Las Estaciones: Cuentos para ni隳s y ni鎙s
      Julia de Asensi
      Pr鏊ogo
           La variedad de aspectos que ofrece a nuestra contemplaci鏮 la 
      naturaleza en esos per甐dos del a隳 solar, que denominamos estaciones, 
      excitan poderosamente nuestra atenci鏮 y nuestra fantas燰, y nos hacen 
      sentir las m嫳 diversas y opuestas impresiones y sensaciones. Nada m嫳 
      oportuno, pues, que tomar pretexto de esas impresiones y sensaciones que 
      tan vivamente nos afectan, para recrear a los ni隳s sabiamente con 
      pintorescos relatos que tanto agradan a su so鎙dora fantas燰 infantil, y a 
      la vez inculcarles sanas y provechosas ense鎙nzas.
           La primavera... con su temperatura deliciosa, con sus flores y 
      gorjeos, con sus auras perfumadas, con sus irisados matices y sonriente 
      luz, despierta en nuestra mente po彋icas ideas, y se presta como ninguna 
      otra a fantasear sobre cuanto se ofrece a nuestro alrededor.
           ...Y esta es la estaci鏮 que ha elegido la ilustre escritora D.
      Julia de Asensi para abrir o empezar su meritoria tarea de instruir y 
      deleitar a la candorosa ni鎑z con la presente colecci鏮 de variados y 
      escogidos cuentos, que titula Las Estaciones. Bajo la f墎ula de que un 
      anciano, rico y culto, visita peri鏚icamente una posesi鏮 donde crecen y 
      se instruyen dos ni隳s a quienes ama apasionadamente, la se隳ra de Asensi 
      halla ocasi鏮 de hilvanar [6] entretenidas y morales narraciones, que 
      describen la naturaleza f疄ica en mencionados per甐dos del a隳, 
      (primavera, est甐, oto隳 e invierno); y con la exquisita delicadeza 
      peculiar al sexo bello, sabe acoplar detalles y zurcir consejos educativos 
      que hacen m嫳 il e interesante la lectura de los aludidos presentes 
      Cuentos.
           En cualquiera de ellos que nos fij嫫amos, encontrar燰mos, a m嫳 de la 
      amenidad, de la f墎ula, la parte il y moral que de los mismos se deduce: 
      la ni鎙 voluntariosa, (por ejemplo), que sin tomar en cuenta la apurada 
      situaci鏮 pecuniaria en que se encuentran sus padres se empe鎙 en hacer 
      trabajar a su bondadosa madre confeccionando un vestido para ella asistir 
      a un baile donde no encontrarsino emulaciones mortificantes a su amor 
      propio, ofrece lindo contraste con la humildad de su hermanita, que se 
      resigna a disfrutar de los atractivos que para los ni隳s tiene siempre un 
      carnaval, encerrada en un piso interior que la familia habitaba; mas, por 
      una coincidencia de esas tan frecuentes en la vida, unas ni鎙s vecinas la 
      invitan, la ruegan que las acompa鎑 al baile, para sustituir gallardamente 
      a otra que no las puede acompa鎙r y cuyo elegante traje ponen a 
      disposici鏮 de nuestra ni鎙... y, hete aqua las dos hermanitas en el 
      baile; la voluntariosa Eugenia, haciendo el rid獳ulo con su trajecito de 
      guardarrop燰, y la candorosa Paz, deslumbrando con los atav甐s preparados 
      para la amiguita ausente, y obteniendo el codiciado infantil premio 
      ofrecido a la ni鎙 de m嫳 airoso continente y caprichoso disfraz: lecci鏮 
      que aprovechEugenia para nunca m嫳 ser exigente.
           Felicitamos a la se隳ra de Asensi por sus ingeniosas Estaciones, y a 
      la casa editorial Bastinos que las saca a la publicidad en su incansable 
      empe隳 de llevar la luz a las tiernas inteligencias de los ni隳s, y 
      despertar generosos sentimientos en sus ingenuos corazones.
      EMILIO GANTE [7]
      [9]
      La primavera
           Todos los a隳s, a poco de empezar la primavera, hac燰 su primera 
      visita al pueblo que le vio nacer y en el que ten燰 hermosas fincas y 
      extensas tierras de labranza D. Mario Pe鎙lver, al que reten燰n numerosas 
      ocupaciones en la capital de Espa鎙 que abandonaba icamente para cobrar 
      cada tres meses las rentas que le deb燰n sus colonos, introducir algunas 
      mejoras en sus posesiones y descansar, aunque fuera por breve tiempo, de 
      la agitada vida madrile鎙. Ten燰 en el lugar como administrador a un 
      sobrino suyo, hombre probo y sencillo que, nacido y criado en el campo, 
      pod燰 y sab燰 ocuparse con m嫳 acierto que su propio due隳 de aquellas 
      vastas tierras, secundado por numerosos jornaleros.
           Era casado y padre de dos preciosos ni隳s ambos ahijados de D. Mario 
      y que llevaban en memoria de antepasados de 廥te, los nombres de Mercedes 
      y Rafael. Viv燰n en una bonita casa de campo rodeada de un gran jard璯 y a 
      ella iba a parar el anciano t甐 cuando se deten燰 en el pueblo, ocupando 
      sus principales habitaciones.
           Siempre era un d燰 de fiesta para la familia aquel en que llegaba el 
      querido padrino de los [10] ni隳s, y en aquella estaci鏮 la naturaleza se 
      un燰 a ellos para festejarle. Estaban las calles de lilas llenas de 
      arom嫢icas flores, en flor tambi幯 los almendros, los otros 嫫boles 
      luciendo sus hojas de esmeralda y ostentando las acacias sus blancos 
      racimos. Las rosas de diversas clases y diferentes matices, perfumaban el 
      ambiente, cantaban los p奫aros, revoloteaban las mariposas y zumbaban los 
      insectos. El sol iluminaba con sus rayos de oro la escena, el cielo estaba 
      azul y despejado y una brisa suave mec燰 las plantas en sus tallos.
           Un coche tirado por mulas se detuvo a la puerta de la posesi鏮 y de 
      幨 bajD. Mario, al que hab燰 ido a esperar a la estaci鏮, algo lejana, 
      su sobrino. La mujer de 廥te abrazcari隳samente al anciano que cubri
      despu廥 de besos las sonrosadas mejillas de sus dos ahijados.
           La alegr燰 se turbun tanto al saber que el padrino no permanecer燰 
      allm嫳 que tres o cuatro d燰s.
           Quisieron que entrase en la casa, pero el reci幯 llegado que era 
      fuerte y estaba 墔il a pesar de sus a隳s, desepasear un poco por sus 
      tierras disfrutando de aquella deliciosa ma鎙na de primavera. Cogicon su 
      mano derecha la izquierda de la ni鎙 y con la otra a Rafael.
           -熹uhab嶯s hecho por aqudesde que no os veo? Les pregunt
      cari隳so.
           -Padrino, le contestMercedes, hemos aprendido bien nuestras 
      lecciones para darte gusto, y [11] desde que ha llegado el buen tiempo 
      paseamos mucho y cuidamos cada uno una peque鎙 parte del jard璯. Ya las 
      ver嫳 y creo que quedar嫳 contento.
           -Adem嫳, a鎙diel ni隳, tenemos muchos gusanos de seda a los que 
      alimentamos con hojas de morera. Ya empiezan a salir de ellos algunas 
      mariposas que son muy bonitas, pero que mueren apenas han nacido.
           -No importa, le respondiD. Mario, ellas dejan g廨menes de vida para 
      muchos gusanos. Es esa una distracci鏮 que me agrada y que no deb嶯s 
      abandonar. Las mariposas son pasajeras como las ilusiones; la realidad 
      esten el trabajo de los que fabrican la seda, esos gusanillos que 
      cuid壾s y que tanto producen... Otros a隳s hab嶯s cogido orugas y recuerdo 
      que de sus cris嫮idas han salido mariposas bell疄imas que hab嶯s soltado 
      al instante en el jard璯 otorg嫕doles uno de los bienes m嫳 hermosos que 
      hay en el mundo: la libertad.
           -Mira, padrino, exclamde pronto Mercedes, este es mi jard璯.
           -Es muy bonito, respondiel anciano, y estcuidado con bastante 
      esmero.
           -Y este el m甐, dijo poco despu廥 Rafael.
           -Tambi幯 me agrada, profiriD. Mario, pero observa una cosa; ese 
      arbolito crece torcido y a ser燰 tiempo de enderezarlo.
           -璣 qum嫳 da? Preguntel muchacho.
           -熹u qum嫳 da? Repitiel padrino; oye [12] una f墎ula para que 
      lo sepas y saques de ella una il ense鎙nza:
                                       俗n campesino ocioso         
            a sus hijos ejemplo provechoso
            de laboriosidad nunca les daba,
            porque todo del tiempo lo esperaba.
            Mil veces se re燰5
            de un honrado vecino que ten燰,
            viendo sin complacencia
            que aquel hombre pasaba la existencia
            observando si el 嫫bol que plantaba
            erguido desde luego no se alzaba,10
            y apenas se torc燰, disgustado,
            le prodigaba todo su cuidado
            no quedando tranquilo y satisfecho
            hasta verlo derecho.
               Los hijos del ocioso campesino,15
            que tambi幯 se burlaban del vecino,
            sus caprichos hac燰n
            y sin pesares ni temor viv燰n,
            porque no conoc燰n la influencia
            del cari隳 filial y la obediencia.20
            Faltos de esos afanes que prolijos
            tiene todo buen padre por sus hijos
            no hallaron m嫳 placer desde su infancia
            que el enga隳, el pillaje y la vagancia.
            El padre, de severo haciendo alarde,25
            quiso enmendar los yerros, mas fue tarde.
            Los hijos le escucharon distra獮os
            sin quedar de su culpa arrepentidos,
            y el anciano no hallen su edad postrera [13]
            quien su cari隳 y protecci鏮 le diera.30
            En tanto que el vecino, rico, honrado,
            e vio por todo el mundo respetado.
             
               Nunca el 嫫bol torcido
            darsabroso fruto ni buen le隳,
            mientras el propietario inadvertido35
            no sepa enderezarlo de peque隳
           Los ni隳s son como los 嫫boles, si sacan malas inclinaciones, si se 
      tuercen, el deber de los padres y maestros es ponerlos derechos, que las 
      almas infantiles y los 嫫boles peque隳s se corrigen al principio, pero 
      luego no hay fuerza humana que los pueda enmendar. 燐e has comprendido, 
      Rafael?
           -S padrino, contestel muchacho, y te prometo que no encontrar嫳 
      cuando vuelvas ning 嫫bol torcido en mi jard璯.
           Despu廥 del paseo entraron en la casa y allexaminD. Mario a los 
      dos ni隳s de cuanto hab燰n aprendido, viendo con satisfacci鏮 que estaban 
      bastante adelantados en sus estudios.
           Ellos le guardaban sus planas para que las viera, le燰n en voz alta y 
      respond燰n a las preguntas que les hac燰 de catecismo, gram嫢ica, 
      aritm彋ica y geograf燰. Hasta entonces no hab燰n tenido m嫳 maestros que 
      sus padres porque en su tierna edad no hab燰n necesitado dedicarse a 
      estudios m嫳 profundos. La madre ense鎙ba tambi幯 a hacer primorosas 
      labores a Mercedes [14] y eran ya innumerables los pa雝elos que la ni鎙 
      hab燰 cosido y bordado para su padrino que los recib燰 con agrado y los 
      premiaba con regalos espl幯didos que llevaba igualmente para Rafael, sin 
      que esto influyese en lo m嫳 m璯imo en el 嫕imo de aquellas criaturas que 
      quer燰n al anciano con tanta ternura como desinter廥.
           Se pasel resto del d燰 entre la conversaci鏮 amena e instructiva, 
      las alegres comidas, la siesta y otro paseo, y se acostaron a las diez de 
      la noche durmiendo gozosos y tranquilos.
           A la ma鎙na siguiente se levantaron temprano haciendo poco m嫳 o 
      menos la misma vida. Los ni隳s llevaron a su t甐 a ver muchos nidos que 
      las golondrinas y otros p奫aros hab燰n hecho bajo los aleros de los 
      tejados de la casa que habitaban y en edificios m嫳 distantes que hab燰 en 
      la posesi鏮, ocupados por los colonos los unos, la vaquer燰, el gallinero, 
      el palomar y las grandes cuadras y cocheras sobre las que estaba el 
      inmenso desv嫕 en el que se encerraba el grano. Las avecillas revoloteaban 
      alrededor de los nidos fabricados por ellas y que eran respetados por 
      todos los habitantes de la finca. Hasta entonces nadie les hab燰 hecho el 
      menor da隳. Las golondrinas, alejadas de alldesde hac燰 muchos meses, 
      hab燰n regresado poco antes del pa疄 c嫮ido al que hab燰n emigrado a fin 
      de pasar en 幨 los rigores del fr甐, para buscar sus antiguos nidos y 
      depositar alllos huevos. Las simp嫢icas avecillas no faltaban ninguna 
      primavera. [15]
           Como recordase el padrino que en otras ocasiones hab燰 observado que 
      nada agradaba tanto a Mercedes y a Rafael como los cuentos, cuando allen 
      Madrid en la soledad de su casa preparaba el viaje a su querido pueblo, 
      procuraba grabar en su imaginaci鏮 aquellas narraciones que aprendien su 
      infancia o aquellos hechos que escuchm嫳 tarde y que pudieran servir de 
      provechosa ense鎙nza a los ni隳s para refer甏selos despu廥 de la siesta y 
      que fuesen adecuados a la estaci鏮 en que se hallaban a fin de que se 
      penetrasen mejor de ellos.
           En las tres tardes que permanecien su casa de campo, Mercedes y 
      Rafael, apenas se enteraban de que el t甐 Mario se hab燰 levantado de la 
      siesta, le esperaban en la salita del piso bajo, que ten燰 dos ventanas 
      que daban al jard璯 por las que trepaban rosales y campanillas azules y 
      allaspirando el aroma de las flores, y embelesados con el gorjeo de los 
      p奫aros, se entreten燰n poco despu廥 agradablemente oyendo de los labios 
      del anciano los siguientes cuentos que 幨 les refiriuno cada d燰 hasta 
      emprender su viaje de vuelta a la corte y que escucharon los dos ni隳s con 
      atenci鏮 profunda, sin pesta鎑ar, sintiendo icamente que el tiempo 
      pasara con tanta rapidez y les privase de aprender m嫳 narraciones 
      relatadas por su buen padrino. [16]
      Abril
      El campo de Daniel
           Aquel d燰, 24 de abril del a隳 de gracia de 1896, volvia su pueblo 
      de Castilla la Vieja, despu廥 de muchos a隳s de ausencia, el se隳r D. 
      Pedro de Ziga acompa鎙do de su esposa, de su hijo y de su hija. La 
      tima vez que estuvo allera casi un ni隳 y apenas se acordaba de la 
      hermosa casa solariega, de las extensas tierras que para 幨 se cultivaban 
      y de las vi鎙s que produc燰n un excelente vino.
           Pedro Ziga era muy bueno, muy inteligente y hab燰 encontrado en la 
      que eligipara esposa una compa鎑ra digna de compartir su suerte. [17] En 
      cuanto a los ni隳s eran modelos de perfecci鏮.
           Apenas hab燰 llegado el caballero, recibiuna nota del alcalde para 
      que asistiese al siguiente d燰 a la ceremonia de la bendici鏮 de los 
      campos. En consideraci鏮 a su elevada alcurnia y a la de ser el primer 
      contribuyente no se atreviel representante de la autoridad a a鎙dir que 
      tendr燰 que pagar multa si faltaba. Este requisito no se olvidaba nunca, 
      ases que el pueblo en masa acud燰 a la sagrada fiesta.
           D. Pedro salipor la tarde del 24 a recorrer el lugar en compa劖a de 
      su administrador. Supo por 廥te que la bendici鏮 se hac燰 en tres d燰s 
      saliendo los sacerdotes por diferentes sitios. S鏊o dejaban el lado de 
      poniente aunque hab燰 por allmucho campo. Quiso el se隳r verlo y al 
      llegar a 幨 admirlo extenso que era y lo bien situado que estaba, pero 
      lo que m嫳 le sorprendifue que no hab燰 nada sembrado, ni la tierra 
      estaba labrada siquiera.
           En una piedra vio sentado a un ni隳 de unos doce a隳s en actitud 
      triste y pensativa, y se acerca 幨. Al verle se levantel muchacho, 
      saludando con humildad y respeto.
           -澳e qui幯 es este campo? Le pregunt
           -Este, que llaman el campo de Daniel, respondiel ni隳, es de un 
      servidor de Vd.
           -璣 c鏔o lo tienes as sin que produzca nada?
           -Porque no quiere el alcalde que se haga otra cosa. [18]
           -A ver, explicame eso, prosiguiel se隳r de Ziga. Si幯tate aqu
      conmigo y habla claro, sin faltar en nada a la verdad.
           -Mi padre, empezel ni隳, era un hombre muy bueno y muy cristiano, 
      pero el alcalde dio en decir que era jud甐 porque se llamaba Daniel, y 
      todo el mundo lo crey Nadie le daba trabajo, nadie compraba el producto 
      de sus tierras, y un d燰 murim嫳 de pena que de enfermedad. Ya no ten燰 
      yo madre y me quedsolo, pues el ico pariente que me resta, que es un 
      t甐 carnal, es tan pobre que en cuatro a隳s no ha podido reunir el dinero 
      para venirse aquconmigo o para llevarme con 幨.
           -璣 de quvives? Preguntcon inter廥 el caballero.
           -Las monjas del convento de la Trinidad me dan la comida en 
      recompensa de peque隳s servicios que les hago y el alcalde me paga un real 
      diario por el arriendo de las tierras que lindan con las suyas. Las dem嫳, 
      como yo no las strabajar, ni me las bendicen ni me producen nada. El 
      alcalde me ha ofrecido que me las comprarcuando yo sea mayor porque no 
      quiere meterse en l甐s adquiriendo bienes de menores. Pero entre tanto...
           -燄ives mal, no es cierto? Interrumpidon Pedro.
           -Sse隳r, muy mal.
           El caballero se volvihacia el administrador que estaba de pie a 
      corta distancia, y le pregunt [19]
           熹ui幯 es el alcalde?
           El cacique del pueblo, contestel interpelado, un hombre malo y 
      ambicioso que quiere quedarse por nada con estas tierras que valen y le 
      convienen porque est嫕 junto a las suyas.
           -璣 por quno se bendicen estos campos?
           -El alcalde es el que dispone por d鏮de han de ir los curas; 廥tos no 
      hacen m嫳 que lo que 幨 ordena. Estel p嫫roco aqudesde hace poco y los 
      tenientes no intervienen en nada, como no sea en las cosas de dentro de la 
      iglesia.
           Ziga se levant dio una moneda de plata al chico, que enrojecial 
      recibirla sin atreverse a rehusarla, y despu廥 de despedirse de 幨 sigui
      su camino acompa鎙do por el administrador.
           Apenas estuvo solo el ni隳, que se llamaba Daniel como su padre, se 
      dirigihacia una choza algo distante en la que viv燰 una anciana a m嫳 
      pobre y desamparada que 幨, que le recib燰 siempre con cari隳.
           -Se鼁 Dorotea, le dijo, vengo a saber si ha reunido Vd. ya el dinero 
      para el pa雝elo quse quer燰 comprar.
           -No, hijito, contestla vieja, no recojo m嫳 que centimillos cuando 
      voy a pedir de puerta en puerta los s墎ados, y con eso no hay m嫳 que para 
      mal comer.
           -Pues aqule traigo yo esta moneda de plata para su hucha. Me la ha 
      dado un caballero y la he guardado para Vd.
           -Dios premie tu buen coraz鏮 y te dahora [20] la fortuna en la 
      tierra y despu廥 la gloria en el cielo. Ma鎙na me comprarel pa雝elo para 
      ir con 幨 a la cabeza a la bendici鏮 de los campos y a la iglesia despu廥.
           Al d燰 siguiente desde muy temprano se ve燰 a casi todos los hombres 
      del pueblo, viejos, mozos y ni隳s, bien ataviados, limpios, con semblante 
      regocijado, reunidos en la plaza, esperando a que los tres curas ya 
      revestidos saliesen de la iglesia. Algunos de ellos y no pocas mujeres 
      hab燰n entrado en el templo. En 幨 se hallaba tambi幯 D. Pedro de Ziga 
      con su administrador y los principales trabajadores de sus campos. Y all
      estaba el cacique del pueblo, el insustituible alcalde, porque no hab燰 
      quien se atreviese a privarle de aquel cargo.
           El sacrist嫕 llevaba la manga de la parroquia, otros hombres sacaban 
      los estandartes de las hermandades de las hijas de Mar燰, de Santiago y de 
      San Sebasti嫕 y varios mozos, en modestas andas, el Cristo llamado del 
      Amparo y una hermosa imagen de la Virgen de las Mercedes. Detr嫳 iban los 
      sacerdotes, el alcalde, que ofreciel sitio preferente a D. Pedro, los 
      principales personajes de la localidad, los labradores, los jornaleros y 
      por timo algunas mujeres y no escaso nero de ni隳s de ambos sexos. 
      Llegados a un montecillo, el p嫫roco bendijo los campos mientras todos los 
      concurrentes a la sagrada [21] ceremonia permanec燰n inm镽iles y con el 
      mayor recogimiento.
           Repitiose esta escena en los dos siguientes d燰s yendo la comitiva 
      por sitios diferentes, por todos lados excepto por el campo de Daniel, y 
      este ni隳 no faltnunca, al lado de la vieja Dorotea que cubr燰 sus 
      escasos cabellos con un vistoso pa雝elo comprado para la fiesta y que 
      excitla curiosidad de todas las comadres de aquel pueblo.
           Don Pedro Ziga hab燰 escrito al lugar donde viv燰 el t甐 de Daniel 
      pidiendo informes suyos. Se hab燰 dirigido al p嫫roco, al que no conoc燰, 
      y no tarden recibir una larga carta en la que el sacerdote le daba las 
      mejores noticias respecto a la honradez y laboriosidad de aquel hombre que 
      era el maestro de escuela del pueblo. Cobraba un sueldo tan corto que 
      apenas bastaba para cubrir sus necesidades.
           El caballero, que era persona influyente, logrque le aumentasen la 
      paga y, una vez realizado esto, llama Daniel y le dijo:
           -Tu t甐 puede tenerte ya a su lado, m嫫chate con 幨 hasta que yo 
      logre su traslado a este lugar, para lo que necesitaralg tiempo. 
      Cuando resid壾s aquos ocupar嶯s de tu campo que es bueno y produciruna 
      regular renta. Con la escuela y lo que dan las tierras vivir嶯s con 
      holgura. El viaje te lo pagar嫕 mis hijos que se interesan por ti; creo 
      que no rehusar嫳 este peque隳 servicio de unos ni隳s, compa鎑ros [22] 
      tuyos por la edad y por las inclinaciones.
           -C鏔o agradecer bastante... empezDaniel con acento conmovido.
           -Siendo siempre honrado y trabajador, le interrumpiD. Pedro.
           El muchacho se alejdel lugar, durando su ausencia cerca de un a隳. 
      Alguna vez escrib燰 a su bienhechor que le contestaba siempre con afecto.
           A mediados de abril recibiel t甐 el traslado para la otra escuela y 
      apenas llegel maestro que hab燰 de sustituirle, el buen hombre y su 
      sobrino se dirigieron hacia el pueblo donde el ni隳 habla conocido a 
      Ziga.
           Llegaron de noche y buscaron alojamiento en la posada hasta la ma鎙na 
      siguiente, que era la del 25 de abril. Este d燰 se dirigieron a la iglesia 
      para asistir con la comitiva a la bendici鏮 de los campos. Oyeron decir a 
      algunos hombres que el alcalde del a隳 anterior hab燰 sido destituido 
      reemplaz嫕dole D. Pedro por voluntad de todo el vecindario, y que el 
      antiguo cacique no pudiendo sufrir su derrota, hab燰 vendido cuanto 
      pose燰, march嫕dose a vivir al pueblo de su mujer donde nadie le hac燰 
      caso. Que alldevoraba su impotente rabia sin que se compadecieran de 幨.
           Grande fue la sorpresa de Daniel cuando vio que los tres sacerdotes 
      seguidos de casi todos los habitantes del lugar se dirig燰n hacia el lado 
      [23] de poniente y que allel primer campo que bendec燰n era el suyo. Y 
      a crecim嫳 su asombro al hallar sus tierras sembradas y restaurada su 
      casita, que antes estaba ruinosa; todo aquello estaba cuidado con esmero 
      prometiendo una abundant疄ima cosecha.
           Daniel condujo a su t甐 al lado de D. Pedro a cuyos pies quiso 
      arrojarse, lo que el caballero impidiabraz嫕dole con cari隳.
           -Lo que he hecho por ti ha sido mi primer acto de justicia, le dijo 
      Ziga; he remediado el mal que te causmi antecesor, el alcalde indigno. 
      He proporcionado con el arreglo de tus campos trabajo a no pocos obreros 
      que carec燰n de 幨. Conserva a los que necesites a tu servicio, y trabaja 
      ttambi幯, trabaja con ah璯co y si tienes m嫳 dinero del que necesites 
      dalo a los pobres como nos manda Dios y 匜 te bendeciry proteger
      siempre.
           Daniel aslo hizo, auxiliando en primer lugar a la vieja Dorotea. Su 
      campo fue el m嫳 hermoso de aquel pueblo sin que jam嫳 se perdiese una 
      cosecha ni tuviese que sufrir ninguna de las innumerables plagas que 
      arruinan a tantos desgraciados labradores, premiando asel Se隳r al pobre 
      muchacho tan perseguido durante su infancia por las desdichas que sobre 幨 
      llovieron sin merecer ninguna. [24]
      Mayo
      Las flores
           A mis sobrinas Matilde y Margarita Esteban Vald廥.
           El d燰 de la Ascensi鏮 hab燰n comulgado por primera vez ocho ni鎙s 
      del colegio de Santa Teresa, y con ellas hab燰n tomado tambi幯 la comuni鏮 
      muchas de sus condisc甑ulas mayores y no pocas hermanas. No hab燰n 
      asistido a la solemne misa m嫳 que los parientes de las educandas, a los 
      que se hab燰n dado papeletas, y la [25] presidenta del colegio, una 
      ilustre dama, buena y caritativa, que pose燰 una cuantiosa fortuna.
           De aquellas ocho ni鎙s, siete eran de familias acomodadas, icamente 
      Pilar era hija de una pobre mujer que pod燰 tener a la criatura en tan 
      elegante colegio porque se lo pagaba una prima suya muy rica. Pero como 
      s鏊o recib燰 este favor, la ni鎙 no hubiese podido hacer la primera 
      comuni鏮 con igual traje que sus compa鎑ras, si una vecina que lo ten燰 
      desde hac燰 dos a隳s, por haberlo llevado una hija suya, no se lo hubiera 
      prestado. Pilar hab燰, pues, recibido la sagrada hostia vestida de blanco, 
      con el largo y vaporoso velo y la corona de flores. La misma vecina le 
      hab燰 regalado una vela rizada y su madre un devocionario con tapas de 
      marfil que ten燰 de cuando ella era peque鎙.
           El capell嫕 hab燰 pronunciado una breve y sencilla pl嫢ica y luego 
      las ni鎙s se hab燰n arrodillado de dos en dos en las gradas cubiertas de 
      alfombra. La ceremonia hab燰 durado una hora escasa.
           Pero la fiesta del d燰 no terminaba all Todas las tardes se hac燰n 
      las Flores de Mar燰 y cantaban en el coro las hermanas y las colegialas 
      que sab燰n mica. Se hab燰 dispuesto que las ni鎙s que hab燰n hecho la 
      primera comuni鏮 ofreciesen ramos a la Virgen recitando poes燰s alusivas. 
      Seg fuese el ramo asser燰n los versos; los hab燰 para toda clase de 
      flores y Pilar hab燰 aprendido unos cortos, teniendo en cuenta [26] la 
      monja que se los hab燰 ense鎙do su car塶ter t璥ido. Deb燰 la ni鎙 
      depositar unas rosas a los pies de la sagrada imagen.
           Los ramos fueron llevados a las colegialas desde sus casas y eran 
      casi todos preciosos, m嫳 o menos grandes, pero de buen gusto y de valor. 
      S鏊o Pilar no ten燰 flores y no se hab燰 atrevido a pedir a su madre que 
      hiciese el sacrificio de gastar ese dinero por ella.
           -La Virgen sabe, pensaba, que yo le dar燰 las plantas m嫳 bellas si 
      de mi voluntad dependiese; pero las personas que vean que no llevo mi 
      ofrenda como mis condisc甑ulas, pensar嫕 que soy menos buena que ellas, 
      menos creyente.
           Y la pobre ni鎙 lloraba con verdadero desconsuelo.
           Sor Juana de la Cruz, la monja que daba las lecciones de labores y de 
      catecismo, no hab燰 dejado de observar a la colegiala y no tarden 
      comprender lo que pasaba en su interior. Sab燰 la mala posici鏮 de la 
      madre de Pilar, y, deseando remediar aquella pena, buscpor el jard璯 
      algunas rosas, pero no hab燰 quedado ni una, todas se hab燰n cortado para 
      adornar los altares de la iglesia, especialmente el mayor donde estaba 
      colocada la Virgen del Amor Hermoso. La religiosa no quer燰 quitar ni una 
      flor de all ya no eran suyas ni de sus compa鎑ras, pertenec燰n a aquella 
      Madre representada por una escultura preciosa. Sor Juana de la Cruz baja 
      la iglesia para acabar de arreglarla y Pilar la sigui [27]
           -燐e da Vd. permiso para rezar y meditar un rato? Dijo la ni鎙.
           -S hija m燰, respondila hermana.
           La colegiala se arrodillen un reclinatorio, cubriel rostro con 
      sus manos para no distraerse y permaneciasmucho tiempo.
           Sor Juana iba y ven燰 de un lado para otro. Pilar oya una criada 
      que la llamaba, notque la hermana sal燰 del templo, que estaba fuera 
      algunos minutos, que volv燰 a entrar, que continuaba su faena. Tan pronto 
      pasaba rozando el traje de la ni鎙 como estaba al otro extremo de la 
      iglesia. Luego todo queden silencio, la monja se marchdejando sola a 
      su disc甑ula.
           宄ta rezaba y meditaba siempre. Ped燰 a la Virgen que hiciese un 
      milagro para ella, que le enviase siquiera una flor para devolv廨sela 
      enseguida. Su bello ideal era tener una de aquellas rosas que hab燰 visto 
      en el jard璯 de la presidenta un d燰 en que fue a paseo con sus compa鎑ras 
      y Sor Juana. Eran muy grandes, con much疄imos p彋alos y a trav廥 de la 
      verja hab燰 aspirado su delicado aroma al mismo tiempo que admiraba sus 
      bellos matices.
           Aquello era un sue隳, 盧鏔o hab燰 de tener la ni鎙 pobre y 
      desamparada una flor semejante?
           Pilar estaba muy cansada y comprendique sus rodillas no pod燰n 
      sostenerla ya m嫳. 澤caso no le permitir燰 la Virgen sentarse para 
      continuar orando?
           Sab燰 que la gracia implorada en tal d燰 se la [28] hab燰 de 
      conceder. Su sola aspiraci鏮 era aprender muchas cosas para cuando saliera 
      del colegio dar lecciones llevando con el producto de ellas el bienestar y 
      el descanso a su madre. Las monjas la proteger燰n, como hab燰n hecho con 
      otras ni鎙s que tuvieron igual idea. Su madre no trabajar燰 m嫳, todo lo 
      har燰 ella con la ayuda del cielo y de sus buenas profesoras...
           Pilar se senty cerrlos ojos para no distraerse con las luces, las 
      flores y alguna persona de la casa que entraba de vez en cuando en la 
      iglesia.
           A las cinco en punto se abrieron las puertas del templo. La ni鎙, 
      suponiendo que ya no podr燰 rezar m嫳 hasta que lo hiciese con sus 
      compa鎑ras, abrilos ojos. Arreglmaquinalmente los pliegues de su velo 
      y al dejar caer las manos sobre la falda sus dedos tropezaron con un 
      objeto fresco y hedo. Miry vio atadas con una cinta de seda blanca 
      seis rosas de tama隳 excepcional, quiz嫳 aun mayores que las del jard璯 de 
      la presidenta del colegio. El perfume que exhalaban era embriagador, pero 
      Pilar no lo hab燰 advertido por el fuerte olor a flores que hab燰 en la 
      iglesia.
           澧鏔o pintar su asombro y su entusiasmo al tener en sus manos aquel 
      ramo prodigioso que miraba como un obsequio de la Virgen? ﹔ufeliz era 
      la ni鎙 y con cu嫕ta emoci鏮 dio las gracias a la Madre del Amor Hermoso!
           Nadie le preguntde d鏮de le hab燰n tra獮o [29] tan bellas flores. 
      Algunas de las condisc甑ulas de Pilar las miraron con envidia o con 
      sorpresa.
           Pasla funci鏮 religiosa en medio del mayor recogimiento y al final 
      fueron las ni鎙s que hab燰n hecho la primera comuni鏮 por la ma鎙na a 
      depositar sus ramos de flores a los pies de la Virgen recitando al propio 
      tiempo las poes燰s que les hab燰n ense鎙do. La tima fue Pilar, siendo 
      grande el asombro de todos los que la escucharon cuando dijo los versos 
      con tanto fervor religioso y tanta entereza como nadie la hubiese cre獮o 
      capaz dado su car塶ter apocado.
                                   Virgen del Amor Hermoso,
            ︸eja que madre te llame!
            No hay un coraz鏮 piadoso
            que m嫳 que el m甐 te ame.
               Mis plegarias fervorosas
            lleguen hasta ti, Mar燰,
            y acepta estas bellas rosas
            a la vez que el alma m燰.
           Todos se conmovieron al o甏 a la ni鎙 recitar estos ocho renglones.
           Recibila felicitaci鏮 de sus profesoras y de la presidenta que, al 
      regalar a las colegialas recordatorios de la solemne fiesta de aquella 
      ma鎙na, dio a Pilar el m嫳 bonito.
           S鏊o a su madre y a sor Juana de la Cruz contla ni鎙 lo que ella 
      llamaba el milagro de las rosas. La monja sonridulcemente al o甏 [30] 
      aquel relato y luego, abrazando a su disc甑ula, le dijo:
           -Ama mucho a la Virgen y siempre te proteger En cualquier 
      contrariedad que tengas en la vida, acu廨date del d燰 de tu primera 
      comuni鏮 y encontrar嫳 alivio a tus penas y consuelo en tus dolores.
      [31]
      Junio
      La noche de San Juan
           Poco antes de dar las doce el reloj del Ayuntamiento, las 
      veinticuatro como decimos hoy, se hallaban reunidos casi todos los 
      habitantes de Aldeachica en una gran plazoleta en la que se elevaban 
      gigantescos 嫫boles y en cuyo centro hab燰 una hermosa fuente. [32]
           La noche era clara y serena, una noche de est甐 en la que se 
      respiraba con delicia el aroma de las flores del campo y de las plantas 
      que crec燰n en los montes. La tierra estaba cubierta de hierba y entre 
      ella luc燰n sus galas algunas margaritas y amapolas.
           A corta distancia se divisaba el pueblo que no tendr燰 m嫳 de 
      cincuenta casas y una iglesia peque鎙. Hab燰 varias huertas a la entrada y 
      a la salida del bosque y en 廥te la plazoleta donde se hallaban los 
      aldeanos al terminar el 23 de junio y dar principio el 24. M嫳 lejos se 
      elevaban las obscuras monta鎙s con grandes manchas verdes que eran pinos 
      en unas, zarza y retama en otros.
           Un grupo de j镽enes de ambos sexos que se hab燰 internado en el 
      bosque se acercaba entonando la conocida canci鏮:
                                                           ...El tr嶵ol, el 
            tr嶵ol,
            a coger el tr嶵ol la noche de San Juan.
           Al dar las doce, los j镽enes y los ni隳s metieron sus cabezas en el 
      pil鏮 de la fuente entre grandes risas de las mozas y de las ni鎙s que por 
      no descomponer sus peinados renunciaban gustosas a aquella parte del 
      programa con que se inauguraban los festejos. Luego empezaban las disputas 
      sobre qui幯 se hab燰 zambullido el primero, disputas que por milagro de 
      Dios no acabaron como otras veces a garrotazos.
           Los habitantes de Aldeachica se entregaron [33] despu廥 a la inocente 
      ocupaci鏮 de buscar entre la hierba el tr嶵ol para ver qui幯 hallaba el de 
      cuatro hojas que es el que proporciona la felicidad. Era dif獳il la tarea 
      por ser el tr嶵ol muy peque隳, y apenas encontraban uno, aunque fuese de 
      tres hojas, lanzaban gritos de alegr燰, que repet燰 el eco como si 
      quisiera asociarse al contento de aquellos buenos campesinos.
           Al fin una ni鎙 de diez a once a隳s, rubia, p嫮ida y revelando en su 
      semblante privaciones y sufrimientos, dijo mostrando la peque鎙 planta que 
      hab燰 buscado con tanto af嫕:
           -,quest aquestel tr嶵ol de cuatro hojas!
           Todos los aldeanos la rodearon felicit嫕dola.
           Aquella pobre criatura era hija de una viuda que ten燰 cuatro ni隳s 
      m嫳, tres menores que ella, uno un poco mayor. Aunque la madre trabajaba 
      mucho, no reun燰 lo suficiente para sostener a tan numerosa familia. 
      Pasaban hambre, apenas ten燰n ropas con que cubrir sus cuerpos y viv燰n en 
      una de las m嫳 miserables casas del lugar. Hab燰 allmuy pocos medios de 
      ganar dinero y ninguno para hac廨selo ganar a los dem嫳.
           La ni鎙 se llamaba Margarita y su hermano mayor Mauricio. La primera 
      puso el tr嶵ol entre sus cabellos sujet嫕dolo con una horquilla.
           Luego empezel baile que durhasta la madrugada. Un mozo del 
      pueblo, el hijo del juez, se acerca Margarita y le dijo: [34]
           -Si me das el tr嶵ol que te has encontrado pago por 幨 una peseta.
           La ni鎙 se lo quitde su cabeza, dirigia aquellas cuatro hojitas 
      una triste mirada, se las dio al que todos llamaban en la aldea el 
      se隳rito y recibiuna moneda de plata que representaba para ella la 
      comida de aquel d燰, esto es, un poco de descanso, para su infeliz madre.
           Luego Margarita y su hermano se fueron a su casa para dormir un poco 
      y levantarse para ir a las diez a la funci鏮 de iglesia en la que dir燰 el 
      serm鏮 un cura que iba de la ciudad expresamente para eso.
           El se隳rito se retirdel bosque cuando era ya de d燰, pero habiendo 
      querido presenciar todas las fiestas, hasta por la noche no se encontra 
      solas en su cuarto. Ya en 幨 se dijo:
           -Cuenta la tradici鏮 que el poseedor del tr嶵ol de cuatro hojas 
      recibe por cada una de ellas un beneficio. Uno de estos serseguramente 
      la fortuna y si la obtengo me marcharde este villorrio para llevarme una 
      gran vida en la capital. Adi鏀 entonces todo lo que aqume aburre, las 
      amonestaciones de mi madre, las rancias ideas de mi padre, el inevitable 
      trato con estos rticos, los apuros de dinero y tantas molestias como me 
      agobian. ﹔ufeliz voy a ser y qubuena vida me he de dar!
           Arrancuna de las hojas, luego otra y otra y al fin la cuarta. Las 
      hojitas en vez de caer al suelo flotaron un momento por el aire y despu廥 
      [35] impulsadas por una suave brisa, salieron por la ventana no 
      deteni幯dose hasta la casa de Margarita donde entraron y fueron a posarse 
      a los pies de la ni鎙. 宄ta vio con asombro que su humilde habitaci鏮 mal 
      alumbrada por un cabo de vela, se cubr燰 de una espesa niebla, luego se 
      iluminaba con una luz rosada y a su resplandor divisa cuatro mujeres de 
      sin igual belleza, vestidas de blanco y llevando en sus manos diferentes 
      objetos. Se adelantuna y dijo a Margarita:
           -Yo soy la riqueza que nunca acaba.
           -Yo, a鎙diotra de las j镽enes, soy la felicidad eterna.
           -Yo, murmurotra, soy la hermosura que no se marchita.
           -Yo, terminla cuarta, soy la virtud que no muere.
           La primera entrega la ni鎙 una caja llena de oro, que ella puso 
      sobre una mesa; la segunda un talism嫕; la tercera una joya, que Margarita 
      dejigualmente; la tima una flor de plata que conserven su mano 
      d嫕dole preferencia sobre los otros dones, por ser el emblema de la 
      virtud; pero las cuatro mujeres le dijeron:
           -Todo es para ti, cada una de las hojas del tr嶵ol te concede una 
      gracia y ser嫳 rica, feliz, bella y virtuosa. Compartir嫳 tu fortuna con 
      tu familia porque el oro de esa caja no tendrfin...
           -Pero, interrumpila ni鎙, eso no serm甐, porque yo he vendido el 
      tr嶵ol a un hombre. [36]
           -Los bienes que produce el tr嶵ol son para el que lo halla, no para 
      el que lo compra. Al arrancar las hojas el que te lo ha pagado nos ha 
      hecho presentarnos aqu Adi鏀 afortunada ni鎙, nosotras te protegeremos y 
      te amaremos siempre.
           -Adi鏀, respondiMargarita, que estaba at鏮ita, adi鏀 y gracias. Yo 
      nunca os olvidar
           Se desvanecila visi鏮, se disipla niebla, pero allquedaron los 
      objetos con que la ni鎙 hab燰 sido obsequiada.
           Un grupo de muchachos pasaba por la calle cantando:
                                          A coger el tr嶵ol la noche de San 
Juan.
           Pero ninguno encontrel de cuatro hojas que crece entre la hierba.
           Y mientras el se隳rito continuaba aburri幯dose en el pueblo, la 
      modesta familia de Margarita viv燰 rica, feliz, en aquella casita en que 
      hab燰 nacido, agrandada y restaurada, habiendo comprado tierras en las que 
      trabajaba Mauricio, pudiendo recibir los ni隳s esmerada educaci鏮, siendo 
      todos por su excelente comportamiento y su ventura, la envidia de los 
      malos y la alegr燰 de los buenos.
      [37]
      [39]
      El est甐
           Cuando en el verano volviD. Mario Pe鎙lver al pueblo con el objeto 
      de permanecer allbreves d燰s como de costumbre, Mercedes y Rafael, que 
      le esperaban impacientes, fueron en el coche con su padre a recibirle a la 
      estaci鏮.
           El anciano les llevaba libros y juguetes comprados en Madrid, que los 
      ni隳s le agradecieron mucho.
           El padrino vio en su posesi鏮 los 嫫boles cargados de frutos, el 
      trigo segado, y se regocijcuando supo que sus ahijados se hab燰n 
      entretenido por las tardes trillando en las eras. Estaban fuertes y 
      robustos y aquella vida campesina les probaba muy bien.
           Quiso D. Mario al d燰 siguiente de su llegada hacer una visita a sus 
      colonos y a ella le acompa鎙ron su sobrino, la esposa de 廥te y Mercedes y 
      Rafael.
           Enterados los labradores del proyecto del amo, hab燰n levantado arcos 
      de ramaje por donde ten燰 que pasar y al acercarse el interesante grupo 
      lanzaron al aire un sin fin de cohetes de los que a causa de ser de d燰 
      s鏊o se vio un poco de humo oy幯dose en cambio un ruido atronador. [40] 
      Las mozas y los mozos se hab燰n puesto sus trajes de gala, llevando ellas 
      en sus cabellos flores silvestres. Los ni隳s y las ni鎙s cantaron un himno 
      dando al se隳r la bienvenida, y todos, sin distinci鏮 de sexo ni edad, 
      vitorearon a su se隳r con entusiasmo sincero y verdadero jilo. El 
      anciano estaba profundamente conmovido.
           Rafael, que conoc燰 a cuantos chicos viv燰n por all observque 
      faltaban jacinto y Le鏮, dos hijos de otros tantos guardas de aquellas 
      tierras. 激star燰n enfermos? Vio a sus madres que iban juntas y que eran 
      algo parientas e 璯timas amigas.
           -璣 los ni隳s? Les preguntel hermano de Mercedes.
           -Se han quedado en casa castigados, contestuna de las mujeres.
           -Y atados, contestla otra, porque si no se escapar燰n.
           -燕ues quhan hecho? InterrogD. Mario que iba cerca y se hab燰 
      enterado de la conversaci鏮.
           -Son muy malos, se隳r, murmuruna de las madres. Matan a los 
      pajaritos en sus nidos, destruyen o echan agua en los hormigueros, 
      estropean las plantas con piedras o palos y no hay quien haga carrera de 
      ellos.
           -燉os re劖s por todo eso, verdad?
           -S se隳r, les re鎴mos, les pegamos, les dejamos sin comer, les 
      encerramos...
           -璣 no hab嶯s probado hablarles con dulzura? [41]
           -燕ara qu Replicuna de ellas; no hab燰n de hacernos caso.
           -﹔ui幯 sabe! Habr燰 que intentarlo. 激st嫕 cerca de aqu
           -S se隳r, en aquella casa que se ve a la derecha, les hemos dejado 
      juntos, pero est嫕 sujetos a las sillas y no pueden marcharse.
           Quiso D. Mario ver a los muchachos y entrcon las madres de 廥tos, 
      sus sobrinos y los ni隳s en una gran sala del piso bajo de una de las 
      viviendas que daba de balde a sus guardas.
           Los culpables estaban alla bastante distancia el uno del otro, 
      atados y sufriendo su castigo de muy distinto modo. Le鏮, lleno de rabia, 
      lloraba a gritos, lanzando imprecaciones por aquella boca que s鏊o frases 
      hermosas y sencillas debiera pronunciar.
           Jacinto estaba avergonzado, con la cabeza inclinada sobre el pecho, 
      inundadas de l墔rimas las mejillas y sin pronunciar una sola palabra.
           A 幨 se acercprimero D. Mario y le preguntcon cari隳:
           -燕orqumatas a los pajaritos de Dios? 燕orqudeshaces los 
      hormigueros? 燜e hacen da隳 las aves o las hormigas? 燜e molestan en algo?
           -No, se隳r, murmurel ni隳.
           -Los p奫aros, prosiguiel anciano, nos alegran con sus cantos, 
      destruyen en los campos mil insectos da鎴nos para nuestras cosechas y las 
      hormigas son trabajadoras e inofensivas. Infatigables, [42] durante el 
      verano, llevando a veces pesos muy superiores a sus fuerzas, guardan para 
      el invierno lo que encuentran ahora en su camino sin que nada las arredre 
      y dando ejemplo a muchos hombres de laboriosidad. 澦as pensado t alguna 
      vez en esto?
           -No, se隳r, repitiel ni隳, no lo sab燰 siquiera.
           -燉o haces porque te lo manda tu compa鎑ro?
           Jacinto guardsilencio no queriendo acusar a su amigo.
           El anciano se aproximdespu廥 a Le鏮, que no cesaba de gritar.
           璣 t le preguntD. Mario, por qumaltratas a los animales? 燕or 
      qutienes tan mal coraz鏮?
           -Porque me son antip嫢icos, respondiel muchacho, y porque puedo 
      destruirlos siempre que se me antoje; son menos fuertes que yo, no me 
      hacen frente.
           -Ya os conozco a los dos, repuso el caballero, y si vuestros padres 
      me hacen caso, cual espero, separarla ciza鎙 del trigo, como hacen los 
      labradores. Que Jacinto no vea m嫳 a Le鏮, que su madre le aconseje bien, 
      y no tardaren modificar lo que m嫳 que malos instintos es influencia 
      perjudicial de su amigo. En cuanto a Le鏮, le encerraremos en un colegio, 
      que casi, sea un correccional, donde cambien r璲idos maestros su natural 
      perverso. 澤ceptan ustedes? [43]
           -Y muy reconocidas, dijo la madre del ni隳 malo.
           -Cuando yo vuelva para el oto隳 ya me informarde si en estas 
      criaturas se ha operado el cambio que espero y deseo.
           Siguieron paseando despu廥 y D. Mario pregunta sus ahijados su 
      opini鏮 respecto a lo que hab燰 de hacerse con las aves y las hormigas.
           -A nosotros, dijo Mercedes, nos gustan mucho los p奫aros y no 
      consentimos que nadie se acerque a los nidos. Cerca de los hormigueros 
      echamos granos de trigo o de arroz y miguitas de pan y nos entretenemos 
      viendo c鏔o las hormigas se lo llevan, desapareciendo todo en un momento 
      porque salen muchas a trabajar, aun las m嫳 peque鎙s que apenas pueden con 
      su carga.
           Hab燰n llegado a un extenso maizal en el que crec燰n altivos y 
      gallardos algunos girasoles.
           -﹔uflor tan grande! ExclamRafael.
           -‥嫳tima que no huela! A鎙diMercedes.
           -Sa prop鏀ito de ella una f墎ula, dijo el padrino.
           -燒os la quieres recitar?
           -Con mucho gusto.
           Y el anciano empezde esta manera:
                                         Dice m嫳 de un ser grave     
            que igual la fuente que la flor y el ave
            saben hablar desconocido idioma
            que es en la fuente su rumor suave [44]
            y en la planta quiz嫳 es el aroma.5
            Esto es sin duda un hecho, aunque asombroso,
            pues yo sque una tarde placentera
            un girasol soberbio y jactancioso
            enojado exclamde esta manera:
            -Orden da de cortar todos los d燰s10
            menudas flores, de este parque el amo,
            cuando con s鏊o cuatro de las m燰s
            puede formarse un elegante ramo.
            。鏔o el alma se enga鎙, cu嫮 se ofusca!
            Mis p彋alos de oro nunca observa15
            y a la violeta busca
            que se esconde medrosa entre la hierba.
            No admira mi arrogancia, mis colores,
            al pasar a mi lado,
            『o, que debiera ser entre las flores20
            lo que el Sol a otros astros comparado!
            Y esto escuchando, replicuna fuente
            que era a aquella cuesti鏮 indiferente:
            -Te quejas sin raz鏮, pues ten en cuenta
            que una lecci鏮 te ofrece el mundo, donde25
            se desprecia al que m廨itos ostenta
            premiando en cambio a aquel que los esconde.
            Es la modestia un don, puro, precioso,
            que halla para lucir propio destello;
            comprende, vanidoso,30
            que no siempre lo grande y lo vistoso
            suele ser lo m嫳 il y m嫳 bello.
            [45]
           -Esto es verdad, padrino, dijo la ni鎙 cuando acabde recitar la 
      f墎ula el anciano. Yo s[46] que todas las plantas sirven para algo, t
      me lo has dicho y paptambi幯 me lo ha explicado muchas veces, pero no 
      son igualmente bellas. Un ramo de girasoles no me gustar燰, no ser燰 
      bonito, ni elegante, ni tendr燰 buen olor. La fuente le dio una lecci鏮 
      dici幯doselo y no hay duda de que la aprovechar燰.
           El paseo se prolonghasta el anochecer. Ya el sol se hab燰 ocultado 
      detr嫳 de las monta鎙s; volv燰n del campo las carretas tiradas por bueyes 
      cargadas de heno formando una masa enorme; los trabajadores regresaban a 
      sus hogares felices y tranquilos; algunos entonaban dulces o alegres 
      canciones que el eco repet燰. Los p奫aros se recog燰n en sus nidos y no se 
      o燰 el canto del gallo ni el arrullo de las palomas.
           La campana de una aldea poco distante, compuesta de dos docenas de 
      casas y una iglesia, lanzlos nueve ta鎴dos de la Oraci鏮 y D. Mario y 
      sus acompa鎙ntes se detuvieron quit嫕dose los sombreros el anciano, su 
      sobrino y Rafael.
           -El 聲gel del Se隳r anuncia Mar燰... empezel padrino.
           Y despu廥 que rezaron el Angelus se dirigieron hacia su casa en la 
      que entraron ya de noche.
           燎ecordar嫳 para ma鎙na alg cuento? PreguntMercedes al due隳 de 
      aquellas vastas tierras.
           -S contest幨, traigo preparados los que corresponden a los tres 
      meses del est甐. [47]
           -Los oiremos con mucho gusto, dijo Rafael.
           -Y los aprenderemos para repetirlos despu廥 a otros ni隳s, a鎙di
      Mercedes.
           Cumpliendo lo ofrecido, D. Mario narrcon voz clara y facilidad de 
      palabra los tres siguientes cuentos:
      [48]
      Julio
      El sue隳 del segador
           Florencio era un galleguito que hab燰 abandonado su po彋ica aldea 
      para ir a una tierra distante con una cuadrilla de segadores. Era la 
      primera vez que se hab燰 separado de su madre, una buena mujer que, seg 
      probaba su fe de bautismo, era todav燰 bastante joven, pero que por su 
      aspecto parec燰 una vieja. 匜 la ve燰 con los ojos del alma con el hermoso 
      cabello negro cuajado de hilos de plata, la mirada triste, las manos 
      encallecidas por el trabajo, los pies desnudos, mal vestida con miserables 
      ropas. Florencio no ten燰 padre, hab燰 muerto en un naufragio, y el resto 
      de su familia lo compon燰n [49] dos rapazuelas rubias y sonrosadas, 
      demasiado ni鎙s a para ayudar a la madre en sus faenas. Ten燰n allen 
      el pueblo una casita y una tierra rodeada de altos maizales. Una parra que 
      daba en el oto隳 grandes racimos de uvas negras y algunas hortalizas 
      constitu燰n toda la fortuna de aquella pobre gente.
           El bello ideal de la buena mujer era tener una vaca, pero, a pesar de 
      la incre燢le econom燰 con que viv燰, aunque hac燰 puntillas primorosas 
      para venderlas por los pueblos cercanos, era muy poco lo que hab燰 logrado 
      reunir en varios a隳s de trabajo incesante. Para llevar alg dinero a su 
      madre, hab燰 partido Florencio de su aldea.
           -Si yo tuviese veinte duros m嫳 de lo que puedo ganar segando, se 
      dec燰, mi madre comprar a una vaca de aquellas rojas y peque鎙s de mi 
      pueblo que dan tan buena leche y que nos proporcionar燰 alimento a 
      nosotros y dejar燰 bastante para vender.
           Mi madre trabajar燰 en sus puntillas como ahora, pero no labrar燰 la 
      tierra, que esto lo har燰 yo; y mis hermanitas llevar燰n la leche a 
      algunas casas donde nos han dicho que la comprar燰n si tuvi廨amos una 
      vaca. ﹖i me atreviese a jugar a la loter燰! Pero... 篡 si no me cae y 
      pierdo el dinero?
           Fija esta idea en su mente, le dijo a un segador de la cuadrilla en 
      que trabajaba si quer燰 jugar con 幨, 廥te acepty convinieron en que 
      Florencio tomar燰 un d嶰imo de tres pesetas, [50] dando la mitad del 
      dinero cada uno. El d嶰imo lo guardel hombre que entregen un papel el 
      nero al muchacho, mal escrito, pero bastante claro para que se pudiera 
      leer.
           Pasaron unos d燰s, llegel sorteo, se publicla lista, y el segador 
      dijo a Florencio:
           -Mala suerte hemos tenido, no nos ha tocado nada; puedes romper el 
      papel que te di con el nero.
           Pero el galleguito no lo rompiaunque dijo al otro que lo hab燰 
      hecho.
           Tocaban a su t廨mino las faenas que a aquel campo les llevaron. La 
      siega estaba hecha, no sin trabajo porque el sol abrasaba. A la hora de la 
      siesta se echaba toda la cuadrilla a dormir en [51] el campo, buscando la 
      poca sombra que hab燰, ya junto a una tapia, ya al pie de un 嫫bol. Aquel 
      mes de julio hab燰 sido de un calor excepcional y los pobres segadores, 
      sudorosos, jadeantes, deseaban ardientemente volver a sus pueblos de 
      Galicia a aspirar el aroma de sus campos, a disfrutar sus suaves brisas, a 
      admirar sus altivas monta鎙s, a comer los sabrosos frutos de sus 嫫boles o 
      de sus vi鎙s. Mal vestidos, peor alimentados, cubiertas las cabezas con 
      grandes sombreros de paja que apenas les preservaban de los rigores de la 
      estaci鏮, contaban los d燰s que les quedaban de aquel penoso trabajo que 
      ya felizmente iba a terminar.
           Una tarde, la pentima que hab燰n de permanecer all Florencio 
      dorm燰 tranquilamente en lo m嫳 lejano de aquel campo extenso, con el 
      sombrero echado sobre su cara para evitar los rayos del sol. So嚧 que un 
      ni隳 de rostro precios疄imo se hab燰 acercado a 幨 poniendo en su mano un 
      billete de banco de cien pesetas, dici幯dole:
           -Toma, este es el dinero que necesita tu madre para comprar la vaca 
      peque鎙 y roja que ha de llevar la holgura a tu casa.
           Antes de que 幨 le diera las gracias, el ni隳 hab燰 abierto unas alas 
      como de paloma y hab燰 remontado el vuelo, subiendo tanto, tanto, que no 
      hab燰 tardado en perderle de vista. Cuando Florencio se desperta 
      faltaba media hora para que se reanudasen los trabajos. Ten燰 deseos [52] 
      de andar un poco antes de emprender la faena y se paseentre los haces de 
      trigo que alfombraban el campo. De repente se detuvo porque sus pies 
      hab燰n tropezado con un objeto. Era una cartera de piel bastante grande y 
      muy abultada. El ni隳 se senten el suelo, la abriy queddeslumbrado. 
      Estaba llena de billetes de banco y de monedas de oro. Aquello 
      representaba una fortuna, hab燰 dinero para comprar muchas vacas, para 
      proporcionar la alegr燰 y la riqueza a su buena madre y a sus hermanitas, 
      las rapazuelas de cabellos rubios. Se guardla cartera en el bolsillo de 
      su blusa y continumeditabundo su paseo. Aquel dinero no era suyo, aquel 
      dinero pod燰 ser de alguno que lo necesitase... 篙endr燰 derecho a 
      quedarse con 幨?... [53] ﹖i no lo reclamase nadie! Su conciencia de ni隳 
      bueno y honrado le dec燰 que era preciso restituir lo que la casualidad le 
      hab燰 hecho encontrar.
           Vio de lejos al amo que buscaba algo entre los haces de trigo; 
      parec燰 contrariado y de mal humor. Sin duda hab燰 幨 perdido la cartera.
           、ah! El amo era rico y aquel pu鎙do de billetes no representar燰 
      gran cosa ni har燰 mella en su fortuna. Florencio estaba casi decidido a 
      no devolver la cartera; miral cielo como para consultarle y fe pareci
      que allarriba, muy alto, casi junto al sol se alejaba el angelito con el 
      que so鎙ra, agitando las alas y llorando por la maldad de los hombres.
           Florencio se dirigial sitio donde estaba el amo y le preguntcon 
      voz tr幦ula:
           -Se隳r, 窺e le ha perdido a Vd. alguna cosa?
           El amo contestun tanto alterado:
           -S una cartera grande con dinero que necesitaba para un pago que 
      ten燰 que hacer hoy.
           -Aquest murmurel ni隳 entregando el objeto encontrado.
           El hombre abrila cartera, contlo que conten燰, vio que nada 
      faltaba, mircon sorpresa al muchacho y guardando el dinero, dijo:
           -Estbien, has cumplido con tu deber, ser嫳 siempre un hombre 
      honrado.
           Y se alejsin darle nada.
           Florencio emprendisu trabajo feliz al saber que era digno de 
      aquellas palabras. Hab燰 tenido la fortuna en su mano, pero no ignoraba 
      que [54] por ese medio su madre la hubiera rehusado. Ya no hab燰 vaca, por 
      aquel a隳 al menos.
           El galleguito que hab燰 pasado la tarde ayudando a encerrar el trigo 
      en el granero, notla ausencia del hombre que hab燰 jugado a la loter燰 
      con 幨; lo participa sus compa鎑ros de trabajo; ninguno le hab燰 visto. 
      Ya casi de noche, unos segadores le hallaron en medio del campo, tendido 
      en el suelo; hab燰 muerto de una insolaci鏮. Avisaron al amo, que le hizo 
      trasladar a su casa dando parte al juez de lo ocurrido.
           Grande fue el asombro de todos al encontrar cosida al chaleco de 
      aquel miserable una bolsa que conten燰 cerca de dos mil duros en billetes. 
      澳e d鏮de pod燰 proceder aquel dinero?
           Un viejo alto y seco, al que llamaban el t甐 Camillas, paisano del 
      difunto y de Florencio, un hombre que era todo bondad, todo coraz鏮, llam
      aparte al amo y le dijo:
           -El segador que ha muerto hab燰 jugado un d嶰imo a la loter燰 con ese 
      chiquito que traje este a隳 a la cuadrilla recomendado por su madre; 幨 
      dijo que no hab燰 ca獮o nada, pero 穌ui幯 sabe si enga嚧 al muchacho y se 
      guardel dinero ganado?
           El amo interroga Florencio, 廥te le ense嚧 el papel con el nero y 
      poco se tarden saber que el d嶰imo hab燰 sido uno de los agraciados con 
      el premio mayor.
           De aquel dinero hizo el due隳 de aquellos campos dos partes, una que 
      destinal afortunado [55] ni隳, otra que dio al t甐 Camillas para la 
      viuda y los hijos del muerto. Recomendal viejo que no se separase del 
      muchacho hasta entreg嫫sele a su madre.
           El jilo de Florencio no ten燰 l璥ites. 。u嫕tas vacas podr燰 
      comprar con aquellos billetes!
           El amo, que los hab燰 guardado en una cartera, se la dio al ni隳 del 
      que se despidicon el mayor afecto. El viejo y su acompa鎙nte partieron 
      para su tierra.
           En el tren se durmiFlorencio y so嚧 que el angelito que ya se le 
      hab燰 presentado otras veces, bello y sonriente, hab燰 metido algo dentro 
      de la cartera que le dio el amo; la misma acaso que 幨 encontrara.
           Cuando llega su pueblo donde le esperaban ansiosas su madre y sus 
      hermanitas, al contarles lo ocurrido, puso sobre una mesa los billetes de 
      banco y vio sorprendido que hab燰 adem嫳 de los mil duros cincuenta m嫳 
      que todos supusieron le hab燰 regalado el amo en premio de su honradez; 
      todos a excepci鏮 de Florencio, que creysiempre los hab燰 puesto con los 
      otros billetes el angelito de su sue隳.
           El t甐 Camillas, que no ten燰 familia ninguna, se fue con Florencio y 
      la suya y con ellos vivifeliz y tranquilo siendo considerado por la 
      mujer como si fuera su padre y querido por los ni隳s como si hubiese sido 
      su abuelo.
           En aquella casa reinaron para siempre la paz y la felicidad. [56]
      Agosto
      La Procesi鏮
           Aquellas dos ni鎙s hu廨fanas de madre, a las que 廥ta hab燰 llamado 
      siempre Consuelo y Gracia, inspiraban la mayor compasi鏮 a todas las 
      vecinas del barrio. El padre, un hombre sin creencias, continuamente 
      metido en las tabernas [57] bebiendo o jugando ten燰 a las pobres 
      criaturas en el mayor abandono. A poco de casarse se hab燰 marchado a 
      Am廨ica, hab燰 estado seis a隳s en Chile y el Perregresando con alg 
      dinero y con aquellas ni鎙s a las que 幨 s鏊o nombraba Chilena y Panam
           -、i que fueran perras! Exclamaban las buenas mujeres que viv燰n 
      cerca de aquella familia: esos no son nombres cristianos.
           El hombre, que se llamaba Gilberto, hab燰 prohibido a su esposa que 
      hablase de religi鏮 a las ni鎙s y que les ense鎙se a rezar, pero la 
      excelente madre cuando el marido se ausentaba, procuraba inculcar en 
      aquellas tiernas almas los bellos sentimientos de que se hallaba adornado 
      su coraz鏮, haci幯doles repetir las oraciones que eran un lenitivo para 
      sus pesares. Por desgracia la buena mujer muricuando m嫳 falta hac燰 
      dejando a aquellas ni鎙s solas.
           Gilberto era muy malo. Cuando 幨 sal燰 echaba la llave a su puerta y 
      las criaturas se quedaban encerradas. Les daba poco de comer, las [58] 
      dejaba que fuesen cubiertas de harapos, y 幨 gastaba lo que le restaba del 
      dinero que trajo de Am廨ica en darse la mejor vida posible.
           Una se隳ra vecina suya se atrevia decirle un d燰:
           -Deb燰 Vd. de llevar las ni鎙s a un colegio; se van a criar como unas 
      salvajes.
           -Ya he pensado en ello, respondi幨. Van a fundar una escuela 
      protestante y en cuanto el proyecto se realice se pasar嫕 allmuchas 
      horas.
           -Los cat鏊icos del pueblo, que somos casi todos sus habitantes, 
      impediremos que la escuela se funde.
           -Pues si lo logran Vds., replicGilberto, Chilena y Peruana seguir嫕 
      encerradas como ahora porque asme conviene a mque soy su padre. Nadie 
      m嫳 que yo tiene derecho y autoridad sobre esas ni鎙s que de nada me 
      sirven. Si su madre hubiese vivido m嫳 tiempo, dej嫕dolas mayores, me 
      hubiesen sido iles ayud嫕dome con su trabajo a ganar la vida, pero as
      tan peque鎙s est嫕 de sobra para m
           Las pobres ni鎙s fueron creciendo en el mismo abandono, sin hablar 
      con ninguna persona, no paseando m嫳 que por el patio que hab燰 a espaldas 
      de su casa y cuyas altas tapias les imped燰n ver las viviendas de sus 
      vecinos.
           Una hermosa tarde del mes de Agosto, el d燰 15, se hallaban las dos 
      hermanitas jugando cuando oyeron una mica lejana. [59]
           -熹usereso, Chilena? Preguntla menor.
           -No s respondila otra. Es una cosa muy bonita y dar燰 algo bueno, 
      si lo tuviera, por ver c鏔o son los instrumentos que tocan.
           -熹uieres, prosiguila que llamaban Peruana, que probemos a traer la 
      escalera de mano que hay en casa y nos subamos por ella a la tapia?
           -Pesarmucho.
           -La traeremos arrastr嫕dola cuando nos falten las fuerzas.
           Y dicho y hecho. Las dos chicuelas entraron en la casa, cuyas 
      ventanas que daban a la calle estaban cerradas siempre, cogieron la 
      escalera de mano y no sin dificultad ni trabajo la sacaron al patio y la 
      arrimaron al muro. Una vez logrado esto subiprimero la peque鎙 ayudada 
      por la mayor, y se senten el borde de la tapia; despu廥 hizo lo propio 
      la otra ni鎙.
           A su vista apareciun hermoso campo con altos 嫫boles, terrenos 
      sembrados de hortalizas y una larga calle de 嫮amos a lo timo de la cual 
      se divisaba una torre con una cruz, la capilla de la Virgen que hac燰 a隳s 
      no hab燰n visitado, desde mucho antes de morir su madre. Por la alameda 
      ven燰 la procesi鏮 para llevar la imagen sant疄ima a la parroquia donde se 
      cantaba una solemne Salve y volv燰 luego cruzando todo el pueblo, por 
      distinto camino, para quedarse otra vez en la peque鎙 iglesia.
           Tocaban a fiesta las campanas y muchas personas [60] se api鎙ban al 
      pie del muro para ver la comitiva.
           Abr燰n la marcha varios hombres con estandartes cuyas cintas llevaban 
      preciosas ni鎙s vestidas de blanco, luego el sacrist嫕 con la manga de la 
      parroquia, las personas que formaban la cofrad燰 con velas encendidas, el 
      clero al que segu燰 la milagrosa imagen sobre doradas andas, la Virgen, 
      una Asunci鏮 de talla, con tica azul y manto encarnado, con los hermosos 
      ojos fijos en el cielo y los pies apoyados en blancas nubes, y por timo 
      la banda municipal, compuesta de una docena de hombres y ni隳s con 
      uniforme azul y galones dorados. Al pasar la imagen de la Virgen, la gente 
      se arrodillaba y las mujeres rezaban la Salve en alta voz.
           Las dos hijas de Gilberto segu燰n la procesi鏮 con atenta mirada; se 
      despertaban los recuerdos de sus primeros a隳s cuando su madre las llevaba 
      en la procesi鏮 y las hac燰 orar ante aquella imagen bendita. Y sin 
      decirse nada, a riesgo de matarse, se arrodillaron sobre la tapia y 
      siguieron en voz alta los rezos de las personas que hab燰 al pie del muro.
           -Dios te salve, reina y madre...
           ‥a reina que su padre hab燰 querido que olvidasen, la madre ica 
      que ya les quedaba!
           En sus ojos brillaban las l墔rimas y la muchedumbre las contemplaba 
      conmovida, temerosa de que se cayesen y deseando hacer algo por aquellas 
      pobres almas. [61]
           La procesi鏮 se fue alejando lentamente y las ni鎙s estuvieron de 
      rodillas hasta que la perdieron de vista. Bajprimero la mayor para 
      sostener la escalera a la peque鎙 como hab燰 hecho a la subida, y cuando 
      ambas se vieron de nuevo en el patio sin horizonte y aislado del resto del 
      pueblo, se abrazaron llorando.
           -Desde hoy, dijo Chilena, me llamar嫳 Consuelo y yo te nombrar
      Gracia. Llevaremos estos preciosos nombres de la Virgen que nos dio 
      nuestra madre, para que la reina del cielo nos ampare y proteja.
           Ya no quisieron jugar m嫳 aquella tarde, no hablaron sino de la 
      procesi鏮 sintiendo que no pasara por allotra vez para verla de nuevo.
           Al siguiente d燰 una mano piadosa les echpor debajo de la puerta 
      varias estampas representando a Dios, la Virgen y diversos santos y muchas 
      hojitas impresas con oraciones que ellas leyeron tan repetidas veces que 
      las aprendieron de memoria.
           Las principales se隳ras del pueblo ofrecieron a Gilberto encargarse 
      de la educaci鏮 de sus hijas sin conseguir nada y las pobres criaturas 
      hubiesen seguido en el mismo estado de ignorancia si un d燰 no hubiese 
      sido su padre herido en una reyerta producida por el vino y el juego. Fue 
      llevado al hospital y las ni鎙s quedaron amparadas por una parienta de su 
      madre, viuda, sin hijos, que las condujo a su casa, las vistiy alimento 
      su cuerpo con sanos manjares y su esp甏itu [62] con hermosas doctrinas, 
      logrando salvar aquellas almas.
           Cuando Gilberto se curle buscaron una colocaci鏮 en Am廨ica y, como 
      ya no ten燰 un cuarto, aceptdecidiendo que se ir燰 solo. Al ver a sus 
      hijas casi no las reconoci Quer燰 despedirse de ellas antes de partir.
           -Aqutiene V. a Consuelo y Gracia, le dijeron. [63]
           匜 no se atrevia darles otros nombres. Las bes m嫳 conmovido de 
      lo que hubiera sido de esperar, y se alej
           Las desgracias que sufrien Am廨ica le hicieron enmendarse y desde 
      allescrib燰 cari隳sas cartas a sus hijas, a las que en muchos a隳s no 
      hab燰 de ver de nuevo.
           Las ni鎙s eran felices al lado de la se隳ra que las amparara y 
      mientras fueron peque鎙s llevaron las cintas del estandarte de la Virgen 
      en la procesi鏮 que se celebraba todos los a隳s el 15 de Agosto. Iban 
      vestidas de blanco y coronadas de flores pidiendo con dulces c嫕ticos y 
      bellas oraciones la conversi鏮 completa de su padre y el auxilio de la 
      Madre del cielo junto a la que estar燰 sin duda la que lo fue de ambas en 
      la tierra.
      [64]
      Septiembre
      La cazadora
           Diana cazadora llamaban a la hija del conde de San Felipe, todos los 
      conocidos de 廥te. Era una hermosa ni鎙 que cuando contaba escasamente 
      tres a隳s hab燰 quedado hu廨fana de [65] madre y a la que su padre hab燰 
      dado una educaci鏮 completamente varonil.
           匜 hubiera deseado tener un hijo y el cielo no le habla dado m嫳 
      descendiente que aquella criatura que, contrariando todos los gustos e 
      inclinaciones con que la naturaleza la hab燰 dotado, montaba a caballo muy 
      bien, cazaba a la perfecci鏮, manejaba la bicicleta como un consumado 
      ciclista y no conoc燰 ni las labores ni los juguetes propios de su sexo. 
      El padre era feliz asy Diana parec燰 estar conforme con su suerte.
           Para el primero de Septiembre, d燰 de la apertura de la caza, el 
      conde hab燰 convidado a muchos de sus amigos, damas y caballeros, a ir a 
      una gran posesi鏮 que ten燰 en la provincia de Toledo, donde esperaba 
      pasar una semana deliciosa entregado a su distracci鏮 favorita. Hab燰 
      regalado un hermoso caballo y una buena escopeta a su hija para la fiesta 
      cineg彋ica. Diana hab燰 recibido ambos obsequios con gratitud, pero sin 
      entusiasmo.
           Toda la gente del cercano pueblo hab燰 salido a la carretera para ver 
      la soberbia cabalgata compuesta de muchas amazonas, entre las que 
      descollaba por su juventud y su belleza la hija del conde, varios 
      caballeros con el traje de cazador, numerosos servidores y muchos perros 
      limpios, bien cuidados, que tan importante papel hab燰n de hacer aquellos 
      d燰s.
           Dos ni隳s de seis a ocho a隳s se hab燰n adelantado [66] hasta la 
      se隳rita, que llevaba el caballo al paso como sus compa鎑ros para no 
      atropellar a aquella multitud que sal燰 a su encuentro, entregando a Diana 
      dos ramos de flores del campo que ella aceptreconocida.
           La ni鎙, que era la mayor, iba vestida con un trajecito blanco, el de 
      los d燰s de fiesta, y el ni隳 con uno gris de pantal鏮 corto y blusita del 
      mismo color. Ambos ten燰n el cabello casta隳, la tez curtida por los rayos 
      del sol, el semblante alegre y risue隳 y cierta distinci鏮 en su porte que 
      contrastaba con la de los otros aldeanos.
           Diana se informde qui幯es eran, sabiendo por los criados que el 
      padre de aquellos muchachos era uno de los guardas de la posesi鏮 del 
      conde.
           Llegados los expedicionarios a 廥ta, almorzaron op甑aramente y luego 
      empezla cacer燰 ocupando cada cual el puesto que le fue designado.
           Aquel d燰 se cobraron muchas piezas y los cazadores, que se hab燰n 
      divertido en grande, se acostaron rendidos despu廥 de la cena.
           Al lucir el alba ya estaban todos en pie y dispuestos a pasar el d燰 
      como el anterior. La hija del conde, a la que cansaba pasar tantas horas 
      seguidas en el puesto, propuso a una de sus amigas dar un paseo por la 
      posesi鏮 llevando las escopetas por si se presentaban ocasiones de cazar 
      algo. Un criado las segu燰 a respetuosa distancia y el perro Ton que era 
      el favorito de [67] su ama. 宄te se detuvo de pronto en uno de los sitios 
      m嫳 bellos del camino.
           -Atenci鏮, dijo la ni鎙, por aqudebe de haber alg conejo.
           Y ya se dispon燰 a apuntar cuando vio salir de detr嫳 de unas matas a 
      dos ni隳s que se arrojaron a sus pies. El perro segu燰 olfateando.
           -﹔uimprudencia! ExclamDiana, pod燰mos haber tirado sin veros y 
      causado una desgracia. Levantaos y responded.
           Se fijbien en las criaturas y reconocien ellas a las que la 
      v疄pera le hab燰n dado los ramos de flores.
           -熹uquer嶯s? Les pregunt
           -Habla t Guadalupe, dijo el ni隳 a su hermana.
           -Se隳rita, empezla ni鎙, perdone Vd. el atrevimiento, pero en esa 
      madriguera vive Mingu璯 con su mujer y sus hijos, y yo le suplico que no 
      los mate. Desde que naciles conocemos y a todos los queremos mucho. 
      Cuando nos acercamos y les traemos algo de comer salen y no se asustan de 
      nosotros.
           -燕ero hablas de alguna familia de conejos? PreguntDiana, con 
      inter廥.
           -S se隳rita, respondiGuadalupe. El padre naciun domingo hace 
      cerca de un a隳, le llamamos primero Domingu璯 y luego para hacer m嫳 mono 
      el nombre, Mingu璯. A su padre y a su madre les cazaron cuando 幨 era muy 
      chiquito y nosotros le tra燰mos el alimento, ases que nos [68] ha 
      querido siempre mucho. Hoy no sale asustado por los tiros, ni su mujer ni 
      sus hijos tampoco; pero el perro los sacary si Vds. los matan mi 
      hermanito Pablo y yo tendremos un pesar muy grande.
           -Pero, dijo la hija del conde, si se quedan ahcualquiera los 
      cazar si no hoy otro d燰. 燕or quno los llev壾s a vuestra casa? 燈 no 
      hay alldonde tenerlos?
           -S se隳rita, en nuestra casa hay un gran corral con conejera, pero 
      estvac燰 porque estos conejos no son nuestros y mi padre no quiere, y 
      con raz鏮, que nos los llevemos.
           -Bueno, prosiguiDiana, pues di a tu padre [69] que tiene permiso 
      para cogerlos y encerrarlos all El m甐, que es muy complaciente y nada 
      me niega, accedera mi petici鏮 aprobando lo que hago. Ma鎙na ira tu 
      casa y deseo que ya est幯 los conejos en el corral. 澦acia d鏮de vives?
           -All respondila ni鎙, se鎙lando una casita de un solo piso que se 
      ve燰 entre los 嫫boles a corta distancia.
           -Pues hasta ma鎙na, Guadalupe y Pablo.
           Bescari隳samente a los ni隳s, llamcon imperio a Ton, que no 
      quer燰 apartarse de la madriguera, y continusu camino seguida de su 
      amiga, del criado y del perro.
           A la hora de la comida conta su padre lo que le hab燰 ocurrido con 
      los hijos del guarda, y al conde le parecibien lo hecho por su hija.
           Al d燰 siguiente Diana, acompa鎙da de la misma amiga con quien iba la 
      v疄pera y de un criado que llevaba alguna caza destinada a sus protegidos, 
      se dirigia la casita a cuya puerta la esperaban Guadalupe, Pablo y su 
      madre, una sencilla aldeana alta y robusta. El guarda, en cumplimiento de 
      su deber, estaba en el monte y no pudo recibir a la hija de su se隳r.
           Diana vio todas las habitaciones, que eran espaciosas y ventiladas, 
      el corral donde hab燰 algunas gallinas y un gallo, la conejera en la que 
      estaban instalados Mingu璯, su mujer y media docena de hijos; todo muy 
      limpio y arreglado. Pero lo que m嫳 llamla atenci鏮 de Diana fueron [70] 
      las labores de Guadalupe a la que ense鎙ba a coser y bordar su madre. 
      Ten燰 adem嫳 de aquellos primores una almohadilla con muchos alfileres en 
      la que la ni鎙 ten燰 empezado un encaje de bolillos, que parec燰 una labor 
      de hadas.
           -燐e ense鎙r嫳 a hacer esto? Preguntla hija del conde.
           -,h! S se隳rita, con mil amores, respondiGuadalupe.
           Y desde aquel d燰 Diana y su amiga se iban a la casita del guarda, 
      donde dejaban en un rinc鏮 las descargadas y ociosas escopetas, y 
      aprend燰n con ah璯co aquellas labores hacia las que se sent燰n m嫳 
      atra獮as que a la caza. Algunas veces almorzaban allgust嫕doles m嫳 la 
      sabrosa comida de los campesinos que los fin疄imos platos que condimentaba 
      un cocinero franc廥.
           La cacer燰 que deb燰 de haber durado una semana se prolongmuchos 
      d燰s m嫳. Diana sab燰 ya hacer el maravilloso encaje y otras labores, 
      cuando Guadalupe le ense嚧 una mu鎑ca que su madre le hab燰 comprado en la 
      feria del pueblo en el mes de Septiembre del a隳 anterior por la Virgen de 
      las Mercedes. No era la tal mu鎑ca ni buena ni bonita, pero estaba vestida 
      con tanta gracia que cautivdesde [71] luego a la hija del conde, y al 
      llegar de nuevo la feria, Diana fue a ella con Pablo, su madre y su 
      hermanita, y como siempre ten燰 dinero que le daba su padre, compra los 
      ni隳s del guarda muchos juguetes y adquiripara sun precioso beben 
      cuya canastilla trabajno poco ayudada y dirigida por sus nuevas amigas.
           Grande fue la sorpresa del conde cuando al entrar una ma鎙na en la 
      habitaci鏮 de su hija halla 廥ta meciendo en sus brazos al mu鎑co, 
      rodeada de telas y prendas de vestir al beby en otro lado el encaje de 
      bolillos muy adelantado ya. Como 幨 ignoraba que Diana supiese hacer 
      aquello, se quedestupefacto.
           -Pero, murmur 篙e gustan a ti esas cosas?
           -S pap contestla ni鎙 con entereza, m嫳 que cazar y que montar 
      a caballo y en bicicleta.
           El conde permanecialgunos instantes meditabundo y al fin dijo:
           -Quiztengas raz鏮. Si naciste ni鎙 穆ara quhe de obstinarme en 
      que adoptes los gustos y las maneras de un muchacho?
           Diana lleva su padre a la casita del guarda y los dos protegieron 
      siempre mucho a sus habitantes.
           Desde entonces la ni鎙 compartiel tiempo entre el sport para 
      complacer a su padre y las labores propias de su sexo.
           Mingu璯 muride viejo dejando feliz y numerosa descendencia.
      El oto隳
           Los 嫫boles empezaban a despojarse de su follaje espl幯dido y las 
      calles estaban cubiertas de hojas formando una capa bastante espesa. Las 
      lluvias se hab燰n iniciado y el cielo no ostentaba aquel azul pur疄imo que 
      tanto encantaba a don Mario. Tuvo, sin embargo, la suerte de que a los dos 
      d燰s de su llegada al pueblo el tiempo mejorase mucho, y como el oto隳 
      cuando es bueno es una estaci鏮 deliciosa que tiene mil encantos, pudo 
      salir con los ni隳s a pasear por la posesi鏮 despu廥 de comer, esto es, a 
      las dos de la tarde.
           Se acordenseguida de aquellos hijos de los guardas que hab燰n 
      castigado las madres por sus malos instintos y pregunta sus ahijados si 
      se hab燰 cumplido lo que 幨 indicara.
           -Ciertamente, padrino, le contestMercedes; Le鏮 fue llevado al 
      instante a un colegio que creo que tpagas...
           -S interrumpiD. Mario, y dije que pusieran el importe a mi cuenta 
      y ya lo habrabonado tu padre.
           -En el colegio, continula ni鎙, han tratado con dulzura a Le鏮 y 
      aseguran que el chico no parece el mismo que antes. Cuentan que algunas 
      [76] veces, vigil嫕dole de lejos, le han dejado bajar solo al jard璯 y que 
      no ha vuelto a coger a los pajaritos en los nidos para matarlos ni a 
      destruir los hormigueros. Al contrario, les ha echado migas de pan y se ha 
      complacido viendo c鏔o los padres de los pajarillos se llevaban las m嫳 
      grandes en sus picos para d嫫selas a sus cr燰s y c鏔o las m嫳 peque鎙s las 
      met燰n en sus casas las hormigas.
           -璣 el otro ni隳? Preguntel anciano.
           -Jacinto, respondiRafael, es ya amigo nuestro, se ha vuelto muy 
      bueno y llora cuando recuerda el da隳 que hizo en otro tiempo a los 
      animales y el destrozo que causen las plantas.
           -Nosotros no queremos que hable de eso, objetMercedes.
           -Pero 幨 se empe鎙 en hacerlo para castigarse, a鎙diRafael.
           Y no se tratm嫳 de este asunto.
           Siguieron su paseo, entreteni幯dose los ni隳s en pisar las hojas 
      secas. A cada instante encontraban, con cargas de le鎙, hombres que les 
      daban las buenas tardes y prosegu燰n su camino con la tranquilidad de 
      conciencia del que sabe que estautorizado a llevar a su hogar pobre y 
      fr甐 lo que ha de prestarle bienestar y calor.
           El anciano permit燰 a los infelices campesinos [77] que lo hicieran y 
      eran muchas las bendiciones que sobre 幨 ca燰n por tan singular beneficio.
           Al pie de un montecillo encontraron a un ni隳 de diez a doce a隳s que 
      rendido sin duda por una larga caminata y no pudiendo resistir el peso de 
      la le鎙, hab燰 dejado caer 廥ta en el suelo y apoyando en ella la cabeza, 
      hermosa y curtida por los rayos del sol y el aire, dorm燰 profundamente. 
      Hab燰 algo de triste y amargo en la expresi鏮 de aquel rostro, algo 
      impropio de su corta edad, como si tuviera prematuros pesares o viviese 
      aislado en el mundo.
           Mercedes y Rafael no le conoc燰n apenas, no era hijo de ning colono 
      y icamente hab燰n o獮o decir que viv燰 ya en un pueblo, ya en otro de lo 
      que le proporcionaba la caridad.
           -Pero, padrino, dijo Rafael, 盧鏔o podrdormir este chico sobre una 
      almohada tan dura?
           -La costumbre, hijo m甐, le contestel anciano; acaso no haya 
      conocido otra cama que el suelo, 『 tiene el sue隳 bien cogido! Dej幦osle 
      descansar que quizsea feliz ahora y despierto sufra los rigores de un 
      destino que no merece. Si lo necesita lo sabremos, pues ya le volveremos a 
      hallar. Vosotros qued壾s encargados, si yo no le viera en estos d燰s, de 
      buscarle y socorrerle. Vuestro padre os entregaren nombre m甐 el dinero 
      que para ello haga falta. Ahora daremos la vuelta hacia casa para que 
      merend嶯s.
           -澤 que no aciertas lo que nos gusta tomar [78] ahora por las tardes, 
      alternando con las frutas de oto隳?
           -No lo s ni隳s m甐s.
           -Pues, miel y pan, no mucha porque dice nuestra madre que nos har燰 
      da隳.
           -Padrino, dijo Mercedes, hace poco hemos visto sacar la miel de las 
      colmenas. Los hombres ten燰n que cubrirse con trapos la cara para 
      acercarse a ellas porque si no las abejas les hubieran picado. Hab燰 
      centenares de 廥tas alrededor de los panales y si alg infeliz se 
      descuidaba le clavaban el aguij鏮.
           -Han sacado mucha miel y mucha cera, prosiguiRafael, son unos 
      animalitos muy iles las [79] abejas. En casa hay ya bastantes ollas 
      llenas de miel; la cera se la han llevado para hacer velas.
           -Me complace ver c鏔o os fij壾s en todo, les dijo D. Mario, as
      aprend嶯s insensiblemente las cosas.
           Ya cerca de la casa preguntel ni隳 al anciano:
           -激sta vez no hay f墎ula?
           -No sninguna propia de la estaci鏮 en que estamos, respondiel 
      padrino. No recuerdo entre las que aprendni una sola en que se tratase 
      de las vi鎙s ni de las hojas secas... pero aguardad, voy a deciros algo 
      que se relaciona con ese muchacho que dorm燰 tan profundamente y con tanto 
      agrado sobre su carga de le鎙. El ap鏊ogo se titula 俠a fuerza de la 
      costumbrey dice as
                                             Un caballero ilustre e ilustrado    
             
            fue, por no squcausa, desterrado,
            pero antes de emprender largo camino
            quiso unir a su suerte a un campesino
            que mucho conoc燰 al caballero5
            y le siguicon gusto al extranjero.
               Como en salir de Espa鎙 algo tardase,
            para ocultar mejor su nombre y clase,
            cedila buena ropa a su criado
            y la de 廥te se puso sin cuidado.10
               Llegaron a un lugar de poca fama
            pidiendo los viajeros allcama,
            mas siendo la posada muy peque鎙,
            pero tranquila, pl塶ida y risue鎙, [80]
            y teniendo ya hu廥pedes los cuartos,15
            no queriendo partir, de viajar hartos,
            aceptel emigrado satisfecho,
            un cuarto con dos camas, s鏊o un lecho.
            En un mont鏮 de paja se convino
            que durmiera el del traje campesino,20
            paja que al pie del lecho colocaron
            despu廥 que las dos camas arreglaron.
               Acost鏀e en la paja el caballero
            y en la humilde cama su escudero,
            porque vieron que el hu廥ped que allestaba25
            con oculta intenci鏮 les observaba.
            Se durmieron los tres; el desterrado
            tardpoco en so鎙r. Hab燰 llegado
            para poner el sitio con presteza
            a una alta inexpugnable fortaleza,30
            y cuando tuvo fin aquel asalto,
            desde el mont鏮 de paja dando un salto,
            al lecho se subimedio dormido,
            pensando en fiera lucha haber vencido.
               En tanto el campesino que so鎙ba35
            que a un pozo muy profundo se bajaba,
            del lecho se arroj mal desvelado
            en el mont鏮 de paja quedechado.
            Y cuando asacostados estuvieron
            los dos tranquilamente se durmieron.40
               Al despuntar el alba despertaron
            y ambos con gran sorpresa se miraron.
            Al ponerse de pie r嫚idamente
            le dijo el caballero a su sirviente:
               -侶u嶮ese cada cual ya con su ropa,45[81]
            e iremos m嫳 felices, sosegados,
            aunque tengamos que cruzar Europa:
            los papeles no deben ser trocados.
            Que volvera pasar lo que hoy sucede
            debemos abrigar la certidumbre.50
            Los dos hemos probado lo que puede
            la fuerza singular de la costumbre
           Asterminel anciano su f墎ula y Rafael dijo apenas cesde hablar:
           -Eso le pasaba al ni隳 que hemos encontrado, dorm燰 tan bien sobre su 
      dura almohada y nosotros no hubi廨amos podido descansar ni un minuto sobre 
      ella.
           -Es que el pobrecillo estar燰 cansado, repuso D. Mario. El bosque en 
      el que cogen la le鎙 estlejos y la carga es muy pesada para una criatura 
      de su edad. Es seguro que servirpara calentar a otros mientras 幨 pasar
      fr甐. Se ve en su semblante m嫳 de una huella de privaciones y 
      sufrimientos. No olvid嶯s, como os he dicho, averiguar d鏮de para a fin de 
      que le socorramos si lo necesita, como todo lo hace suponer.
           Ya estaban a la puerta de la casa y entraron en el sal鏮 donde D. 
      Mario sol燰 referir los cuentos a los ni隳s. Allles sirvieron a todos la 
      merienda y pasado un rato empezel padrino una de las narraciones 
      referentes al oto隳, a la que hab燰n de continuar otras dos en las 
      siguientes tardes como de costumbre. [82]
      Octubre
      El racimo de uvas
           Las vi鎙s de Andr廥 Cifuentes eran la admiraci鏮 y envidia de los 
      habitantes de aquel pueblo que se distingu燰 m嫳 que por nada por sus 
      buenos vinos.
           Hab燰n labrado la fortuna de su due隳, el m嫳 rico de la localidad, 
      que todos los a隳s colocaba a buen precio el tinto y el blanco que hac燰 
      con limpieza, puros, sin enga隳s de ninguna clase.
           No se ve燰n en parte alguna racimos de uvas [83] m嫳 sanos ni m嫳 
      grandes que los de aquellas tierras.
           En la 廧oca de la vendimia, a principios de octubre, encontraban 
      trabajo en la casa de Andr廥 muchas j镽enes del pueblo, a las que pagaba 
      bien y trataba con buenos modos. La menor de todas era una ni鎙 de doce 
      a隳s, hu廨fana de padre y madre, que viv燰 con una t燰 suya que la hab燰 
      recogido por caridad. Llam墎ase Dolores y se admiraba por su actividad y 
      por su car塶ter dulce y humilde. Todo el mundo la mandaba y ella obedec燰 
      siempre sin replicar. El hijo ico de Cifuentes la quer燰 mucho; era un 
      chico de la misma edad que la muchacha, travieso, pero bueno en el fondo.
           La vendimia tocaba a su t廨mino; las mozas llenaban las banastas de 
      uvas negras o verdes y el amo lo vigilaba todo y daba 鏎denes a cuantos le 
      serv燰n.
           Habi幯dose parado delante de Dolores, le dijo se鎙lando un racimo de 
      peso verdaderamente extraordinario que no estaba cortado todav燰:
           -Este me lo pones encima de los dem嫳; quiero serv甏selo en la mesa 
      al se隳r Obispo que vendra hacer su visita pastoral. Su Ilustr疄ima es 
      de este pueblo y cuando estaba entre nosotros, antes de entrar en el 
      Seminario, ten燰 pasi鏮 por las uvas. Si no come estas, se le regalar嫕 
      con otras cosas que ha de ofrecerle el pueblo. Conque mucho cuidado con 
      ese racimo, [84] que no se aplaste, que no se estropee; tengo puesto mi 
      orgullo en 幨.
           Dicho esto se alej Dolores terminsu tarea colocando las hermosas 
      uvas elegidas por Andr廥 para obsequiar al Obispo sobre todas las dem嫳.
           En aquel momento apareciel hijo de Cifuentes. Iba con su traje de 
      los d燰s de fiesta; llevaba sombrero nuevo y guantes.
           -澤d鏮de vas tan majo? Le preguntla ni鎙.
           -Voy, respondi幨, a esperar en el lugar vecino al se隳r Obispo en 
      representaci鏮 de mi padre, con el cura y el alcalde de aqu Vamos en una 
      hermosa carretela que hemos alquilado. He querido antes despedirme de ti y 
      comer algunas uvas.
           -Gracias por lo primero. En cuanto a lo segundo puedes coger lo que 
      quieras, no siendo este racimo que estencima y es el mejor.
           -–aya una vendimiadora, exclamel muchacho, mirando en derredor 
      suyo, que se ha dejado ahunas uvas que son una delicia! No has 
      registrado todas las cepas.
           Dolores vio que en efecto hab燰 tenido ese descuido y se dispuso a 
      remediarlo buscando si a quedaban m嫳 uvas.
           Entre tanto Antonio, el hijo de Cifuentes, se hab燰 acercado a la 
      banasta y cogido el racimo que estaba encima para examinarlo.
           -–aya unas uvas! Dijo, 〈uricas deben [85] de estar! 熹ui幯 ha de 
      apreciarlas mejor que yo ni a qui幯 se las dar燰 con m嫳 gusto mi padre? 
      No tiene en el mundo m嫳 que a m –aya si me atrevo yo con un racimo 
      como 廥te y aunque fuera mayor, que no lo hay!
           Y empeza comer las uvas y se dio tanta prisa que cuando volvi
      Dolores ya no le quedaban m嫳 de una docena.
           -Toma, toma, dijo poni幯doselas en la mano a la ni鎙, pru嶵alas y 
      ver嫳 si son cosa buena. Estoy seguro de que no te has comido ni una y eso 
      es una tonter燰 habiendo tantas.
           Dolores, sin sospechar que aquellas uvas fueran del racimo destinado 
      al Obispo, se las comiencontr嫕dolas deliciosas. Luego se despidi
      Antonio de ella y cuando estuvo sola fue cuando advirtila falta del 
      racimo que le hab燰 recomendado su amo.
           Las banastas fueron colocadas en una gran habitaci鏮. Dolores 
      temblaba al pensar que Cifuentes la re鎴r燰, la despedir燰 para siempre, 
      cuando pidiese las uvas que no le podr燰 presentar. Ella no se atrev燰 a 
      acusar a Antonio a quien quer燰 mucho y que no hab燰 obrado por mala 
      intenci鏮 ni sospechado que aquello pudiera traer perjuicio a nadie.
           Llegla hora de arreglar la mesa para que se sentara a ella el 
      Obispo. Hab燰 sobre el mantel, flores, dulces, pasteles, no faltaba m嫳 
      que la fruta. Andr廥 pidia la ni鎙 el racimo de uvas. [86]
           -Lo pondremos solo en un frutero para que luzca mejor, dijo el amo.
           Dolores no se mov燰; con la vista fija en el suelo esperaba el 
      castigo que no tardar燰 en llegar.
           -燒o me has o獮o, muchacha? PreguntCifuentes con alguna 
impaciencia.
           -Se隳r, balbucela ni鎙, es que el racimo...
           -熹uha pasado?
           -No lo s pero no estaquya.
           -燜e lo has comido?
           -No, se隳r.
           -澴urar燰s que no lo has probado?
           No, Dolores no pod燰 jurar eso, porque harto sospechaba que las uvas 
      que le hab燰 dado Antonio eran del gran racimo. Bajla cabeza y no 
      contest
           -Qu癃ate de mi vista, gritCifuentes, y que no te vuelva ya a 
      encontrar por aqu Has sido mala, desobediente, porque yo te hab燰 dicho 
      que no tocases a esas uvas, ladrona, porque no eran tuyas... Discpate, 
      discpate al menos...
           La ni鎙 no contest lloraba silenciosamente limpiando sus l墔rimas 
      que quer燰 ocultar a su amo.
           -︳a viene Su Ilustr疄ima! Dijo un criado de Andr廥.
           Este echa correr para ver llegar al Obispo. Todas las vendimiadoras 
      le siguieron, s鏊o Dolores se queden aquel mismo sitio sin atreverse a 
      dar un paso. [87]
      [88]
           El recibimiento hecho al prelado fue brillant疄imo y 幨 entren su 
      pueblo natal lleno de emoci鏮 y de dulce alegr燰. Allhab燰n vivido sus 
      padres, allhab燰 pasado los risue隳s a隳s de su infancia, de aquel 
      po彋ico rinc鏮 hab燰 partido para seguir los estudios a que le llevaron su 
      decidida vocaci鏮. Encontraba muchos antiguos camaradas, echaba 
      bendiciones a todos y la multitud se apresuraba a besarle el anillo y a 
      darle la bienvenida.
           Entren la iglesia bajo palio, permanecien ella un gran rato y 
      luego fue a casa de Cifuentes donde le hab燰n preparado su alojamiento por 
      ser el que reun燰 mejores condiciones.
           Al sentarse a la mesa notAndr廥 que faltaban las uvas en los 
      fruteros.
           -Ten燰 para Su Ilustr疄ima, dijo al prelado, un racimo como no hab燰 
      otro igual...
           -No te importe si ya no lo tienes, le interrumpiel Obispo, las uvas 
      no me gustan. 。omo he comido tantas aqude peque隳! Ma鎙na me dar嫳 
      mel鏮, he visto al pasar un melonar soberbio y me ha dicho tu hijo que es 
      tuyo.
           A Cifuentes se le quitun peso enorme de encima al ver que a Su 
      Ilustr疄ima no le gustaban ya las uvas. 、i siquiera se hubiese fijado en 
      su racimo! De todos modos lo hecho por Dolores merec燰 un ejemplar castigo 
      y 幨 se lo ten燰 que dar.
           Todas las vendimiadoras fueron obsequiadas al d燰 siguiente, que era 
      el 7 de Octubre en el [89] que se celebraba aquel a隳 la Virgen del 
      Rosario, con un almuerzo, excepto la pobre ni鎙.
           Antonio notsu falta y preguntpor ella a su padre. Andr廥 conta 
      su hijo lo que hab燰 pasado.
           -Si es por eso por lo que no estaqu replicel muchacho, puedes 
      decirle que venga a ocupar mi puesto porque el culpable soy yo. Me encarg
      que no tocara a ese racimo y mientras ella terminaba la vendimia, me lo 
      com •ra tan hermoso! Dolores notar燰 que las uvas aquellas hab燰n 
      desaparecido, pero no te habrdicho nada porque no me querr燰 acusar. Le 
      di una docena de granos, pero no era f塶il que sospechara entonces que 
      eran de ese racimo. Puede que con el tiempo me pase a mlo que al se隳r 
      Obispo, que no me gusten las uvas, pero ese d燰 no ha llegado a. Conque 
      築oy a buscar a Dolores?
           -Haz lo que quieras, respondiCifuentes.
           El ni隳 echa correr y diez minutos despu廥 volv燰 con la muchacha a 
      la que el amo recibicon afecto haciendo que ocupara en la mesa un lugar 
      preferente, al lado de Antonio.
           La pobre ni鎙, enterada por 廥te de lo ocurrido, no cab燰 en sde 
      gozo. El amo le hab燰 hecho justicia y la dejar燰 trabajar en sus vi鎙s 
      siempre que se presentara ocasi鏮.
           Para colmo de bienes sucedique el se隳r Obispo preguntsi le 
      quedaba alg pariente en el pueblo y entonces se averiguque viv燰n en 
      [90] 幨 una prima y una sobrina suya, que eran Dolores y la mujer que la 
      hab燰 amparado. Su Ilustr疄ima, despu廥 de hablar mucho con ellas y 
      convencido de que eran dignas de ser protegidas por 幨, les se鎙luna 
      pensi鏮 de su bolsillo particular con la cual pudieron vivir bien aunque 
      sin dejar de trabajar por eso.
           Tambi幯 dio el Obispo limosnas para los pobres de la localidad, as
      es que el d燰 en que partide allpara seguir la visita pastoral, el 
      pueblo en masa salia despedirle vitore嫕dole, mientras 幨 les echaba 
      bendiciones alej嫕dose conmovido y satisfecho del lugar donde naci
           Algunos a隳s despu廥 volviallpara casar a Dolores y Antonio que 
      con gran regocijo de Andr廥 Cifuentes, lleva su casa a la perla de las 
      j镽enes de aquella tierra, la gentil vendimiadora de otros tiempos, y a su 
      anciana t燰.
           Y en la espaciosa morada donde ya reinaba el bienestar, reintambi幯 
      la alegr燰, la dulce paz del hogar dichoso, la felicidad de las familias 
      que Dios bendice.
      [91]
      Noviembre
      La siempreviva
           El escudo de armas del duque del Roble, uno de los se隳res m嫳 
      ilustres y m嫳 ricos de una provincia del mediod燰 de Espa鎙 que no hay 
      para qunombrar, se ve todav燰 a la puerta y en los muros de su castillo 
      que ya por ruinoso no se habita y que su actual poseedor no ha querido 
      reedificar. Presenta en sus cuarteles, en el primero sobre campo de gules, 
      una verde rama, en el segundo, de color rojo tambi幯, [92] una torre, en 
      el tercero, sobre campo azul, una espada, en el timo, azul igualmente, 
      una siempreviva. La rama es de roble, emblema del t癃ulo, el torre鏮 en 
      recuerdo a una fortaleza tomada al enemigo, la espada es igual a la que 
      usara el primer duque al que agraciun rey con ese t癃ulo, la flor 
      significa que, seg una tradici鏮, aquella familia no se extinguir燰 
      nunca. Var鏮 o hembra, no hab燰n de faltar jam嫳 herederos a la noble 
      casa. Remata el escudo un casco con la cimera vestida de plumas de 
      diversos colores.
           Hace tiempo, mucho tiempo, la familia se compon燰 del duque, su 
      mujer, una hija y un primo de aqu幨 que iba en breve a contraer 
      matrimonio. Era el timo pobre y viv燰 a expensas de su ilustre pariente; 
      la novia era rica, de clase menos noble, de car塶ter altivo a pesar de 
      eso, y muy ambiciosa. Quer燰 que la falta de dinero de su futuro esposo se 
      supliera con honores y dignidades, y de esto resultque el primo del 
      duque deseara apoderarse de la fortuna del se隳r del Roble, aunque 廥te le 
      hab燰 ofrecido su apoyo del que no carecer燰 jam嫳.
           La duquesa hac燰 una vida muy retirada, consagr嫕dose por completo al 
      cuidado de su hija, una hermosa ni鎙 de seis a隳s. Su esposo, dedicado 
      casi en absoluto al servicio de su rey abandonaba su castillo con mucha 
      frecuencia para ir a la guerra o para cumplir alguna delicada misi鏮 que 
      le confiaba el monarca. Estas ausencias [93] las aprovechaba su primo, que 
      se llamaba Te鏹ilo, para conspirar contra los due隳s de aquella fortaleza 
      que, atacada por fuera, hubiese sido inexpugnable, pero que teniendo al 
      enemigo dentro forzosamente hab燰 de rendirse en breve plazo, y as
      sucedi Te鏹ilo lleva sus partidarios, que eran muchos, al interior del 
      castillo, fingiendo darles un banquete y los fieles servidores, atacados a 
      traici鏮, fueron vencidos.
           Dos leales escuderos lograron, dando pruebas invencibles de valor, 
      sacar de aquellos muros a su se隳ra y a la ni鎙, mientras un pu鎙do de 
      bravos proteg燰 su retirada. Ya a alguna distancia se separaron los dos 
      grupos llev嫕dose uno de los servidores a la duquesa y el otro a su hija, 
      no sin citarse antes en el palacio del padre de la dama donde hab燰n de 
      reunirse. Ella y su salvador llegaron sin ser perseguidos, pero el viejo 
      Nu隳, que llevaba en sus brazos a la tierna criatura, no alcanzigual 
      suerte. A la ni鎙, a la encantadora Cristina, era a la que m嫳 persegu燰 
      el primo de su padre que esperaba para su descendencia el t癃ulo y los 
      bienes del ducado de Roble.
           Nu隳 corr燰 sin descanso por lo m嫳 espeso de la selva burlando la 
      vigilancia de sus enemigos, pero no tarden sentirse cansado y sin 
      fuerzas para seguir su camino. Hab燰 llegado a un pueblo; a su derecha se 
      ve燰 un muro de regular altura, a su izquierda algunas miserables casas. 
      A algo lejos se o燰 el galope de varios [94] caballos. El escudero salt
      la tapia sin dejar su preciosa carga y se encontren un jard璯 con altos 
      嫫boles. Deposita la ni鎙 al pie de uno y luego caysin sentido. 
      Cristina, asustada, no se atrevial pronto a hacer ning movimiento; se 
      hab燰 dado exacta cuenta del peligro que corr燰. Oypasar a sus 
      perseguidores que seguramente cre燰n que hab燰n continuado ella y Nu隳 el 
      camino sin detenerse, luego se aproximal servidor y advirtique estaba 
      herido; sin duda le hab燰 alcanzado un dardo al salir del castillo y el 
      pobre escudero hab燰 perdido ya mucha sangre cuando queddesvanecido.
           Aquel jard璯 deb燰 de tener due隳s; 廥tos no ser燰n tan malvados que 
      se negaran a socorrer a un pobre herido. Aspensla ni鎙, que era 
      valiente como su padre, y a pesar de la obscuridad que reinaba, echa 
      andar por el jard璯 en busca de la casa. Era por dem嫳 extra隳 cuanto la 
      rodeaba. Los 嫫boles altos, tristes, proyectaban una melanc鏊ica sombra; 
      de vez en cuando ve燰 anchas losas, algunas rodeadas de verjas, luego unas 
      galer燰s no muy elevadas sin puertas y con lo que ella supon燰 ventanas 
      cerradas herm彋icamente; por timo divisentre piedras y hierbas muchas 
      lucecillas que flotaban cerca del suelo o corr燰n por el aire, luces 
      p嫮idas y misteriosas que infund燰n el pavor de lo sobrenatural y lo 
      desconocido. Allse detuvo Cristina sin atreverse a seguir adelante.
            [95]
           De pronto divisun hombre con una linterna [96] en la mano. La ni鎙 
      lanzun grito de espanto y el rondador nocturno se dirigiresueltamente 
      hacia ella. Era un anciano venerable, de fisonom燰 triste y simp嫢ica.
           -熹uhaces aqusola y a estas horas? Pregunt
           Ella le refirien breves palabras lo ocurrido. El viejo la tomde 
      la mano y la llevpor una calle menos t彋rica a una casita que se elevaba 
      al lado de una verja. Abrila puerta con una llave que sacdel bolsillo, 
      entren una habitaci鏮 peque鎙, pobremente amueblada, encendiun candil, 
      echa la ni鎙 en un modesto div嫕 y le dijo:
           -Voy en busca del herido y vendrenseguida.
           Rendida por tantas y tan diversas emociones, Cristina se durmi No 
      se desperthasta pasadas algunas horas y se encontracostada en una 
      humilde cama, bien abrigada con ropas toscas, pero limpias. A su lado 
      estaba una mujer pobremente vestida, bastante joven y de fisonom燰 dulce y 
      hermosa.
           -璣 Nu隳? Preguntla hija del duque acord嫕dose al punto de las 
      escenas de la v疄pera.
           -El pobre viejo que ven燰 contigo, contestla mujer, ha sido llevado 
      por mi padre y mi marido a una casa donde estarmejor asistido que aqu 
      a un hospital. En cuanto a ti te quedar嫳 conmigo como si fueses una de 
      mis hijas hasta que sepamos d鏮de est嫕 tus padres y no puedas [97] caer 
      en manos de tus enemigos. A cualquiera que te pregunte, le dir嫳 que te 
      llamas Marta y que eres la menor de mis ni鎙s; 廥ta se halla en la 
      actualidad con una hermana m燰 en otro pueblo. Te vestircon ropas de 
      ella y espero que aste salvar La noticia de la toma del castillo ha 
      llegado ya hasta aquy es seguro que no tardartu padre en saber la 
      traici鏮 de suprimo.
           Aquella mujer estaba casada con el enterrador del pueblo, pues el 
      jard璯 donde Nu隳 hab燰 dejado a Cristina era un cementerio. Viv燰 con su 
      marido, sus hijas y su padre, aquel anciano que al hacer su ronda nocturna 
      hab燰 encontrado a la ni鎙 asustada al ver los fuegos fatuos en uno de los 
      timos patios del Camposanto.
           Pronto Cristina hizo amistad con Marcela, la hija mayor del 
      sepulturero, que tendr燰 ocho a隳s y era una criatura buena y cari隳sa.
           Venciendo su temor, la hija de los duques jugcon su compa鎑ra en 
      aquel triste jard璯 lleno de sauces y cipreses, pero en el que crec燰n, 
      rodeando ricos mausoleos, las plantas m嫳 hermosas, y alegraban con sus 
      trinos las aves que se posan con igual tranquilidad en los 嫫boles 
      elegidos para dar sombra a las tumbas que en los risue隳s jardines.
           Y aspasalg tiempo y llegel d燰 de difuntos. Como el 
      cementerio aquel no pertenec燰 s鏊o al pueblo donde se hallaba enclavado 
      sino que en 幨 estaban enterrados muchos se隳res de [98] cercanos 
      castillos, la concurrencia a la mansi鏮 de los muertos hab燰 sido numerosa 
      el d燰 1.de aquel mes y casi no lo fue menos al d燰 siguiente.
           En este pudieron ver Cristina y Marcela un soberbio entierro y 
      curiosas, como ni鎙s, quisieron averiguar d鏮de ir燰n a enterrar a aquel 
      muerto. En medio de un gran patio se elevaba un pante鏮 m嫳 rico que los 
      dem嫳, y la hija del duque vio sobre blanca piedra un escudo con cuatro 
      cuarteles en campos rojos y azules y en ellos una rama de roble, un 
      torre鏮, una espada y una siempreviva. ‥as armas de su casa! Su coraz鏮 
      laticon violencia, 篡 a qui幯 llevaban all 燙er燰 a su padre? 燙er燰 a 
      su madre?
           No tarden enterarse. El muerto era Te鏹ilo, el usurpador de los 
      bienes del duque. Hab燰 disfrutado poco de su crimen, muriendo en una 
      reyerta con un antiguo servidor de su primo, [99] con Nu隳. La viuda hab燰 
      ordenado que le enterrasen en el pante鏮 de la familia. Porque es de 
      advertir que apenas se hubo apoderado de la fortuna del duque, hab燰 
      Te鏹ilo contra獮o matrimonio con la ambiciosa mujer que hab燰 elegido para 
      compa鎑ra de su vida, de la que no hab燰 tenido ning hijo.
           El cortejo febre se alejdejando los restos mortales del usurpador 
      en el pante鏮 donde yac燰n sus antepasados. Cristina y Marcela volvieron a 
      su casa. Cenaron y la segunda se acost En cuanto a la primera rogal 
      anciano que la llevase con 幨 cuando hiciera su ronda nocturna. Algo la 
      impulsaba a volver a ver antes de dormirse el pante鏮 donde descansaban 
      los cuerpos de los difuntos duques.
           Aunque la noche no era fr燰, temiendo que la ni鎙 se pusiera enferma 
      al salir a deshora o que tuviese miedo al andar por el cementerio, la 
      mujer del enterrador accedide mala gana a aquel capricho. Abrigbien a 
      Cristina, recomenda su padre que le llevase pronto a la ni鎙 y esper
      levantada su regreso.
           El viejo se dirigidesde luego al patio donde se elevaba el pante鏮 
      de los duques del Roble.
           Al llegar allCristina se sobrecogi y, presa de un fuerte sue隳, 
      un espect塶ulo extra隳 se presenta su excitada imaginaci鏮. La puerta de 
      hierro estaba abierta. Muchos esqueletos hab燰n abandonado sus sepulturas 
      y sal燰n llevando [100] el ata donde hab燰n conducido por la tarde los 
      restos de Te鏹ilo.
           Se dirigieron en procesi鏮 a uno de los sitios m嫳 apartados del 
      cementerio, alldonde se ve燰n las luces p嫮idas de los fuegos fatuos, y 
      en una fosa abierta arrojaron el cad嫛er que cubrieron de tierra despu廥.
           No, no, dec燰n, este cuerpo no puede estar en nuestro pante鏮. 
      Nosotros hemos sido bravos guerreros, sabios ilustres, hombres sin tacha; 
      un ladr鏮, un asesino, no debe descansar all
           Volvieron hacia sus sepulcros. Delante de ellos se ve燰n flotar las 
      luces de los fuegos fatuos que parec燰n alumbrar el camino por el que 
      pasaban los esqueletos. La campana de la iglesia lanzsus febres 
      ta鎴dos impulsada por una mano invisible al cerrarse silenciosamente las 
      puertas del pante鏮.
           El anciano cogia Cristina, que a no hab燰 recobrado el 
      conocimiento, en sus brazos a fuertes a pesar de su avanzada edad.
           Al volver el duque se enterde la usurpaci鏮 de su primo, al que 
      Nu隳 al salir del hospital completamente curado acababa de matar, y de la 
      desaparici鏮 de su esposa y de su hija. F塶il le fue encontrar a la 
      primera refugiada en el palacio de sus padres, llorando su soledad y su 
      desventura; pero el fiel escudero no recordaba en qusitio hab燰 dejado a 
      la ni鎙. [101]
           Pronto logrel se隳r del Roble arrojar de sus dominios a la viuda de 
      Te鏹ilo, y una vez que hubo llevado al castillo a la duquesa, se dedica 
      buscar a Cristina.
           Se dirigiuna tarde al cementerio a orar ante la tumba de sus 
      antepasados. Allle sorprendiuna cosa: el escudo de armas estaba casi 
      borrado por las inclemencias del tiempo y de la lluvia; s鏊o se conservaba 
      intacto el cuartel donde luc燰 sobre campo azul la siempreviva.
           -Mi hija parecer se dijo con convicci鏮.
           Dos ni鎙s modestamente vestidas jugaban cerca de 幨. La una le era 
      desconocida, la otra... ︽h! La otra hubiese jurado que era la suya, tal 
      como debiera ser entonces.
           -。ristina! Llam
           -·adre! Exclamella.
           Se arrojen sus brazos y el bravo guerrero llorsobre aquella 
      cabecita adorada.
           Profundamente reconocido a la familia del enterrador que tanto hab燰 
      hecho por su hija, el duque se la llevconsigo y dio a los dos hombres 
      buenos empleos en su casa. Las ni鎙s Marcela y Marta, que se unide nuevo 
      a sus padres, fueron las inseparables compa鎑ras de Cristina en sus 
      estudios y en sus juegos.
           La duquesa recobrla salud y la tranquilidad, pero aquel castillo 
      que le recordaba horas amargas, hubo de ser abandonado por otro mejor que 
      el rey regalal duque en premio de su valor y su lealtad. [102]
           Y la tradici鏮 se cumpli porque la familia de los duques del Roble 
      no se ha extinguido todav燰, como promet燰 la siempreviva de su escudo de 
      armas.
      [103]
      Diciembre
      Los dos nacimientos
           El pr璯cipe Conrado era el heredero de un rey que figurmucho en el 
      pasado siglo. Bueno, inteligente y poco aficionado al fausto y a la 
      adulaci鏮, el monarca hab燰 dado a su hijo dos preceptores de caracteres 
      completamente opuestos. Era el uno un militar severo que si bien es verdad 
      que trataba ceremoniosamente a su disc甑ulo, usaba con 幨 todos los 
      rigores que a su [104] juicio exig燰 su alto cargo; el otro, un hombre de 
      ciencia, sencillo y tolerante que icamente deseaba que el ni隳 en quien 
      inculcaba sus conocimientos viviese tranquilo y feliz.
           El pr璯cipe amaba a sus dos preceptores, aprovechaba la rigidez del 
      uno para ser esclavo de su deber y aprend燰 del otro a mirar a sus 
      pr鎩imos con cari隳, a perdonar las leves faltas de la etiqueta mal 
      comprendidas o exageradamente cumplidas por sus sditos. El militar era 
      realmente su maestro, el otro era m嫳 que nada su amigo, un amigo de mucha 
      m嫳 edad, un consejero desinteresado y fiel.
           Conrado ten燰 por compa鎑ros de estudios a algunos ni隳s de la 
      nobleza, ya diestros en el arte de adular, pero 幨 no los quer燰 ni los 
      estimaba. Todo su afecto era para un hijo del portero de palacio, que 
      ten燰 su misma edad, y cuyo trato franco y sincero le encantaba. El 
      pr璯cipe le regalaba juguetes, precisamente aquellos que le agradaban m嫳, 
      porque como continuamente le renovaban los suyos no ten燰 tiempo de 
      apegarse a nada y sab燰 que en casa de su amiguito, que era muy arreglado 
      y cuidadoso, encontrar燰 siempre el mu鎑co predilecto, el pe鏮 que con 
      tanto gusto hab燰 hecho bailar o la caja de soldados preferida. El hijo 
      del portero se llamaba Adolfo.
           El militar habla prohibido a este ni隳 que pasase a las habitaciones 
      que el pr璯cipe ten燰 en palacio, pareci幯dole que trataba a su se隳r con 
      [105] excesiva familiaridad; pero protegido por el hombre de ciencia, no 
      hab燰 podido impedir que Conrado fuese muy a menudo al cuarto del portero, 
      donde la mujer de 廥te le agasajaba con dulces y tortas hechas por ella, 
      que prefer燰 a los postres que los reposteros de la real casa le 
      preparaban.
           Allestaba como en familia y se consideraba feliz.
           Llegado el 23 de Diciembre, el preceptor militar, que se llamaba D. 
      Fadrique, o al menos asle nombraremos nosotros, regala su disc甑ulo un 
      soberbio Nacimiento con grandes monta鎙s, hermosas casas, preciosas 
      figuras, todo en medio de una exuberante vegetaci鏮, ramaje cogido en los 
      jardines del rey, que eran maravillosos. Cruzaba el Nacimiento un r甐 y en 
      幨 se ve燰n dos vaporcitos que surcaban gallardamente las aguas. Por un 
      tel sal燰, de una de las monta鎙s, un tren que iba a meterse en las 
      entra鎙s de otro monte, apareciendo de nuevo por la ancha carretera. Y 
      arriba, y como asombrados de ver aquello, caminaban en briosos corceles 
      los reyes magos, seguidos de sus criados llevando los ricos presentes para 
      el Ni隳 Dios. Los pastores y los guerreros eran de un tama隳 muy desigual, 
      y D. Fadrique, poco artista, hab燰 colocado en varios sitios una figura 
      grande junto a una casa diminuta, y un perro que resultaba mayor que su 
      amo, desconociendo por completo la perspectiva. [106]
      [107]
           Conrado se hab燰 fijado mucho en todo aquello sin manifestar ni el 
      menor entusiasmo, y a solas con su maestro D. Servando, el hombre de 
      ciencia, le hab燰 preguntado:
           -澦ab燰 vaporcitos cuando naciDios?
           -No, hijo m甐, le respondiel profesor, el vapor es cosa moderna.
           -璣 ferrocarril?
           -Tampoco; eso se inventtambi幯 recientemente.
           -Pues bien, replicel ni隳, yo quiero la verdad en todo, hasta en 
      mis juegos. Que D. Fadrique suprima eso, que ponga las figuras del 
      Nacimiento que sean grandes en primer t廨mino y las peque鎙s en las 
      lejan燰s, que los pastores y los guerreros no lleven los trajes que se 
      usan hoy, que haya verdad en todo, como en lo que me dice, como en lo que 
      me ense鎙.
           D. Servando se quedperplejo, adivinando que aquellos cambios no 
      iban a ser del agrado de D. Fadrique.
           El principito subidespu廥 a casa del portero, que ten燰 las 
      habitaciones para su familia en el piso m嫳 alto del palacio destinado a 
      la servidumbre.
           Tambi幯 a Adolfo le hab燰n puesto sus padres Nacimiento, muy 
      sencillo, pero con mucha propiedad. Altas monta鎙s, palmeras y cedros, 
      pobre caser甐, figuras que pod燰n entrar por las puertas sin andar a 
      gatas, el humilde portal resplandeciente de luz y de colores para atraer 
      las miradas m嫳 que las otras cosas, pastores con [108] ofrendas, un r甐 
      cristalino, una cascada que brotaba de obscuro pe鎙sco... todo puesto con 
      arte, con gracia exquisita.
           -﹔uhermoso es esto! ExclamConrado. Este es un Nacimiento verdad; 
      aquvendryo a celebrar la Nochebuena.
           Al d燰 siguiente fueron convidados a ir a palacio los aristocr嫢icos 
      amigos del pr璯cipe. Se iluminel Nacimiento con luz el嶰trica y los 
      ni隳s admiraron aquellos primores ideados por don Fadrique. Pero Conrado 
      no parec燰 por ninguna parte, no asist燰 a la fiesta preparada 
      exclusivamente para 幨.
           Sus padres no se preocupaban por ello; ya conoc燰n las genialidades 
      de su hijo y no deb燰n de encontrarlas mal porque ni le amonestaban ni le 
      correg燰n.
           -Serun gran rey, dec燰 el soberano, tendrvoluntad propia.
           -Su coraz鏮 valdrmucho, murmuraba la reina, y todo se puede esperar 
      del que lo tiene noble y desinteresado.
           Entretanto el pr璯cipe estaba en la sala del cuarto del portero 
      gozando con toda su alma ante el bonito Nacimiento de Adolfo. Estaba 廥te 
      con sus hermanos menores, ni隳s y ni鎙s, que cantaban, bailaban, tocaban 
      tambores, panderetas y zambombas y hac燰n mil diabluras propias de sus 
      a隳s, que compart燰 familiarmente con ellos el hijo del rey.
           Cuando las velas del Nacimiento se apagaron, [109] se repartieron 
      alldulces y vino, y al llegar la hora de separarse todos lo hicieron con 
      pena, prometi幯dose volver a reunirse a la mayor brevedad posible.
           Cuando el pr璯cipe entren el sal鏮 rojo donde estaban los 
      aristocr嫢icos amigos que le hab燰n llevado para compartir con 幨 la 
      fiesta, en la que tanto se hab燰n aburrido, D. Fadrique le dirigiuna 
      severa mirada y D. Servando se sonricon bondad.
           -Ma鎙na, le dijo el primero, estarcastigado Vuestra Alteza sin 
      paseo por esta escapatoria incomprensible. El Nacimiento no se encender
      m嫳, no lucir嫕 los primores que en 幨 se han esparcido para solaz de 
      Vuestra Alteza y admiraci鏮 de sus convidados.
           Conrado no se encogide hombros por no faltar al respeto a su 
      preceptor; pero penscon agrado en que, sin salir de palacio, pod燰 ir 
      con Adolfo y su familia a disfrutar de aquel Nacimiento que le encantaba, 
      puesto por los modestos servidores en obsequio del pr璯cipe y de sus 
ni隳s.
           En cuanto a D. Servando, murmurcontemplando al heredero del trono:
           -No le agrada m嫳 que la verdad, que busca con empe隳 por todas 
      partes. Odiarsiempre la adulaci鏮 y la mentira. Serun gran rey, como 
      dice su padre, pero {y! Temo que por esto mismo sea tambi幯 muy 
      desgraciado. [111]
      [113]
      El Invierno
           Aquel invierno hab燰 sido muy triste y excepcionalmente fr甐. Las 
      monta鎙s estaban cubiertas de nieve, los campos abandonados y silenciosos, 
      cuando llega su pueblo D. Mario Pe鎙lver en coche cerrado, envuelto con 
      un gab嫕 de pieles, con el sombrero calado hasta los ojos y cubierto casi 
      por completo el rostro con una bufanda. Como siempre, le acompa鎙ba su 
      sobrino, que hab燰 ido a esperarle a la estaci鏮.
           En la familia no hab燰 ocurrido novedad; la esposa disfrutaba como 
      siempre de excelente salud, y los dos peque隳s campesinos, Mercedes y 
      Rafael, continuaban sanos y fuertes. No les dejaba salir su madre de la 
      casa m嫳 que los d燰s claros, pero algunas veces, cuando la nieve [114] 
      cubr燰 la tierra, ellos ped燰n permiso para hacer grandes bolas o 
      estatuas, que aunque no resultasen una obra de arte, no carec燰n de gracia 
      y revelaban no poca habilidad. Les ayudaban en aquella distracci鏮 algunos 
      ni隳s de los colonos que eran amigos suyos, cuidando de la elecci鏮 de 
      廥tos los sobrinos del se隳r de Pe鎙lver.
           El coche se detuvo a la puerta de la casa y los ni隳s, aleccionados 
      por su madre, no salieron al jard璯 a recibir al padrino para que 廥te 
      pudiera entrar en el zagu嫕 r嫚idamente. El padre de Mercedes y Rafael 
      ayudcomo siempre a su t甐 a descender del carruaje, le hizo pasar a su 
      vivienda sin detenerse, cerrla puerta, y tomadas todas estas 
      precauciones, el anciano se vio rodeado de los hijos y de los padres, 
      prodigando y recibiendo besos y abrazos.
           En la chimenea de la sala ard燰 un buen fuego y cerca de ella se 
      sentD. Mario en una gran butaca, teniendo enfrente a sus sobrinos, y a 
      sus pies, sobre banquetas de nogal, a sus ahijados con cuyos cabellos 
      jugaba, mientras ellos le acariciaban dulcemente.
           -璣 quha pasado por aqudurante mi ausencia? Preguntel padrino.
           -Ha hecho un fr甐 intenso, contestla sobrina, ha nevado mucho.
           -Los lobos hambrientos han llegado hasta el pueblo, a鎙diMercedes.
           -Y han matado gran nero de ovejas, dijo Rafael. [115]
      [116]
           -澦a habido desgracias personales? Murmurel anciano, temeroso de 
      o甏 una respuesta afirmativa.
           -Por un milagro no, contestRafael; pero han estado algunos pastores 
      en peligro.
           -A ver, contadme eso, dijo D. Mario, no siempre he de ser yo el que 
      refiera las cosas.
           -Hazlo, t Mercedes, dijo el ni隳 a su hermana, sabes contarlo 
mejor.
           -Hablad los dos, replicel padrino, lo que no recuerde el uno que lo 
      refiera el otro.
           -Pues bien, empezla ni鎙, cuando hubo aqula gran nevada, har
      unos veinte d燰s de esto, los lobos, como ya te he dicho, bajaron al 
      pueblo, donde a la entrada est嫕 los pastores guardando los reba隳s. Dicen 
      que se o燰n los aullidos desde las primeras casas del lugar y que nadie se 
      atrev燰 a salir despu廥 que anochec燰. Ven燰n furiosos y hambrientos y no 
      tardaron en hacer grandes destrozos entre las pobrecitas ovejas. Un pastor 
      viejo, que era el que estaba m嫳 cercano al bosque, tuvo miedo de 
      encontrarse alltan solo y tan desamparado y fue tan ego疄ta que encarg
      a un pobre ni隳 del cuidado de las ovejas con pretexto de que 幨 ten燰 que 
      marcharse fuera por algunos d燰s. El ni隳 era aquel infeliz que hallamos 
      el oto隳 pasado en el campo y que dorm燰 en el suelo por no tener ni casa 
      ni familia, seg hemos averiguado hace poco, porque antes no hab燰mos 
      logrado saber nada de 幨. Iba donde le llamaban, ya en un pueblo, ya en 
      [117] otro, sin m嫳 salario que la comida o algunos trapos viejos para 
      vestirse. Este invierno estaba medio muerto de fr甐, y cuando el pastor, 
      que le conoc燰, le dijo que se quedara en su lugar cuidando las ovejas, 
      aceptmuy agradecido. Estaba en una mala choza viendo caer la nieve, 
      cuando notcon el mayor espanto la llegada de los lobos. Mircon pena a 
      las ovejitas que balaban tristemente presintiendo el peligro. El perro 
      ladraba con furia, como si quisiera lanzarse contra el enemigo...
           -Y los lobos aullaban a lo lejos y despu廥 m嫳 cerca, interrumpi
      Rafael.
           -S prosiguiMercedes, el pastorcillo oylos pasos precipitados de 
      aquellas fieras que se acercaban a la choza para rodearla y luego advirti
      que empujaban la puerta y creyllegada su tima hora. El ni隳 llevaba 
      puesto un escapulario de la Virgen del Carmen, que le dio un d燰 nuestro 
      p嫫roco porque cuando pod燰 iba a la iglesia a rezar y a ayudar a misa. Lo 
      cogientre sus manos que temblaban, lo bes se puso de rodillas y pidi
      a la Madre de Dios amparo y protecci鏮.
           -Y entonces, a鎙diRafael, se oyeron algunos tiros y despu廥 todo 
      queden silencio.
           -A la ma鎙na siguiente, continuMercedes con voz conmovida, se 
      vieron fuera de la choza dos lobos enormes muertos, atravesado cada uno 
      por un balazo, sin que haya podido averiguarse qui幯 los mat Y las dem嫳 
      fieras huyeron para [118] no volver. El pastorcito estuvo enfermo del 
      susto que pas Por el pueblo se contel milagro y el se隳r cura se llev
      a su casa al ni隳 para no separarse m嫳 de 幨. Es monaguillo de la 
      parroquia y con las limosnas que le han dado, y que el p嫫roco le ha 
      puesto en la Caja de Ahorros, le han formado un peque隳 capital. Rafael y 
      yo le hemos entregado todo lo que ten燰mos en nuestras huchas.
           -Y yo a鎙diren vuestro nombre una buena cantidad, exclamD. Mario 
      entusiasmado por la excelente acci鏮 de sus ahijados.
           Despu廥 se hablde otras cosas, y apenas hubieron acabado de comer, 
      paseel anciano un poco por una galer燰 cubierta en la que los ni隳s 
      ten燰n una pajarera con muchos canarios.
           -Algunos d燰s, dijo Mercedes a su padrino, dejamos abiertos los 
      cristales de las ventanas y entran aqulos p奫aros de fuera para comerse 
      lo que los nuestros tiran...
           -Y saben tanto, interrumpiRafael, que 廥tos echan al suelo los 
      ca鎙mones que les damos para regal嫫selos a los forasteros.
           -Eso me recuerda una f墎ula que leno hace mucho, les dijo D. Mario.
           -燜e acuerdas de ella, padrino?
           -Si nos la repitieras...
           -Lo procurar pero no me pid壾s ya m嫳 ap鏊ogos; el repertorio se me 
      ha acabado.
           El anciano se detuvo a pensar breves momentos y luego les dijo la 
      composici鏮 siguiente: [119]
      [120]
                                                EL GORRI粍 Y EL CANARIO     
               Cierto d燰 de invierno, hermoso, claro,
            en el balc鏮 de una elegante casa,
            se ve燰 un canario en jaula de oro
            que alegres trinos sin cesar lanzaba.
            Dorado alpiste, obscuros ca鎙mones,5
            fresca escarola y cristalina agua [121]
            abundante ten燰 diariamente,
            穌um嫳 para vivir necesitaba?
            Un gorri鏮 celoso de su dicha,
            con precauciones se acerca la jaula,10
            comilo desechado por el otro
            y le dijo por fin estas palabras:
            -Que vives bien, no hay duda, que tranquilo
            est嫳, cosa es sabida y que se calla,
            穆ero quvalen todas esas dichas15
            cuando la dulce libertad te falta?
            Yo no cambio mi suerte por la tuya,
            cruzo el espacio de zafiro y grana,
            en los arroyos bebo y mi alimento
            busco en est甐 en las espigas altas.20
            Tengo mi nido oculto entre las tejas
            de una segura y elevada tapia.
            Cuando puedas huir, deja tus hierros,
            que nunca una prisi鏮 ha sido grata.
            Quedmeditabundo el pajarillo,25
            peso todas las contras y ventajas,
            y fijos sus ojuelos en el otro
            contestsin enojos y con calma:
            -Tpor ser libre, sufres los inviernos
            el rigor de la lluvia y de la escarcha,30
            yo prisionero, mientras hiela hallo
            calor artificial en mi morada.
            Aqudel cazador no temo el plomo,
            ni de enemigos la funesta sa鎙,
            veo el sol como t veo el espacio,35
            sus caricias me da mi due鎙 amada.
            No huyo del hombre que mi canto escucha [122]
            mientras agito de placer mis alas.
            Quiero mi esclavitud en jaula de oro
            m嫳 que esa libertad que me decantas.40
            No anhelo buscar trigo con zozobra,
            pues tambi幯 ese trigo al fin se acaba;
            no sertu fest璯 muy codiciable
            cuando buscas del m甐 las migajas.
           -Y eso es, dijo el padrino para terminar, lo que hacen esos gorriones 
      que se acercan a vuestra pajarera para ver lo que tiran fuera de ella 
      vuestros canarios; la f墎ula parece haber sido escrita para ellos.
           Bien notaba D. Mario que ya no estaba 幨 para aquel continuo viajar. 
      Aunque no se encontrase achacoso, advert燰 cierto cansancio y cada vez se 
      apegaba m嫳 a su familia, particularmente a aquellos encantadores ni隳s. 
      Ases que les prometique volver燰 para la primavera con la intenci鏮 de 
      quedarse allpara siempre, dejando sus asuntos de Madrid al cuidado de un 
      administrador de confianza.
           La noticia fue escuchada con inmenso jilo por todos. Aquella ser燰 
      la tima vez en que estar燰 en el lugar por tan poco tiempo.
           Antes de partir, como hiciera en las dem嫳 estaciones, refiriel 
      padrino a Mercedes y a Rafael los tres cuentos del invierno que publicamos 
      a continuaci鏮. [123]
      Enero
      El d燰 de Reyes
           隹 los Reyes Magos Melchor, Gaspar y Baltasar.
           俟abiendo lo mucho que quieren a los ni隳s y que atienden a sus 
      ruegos, les escribo hoy 5 de Enero para que ma鎙na me traigan, como no 
      dudo lo har嫕, porque soy bueno y no tengo falta ninguna, un traje de 
      militar con las armas que le correspondan, un caballo, un veloc甑edo, una 
      caja de soldados y todo lo dem嫳 que juzguen conveniente, dej嫕dolo en el 
      balc鏮 de mi casa junto a la bota que en 幨 tendrpuesta.
           Firmado: Marcial Guerrero [124]
           Esto escrib燰 el hijo mayor del general de este apellido, con letra 
      clara y mediana ortograf燰, mientras su hermanita Sof燰 esperaba a que 
      concluyese para que escribiese por ella, pues a no sab燰 hacerlo bien.
           Marcial tardcerca de media hora en trazar aquellos renglones, 
      quedando muy satisfecho de la forma en que ped燰 sus regalos a los Reyes.
           -Ahora dicta t que yo pondrexactamente lo que me digas.
           Al pronunciar estas palabras mira la ni鎙 que contestcon alguna 
      timidez, porque comprend燰 que las ideas de su hermano eran opuestas a las 
      suyas.
           -Diles, murmurSof燰, que no quiero mu鎑cas, porque tengo ya muchas 
      y m嫳 vale que se las den a las pobrecitas ni鎙s que est幯 sin ninguna; ni 
      alhajas, sino una cosa cualquiera, de poco valor, para que yo vea que me 
      quieren algo y que no me tienen por mala. Ellos no dan nada a los ni隳s 
      que no son buenos, mamme lo ha dicho, por eso quiero yo cualquier objeto 
      por insignificante que sea...
           -﹔utonta eres! Interrumpiel hermano. 熹ute importa que otras 
      ni鎙s tengan o no juguetes si no las conoces siquiera? 燒o me has dicho 
      hace pocos d燰s que te hab燰 gustado mucho un bebcon su canastilla 
      completa y que te le comprar燰s en cuanto tuvieses dinero bastante para 
      ello? 燕ues qupierdes pidi幯doselo a los Reyes?... [125]
           -No, no, pon lo que te he dicho y no intentes enga鎙rme, porque yo no 
      sescribir bien, pero ya leo en manuscrito. Si no haces lo que te pido no 
      firmarla carta.
           Marcial complacia Sof燰, puso 廥ta su nombre al pie de aquellas 
      l璯eas y el ni隳 metilos pliegos en sobres diferentes, cerr嫕dolos con 
      lacre y con el sello que ten燰 las iniciales de su padre, del que llevaba 
      su mismo nombre.
           Iba a salir para entregar las cartas a un criado y que las echase al 
      correo, cuando entrla madre de los ni隳s. Era 廥ta una se隳ra joven y 
      hermosa, muy discreta y que procuraba educar bien a sus hijos. Enterada de 
      los deseos de Marcial, cogilos dos sobres y le dijo dulcemente:
           -El correo de los Reyes Magos no es el mismo que el de los hombres. 
      El de los primeros no suelen conocerle m嫳 que los padres y las madres. 
      Las cartas se transmiten por un hilo invisible que une a la tierra con el 
      cielo. En 幨 no se admiten m嫳 que las cartas de los 嫕geles de este 
      mundo, que son los ni隳s. Entre 廥tos los hay mejores y peores, y, seg 
      son, asreciben los dones de los Magos. A los buenos les dejan premios 
      para que perseveren en el bien; a los traviesos, a los ambiciosos, a los 
      que tienen alg pecadillo f塶il de corregir, les env燰n algo que les 
      sirva de lecci鏮 o no les dan nada.
           -Estbien, dijo Marcial, ll憝ate como quieres las cartas, pero no te 
      olvides, por Dios, de hacer que lleguen a su destino. [126]
           -Ahora mismo las voy a mandar. Y salillev嫕dose los sobres 
cerrados.
           Durante la tarde fueron algunos ni隳s, parientes o amigos, a jugar 
      con Marcial y Sof燰; dos o tres se quedaron a cenar con ellos, pero a las 
      diez de la noche ya se hab燰n marchado todos y los dos hermanitos se 
      dirigieron a sus alcobas [127] para acostarse. Antes les dijo su madre que 
      ya hab燰 puesto en los balcones un zapato de cada uno.
           Marcial se acostaba solo; a Sof燰 la desnudaba a la doncella de su 
      madre. El general y su esposa se hab燰n quedado en la sala con varios 
      amigos que no se marchar燰n hasta despu廥 de las doce.
           El ni隳, antes de entrar en su habitaci鏮, se dirigia la de su 
      padre; cogiuna bota de montar, la que le parecimayor de todas, y 
      abriendo el balc鏮 del gabinete, la puso en el lugar de un zapato suyo de 
      charol que juzgera muy peque隳 para que los Reyes lo viesen y colocaran 
      junto a 幨 los muchos regalos que les hab燰 pedido. Despu廥 volvia su 
      alcoba, se acosty durmiintranquilo esperando con febril ansiedad el 
      feliz momento en que viera los obsequios de los Magos.
           Entretanto Sof燰 hab燰 quitado un zapatito a una de sus mu鎑cas, 
      rogando a la doncella que lo pusiese en el lugar del suyo en el balc鏮 de 
      la sala para que los Reyes no la dejaran m嫳 que un objeto peque隳, como 
      les hab燰 pedido. Luego rez se acosty se quedtranquilamente dormida 
      oyendo un cuento que por vig廥ima vez le contaba la criada y del que s鏊o 
      dos o tres noches hab燰 llegado al desenlace.
           A la ma鎙na siguiente, el 6 de Enero, un d燰 espl幯dido de invierno, 
      fr甐, pero claro, con un cielo sin nubes, Marcial y Sof燰 bien abrigados, 
      [128] felices, sonrientes, corrieron a abrir los balcones. El ni隳 quiso 
      que se viese primero lo que le hab燰n dado a 幨. Tal como la dejara estaba 
      la bota de montar de su padre, aquella bota grande, la mayor que en la 
      casa hab燰. Nada la rodeaba, nada conten燰; estaba allinm镽il, derecha, 
      a Marcial le parecique hasta enojada y altiva. Al ni隳 se le saltaron 
      las l墔rimas y alzlos ojos al cielo como si dirigiera una mirada de 
      reconvenci鏮 a los santos Reyes.
           Luego fueron a la sala, y en uno de sus balcones, sobre el diminuto 
      zapato de la mu鎑ca, vieron un magn璗ico bebcon su preciosa canastilla y 
      a su lado otros bonitos juguetes para poner una casa de mu鎑cas que hac燰 
      tiempo deseaba Sof燰. La ni鎙 tambi幯 miral cielo con expresi鏮 feliz, 
      sonriente, y poniendo los dedos de su mano derecha sobre su boca, envien 
      se鎙l de gratitud un beso a Melchor, otro a Gaspar y otro a Baltasar. As 
      con alguna caricia, era como ella acostumbraba dar las gracias cuando le 
      hac燰n cualquier regalo.
           Luego sacuna caja donde guardaba el dinero ahorrado para comprarse 
      el beby dijo en secreto a su madre:
           -Mam trae algo para mi pobrecito hermano.
           El general Guerrero aprovechaquella lecci鏮 que Marcial recibiera 
      para re鎴r al ni隳.
           -Has sido ambicioso, empez y por quererlo todo no has tenido nada. 
      Cuando seas hombre y [129] pretendas ser el primero, medrando a costa de 
      los dem嫳, recuerda este suceso y piensa en que si hubieras dejado tu 
      zapatito en el balc鏮 hubieses tenido tus juguetes; has puesto mi bota y, 
      ya te lo dijo tu madre, los Magos no env燰n sus dones m嫳 que para los 
      ni隳s. Sbueno, shumilde, y no lo quieras todo para ti.
           Marcial prometienmendarse y lo cumpli
           Al a隳 siguiente puso en el balc鏮 un zapatito suyo y recibitres 
      magn璗icos regalos de los Reyes.
      [130]
      Febrero
      El baile de ni隳s
           En el piso cuarto de una elegante casa de la calle de Alcal viv燰n 
      en Madrid hace mucho tiempo una profesora de mica casada con un maestro 
      de baile y dos ni鎙s de seis y nueve a隳s, frutos de aquel matrimonio. Al 
      principio de su estancia en la corte les hab燰 sonre獮o la fortuna, 
      teniendo el marido y la mujer no pocas lecciones; pero luego les salieron 
      varios competidores, si no m嫳 h墎iles, m嫳 felices que ellos, y los 
      ingresos fueron reduci幯dose [131] tanto, que a duras penas ten燰n lo 
      suficiente para pagar el cuarto, que aunque fuese interior les costaba muy 
      caro, y para comer poco y vestir modestamente.
           Las dos ni鎙s llevaban de muy diverso modo lo triste de su situaci鏮. 
      La mayor, Eugenia, se disgustaba con sus padres porque no la ataviaban con 
      lujo ni atend燰n a sus caprichos. La segunda, Paz, que era muy modesta, se 
      resignaba a todo porque no conoc燰 la vanidad.
           Aquel a隳 el Carnaval caya mediados de Febrero y no se hablaba en 
      la coronada villa de otra cosa que del baile de trajes que hab燰 de 
      celebrarse en uno de los principales teatros en obsequio a los ni隳s. Como 
      los productos eran para la beneficencia y se quer燰 sacar de 幨 el mayor 
      partido posible, los billetes costaban caros.
           Eugenia ansiaba ir a la fiesta y no dejaba de importunar a sus padres 
      para que la llevaran.
           -Pero hija, le dec燰 su madre, 盧鏔o quieres quse realice tu deseo 
      si no tengo con quhacerte el traje?
           -Srespond燰 la ni鎙, tienes algunas varas de seda color de rosa, 
      tienes encajes y una buena mantilla. Con tu habilidad, pues no te falta 
      para nada, me haces una falda y un corpi隳 y me vistes de maja.
           -Pero de esa tela que me regalaron para hacer un vestido a tu 
      hermanita, no sale m嫳 que un traje y vosotras sois dos ni鎙s. No hay 
      tampoco dos mantillas... [132]
           -Que no venga Paz; yo soy la mayor.
           Aquella noche, la antev疄pera de la fiesta, llevel maestro un 
      billete para el baile de ni隳s que le hab燰 regalado una de sus pocas 
      disc甑ulas. El gozo de Eugenia no tuvo l璥ites. Hizo que su madre se 
      pusiese a coser enseguida y aunque el traje no quedmuy bien, porque 
      hab燰 poca tela, la orgullosa ni鎙 pensque ella era bastante bonita para 
      suplir cualquier falta que hubiese en su atav甐.
           Se buscpara que la acompa鎙se al teatro a una amiga de su madre que 
      llevaba un ni隳 vestido de arlequ璯, y una hora antes de empezar el baile 
      saliEugenia de su casa.
           Paz hab燰 ayudado a que arreglasen a su hermana dando las horquillas, 
      los alfileres y cuantas cosas le hab燰n pedido. La hab燰 encontrado muy 
      hermosa y por su mente pascomo una r塻aga la idea de que ella tambi幯 se 
      hubiera divertido en la fiesta, pero puesto que no la pod燰n llevar, hab燰 
      que conformarse. Su madre le dijo que, por ser tan buena, ir燰 con ella a 
      paseo a ver las m嫳caras y los coches engalanados; pero a causa del traj璯 
      que se hab燰 dado cosiendo tanto y tan deprisa, le sobrevino un dolor muy 
      fuerte de cabeza y se tuvo que echar en la cama. Su buen marido no la 
      quiso dejar sola y por eso no se brinda salir con la ni鎙.
           Paz se asomal balc鏮 que daba al patio. En el piso segundo se ve燰n 
      a trav廥 de los cristales [133] muchos ni隳s que pasaban de un lado a 
      otro, todos elegantemente vestidos de m嫳caras con trajes que ella no 
      conoc燰.
           Uno de los muchachos se detuvo un rato a mirarla, hablluego con un 
      caballero, que la mirtambi幯, y luego el ni隳 desaparecir嫚idamente.
           Un instante despu廥 llamaron a la puerta de la calle y el profesor de 
      baile salia abrir. A su vista apareciun gracioso chiquillo vestido de 
      andaluz que le pidipermiso para entrar y hablar un momento con 幨.
           El maestro le hizo pasar a la salita donde estaba Paz asomada al 
      balc鏮. La ni鎙 cerrlos cristales y se sentjunto a su padre que hab燰 
      ofrecido ya una silla al ni隳.
           -DirVd. que soy un atrevido, empez幨 con una gracia encantadora, 
      pero mis padres, que son los due隳s de esta casa, me han dado permiso para 
      que venga a pedir a Vd. un favor. Varios amiguitos m甐s y yo pensamos ir a 
      la fiesta de esta tarde vestidos con trajes de diferentes provincias y 
      bailar algunas cosas all jota, sevillanas, mu鎑ira y otras. Yo ten燰 por 
      compa鎑ra a una prima m燰, pero es muy caprichosa y a tima hora ha 
      querido irse al teatro por ver una comedia de magia. Yo no puedo ir 
solo...
           -Es natural, interrumpiel maestro por decir algo.
           -Si Vd., continuel vestido de andaluz, quisiera [134] dejar a su 
      ni鎙 para que viniese con nosotros...
           -Yo con el mayor gusto, pero no tiene traje, balbuceel profesor.
           -El de mi compa鎑ra esten casa; mi madre lo ha dirigido y se lo 
      pensaba regalar. 燙abes bailar sevillanas? Preguntluego a la ni鎙.
           -Un poco, respondiPaz.
           -A ver, ensaya conmigo. Yo las cantarpara que tengamos mica.
           La hija del maestro, a la que 廥te hab燰 ense鎙do, bailaba 
      admirablemente y con mucha gracia. Las sevillanas salieron muy bien.
           El muchacho lleno de entusiasmo se fue a dar a sus padres la buena 
      noticia y un momento despu廥 sub燰 la madre del ni隳 con una doncella que 
      llevaba en sus manos un riqu疄imo traje que parec燰 haber sido hecho para 
      Paz. Se lo pusieron y la adornaron con magn璗icas joyas. Estaba 
      encantadora; su padre no se cansaba de admirarla y su madre se alivide 
      su dolencia al pensar en lo mucho que su hija se iba a divertir.
           En el sal鏮 de baile, adornado con plantas y espl幯didamente 
      iluminado, causgran sensaci鏮 la entrada de aquella multitud de ni隳s 
      vestidos con trajes regionales. Fue lo principal de la fiesta porque 
      aquellas preciosas parejitas llenas de atractivos bailaron o cantaron muy 
      bien. Paz y su compa鎑ro atrajeron todas las miradas y fueron designados 
      para ganar el premio que [135] hab燰 de adjudicarse a los que se 
      distinguieran m嫳.
           Eugenia estaba triste porque no s鏊o no hab燰 llamado la atenci鏮 por 
      bonita y elegante, sino que hab燰 notado que algunas personas se re燰n de 
      su traje y oya una que dec燰:
           -Esa ni鎙 va de quiero y no puedo. [136]
           No hab燰 visto a las parejas vestidas con las galas de las diferentes 
      provincias, pero al ir a salir 廥tas del sal鏮 tuvieron que hacerles paso 
      entre dos filas de gente y ella quedde las primeras.
           Al pasar los andaluces, un caballero grit
           -–iva la gracia!
           Y los ni隳s, felices, se sonrieron y saludaron.
           -Esa ni鎙, murmurEugenia, se parece a Paz, s mucho, much疄imo. Es 
      m嫳 bonita, tiene mejor color y va admirablemente vestida. ﹖i fuera 
      ella?... Pero es imposible. ﹔utonta soy! Mi hermanita se ha quedado en 
      casa m嫳 aburrida todav燰 que yo, y eso que no me he divertido mucho.
           Grande fue su asombro cuando al volver a su morada encontra Paz con 
      el traje de andaluza que la madre de su compa鎑ro le hab燰 regalado como 
      tambi幯 el premio que otorgaron por unanimidad a la encantadora pareja.
           Y desde aquel d燰 todo fue ventura en la casa. Porque los due隳s de 
      ella se constituyeron en protectores de los dos maestros y llovieron las 
      lecciones de mica y de baile y con ellas volvieron el bienestar y la 
      alegr燰.
           Eugenia no ambicionjam嫳 ser la primera en nada, uniendo a su 
      hermana menor a todos sus proyectos y siendo para ella buena y generosa. 
      [137]
      Marzo
      聲gel
           Era en verdad un espect塶ulo imponente el que iban a presenciar los 
      habitantes de Villaclara en la plaza Mayor. La elevaci鏮 del globo H嶰tor 
      se hab燰 anunciado para lo timo de la funci鏮 compuesta de ejercicios 
      gimn嫳ticos, carreras de cintas y de veloc甑edos. Se hab燰n colocado 
      tribunas en las bocacalles para cerrar la gran plaza que rebosaba de gente 
      por todas partes. Los balcones estaban completamente ocupados y lo mismo 
      las ventanas de las bohardillas y hasta los tejados.
           Los preparativos para inflar el globo duraron mucho tiempo, pero 
      entre tanto la banda municipal [138] tocvarias piezas, las mejores de su 
      repertorio, para distraer al plico. Al fin, y esto fue lo verdaderamente 
      sensacional, apareciel aeronauta, seguido de su mujer y de su hijo, un 
      ni隳 de cortos a隳s. Iban todos igual vestidos, de color azul. 匜 era 
      alto, moreno, de pelo y ojos negros. Ella y el peque雝elo eran rubios y de 
      una belleza ideal. La primera que entren la barquilla fue la joven a la 
      que le fue entregado el ni隳, habiendo entonces entre el plico no pocas 
      voces de protesta. Por timo subi幨, se soltaron las amarras y el globo 
      se fue elevando majestuosamente mientras hac燰 ejercicios gimn嫳ticos el 
      matrimonio y el hijo echaba besos al plico llevando las manitas a sus 
      labios.
           La multitud siguicon ansiosa mirada al globo que se alejaba primero 
      lentamente, luego m嫳 deprisa, hasta que desapareci Y a poco de ocurrir 
      esto hubo uno de esos cambios atmosf廨icos tan frecuentes en marzo, pues 
      era el 18 de este mes cuando se hab燰 celebrado aquella fiesta. Lo que fue 
      al principio suave brisa, aire vivo despu廥, se convirtien hurac嫕 
      furioso y no hubo persona que no temblase, por la suerte de aquella 
      desgraciada familia que arriesgaba su existencia por un pu鎙do de oro. No 
      hab燰 madre que no rezara por aquel angelito que seguramente iba a 
      perecer, pidiendo a Dios que hiciera un milagro y salvara su vida.
           Y entre tanto el pobre aeronauta luchaba con el elemento que 
      destrozaba el globo y trataba de [139] animar a su mujer y de consolar a 
      su hijo que lloraba y que ten燰 fr甐. Su deseo era descender en cualquier 
      lado que fuese, pero no lo lograba, y aspasaron algunas horas sin que el 
      viento cesase, expuesta aquella familia a perecer sin encontrar una ayuda 
      que nadie pod燰 prestarles. Al fin, ya a la madrugada, logrel esposo, 
      bajando por una cuerda llegar a la azotea de un palacio, ats鏊idamente 
      la maroma a los hierros de la barandilla, treppor ella y quiso que 
      descendiera su mujer.
           -Salva primero al ni隳, le dijo 廥ta, es todo nuestro amor, y ven 
      luego por m
           Aquel ni隳, en efecto, era su encanto y su alegr燰 y como por nada 
      del mundo se hubieran separado de 幨, le hab燰n llevado al verificarse la 
      peligrosa ascensi鏮 creyendo que, como otras veces, se efectuar燰 con toda 
      felicidad. 匜 cogial peque雝elo con un brazo y, aunque con gran 
      dificultad, logrdejar a su hijo en la terraza. Luego volvia subir, 
      pero, al poner el pie en la barquilla, una r塻aga de viento a m嫳 fuerte 
      que las otras rompila cuerda y el globo se elevcon gran rapidez. 
      Gracias a que era un h墎il gimnasta pudo el hombre salvarse de aquel 
      riesgo reuni幯dose a su esposa.
           El ni隳, llorando de miedo y de fr甐, se sententre las plantas que 
      adornaban la azotea y al cabo de un rato se durmicon un sue隳 pesado y 
      febril. [140]
      [141]
           La due鎙 de aquel palacio era una viuda muy caritativa y muy buena, 
      que ten燰 una inmensa fortuna, siendo el alivio de los pobres de la 
      localidad. Su ica pena consist燰 en no haber tenido nunca hijos. Viv燰 
      sola con sus criados sin desear salir de aquel pueblo donde resid燰 desde 
      su infancia. Un pueblo sin ferrocarril, de dif獳il comunicaci鏮 con otros 
      lugares por no tener m嫳 que un mal camino; sin peri鏚icos, con poco, pero 
      bien avenido vecindario, dirigido desde hac燰 muchos a隳s por el mismo 
      cura, por el mismo m嶮ico y por el mismo alcalde. Un pueblo sin ambici鏮 
      ni aspiraciones, de lo mejor, de lo m嫳 sencillo que hay en Espa鎙.
           La se隳ra, que era muy madrugadora, se acababa de levantar y miraba 
      desde una de las ventanas el cielo cubierto de nubes. El viento no hab燰 
      cesado todav燰. A su lado estaba Ramona, una de sus criadas.
           -Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y hermoso, dijo 
      la dama. Eso no quita que el hurac嫕 haya estropeado mis mejores plantas y 
      muchas no puedan lucir sus galas dentro de dos meses. Ven conmigo a la 
      azotea a ver qudestrozos tenemos que lamentar.
           La se隳ra y la doncella se fueron acercando a todas las macetas, 
      mir嫕dolas una por una, viendo con satisfacci鏮 que el viento no hab燰 
      causado tantos da隳s como supon燰n. De repente la dama lanzun grito, se 
      precipithacia unos arbustos y cogien sus brazos al hijo del aeronauta. 
      [142]
           -Mira, mira, Ramona, exclam este es un angelito que me ha enviado 
      el glorioso San Jos cuya fiesta celebramos hoy. Si fuese un ni隳 
      abandonado no estar燰 en la terraza a la que s鏊o se puede subir por la 
      escalera que hay en el interior del palacio, estar燰 abajo, en la calle, 
      todo lo m嫳 en el jard璯. S es un 嫕gel y para que no bajase desnudo a 
      la tierra sus compa鎑ros le han vestido con un pedacito de cielo. 。u嫕to 
      le vamos a querer! Porque tle querr嫳 tambi幯, 積o es verdad?
           -,h! S con toda mi alma, respondila doncella. Le querr le 
      respetar le venerar [143]
           Precisamente esta noche, continula viuda, estaba yo pensando en la 
      falta que me hac燰 un heredero, una criatura que labrase la dicha del 
      timo tercio de mi existencia. Y ya ves, San Josme ha enviado este ni隳 
      que sermi hijo, todo mi amor. El pobrecito esthelado, vamos a 
      acostarle en mi propia cama hasta que le compremos una cuna.
           La noticia del misterioso hallazgo cundir嫚idamente por el pueblo y 
      no hubo persona que no acudiese a ver al que llamaban el ni隳 del milagro. 
      宄te pasuna enfermedad muy grave y la se隳ra del palacio le cuidcon 
      solicitud y esmero. Cuando ya estuvo bien y pudo hablar vieron que lo 
      hac燰 en un idioma desconocido para todos.
           -El lenguaje de los 嫕geles, dec燰 la dama.
           Poco a poco fue el ni隳 aprendiendo el espa隳l y al preguntarle un 
      d燰 Ramona por sus padres, mirel azul firmamento y sus ojos se llenaron 
      de l墔rimas.
           -No le hagas sentir la nostalgia del cielo, dijo severamente la 
      se隳ra, que nadie le pregunte de d鏮de ha venido, es este un secreto que 
      ni puede ni debe revelar.
           El ni隳, al que llamaron 聲gel, fue creciendo en belleza y en 
      perfecciones. De car塶ter dulce y apacible, de inteligencia superior, era 
      el encanto de sus profesores, de sus compa鎑ros, de su madre adoptiva, de 
      cuantos le trataban. Le encontraban, eso s un tanto melanc鏊ico y [144] 
      cuando el viento agitaba las copas de los 嫫boles y las nubes se 
      amontonaban en el cielo suspiraba dulcemente y una esperanza loca se 
      apoderaba de 幨 buscando en el celeste espacio un globo que no llegaba 
      nunca, un globo muy amado y deseado ardientemente, que para siempre se 
      hab燰 perdido, en cuya barquilla iba un hombre bravo y generoso al que 
      llamaba padre y una mujer que le besaba con el amor de madre verdadera, 
      con una ternura que no hab燰 vuelto a encontrar.
           Y es que en aquel pueblo el respeto y la veneraci鏮 al 嫕gel imped燰n 
      las dulces expansiones del amor al ni隳.
      [145]
           Ha terminado, queridos ni隳s, el curso de las cuatro estaciones, o 
      sea el a隳 natural.
           Empieza sonriente con la primavera y acaba melanc鏊ico con las nieves 
      del invierno.
           A la flor sigue el fruto, al calor el fr甐, y la naturaleza vuelve a 
      empezar su majestuoso curso a隳 tras a隳, siglo tras siglo.
           Ases la vida; el ni隳 es un capullo; al calor de los padres abre 
      sus p彋alos, enamora en su juventud con su belleza y con el aroma de su 
      alegr燰; despu廥 languidece y al fin se extingue en la nada de donde le 
      sacara el soplo de la Divinidad.
           Pero ascomo la flor es s鏊o materia sensible, el hombre tiene un 
      alma, que en vida le permite pensar y obrar bien o mal, siendo acogido por 
      Dios en el primer caso, para galardonar sus buenas obras, o devorado por 
      Saturno que, como [146] imagen del tiempo, aniquila cuanto no tiene otra 
      finalidad que la vida temporal sobre la tierra.
           A veces, alguna alma buena sirve para atraer otra mala al sendero del 
      bien, ascomo, por desgracia, sucede con frecuencia que la manzana 
      podrida corrompe a su compa鎑ra, seg nos dice la f墎ula, y en aquel caso 
      hay que admirar m嫳 y m嫳 la bondad del Eterno, que permite la redenci鏮 
      del malo por la gracia alcanzada por el bueno.
           En el siguiente sucedido, con el que termina este libro a LAS 
      ESTACIONES consagrado, hallar嶯s demostrado lo que acabo de decir.
           Marcelo era malo, Miguel bueno, y Dios permitique 廥te fuera el 
      嫕gel de salvaci鏮 de su t甐 y profesor.
      El monaguillo
      I
           El pueblo aquel era de tan escasa importancia que s鏊o conoc燰n su 
      nombre sus habitantes y algunos de los que viv燰n en los lugares m嫳 
      cercanos. Ten燰 una plaza grande, pocas calles, cortas y estrechas, un 
      paseo con dos docenas de [148] 嫫boles y una fuente, un convento ruinoso y 
      una iglesia. 宄ta era bastante espaciosa, con columnas de piedra, ventanas 
      con cristales de colores, rotos los unos y sucios los otros, varios 
      altares con im墔enes de escaso m廨ito, l嫥paras de cristal o de metal 
      dorado, cuatro ara鎙s antiguas, floreros adornados con rosas y azucenas 
      hechas por manos m嫳 piadosas que h墎iles y algunos bancos de madera que 
      ocupaban los d燰s festivos las mujeres y los ni隳s, porque eran contados 
      los hombres que iban a o甏 misa en aquel lugar.
           El retablo del altar mayor, medio borrado ya por la acci鏮 del 
      tiempo, representaba la Anunciaci鏮 y casi lo ocultaba una Virgen de 
      talla, con el ni隳 Jes en los brazos, que ten燰 delante. Llevaba la 
      imagen una corona de plata sobre sus negros cabellos e iba vestida con una 
      tica azul y un manto encarnado, obra todo de un escultor notable, aunque 
      de nombre desconocido. El rostro de la Virgen era muy bello, lleno de 
      dulzura y mansedumbre. Miraban sus hermosos ojos al divino infante y 
      algunos 嫕geles estaban a los pies del grupo del que eran ornato y 
      complemento.
           A los dos lados del altar hab燰 muchos exvotos de cera, y sobre 幨 
      dos candelabros y algunos jarrones y vasos con flores naturales. En 
      aquella iglesia hab燰 poco culto; una misa a las seis y otra a las nueve, 
      una funci鏮 solemne a mediados de mayo en que se celebraba la fiesta 
      principal del pueblo y una novena los d燰s anteriores [149] costeada por 
      las devotas del lugar, sin serm鏮 y sin mica.
           De aquella iglesia era monaguillo hace algunos a隳s un muchacho 
      llamado Miguel, sobrino de un artista poco afortunado, que no habiendo 
      podido encontrar quien comprara sus obras, se hab燰 refugiado en aquel 
      pueblo donde ten燰 una casa que heredde su madre y algunos amigos de la 
      infancia. Su albergue no pod燰 ser m嫳 modesto; se compon燰 de un portal 
      estrecho y largo, una cocina que serv燰 de poco, pues en ella apenas se 
      guisaba y por falta de le鎙 resultaba tan triste como fr燰, una salita en 
      la que el hombre trabajaba y una alcoba en la que dorm燰n los dos. Detr嫳 
      de la casa hab燰 un patio con una parra, un pozo y un banco de piedra. Ni 
      una flor crec燰 en 幨, nada que lo animase y embelleciese.
      II
           El artista, que era un escultor, hab燰 renunciado hac燰 tiempo a sus 
      estatuas y se dedicaba a hacer figuritas de cera, que no siempre vend燰 y 
      los exvotos que para la iglesia le encargaban. Era un hombre malo y 
      descre獮o que s鏊o hab燰 consentido en que su sobrino, que era hu廨fano de 
      padre y madre, pasara gran parte del d燰 en la parroquia y al servicio de 
      ella, porque el se隳r cura le daba de comer y porque sacaba algunos [150] 
      cuartos de las propinas que nunca le faltaban en bautizos, bodas y 
      funerales. Asel muchacho no le era gravoso y en los ratos que le ten燰 
      en su casa le ense鎙ba a hacer figurillas de barro y de cera, prometiendo 
      幨, a pesar de sus pocos a隳s, llegar a ser un buen escultor.
           -T甐, dijo un d燰 Miguel al artista, si vendieras velas en vez de 
      estatuas, sacar燰s m嫳 provecho, porque son muchas las que llevan a la 
      iglesia y arden en ella todos los d燰s.
           -璣 qufalta hacen esas velas all- Preguntel escultor.
           -Casi todas se las ponen a la Virgen del Amparo.
           -De esa cera que se consume podr燰 yo hacer muchas maravillas. 燒o 
      ser燰 bastante que alumbrasen el altar con una lamparilla o dos?
           -No, t甐; cuando hay muchas velas encendidas la Virgen estm嫳 
      hermosa y parece que el ni隳 se sonr獯. La iglesia estalegre, brillan 
      m嫳 los candelabros, adornan m嫳 las flores y hasta se me figura que se 
      reza mejor all La luz de las lamparillas es triste y cuando oscila 
      desfigura las im墔enes. No me da miedo quedarme s鏊o en la iglesia cuando 
      arden los cirios, pero cuando no est嫕 encendidas m嫳 que las lamparillas, 
      cada silla me parece un espectro y cada banco un ata.
           El t甐, que se llamaba Marcelo, sonriy levantlos hombros con un 
      movimiento de profundo desd幯. [151]
      [152]
           -激st嫳 talguna vez de noche en la iglesia?- le pregunt
           -Pocas veces, cuando hay alguna funci鏮 al d燰 siguiente y 
      necesitamos arreglarla.
           -Pero eso no serpor ahora...
           -No, a ha de pasarse mucho tiempo hasta que haya alguna funci鏮 en 
      la parroquia.
           Y no se hablm嫳 del asunto
           Apenas hab燰n transcurrido ocho d燰s cuando una devota que hab燰 
      prometido una solemne novena a la Virgen si ganaba un pleito que ten燰 
      entablado con un pariente quiso, en acci鏮 de gracias por haber obtenido 
      tal merced, cumplir lo que ofreciera. Y con tanta prisa deseque la 
      funci鏮 se hiciese, que el p嫫roco dio orden al sacrist嫕 y a los 
      monaguillos de que limpiaran y arreglaran la iglesia, aunque tuviesen que 
      trabajar hasta una hora muy avanzada de la noche. Barrieron, fregaron el 
      suelo y los cristales, quitaron el polvo y ya eran las doce y media cuando 
      Tadeo, el sacrist嫕, que estaba rendido por haber sido el que hiciera el 
      trabajo m嫳 rudo, dijo a los ni隳s:
           -Poco queda ya para terminar; las velas las pod嶯s poner sin my 
      luego os ir嶯s a acostar como yo voy a hacerlo ahora mismo.
           Y salipor la puerta que daba a la sacrist燰. En un corredor al lado 
      de 廥ta hab燰 una escalera por la que se sub燰 a la habitaci鏮 del cura, 
      que estaba en la planta principal del edificio y en el cuarto segundo 
      viv燰 Tadeo con su madre. [153]
           Los dos monaguillos, Miguel y Ferm璯 pusieron primero los cirios en 
      los candelabros del altar y luego aquel, que era mayor que su compa鎑ro, 
      se subia una escalera para colocar tambi幯 las velas en las ara鎙s que 
      s鏊o se usaban en las funciones m嫳 solemnes. [154]
           Una vez terminada la limpieza hab燰 quedado el templo casi a 
      obscuras, pues no lo alumbraban m嫳 que las lamparillas colocadas cerca de 
      la Virgen del Amparo y delante de un Cristo que hab燰 a la entrada de la 
      iglesia. Para ver si deb燰 de poner alguna vela por allmirMiguel desde 
      lo alto de la escalera y le parecique en el confesonario del p嫫roco se 
      hab燰 movido un bulto negro. Como se acordara entonces de los efectos de 
      la d嶵il luz de las lamparillas de que hab燰 hablado algunos d燰s antes, 
      creyque allno hab燰 nada y que el miedo le hac燰 ver fantasmas como 
      otras veces. Porque el pobre ni隳 no estaba muy tranquilo de noche en el 
      sombr甐 templo y sin m嫳 compa劖a que una criatura m嫳 peque鎙 que 幨. 
      Ferm璯, que no hab燰 advertido nada, se acerca la puerta de la iglesia 
      para convencerse de que el sacrist嫕 hab燰 echado el cerrojo y recogido 
      las llaves, y, viendo que aslo hab燰 hecho, volvial lado de Miguel y 
      le dijo:
           -Me mandTadeo que nos fu廨amos por la sacrist燰, pero es ya muy 
      tarde para volver a nuestras casas, yo no me atrevo a salir ahora por las 
      calles, 篡 t
           -Yo tampoco, contestMiguel.
           -熹uieres que pidamos a Tadeo hospitalidad por esta noche?
           -Ya se habrdormido y si llamamos se va a asustar su madre.
           -Pues entonces, prosiguiFerm璯, podemos [155] quedarnos en los 
      bancos de la sacrist燰 hasta ma鎙na.
           -Pero cerraremos bien la puerta que comunica con la iglesia, a鎙di
      Miguel.
           Aslo hicieron y un instante despu廥 dorm燰n los dos tranquilamente 
      en el improvisado y duro lecho.
      III
           A la ma鎙na siguiente los llamel sacrist嫕 y Miguel se apresura 
      ir a la iglesia, de la que abrila puerta.
           Apenas volvia 廥ta la espalda, un hombre se deslizcon sigilo 
      desde el confesonario del cura p嫫roco hasta la salida del templo, que 
      franquesin ninguna dificultad.
           La plaza estaba desierta. El hombre se envolvibien en su capa y se 
      dirigia la calle m嫳 pr闛ima por la que desaparecir嫚idamente.
           Dos o tres viejas, que eran las m嫳 madrugadoras, entraron en la 
      parroquia un cuarto de hora despu廥 de haberse abierto su puerta, atra獮as 
      por la campana que tocaba para la misa de seis.
           Lo primero que hicieron fue inspeccionarlo todo, para ver, por el 
      nero de velas y por el arreglo de la iglesia en general, la importancia 
      de la novena que hab燰 de empezar aquella tarde. Estuvieron all
      murmurando un rato; les parec燰 [156] que aquello estaba muy pobre para 
      dar las gracias por una merced tan se鎙lada y que tanto dinero hab燰 de 
      proporcionar a la que pagaba la funci鏮.
           Ferm璯 entrpara arreglar el altar y una de las viejas, la suegra 
      del alcalde, le detuvo para preguntar en voz que cre燰 baja, aunque no lo 
      era, porque la buena mujer no se o燰 por ser bastante sorda:
           -燒o van a encender las ara鎙s?
           -S se隳ra.
           -燜odas?
           -Me parece que s
           -燕or quno tienen puestas las velas como los candelabros?
           El muchacho se encogide hombros como diciendo:
           -Esta buena se隳ra tiene tan mal la vista como el o獮o 瘸caso no las 
      puso anoche Miguel?
           Otra de las viejas, la madre del zapatero, se acerccon misterio a 
      la sorda y le dijo:
           -燕or quhabr嫕 quitado los exvotos de la izquierda del altar mayor? 
      Yo di aquel brazo de cera, que ofreccuando lo tuve tan malo de resultas 
      de una ca獮a, para que lo dejasen ahsiempre, y no he de consentir que lo 
      quiten para poner otra cosa.
           Ferm璯 ten燰 ya el altar arreglado, dos velas encendidas, el misal en 
      el atril abierto y sobre una mesita, que hab燰 a la derecha en el 
      presbiterio, las vinajeras, la campanilla y una palmatoria. [157] Al ir a 
      entrar en la sacrist燰 mirmaquinalmente hacia el techo y se reflejen 
      su cara el mayor asombro. Acababa de ver que en las ara鎙s no hab燰 
      ninguna vela puesta. 激n quconsist燰 aquello? Fue al punto en busca de 
      Miguel que se quedat鏮ito cuando le refirilo observado y lo mismo les 
      pasa Tadeo y a los dos curas.
           Se inspecciono todo; la puerta de la iglesia no hab燰 sido forzada, 
      los monaguillos no hab燰n salido, pues para mayor prueba de su inocencia 
      resultque el sacrist嫕 se hab燰 llevado distra獮amente con las llaves de 
      la iglesia las de la sacrist燰, que daba tambi幯 a la plaza, por lo tanto 
      era seguro que los dos ni隳s no hab燰n pasado la noche fuera de all 
      Ellos declararon que no lo hab燰n intentado siquiera.
           Lo cierto era que las velas de las ara鎙s y muchos exvotos de cera 
      hab燰n desaparecido.
           燕or qucallMiguel que en el confesonario del p嫫roco hab燰 cre獮o 
      ver un bulto negro? Al pronto fue por no juzgar el hecho real sino hijo de 
      su imaginaci鏮 excitada por el miedo, despu廥 por una vaga sospecha. 
      燙er燰 el ladr鏮 su t甐? 澧鏔o descubrirle si era 幨? 澧鏔o delatar al 
      hombre que le hab燰 servido de padre? Pero si era Marcelo el que se hab燰 
      quedado escondido en la iglesia, figur嫕dose que a esa hora ya no entrar燰 
      nadie y podr燰 robar la cera, 盧u嫕do y por d鏮de se hab燰 marchado? 澧鏔o 
      no le hab燰n visto salir? [158]
      IV
           El cura manda Miguel a la cerer燰 por otras velas para las ara鎙s y 
      no encontrbastantes all entonces fue a su casa a decir a su t甐 el 
      apuro en que se ve燰.
           -Yo no tengo aquvelas, ya lo sabes; le contestbruscamente.
           Y el buen ni隳 con esto se marchtan tranquilo murmurando:
           -Gracias a Dios no ha sido 幨; que me perdone el mal juicio.
           Quitando velas de aquy de all en la sacrist燰 y en la iglesia, se 
      reunieron las que hac燰n falta en las ara鎙s y por la tarde, a las cuatro 
      en punto, empezla novena que resultde lo mejor que se hab燰 hecho en 
      aquella iglesia. El altar de la Virgen estaba muy bonito, pero a Miguel le 
      parec燰 que la imagen le miraba con profunda tristeza y que el ni隳 no se 
      sonre燰 como otras veces.
           Mucho se hablen el pueblo de aquel robo audaz, pero fue imposible 
      descubrir al autor de 幨 que no hab燰 dejado el menor rastro de su paso 
      por la iglesia.
           Entretanto a Miguel, aunque no hab燰 visto en su casa ninguna vela, 
      se le figuraba que Marcelo ten燰 m嫳 cantidad de cera que los d燰s 
      anteriores para hacer sus figuritas. El hombre estaba [159] silencioso y 
      sombr甐, trabajaba sin gusto y hasta sin arte. Los exvotos no le 
      resultaban bien y cuando iban a compr嫫selos les pon燰n faltas y muchas 
      veces no se los quer燰n tomar.
           En cambio, cuando el monaguillo hac燰 alguna figurita de Santo, 
      resultaba m嫳 bonita; por lo que el escultor decididejar para el ni隳 
      toda aquella cera.
           Miguel empeza hacer con ella una imagen de la Virgen del Amparo, y 
      ya la ten燰 casi concluida, cuando a consecuencia de una reyerta fue 
      herido de gravedad Marcelo una noche al salir de la taberna. Avisados el 
      m嶮ico y el p嫫roco, el uno le hizo la primera cura y el segundo 
      permanecicon el t甐 del monaguillo largo rato. Cuando el herido se qued
      solo parec燰 m嫳 tranquilo. Al entrar Miguel en la alcoba, le dijo con voz 
      apenas perceptible:
           -Lleva a la Virgen del Amparo esa imagen que has hecho suya para que 
      me ponga bueno.
           Y el ni隳, apenas oyesta orden, encargando a una vecina de la casa 
      de al lado que acompa鎙se al herido, cogila figura que representaba a la 
      Virgen y las dem嫳 que hab燰 terminado y corria la iglesia depositando 
      todo aquello en el altar mayor. Y le parecientonces que en el rostro de 
      la Virgen venerada en aquel templo asomaba una expresi鏮 dulce y 
      tranquila, y que le dirig燰 el ni隳 una de sus m嫳 divinas sonrisas.
           -Ahtienes toda la cera que era tuya, Madre [160] m燰, murmur que 
      sirva para la salvaci鏮 del cuerpo y del alma de mi t甐, porque ty yo 
      sabemos bien que 幨 fue el autor del robo...
           Marcelo se cur hizo y vendimuchos exvotos y con una parte del 
      producto de ellos, pudo ofrecer varias velas a la Virgen del Amparo 
      transform嫕dose por completo despu廥 de su enfermedad y llegando a ser un 
      hombre religioso y honrado.
           En cuanto a Miguel fue un notable escultor, tallando preciosas 
      im墔enes que le dieron justa fama y grandes bienes de fortuna.
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