sentidas quejas que Mohammad
atropelladamente le expon燰 por la alevosa conducta de Abu-Sa蟂; y
mientras dispon燰 que, para escarmiento y ejemplo de traidores, fuera
inmediatamente ahorcado el fan嫢ico partidario del usurpador ante los
muros de Antequera, si a ten燰 vida,-procuraba calmar el 嫕imo del
Pr璯cipe, y desvanecer en 幨 los terribles presentimientos que le
asaltaban y enardec燰n.

Seguidamente, para impedir, si a era tiempo y si eran ciertas las
palabras de aquel hombre, que la esposa de su aliado y su vasallo cayera
en poder del sanguinario usurpador, daba las oportunas 鏎denes para que
uno de los caballeros de su corte pasara al 繈rica sin p廨dida de momento,
e hiciera presente al Sult嫕 de Fez el desagrado que le causar燰
accediendo a los reprobados deseos del asesino de Isma螿 y de Ca褼, y
manifest嫕dole a la par solemnemente que tomaba bajo su protecci鏮 a Aixa,
pues no se le ocultaba, con verdad, al de Castilla, que los icos m镽iles
que hab燰n decidido al pr璯cipe Bermejo para dar aquel paso, no eran otros
sino los de impedir a todo trance por semejante medio, que el leg癃imo
Sult嫕 de Granada prosiguiera la comenzada campa鎙, poniendo asde
manifiesto los temores abrigados por 幨 y por los suyos respecto del 憖ito
probable de la guerra.

Y con efecto: si era dable a Abu-Sa蟂 contar con los adalides y
caudillos principales del ej廨cito en Granada, si la mayor parte de los
alcaides del reino eran hechura suya, no ocurr燰 de igual suerte en orden
a los habitantes de las poblaciones, quienes velan con asombro crecer los
impuestos y aumentarse sobremanera las exacciones de todo g幯ero, sin que
el entronizamiento de Abu-Sa蟂 hubiera mejorado su condici鏮 en nada.

No por otra causa M嫮aga hab燰 aclamado al hijo de Yusuf I, y en las
ciudades donde a no se hab燰 esto verificado, eran con pena recordados
los tiempos de paz y de prosperidad disfrutados durante el paternal
gobierno de Mohammad V, anhelando que triunfase el proscripto de Ronda,
para que cesase de una vez la angustiosa situaci鏮 creada por la ambici鏮
insaciable, las rapi鎙s, las detentaciones, los cr璥enes y las tiran燰s de
Abu-Sa蟂 y de la turba de advenedizos que con 幨 se hab燰n hecho se隳res
del gobierno.

S鏊o asera l獳ito explicar la facilidad con que gran nero de
lugares y castillos del itinerario seguido hasta Antequera por el ej廨cito
cristiano y el muslime, se hab燰n incondicionalmente entregado a Mohammad,
reconociendo su autoridad de nuevo.

Reducido a permanecer a la defensiva, ten燰 el antiguo aliado de la
sultana Seti-Mariem reconcentradas en la capital las tropas en el mayor
nero posible, pues no era para 幨 dudoso, conocido el car塶ter del rey
don Pedro de Castilla, que no habr燰 廥te de contentarse con someter a la
obediencia de Mohammad V una parte del territorio de Granada, sino que
intentar燰 llegar acaso hasta las puertas mismas de la ciudad, con la
esperanza de que le ser燰n abiertas sin gran esfuerzo.

A fin de atajar el peligro que con tan amenazadoras proporciones se
presentaba, celebrado consejo con los m嫳 decididos de sus partidarios, en
cuyas manos se desvanec燰n las rentas y los tesoros de la sultan燰,-tomaba
como medida preventiva, la resoluci鏮 de apoderarse de Aixa a cualquier
costa, para tenerla en rehenes, y amenazar a Mohammad si persist燰 en su
prop鏀ito, refren嫕dole a tiempo, y evitando que la guerra, y con ella las
justas pretensiones del despose獮o, prosperasen.

Para fortuna suya, el Sult嫕 de Fez, Mohammad Abu-Zeyyan, hab燰sele
mostrado muy su amigo; y aunque conoc燰 el car塶ter de santidad que entre
los fieles islamitas tuvo la hospitalidad siempre, no por ello dejde
enviar a Ifriquia uno de sus m嫳 devotos parciales, con el prop鏀ito de
alcanzar de Abu-Zeyyan que le fuese entregada la enamorada de Mohammad V,
a t癃ulo de esclava de Abu-Sa蟂, quien ten燰 por consiguiente derecho a
reclamarla como cosa propia.

Aixa, entre tanto, permanec燰 abandonada y sola en Fez, sin que al
subir al trono, que hab燰 alldejado vacante la muerte de Abu-Salem,
hubiese podido Abu-Zeyyan conocer siquiera su existencia.

Cuando, al ser asesinado aquel generoso Pr璯cipe por su propio
hermano Omar, la soldadesca y el populacho juntos, ebrios con el desorden,
y codiciosos de riquezas, hab燰n invadido sin respeto alguno el alc嫙ar de
sus se隳res, cuantos en 幨 estaban buscaron salvaci鏮 fuera de aquel
recinto, quedando abandonadas y a merced de las turbas todas las puertas.

Y mientras el populacho recorr燰 las estancias del palacio
proclamando en ellas a grandes gritos a Mohammad Abu-Zeyyan,-Aixa, seguida
de Amina y de Kamar, huyendo amedrentadas por entre la muchedumbre,
buscaron por su parte asilo en la raudha o cementerio m嫳 pr闛imo, donde
permanecieron el resto del d燰, temiendo a cada instante por su vida.

Al caer la noche, y sin saber d鏮de ampararse, pues ninguna de ellas
conoc燰 la poblaci鏮, de la que se hallaban adem嫳 no muy cerca, volv燰n
al alc嫙ar, y en 幨 se hallaban al tomar solemne posesi鏮 de Fez el nuevo
Sult嫕, continuando allapartadas del harem, que hab燰 sido renovado,
hasta que enterado Abu-Zeyyan de la calidad de Aixa, rog墎ale prosiguiese
siendo su hu廥ped en las mismas habitaciones en que hab燰 vivido en tiempo
de Abu-Salem, mir嫕dola entre tanto con singular respeto.

No contribu燰n poco a esto, las noticias que Abu-Zeyyan recib燰 de
Chezirat-al-Andalus. Sab燰 por ellas que Mohammad V, a quien hab燰 no
obstante negado todo apoyo, contaba con las simpat燰s de casi entero el
reino de Granada, cuyos habitantes no se atrev燰n sin embargo, despu廥 de
la muerte de Isma螿 y de Ca褼, a sacudir el ominoso yugo del tirano; y
aunque 廥te le hab燰 mandado sus cartas invit嫕dole con una alianza en
virtud de la cual podr燰n volver los Beni-Merines a recobrar en las
regiones meridionales de Al-Andalus el se隳r甐 que despu廥 de los
almohades hab燰n bien que por poco tiempo tenido en la Pen璯sula, y las
relaciones de amistad quedaban entre ambos restablecidas en principio, no
por ello se determinaba a romper abiertamente con el Sult嫕 destronado, a
cuyas manos habr燰 al postre de volver el gobierno de Granada, con tanto
mayor causa, cuanto que eran notoriamente suyos la amistad y el apoyo del
poderoso rey de Castilla.

Tal era el 嫕imo en que Abu-Zeyyan se encontraba respecto de Mohammad
V y de Aixa, cuando llegaba a su presencia el emisario de Abu-Sa蟂 el
Bermejo, con el prop鏀ito de estrechar m嫳 a la amistad de ambos
soberanos, y sobre todo el de conseguir la entrega de la joven.

Ricos y cuantiosos eran los presentes que para el africano de parte
del granadino le acompa鎙ban, y grandes fueron con verdad el cari隳 y la
distinci鏮 con que Abu-Zeyyan le recib燰, no siendo para 幨 dif獳il vencer
la repugnancia del sucesor de Abu-Salem, a quien no pudo menos de
sorprender lo extra隳 de la demanda.

S鏊o a t癃ulo de esclava y no manumitida, seg parec燰 declararlo el
testimonio redactado por uno de los cadh獯s de Granada, y que el enviado
de Abu-Sa蟂 presentaba como prueba,-consintial fin Abu-Zeyyan en hacer
entrega de la persona de Aixa a Mohammad VI, faltando a las sagradas leyes
de la hospitalidad, bien que bajo la condici鏮 precisa de que la
interesada habr燰 de confesarse y reconocerse sierva del granadino, con
cuyo objeto, y defiriendo a las instancias reiteradas del emisario, hac燰
que en aquel mismo acto se mostrase la enamorada del destronado Pr璯cipe,
la cual, con efecto, aparec燰 no sin cierta inquietud en presencia del
Sult嫕 de los Beni-Merines, seguida de Kamar y de Amina, quienes no hab燰n
querido abandonarla.

-Oh soberano se隳r, el m嫳 poderoso de los Sultanes de la tierra! Que
la bendici鏮 de Allah caiga sobre ti y te siga y acompa鎑, perpetuando tu
ventura, y aumentando tu felicidad en esta y en la otra vida!-exclamAixa
haciendo su cortes燰 al Sult嫕, y adelantando hasta los pies del trono
sobre el que aqu幨 se hallaba sentado.

-Que 匜 te proteja y prolongue tus d燰s,-contestAbu-Zeyyan con tono
afectuoso.-Las nuevas que este honrado mensajero trae de
Chezirat-al-Andalus, tu patria-continume obligan, se隳ra m燰, a
solicitar de ti como merced, pues al bien tuyo interesa, te sirvas darme
respuesta a varias preguntas sobre acontecimientos del pasado.

Tan grande fue la impresi鏮 que estas palabras produjeron en Aixa, y
tales la emoci鏮 y el sobresalto, que, advirti幯dolo el Sult嫕, se
apresura tranquilizarla, antes de que ella pudiera formular por su parte
pregunta alguna.

-Nada temas, mi se隳ra, ni juzgues por lo que acabo de manifestarte
que aflija mal alguno a tu esposo Abu-Abd-il-Lah Mohammad, a quien Allah
proteja! Rec鏏rate, pues, y sosiega, que cuanto de ti saber deseo s鏊o con
幨 indirectamente se relaciona.

Sosegada, con efecto, alg tanto, toma invitaci鏮 del Sult嫕
asiento Aixa al lado de 廥te, y espera que Abu-Zeyyan hablase, mientras
el enviado de Abu-Sa蟂, ascomo Amina y Kamar, permanec燰n de pie y en
actitud respetuosa.

Tras breve pausa, durante la cual la leg癃ima esposa de Mohammad V no
apartlos ojos con marcada extra鎑za y curiosidad visible, del rostro del
mensajero, Abu-Zeyyan repuso:

-Sabe Allah (〔nsalzado sea!), y sabes t se隳ra m燰, que desde que
fui conocedor de los lazos que te unen al descendiente de los Anssares en
Granada, un d燰 Sult嫕 de los muslimes de Al-Andalus,-jam嫳 he pretendido
molestarte, guardando a tu persona todas aquellas consideraciones y
respetos que a tu alta jerarqu燰 corresponden. Hoy, por aventura que de mi
voluntad no depende, me hallo en la necesidad de demandarte algunos
necesarios antecedentes relativos a ti, y s鏊o de ti puedo obtenerlos.
Ten, pues, la bondad de referirme tu historia, y por Allah, que nos oye y
a todos nos ha de juzgar en su d燰, que no veas en mi deseo cosa alguna
que pueda en lo m嫳 m璯imo ofenderte.

-Oh, poderoso Sult嫕!-exclamAixa.-Desconozco las causas que te
mueven a interesarte hoy mejor que ayer en la historia de mi vida, pero
respeto tus intenciones; y como ha sido y contin a siendo mi vida
larga serie de desventuras y contrariedades, y no hay en ella nada
vergonzoso ni que deba permanecer oculto, 雡eme ben憝olo, y 鏙ganme
tambi幯 los que aquse hallan presentes, pues no hay para el triste nada
que pueda servirle de consuelo tanto, como la comunicaci鏮 de sus propios
dolores.


俟e隳r:-a鎙didespu廥 de dicho esto-hay allal otro lado de
Az-zocac, en la codiciada Al-Andalus, una regi鏮 hermosa, donde parece que
quiso el excelso Allah ({labado sea!) copiar reunidos las dulzuras y los
deleites del Para疄o eterno. R甐s de cristalina corriente la fertilizan y
fecundan por todas partes, y es tan rica en producciones, que de las m嫳
extremas comarcas del Oriente, van a ella a solicitarlas. El mar de Siria
la ba鎙, y respetuoso se contenta con besar en testimonio de amor la
fimbria de su vestidura; tiene montes, donde las nieves son eternas, y
donde hay ocultas riquezas nunca so鎙das, y su capital, Granada, no tiene
rival en parte alguna del mundo, pues ante ella, como las estrellas en
presencia de la luna, palidecen las celebradas del Iraq, de la Siria y del
Egipto, de tal modo, que no es ella sino la linda desposada que ostenta al
descubierto las perfecciones de su rostro, y que lleva su dote en la
hermosura.

聚n uno de aquellos montes revueltos que cruzan y defienden esta
regi鏮 espl幯dida, y que llaman Albu-xarrat(73) no spor qumotivo,-fui
yo, se隳r, criada por una buena mujer, que no era mi madre, y que me
inicien los misterios de las ciencias ocultas, a pesar de lo cual jam嫳
pude saber qui幯es eran mis padres, bien que despu廥 tuve noticia de que
correspond燰 mi madre a muy encumbrada extirpe.

翠partada del mundo; en medio de aquella naturaleza exuberante y
vigorosa; sin sospechar nunca que detr嫳 de las crestas enriscadas de los
montes que se elevan hasta el cielo, como la oraci鏮 de los fieles,
existiese nada que pudiera interesarme; feliz y dichosa en mi soledad y en
mi ignorancia, oh, soberano Pr璯cipe, paslos a隳s fugaces de la
infancia, y a en ellos, vi espirar en mis brazos a aquella mujer a quien
llamaba madre, quedando sola y abandonada sobre la tierra. Cumplidos los
deberes que nuestra santa religi鏮 ordena, cuando volvde acompa鎙r su
cad嫛er a la macbora, recordando la tima recomendaci鏮 que en su lecho
de muerte me hab燰 hecho la anciana, y que no era otra sino la de que con
el auxilio de los buenos genios que me proteg燰n y con el de cierto
amuleto misterioso que me entregy ella misma colocen mi brazo, deb燰
partir a Granada, para encontrar a mi madre,-a pie y sin recursos,
gui嫕dome sin duda la misericordia de Allah, emprendmi viaje a Granada,
la ciudad maravillosa, que surcan las aguas del Genil, semejantes a un
brillante drag鏮 que engendra a su paso a la una y la otra parte las
serpientes de numerosos arroyos, y que ci鎑 la poblaci鏮 con precioso
collar de perlas transparentes, dejando a la verde pradera que reciba
abundantes riquezas del vergel del cielo, a las flores desnudando sus
dientes con suave sonrisa, y mostrando, en fin, la vida del mundo con
todas sus seducciones, como ha dicho el poeta.

肇atigada, pero gozosa, llegu se隳r, a la vista de Granada, no sin
esfuerzo y sin peligros; y all cual si los buenos genios y el mismo
Allah me abandonasen tambi幯 en mi orfandad y mi desconsuelo, allfui
v獳tima de la alevos燰 del que hoy osa llamarse Amir de los muslimes de
Al-Andalus; pues apoder嫕dose de mi persona cautelosamente, me entreg
como esclava a la sultana Seti-Mariem, viuda del Sult嫕 Abu-l-Haxix Yusuf
I (︺aya Allah perdonado su alma!)
-Ya ves, oh soberano Pr璯cipe de los muslimes,-se apresura
interrumpir el emisario del rey Bermejo,-c鏔o ella misma declara ser
esclava de mi se隳r...

-C鏔o!-exclamAixa incorpor嫕dose.-T tvienes aquen nombre de
ese infame asesino, a quien Allah maldiga?... 燜eres siervo y enviado
suyo?-Oh, se隳r!-a鎙didirigi幯dose a Abu-Zeyyan que permanec燰
perplejo,-ru嶲ote por lo que m嫳 amares, que me libres de la presencia
odiosa de este hombre, asAllah, te colme de beneficios y mercedes! No se
abrir嫕 delante de 幨 mis labios para pronunciar palabra alguna, sino s鏊o
aquellas de condenaci鏮, que habr嫕 de repetir a sus o獮os el d燰 del
juicio los malos genios que han de conducir al fuego eterno su alma
ennegrecida por el crimen!

Defiriendo a los deseos de la joven, Abu-Zeyyan hac燰 que el
granadino pasara a una habitaci鏮 inmediata; y entonces, desbordado el
torrente de sus penas, Aixa con voz sentida continusu historia, que
escuchsilencioso el Sult嫕 de los Beni-Merines.

Cuando hubo concluido, las l墔rimas inundaban sus ojos y los de Amina
y Kamar, mientras el africano, conmovido, buscaba no obstante el medio de
complacer con apariencias de justicia al intruso rey Bermejo.

-Ya ves, ︽h, Sult嫕 insigne!-a鎙diAixa,-si estmi vida llena de
desventuras... Mira si soy digna de compasi鏮, y de que tiendas sobre m
tu mano protectora, hoy que sque mi se隳r y due隳, el leg癃imo Sult嫕 de
Granada, se halla pr闛imo a recobrar la herencia de sus ilustres
antepasados.

Nada contestAbu-Zeyyan, cuyo silencio produc燰 viva inquietud en el
嫕imo de la joven desposada de Mohammad V; hasta que al fin, alz嫕dose de
su asiento, y sin atreverse a fijar la mirada en los ojos de Aixa, hac燰le
con la mano se鎙 de que se retirase, dando por terminada allla
audiencia.

-Se隳r,-dijo lev嫕tandose tambi幯 la pobre muchacha,-me has hecho
llamar y comparecer a tu presencia como a la del cadh delante de ese
hombre que trata de cometer alguna infamia y es emisario del m嫳 cruel de
mis enemigos...-Dime, por Allah, por quhas deseado o甏 de mis labios mi
historia, y qusignifican las palabras pronunciadas por ese siervo del
Bermejo, pues me debes protecci鏮 y a ti me hallo confiada.

-Ya sabr嫳, se隳ra m燰, a su tiempo todo cuanto ahora
preguntas,-respondisecamente el Sult嫕, dirigi幯dose lentamente a una de
las puertas de la estancia; pero Aixa hab燰le seguido en su incertidumbre,
y coloc嫕dose delante de 幨, prosigui

-Oh, no!... Por tu cabeza y por la m燰, Pr璯cipe poderoso, te conjuro
a que hables... Yo no soy tu vasalla, ni tu sierva, y tengo derecho, as
Allah me salve, para conocer lo que me ocultas... 熹upretende de mese
hombre? 熹upretendes tmismo?... Considera mi desesperaci鏮, y
comprende, oh Abu-Zeyyan, la justicia con que espero de ti respuesta...

Mirel africano a la joven, y con acento solemne y fr甐, dijo
solamente:

-Por Allah, princesa, que dudo en este momento, si eres to si soy
yo el Sult嫕 de los Beni-Merines! Vuelve a tus habitaciones, y no me hagas
olvidar, se隳ra, la benevolencia que te debo.

Y llamando al jefe de sus eunucos, ordenole que acompa鎙ra a las tres
mujeres hasta el ad-dar que les estaba destinado, sin prestar o獮os a las
protestas de Aixa ni a su llanto, mientras 幨 con adem嫕 altivo e
imponente, abandonaba el aposento.

Poco despu廥 de que Aixa, Amina y Kamar hubieran regresado a los
suyos propios, cediendo d嶵il Abu-Zeyyan a las instancias del granadino,
otorg墎ale bien que no sin cierta repugnancia cuanto ped燰, convencido de
que por este medio prestaba a la causa del Islam grande servicio; y sin
atreverse a soportar de nuevo la presencia de la joven, determinaba que
fuese desde luego puesta a disposici鏮 del emisario del rey Bermejo,
siendo el encargado de transmitir a Aixa orden semejante el mismo jefe de
los eunucos a quien hab燰n interesado las desdichas de Mohammad V, por
cuya causa miraba con cari隳 a su desposada.

-Harto me duele comunicarte, ︽h se隳ra m燰!-dijo,-esta decisi鏮
injusta de mi due隳. Mejor quisiera, asAllah me proteja, hab廨melas con
los id鏊atras, con los indignos vasallos del que hoy se llama Sult嫕 de
Granada, que no hacer que tus hermosos ojos derramen m嫳 l墔rimas de las
que han vertido!

-Que Allah premie, Abd-ur-Rahim, la pureza y la lealtad de tus nobles
intenciones! Pero 穌uhe de hacer yo, d嶵il mujer, aquabandonada y
sola, sino es sufrir lo aciago de mi suerte?... Vuelve y di al Sult嫕
(,llah le ilumine y le perdone!) que estoy pronta a obedecer sus 鏎denes:
que en medio de mis desdichas, le deberla ventura de vivir bajo el mismo
cielo que vive mi amado se隳r y due隳 Mohammad! (Haga Allah perpetua su
felicidad en la tierra!)

Cuando las primeras luces del siguiente d燰 asomaron por Oriente,
o獮a en el mossalah del alc嫙ar la oraci鏮 de as-sobhi, montados en
soberbios palafrenes bajaban a la ciudad, solitaria a aquellas horas, una
mujer y un hombre.

Iba aquella completamente envuelta en el solham que la encubr燰, y
por entre la toca que rodeaba su cabeza y el al-haryme que ocultaba su
semblante, s鏊o se distingu燰 la frente y los ojos, negros y brillantes,
aunque enrojecidos por el llanto. As seguido de algunos servidores, que
llevaban en diversos camellos el equipaje, traspon燰 aquel cortejo la
puerta de Fez, dirigi幯dose hacia Teththagn (Tetu嫕), para llegar a
Medina Sebta (Ceuta) y cruzar el estrecho hasta Marbella, en la cora de
Rayya.

Hab燰n todos estos acontecimientos acaecido mientras el Sult嫕
Mohammad y el poderoso rey de Castilla permanec燰n frente a Antequera,
ciudad que resist燰 valientemente al ej廨cito aliado; y cuando llegaban a
noticia de Abd-ul-Lah, por conducto del fan嫢ico cautivo antequerano, las
desconsoladoras nuevas del asesinato de los principales partidarios del
destronado Pr璯cipe en Granada, ascomo la de la resoluci鏮 adoptada por
Abu-Sa蟂 respecto de Aixa, era precisamente en los momentos en que el
emisario enviado a Fez por el antiguo c鏔plice de la sultana Seti-Mariem
penetraba en la ciudad del Xingilis acompa鎙ndo a la mujer que hab燰
sacado del alc嫙ar de Abu-Zeyyan e n Ifriquia, la cual era aposentada en
una de las torres del Al-Hissan, sin que el Bermejo se hubiera atrevido a
soportar a su presencia.


Fiel a su promesa, y pasados ya algunos d燰s, durante los cuales el
infortunado Abd-ul-Lah fue presa de la m嫳 cruel incertidumbre,-dispon燰
don Pedro que se levantaran los reales, y siguiendo ben憝olo las
indicaciones de Mohammad, se internaba por los dominios granadinos,
produciendo en ellos grande estrago.

Tocdespu廥 de Antequera a Archidona el experimentar las vejaciones
del ej廨cito de Castilla; y talada su campi鎙, apresados los ganados y
destru獮os los aduares y las alquer燰s que en su torno se levantaban,
siguieron castellanos y muslimes adelante, sin detenerse en poblaci鏮
alguna, y en direcci鏮 a Granada.

Loja los vio pasar con espanto, agolpada la guarnici鏮 en los adarves
de su fuerte alcazaba; y ya en los primeros d燰s de la siguiente luna de
Safar de aquel a隳 763 de la H嶲ira(74), penetraba resueltamente don Pedro
por la rica vega de Granada, en ocasi鏮 en que le era comunicada la para
幨 fatal noticia de la muerte de do鎙 Mar燰 de Padilla, acaecida en la
hermosa ciudad que ba鎙 el Guad-al-Kibir, y fue corte un d燰 del magn璗ico
Al-M矌amid, de quien Allah se haya apiadado misericordioso.

Si bien este triste acontecimiento produjo honda mella en el coraz鏮
del animoso rey de Castilla, no fue bastante, sin embargo, a hacerle
vacilar un instante; y ocultando la pena que le devoraba, caminaba al lado
de Mohammad, quien, a pesar de sus propias desdichas, procurtemplar los
dolores de su amigo y protector por cuantos medios pudo.

Bien en breve se trocaban los papeles entre ambos pr璯cipes; pues
habiendo llegado a los reales, de regreso de Ifriquia, el caballero que
envidon Pedro desde Antequera al Sult嫕 de los Beni-Merines, tra燰 la
triste nueva de que, cuando 幨 era recibido por Abu-Zeyyan, hab燰 廥te
entregado ya a Abu-Sa蟂 la desposada de Mohammad, con lo cual crecieron la
c鏊era y las angustias del granadino, a quien no pod燰n ocultarse la
crueldad del Bermejo, y el odio que le profesaba, no dudando de que
extremar燰 con la infeliz Aixa sus tiran燰s, haci幯dola padecer terribles
martirios.

Ya a la presencia de Granada, y anhelando por momentos hallarse en su
antigua corte, dirigiMohammad sus cartas a la ciudad, otorgando perd鏮
de lo pasado, y prometiendo grandes mercedes si la ciudad se le entregaba,
como lo hab燰 prometido, amenazando en otro caso con batir la plaza y
pasar luego a cuchillo a sus habitantes, pues no dudaba del 憖ito de la
empresa.


Cierto era que, allen el fondo del alma, no dejaba de deplorar el
espect塶ulo que a sus ojos ofrec燰 aquel que hab燰 sido su reino, y cuyos
campos eran sin piedad talados por el ej廨cito auxiliar de don Pedro, con
muerte de gran nero de muslimes.

Poco afecto a los horrores de la guerra, cual siempre lo hab燰 sido,
parec燰le que cada gota de sangre que vert燰n los musulmanes ca燰 sobre su
cabeza; y en su conciencia se levantaban voces hasta entonces no o獮as,
que le acusaban de los graves males sobrevenidos a su patria con la
invasi鏮 de los nassar獯s.

Pero puesto en el trance, y animados 廥tos, como su rey, del solo y
noble deseo de devolverle el trono, 廨ale ya imposible retroceder, con
tanta mayor causa, cuanto que, apoderados ahora los enemigos de su
idolatrada Aixa, era preciso a toda costa procurar su rescate.

Aspues, sin aguardar la respuesta a sus cartas, enviaba un mensaje
a su primo Abu-Sa蟂 el Bermejo, intim嫕dole la rendici鏮, y conmin嫕dole,
si no le entregaba la ciudad, con ir 幨 mismo a la Alhambra y arrancarle
del trono. En cambio, y si dejaba en libertad a Aixa, a quien sab燰 que
ten燰 entre sus manos, promet燰le olvidar la rebeli鏮 pasada, y perdonar
el doble asesinato de Isma螿 y Ca褼, se鎙l嫕dole un punto de la frontera
como residencia.

No se hizo esperar gran cosa la contestaci鏮 del Bermejo: fuerte con
los rehenes que hab燰 tomado en la persona de Aixa, se expresaba arrogante
y destemplado, manifestando que en breve, tras de su carta, ir燰n los
leones de su ej廨cito a demostrar al desvanecido rey de Castilla y a 幨,
que los muslimes de Granada no eran, como cre燰n, mansos corderos, y que
si no abandonaba Mohammad el empe隳 que tra燰, retir嫕dose de la vega,
desde el adarve mismo de la plaza podr燰 ver c鏔o era degollada su querida
Aixa, la cual entonces le ser燰 devuelta.

Grande fue la indignaci鏮 que en el 嫕imo del rey don Pedro produjo
aquella respuesta; pero m嫳 grande fue a la que experimentMohammad,
esperanzado con que los de la ciudad ayudar燰n sus designios; mas como el
tiempo transcurr燰, y la poblaci鏮 de Granada permanec燰 sorda a la voz
del destronado Pr璯cipe, jugando el todo por el todo, resolv燰se por ambos
monarcas dar principio a la lucha, disponiendo las fuerzas para comenzar
el ataque.











- XXVII -


APROVECHANDO las sombras de la noche, que hab燰 sido harto tenebrosa,
y desafiando arrogante al ej廨cito confederado, adelant墎ase Abu-Sa蟂, y
al frente de buen golpe de jinetes berberiscos sal燰 de la ciudad,
llegando a Pinos Puente, cerca de donde se encontraban los nassar獯s de
don Pedro.

Separaba a ambas huestes la miserable puente de Valillos; y tomadas
al amanecer del d燰 siguiente las timas disposiciones, a presencia de
los granadinos, d墎ase a los castellanos la orden de avanzar, como lo
efectuaban con el mayor orden y sin que les intimidase el aparato de las
tropas musulmanas.

Formaban el ej廨cito cristiano, fuera de los peones, que eran
numerosos, y gentes todas de las tierras de Castilla y de Le鏮, de Galicia
y de Andaluc燰, seis mil jinetes, figurando al frente de las indicadas
fuerzas don Fernando de Castro, don Garci 翼varez de Toledo, maestre de
Santiago, don Diego Garc燰 de Padilla, maestre de Calatrava, don Gutier
G鏔ez de Toledo, prior de San Juan, y otros muchos ricos-omes, grandes y
fijos-dalgo de Castilla, a quienes se incorporaba en el campamento don
Suero Mart璯ez, maestre de Alc嫕tara.

Antes, sin embargo, de que diera comienzo el combate, llegaba
jadeante a los reales de don Pedro un caballero berberisco, cuya
cabalgadura se desplomaba espirante y sin alientos. Saltando de ella
veloz, penetraba entre las tiendas preguntando por el Sult嫕 Mohammad, y
aunque iba cubierto de barro y lodo, apresur墎ase a presentarse a
Abd-ul-Lah, para quien tra燰 cartas de la mayor urgencia.

Hall墎ase en aquel momento el acongojado Pr璯cipe a la cabeza de sus
ronde隳s; y apart嫕dose a un lado con extra鎙 agitaci鏮, recib燰 de manos
del mensajero dos cartas que 廥te le entregaba, casi sin poder articular
palabra alguna.

-澳e d鏮de vienes?-preguntole Abd-ul-Lah, antes de abrir ambas
misivas.

-Ocho d燰s hace, ︽h se隳r m甐! que salde Fez por orden de mi due隳
el Sult嫕 generoso y p甐 Abu-Zeyyan, a quien Allah proteja-replicel
africano saludando,-y aquhe llegado sin descansar por encontrarte.

Hab燰 entre tanto Mohammad le獮o con febril impaciencia una de las
dos cartas, y regocijado con la noticia que en ella le comunicaban, abri
la otra, y la lleva sus labios con transporte.

Despu廥, sin poder ocultar la alegr燰 que se retraten su semblante,
despoj墎ase del valioso collar de ricas piedras que llevaba al cuello, y
entreg嫕doselo al berberisco que le miraba, exclam

-No puedo hoy, como quisiera, ︽h feliz mensajero de mi ventura!
galardonar cual se merecen las gratas noticias de que has sido fiel
portador, y la diligencia que has puesto en llegar hasta m.. Recibe, sin
embargo, en muestra de gratitud este recuerdo; y cuando vuelva a asentar
mis plantas en Granada, ven a m y entonces conocer嫳 cu嫕 grande es mi
agradecimiento.

Y picando espuelas al brioso corcel que montaba, desanublada la faz,
los labios sonrientes y el aspecto feliz, se incorpora sus jinetes
ronde隳s, dando orden a Ebn-ul-Jathib de que atendiera al mensajero del
Sult嫕 de los Beni-Merines de la mejor manera que en aquellas cr癃icas
circunstancias era factible.

Ya, entre tanto, seguidos de algunas compa劖as, hab燰n cruzado el
puente de Valillos los primeros de todos, Furtado D燰z de Mendoza y Mart璯
L鏕ez de Molina, doncel a la jineta del rey don Pedro, quienes recib燰n
por honra suya los primeros golpes, pasando en pos el resto de la fuerza,
con los nobles caballeros que la comandaban, y entre ellos, mezclados, los
ronde隳s y el mismo rey de Castilla, a quien se hab燰 incorporado
Mohammad.

Esper墎anlos, formados en apretado haz, los granadinos; y trabada la
pelea, despu廥 de algunos personales encuentros, como quiera que entre los
combatientes se buscasen de prop鏀ito el destronado Pr璯cipe y Abu-Sa蟂,
habi幯dose mutuamente reconocido, corrieron el uno hacia el otro,
apellid嫕dose con grandes voces.

Luchaban los granadinos con notable esfuerzo, digno de mejor causa,
aunque no era menor su nero al de las tropas de los nassar獯s,
encon嫕dose m嫳 los jinetes de Ronda, quienes se lanzaban sobre las de
Granada como el carnicero gerifalte se precipita sobre su presa, cuando la
encuentra en el espacio.

Alentados los de Castilla por el ejemplo de Furtado D燰z de Mendoza y
de Mart璯 L鏕ez de Molina, que se hab燰n arrojado en el grueso del
enemigo, y estimulados los muslimes de Ronda por el amor que a Mohammad
ten燰n, cayeron tan poderosamente sobre los jinetes granadinos, que, rotas
las escuadras de 廥tos y desbaratadas con grandes p廨didas los haces,
ve燰nse forzados a volver grupas, perseguidos y acosados de cerca por los
nassar獯s, quienes les acuchillaban sin compasi鏮, y幯doles a los
alcances.

Bien porque les atemorizase la crueldad insaciable del Bermejo, bien
porque fuesen hechura suya, es lo cierto que, contra lo que Mohammad
esperaba, no hubo jinete que se pasase al campo del Pr璯cipe destronado,
aunque no lo es menos que lo fuerte y re鎴do de la lid tampoco se lo
permit燰.

Aclaradas con los fugitivos las filas de los jinetes de Abu-Sa蟂, no
fue dif獳il que en la confusi鏮 del combate se distinguiesen de uno a otro
campo el usurpador y el destituido, encontr嫕dose frente a frente despu廥
de haberse buscado, y llam嫕dose a grandes voces, como queda dicho.

Ven燰 el d廥pota cubierto de sangre, y bland燰 col廨ico la espada,
denostando a Abd-ul-Lah; tra燰 el semblante descompuesto por la c鏊era,
que le daba aspecto verdaderamente siniestro, y aunque algunos de los
suyos pretendieron seguirle al ver la decisi鏮 con que se met燰 por entre
lo m嫳 re鎴do de la lid, alejoles de su lado con imperioso acento,
adelantando solo a donde le aguardaba su odiado rival y enemigo.

宄te, por su parte, hab燰 avanzado tambi幯, y despidiendo con tono
breve a Ebn-ul-Jathib y a algunos otros de los ronde隳s, se halla poco
en presencia de su primo, a quien mircon desprecio, aunque amenazador,
llevando en alto la espada.

-激st嫳 ah cobarde, mal muslime, engendro reprobado del demonio,
maldito por Allah?...-dec燰 el Bermejo con acento iracundo.-、endita sea
su misericordia, que me permite poner t廨mino de un solo golpe a la guerra
nefanda en que te complaces, derramando la sangre de los buenos muslimes!

-S aquestoy, Abu-Sa蟂,-replicMohammad,-y en breve me tendr嫳 en
mi alc嫙ar de la Alhambra, que has manchado tcon la inocente sangre de
mis hermanos!..

-Antes morir嫳 a los golpes de mi espada, jud甐, hijo de jud甐, 瘭che
maldito! Pero, arroja ese acero que ostentas ocioso en la diestra, pues
cuadra en ella mejor la rueca con que las mujeres hilan el lino de mis
campos! 燕or quno esgrimiste esa espada cuando te buscaba afanoso para
darte muerte la noche en que huiste, cobarde, a Guadix, disfrazado con las
ropas de mi esclava?.. Porque, la que tllamas tu esposa, la que tanto
adoras, es mi esclava, y no volver嫳 a verla nunca!

-Pon a un lado ︽h Abu-Sa蟂! los insultos, que son m嫳 propios de
mujeres, y deja hablar las espadas, que son m嫳 elocuentes entre hombres y
en este sitio. Pero antes de que haya ido tu alma extraviada y maldita de
Allah a esconderse entre las pavorosas sombras del infierno, antes de que
mi mano desate el nudo de tu vida, quiero que sepas que Aixa, la Sultana
de Granada, aquella a quien tllamas tu esclava y crees tener en tu poder
para mortificarme, es libre, libre como esas aves que cruzan el espacio, y
tno puedes hacerle da隳 alguno, asesino!

-No tardarmucho, astenga yo segura mi parte de Para疄o, en
reunirse contigo en los brazos de Thagut,-replicel rey Bermejo arrojando
espuma por la boca, y lanz嫕dose sobre su primo.

Pero 廥te hab燰 tenido tiempo de parar el golpe que le dirig燰
Abu-Sa蟂, encabritando su caballo, y dio otro tan fuerte con el pomo de la
espada sobre la cabeza del usurpador, que, sorprendido, soltlas riendas
del fogoso bruto que montaba y se tambaleen la silla, a la cual se asi
instintivamente.

-Ya ves,-dijo entonces Mohammad,-lo que valen tus bravatas... Podr燰
sepultar ahora la hoja de mi gum燰 en tu garganta; pero no quiero que me
llames asesino.

Y como la espada de Abu-Sa蟂 hab燰 ca獮o en tierra, arrojla suya al
suelo Abd-ul-Lah, y sacando la gum燰, espera que su primo imitara su
ejemplo.

El Bermejo, sin embargo de lo terrible de su c鏊era, no hizo adem嫕
alguno; y como viese que sus jinetes todos, en confuso tropel volv燰n las
espaldas, desband嫕dose por la campi鎙 en direcci鏮 de la ciudad,
perseguidos por los nassar獯s,-prorrumpi palideciendo intensamente, en
horribles amenazas, y clavando los agudos acicates en los ijares de su
montura, que relinchde dolor, particomo un rel嫥pago en seguimiento de
los suyos.

-Por Allah,-exclamaba al propio tiempo,-yo te juro, renegado, que nos
encontraremos otra vez, y que entonces no quedarpor tu parte la
victoria!

-Que Allah el Excelso te ilumine, desventurado!-replicMohammad
vi幯dole partir, y recogiendo su espada y la del intruso, que permanec燰n
en el suelo.

Volvidespu廥 los ojos en torno suyo, y encontrando a su lado al
valiente guazir Lisan-ed-Din, lleno de sangre que atestiguaba su presencia
en el combate, sin pronunciar palabra, comenza andar en silencio hacia
el lugar donde se recog燰n y reconcentraban los castellanos.

Como durante todo el d燰 anterior hab燰 estado lloviendo, el campo se
hallaba fangoso y blando, y hab燰 muchos charcos, cuyas aguas cenagosas
aparec燰n despu廥 de la batalla te鎴das de rojo, descubri幯dose entre los
caballos muertos gran nero de cad嫛eres de muslimes granadinos y de
cristianos, mezclados y confundidos sobre el barro, armas ensangrentadas,
y despojos del combate, esparcidos en desorden por todos lados.

No pudo Mohammad contener a la presencia de aquel pungente
espect塶ulo los impulsos de su magn嫕imo car塶ter; y mientras al ver tan
gran destrozo alzaba al cielo los ojos, dos l墔rimas brillantes surcaron
sus mejillas, desapareciendo en el haique de lana que le envolv燰.


-Vamos de aqu-exclamal cabo, dirigi幯dose a Ebn-ul-Jathib.-Mi
coraz鏮 padece horriblemente contemplando estos ensangrentados trofeos de
la muerte! ﹔ue Allah derrame ben嶨ico los tesoros de su misericordia
sobre aquellos que han perecido! Que Allah me perdone a mclemente el
da隳 que ocasiona a los fieles muslimes esta guerra infanda y sacr璱ega, a
que me provocan la ambici鏮 desmedida de mi primo, y la deslealtad de los
que fueron mis vasallos!

-Hubo un tiempo,-prosiguimientras caminaba,-en que los fieles
musulmanes sucumb燰n, m嫫tires de la fe, en los campos de batalla!

Pero mor燰n con la esperanza lisonjera de resucitar luego en el
Para疄o, donde estaban destinados a gozar eterna ventura! Mas estos
infortunados que ahyacen para pasto de las fieras y de los buitres,
estos desventurados que no han sucumbido defendiendo contra los cafres(75)
la ley del Islam, no gozar嫕 de la presencia de Allah, y sus almas errar嫕
por los espacios invisibles, lanzando maldiciones contra el tirano que ha
sido con su perfidia causa de la muerte de ellos, y contra mtambi幯, que
no he sabido someterme a las inclemencias del destino! El d燰 del juicio,
cuando Allah desde al-漷xe, su trono resplandeciente, juzgue nuestras
acciones, allestar嫕 para deponer contra m y pedir a la justicia del
Excelso que me aflija con el peso de mis culpas, neg嫕dome la entrada en
el Para疄o!

-Desecha, se隳r, los temores que te asaltan,-replicEbn-ul-Jathib,
conmovido a pesar suyo. La causa que defiendes es la causa eterna de la
justicia. Como en otro tiempo los mequinenses defend燰n contra Mahoma
(︷ompl嫙case Allah en 幨!) las imposturas de la idolatr燰 que cegaba sus
ojos y entenebrec燰 sus almas, ellos han defendido contra ti, que eres
sombra de Allah, la maldad y la alevos燰 de Abu-Sa蟂, cegando la codicia
sus ojos, y entenebreciendo sus almas el af嫕 reprobado del lucro! Allah
es justo! 匜 es el m嫳 misericordioso entre los misericordiosos! Ve en el
fondo de tu alma, y el d燰 del juicio no depondr嫕 contra ti los que en el
campo quedan insepultos, porque Allah es sabio y conocedor de todas las
cosas! Todo cuanto hay en los cielos y en la tierra es suyo! Alabado sea!

-En vano pretendes ︽h Ebn-ul-Jathib! desvanecer con los rayos de tu
elocuencia la verdad de mis culpas, que conozco. 燒o he visto yo los
f廨tiles campos de los fieles islamitas, devastados sin piedad por esa
hueste de id鏊atras que acompa鎙 al Sult嫕 de Castilla?... 燒o he visto
sus ganados robados?... 燒o he visto sus aduares destru獮os, incendiadas
sus alquer燰s, violadas sus mujeres, cautivos a los mismos infelices, y
ahora, ahora, 積o he visto correr su sangre por sus heridas, para te鎴r
con ella el cieno revuelto de ese campo, que debiera llamarse campo del
arrepentimiento, por el que en mi coraz鏮 se despierta?...

-Mira,-continu-燙abes tlo que me anunciaban las dos cartas que
antes de comenzar el combate puso en mis manos ese berberisco, enviado
hasta mpor el Sult嫕 de los Beni-Merines?... En una de ellas me dec燰 el
Sult嫕 que Aixa no hab燰 salido de Fez; pues en lugar suyo, el mensajero
del Bermejo hab燰 por error llevado del alc嫙ar a Amina; y la otra, es la
carta en que la propia Aixa me refiere todo lo ocurrido y me atestigua de
su amor, que es mi alegr燰! Pues bien, Lisan-ed-Din: ya que Ronda y su
distrito me reconocen voluntariamente por su se隳r, ya que M嫮aga procede
de igual manera, y ya que entre mis ronde隳s gozo de paz, sin que haya
ojos que por mi culpa viertan una sola l墔rima, me contentarcon ser Amir
de Ronda, si es que no puedo fiar en la gente de M嫮aga, y con el cari隳
de Aixa, a quien tmismo ir嫳 de mi parte a buscar a Ifriquia.

-Oh soberano se隳r y due隳 m甐! Que Allah bendiga tu alma, que es tan
hermosa como la luz del sol, y tan buena como la lluvia! Tu magnanimidad
es tan grande, como son grandes los misterios de Allah! H墔ase como
deseas; pero antes de resignarte a abandonar lo que es tuyo, piensa y
medita bien lo que vas a hacer, y no olvides que los buenos musulmanes no
te agradecer嫕 lo que pretendes,-contestEbn-ul-Jathib, en ocasi鏮 en que
hab燰n llegado ya a los reales.

Saltallde su brid鏮 Mohammad, y dando las riendas al guazir, se
dirigia la tienda de don Pedro, rogando a los donceles del monarca de
Castilla anunciasen a 廥te su presencia.

Poco despu廥 se hallaba delante del Sult嫕 de los nassar獯s, quien al
verle se levantde su asiento y corrial encuentro del Pr璯cipe.

Iba el granadino sombr甐 y meditabundo, con el dolor pintado en el
semblante; y llevando a su coraz鏮 primero, y a los labios despu廥, la
mano que le tend燰 don Pedro, se inclinrespetuoso delante de 幨,
esperando a que le dirigiera la palabra.

-Ya hab嶯s visto, se隳r,-dijo don Pedro en tono festivo,-como Dios
favorece vuestra causa, concedi幯donos la victoria sobre vuestros
enemigos, que lo son m甐s tambi幯 y de mi reino. Regocijaos, se隳r, pues
ma鎙na habremos de penetrar en Granada; que tengo empe隳 en que mis
mesnaderos y soldados os acompa鎑n hasta vuestro famoso alc嫙ar de la
Alhambra.

-Grandes son, ︽h se隳r y Sult嫕 m甐 soberano! las mercedes que te
debo, y quisiera poder mostrarte mi coraz鏮 para que vieras en 幨 y en mis
entra鎙s lo inmenso de mi gratitud hacia ti; pero, se隳r, mientras hasta
Allah (〔nsalzado sea!) levanto mi esp甏itu para rendirle gracias por su
misericordia; mientras escucho ahora el regocijado rumor que llena estos
reales, en pos de la victoria que sobre las gentes de Abu-Sa蟂 han
conseguido tus nassar獯s, oigo tambi幯 l墔rimas y quejas, e imprecaciones
y sollozos que llenan de dolor mi pecho, y me hacen una vez m嫳 maldecir
la guerra y la ambici鏮 de los hombres!

-No me extra鎙, conociendo la bondad de vuestro 嫕imo y la triste
pena que os embarga, la cual reconozco ser mayor que la que a mme
aflige; no me extra鎙, repito, o甏os, se隳r, expresaros en tales t廨minos,
cuando tan cercano estel momento de ver coronadas vuestras esperanzas,
en pos del triunfo conseguido, y que yo creque os llenar燰 de jilo,
replicdon Pedro cort廥mente.

-Has dicho verdad ︽h egregio Sult嫕 de Castilla!... El d燰 de la
victoria estcercano; pero debo abrirte mi pecho en prueba de lealtad,
para manifestarte lo inmenso del dolor que en medio del jilo, produce en
mi esp甏itu el espect塶ulo ofrecido a los ojos por la que fue mi Granada.
El fuego execrable de la discordia, encendido con mano vil por el que hoy
se hace llamar se隳r de estos dominios y heredero de los Anssares, es ya
formidable y voraz incendio... Nada hay que lo ataje y lo contenga, se隳r
m甐, sino eres t si no es tu brazo poderoso! Y vengo a ti, atribulado y
lleno de congoja, para implorar de tu 嫕imo clemente pongas remedio al
mal, y sofoques el incendio que ya amenaza destruirlo todo.

-Por mi fe, se隳r Mohammad,-repuso el de Castilla,-que os estoy
oyendo, y no consigo comprender el sentido de vuestras enigm嫢icas
palabras, por m嫳 esfuerzos que hago... Ru嶲oos, se隳r, por tanto, que
expres嶯s con mayor claridad vuestro pensamiento,-a鎙dicon alguna
impaciencia,-pues, por Dios, que de otro modo habrde serme dif獳il el
contestaros.

-Pues bien, soberano se隳r y due隳 m甐,-dijo Abd-ul-Lah,-pr廥tame
benigno o獮o, y comprender嫳 lo que deseo y lo que espero de tu amistad,
nunca desmentida. Se隳r: desde que con generosa resoluci鏮 viniste en
acordarme tu poderoso amparo para recuperar el trono que Abu-Sa蟂 usurpa,
la suerte ha sido pr鏀pera para nosotros; muchos han sido los lugares y
las fortalezas que, a tu presencia s鏊o, han abierto al Pr璯cipe
destronado sus puertas. Tambi幯 han sido muchos los que las han conservado
cerradas, abri幯dolas tus bravos nassar獯s por fuerza de armas... Bien s
enaltecido Sult嫕 don Pedro, que cuando tu hermano y enemigo el conde don
Enrique penetrpor Soria, devastando aquellos campos, y sembrando en
ellos la desolaci鏮 y la muerte; que cuando el infante de Arag鏮, don
Fernando, entrpor tierra de Murcia, esparciendo el luto y la destrucci鏮
en su camino; que cuando el mismo don Enrique sorprendide rebato a
N奫era, maltratando sus indefensos pobladores, e inundando de sangre la
alcana de los jud甐s, en cuyos bienes se cebla rapi鎙,-bien scu嫕to
padecitu coraz鏮 magn嫕imo, viendo destruidas las cosechas, asesinados
vilmente los pac璗icos ciudadanos, y presa tu reino del incendio voraz que
lo aniquilaba y consum燰 todo... 澧鏔o quieres, se隳r, que yo mire sin
verter l墔rimas de sangre, y con los ojos enjutos y el 嫕imo tranquilo e
indiferente, las desdichas que pesan sobre mi amada patria?... 澧鏔o
quieres que permanezca sordo a los clamores de mi conciencia, al ver este
hermoso reino devorado por el incendio maldito de la guerra, que mi
orgullo y s鏊o mi orgullo ha promovido?... La sangre de los que han muerto
combatiendo, cae gota a gota sobre mi cabeza; veo a mi paso, que semeja al
del Simun en el desierto, destru獮os los campos, antes f廨tiles y lozanos,
asolados los aduares, arruinadas las alquer燰s, maltratados los fieles
muslimes, dichosos antes de que yo viniera; violadas las mujeres,
saqueadas las haciendas, amedrentadas las poblaciones, desmanteladas las
fortalezas, deshabitados los lugares... Las acequias con que el laborioso
campesino regaba sus ya est廨iles tierras, no llevan agua, sino sangre; y
por donde quiera que voy, me parece que va conmigo la maldici鏮 de Allah
(〔nsalzado sea!)

-No es, a la verdad, se隳r, grandemente lisonjera para vos y para
nuestra hueste, la pintura que de la actual campa鎙 acab壾s de hacer ︽h
Mohammad! Los azares de la guerra son los que hab嶯s tan minuciosamente
enumerado; pero...

-Escucha, Pr璯cipe y se隳r m甐,-a鎙diAbd-ul-Lah interrumpiendo al
castellano.-Si es exacto el cuadro de horrores que he presentado a tu
vista, vengo a ti en esta ocasi鏮 solemne para suplicarte que extremes m嫳
a tus bondades para conmigo, accediendo ben憝olo a mis ruegos. El
invierno avanza; las dificultades de la campa鎙 abierta con tanta fortuna
para nosotros, crecen; la melancol燰 se ha apoderado de mi esp甏itu, y el
desenga隳 le trabaja...

-Ya os comprendo, se隳r,-interrumpia su vez don Pedro
levant嫕dose.-Las amenazas del Bermejo, en cuyo poder se halla vuestra
esposa y se隳ra, pueden en vuestro coraz鏮 m嫳 que el deseo de
reconquistar el trono, y quer嶯s 」ive Dios! que ahora, que estamos frente
a Granada, que ahora, que acabamos de vencer al usurpador, me retire a
Castilla con mis mesnadas y mis caballeros... Ya conoc嶯s, se隳r, que lo
que hoy me ped疄 es imposible... Que es tarde para retroceder, y que no
sois vos solo quien se halla realmente interesado en esta empresa. La vida
de vuestra esposa no correr yo os lo juro, riesgo de especie alguna,
pues hoy mismo estaremos sobre Granada.

-No es eso, Sult嫕 excelso, lo que me hace desistir de mis leg癃imas
reclamaciones,-contestMohammad mostrando a don Pedro las cartas de
Abu-Zeyyan y de Aixa.-Mi amada Aixa, por altos designios del Se隳r de los
cielos y de la tierra, no ha salido de Ifriquia, y permanece en el alc嫙ar
del Sult嫕 de los Beni-Merines... Lee, lee su carta, y por ella ver嫳 cu嫕
grande es mi alegr燰,-prosiguiel jazrechita anim嫕dose.-Es, que mejor
quiero vivir siendo se隳r de Ronda solamente, que recobrar el reino
arrebatado a mis manos por la traici鏮 y la perfidia; que ver a los
siervos del Misericordioso destrozados por los nassar獯s... Es, que me
bastan el oscuro retiro que aquella encrespada Sierra de Ronda me ofrece,
y el amor de Aixa, y no apetezco ya ce鎴r a mis sienes una corona manchada
con la sangre de los fieles musulmanes.

-Bien esten vuestros labios, se隳r,-repuso don Pedro,-cuanto
acab壾s de manifestar con vuestras palabras, que dan indicio de lo noble
de vuestra alma y de lo generoso de vuestro coraz鏮; pero olvid壾s por
vuestra parte que al tomar nos bajo nuestro patrocinio la defensa de
vuestros derechos, hall墎amos nos interesados viva y poderosamente en
hacer triunfar la justicia de vuestra causa, pues no puede dar Castilla al
olvido en momento alguno, que vos y vuestros antecesores y vuestros
descendientes, hab嶯s sido, sois y ser嶯s vasallos de los monarcas que
heredaron de nuestro ilustre abuelo don Fernando, el conqueridor de
C鏎doba, de Sevilla, de Ja幯 y de Murcia, el se隳r甐 sobre vuestro
reino... Interesa pues, a la tranquilidad de Castilla, se隳r, que vos
rij壾s los destinos del pueblo muslime en nuestra Espa鎙, y no seremos nos
quienes retrocedamos en la campa鎙.

A resistidon Pedro largo rato las slicas y los deseos que el
descendiente de los Anssares reiteraba insinuante; pero labrando al cabo
en el 嫕imo del castellano las razones que el musulm嫕 le expuso, y
llamado adem嫳 a Castilla por sus propios intereses, ced燰 bien que no de
buen grado al postre; y estrechando no obstante entre sus brazos al
granadino, pronuncicon tono solemne las siguientes palabras:

-P廥ame, se隳r, que cuando la fortuna nos sonre燰, y el 憖ito
coronaba nuestros afanes, abandonemos la campa鎙. Pero nos, en virtud del
se隳r甐 que sobre vos habemos, no somos venidos sino a ampararos y
serviros, y servicio vuestro es, cual pretend嶯s de nos, el de que
volvamos a Castilla.

A nuestros reinos, que reclaman nuestra presencia, volveremos; y no
olvid嶯s, se隳r, que pudiendo hoy mismo asentaros de nuevo en el trono de
Granada, repugn壾s hacerlo vos mismo. El d燰, pues, que necesit嶯s de nos,
volved a nos confiadamente; y entonces, como ahora, os serviremos de buena
voluntad con todo nuestro poder y nuestro esfuerzo.


Abraza su vez Mohammad, lleno de reconocimiento, a don Pedro, y
aunque no sin sorpresa de las huestes castellanas y de sus caudillos
valerosos, tomaba el ej廨cito de los nassar獯s aquella tarde misma la
vuelta de Al-cala漮 Yahsob (Alcalla Real), donde, con grandes muestras
de amistad, se separaban el rey de Castilla y el Pr璯cipe granadino: el
primero, para volver a sus estados, y para regresar a Ronda el segundo,
con los muslimes que le segu燰n y formaban su mesnada.

Grande fue el regocijo con que los leales ronde隳s recib燰n a
Abu-Abd-il-Lah Mohammad, cuya llegada hab燰 anunciado Ebn-ul-Jathib por
medio del berberisco mensajero de Abu-Zeyyan, quien con los jinetes de
Mohammad cabalgaba.

Y aunque el tiempo era crudo, por acontecer este suceso en los
postreros d燰s de la luna de Safar de aquel a隳 763 de la H嶲ira(76), no
por eso dejaron de salir con hachones encendidos y lelil獯s, la noche de
su llegada a Ronda a festejar al Pr璯cipe proscripto, de cuya magnanimidad
ten燰n noticia por el africano, presentando pintoresco aspecto aquellos
lugares agrestes y monta隳sos, donde no hab燰 pe鎙, ni pliegue del
terreno, desde el cual no fueran agitadas las antorchas y extremadas las
se鎙s del general contento.



- XXVIII -


CUANDO Abu-Sa蟂, humillado y maltrecho, llegtras de la rota de
Pinos Puente a Granada, silencioso y nada lisonjero fue con verdad el
recibimiento que le hicieron sus vasallos.

Agolpadas estaban las gentes en los adarves del recinto amurallado, y
desde all con sobresalto los unos, con alegr燰 los otros, y todos
conmovidos, ve燰n volver en desorden y al galope de sus ligeros corceles a
aquellos bravos campeones, a cuya sola presencia cre燰n que hab燰n de huir
espantados cual gacelas los guerreros nassar獯s.

Sombr甐 y ce雝do, llevando en el semblante retratada la c鏊era que le
pose燰, pasel tirano por entre la muchedumbre at鏮ita, sin que un solo
grito de salutaci鏮 o de simpat燰 saliese de los labios de nadie.

As acompa鎙do del africano Idr疄-ben-Abu-l-Ola, que hab燰 cobrado
sobre 幨 grande ascendiente, y seguido de algunos caudillos, atraves
parte de la ciudad, penetrando por Bib-Elbira, y subila empinada cuesta
que conduce a Bib-Aluxar, entrando en el recinto de la Alhambra, desde
cuyo foso sub燰 por Bib-Algodor a la meseta de la colina roja, llegando al
alc嫙ar sin haber pronunciado palabra alguna.

La victoria alcanzada por los nassar獯s, y el fr甐 recibimiento de
los granadinos, no pesaban tanto en su 嫕imo como el triunfo que sobre 幨
hab燰 personalmente conseguido su enemigo Abu-Abd-il-Lah-Mohammad, en cuyo
trono mancillado se sentaba.

Valiente y animoso, amante de los peligros y de la lucha, Abu-Sa蟂 el
Bermejo no pod燰 creer que a aquel joven, a que hab燰 despojado y a quien
juzgaba s鏊o diestro en las artes cortesanas, le fuera dado jam嫳 esgrimir
la espada de combate, y menos a vencer, como lo hab燰 hecho, al que era
le鏮 en la pelea.

En sus o獮os resonaban todav燰 las serenas frases de Mohammad, y,
sobre todo, y con extra鎙 insistencia, aquellas relativas a Aixa, no
acertando a explicarse c鏔o estando, cual a su juicio estaba la joven,
reducida en el recinto de aquella fortaleza desde que fue conducida alla
su llegada de Fez; cuando 幨 se hab燰 apoderado de ella cual prenda e
instrumento para conseguir el pac璗ico disfrute del usurpado trono,
mostraba tal seguridad y tal confianza en su libertad su primo.

En aquella misma c嫥ara espl幯dida y lujosa en la que el despose獮o
Abd-ul-Lah festejaba lleno de amor a la hechicera Aixa; sentado sobre
aquel mismo sof donde tantas veces tr幦ula de pasi鏮 hab燰 reposado la
joven,-Abu-Sa蟂, col廨ico y soberbio, decretaba con b嫫bara crueldad y
repugnante complacencia la est廨il muerte de los adalides que hab燰n en
Pinos Puente huido, y daba orden a Idr疄-Abu-l-Ola para que hiciera
comparecer a su presencia a la cautiva, que permanec燰 en el Al-Hissan de
la Alhambra.

No hab燰 osado, por cierto, el favorito desplegarlos labios, aun dada
la confianza que con su se隳r el Bermejo ten燰; y poniendo por obra la
orden del Sult嫕, regresaba al poco tiempo seguido de una mujer, cuyas
formas esbeltas y redondas se dibujaban a trav廥 del ropaje que vest燰, y
en cuyos ojos, ica parte descubierta de su semblante, brillaban a la par
la curiosidad y el asombro.

AlzAbu-Sa蟂 la cabeza cuando advirtila llegada de la joven, y
fijando en ella la mirada, pre鎙da de amenazas, hizo que Idr疄 despejase
con los dem嫳 guazires el aposento, quedando solos en 幨 el gavil嫕 y la
paloma.

-Descrete, mujer,-exclamentonces con tono breve y reconcentrado,
dirigi幯dose a la muchacha; mas como viese que 廥ta vacilaba en
obedecerle, alzose de su asiento, y con rabiosa mano desgarrel al-haryme
que ocultaba el rostro de la cautiva.

-No me enga鎙ba!-rugilleno de ira.-Era verdad lo que Mohammad me
hab燰 dicho! Tno eres Aixa, miserable criatura!-a鎙diencar嫕dose con
la joven que temblaba de miedo.-熹ui幯 eres t y c鏔o ocupas el lugar de
esa esclava que hice traer de Ifriquia?

-Oh se隳r m甐!-acerta decir la muchacha cayendo de rodillas a los
pies del tirano.-No: yo no soy Aixa... Aixa queden Ifriquia, en el
alc嫙ar del poderoso Abu-Zeyyan (︾rot嶴ale Allah!)... Presta a mis
palabras tus o獮os, se隳r, y sabr嫳 por quextra隳 culo de
circunstancias ocupo yo el lugar de aquella cuya posesi鏮 sin duda
codicias.

-Por Allah, que mientes, insensata!... Jam嫳 he codiciado cosa tan
miserable como esa esclava, sierva de Xaythan, a quien Allah maldiga!
Habla pronto, y por tu cabeza, dime c鏔o te encuentras ten su puesto, y
c鏔o has burlado al Sult嫕 de Granada!-interrumpiAbu-Sa蟂, p嫮ido de
coraje.


Entonces la joven, que no era otra sino Amina, anegada en llanto,
tr幦ula y sollozante, refirial rey Bermejo de quforma hab燰 sido
regalada en se鎙l de amistad, juntamente con Kamar, al destronado Pr璯cipe
Mohammad por el Sult嫕 Abu-Salem, a quien Allah haya perdonado; c鏔o desde
el primer momento Aixa,-unida allante el cadhde la Mezquita de Muley
Idr疄 en matrimonio con el Pr璯cipe,-hab燰 sabido granjearse por sus
virtudes y cari隳so trato el afecto sincero de ambas j镽enes, y c鏔o al
partir para emprender Abd-ul-Lah la guerra contra Abu-l-Gualid Isma螿 en
Al-Andalus, hab燰 quedado Aixa con ellas triste y acongojada en el alc嫙ar
de Abu-Salem, no ocultando detalle alguno tampoco del p嫕ico invencible
que se apoderde las tres mujeres, cuando, despu廥 del asesinato del
Sult嫕 de los Beni-Merines, la soldadesca y el populacho asaltaron el
palacio de la sultan燰, ni callando la benignidad de Abu-Zeyyan, antes de
la fatal misiva enviada por el mismo Abu-Sa蟂, en reclamaci鏮 de la esposa
leg癃ima de su primo, como esclava fugada del propio rey Bermejo.

-Fue entonces,-prosiguiAmina,-cuando concebla idea de suplantar
la persona de Aixa, a quien tanto ama mi due隳; y asque Abd-ur-Rahim, el
jefe de los guardias del Sult嫕, se hubo separado de nosotras, despu廥 de
habernos comunicado la orden en que Abu-Zeyyan pon燰 a disposici鏮 de tu
mensajero la princesa Aixa,-no vacilen exponer mi pensamiento a la
esposa de mi se隳r, ponder嫕dole los riesgos que iba a correr si se
entregaba en manos de los enemigos de Mohammad. Larga fue y porfiada, ︽h
se隳r m甐! la lucha que entablamos; pero ella era madre, y aunque ansiaba
respirar el mismo ambiente que su enamorado, aunque anhelaba que a ambos
cobijase el mismo hermoso cielo de Chezirat-al-Andalus, pude vencer al
cabo, y cuando a la ma鎙na siguiente tu enviado se presentaba a recoger su
presa, ataviada yo con las ropas de Aixa, ocupsu puesto, y en 幨 me
tienes ︽h egregio y poderoso Sult嫕 de Granada!

Asdijo la joven, sin abandonar la postura humilde en que se
hallaba, a los pies del tirano.

Guardeste angustioso silencio por algunos instantes, durante los
cuales contemplcon aire feroz a la desconsolada Amina.

Ni la hermosura de su angelical semblante, ni las transparentes
l墔rimas que brotaban de sus fascinadores ojos, ni los sollozos reiterados
que agitaban su seno, conmovieron a Abu-Sa蟂, quien, llamando a
Idr疄-ben-Abu-l-Ola, d墎ale orden de llevar de alla la cautiva, a quien
sentenciaba a muerte su crueldad insaciable y sin nombre.

Al escuchar Amina la terrible determinaci鏮 del Sult嫕, volv燰 a 幨
sus miradas at鏮ita, como si no hubiese llegado a comprender; hasta que al
fin, suplicante, extraviada y como fuera de s corriendo a las plantas
del d廥pota, as燰se a las vestiduras de 廥te, exclamando con desgarrador
acento:

-Oh! No! No, Sult嫕 m甐! Conmu憝ante mi juventud y mis l墔rimas, y lo
generoso del prop鏀ito que me ha tra獮o a tu presencia! 熹utriunfo
habr嫳 de conseguir con la muerte de esta infeliz mujer? Mira mis
mejillas, frescas como el capullo de la rosa; mis labios, hedos y rojos
como la flor del granado en la alborada; mis ojos, que brillan con el
esplendor de la juventud... 燒o habr se隳r y due隳 m甐, no habren tu
coraz鏮 magn嫕imo un solo sentimiento compasivo que interceda por m y te
decida a que revoques la crueldad de la orden aterradora, dictada en mi
propia presencia?

-Que Allah te maldiga tantas veces como cabellos tienes en la cabeza,
miserable!-replicel rey Bermejo, separando a Amina con coraje.

-Perd鏮! Perd鏮! Una palabra de clemencia en tus labios, y bendecir
constantemente tu nombre!-replicla joven, arrastr嫕dose a los pies de su
implacable verdugo.

-Por Allah el Excelso te juro,-prosiguiAmina con voz apenas
inteligible por los sollozos,-que yo no sab燰 el mal que pudiera causarte
la suplantaci鏮 con que he salvado a Aixa! T que eres aquen Granada,
sombra e imagen del m嫳 Misericordioso entre los misericordiosos, que eres
su vicario, api墂ate, se隳r, de mi quebranto, y ot鏎game tu perd鏮! Ira
esconderme donde tdispongas, o sertu esclava fiel y sumisa... Har
cuanto ordenares, y procurartemplar la pena que aflige tu coraz鏮, al
ver que no soy Aixa, cual lo cre燰s!

-Otra vez ese nombre maldito!- rugiAbu-Sa蟂 con acento
destemplado.-Calla! Calla, esclava, o yo mismo ahogarcon mis propias
manos tu voz en los impuros labios! Y t a鎙didirigi幯dose a su
favorito, quien hab燰 permanecido mudo e imperturbable contemplando
aquella escena,-lleva de aqua esta mujer, antes de que me sea por m嫳
tiempo posible contener la c鏊era... ,y entonces de Granada y de cuantos
me rodean!

AsiIdr疄 a la infeliz Amina por ambos brazos, y sin conseguir
acallar sus lamentos y sus gritos desgarradores, la sacde la estancia.

Aguardaba el mexuar o ejecutor de las sentencias a la puerta de la
c嫥ara de Abu-Sa蟂, despu廥 de cumplida en los adalides la dictada sin
apelaci鏮 contra ellos por el Sult嫕; y, apoder嫕dose allde la joven,
llev墎ala en sus nervudos brazos casi ex嫕ime, para conducirla al
Al-Hissan, donde deb燰 poner por obra la orden del sanguinario rey
Bermejo, cuando se presentaba de improviso ante 幨 el joven
Isa-ben-Y歊ub-Al-Jaulani,-pues no otro era el nombre del emisario que
hab燰 desde Fez acompa鎙do a la esclava,-y ataj嫕dole en su marcha,
exclam

-Det幯 tu paso febre, ︽h ministro de malak-al-maut!

-燄ienes acaso en nombre de nuestro se隳r y due隳 el Sult嫕?-
interrogel mexuar deteni幯dose.

Hab燰n, con efecto, dada la intimidad en que desde Ifriquia vinieron
Amina y 幨, causado extra鎙 impresi鏮 en Isa los encantos de la muchacha,
cuyo cautiverio procurendulzar, merced a la amistad que con el d廥pota
le un燰.

Oculto tras de los tapices de la c嫥ara de Abu-Sa蟂, hab燰
presenciado la conmovedora escena ya pasada; y en tanto que su coraz鏮
lat燰 con inacostumbrada violencia, al saber que aquella cuyas gracias le
hab燰n subyugado, no era la mujer a quien tanto aborrec燰 el
Sult嫕,-horrorizado por la crueldad con que 廥te condenaba a muerte a
Amina, y gozoso por que ve燰 posible ya la realizaci鏮 de sus secretos
deseos,-no vacilun momento, y saliendo del alc嫙ar, llega tiempo de
detener al mexuar, como lo hizo.

Fiado en la amistad que el Bermejo le dispensaba, al escuchar la
pregunta del ejecutor, concibiel proyecto de salvar a Amina, y sin
meditar las consecuencias, respondir嫚idamente:

-Asplace a Allah... Vengo, pues, a que me entregues esa muchacha.

Conociendo por su parte el mexuar el favor de que Isa disfrutaba, no
tuvo inconveniente en dar cr嶮ito al cortesano, y depositando en sus
brazos el cuerpo de la desvanecida joven, se retirtranquilo e
indiferente.

-Por la cabeza de mi padre!-exclamaba en tanto Isa, dirigi幯dose a la
al-medina con su precioso fardo.-Que no sea yo musulm嫕, si te arranca
ahora Abu-Sa蟂 de mi poder, y si all a mi lado y con mi amor, no
recobras la tranquilidad, y no eres tan dichosa cual mereces!

Al volver en s Amina, con los ojos extraviados, oscurecida
moment嫕eamente la luz de su raz鏮, derramsus miradas, llena de
sobresalto, por la estancia en que se encontraba y que era para ella
completamente desconocida.

Cubr燰n las paredes ricas telas de Persia, peregrinamente tejidas de
sedas y oro figurando con ellas vistosos dibujos, cuyo vivo colorido
destacaba brillante sobre el alicatado y sobre la franja de pintada
yeser燰 que, a modo de orla o arraba recorr燰 los 嫕gulos de los muros,
sirviendo de marco a los pa隳s de oro referidos.

Al frente, abr燰se gallardo un arco peraltado, cuyos caireles se
recortaban sobre el transparente celaje, y daba paso a una escalera de
marm鏎eos pelda隳s, la cual ca燰 sobre vistoso jard璯 cubierto de
arrayanes y de murta, de naranjos y limoneros, de bananos y laureles,
rosas y otro sin fin de arbustos y de plantas que, a pesar de la estaci鏮,
comenzaban a verdeguear en el fecundo suelo granadino.

Un ajimez de labradas celos燰s que, fingiendo trastornadora
combinaci鏮 geom彋rica, ostentaban en el centro de caprichoso modo calada
la sagrada frase inicial y llena de virtudes:
bism-il-Lah-ir-Rahman-ir-Rahim(77), abr燰se en uno de los muros, mientras
en el otro volteaba, aunque de menores proporciones que el del frente,
otro arco, cerrado por delicada puerta de ensamblaje.

Agrupadas en forma de complicad疄ima estrella, formaban el techo
multitud de coloridas estalactitas o colgantes, y de su centro, por medio
de fuerte y resistente cord鏮 de grana y oro, pend燰 una corona de luz,
labrada en alabastro.

Alz嫕dose del mullido sofen que se encontraba, adelantose Amina
hacia el jard璯; y dirigi幯dose luego al ajimez, espacila mirada mal
segura por entre la calada celos燰, volviendo luego a la puerta cerrada,
delante de la cual se detuvo, llena de indecisiones.

-﹒h Allah, el Omnipotente, el Misericordioso!-exclamcayendo de
rodillas sobre la bordada alfombra o alcatifa, en actitud orante.-Tsolo
eres grande! Tsolo eres poderoso! Tsolo eres quien pueda, con un
soplo, humillar al soberbio y ensalzar al humilde!... !lumina, Se隳r, mi
raz鏮 que se extrav燰, y dime si es un sue隳 todo cuanto ha pasado, o
estoy quiz嫳 en alguno de los lugares del Para疄o, separada ya mi alma de
mi cuerpo!

Pero no-prosiguireconoci幯dose.-Estos jirones que rodean mi cuello,
son los del al-haryme que desgarrcon su propia mano ese d廥pota cruel
que me ha sentenciado a muerte!... Estas son las mismas vestiduras con que
salde Fez, acompa鎙da de aquel joven Isa, que murmuraba en mis o獮os
encantadoras frases!... ﹒h, s... Todo ha sido un sue隳!... Pero-a鎙di
deteni幯dose en medio de sus incoherencias,-盥鏮de estoy?... 熹ulugar es
廥te en que me encuentro, y que parece por los genios mismos fabricado?...
熹ujard璯 es ese que ante mi vista tengo, y ques lo que ha ocurrido
para que me halle aqu en vez de encontrarme en la fr燰 prisi鏮 en que
hasta ahora he permanecido?... 燒o habrnadie que pueda explicarme todo
esto?...

-S hermosa Amina-dijo una voz dulce y melodiosa que resonen el
aposento, haciendo que la joven volviese la vista hacia el punto de donde
hab燰 partido.-S hermosa Amina-repitiel joven Isa-ben-Y歊ub
apareciendo en aquel instante.-S yo, si me lo permites, podrexplicarte
lo que tu raz鏮 no comprende ni puede comprender todav燰.

-激res t Isa?-exclamla joven con acento gozoso y tranquila
confianza.-Ven, ven a mi lado, como lo estabas durante el viaje que hice
contigo desde Ifriquia; ven, y desvanece con tu palabra las nieblas que
rodean y oscurecen mi raz鏮 casi extraviada!

AdelantIsa por extremo agitado, y fijando los ojos amorosos en el
semblante de la bella africana, a quien por vez primera ve燰 descubierta,
tomasiento a su lado.

-No ha sido, ︽h encantadora criatura!-dijo-sue隳, cual imaginas,
nada de cuanto en confuso tropel se agolpa a tu memoria. Los designios de
Allah, son verdaderamente inescrutables! El crimen que cometiste
suplantando a Aixa, ha sido, en realidad, castigado con la muerte por el
Sult嫕 de Granada, en cuya presencia estabas ha un momento. Su mano
col廨ica ha sido la que ha desgarrado tu al-haryme, permitiendo que yo
pueda gozar ahora del supremo bien de contemplar tu hermosura...

-Luego 瞠s cierto-interrumpiAmina con insegura voz, y ocultando
instintivamente el rostro en los restos del velo, es cierto que estoy
condenada a muerte?...

-S es cierto-repuso el joven.-La voluntad inexorable de mi se隳r y
due隳 el Sult嫕, te ha condenado a muerte; pero puedes estar tranquila,
porque si para 幨 has muerto, vives en cambio para m.. Allah me inspir
el separar de tu cuello la horrible cuchilla del verdugo, y traerte aqu
donde nadie habrde buscarte.

-燜... 澦as sido t se隳r, quien ha ahuyentado a malak-al-maut,
cuyas negras alas sentagitarse sobre mamenazadoras?... Que Allah
prolongue tus d燰s, y te preserve del fuego eterno y de los hijos del
pecado!...-dijo la muchacha toda tr幦ula, y fijando con gratitud en Isa la
mirada.

-S yo he sido, Amina... Yo, que no pod燰 consentir que de ese modo
perecieses t la m嫳 bella de las obras de Allah! Yo, que he callado
tanto tiempo temeroso... Durante aquellos d燰s en que cruz墎amos al paso
de nuestras cabalgaduras las tierras de Ifriquia, 積o te dijeron nunca mis
ojos, hermosa criatura, lo 璯timo de mis afanes, lo secreto de mis
ansias?... 燒o le疄te jam嫳 en ellos ︽h Amina! el tormento sin nombre que
mi coraz鏮 sufr燰, la pasi鏮 sin l璥ites que devoraba en mis entra鎙s!...
Si he callado hasta este momento-prosiguiIsa anim嫕dose,-si mis labios
jam嫳 osaron declararte mis sentimientos, ha sido porque no crenunca que
el Sult嫕 mi se隳r (︾rosp廨ele Allah!), me hiciera reclamar a Aixa, por
quien te he tenido hasta aqu sino para aumentar con ella las hermosas
mujeres de su harem; pero hoy, hoy que he visto que no eres quien todos
presum燰mos; hoy que he visto la crueldad del Amir para contigo; hoy, que
te ha sentenciado a muerte, puedo ya libremente caer a tus plantas y
decirte que te amo: que sin ti es la vida para minsufrible tormento, y
que una palabra tuya puede hacerme la m嫳 feliz de las criaturas,
anticip嫕dome las dulzuras inefables y eternas del prometido Para疄o!

No dio Amina respuesta inmediata a las apasionadas frases del
mancebo; el rubor de sus mejillas, el centelleo de sus ojos, bajos y con
insistencia fijos en el pavimento, la agitaci鏮 de todo su ser, bien claro
manifestaban que la joven berberisca, llena de gratitud, no era insensible
tampoco a aquellas muestras de cari隳 con que, al volverla a la vida, le
atestiguaba su amor el favorito del tirano de Granada.

Al fin, y como el enamorado doncel permaneciese de rodillas, levant
Amina la cabeza, y mir嫕dole confusa, exclamen voz baja y conmovida:

-Todo eso que dices, se隳r, me lo han dicho tus miradas... En ellas
letu pasi鏮 y tus sentimientos... AsAllah me salve, 盧rees, por
ventura, que no squi幯 era el misterioso cantor que, durante las
nocturnas y forzadas estaciones de nuestro viaje, entonaba endechas tan
sentidas al lado de la tienda donde yo reposaba?... 澧rees tque no
comprend燰 yo por qu cuando galopabas a mi lado, ibas triste y
silencioso como la imagen de la muerte?... S todo cuanto ahora tus
labios me declaran, todo lo conoc.. 熹uotra cosa esta nosotras,
pobres mujeres, reservada, si no conocemos la impresi鏮 que producimos?...
Si tno has olvidado aquellos d燰s, tampoco yo, encerrada en la prisi鏮
en que he permanecido en esta ciudad, que tan hermosa se presenta mi
vista, he dado al olvido aquellos recuerdos, ni se desvanecipara mtu
imagen... Teras mi ico amigo aqu en esta tierra extra鎙, donde me
encuentro sola, y tan lejos del suelo donde vi la luz primera!


Pero-a鎙diarranc嫕dose totalmente los restos del al-haryme-yo no me
pertenezco!... Lee ︽h Isa! lee lo que estas letras bordadas en oro sobre
la fina gasa de mi velo dicen, y comprender嫳 por tu parte cu嫕 grande
sermi pena, cuando sinti幯dome arrastrada hacia ti por la pasi鏮 y por
la gratitud que te debo, me hallo imposibilitada de acceder a tus deseos,
que son tambi幯 los m甐s!

Y mientras que en su semblante encantador, enardecido, se retrataba
vivamente el sentimiento de que se hallaba en realidad pose獮a, presentaba
a los ojos del joven los jirones del velo que deb燰 cubrirla.

-•s cierto!-exclamIsa con tristeza.-Es cierto que en 幨 se lee el
nombre de tu due隳 Abu-Abd-il-Lah Mohammad, Sult嫕 un d燰 de los muslimes
granadinos; pero tu se隳r no te ama, y estmuy lejos de aqupara que
pueda impedir que nos amemos nosotros. Desecha ︽h amada m燰! esos
temores, y pues est嫳 muerta para todos, gocemos en este retiro, que mi
amor te entrega, las venturas que nuestra pasi鏮 nos brinda...

-、unca!-interrumpila africana con resoluci鏮.-Jam嫳 sertuya,
mientras no me dlibertad mi due隳, y autorice nuestro amor!... Si tme
amas, cual me dices; si es verdadera la pasi鏮 que he le獮o tantas veces
en tus ojos y hoy ratifican tus labios, ayame a conseguir de mi se隳r la
libertad, y con ella el derecho de amarte... Amina es mi nombre y
amina(78) he de ser para aquel a quien persigue la suerte de tan cruel
manera... Teres, se隳r, poderoso, seg me has dicho, en Granada!...
燕or quno vuelves los ojos al leg癃imo Sult嫕 de este hermoso reino,
favoreciendo su restauraci鏮 en la sultan燰 que Abu-Sa蟂 le usurpa?...

-Por Allah,... 穌udices?...-exclamIsa sorprendido.-Que no goce
del Para疄o, Amina, si no desvar燰s en este momento, y si tu esp甏itu no
estpose獮o por el mismo Ibl疄!... Que Allah (〔nsalzado sea!) te
ilumine, porque no sabes lo que has dicho... Bien sque Abu-Sa蟂, por lo
cruel y lo sanguinario, es indigno del trono de los Anssares... Bien s
que, lejos de esgrimir con mano fuerte, como esperaban los muslimes, la
espada del Islam, s鏊o piensa en acumular riquezas e imponerse por el
terror entre los fieles..; pero yo no puedo abandonarle, ni puedo olvidar
lo que le debo, ni tu se隳r Mohammad habrjam嫳 de perdonarme la parte
que en su ca獮a tuve, ni la amistad que el pr璯cipe Bermejo me dispensa,
ni menos a la misi鏮 de que fui encargado a Fez, gracias a la cual
consintila benevolencia del Excelso que te amase!...

-Oh! No le conoces t se隳r, no le conoces, cuando hablas de ese
modo, ni es tu amor hacia mtan grande como le has pintado, cuando
vacilas! No hay en la tierra coraz鏮 m嫳 noble y magn嫕imo que el de ese
Pr璯cipe, a quien aborrece tu Sult嫕, ni hay bondad comparable con la
suya!-dijo Amina con verdadero entusiasmo.

-Tus palabras me lastiman, Amina,-replicIsa sinti幯dose herido por
los celos.-Hablas con demasiado calor de Mohammad, para que no te crea
interesada en su defensa.

-Te equivocas,-repuso la joven.-Jam嫳 de los labios del Sult嫕
Mohammad ha salido palabra alguna de amor, ni para mni para Kamar, mi
hermana, que allen Ifriquia llorarcon Aixa mi ausencia, juzg嫕dome ya
muerta! Su amor es de Aixa, y hace bien por Allah, porque ella es como la
luna llena, y nosotras s鏊o somos luceros a su lado!

Brillen los ojos del mancebo un rel嫥pago de alegr燰 al escuchar la
ingenua declaraci鏮 de la berberisca, y templando el ardor de la
desconfianza, dijo:

-Si fuera cual supones la magnanimidad del Pr璯cipe tu se隳r, no
habr燰 ciertamente buscado en los id鏊atras de Castilla el amparo que le
negaban los muslimes, ni hubiese talado nuestras campi鎙s, ni asolado
nuestras ciudades, ni derramado la sangre de los fieles como 幨 lo ha
hecho!

-澦a hecho eso?-exclamregocijada la esclava.-Que Allah le ampare y
le proteja! Entonces, pronto volvera su Granada, y yo a sus pies
implorarla piedad de su coraz鏮 para contigo, y seremos felices!

Y con r嫚ido y voluptuoso movimiento, echsus brazos al cuello de
Isa, estrech嫕dole en ellos cari隳sa.

Poco despu廥, quedaba entre ambos j镽enes concertado el pacto por el
cual Isa trabajar燰 en favor de Mohammad, temeroso de que Abu-Sa蟂
descubriese el paradero de Amina, e hiciera caer sobre la cabeza del
mancebo el rayo rencoroso de su c鏊era.



- XXIX -


RODEADO del amor, de que tantas y tan se鎙ladas pruebas le ten燰n
dadas los leales ronde隳s, y reconocido sin contradicci鏮 en aquel
montuoso distrito, donde jam嫳 pensinquietarle su contrario,-mientras
conform嫕dose voluntariamente con la suerte, desist燰 Mohammad de todo
intento para recuperar el trono por la fuerza, no sin disgusto con verdad
de Ebn-ul-Jathib y del mayor nero de sus partidarios,-consagr墎ase por
entero a procurar la felicidad de aquellos que le hab燰n acogido como
se隳r en los aciagos d燰s de su desventura, acrecentando por tal camino la
estimaci鏮 y el respeto que hacia 幨 sent燰n sus vasallos.

Con frecuencia, y de las diversas coras del reino, recib燰 noticias
que le aseguraban ser muchos los que, cansados de la tiran燰 del Bermejo,
deseaban ardientemente que fuera el d廥pota castigado, y que el hijo de
Yusuf I volviese a ocupar el trono; pero en su imaginaci鏮 ten燰 demasiado
vivos Abd-ul-Lah los cuadros de devastaci鏮 y de horrores que hab燰
presenciado durante la campa鎙 en que le ayudtan eficazmente el rey de
Castilla, y labraban tan poderosamente en su 嫕imo los temores que le
hab燰n decidido a desistir de aquella empresa, cuando era quiz嫳 llegada
la ocasi鏮 del triunfo,-que no apetec燰 con verdad volver a Granada, si
para ello era preciso causar da隳 alguno a los muslimes.

Altamente sorprendido quedaba por su parte el sanguinario Abu-Sa蟂,
despu廥 de la derrota de Pinos-Puente, cuando transcurridos algunos d燰s,
y no dudando de que don Pedro y Mohammad se aprovechar燰n del triunfo
intentando apoderarse de la capital, ve燰 que nassar獯s y ronde隳s se
separaban, volviendo a Castilla los primeros y a los riscos y espesuras de
su sierra los segundos, sin avanzar m嫳 en su empe隳, y desistiendo al
parecer de 幨, siendo asque hasta entonces les hab燰 sido pr鏀pera la
fortuna.

Sin comprender las causas de aquella resoluci鏮, y recelando que los
enemigos volver燰n acaso en breve con mayores fuerzas para acometer a
Granada, mantuvo en pie de guerra y vigilantes sus huestes, mandando a los
caudillos de las fronteras que permaneciesen a la expectativa, a fin de
hallarse siempre prevenidos.

Hab燰 en tanto el rey de Castilla regresado a su corte, sin haber
abandonado el prop鏀ito de castigar, al rey Bermejo, no ya en nombre y
representaci鏮 de Mohammad, a cuyos ruegos hab燰 noblemente deferido
retir嫕dose de la vega de Granada, sino en el suyo propio y en uso de la
leg癃ima autoridad que como a se隳r le correspond燰, por lo alevoso de la
conducta del muslime, que tantos da隳s le hab燰 ocasionado, al obligarle,
con la paz del aragon廥, a restituir a 廥te lo que en la tima campa鎙
ten燰 conquistado.

Ni dejaba tampoco de moverle la consideraci鏮 de que conven燰
altamente para sus intereses el traer ocupada la atenci鏮 de la voluble
nobleza castellana; pues aunque el conde de Trastamara y sus hermanos
continuaban, allende el Pirineo, sirviendo al rey de Francia, sab燰 por
experiencia que la paz exterior para los ricos-hombres y los magnates era
en sus reinos ocasionada a bullicios, des鏎denes y asonadas, que ced燰n
siempre en desprestigio y da隳 de la corona.


Bien que sin 嫕imo de emular el ejemplo de sus ilustres predecesores,
ni el de rescatar tampoco de la servidumbre islamita aquella f廨til regi鏮
de Al-Andalus que constitu燰 el reino granadino,-daba por tanto a sus
fronteros orden de verificar, cuando lo estimasen conveniente, cabalgadas
y correr燰s por el territorio muslime, a fin de debilitar al rey Bermejo,
y obligarle a solicitar clemencia de aquel su soberano, a quien ten燰 por
tantas causas ofendido.

Obedeciendo la consigna recibida, no mucho despu廥 de la retirada de
don Pedro, concert墎anse en Ja幯 el maestre de Calatrava, el Adelantado
mayor de la frontera, el caudillo del Obispado y otros caballeros vasallos
del rey, que estaban fronteros con ellos en dicho Obispado, y decid燰n dar
comienzo a la serie de cabalgadas y rebatos en tierra de muslimes,
inaugur嫕dolo el d燰 14 de Enero de 1362(79), fecha en la cual penetraban
por la frontera, dirigi幯dose desde allseguidamente a la villa de
Guadix, con 嫕imo de sorprenderla.

Formaban el ej廨cito de los nassar獯s como hasta mil caballos y doble
nero de peones; y si bien no todos iban de la mejor voluntad, por no
haber sido favorables los augurios con que hab燰n salido de los dominios
castellanos, pues en las tierras de la frontera las gentes de guerra se
guiaban mucho de tales se鎙les, aunque era gran pecado,-caminaron todo el
d燰 dejando a Huelma y su castillo a la izquierda, y a Hissn-al-Lauz
(Hiznalloz) a la derecha, para llegar cerca de Guadix muy de ma鎙na, en el
siguiente, sin haber encontrado en su marcha tropiezo ni inconveniente
alguno.

Ten燰 ya noticia Abu-Sa蟂 por sus torreros de la entrada de los
nassar獯s; y en tanto que, guiados como adalid por el maestre de
Calatrava, marchaban 廥tos en direcci鏮 de Guadix, el granadino enviaba a
dicha villa seiscientos jinetes, y eran recogidos de la comarca no menos
de cuatro mil peones dentro de la poblaci鏮, sin contar la gente
guadice鎙, permaneciendo todos dentro de los muros, sin dar se鎙les de
existencia.

Confiados los castellanos, por la felicidad con que hasta allhab燰n
hecho su camino, no dejaron de extra鎙r, llegados cerca de la villa, que
no pareciera fuerza alguna de los mahometanos para atajarles en su marcha;
y enga鎙dos por el sosiego que todo en su redor respiraba, conven燰n con
desdichado acuerdo, dividir las compa鎙s en dos batallas o cuerpos, la una
de las cuales deb燰 correr la tierra de Val de Alhama, en tanto que la
otra permanec燰 en observaci鏮, esperando su regreso en las mismas
posiciones en que se encontraba.

Advirtiendo los guadice隳s que las tropas del maestre se divid燰n y
apartaban de aquel modo, sal燰n de la ciudad; y pasando el puente que les
separaba de los cristianos, trabose allla lid, en la cual los del
Bermejo llevaron la peor parte, por lo que se vieron obligados a repasar
en desorden el puente, acosados por los nassar獯s, quienes los
acuchillaban y persegu燰n hasta las puertas mismas de la villa.

Sin tomar parte en la contienda, el maestre de Calatrava y el
Adelantado mayor hab燰n permanecido inm镽iles con el grueso de la fuerza
que les hab燰 quedado; y como notaran los de Guadix que eran pocos los
cristianos que hasta allhab燰n osado llegar,-sal燰n en mayor nero de
nuevo, y ca燰n de tropel sobre ellos, forz嫕doles a volver grupas, y
muriendo allalgunos caballeros al pasar el puente.

Desde aquel sitio, oponi幯dose al paso de los granadinos, y habiendo
pedido al maestre que los socorriera, dispuso 廥te ayudarles; hecho lo
cual, bien a disgusto de los cristianos, trab墎ase el combate con los del
maestre, los cuales comenzaron a cejar y a desbandarse, dando por segura
su perdici鏮, conforme hab燰n augurado los adalides, al darles cuenta de
la mala se鎙l con que salieron de la frontera.

Con esto, aflojel 嫕imo de los que peleaban; y creciendo el de los
muslimes, cuyo nero aumentaba por momentos, hici廨onse 廥tos due隳s del
campo, matando muchos caballeros y cautivando no pocos, entre quienes se
contaba el mismo maestre de Calatrava, con Pero G鏔ez de Porres el Viejo,
Ruy Gonz嫮ez de Torquemada, Sancho P廨ez de Ayala, Lope Ferr嫕dez de
Valbuena, y otros muchos caballeros que luego fueron conducidos a Granada.

Grande era el regocijo con que Abu-Sa蟂 recib燰 en su alc嫙ar a los
prisioneros, no s鏊o por el triunfo alcanzado sobre los nassar獯s, sino
tambi幯 porque de aquella manera, y teniendo en su poder al maestre de
Calatrava, t甐 de do鎙 Mar燰 de Padilla, cuya muerte ignoraba,-pod燰
conseguir del monarca de Castilla el que, apart嫕dose de la protecci鏮 que
dispensaba a su odiado rival Mohammad, le favoreciese a 幨, asegur嫕dole
en el trono, ya que la causa del bastardo don Enrique no parec燰
prosperar, como hab燰 cre獮o hasta entonces.

Llevado de semejante prop鏀ito, y creyendo ganar por este medio la
voluntad del castellano, pasados algunos d燰s, otorgaba libertad al
maestre con otros caballeros de los que con 幨 fueron en Guadix hechos
cautivos, a quienes daba joyas y ricos pa隳s de oro, fruto de la industria
granadina, con otros presentes para don Pedro; pero lejos de influir con
aquella interesada determinaci鏮 en la voluntad del monarca de los
nassar獯s,-en quien la noticia del desastre de Guadix hab燰 producido muy
mal efecto,-acog燰 don Pedro al maestre con grandes muestras de disgusto,
aspor lo desacertado de su conducta en la cabalgada, como por haber
perdido mucho de su antiguo favor en el real 嫕imo los parientes de la
Padilla, cuya ambici鏮 tampoco se saciaba, a despecho de los inmerecidos
honores de que les hab燰 colmado.

No por otras razones, y resuelto el hijo del vencedor del Salado a
demostrar al rey Bermejo que no hac燰n mella en su justicia las d墂ivas y
los presentes de que el maestre hab燰 sido portador,-dispon燰 sus huestes,
y penetraba con ellas en territorio granadino, ya en los postreros d燰s de
la luna de Rabisegunda(80), tomando alla Hissn-Axar (Hiznajar), Cesna
y el fuerte de Beni-Moguits(81) , con el de Ax-Xarra (la Sagra), y
tornando a Sevilla por C鏎doba, donde se le reun燰n el conde de Armagnac,
su vasallo, el ingl廥 Mos幯 Hugo de Caureley, y don Pedro de X廨ica,
caballero aragon廥 de muy ilustre prosapia, escrib燰 desde aquella ciudad
a don Pedro IV el Ceremonioso, d嫕dole a 10 de Mayo de aquel a隳 noticia
de su expedici鏮 por Granada.

De confusi鏮 y de espanto llenaba a Abu-Sa蟂 la conducta del rey don
Pedro, a quien hab燰 cre獮o ganar con la libertad otorgada por 幨 al
maestre de Calatrava; y en tanto que saciaba su impotente c鏊era en los
inofensivos cautivos de Guadix que a le quedaban,-el castellano volv燰
por segunda vez a invadir en persona los dominios islamitas, apoder嫕dose
de Al-Borch (El Burgo), Sajra-Hardarex (la pe鎙 de Hardarex, Ardales),
Hissn-Cannith (Ca鎑te la Real), Tur鏮 y Algara璯, con gran nero de
fortalezas y castillos pertenecientes los unos a la cora o provincia
malague鎙, y los otros a la de Ronda, y que no hab燰n reconocido el
se隳r甐 de Mohammad.

Devastadas las campi鎙s, taladas las vegas, arruinados los alcores, y
sembrado el desconcierto por tal manera,-ni Abu-Sa蟂 era poderoso para
impedir que don Pedro reprodujese sus afortunadas excursiones, ni para
amparar tampoco a los muslimes, entre quienes al postre se levantaba
un嫕ime clamor que llenaba con sus ecos de mortal pavura al asesino de
Isma螿, augurando su ruina.

La inesperada sa鎙 del castellano parec燰 a los mahometanos
granadinos incomprensible, explic嫕dosela s鏊o por la amistad que le un燰
al destronado Mohammad, raz鏮 por la cual el descontento cund燰 entre
ellos, no recat嫕dose en manifestar en altas voces, aun dentro del mismo
alc嫙ar de Granada, lo que repet燰n en todas partes, y era que, todo aquel
mal sobrevenido con la guerra, no reconoc燰 otra causa sino el tes鏮 con
que el Bermejo pretend燰 seguir ocupando el trono, a despecho de Mohammad
V.

Retirado en Ronda, y doli幯dose de la desdicha de los musulmanes,
Abd-ul-Lah permanec燰 sin tomar parte alguna en aquellos acontecimientos
que, labrando en el 嫕imo del pueblo, le tornaban todas las voluntades,
siendo la primera ciudad que se determinaba a alzar bandera por el
destronado, la hermosa ciudad de M嫮aga, cuyos habitantes recorr燰n las
calles y asaltaban la alcazaba, dando muerte al alcaide, y prorrumpiendo
en grandes gritos contra el tirano.

Verific墎ase la rebeli鏮 de M嫮aga al mediar de la luna de Chumada
segunda(82); y si bien hab燰n en ella influido principalmente los
acontecimientos, no dejaba de tener parte en su 憖ito el joven
Isa-ben-Y歊ub Al-Jaulan siguiendo en esto los consejos de la bella
Amina.

Cierto era que Abu-Sa蟂, juzgando cumplida en la africana la
sentencia de muerte que en la exaltaci鏮 de su c鏊era hab燰 dictado contra
ella, no hab燰 tampoco tenido en realidad tiempo de acordarse de la joven,
con lo cual los temores de Isa quedaron por completo desvanecidos; pero
empe鎙da la fiel amiga de Aixa en procurar por cuantos medios estuvieran a
su alcance, el bien de su amado se隳r, resist燰 valerosa los impulsos de
su pasi鏮, neg嫕dose a complacer a su enamorado mientras no hubiese
Mohammad conseguido el triunfo y otorgado la libertad que le era necesaria
para entregarse a los deleites de aquel amor, nacido de sus desdichas
mismas.

Por esta causa, pues, hab燰 Isa tomado muy activa participaci鏮 en el
levantamiento de M嫮aga, excitando los sentimientos populares, y la
fant嫳tica imaginaci鏮 de los malague隳s, con recordarles que
Abu-Abd-ul-Lah Mohammad V, a quien ya comenzaban a apellidar
Al-Gani-bil-Lah, o el contento con la protecci鏮 de Allah, era
representante de aquella dinast燰 fundada por el pr璯cipe malague隳
Abu-l-Gualid Isma螿 I, ora pintando con vivo colorido las extra鎙s
aventuras del Sult嫕 destronado, y ora, por timo, poniendo ante sus ojos
de relieve y con exageradas proporciones, las funestas consecuencias que
para los islamitas tra燰 la usurpaci鏮 de Abu-Sa蟂, concitando contra
ellos el odio terrible de Castilla.

Si sorprend燰 a Mohammad, en medio de la tranquila vida que llevaba
en Ronda, la nueva de su calurosa proclamaci鏮 en M嫮aga, cuando hab燰
desistido de sus pretensiones,-no era por cierto menor la sorpresa que
recib燰 el rey Bermejo al tener noticia de aquella sublevaci鏮 popular,
que hallando eco en toda la cora malague鎙, amenazaba propagarse a la de
Bachana (Almer燰), y a la misma de Elbira (Granada), de lo cual daba
claros indicios el descontento general que se le燰 en todos los rostros.

Record墎ase en plico las virtudes del destronado Pr璯cipe,
ponderando su magnanimidad y su paternal gobierno, y a la par se recordaba
tambi幯 las crueldades y las tiran燰s de Abu-Sa蟂, las cuales, si hab燰n
satisfecho a aquellos que por inter廥 propio le exaltaron, produjeron muy
grave perturbaci鏮 en los negocios plicos; y aquel clamor general, que
iba poco a poco extendi幯dose por todos los l璥ites del imperio granadino,
tomaba cuerpo insensiblemente, sin temerla c鏊era terrible del d廥pota,
cuyas zozobras crec燰n, presintiendo ya cercana para 幨 la cat嫳trofe que
sus mismos desaciertos hab燰n preparado.

En situaci鏮,-tan angustiosa, volviAbu-Sa蟂 los ojos a aquellos
mismos a quienes hab燰 engrandecido; pero no es la gratitud el fruto que
de sus prodigalidades reciben los tiranos, no habiendo por tanto uno solo
de sus caudillos que se atreviese a defender al asesino de Isma螿 y de
Ca褼, cuyos cr璥enes, en la hora del infortunio, les parec燰n execrables.

Lejos, muy lejos, se encontraba el conde don Enrique de Trastamara,
su natural aliado, para que pudiese socorrerle, y el rey de Arag鏮, a
quien hab燰 hecho sus pleites燰s, no contestaba ahora, sordo a sus
lamentos y a sus quejas, y avenido con don Pedro de Castilla.

Revolv燰se, pues, el Bermejo en las solitarias estancias de la
Alhambra, lleno de impotente coraje, como la fiera encarcelada, sin que
hallase camino alguno para conjurar la tormenta rugiente y amenazadora que
sobre su cabeza se cern燰.

All a su lado, no obstante, permanec燰 en pie, sombr甐 y
silencioso, el ico de sus amigos que le hab燰 sido fiel, el africano
Idr疄-ben-Abu-l-Ola, hijo de aquel c幨ebre guerrillero Otsm嫕 Abu-l-Ola, a
quien tanto deb燰 la dinast燰 malague鎙.

-燙erposible, ︽h Idr疄!-exclamAbu-Sa蟂 deteni幯dose delante de
su amigo, una de aquellas eternas tardes de inquietud y de soledad en que
viv燰,-serposible, que Allah nos haya abandonado?... 燙erposible que
haya sonado para nosotros la hora de la ruina? Por la sagrada ley de
Mahoma si tuviera a mi lado un centenar de jinetes, como aquellos que
mandaba y dirig燰 tu ilustre padre, yo sabr燰 poner remedio a cuanto
ocurre. La sangre de los traidores inundar燰 las calles de Granada,
aumentando el caudal del Darro, y las cabezas de los miserables que me
abandonan ser燰n sangrientas colgadas en el Al-Hissan, como vistoso trofeo
para la ciudad entera! No saben ellos ︸esdichados! que mi causa es la
suya; que al ofenderme a m cual ahora hacen, ofenden al Islam! Porque
por 幨, por la independencia de Granada, me he negado a reconocer el
se隳r甐 de Castilla sobre los muslimes de Al-Andalus; por 幨, fingiendo
someterme, he procurado mantener en ese hijo de jud燰, que se llama don
Pedro, la creencia de que era su vasallo, para poder herirle sin compasi鏮
y a mansalva, extendiendo el imperio del Islam por todas las regiones de
Al-Andalus, que arrebataron los nassar獯s en tiempos ya pasados a los
siervos de Allah; por 幨, he fingido concertarme con harta repugnancia
m燰, con el cobarde bastardo de Trastamara, a quien serv y que hoy me
abandona, mientras mi primo Mohammad representa la causa de los nassar獯s,
para perdici鏮 del Islam y de los musulmanes!

Tmismo,-prosiguiexalt嫕dose,-le has visto buscar afanoso la
amistad de los cristianos; tle has visto ayudarles en Murcia y en
C鏎doba, y humillarse ante don Pedro, como el esclavo se humilla delante
de su se隳r... Tle has visto despu廥 llamar en su auxilio a las gentes
de Castilla, y presenciar regocijado la ruina de los muslimes, celebrando
con aquellos nefando pacto!... Y sin embargo, ahora esos musulmanes, por
cuya seguridad y por cuya independencia me afano, son los mismos que se
arrojan al camino de su perdici鏮, abriendo al renegado Mohammad las
puertas de la prosperidad, que yo ten燰 para 幨 cerradas! Maldici鏮 sobre
幨!

-C嫮mate, se隳r y due隳 m甐,-replicIdr疄.-Si los buenos musulmanes
te hubieran escuchado como yo, no hay duda que desistir燰n de sus
reprobados intentos. Pero a no esttodo perdido: recobra el 嫕imo
valiente con que hasta aquhas luchado; vuelve a ser el le鏮, pero el
le鏮 acosado por el enemigo, y ver嫳 c鏔o todos tiemblan a tu presencia,
huyendo de tu enojo. 燕or quno intentas, se隳r, la reconciliaci鏮 con el
Sult嫕 de los nassar獯s? Qui幯 sabe si, prometi幯dole mayores ventajas que
tu rival odiado, conseguir嫳 apartar aplacada la tormenta!... 燒o dicen
que s鏊o mueve a don Pedro la ambici鏮? Pues lisonjea en 幨 este vicio, y
acaso trueques entonces en regocijo la pena que hoy te devora.

-Calla, calla y no prosigas, Idr疄!-repuso el tirano.-Quieres que
imite yo el ejemplo del renegado Mohammad, a quien Allah maldiga, y venda
a los muslimes para conservar el trono?... 熹uieres que me humille ante el
hijo de jud燰 que llaman su rey los castellanos?... Nunca! Nunca!

-Poderoso se隳r y soberano m甐,-contestel africano, no quiero yo ni
tu humillaci鏮 ni la de los muslimes (,llah los proteja!) pero tampoco
quiero tu destrucci鏮... Piensa que implorar la clemencia de don Pedro es
el ico recurso que te han dejado; no lo desprecies, se隳r, que tiempo
tienes despu廥, con los leones de la guerra, de sacudir el yugo que ahora
moment嫕eamente te impusieres. El maestre de Calatrava y los castellanos a
quienes diste generosa libertad, te ayudar嫕 en tu empresa. Ten confianza
en Allah, y antes de que el incendio hoy comprimido estalle en tu misma
corte, y devore tu palacio; antes de que el fanatismo de los que proclaman
a Mohammad gu獯 sus armas contra ti, abandona tu reino, disp鏮 tus m嫳
ricas joyas y preseas para tentar la codicia del cristiano y cegarle con
ellas, y ve a la corte de don Pedro... 熹um嫳 puede ocurrirte que perder
el trono?... Por ventura, 磧o tienes hoy asegurado?... 燒o te dice nada
cuanto ocurre en tu reino?... 燒o has o獮o conmigo, al recorrer de noche
la ciudad, c鏔o todos murmuran de ti, y apetecen tu ruina?... 臆mate de
valor; y sin que nadie lo sospeche, sin que nadie pueda atacar tus pasos,
estaremos en Ixbilia (Sevilla), aquella hermosa ciudad que riega el
Nahr-al-Kibir (el Guadalquivir), y que llenaron de encantos los siervos
del Misericordioso! Acaso el rey don Pedro, deslumbrado por la riqueza de
tus dones y la cuant燰 de tus ofrecimientos, accedera lo que de 幨
solicites, concedi幯dote su amparo! 燕uede, por dicha tuya, brindarle
Mohammad, como t con tan espl幯didos presentes?... Si vuelves a Granada,
auxiliado por los nassar獯s, podr嫳 asesperar c鏔odamente a que triunfe
ma鎙na la causa del conde de Trastamara, y entonces podr嫳 tambi幯, cual
ambicionas, dilatar los dominios del Islam por Al-Andalus. Volver嫕 a
poder de los muslimes C鏎doba, la antigua C鏎doba, asiento de los Califas,
ennoblecida por el excelso Abd-er-Rahman III, a quien Allah haya
perdonado; Chien (Ja幯) y todo su distrito, en el que a te queda alguna
parte; la misma Ixbilia, y luego, m嫳 adelante, Tholaithola (Toledo),
Valencia, Murcia y Saracosta (Zaragoza). Mira el porvenir que te
aguarda... No vaciles ︽h Pr璯cipe m甐! Vas en pos de la gloria, y ma鎙na
tu nombre serbendito de todos los muslimes, como ser嫳 tuno de los
hijos predilectos de Allah el Excelso en el Para疄o!

Honda fue la impresi鏮 que en el combatido esp甏itu del rey Bermejo
produjeron las entusiastas palabras del africano; y tentado por la codicia
y por la sed de gloria que le promet燰n las quim廨icas empresas so鎙das
por Idr疄,-no sin larga lucha ced燰 al postre a los consejos de 廥te,
convencido de que, por el pronto, no hab燰 para 幨 remedio, sino era con
la protecci鏮 del Sult嫕 de Castilla.

Recogidas cuantas joyas, dineros y piezas de riqu疄imos pa隳s de oro
exist燰n de antiguos tiempos atesorados en el alc嫙ar de los
Beni-Nassares, y allegado en hermosas doblas y ad-dinares todo el caudal
del tesoro plico,-tomaba de alla pocos d燰s Abu-Sa蟂 el camino de la
corte del rey don Pedro, seguido de Idr疄 Abu-l-Ola y de algunos otros
fieles partidarios, tras de quienes iban, conduciendo los bagajes,
dromedarios y mulas conducidos por esclavos.



- XXX -


TAN sigilosa hab燰 sido la marcha de Abu-Sa蟂, verificada el 24 de la
luna de Chumada segunda(83), que nadie tuvo conocimiento de ella hasta el
d燰 siguiente, en que algunos grupos, amotinados, se presentaban en
actitud hostil a las puertas de la al-medina, pidiendo a grandes voces la
destituci鏮 del tirano.

Figuraba a la cabeza de aquellos grupos, distingui幯dose por su
talante, el joven Isa-ben-Y歊ub-Al-Jaulan ahora decidido partidario de
Mohammad; y cuando el arr墈z de la guardia de la fortaleza marcha poner
en conocimiento del Sult嫕 Bermejo lo que ocurr燰, hall lleno de
sobresalto, desierta la c嫥ara del Pr璯cipe, a quien en balde buscpor
todo el alc嫙ar, interrogando a los servidores.

Con esto, la actitud amenazadora de las turbas, y la circunstancia de
hallarse en M嫮aga el destronado Abd-ul-Lah, donde hab燰 sido nuevamente
reconocido Amir de los muslimes,-aumentose el desconcierto entre las
tropas que guarnec燰n la al-medina, y creciel mot璯, tomando
proporciones verdaderamente formidables.

En tanto, encubriendo su persona, y haci幯dose pasar en todas partes
por comerciante, cruzaba Abu-Sa蟂 el territorio granadino, convenci幯dose
por spropio de la poca simpat燰 de que gozaba entre los musulmanes, a
quienes hab燰 causado tanto da隳 su ambici鏮 insaciable.

En Loja, en Archidona y Antequera, hasta salir del reino, conserv
Abu-Sa蟂 las apariencias de mercader, sin infundir sospechas; pero al
trasponer la frontera e internarse por Baena en los dominios del rey don
Pedro, diese a conocer como Sult嫕 de Granada, con lo cual consiguihacer
sin obst塶ulos su camino.

A la ca獮a de la tarde del d燰 26, llegaba fatigado a Alcalde
Guadaira, ya cerca de Sevilla; y deseando penetrar en la corte del
castellano a hora m嫳 conveniente, deten燰se alltoda la noche,
hosped嫕dose en el humilde hogar de un campesino.

El tiempo estaba hermoso; la luna brillaba ya en el horizonte, limpia
y serena, y la apacible brisa de la tarde agitaba juguetona las ramas de
los 嫫boles, embalsamada con el aroma de los naranjos y de los limoneros
en flor.

Esbelta y arrogante, sobre una elevaci鏮 a cuyos pies corr燰
tranquilo y sosegado el cristalino Guadaira,-ergu燰se a allla
fortaleza que hab燰n en otro tiempo construido los muslimes, y ahora
permanec燰 cautiva de los cristianos; y al contemplar el aspecto
pintoresco de la poblaci鏮, la situaci鏮 de la fortaleza, cuyos muros
rojizos se destacaban sobre frondosas arboledas, mir嫕dose en las aguas de
aquel r甐 de m嫫genes cubiertas con exuberancia de mimbres y espada鎙s,
hondo suspiro se exhaldel pecho de Abu-Sa蟂, recordando a Granada.

-Ma鎙na, si Allah quiere,-exclamdirigi幯dose a Idr疄,-ma鎙na
entraremos en Ixbilia! Grande es la pena que conmigo llevo, y no puedo
ocultarte que, al recorrer estos lugares en que imperan los id鏊atras, m嫳
de una vez me he acordado de Mohammad, comparando su suerte con la m燰!
澧u嫮 serel recibimiento que me harel Sult嫕 de Castilla? Dicen que su
presencia inspira miedo, y por Allah te juro que, aunque nunca tembl
delante de hombre alguno, no squextra隳 temor se apodera de men
estos momentos.


-熹utemes de don Pedro?-replicIdr疄-燒o vas a dejar en sus manos
tus tesoros?... Con lo que vale cuanto contigo llevas, bien podr燰
comprarse un reino m嫳 poderoso que Castilla. No tiembles, pues, y piensa
en la envidiable suerte que te tiene reservada el destino, si consigues,
como espero, volver a Granada. 燜e humilla, acaso, el implorar, se隳r la
protecci鏮 de los nassar獯s? Pues, 積o imploraron ellos del grande
Abd-er-Rahman III igual apoyo para reponer en el trono a Sancho el Craso?
No lo dudes: la misericordia de Allah es infinita, y Allah no puede
abandonarte cuando vienes en servicio suyo!

-Qui幯 sabe!-dijo Abu-Sa蟂, pensativo, respondiendo al cabo de una
pausa.-Cplase la voluntad del Omnipotente! S鏊o Allah, el Excelso,
conoce los destinos futuros de las criaturas! Nadie, fuera de 匜, sabe en
qulugar de la tierra ha de morir el hombre! Allah sea en mi amparo!

Cerrla noche, y mientras que Idr疄 y los dem嫳 caballeros
preparaban todas las cosas necesarias para entrar en Sevilla con la
ostentaci鏮 y el aparato debidos, en vano el Bermejo buscaba el reposo e
invocaba el sue隳.

Ante su excitada imaginaci鏮 aparec燰n extra鎙s y siniestras
fantas燰s; y presa de horrible pesadilla, ve燰, allen el caos
incomprensible de sombras y de nubes que se hab燰 formado en su cerebro,
alzarse ensangrentada la figura de Isma螿, que le miraba amenazadora,
lanzando sobre 幨 la maldici鏮 eterna; y Ca褼, y todos aquellos a quienes
hab燰 a su ambici鏮, a su crueldad y a su tiran燰 sacrificado, se
presentaban ahora como espantosa falange ante sus ojos asombrados, para
maldecirle y anonadarle.

Luego, ve燰 el puente de as-sirath tendido a su presencia. En el
extremo opuesto, un 嫕gel de blancas y grandes alas y sonriente faz,
parec燰 aguardarle, invit嫕dole a que pasara; pero el puente era largo,
estrecho y fino como un cabello, y a los lados y debajo de 幨 se abr燰 el
abismo, en cuyo fondo sin l璥ites resplandec燰n aterradoras las llamas
perennales del chahanem.

Malak-al-maut, el 嫕gel siniestro de la muerte, negro y amenazador,
se hallaba a su lado impuls嫕dole; y aunque 幨 resist燰 con todas sus
fuerzas, le obligaba a poner el pie sobre el as-sirath. Entonces,
retumbando en sus o獮os las maldiciones de todas sus v獳timas, que le
rodeaban vagando en el espacio, con paso tr幦ulo y vacilante comenza
andar, y cayprecipitado al abismo.

La conmoci鏮 fue tan grande, que Abu-Sa蟂 abrilos ojos despavorido,
dirigiendo miradas espantadas en torno del aposento en que se hallaba.

El sol brillaba ya en el espacio, y saltando del lecho, vistiose
apresurado el lujoso traje de ceremonia con que deb燰 hacer su entrada en
Sevilla, y cuyas piezas ten燰 delante sobre un taburete.

Despu廥, bajo la influencia todav燰 del terrible ensue隳 en que tanto
hab燰 padecido, sin dar a conocer a nadie sus temores, montaba a caballo y
sal燰 de Alcalde Guadaira sombr甐 y silencioso.

Poco m嫳 tarde, al descender una cuesta para bajar al llano,
tropezaba uno de los caballos de la escolta, y lanzando al jinete de la
silla, quebraba la lanza de 廥te sobre el suelo.

Mal presagio era para el granadino aquel accidente; y encaden嫕dole y
relacion嫕dole con la pesadilla de la noche, extendiose por el rostro del
rey Bermejo la niebla tenebrosa que envolv燰 su esp甏itu, y sin apartar
los ojos de la tierra, ni pronunciar palabra, siguicaminando en
direcci鏮 de Sevilla.

Al cabo de cerca de tres cuartos de hora, daba vista la lucida
cabalgata a la hermosa ciudad del Nahr-al-Kibir, la sultana de Al-Andalus,
cuyas mil torres se destacaban bizarramente sobre el fondo verdegueante de
la feraz campi鎙 que la cerca, y entre todas ellas, derecha como la palma
del desierto, alta como los picos nevados de Chebel-ax-Xolair con su
cula de brillantes reflejos de oro y sus tres manzanas doradas por
remate, se levantaba la Giralda, apareciendo por bajo de ella las
dentelladas almenas que coronaban los muros de la antigua Mezquita-Aljama,
convertida en Catedral por San Fernando.

-Se隳r,-exclamentonces Idr疄-ben-Abu-l-Ola adelant嫕dose hasta
emparejar con el Bermejo,-cerca, muy cerca estya la encantadora
Ixbilia... Mira c鏔o brilla, herida por los rayos del sol, la cula de
oro del alminar de la Mezquita Aljama! Se隳r, si me lo permitieras, me
atrever燰 a decirte compusieses el rostro, que tan sombr甐 llevas!

No replicpalabra el Bermejo; pero deteniendo su cabalgadura,
ape墎ase en un altozano, desde el cual se dominaba la antigua corte de los
Abbaditas, y prostern嫕dose all levantaba al cielo los ojos, de los que
brotaron dos l墔rimas.

-燉loras, se隳r?-preguntole Idr疄.

-S Lloro!-dijo al cabo de un momento el granadino.-Lloro, y mi
llanto no es de temor, Idr疄! Lloro, porque al contemplar tanta hermosura,
al distinguir desde este sitio el Nahr-al-Kibir, que parece una espada
bru鎴da, comprendo cu嫕 grande debe ser el crimen cometido por los
musulmanes, cuando el clemente Allah ha consentido que esta joya
resplandeciente sea cautiva de los nassar獯s! S鏊o Granada, la Damasco del
Magreb, puede compar嫫sele en belleza; pero ni el Darro ni el Genil valen
reunidos lo que ese r甐, cuyo caudal aumentan!

-Pero marchemos,-prosiguireponi幯dose y montando de nuevo.-Quiera
el excelso Allah que un d燰 pueda Ixbilia volver al regazo del Islam, para
no separarse de 幨 ya nunca!

Y poni幯dose en marcha la comitiva, llegaba en breve a las puertas de
la ciudad, por entre cuyas estrechas calles penetraba, en medio del
asombro de los sevillanos.

Exagerada y abultada por extremo, hab燰 aquella ma鎙na circulado por
Sevilla la noticia de que un ej廨cito de muslimes iba sobre la ciudad; y
menestrales y soldados, mujeres y pecheros, ni隳s y ancianos, todos hab燰n
corrido a la muralla, contemplando desde el adarve la comitiva, que
avanzaba por el camino de Alcalen actitud que nada ten燰 de belicosa.

Por esta causa pues, mientras se desvanec燰n los harto infundados
temores de los sevillanos, y terminaban las disputas entre ellos
suscitadas por aquel inacostumbrado acontecimiento, hab燰 acudido
muchedumbre de gentes a las puertas de la ciudad, esperando ansiosa la
presencia de los musulmanes, y dando ocasi鏮 con esto a que el Bermejo y
los suyos desfilaran en silencio por entre los grupos de curiosos,
agolpados a su entrada, en disposici鏮 de 嫕imo un tanto equ癉oca por
cierto.

No s鏊o por el mensaje que desde Alcalde Guadaira hab燰 la noche
anterior enviado con uno de sus jinetes el Prior de San Juan, quien, desde
la villa de Baena, donde estaba por frontero, iban acompa鎙ndo al
granadino, sino por el bullir de la gente en toda la ciudad, y
especialmente en las inmediaciones del alc嫙ar,-ten燰 conocimiento el rey
don Pedro de la llegada de Abu-Sa蟂 a la corte del poderoso reino
castellano.

Harto sent燰 el monarca que las obras ejecutadas por su orden en el
alc嫙ar estuvieran a bastante atrasadas, impidi幯dole, por tanto,
ofrecerse a los ojos del rey Bermejo con aquel aspecto de severa majestad
que tan de su agrado era; y bien que no reun燰 las condiciones
apetecibles, ni en suntuosidad ni en proporciones, sentado en el trono
aguardaba la llegada de Abu-Sa蟂 en el Sal鏮 a que despu廥 dieron nombre
de Justicia, rodeado de ricos-omes, prelados, caballeros y se隳res de su
corte.

Hall墎ase el Sal鏮 colgado de hermosos pa隳s de oro, que dejaban al
descubierto la labrada yeser燰 de la parte superior de los muros, obra de
art璗ices mud嶴ares, y por entre el calado de la alta fenestra,-donde se
le燰 en caracteres cicos dos veces repetida la palabra
felicidad,-penetraba la espl幯dida luz del sol que, resbalando por los
muros, daba peregrina entonaci鏮 y relieve a las labores de yeser燰.

Frente a frente del trono real, se abr燰 un arco angrelado que daba
paso a otra habitaci鏮 entrelarga y m嫳 espaciosa, puesta en comunicaci鏮
con el llamado Palacio del Yeso, y guarnecida de ventanales que recib燰n
luz del Patio de la Monter燰, y hac燰 oficio de antesala.

Llena estaba de caballeros y de hidalgos, quienes al tener noticia de
la entrada del rey Bermejo, sal燰n en gallardos corceles a recibirle,
encontr嫕dole ya muy cerca de la inmediata aljama de los jud甐s.

En esta forma, escoltado por los servidores del rey, el Prior de San
Juan y el populacho, llegaba al recinto amurallado del alc嫙ar Abu-Sa蟂,
penetrando en el Patio de la Monter燰, y descabalgando allcon los
caballeros granadinos que le acompa鎙ban, y los cristianos que con 幨
ven燰n.

Lat燰le vivamente el coraz鏮 a Abu-Sa蟂 al pisar el marm鏎eo
pavimento, y al verse en aquella forma rodeado de tantas gentes, pensando
en el recibimiento que le har燰 el Sult嫕 de los nassar獯s; pero puesto en
el trance, atravessin vacilar y tranquilo en apariencia por entre los
magnates y los hidalgos, que se abrieron en dos filas respetuosamente a su
presencia, entrando por fin en el Sal鏮, donde le aguardaba el castellano.


El aspecto que el Sal鏮 presentaba, era en realidad imponente.

Sentado en alto sitial blasonado, a cuyo pie se manten燰n derechos
dos maceros, vestidas las f廨reas cotas y las fuertes mazas levantadas,
hall墎ase don Pedro, severo y majestuoso, envuelto en los pliegues de
anchuroso manto de fino veludillo de seda, forrado de armi隳, que le
cubr燰 los pies, llegando hasta las gradas del trono.

A uno y otro lado, y en pos de los reyes de armas, ricamente
vestidos, aparec燰n en dos alas los principales caballeros, severos
tambi幯, como lo estaba el pr璯cipe, y con grave y respetuoso continente.

Al trasponer Abu-Sa蟂 el arco, detose suspenso; y fijando en el
semblante impasible de don Pedro sus miradas, hac燰le allgran reverencia
en silencio, mientras penetraban Idr疄-ben-Abu-l-Ola y los esclavos,
quienes en bandejas de oro llevaban las joyas todas que el granadino hab燰
sacado de su alc嫙ar.

Pedida la competente venia, adelant墎ase Idr疄, y prostern嫕dose a
los pies del trono, tomaba en nombre de su se隳r la palabra, expres嫕dose
en los siguientes t廨minos, y hablando el lenguaje cristianego:

-Oh t el muy alto, el muy poderoso, el excelso, el egregio, el
justo, el sabio, el valeroso, el magn嫕imo y conqueridor don Pedro, Sult嫕
de Castilla! Glorificado sea tu imperio, y colmada veas de felicidad tu
vida, que Allah prolongue y perpet! Se隳r: el muy alto, el muy poderoso,
el puro, el guerrero y timo l璥ite de la conducta justa entre los
fieles, Abu-Ab-dil-Lah Mohammad, mi se隳r y due隳 el Sult嫕 de Granada,
que aquestdelante de la tu merced, conos蔒 e sabe, asAllah
(〔nsalzado sea!) le proteja, que los Sultanes de Granada, de donde 幨
viene, son e fueron siempre vasallos de los Sultanes de Castilla, de donde
t se隳r, vienes, cada vez que han treguas entre snassar獯s y muslimes,
e dieron parias e presentes muy grandes en se鎙l y reconos蓾miento del
se隳r甐 de los Sultanes de Castilla, y les tovieron siempre por se隳res en
todos sus fechos. E mientra aceptas en muestra y se鎙l de vasallaje las
parias e los presentes que aqute ofrece mi se隳r, reconociendo e
confiando con toda su grande voluntad el tu se隳r甐 sobre el su regno y
sobre la su persona, por ende, tiene mi se隳r el Sult嫕, que pues 幨 ha
pleito con Mohammad, Sult嫕 que se llama de Granada, e teres su se隳r,
tdebes ser juez deste fecho, y por ende viene a la tu merced. E 廥te
Sult嫕 de Granada, que estdelante de la tu merced, ha pleyto con el
dicho Mohammad, porque usa mal contra los muslimes del reino de Granada,
por lo cual todos le aborres蓾eron e le quieren grand mal, e todos tomaron
a mi se隳r, el Sult嫕 que estdelante de la tu merced, por su Amir y su
se隳r, que viene de linaje de Sultanes, e lo debe ser. Y se隳r: quanto a
la guerra que el dicho Mohammad le podr燰 hacer, 幨 no la temer燰; empero
no puede defenderse de ti, que eres su rey y su se隳r, a cuya obediencia
幨 debe estar. E para esto ovo su consejo conmigo, Idr疄-ben-Abu-l-Ola,
que aquestcon 幨 delante la tu merced, y otroscon muchos caballeros
musulmanes de la corte de Granada, de quienes se f燰, e quieren la honra y
servicio de la casa de Granada, c鏔o har燰, o c鏔o deb燰 hacer en tal
priesa como 廥ta; e todos le consejaron que se viniese poner en la tu
merced y en tu poder: e su acuerdo d幨, y de todos los que con 幨 vienen,
es poner todos sus fechos e contiendas que ha con el dicho Mohammad por el
regno de Granada, en la tu mano e en el tu juicio. E por ende, se隳r, en
la tu merced es 幨, e todos los que aquvienen con 幨: e muestra, se隳r,
en esto agora tu grandeza, e la nobleza de la corona de Castilla, e ten
piedad d幨, que se pone en la tu misericordia, e ayale en su derecho;
asAlla te ayude y te proteja, e acresciente la tu pr e perpet la tu
gloria!

Escuchdon Pedro en silencio la larga pl嫢ica que en algarab燰 hab燰
Idr疄 pronunciado; y vali幯dose no obstante del trujam嫕, ascontesta
la demanda del granadino:

-Pl塶enos, se隳r don Idr疄, grandemente de la venida del vuestro
se隳r a nos e a la nuestra merced e autoridad, e otrosdel
reconos蓾miento que por ende face del nuestro se隳r甐 sobre las cosas e
los fechos del regno de Granada; ca grande era la dubda que nos habiemos
en ello, por los fechos que el vuestro se隳r ten燰 fechos contra nos,
quando la guerra con el Arag鏮, ya fenes蓾da. E pues viene a la nuestra
merced, nos somos contentos, e nos pondremos mano en el pleyto que con
Mohammad, que es otrosvasallo nuestro, trae, e entendemos tener sobre
ello tales maneras c鏔o se libre bien e prontamente e conforme a raz鏮 e a
derecho, que es lo que de nos se reclama.

Tradujo el trujam嫕 las palabras del castellano a Idr疄, y entonces
廥te replicpor el mismo conducto:

-Si es la su merced del Sult嫕 de Castilla (︾rolongue Allah su
permanencia en la tierra!) tomar este pleyto en la su mano, faren ello
obra de rev e de pr璯cipe muy grande e piadoso, e 幨 la puede muy bien
librar entre el dicho Mohammad, que se llama Sult嫕 de Granada, e 廥te mi
se隳r e due隳 soberano, que a la su merced es venido. E si la su voluntad
fuere en otra guisa, sea la su merced de poner al Sult嫕 mi se隳r, que
aquestdelante de la su merced, e a los que con 幨 vienen, all幯 la
mar, en tierra de muslimes.

Informado el rey de las razones de Idr疄-ben-Abu-l-Ola,

-Nos faremos justicia-dijo-en el pleyto que somete el rey Bermejo a
la nuestra autoridad como vasallo. Que sea por ende seguro de que ans
faremos.

Al o甏 tal declaraci鏮, Abu-Sa蟂, Idr疄, y los dem嫳 caballeros
granadinos, mostr嫫onse satisfechos y alegres; y haciendo a la par una
gran reverencia, exclamaron:

-Allah ︽h magn嫕imo se隳r nuestro! prolongue benigno tus d燰s y
perpet tu felicidad! Porque en esta confianza de que far嫳 justi蓾a,
como tienes fama, a la demanda sobre nuestros fechos, somos a ti venidos,
y todos esperamos en la tu merced el alivio a nuestros males, e los de los
muslimes del regno de Granada... Que Allah, el alto, te ilumine, se隳r y
due隳 nuestro, y bendiga tu esp甏itu, para que puedas juzgar derechamente!
Que la paz de Allah sea contigo!

Alzose con esto el rey del trono, dando por terminado el acto, y en
tanto que tornaban los granadinos a hacerle grande y respetuosa
reverencia, dispuso don Pedro fueran Abu-Sa蟂 y los suyos convenientemente
aposentados en la cercana juder燰, ocupando en ella las casas que hab燰n
sido de su almoxarife y tesorero mayor Simuel-Ha-Lev ya difunto.

Hubo el rey despu廥 su consejo, y expuesta allla demanda de
Abu-Sa蟂, tras de larga discusi鏮 y diversos pareceres, era, en definitiva
por voto un嫕ime, condenado a muerte, con los caballeros, sus partidarios,
que le acompa鎙ban.

Y con efecto: la justicia, escarnecida y vilipendiada por el antiguo
c鏔plice de la sultana Seti-Mariem, por el asesino implacable de Isma螿 y
de Ca褼, por el usurpador del trono y del se隳r甐 de Granada, reclamaban
en verdad el castigo inmediato del criminal, s鏊o por estas causas; mas no
se habr燰 seguramente don Pedro determinado a ello, si no militasen otras
razones de poderosa eficacia, las cuales no pod燰n ser en manera alguna
dadas al olvido.

Constitu獮os los Sultanes de Granada desde los d燰s de Abu-Abd-il-Lah
Mohammad I, el fundador de la dinast燰 de los Al-Ahmares, en vasallos de
Castilla, por el temor leg癃imo que la triunfante espada de Fernando III
el Santo les infund燰, no s鏊o, cual hab燰 acontecido con Mohammad I
Al-Galib-bil-Lah, deb燰n concurrir con los otros se隳res y caballeros
vasallos del rey de Castilla cuando 廥te fuera en hueste contra sus
enemigos, raz鏮 por la cual el referido Pr璯cipe granadino tomparte tan
principal en el feliz rescate de Sevilla (1248), sino que se hallaban
obligados a concurrir tambi幯 a las Cortes que Castilla celebrase,
apareciendo sus nombres entre los de los confirmantes en muchos documentos
y privilegios de aquel tiempo.

Bajo tal concepto pues, y equiparados los Sultanes granadinos, para
los efectos legales, a los que ten燰n ciudades, castillos o fortalezas por
el rey, el rey deb燰 ser, y era en realidad, se隳r soberano de sus vidas y
de sus haciendas, puntos todos ellos que, maduramente quilatados en el
consejo celebrado por don Pedro a consecuencia de la demanda del rey
Bermejo, no fueron puestos por nadie en duda, tanto m嫳 cuanto que
Al-Galib-bil-Lah hab燰 sido armado caballero a la usanza cristiana por el
mismo Fernando III, de quien recib燰 tal merced con el blas鏮 ostentado
por los Beni-Nassares.

Las prescripciones, por otra parte, contenidas en las leyes de
Partida que, desde el famoso Ordenamiento de Alcal(1348), hab燰n
adquirido entre los nassar獯s fuerza y valor legales, claramente
determinaban lo que en caso tal deb燰 hacerse para desagravio de la
justicia; y considerando que Abu-Sa蟂, al rebelarse contra su leg癃imo
se隳r el Sult嫕 Mohammad V, su primo, se hab燰 rebelado tambi幯 contra el
soberano de Castilla, pues aqu幨 era s鏊o vasallo y feudatario de su
corona; considerando que para conseguir el Bermejo su exaltaci鏮 al trono
hab燰 cometido grandes cr璥enes en las personas y en las cosas;
considerando a m嫳 que hab燰 hecho pacto y alianza con los enemigos del
castellano, poniendo a 廥te en el trance de firmar las paces con el
monarca de Arag鏮 en condiciones nada ventajosas para Castilla,-la
sentencia de muerte que contra el dicho Abu-Sa蟂 dictaba, de acuerdo con
los de su consejo el rey, no era sino muy conforme a la raz鏮 y a la
justicia, una y otra invocadas ahora por el Bermejo, cuando se ve燰 odiado
de los granadinos, y sin fuerzas para resistir a Mohammad V.



- XXXI -


BIEN ajeno por cierto se hallaba Abu-Sa蟂 de que el rey don Pedro
llevase a tal extremo su rigor para con 幨, despu廥 de los presentes que
le hab燰 ofrecido. Desconociendo sin duda las leyes castellanas y la
obligaci鏮 que como vasallo ten燰, y juzgando haber deslumbrado al de
Castilla con el aparato de joyas y riquezas que hab燰 a sus ojos
presentado, confiaba en que muy pronto hab燰 de volver a Granada
triunfante de su rival, o que por lo menos podr燰, pasar a Ifriquia, donde
acabar燰 sus d燰s al servicio del Sult嫕 de los Beni-Merines.

Pero Allah, en sus altos designios, lo hab燰 dispuesto de otro modo.

-Grande es-dec燰 Abu-Sa蟂, conversando con su leal amigo y confidente
Abu-l-Ola-la majestad del Sult嫕 de los nassar獯s, y por Allah y su santa
ley te juro ︽h Idr疄! que no pensnunca que mi coraz鏮 temblase como ha
temblado a la presencia de don Pedro!... 澧rees tprosiguique las
d墂ivas podr嫕 influir en 幨 para que nos dsu auxilio?...

-Oh se隳r m甐!-replicel africano.-Aunque las palabras con que te ha
recibido han sido de templanza y de paz, y aunque los dones que le has
presentado son de val燰, por mi cabeza y la de mis hijos, que temo que su
justicia sea tan severa como lo es su rostro.

-Y 瞠n qute fundas, para pensar de tal suerte?...

-Se隳r: su respuesta no ha sido tan expl獳ita como yo la esperaba...
o no es 廥te el don Pedro que te pintel conde de Trastamara, o la
pintura no era fiel, asAllah me salve!... 澤 qunegarlo?... T se隳r,
le causaste grave mal con tu alianza con sus hermanos los bastardos, y
quiz嫳 no olvide que ahora 幨 es el m嫳 fuerte... Pobre de ti y de
nosotros, si tal sucediera!

-Pues 穌usospechas!...

-Qui幯 sabe, se隳r!... S鏊o Allah conoce lo que se oculta en las
entra鎙s de los hombres!...

-Si asfuera...-dijo Abu-Sa蟂, quedando pensativo.-Pero
no-repuso,-no puede ser... La hospitalidad es sagrada, y el rey don Pedro
no puede faltar a ella.

-Acaso, se隳r, digas verdad...; pero tte has presentado al Sult嫕
de los nassar獯s como su vasallo, y el se隳r, ya lo sabes, es due隳 de la
vida de sus sditos-contestIdr疄 gravemente.

-Oh! Eso lo veremos!-exclamel Bermejo, cuyo semblante palidecide
c鏊era.

-Somos los m嫳 d嶵iles, y sucumbiremos-se contentcon replicar
Idr疄.

-Lubre est嫳, ︽h Abu-l-Ola!, y no veo por fortuna se鎙les de que
tus tristes vaticinios hayan ︾or Allah! de cumplirse-repuso Abu-Sa蟂,
tratando de recobrarse del mal efecto que le produc燰n las palabras de su
amigo.

-Qui廨alo Allah!-replicel africano.

La sombr燰 actitud de su confidente y leal partidario, cuyas palabras
fat獮icas aumentaban las sospechas que en vano procuraba el Bermejo alejar
de su esp甏itu, no dejaron de afectar al Pr璯cipe, quien, recogi幯dose,
guardde alladelante silencio, sin que volviese a hablar con Idr疄, ni
con ninguno de los granadinos que compon燰n su cortejo.

Entre tanto, hab燰 seguido avanzando el d燰, y cuando cayla tarde,
despu廥 de hecha la oraci鏮 de al-magrib, Abu-Sa蟂 se senta la mesa,
acompa鎙do de los suyos, que le serv燰n.


Sin que ninguno fuera osado a romper el silencio que obstinadamente
guardaba el Pr璯cipe, hall墎anse en esta disposici鏮 los granadinos,
cuando, inesperadamente, se oyruido en las antec嫥aras, apareciendo a
poco en el dintel de la puerta de aquella estancia, seguidos de algunos
hombres de armas, el Maestre de Santiago, don Garci 翼varez de Toledo, y
Mart璯 L鏕ez de C鏎doba, Camarero del rey don Pedro y su Repostero mayor,
quienes tra燰n el rostro demudado.

Alzose Abu-Sa蟂 de su asiento para recibirles, y aunque no sin
sobresalto, invit墎ales a pasar adelante; pero avanzando entre todos
Mart璯 L鏕ez de C鏎doba, pon燰 mano sobre el Bermejo, exclamando:

-En nombre de mi se隳r el rey don Pedro, daos a prisi鏮, Abu-Sa蟂.

- 。鏔o!-dijo 廥te asombrado, retrocediendo con mortal estupor.

-•staba escrito!-interrumpiIdr疄 levant嫕dose a su vez, y
corriendo al lado de su se隳r, decidido.

-El muy alto y poderoso rey de Castilla y de Le鏮, vuestro se隳r y el
m甐, o獮a la demanda que ante 幨 hoy hab嶯s presentado, manda que vos y
los vuestros se壾s hoy mismo constitu獮os en prisi鏮, sin m嫳 tardanza.

-•n prisi鏮!... Jam嫳!..-exclamAbu-Sa蟂, de quien ya se hab燰
apoderado la c鏊era.-Di t miserable, que osas poner la mano sobre
ma鎙didesasi幯dose por un esfuerzo,-di a tu rey y se隳r, de quien
nunca ,llah, es testigo! espersemejante alevos燰, que Abu-Sa蟂, el
Sult嫕 de Granada, no se entrega!... 燙on 廥tas, por ventura, las leyes de
la hospitalidad entre vosotros los nassar獯s?...

Y mientras pronunciaba estas palabras, daba al aire su acero,
imit嫕dole todos los musulmanes, ya agrupados en torno suyo y dispuestos a
defenderse.

-Toda resistencia es inil, se隳r-replicMart璯 L鏕ez sin inmutarse
por la actitud del Bermejo y de los suyos, y dejando paso a los hombres de
armas, que penetraron silenciosos en el aposento.

-!nil! Acercaos, jud甐s, hijos de jud甐s!... Acercaos, y ver嶯s de
qumodo mueren los siervos del Misericordioso!-rugiAbu-Sa蟂, lanz嫕dose
sobre el Repostero del rey.

宄te hab燰 ya por su parte desenvainado la espada, y los ballesteros
del rey adelantaron hacia el grupo que formaban sa雝dos los muslimes.

Entonces se trabhorrible combate que durbreve tiempo; pues
vencido el Bermejo, y con 幨 algunos de los suyos, era conducido aquella
noche misma del 28 de Chumada segunda(84) a las Atarazanas, y encerrado
allen oscuro calabozo.

La mayor parte de los granadinos, y entre ellos el africano Idr疄
Abu-l-Ola, hab燰n muerto en la lucha, y sus cad嫛eres ensangrentados
manchaban el pavimento de la estancia, donde quedaban abandonados.
......................

Dos d燰s m嫳 tarde era notificada al rey Bermejo la sentencia del
monarca de Castilla, por la cual se le condenaba a muerte como traidor y
como asesino; y al escuchar Abu-Sa蟂 los cargos que en aquel documento se
le hac燰n, no pudo contenerse, y prorrumpien grandes imprecaciones
contra don Pedro. Pero su voz, resonando lubremente, se perdien la
soledad de la prisi鏮 en que se hallaba, y fueron iniles cuantas quejas
y lamentos salieron de sus labios.

El aspecto que presentaba Sevilla, al siguiente d燰, 27 de Abril(85),
era en verdad grandioso.

Muchedumbre de gentes se agolpaba en torno de las Atarazanas desde
bien temprano, y por el camino de Tablada se ve燰 circular, cual si fuese
a asistir a alguna romer燰, multitud de menestrales, peones y caballeros,
dando con esto se鎙les de que se preparaba acontecimiento de importancia,
del cual quer燰n sin duda disfrutar los sevillanos.

A las doce del d燰, seguido de los principales dignatarios, de su
corte, sal燰 el rey don Pedro del alc嫙ar, y tomaba la direcci鏮 del campo
de Tablada, entre los grupos de curiosos, mientras eran sacados de su
prisi鏮 el rey Bermejo y los pocos caballeros granadinos que hab燰n
sobrevivido, siendo conducidos entre ballesteros y hombres de armas al
sitio donde se encaminaba la gente en son de fiesta.

Iba Abu-Sa蟂 completamente demudado; y aunque se esforzaba por
aparecer sereno e indiferente, le燰se en su rostro como en un libro lo que
en su coraz鏮 pasaba.

A su lado, procurando consolarle, caminaba triste y cabizbajo el
Maestre de Calatrava, Diego Garc燰 de Padilla, y detr嫳 segu燰n, montados
como el Bermejo, los dem嫳 granadinos, sombr甐s y ce雝dos, como aquellos a
quienes no se les ocultaba la suerte que les estaba reservada.

En esta disposici鏮, llegaron a Tablada, a donde ya el rey don Pedro
les hab燰 precedido, y donde se hab燰 levantado un cadalso; y al ver
Abu-Sa蟂 al rey de Castilla, que permanec燰 severo e impasible, exclam
sin poder contenerse:

-As︽h Sult嫕 de los nassar獯s! Ascumples las leyes de la
hospitalidad! Yo vine a ti fiado en la tu merced y en la tu misericordia,
y tme das la muerte! Allah lo ha dispuesto! Cplase su voluntad! Que
Allah te perdone, pues yo no puedo perdonarte la alevos燰 con que
procedes, la mala caballer燰 haces hoy conmigo ciertamente! No contest
palabra el castellano; y descabalgando Abu-Sa蟂, a una indicaci鏮 del
Escribano real y del jefe de los ballesteros, subicon ambos al cadalso,
donde fue decapitado con los dem嫳 muslimes, mientras la muchedumbre
contemplaba at鏮ita aquel sangriento espect塶ulo, y el pregonero gritaba:


-•sta justicia manda hacer el rey, nuestro se隳r, en estos
traidores, que fueron en la muerte del rey Isma螿, su rey e su se隳r, que
fueron desleales a su rey e su se隳r Mohammad, e que movieron guerra a su
rey e su se隳r don Pedro!
......................

Cuando la noticia de todos estos sucesos llega Abd-ul-Lah, no pudo
廥te contener las l墔rimas, al considerar lo duro del castigo impuesto por
don Pedro a su primo y su enemigo m嫳 encarnizado, pidiendo a Allah
ferviente que en el d燰 del juicio perdonase al rey Bermejo todas sus
culpas, y le diese entrada en el Para疄o; pero Allah no preservsu
esp甏itu, y Xaythan vagcon 幨 de valle en valle, pues no dejloores en
la boca de los hombres, ni compasi鏮 en sus corazones tampoco!

Desde M嫮aga, donde Mohammad se encontraba, tomel camino de la
corte granadina, acompa鎙do de muchas compa劖as, del clamoreo del pueblo,
y de casi toda la gente principal de aquella ciudad que quer燰 m嫳
honrarle, y presenciar su entrada en la hermosa Granada.

Ya en ella se sab燰 la tr墔ica muerte del asesino de Isma螿; y, al
tener conocimiento de que, cumpliendo astodos los votos, Mohammad se
aproximaba, sal燰n a recibirle los granadinos con demostraciones no
interrumpidas de entusiasmo.

亟l jilo m嫳 puro embargaba el 嫕imo de todos los ciudadanos,-dicen
las historias,-y en el Zacat璯, en Bib-ar-Rambla, en las angostas calles
del Albaic璯, ve燰nse grupos de soldados, de artesanos, de personas de
todas clases y condiciones, que se daban mutuamente la enhorabuena por el
regreso del rey leg癃imo, y hasta los partidarios mismos del usurpador,
temerosos de mayores desventuras, le besaron las manos en se鎙l de
sumisi鏮

Ven燰 Mohammad sobre un poderoso potro cordob廥, de fina estampa y
elegantes movimientos, y que braceaba con tal gallard燰, levantando
acompasadamente la cabeza, que no parec燰 sino orgulloso de llevar sobre
s al t廨mino dichoso de todas sus desdichas, a aquel egregio Pr璯cipe, a
quien debiGranada los d燰s m嫳 esplendorosos de su existencia; a su
lado, conmovida profundamente, y derramando l墔rimas silenciosas de
regocijo, sobre una jaca blanca marchaba Aixa, rebujada en el solham que
la cubr燰, y dejando adivinar a trav廥 del velo que ocultaba la parte
principal del rostro, las perfecciones de aquel semblante que no sin raz鏮
los poetas comparaban a la luna llena; detr嫳, conmovido tambi幯, como lo
iba el Sult嫕, caminaba el fiel y valeroso Lisan-ed-Din, llevando a su
derecha al alcaide de Ronda y a su izquierda al de M嫮aga, siguiendo en
pos, mezclados, caballeros ronde隳s y malague隳s en vistoso grupo,
sucediendo luego los granadinos, y las fuerzas que acompa鎙ban a
Abd-ul-Lah y que cerraban el cortejo.

De todas partes, al paso de la comitiva por la larga y estrecha calle
de Elbira, resonaban las alb鏎bolas y los lelil獯s con que las mujeres,
detr嫳 de las celos燰s de los edificios y en las azoteas de las casas,
aclamaban al Sult嫕, d嫕dole la bienvenida, mientras en la calle,
嫚ostados entre los muros de las viviendas, los hombres repet燰n
entusiasmados las aclamaciones, con la esperanza de recobrar la paz
perdida, y el deseo de obtener el perd鏮 de las pasadas culpas.

Cuando Mohammad, trasponiendo la Bib-Xarea o Puerta de Justicia,
donde tantas veces la hab燰 administrado en otros tiempos, se hallen su
alc嫙ar, aquel alc嫙ar con que tantas veces so嚧 en su destierro, y donde
al cabo, y por designio de Allah, hab燰 al lado de Aixa gozado tantas y
tan dulces alegr燰s; cuando volvia ocupar otra vez aquel trono, por el
que tanto hab燰 suspirado, tornlos ojos lleno de gratitud al Omnipotente
Allah, y cayde rodillas bendici幯dole.

Terminadas las ceremonias plicas,-en aquella misma c嫥ara, donde
a隳s antes hab燰 el Amir celebrado tantas fiestas en honor de su adorada,
donde lucieron su ingenio Lisan-ed-Din, Redhuan, Ebn-Zemrec, y otros no
menos notables poetas de la corte, quedaron solos Aixa y el Sult嫕,
quienes movidos por un mismo y simult嫕eo impulso, se arrojaron en brazos
la una del otro, exclamando el Pr璯cipe, visiblemente emocionado:

-Alabado sea Allah, el Misericordioso, el Justo, el Dispensador de
todos los beneficios! 匜 solo es grande! Todo cuanto hay en los cielos y
en la tierra es suyo! 匜 prueba con el infortunio a aquellos a quienes
elige, y 匜 premia y castiga a aquellos que lo merecen! Bendito sea su
santo nombre, Aixa! Bendito una y mil veces! Y como el 嫕gel guardi嫕 del
s廧timo cielo en el Para疄o, que con las setenta mil lenguas de cada una
de sus setenta mil bocas, abiertas en cada una de sus setenta mil cabezas,
canta en setenta mil idiomas a la vez alabanzas eternas a Allah el 猋ico,
el Inmutable,-empleemos nuestra vida en dar gracias al Se隳r de ambos
mundos, por los beneficios que nos dispensa! 匜 ha sido quien tocando el
coraz鏮 de los que fueron desleales vasallos, los trae hoy a mis pies
sumisos como corderillos; 匜 quien derribando con el poderoso impulso de
su voluntad el alc嫙ar de la iniquidad y del crimen erigido por Abu-Sa蟂,
mi primo, le ha hecho morir vergonzosamente a manos de los nassar獯s! 匜,
quien nos ha salvado, y quien nos ree en la hora de la felicidad, como
nos tuvo reunidos en la hora del infortunio! Que sea eterno nuestro amor,
oh Aixa, esposa m燰, como es eterna la voluntad de Aquel por quien hoy nos
vemos en este alc嫙ar fabricado por mis predecesores; y si a nosotros no
nos es dado rescatar en esta hermosa tierra de Al-Andalus cuanto fue
dominio del Islam, en ella, que nuestros hijos, m嫳 felices que nosotros,
y recogiendo la herencia de ventura que Allah con larga mano nos otorga en
su clemencia inagotable, difundan la santa ley de Allah por cuanto rodean
el mar de Siria y el mar de las Tinieblas, y limitan Afrancha y Az-Zocac
por Norte y por Mediod燰!

As por disposici鏮 del creador de cielos y de tierra, hallaban
t廨mino los azares, las inquietudes, las zozobras de aquel Pr璯cipe
insigne, y astambi幯 recib燰 el premio merecido, aquella mujer que,
humilde y menesterosa, hab燰 a隳s antes llegado a Granada en busca de su
madre, fiando en la protecci鏮 de Allah, y que jam嫳 supo que era hija de
la sultana Seti-Mariem (a quien Allah haya perdonado), viendo al postre
coronadas todas sus aspiraciones y realizadas todas sus esperanzas!

,llah es Omnipotente y Sabio, y su misericordia es infinita!
......................

A隳s despu廥, para honrar la memoria de la Sultana Aixa, mandaba
Mohammad V, ya apellidado Al-Gani-bil-Lah, construir en su palacio un
ad-dar o edificio especial, destinado a las mujeres, y unido a 幨 otro
independiente, en los cuales extremsu magnificencia, y agotaron los
art璗ices granadinos su ingenio. El primero, alg tanto deformado despu廥
de la conquista por los mismos Reyes Cat鏊icos, y principalmente por las
construcciones y agregaciones hechas en tiempo del Emperador Carlos de
Gante, ha conservado hasta nuestros d燰s su propio nombre, y parte de las
bellezas que atesoraba, siendo hoy designado en la Alhambra con el t癃ulo
de Cuarto de los Leones; el segundo, desaparecicon dichas agregaciones y
reformas; pero formando como un agregado de la Sala de las Dos Hermanas,
existe a, cual recuerdo, el Mirador llamado de Lindaraja, nombre
fant嫳tico, compuesto, como es entre los conocedores del idioma ar墎igo
sabido, por la corrupci鏮 de tres palabras de esta lengua-毃n-dar-Aixa o
Axa-seg m嫳 generalmente hubo de pronunciarse, que textualmente
significan: Mirador de la casa de Aixa.






















































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