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Cocos Y Hadas: Cuentos para ni鎙s y ni隳s
Julia de Asensi


[1]
El coco azul

Teresa era mucho menor que sus hermanos Eugenio y Sof燰 y sin duda
por eso la mimaban tanto sus padres. Hab燰 [2] nacido cuando V獳tor y
Enriqueta no esperaban tener ya m嫳 hijos y, aunque no la quisieran mas
que a los otros, la hab燰n educado mucho peor. No era la ni鎙 mala, pero
svoluntariosa y abusaba de aquellas ventajas que ten燰 el ser la primera
en su casa cuando deb燰 de ser la tima.
A causa de eso Eugenio no la quer燰 tanto como a Sof燰; 廥ta, en
cambio, repart燰 por igual su afecto entre sus dos hermanos.
Cuando Teresa hac燰 alguna cosa que no era del agrado de Eugenio, 幨
la amenazaba con el coco y pintaba mu鎑cos que pon燰 en la alcoba de su
hermana menor para asustarla.
Teresa ten燰 miedo de todo y s鏊o Eugenio era el que procuraba vencer
su frecuente e incomprensible terror.
No se le pod燰 contar ning cuento de duendes ni de hadas, ni
hablarle de ning peligro de esos que son continuos e inevitables en la
vida. Los padres se disgustaban con que tal hiciera, y s鏊o su hermano
procuraba corregirla por el bien de ella y el de todos, esperando
aprovechar la primera [3] ocasi鏮 que se presentase para lograrlo.
Romp燰 los juguetes de su hermana sin que nadie la ri鎑se y Sof燰
hab燰 guardado los que le quedaban, que aun eran muchos y muy bonitos,
donde Teresa no los pudiera coger.
-El d燰 que seas buena te los dartodos, le dec燰.
-Y cuando seas valiente yo te comprarotros, a鎙d燰 Eugenio.
Teresa se quedaba meditabunda durante largo rato, sin hallar el medio
de complacerles.
No ten燰 ella la culpa de ser tan miedosa, bien hubiera querido
vencer sus temores para evitar las burlas de sus hermanos y de sus amigas.
Si sal燰 a paseo, ten燰 que volver a su casa antes que anocheciera y era
preciso llevarla a sitios muy concurridos. Si un hombre la miraba, cre燰
que le iba a robar; si un perro corr燰 a lo lejos, se figuraba que era un
animal desconocido y de colosal altura. Si se despertaba de noche y ve燰
por la entornada puerta la luz de la l嫥para de una habitaci鏮 pr闛ima,
imaginando que hab燰 fuego en la casa, [4] saltaba con precipitaci鏮 de la
cama pidiendo socorro.
No pod燰 estar sola jam嫳, ni ir a buscar ning objeto a otro cuarto
sin que la acompa鎙sen.

En su misma alcoba ten燰 que dormir una buena mujer que hab燰 sido su
nodriza y continudespu廥 al servicio de los padres de Teresa. Quer燰
tanto a la ni鎙 que dorm燰 muy poco para poder vigilar su sue隳,
despertarla si le atormentaba alguna pesadilla o acostarla con ella si
estaba desvelada por el miedo. [5]
Habiendo ca獮o enferma la madre de Teresa y no bastando los criados
de la casa para velar por si algo se ofrec燰, mientras acompa鎙ban a la
paciente su marido y otras personas de la familia, forzoso fue que la
nodriza entrara tambi幯 en turno para aquel servicio. Ella se quedaba
vestida junto a la cama de la ni鎙 que, sabiendo que estaba alla su
lado, no ten燰 cuidado de ning g幯ero.
Una noche, el padre de Teresa llamdesde fuera a la antigua criada,
que se apresuro a salir.
-Hay que ir a la botica, le dijo su amo, se ha concluido una de las
medicinas y dice el doctor que es preciso traer m嫳.
La excelente mujer comprendique no pod燰 desobedecer aquella orden;
mira la ni鎙, que dorm燰 con la mayor tranquilidad, se abrigbien y
salia la calle para cumplir lo dispuesto por su se隳r.
-Tardarpoco, se dijo, y en esta momento Teresa no ha de
despertarse, ser燰 muy casual que asfuese.
No hab燰 querido cerrar la puerta de la alcoba para no hacer ruido.
[6]
En la botica la detuvieron un buen rato porque el excesivo nero de
enfermos que hab燰 en aquella 廧oca era causa de que tuviesen allmuchas
recetas, que se serv燰n por riguroso turno, y el personal de la farmacia
m嫳 pr闛ima era bastante escaso.
Apenas har燰 un cuarto de hora que hab燰 salido la nodriza, cuando
Teresa se despert
-﹐ariana! ﹐ariana! llampor dos veces.
Nadie le respondi Como era la primera vez que esto hab燰 sucedido,
pues la mujer, que ten燰 el sue隳 muy ligero, contestaba en seguida que
o燰 la voz de Teresa, 廥ta empeza alarmarse y se sintiinvadida de
aquel invencible terror que tanto le atormentaba. Creyque a sus voces
acudir燰 su padre o alguno de sus hermanos, en el caso de que 廥tos no se
hubiesen acostado todav燰.
Al poco rato encendieron una luz en la habitaci鏮 inmediata. Fijos
los ojos en la entornada puerta, la ni鎙 cesde gritar y se qued
inm镽il.
La puerta se abrientonces por completo [7] y aparecien ella una
figura negra con un palo en la mano.
-Si no te callas te llevarconmigo, le dijo con atronadora voz. 澤
qui幯 llamabas? 積o puedes estar sola?
Ante aquella amenaza la pobre ni鎙 se echa temblar y ocultel
rostro con las s墎anas.
-M嫫chate, coco negro, murmural fin, que yo serbuena.
La figura negra desapareci
Apenas hab燰 salido, Teresa empeza llamar a gritos a su nodriza.
En la puerta apareciotra figura vestida de azul. 宄ta se acerca
la ni鎙 a pesar de sus protestas, y colocencima de su cama una hermosa
mu鎑ca.
-–ete! exclamTeresa llorando.
-No me irsin que me escuches, contestel fantasma. Yo soy el coco
azul y quiero mucho a los ni隳s buenos, a los que doy dulces y juguetes;
mas para esto es necesario que no me teman ni tengan miedo a nada. En el
timo piso de tu casa hay un cuarto obscuro, del que sin duda has o獮o
hablar, que sirve para guardar baes y [8] muebles viejos; en un rinc鏮
de ese cuarto hay mu鎑cas, sillas, mesas y camas para una casa de
aquellas, juegos de caf bater燰 de cocina, almendras, caramelos, y otras
cosas buenas o bonitas. Si ma鎙na te atreves a ir allsola, de d燰, todo
serpara ti, si no se lo dara otra ni鎙.

-燙on los juguetes como los de Sof燰? se [9] atrevia preguntar
Teresa, porque aquel coco no le parec燰 tan malo como el negro.
-S como los de Sof燰.
-璣 ser嫕 para m
-No lo dudes.
-Pues bien, coco azul, si te marchas enseguida, ma鎙na irpor ellos.
A Teresa le parecique el coco se burlaba de ella, porque apenas
pod燰 contener la risa. Cogila mu鎑ca y se alejprecipitadamente.
La ni鎙 ya no se atrevia gritar, temiendo que apareciese un coco de
otro color. ﹖i el azul no le enga鎙ra! ﹖i todos aquellos juguetes y
golosinas fuesen para ella! 燕or quse hab燰 llevado la mu鎑ca otra vez?
Su conciencia le dec燰 que en realidad no la hab燰 ganado, porque ten燰
much疄imo miedo.
Cuando la nodriza volvi encontra Teresa con los ojos abiertos,
pero callada.
-﹔ubuena es mi ni鎙! dijo bes嫕dola; aste quiero yo ver, sin
miedo aunque no estcontigo. He tenido que ir a la botica a buscar una
medicina para tu mam que ya estmuy aliviada y pronto podrlevantarse.
Ya no me separarm嫳 de ti. [10]
-激stamos solas, Mariana?
-S solas, como siempre a estas horas, respondila nodriza.
-Pues ac廨cate a m que te voy a contar lo que me ha pasado.
Y hablando muy bajito, le refirila visita de los dos cocos.
-Habrso鎙do todo eso, pensla criada.
A la ma鎙na siguiente, al observar que hab燰 dejado un mant鏮 negro
sobre una silla y que las cortinas del balc鏮 y de las puertas eran
azules, supuso Mariana que, asustada Teresa, los hab燰 tomado por
fantasmas y que hab燰 so鎙do que le hab燰n dicho todo aquello. Vino a
confirmar esta idea el o甏 que Teresa en sue隳s nombraba sin cesar al coco
azul.
Al otro d燰 se levantla ni鎙 pensando en los prometidos juguetes y
decidida a armarse de valor para ir a buscarlos.
-Subirdespu廥 del desayuno, se dijo.
Pero no se atrevientonces y lo dejpara cuando acabase de
almorzar.
-燒o sales hoy a paseo? le preguntSof燰.
-No, contestTeresa, tengo que hacer en casa. [11]
-,h! 篙ienes que hacer? repitiri幯dose la hermana mayor.
-Si, y no te burles.
-;amosas ocupaciones ser嫕 las tuyas!
-Si me atreviera te las dir燰.
-Pues atr憝ete.
-Es que... no ssi es preciso guardar el secreto.
-Conmigo seguramente no, profiriSof燰.
Teresa parecivacilar un poco, pero al fin, como su hermana era
buena para ella y pod燰 darle un consejo, se decidia contarle la
aparici鏮 del coco negro y la del coco azul. Al terminar suplica Sof燰
que subiese con ella al cuarto obscuro.
-Eso no puede ser, le replic te han dicho que vayas sola y si te
acompa隳 ya no habrde fijo ni juguetes ni dulces.
Larga fue la lucha que tuvo que sostener Teresa; varias veces lleg
al primer tramo de la escalera, porque hasta 幨 la llevde la mano su
hermana, pero no hubo medio de que pasara de all
-Ircontigo hasta la puerta del cuarto, le dijo Sof燰. [12]
Pero aunque subicon Teresa no logrque la ni鎙 entrase sola.
-D嶴alo para ma鎙na, a ver si tienes m嫳 valor, le aconsejla otra.
-Ma鎙na no estar嫕 los juguetes...
-Puede ser que s
Por la noche tambi幯 tuvo Mariana que dejar sola a Teresa para
acompa鎙r un rato a la enferma, que hab燰 tenido un gran alivio en su
dolencia, pero cuyo estado exig燰 siempre un cuidado asiduo.
La ni鎙 se desperty vio, como la noche anterior, al coco negro que
la amenazy al coco azul que la tratcon dulzura.
Tuvo menos miedo al primero y hasta se atrevia mirar detenidamente
al segundo. Aquel coco le era simp嫢ico y conocique acabar燰 por
familiarizarse con 幨. Prometia la ni鎙 ir al d燰 siguiente con ella al
cuarto obscuro.
Y en efecto, a las diez de la ma鎙na estaba esper嫕dola en el primer
descanso de la escalera, con su hermoso manto de cielo que le cubr燰 desde
la cabeza a los pies. Teresa se acercal coco y subicon 幨 hasta lo m嫳
alto de la casa. Al llegar [13] allabrila puerta y la ni鎙 vio que el
cuarto estaba profusamente iluminado con velas y farolillos y en el fondo
estaban los juguetes ofrecidos y otros muchos y las golosinas que a ella
m嫳 le agradaban.
Encantada Teresa al ver todo aquello, empeza saltar de alegr燰 y a
coger cuantos objetos pudo coloc嫕dolos en su delantal, para bajarlos a su
cuarto en menos tiempo. El coco azul le ayudaba en su tarea, y all
aparecitambi幯 el coco negro para terminar m嫳 pronto.
Cuando todo estuvo trasladado, como Teresa era ya una ni鎙 bien
educada, dio las gracias a los cocos que le pidieron un beso. Ella cerr
los ojos para no verles la cara y obedeci Entonces el coco negro y el
coco azul desaparecieron.
Los dos corrieron al cuarto del padre de Teresa, se quitaron su
disfraz apareciendo: bajo el traje del coco malo Eugenio, y del coco bueno
Sof燰.
-Ha estado la ni鎙 m嫳 valiente de lo que esper墎amos, dijeron.
Poco a poco fue perdiendo Teresa el miedo a todas las cosas naturales
y sobrenaturales, [14] pero, aun siendo mayor, siguiignorando que los
cocos hab燰n sido sus hermanos.
Si alg d燰 no sab燰 la lecci鏮, le dec燰 su madre:
-Mira que va a venir el coco negro.
Y aprend燰 pronto al o甏 esta amenaza.
Sonre燰 dulcemente, como si de algo muy querido de ella se tratara,
cuando, despu廥 de haber hecho una cosa buena le dec燰n:
-En recompensa, se lo contaremos al coco azul.

[15]



Las buenas hadas

La pobre Micaela se hab燰 quedado viuda siendo muy joven y con
escas疄imos recursos. Gracias a la caridad de una vecina, [16] que cuidaba
a su ico hijo de edad de cuatro a隳s, hab燰 podido ponerse a servir,
pero aquella excelente mujer hab燰 muerto poco despu廥 y la viuda se vio
obligada a llevarse a su ni隳, perdiendo por esto la colocaci鏮 que ten燰.
All en una peque鎙 aldea donde hab燰 nacido, viv燰n algunos
parientes suyos, los unos ricos, pero avaros; los otros en tan triste
situaci鏮 como ella. A fuerza de econom燰s hab燰 reunido lo necesario para
pagar el viaje y se puso en camino con su hijo, del que no se quer燰
separar.
Poco se acordaban en el pueblo de la viuda y la recibieron con desv甐
o con frialdad. Ella ten燰 a su F幨ix para consolarse, porque el muchacho
era d鏂il y bueno y adoraba a su madre.
La pobre mujer alquilun cuarto muy peque隳, con dos habitaciones
icamente, y se dedica coser y a planchar, reuniendo una parroquia muy
reducida aunque trabajaba bien y se hac燰 pagar poco, mucho menos que las
otras costureras y planchadoras del lugar.
Hab燰 arreglado pronto su casa, porque [17] no ten燰 apenas muebles,
pero 廥tos eran limpios y no de mal gusto, por lo que F幨ix no pudo darse
cuenta al principio de los sacrificios que la madre se impon燰 para que el
ni隳 no viviese peor que los dem嫳 de su clase.
No iba a la escuela, pero tampoco bajaba a jugar a la calle, viendo
廥ta desde su ventana adornada con unas cortinas de percal, dos tiestos,
con claveles el uno y geranios el otro, y una jaula con un p奫aro.
F幨ix quer燰 mucho a aquel jilguero que, sabiendo su afici鏮 a los
p奫aros, le hab燰 llevado un d燰 su madre. Estaba encerrado en una pobre
jaula que el inquilino que hab燰 ocupado antes que ellos el modesto
cuartito, hab燰 dejado abandonada. Era de madera y alambre, muy tosca, muy
vieja y muy sucia, pero al muchacho, que no hab燰 tenido nada mejor, le
parec燰 buena. La dificultad principal para el ni隳 era el dar de comer al
pajarito por la imposibilidad en que se hallaba de comprarle ca鎙mones o
alpiste. Le manten燰 con miguitas de pan, no siempre tierno, y unas hojas
[18] de escarola que ped燰 de vez en cuando a una verdulera parienta suya.
El jilguero conoc燰 bien a su due隳 y le saludaba con su alegre canto, m嫳
melodioso desde que ten燰 por vecinos a dos canarios.
La casa que hab燰 en frente de la que habitaba Micaela era un bello
edificio bastante antiguo, de severa fachada, anchos balcones en el piso
principal, ventanas en el segundo y en el bajo y en el centro de 廥te una
gran puerta con marco de piedra y sobre ella un escudo de armas.
Durante mucho tiempo aquella casa hab燰 permanecido cerrada y desde
hac燰 pocos d燰s la ocupaba una ilustre se隳ra, viuda de un duque y madre
de dos ni鎙s. Los canarios pertenec燰n a 廥tas. Apenas si conoc燰n en el
pueblo a la madre y a las hijas, las cre燰n altivas y dichosas en su
soledad, poco dispuestas a procurar el bien de aquellas gentes que casi en
total depend燰n de ellas, ya porque las casas que ocupaban fuesen
propiedad suya, o porque tuviesen arrendadas tierras que les pertenec燰n
de igual modo.
F幨ix estaba muchas veces asomado a la [19] ica ventana de su casa;
pero en cuanto ve燰 en los balcones de en frente a alguna de las ni鎙s, su
natural timidez le obligaba a ocultarse.
Lleguna temporada muy mala para la pobre Micaela, que no encontr
trabajo, y la infeliz tuvo que pedir limosna para mantenerse ella y dar de
comer a su hijo. Hubo un d燰 en que no tuvieron m嫳 que un pedazo de pan.
La madre dio la mayor parte de 幨 al ni隳, que la comicon avidez.
Pero aun no lo hab燰 comido todo cuando F幨ix se acordde su
jilguero. El pobre no hab燰 tomado nada desde la v疄pera y al muchacho le
parec燰 m嫳 triste aquella tarde el canto de su p奫aro.
-燜endrbastante con esta miga hasta ma鎙na? se pregunt
No le dio m嫳 que la mitad de lo que le hab燰 destinado y se comiel
resto, porque 幨 tambi幯 ten燰 mucha hambre.
A la ma鎙na siguiente llevMicaela un pedazo de pan todav燰 m嫳
peque隳 y la lucha que sostuvo F幨ix para dar a su jilguero una parte de
lo que el deb燰 comerse fue todav燰 mayor. [20]
-Madre, dijo -y sus ojos se llenaron de lagrimas-, mi jilguero est
triste y se me va a morir.

-S ni隳 m甐, contestMicaela, pero 幨 encontraralimento mejor
que t D嶴ale en libertad, que en el campo no falta nunca algo que
mantiene a los p奫aros. Hay frutas [21] maduras, hay granos de trigo, hay
insectos...
-Pero yo no verm嫳 a mi jilguero, que se olvidarde m
-Si prefieres que se muera de hambre...
Aquel d燰 dieron a Micaela un plato de patatas guisadas que ella y su
hijo comieron, pero el p奫aro no las quiso probar.
Al llegar la tarde, F幨ix se asomllevando en la mano la jaula que
encerraba al jilguero. Le sac le dio muchos besos, le puso con cuidado
en la ventana, y sin ver lo que el p奫aro hac燰, porque el llanto
obscurec燰 su vista, se metiprecipitadamente en su cuarto, sintiendo la
primera pena, para la que no hallaba consuelo. Cuando se calmun tanto,
volvia asomarse y vio que el jilguero hab燰 desaparecido. [22]

-Ya habrcomido algo, murmur al menos 幨 no se morirde hambre.
Los tiempos malos segu燰n y en balde buscaba Micaela una colocaci鏮.
Ella se contentaba con poco; si tuviese dos o tres duros habr燰 podido
comprar cintas, hilos, botones y otros objetos para venderlos en el pueblo
y sus alrededores. Todo era empezar y no dudaba que lograr燰 reunir una
buena parroquia, porque le bastar燰 una peque鎙 ganancia. Sus parientes no
quisieron prestarle aquella insignificante cantidad por temor de que no se
la devolviera.
Una ma鎙na, al levantarse F幨ix, vio que por debajo de la puerta de
su casa hab燰n echado un pliego encerrado en un sobre. Se lo lleva su
madre, que sacde 幨 un papel color de rosa.
-熹upone ah preguntel ni隳.
Y Micaela leylo siguiente:
俠as hadas Esmeralda y Turquesa, m嫳 conocidas por las buenas hadas,
queriendo dejar un recuerdo a los ni隳s de este pueblo de su paso por 幨,
les ruegan que escriban lo que desean antes del 1.de junio y depositen
sus peticiones en el hueco del [23] tronco de la encina que hay a la
entrada del campo. El 6 del mes citado recibir嫕 la contestaci鏮. No se
admitirning pliego que vaya sin firmar. -﹐adre, madre! exclamel ni隳 con jilo, escribe por m puesto
que yo no s y pon al pie de lo escrito mi nombre.
-Pero, hijo 篙crees que esto es verdad? preguntMicaela.
-S slo es, escribe.
-·ero si no tengo papel ni tinta!
-No importa, en el mismo pliego de las hadas escribe con l嫚iz.
La viuda riendo al ver la alegr燰 de su hijo se dispuso a escribir y
幨 dictestas palabras:
俟e隳ras hadas: muy agradecido a sus bondades, les pido que den a mi
madre, a la que tanto quiero, cinco duros, o aunque sea menos, para
comprar algunas cosas que necesita para venderlas por los pueblos, pues
somos muy pobres y hay d燰s en que apenas tenemos que comer. Les pido
adem嫳 que me devuelvan mi jilguero, al que tambi幯 quiero mucho. Que no
desoigan estos ruegos les suplica F幨ix Mart璯ez.[24]
-Ahora, madre, dijo el ni隳, dame la carta y la llevarsin perder
tiempo.
Y echa correr, sin descansar hasta que llegal campo.
All a la entrada, estaba la encina con un profundo hueco en su
tronco, en el que no hab燰n puesto nada todav燰.
F幨ix dejsu petici鏮 y se alejlleno de esperanzas.
Pocos d燰s despu廥 las buenas hadas contestaron del mismo modo que
hab燰n escrito antes, citando a los ni隳s del pueblo en el jard璯 de casa
de la duquesa, que se extend燰 por detr嫳 del edificio. La hora se鎙lada
era las ocho de la noche.
Apenas sonla primera campanada en el reloj de la iglesia, se abri
la puerta del jard璯 y por ella penetraron los ni隳s y no pocos hombres y
mujeres, entre 廥tas Micaela. Ni un s鏊o muchacho hab燰 dejado de acudir.
Guiados por un criado de la se隳ra, llegaron a una gran plazoleta en
cuyo centro hab燰 una mesa y dos sillones.
Farolitos y vasos de colores perfectamente combinados, iluminaban
aquel pasaje [25] en el que se ve燰n 嫫boles frondosos, perfumadas flores
y cristalinas fuentes.
All a lo lejos, se o燰 una mica dulc疄ima y poco despu廥 se
presentaron varios criados seguidos de las hadas.
Eran muy bellas, de corta estatura, con hermosos cabellos adornados
con ricas diademas de oro cubiertas de pedrer燰; llevaba en el centro la
una una gran esmeralda y la otra una enorme turquesa. Sus vestidos largos
estaban bordados de plata y un fin疄imo velo de tul les ca燰 hasta los
pies calzados con preciosos zapatos.
Las dos, con majestuoso adem嫕, tomaron asiento y los criados fueron
colocando en la mesa, en bandejas cubiertas, los lotes que ellas iban
pidiendo. Hab燰 de todo: la mu鎑ca so鎙da por una ni鎙 pobre, el caballo
de cart鏮 que deseaba un peque雝elo, el vestido de seda para otra
muchacha, los dulces para un goloso, las armas para un futuro militar...
Ellos lo recib燰n con gritos de admiraci鏮 y de alegr燰, que parec燰n
divertir mucho a las hadas.
El lote de F幨ix fue el timo. El hada Turquesa entregal ni隳 un
billete de [26] banco y el hada Esmeralda el jilguero encerrado en una
jaula bonita y elegante. S era el mismo, no cab燰 duda, le hubiera
conocido entre mil. F幨ix agradecido, se arrodilla los pies de las hadas
y bescon entusiasmo sus delicadas manos.
Micaela lloraba al ver colmados sus deseos con una cantidad mucho
mayor que la pedida por su hijo.
Despu廥 del reparto, los muchachos fueron obsequiados con dulces y
con vino, saliendo todos muy satisfechos del jard璯.
A la ma鎙na siguiente los ni隳s cre燰n haber so鎙do, en particular
F幨ix que ve燰 a su madre contenta y o燰 cantar a su jilguero. Micaela
comprendique el p奫aro al volar se hab燰 parado en la casa de en frente
junto a las jaulas de los dos canarios y que se hab燰 dejado coger con
facilidad; pero F幨ix no lo quer燰 creer y no hubo medio de que viera que
las buenas hadas pudieran ser sus vecinas las hijas de la duquesa. 宄tas
partieron en seguida de ally no regresaron al pueblo.
Todos los a隳s el 1.de junio fueron los ni隳s a echar sus cartas en
el hueco del [27] tronco de la encina, pero no volvieron recibir los
preciosos dones del hada Turquesa y del hada Esmeralda. En cambio, el
administrador de la buena se隳ra y de sus hijas siguicobrando muy barato
los alquileres de las casas y de las tierras que hab燰n arrendado y por
orden de sus amas funduna escuela en la que los ni隳s, terminada la
primera ense鎙nza, pod燰n aprender un oficio.
F幨ix, uno de los m嫳 aplicados, logral cabo de algunos a隳s, ser
el sost幯 de su madre, pagando de este modo el cari隳 y los desvelos que
la pobre viuda hab燰 tenido siempre para 幨.

[28]



El fantasma del bosque
I

燕or quhab燰n nacido tan iguales aquellos dos muchachos? No eran de
la misma familia ni viv燰n en la misma clase social. El uno, Guillermo,
era hijo ico del se隳r del castillo, y el otro, Paulino, de un pobre
soldado. Ten燰n entonces unos diez a鎴tos, igual estatura, m嫳 bien alta
que baja para su edad, el cabello casta隳, los ojos negros, grandes y
expresivos, la tez [29] morena y algo p嫮ida, los labios gruesos y los
dientes blancos y peque隳s.
Dec燰se que la madre de Paulino ten燰 veneraci鏮 por la castellana,
encontr嫕dole una notable semejanza con la Virgen que en un cuadro antiguo
trazara un h墎il pintor y que se veneraba en la vieja iglesia de aquel
pueblo. Y que ascomo Guillermo era el vivo retrato de la castellana,
Paulino se parec燰 al ni隳 Jes que ten燰 la Virgen en sus brazos, igual
en el rostro a la santa imagen que tanto hab燰 mirado su madre antes de
darle a luz.
Si en la parte f疄ica se asemejaban los dos ni隳s, no ocurr燰 lo
mismo en la moral. Guillermo era bueno, caritativo y amable; Paulino
adusto, retra獮o y envidioso.
La castellana daba a la mujer del soldado las prendas poco usadas por
su hijo y Paulino vert燰 amargo llanto al ponerse aquellas ropas de
desecho. 燕or quno hab燰 de ser 幨 hijo de padres ricos y nobles como
Guillermo y tener caballo, coche y juguetes? 澦ab燰 alguna raz鏮 para que
todos saludaran con cari隳 y respeto a aquel muchacho de su edad y a 幨 no
se dignaran [30] mirarle siquiera? 。u嫕to odiaba a aquel ser afortunado,
nacido el mismo a隳 que 幨, pero halagado por los dones de la fortuna,
mientras Paulino carec燰 hasta de lo m嫳 necesario para vivir?
Tuvo un inmenso jilo cuando supo que Guillermo, por deseo de su
padre, iba a ser enviado a un colegio en el extranjero; asal menos no le
ver燰, no pasar燰 el disgusto de saber que aquel ni隳 ten燰 todas las
ventajas sobre 幨, porque estudiando tambi幯 se distingu燰 por su
aplicaci鏮 y su talento.
Un enemigo del due隳 del castillo llamado Antol璯, hombre de malas
costumbres y coraz鏮 perverso, contribu燰 a excitarPaulino y avivaba
aquel odio que ni Guillermo ni sus padres conoc燰n. 匜 tambi幯 envidiaba a
aquel opulento se隳r, al que deb燰 varios favores.
Llegel d燰 de partir el ni隳 al colegio y Paulino, despu廥 de
despedirse de 幨, volvia su casa m嫳 triste y preocupado que de
costumbre.
No por haberse alejado Guillermo fue el otro muchacho m嫳 feliz; o燰
hablar a cada [31] paso de sus brillantes estudios, de sus ex嫥enes, que
hab燰n causado la admiraci鏮 de cuantos los hab燰n presenciado, de las
simpat燰s que despertaba. Al fin tuvo la inmensa alegr燰 de que los due隳s
del castillo se fuesen a vivir a una ciudad pr闛ima, mientras 幨
permanec燰 con sus padres en el pueblo. Poco despu廥, habi幯dose declarado
una guerra, el soldado partien defensa de su patria. La pobre esposa,
casi ciega de tanto coser y de tanto llorar, pasaba una vida bien triste
porque Paulino, al que cada d燰 disgustaba m嫳 su modesta vivienda, no
acompa鎙ba sino muy contadas veces a su madre.



II
Un d燰 que el ni隳 hab燰 salido de su casa con objeto de coger nidos
en el campo, prolongsu paseo m嫳 de lo debido, llegando a un sitio que
no conoc燰. Cansado, se senten un banco de piedra y asle sorprendila
noche. Era aquel un paraje tan solitario que no hab燰 visto a nadie [32]
cruzar por 幨 durante el tiempo que hab燰 permanecido all De repente
divisalgo blanco, m嫳 alto que una persona, que se adelantaba hacia el
banco. Era un fantasma gigantesco, sin cara, sin brazos y sin [33] pies,
una enorme sombra blanca que a Paulino le parecique deb燰 de haberse
desprendido de los pe鎙scales. Aunque era valiente, aquello le caus
cierto espanto, el temor, que produce siempre lo desconocido.

[32]

Ya hab燰 幨 o獮o hablar en el pueblo de aquella extra鎙 aparici鏮,
pero hab燰 tenido la suerte de no encontrarla nunca. Era el terror de los
pac璗icos habitantes por sus continuas exigencias; si no le daban dinero,
maltrataba a los infelices que pasaban por el campo despu廥 de vender los
productos de sus huertas en la villa cercana. Calumniaba a las mujeres,
insultaba a los hombres, pegaba a los ni隳s, y nadie se atrev燰 a hacerle
frente crey幯dole la mayor parte de los aldeanos el alma de un bandido
famoso que hubo allen otro tiempo y que no quer燰 recibir ni el mismo
Satan嫳 en su reino.
Sin poder huir, Paulino se detuvo, esperando que el fantasma le
hablase.
-熹uieres ser rico? le pregunt 穌uieres ser feliz? 穌uieres ocupar
el lugar de Guillermo? [34]
El ni隳 no se atrevia contestar.
-De tu respuesta afirmativa o negativa depende tu porvenir. 熹uieres?
-S murmural fin el muchacho.
-Pues ve a casa de Antol璯 y allte explicar嫕 lo que has de hacer.
Paulino se alejr嫚idamente, en tanto que el fantasma se internaba
en el bosque.
Cuando el ni隳 llega la casa de Antol璯, halla la mujer de 廥te,
a la que llamaban en el pueblo la bruja, sentada delante de la puerta. Al
ver a Paulino, le hablcon cari隳 y le hizo entrar en su casa.
-澳鏮de esttu marido? pregunt幨.
-Ha ido hoy de caza y hasta las once no volver respondiella; pero
entra, que yo te recibircomo Antol璯.
-Tpodr嫳 explicarme...
-Todo lo que quieras.
Hizo sentar al muchacho y le hablas
-El padre de Guillermo enviel cochero al pueblo de H... para que
recogiese a su hijo que volv燰 de su colegio a pasar las vacaciones en la
ciudad donde su familia habita. El padre no pudo ir a buscar al ni隳 ni
[35] tampoco su madre, que estenferma. El cochero era de toda confianza
y hasta el citado pueblo fue Guillermo desde el colegio con uno de los
profesores, que regresen seguida a su pa疄. Pero he aquque, sin
saberse por qucausa, el caballo se asusty salidesbocado, tiral
cochero del pescante y por timo volcel carruaje. El cochero, temeroso
de que le achacasen la responsabilidad de lo ocurrido, huy y el ni隳,
mal herido, fue recogido por nosotros. Teres pobre y desgraciado y
tienes ambici鏮. Si puieres ser rico y feliz ponte la ropa de Guillermo,
hazte pasar por 幨, y 廥te, vivo o muerto, ocupartu lugar.
La tentaci鏮 era muy grande para que Paulino resistiera a ella.
Vio a Guillermo que estaba acostado en una pobre cama, p嫮ido,
perdido el conocimiento, y creyque le quedaban pocas horas de vida.
Puesto que el ni隳 iba a morir 穌uperjuicio pod燰 causarle aquella
sustituci鏮? Antol璯, que llega su casa poco despu廥, acabde
convencerle. Paulino se despojde su humilde ropa y se puso la de
Guillermo, que parec燰 hecha [36] para 幨. La bruja le peincomo el otro
ni隳 y el parecido aun fue m嫳 notable.
-En pago de este servicio, le dijo Antol璯, me dar嫳 todo el dinero
que puedas; si dejas de hacerlo descubrirla verdad y te volver嫳 a tu
casa, despu廥 de recibir un castigo.
Paulino prometipagar aquel favor y al d燰 siguiente partipara la
ciudad en compa劖a de Antol璯. Nadie supo por entonces lo que hab燰 sido
del cochero.
La madre de Paulino fue avisada por la bruja de que su hijo se hab燰
ca獮o de un 嫫bol; vistieron a Guillermo con la ropa del otro ni隳 y la
pobre ciega pudo enga鎙rse al pronto creyendo que aquel muchacho herido y
atacado de violenta calentura era realmente su hijo.



III
Cuando Antol璯 volvi ya ten燰 todo el dinero que los se隳res hab燰n
dado a su supuesto hijo para que lo gastara en limosnas y diversiones.
[37]
-Esto va a ser una mina inagotable, dijo el hombre, aspodremos
vivir sin trabajar, comiendo bien y bebiendo mejor.
El papel que quer燰 representar Paulino era m嫳 dif獳il de lo que
pens
El se隳r del castillo observbien pronto que el que cre燰 Guillermo
hab燰 atrasado en sus estudios y le obligaba a estar todo el d燰 con el
libro en la mano.
Era un hombre desp鏒ico, un verdadero tirano en la casa, lo que
Paulino ignoraba, porque Guillermo no se hab燰 lamentado nunca de esto con
幨. Ya no ten燰 el ni隳 aquella hermosa libertad de que disfrutaba cuando
era pobre, ya no sal燰 solo por el campo, ni pod燰 hablar con ning
amigo, ni hacer su gusto jam嫳.
匜 cre燰 antes que en las casas de los ricos todo era felicidad y se
convenc燰 de que 廥ta no se compra con dinero. A esto hay que a鎙dir lo
que le costaba representar su papel cuando le hablaban de cosas
completamente ignoradas y a las que no ten燰 m嫳 remedio que contestar.

[38]

-Eres m嫳 torpe cada d燰, le dec燰 el [39] padre de Guillermo; estoy
deseando que vuelvas al colegio.
Y al terminar las vacaciones allle llevaron.
Se vio entre r璲idos maestros, entre compa鎑ros de clase elevada que
le trataban con insultante altivez, pues, aunque le cre燰n de ilustre
familia, se juzgaban superiores a 幨 por la educaci鏮. Y si triste hab燰
sido su vida en la ciudad donde moraban los padres de Guillermo aun lo era
m嫳 en aquel colegio cuyos profesores y condisc甑ulos eran extranjeros en
su mayor parte.
De pronto, y sin que supiera por qu dejde recibir las cartas que
todas las semanas le enviaban los se隳res del castillo crey幯dole su hijo.
El director del colegio sten燰 noticias de ellos porque le pagaban
mensualmente. Llegaron las vacaciones y nadie le fue a buscar. Pasel
verano casi solo y muy aburrido.



IV
Una noche tuvo un sue隳 que le causprofunda impresi鏮. [40]
Se hallaba con su madre en su pobre casita esperando a su padre;
aqu幨la le acariciaba como en otros tiempos y 幨 era feliz pensando en que
si le faltaban riquezas le sobraba cari隳. Despu廥 llegel soldado
cubierto de laureles y mientras les refer燰 sus haza鎙s miraba a su hijo
con ternura y luego le entregaba un reloj de oro, un bast鏮 y otros
objetos. Pero de repente aparec燰 el fantasma y arrancaba al ni隳 de los
brazos de sus padres para arrojarle a un precipicio.
Se despertsobresaltado y entonces pensen lo mucho que sus
verdaderos padres le amaban, en las privaciones que por 幨 se hab燰n
impuesto, arrepinti幯dose sinceramente de sus faltas.
Pero 盧鏔o remediar 廥tas? Le parecilo mejor confesar su culpa y
aslo hizo en una sentida carta dirigida a los padres de Guillermo.
Quince d燰s despu廥 enviaron en su busca a un criado con el que parti
para su pueblo.
。on que placer volvia ver 廥te!
﹖us altas monta鎙s, sus hermosos bosques, sus arroyos de agua
cristalina, sus [41] po彋icas casitas y el soberbio castillo del que hab燰
querido ser amo!
Se dirigiante todo a su antigua morada, donde le esperaba su madre
ya restablecida de su dolencia, y su padre que hab燰 ganado grados y
cruces en el campo de batalla. Ambos le concedieron pronto su perd鏮.
Allsupo que poco despu廥 de partir al colegio hab燰n averiguado los
se隳res del castillo el accidente ocurrido a su hijo por la llegada del
cochero, que hab燰 estado enfermo de gravedad, que Guillermo tambi幯 les
hab燰 escrito y que no dudaron que era Paulino el que hab燰n enviado al
colegio y su hijo el que estaba en el pueblo con la mujer del soldado.
Despu廥 supieron la intervenci鏮 de Antol璯 en el asunto, disfrazado de
fantasma para enga鎙r mejor al ni隳, y por esto y por otros delitos hab燰n
sido presos su mujer y 幨.
Decidieron dejar a Paulino en el colegio, hasta que se arrepintiera
de su falta, sin darle parte de lo ocurrido. Guillermo perdonde todo
coraz鏮 al que siempre quiso como a un amigo.
Desde entonces Paulino fue feliz en su casa, [42] en la que ya no se
viv燰 con la estrechez de antes a causa del ascenso del soldado a oficial,
y comprendique la dicha no consiste en vivir en la opulencia, sino en el
cari隳 puro y desinteresado, en la paz de la familia, en la conformidad
con la suerte, y que lo mismo puede albergarse en la casa del rico que en
el humilde hogar del pobre.

[43]





El gato negro

Dos gatitos, nada m嫳, hab燰 tenido la gata de Do鎙 Casimira Vallejo,
y ya hab燰n pedido a la citada se隳ra nada menos que catorce. Y es que los
gatitos eran completamente negros, y sabido es que hay muchas personas que
creen que aqu幨los traen la felicidad a las casas.
De buena gana Do鎙 Casimira no se hubiera desprendido de aquellos dos
hijos [44] de su Sultana; pero su esposo le hab燰 declarado que no quer燰
mas gatos en su vivienda, y la buena se隳ra tuvo que resignarse a
regalarlos el d燰 mismo que cumplieran dos meses.
Mucho tiempo estuvo pensando d鏮de quedar燰n mejor colocados; el
vecino del piso bajo perd燰 muchos gatos y no faltaba quien sospechase que
se los com燰; el tendero de entrente los dejaba salir a la calle y se los
robaban; la vieja del cuarto entresuelo era muy econ鏔ica y no les daba de
comer; el cura ten燰 un perro que asustaba a los animalitos; y as de uno
en otro, resultque los catorce pedidos se redujeron para Do鎙 Casimira
solamente a dos, casualmente el nero de gatos que ten燰. A as no
acabaron sus cavilaciones.
Moro, el m嫳 hermoso y m嫳 grave de los dos gatitos, convendr燰
mejor a Do鎙 Carlota, la vecina del tercero de la izquierda, que
ten燰 una hija muy juiciosa a pesar de sus cortos a隳s; pero F璲aro
(asnombrado por el marido de Do鎙 Casimira por haberle hallado un
d燰 jugando con su [45] guitarra, cuyas cuerdas sonaban no muy
armoniosamente)... F璲aro, que, seg dec燰n, ten燰 una vaga
semejanza con el barbero del nero 8 de aquella calle, por lo que
hab燰 merecido dos veces ser llamado de aquella manera, no estar燰
del todo bien en casa de don Seraf璯, cuyos ni隳s eran muy
revoltosos y trataban con dureza a los animales.
Pero al cabo, como el tiempo urg燰, Morito fue entregado a Do鎙
Carlota y F璲aro a Don Seraf璯.

Ambos fueron adornados con collares rojos y cascabeles, y Blanca, la
ni鎙 de la viuda, y Alejandro y Pepita, hijos del cacallero, que tambi幯
era vecino de Do鎙 Casimira, habitando en el otro tercero, no dudaron ya
que en sus moradas todo ser燰 bienestar y ventura con haber llevado a
ellas a los dos gatitos.
Al pronto la casualidad vino a confirmar [46] aquella idea: Do鎙
Carlota ganun premio a la loter燰 y D. Seraf璯, que estaba cesante, fue
colocado con doce mil reales en un Ministerio.
-•l gato negro! -exclamaban los chicos.
-•l gato negro!

Lo que no imped燰 que Alejandro y Pepita maltratasen al pobre F璲aro,
que, cuando pod燰, se vengaba de ellos clavando en sus manos los dientes o
las u鎙s; [47] pero como era tan peque隳 no les hac燰 gran da隳.
En cambio Morito pasaba los d燰s en la falda de su joven ama y las
noches en un colchoncito muy blando que hizo Blanca para el gato en cuanto
se lo dieron. Demostraba 幨 su contento con ese ronquido acompasado que en
los gatos es indicio de felicidad completa, y es seguro que si hubiese
sabido hablar no hubiera dejado de decir a Do鎙 Casimira que no pod燰
haberle proporcionado una casa mejor.
A los dos meses de estar F璲aro con Don Seraf璯, todo cambien la
morada de 廥te: Alejandro estuvo gravemente enfermo con una erupci鏮, su
padre se quedcojo de una ca獮a, una criada le roblos cubiertos, y
Pepita no cesaba de perder, ya pendientes, ya pa雝elos, ya mu鎑cas.
-–aya una suerte que nos ha tra獮o el gato negro! -dec燰n mir嫕dole
con rabia.
En cambio Blanca estaba cada d燰 mejor de salud, le regalaban muchos
juguetes y parec燰 que la prosperidad hab燰 entrado en su casa con Morito.
Hablando un d燰 D. Seraf璯 con la vecina [48] del piso entresuelo,
delante de los dos ni隳s, en tono de burla, de la felicidad que les hab燰
llevado el gato negro, la se隳ra le dijo:
-Hay dos clases de gatos negros: unos que dan la ventura y otros que
la quitan. Aunque hijos de la misma gata, es f塶il que Moro sea un gato de
los buenos y F璲aro de los malos. Usted, amigo m甐, ha tenido la mala
suerte, mereci幯dola mejor que Do鎙 Carlota.
Alejandro se quedmuy preocupado al o甏 aquello, y Pepita m嫳. A los
dos se les ocurrilo mismo: puesto que los gatos eran iguales, 穆or qu
no los hab燰n de cambiar? Hab燰 en la casa un patio muy peque隳 al que
daban las cocinas de Do鎙 Carlota y D. Seraf璯, viniendo las ventanas una
enfrente de otra. Por allse hab燰n asomado muchas veces los vecinitos
Alejandro y su hermana para hacer muecas a Blanca, y [49] 廥ta para
ense鎙rles sus juguete. El ni隳, que era muy malo, dijo a Pepita que se
fingiera amiga de la hija de Do鎙 Carlota para entrar en la casa m嫳
f塶ilmente y coger al gato, a lo que ella se prestgustosa porque ya
miraba a F璲aro con horror.
Aquello fue muy f塶il: Blanca, con permiso de su madre, convid
varias veces a Pepita a almorzar con ella. Las ni鎙s jugaban juntas y
sal燰n tambi幯 a paseo.
Aprovechando una de estas salidas, fue Alejandro un d燰 a casa de
Do鎙 Carlota y dijo a la criada, que sin desconfianza le hizo pasar, que
iba a esperar la vuelta de su hermana porque ten燰 un recado urgente que
darle.
La criada se volvia la cocina, y entretanto el ni隳 pasal
comedor, donde dorm燰 el gato junto al brasero, y cogia Moro, que no
opuso la menor resistencia porque era muy manso. Llega la antesala, dej
abierta la puerta y, entrando en su casa, encerral gato en su habitaci鏮
y lleva F璲aro al comedor de al lado. Pero si era f塶il que confundieran
a los dos gatos, [50] no pod燰 evitarse que ellos extra鎙sen cuanto les
rodeaba; ases que F璲aro fue enseguida a esconderse debajo del aparador
para que nadie le viera.

Cuando Do鎙 Carlota volvide paseo con las ni鎙s, lo primero que
hizo Blanca fue llamar a Morito; pero el gato no salicomo de costumbre.
-No squle pasa hoy a Moro -dijo Alejandro-; estdebajo del
armario y gru鎑 cuando se le quiere sacar de su escondite.
-Habralg rat鏮 -dijo Do鎙 Carlota.
Pepita y su hermano se marcharon, diciendo [51] que al d燰 siguiente
no podr燰n volver porque esperaban a un pariente que ven燰 de fuera.
Y aguardaron las venturas que el nuevo gato hab燰 de llevar a la
casa.
Pero la mala suerte no se interrump燰. Como D. Seraf璯, a causa de la
pierna rota, hab燰 dejado de ir a la oficina, ocurrique por la noche le
llevaron la cesant燰. Mas los ni隳s dijeron que aquello se hab燰 firmado
cuando a estaba en la casa F璲aro.
Aspasaron unos d燰s, sin que Pepita y Alejandro hubieran ido a ver
a Blanca.
Los gatos sal燰n ya a comer, pero no se dejaban tocar todav燰.
Un s墎ado estaban limpiando las cocinas en ambas casas. F璲aro, en la
de Do鎙 Carlota, se asoma la ventana y reconoci no sin asombro, a la
criada de D. Seraf璯, que antes le daba carne cruda todas las ma鎙nas.
-Aquella sque es mi casa -debidecirse-, pero se quedun tanto
parado al ver un gato igual a 幨 en el cuarto de enfrente. [52]
En cuanto al Morito, miraba aquellas cacerolas tan relucientes,
aquellos platos blancos con flores de colores donde le serv燰n la leche, y
hasta ve燰 sus dos cazuelas, que la cocinera acababa de fregar, lo mismo
que cuando com燰 幨.
-Allviv燰 yo -penssin duda-; y por cierto que estaba mejor que
aqu
La criada de Do鎙 Carlota empeza llamarle: 幨 se refregaba contra
la ventana y hac燰 mil demostraciones de jilo.
Al fin F璲aro miral patio y parecimedir la distancia que le
separaba de la ventana vecina. Moro lo comprendiy, sin reflexionar, dio
un gran salto, cayendo aturdido a los pies de la cocinera de Blanca.
-Este sque es mi gato -dec燰 la buena mujer acarici嫕dole-. Bien
sospechaba yo que aquhab燰 ocurrido alguna cosa. Esos infames chicos de
al lado son los culpables.
Entretanto F璲aro habla saltado tambi幯; pero como la criada de D.
Seraf璯 hab燰 salido de la cocina para abrir la puerta de la calle, porque
acababan de llamar, no se enterde aquel cambio de gatos. [53]
Alejandro y Pepita siguieron creyendo que Moro estaba en su casa y
F璲aro en el otro tercero.
Mas las desdichas continuaban y no sab燰n a quachacarlas ya.
Con este motivo F璲aro llevaba algunas palizas diarias, y el gato,
que era reflexivo, pensque le tendr燰 m嫳 cuenta volverse a la casa de
al lado. Era f塶il saltar por el mismo camino; pero {y! el pobre gato
midimal la distancia y fue a parar a una tabla, donde Do鎙 Casimira
pon燰 el botijo para que se refrescase el agua, lastim嫕dose un poco.
F璲aro conservaba un vago recuerdo de aquella casa, en la que hab燰
pasado sus primeros meses, y allfue recibido con entusiasmo para
reemplazar a Sultana que acababa de morir en los brazos de su due鎙.
燉levF璲aro la desgracia a su nueva morada? No por cierto. Do鎙
Casimira continu como antes, siendo la mujer m嫳 afortunada de la
tierra, como lo eran Do鎙 Carlota y Blanca.
Don Seraf璯 muri dejando sus hijos a [54] a cargo de un pariente,
que les encerren colegios a fin de que cambiaran su mala condici鏮; y
los ni隳s, pensando en que ya no ten燰n el gato negro, llegaron a
convencerse de que 廥te no llevaba la buena ni la mala suerte, sino que la
desgracia estaba en ellos, que realmente no merec燰n otra cosa.
As un d燰 que fueron a visitar a Do鎙 Casimira, dieron a F璲aro
bizcochos y queso, que el gato se comidemostr嫕doles despu廥 su gratitud
con un ara鎙zo.
Su nueva due鎙 dedujo que F璲aro hab燰 reconocido a Alejandro y a
Pepita: era un gato muy inteligente.

[55]



Ginesillo el tonto o La casa del duende

El tren correo acababa de llegar a la estaci鏮 de Santa Marina y de
幨 se ape entre otras muchas personas, un viajero joven, sencillo pero
elegantemente vestido, que iba sin duda para asistir a las [56] fiestas
del citado pueblo, que empezaban aquella noche.
No sab燰 el caballero que ya no se encontraba en la posada, con
honores de fonda, ni una habitaci鏮 disponible; juzgaba cosa f塶il tener
albergue en la peque鎙 poblaci鏮. A la primera pregunta que hizo sobre el
particular pudo comprender el error en que estaba; todo hab燰 sido cedido
o alquilado a parientes, parroquianos o amigos, hasta las guardillas,
hasta los pajares, hasta las cuadras.
-熹uvoy a hacer si no hallo d鏮de pasar la noche? -se preguntel
viajero.
Andando a la casualidad vio en una calle estrecha, fea y sucia, una
casa muy vieja, compuesta de dos pisos, con ventanas, detr嫳 de la que se
extend燰 un mal cuidado jard璯. Todo parec燰 indicar que el citado
edificio estaba abandonado por completo; los cristales cubiertos de polvo
y telara鎙s, los muros en estado medio ruinoso, la puerta un tanto
desvencijada. Pegado en ella se ve燰 un papel amarillento en el que apenas
pod燰n leerse estas palabras, escritas con una letra gruesa y desigual:
俟e alquila [57] o se vende. En el nero 8 dar嫕 raz鏮.La casa ten燰 el
nero 4, por consiguiente el forastero encontrsin dificultad el lugar
donde pod燰n darle noticias respecto a aquel viejo edificio. Una ni鎙 de
diez a once a隳s se hallaba a la entrada ocup嫕dose en recoger alguna ropa
lavada que hab燰 tendido al sol para que se secase.
-燙e puede ver la casa que tiene el nero 4? -preguntel caballero.
La muchacha le mircon verdadero asombro y no respondi
-He visto que se alquila o se vende -prosigui幨-, y como me figuro
que no ha de ser cara, tom嫕dola por unos d燰s resuelvo el dif獳il
problema de tener d鏮de dormir en este pueblo durante las fiestas.
-燕ero de veras quiere usted entrar ah -murmural fin la ni鎙.
-Si no hay inconveniente...
-Inconveniente no, pero...
-Expl獳ate con claridad -dijo el viajero viendo que ella no
prosegu燰.
-Es el caso, repuso la ni鎙, que esa casa, llamada la del duende, no
se abre hace lo menos veinte a隳s, y durante ese tiempo [58] nadie ha
venido a pedir a mi padre la llave para verla.
-璣 por quse llama del duende? -interrogel joven.
-,h! no es sin raz鏮, caballero. Viv燰 en ella hace mucho tiempo un
avaro muy viejo y muy rico. Ten燰 guardado su oro en un agujero que nadie
conoc燰 y, a pesar de esto, 幨 notaba que las monedas iban disminuyendo
poco a poco. Un d燰 se escondipara sorprender al ladr鏮, y vio que era
un duendecillo muy peque隳. Cuando el avaro quiso acercarse a 幨, el
duende desaparecicomo por encanto. Desde entonces el viejo vivicon
gran desasosiego y algunos dijeron que se hab燰 vuelto loco, siendo su
man燰 que le robaban. Lo cierto es que una ma鎙na amanecimuerto y, aun
que se dijo que se hab燰 suicidado en un acceso de locura, nadie duden
el pueblo que el duende le hab燰 asesinado para robarle, pues no se
encontrnada de su dinero. La casa quedabandonada, habit嫕dola s鏊o el
duende, que contin en ella, aunque no le ve nadie.
璣 c鏔o se sabe que contin? [59]
-Porque durante la noche se ilumina todo el piso alto y porque cuanto
se le pone a la puerta desaparece al dar las doce.
Y siguicontando al forastero c鏔o para apaciguar al duende era
preciso hacerle obsequios de m嫳 o menos valor, pero que 幨 admit燰
siempre. Si enfermaba una gallina, para que no muriese, la due鎙
depositaba una cesta con algunos huevos a la puerta de la casa del duende;
si era una vaca, se le pon燰 una cantarita de leche; si se presentaba mal
la cosecha, se hac燰 el ofrecimiento, que m嫳 adelante se cumpl燰 si
resultaba buena o aun mediana, de darle un saco con el mejor trigo; el
duende aceptaba las ofertas y ten燰 la amabilidad de devolver, pero
vac甐s, la cesta, la cantarita y el saco. Nadie le ve燰 cuando recog燰 los
regalos, porque ︿al燰 tan tarde! nada menos que a las doce de la noche,
cuando alltodo el mundo se acostaba a las nueve en verano y a las ocho
en invierno.

[60]

A pesar de estas noticias, el forastero insistien que quer燰 pasar
allla noche, y la muchacha le dijo que esperase a que [60] su padre
llegara para que le entregase la llave. Antes de que esto ocurriese,
aparecien aquella calle un grupo compuesto [61] de una docena de chicos
que persegu燰n a un pobre ni隳 de fisonom燰 dulce y simp嫢ica, vestido
humildemente con un pantal鏮 remendado y una blusa azul algo descolorida
por el uso. Iba sin gorra y llevaba los pies descalzos.
-Ahviene Ginesillo el tonto -murmurla ni鎙.
-璣 qui幯 es el que tal nombre lleva? preguntel caballero.
-Es el hijo de la t燰 Micaela, viuda de Nicol嫳 el tonto.
-璣 son todos tontos en esa familia?
-Si el padre lo era 穌uquiere usted que sea el hijo?
Entre tanto los muchachos empujaban a Gin廥 hacia la casa del duende,
resisti幯dose el ni隳, en cuyo rostro se marcaba un profundo terror, a
acercarse all
-﹔ue le haga una visita al duende! -exclamun chico.
-Ofrezc嫥osle a Ginesillo para que se acaben los tontos del pueblo
-a鎙diotro.
-Y que se quede con 幨 y no devuelva m嫳 que la blusa -prosiguiun
tercero.
-Met嫥osle por una ventana que tenga [62] los vidrios rotos -dijo el
primero que hab燰 hablado.
El viajero tuvo que intervenir en el asunto y, gracias a su energ燰,
los muchachos dejaron en paz a Ginesillo. 宄te, apenas se vio libre, ech
a correr, no sin dirigir antes una mirada de gratitud a su defensor.

Poco despu廥 llegel padre de la ni鎙 que entregal joven la llave
de la casa del duende para que la viera.
Era un edificio feo y sin comodidades de ning g幯ero en su
interior. S鏊o dos cosas excitaron la atenci鏮 del caballero: la primera,
que en una de las guardillas hab燰 un catre con un colch鏮 en el que se
notaba que una persona hab燰 dormido, y [63] la otra, que en la cocina se
ve燰n restos de comida y en una de las hornillas algunos carbones que
pare燰n haber sido apagados poco antes. Aquello no pod燰 ser del tiempo
del avaro, muerto hac燰 nada menos que veinte a隳s, y si hab燰 dicho
verdad la muchacha, nadie hab燰 entrado alldespu廥 de aquel tr墔ico
suceso.
En otra pieza del piso principal vio una cama algo mejor que la de la
guardilla, que penselegir para pasar la noche. El resto del mobilario
estaba deteriorado y cubierto de polvo.
El forastero alquilla casa por quince d燰s, pagadelantado y se
fue luego a comer a la posada.
Al pasar por la calle peor del pueblo, vio a la entrada de su mala
choza a Ginesillo el tonto y a su madre, una pobre mujer de la que todos
se burlaban, igual que de su hijo, por lo que produjo al caballero la m嫳
profunda compasi鏮.
Despu廥 de cenar y presenciar una parte de las fiestas nocturnas, el
joven se dirigitranquilamente hacia la casa llamada del duende. Al
divisarla de lejos le pareci[64] que, en efecto, el piso superior estaba
iluminado, pero al acercarse m嫳 advirtique era el reflejo de la luna en
los cristales, puesto que al llegar junto a la casa aquella luz hab燰
desaparecido.
-Todo serlo mismo -murmurel joven-, en esto no debe haber una
palabra de verdad.
Delante de la puerta vio una jarra con miel, una cesta con fruta y
una botella con vino. Abri subila escalera y entren el cuarto que
hab燰 elegido para alcoba. Alluna buj燰, pues hab燰 comprado un paquete
de ellas en el pueblo, y se echvestido en la cama. Al mirar su reloj vio
que marcaba las once y media y, recordando que el duende recog燰 a las
doce sus provisiones, se asoma la ventana y estuvo en acecho, cuidando
de no llamar la atenci鏮 ni asustar al habitante de la singular casa.
Al sonar la primera campanada, el joven noto que la puerta se abr燰
sin ruido y que un brazo corto, que terminaba en una mano peque鎙, cog燰
la jarra primero y despu廥 la cesta y la botella. [65]
Una vez hecho esto volvia cerrar despacio y el caballero oyunos
ligeros pasos por la escalera. Apagsu buj燰, pero cuando se acerca la
puerta de su alcoba no vio nada ni pudo averiguar m嫳. Aunque no muy
tranquilo, volvia echarse en la cama y, despu廥 de luchar algunos
minutos con el sue隳, se quedprofundamente dormido.
A la ma鎙na siguiente vio la jarra, la cesta y la botella vac燰s
junto a la puerta de la casa.
A nadie dijo lo que hab燰 ocurrido el d燰 precedente, se pasla
tarde disfrutando de todas las fiestas, y hasta muy entrada la noche no
regresa su nuevo domicilio.
Le pareciindigno el temor que hab燰 sentido el d燰 antes y decidi
hacer algunas averiguaciones respecto al duende. Pero, aunque se asoma
las doce, registrla casa y observtodos los rincones, no hubo nada de
particular y llega pensar que lo visto la noche anterior hab燰 sido un
sue隳.
A la siguiente se dispon燰 a echarse en la cama, cuando oyen la
pieza de arriba ligero rumor de pasos. [66]
-燙eralg gato? -se preguntel forastero-; s鏊o un duende podr燰
andar de esa manera. Es preciso que suba despacio y que me entere bien de
lo que pasa.
Dejtranscurrir un cuarto de hora y luego, procurando hacer el menor
ruido posible, subila escalera y llega la guardilla, pero no encontr
a nadie all
A la noche siguiente ocurrilo mismo respecto a los ligeros pasos, y
cuando se dirig燰 hacia la escalera hallante sla puerta cerrada con
llave que le impidiseguir sus investigaciones. No dudya que el duende
sab燰 su presencia en la casa y que hu燰 de 幨; ases que decidi
esconderse para sorprender al que se ocultaba. Al otro d燰, en vez de
permanecer en su cuarto, se queden la guardilla detr嫳 de la puerta.
Apenas hab燰 pasado una hora oylas leves pisadas, y el duende penetren
su alcoba, donde no encendiluz. Al caballero le pareciun hombrecillo
de corta estatura, pero no hubiera podido asegurar nada, porque apenas se
ve燰 en la habitaci鏮, d嶵ilmente iluminada por un plateado rayo de luna
que penetraba por las rendijas de [67] la ventana. El joven sacentonces
una buj燰 que hab燰 llevado, aplicuna cerilla y no pudo contener un
movimiento de sorpresa al ver echado ya en el catre, a Ginesillo el tonto.
El ni隳 se levantextendiendo sus suplicantes manos hac燰 幨, y le habl
de este modo:
-No me pierda usted, no descubra a nadie que me ha visto.
-Pues expl獳ame sin reticencias ni falsedades tu presencia en esta
casa.
-S se隳r -balbuceel ni隳-; si幯tese usted y se lo dirtodo.
Y cuando el forastero hubo ocupado la ica silla que hab燰 all
empezla historia en estos t廨minos.
-Usted sabe bien que en todos los pueblos hay alg p獳aro que se
finge tonto, y el de Santa Marina hace veinte a隳s robal se隳r que viv燰
en esta casa, sin que nadie lo sospechase. Mi padre, que lo vio, no quiso
delatarle porque hab燰 sido amigo suyo; pero desde entonces se le hall
m嫳 preocupado y m嫳 silencioso cada d燰, por lo que al morir el ladr鏮 -a
quien no aprovechel robo, pues apenas vivitres [68] meses despu廥 de
cometerlo- fue tenido 幨 por tonto tambi幯. Mi pobre padre sufrimucho
con eso, porque nadie quer燰 darle trabajo, y se vio obligado a gastar
poco a poco sus econom燰s.

Apenas muri despu廥 de una breve enfermedad, [69] mi madre tuvo que
ponerse a servir para mantenerme, y yo heredla fama de tonto que ten燰
mi padre, por mi car塶ter t璥ido y medroso. Cuando fui mayor, penssacar
partido de lo que llamaban mi tonter燰, en provecho de mi madre. -El
pueblo entero se r獯 de m me dije, pues yo me reirm嫳 de 幨. -Y una
noche me introduje en la casa del duende y vi que no hab燰 en ella nada
extra隳, y que mi madre y yo pod燰mos dormir perfectamente, dejando bien
cerrada nuestra choza, ella en la cama del avaro y yo en el catre donde
descansaba un criado a quien despu廥 ech Estas noches usted le ha
quitado la cama a mi madre, que se ha quedado en nuestra caba鎙. Entramos
aqupor la puerta del jard璯, pues tenemos todas las llaves de la casa
que el ladr鏮, que las mandhacer, se dejun d燰 olvidadas en la nuestra
despu廥 de cometer el robo, y contando una historia hoy, inventado un
suceso raro ma鎙na, logrque nadie dudase de la existencia del duende y
que le hicieran ofrecimientos de huevos, pan, leche y otras cosas con las
que nos mantenemos [70] mi madre y yo. Lo que los dos ganamos trabajando,
cuando hay en qu lo ahorramos, y el d燰 que tengamos bastante dinero nos
iremos muy lejos para vivir en paz. Esto es cuanto puedo decirle,
caballero.
-Pero eso -dijo el joven-, no me explica tu terror cuando quer燰n
encerrarte en la casa del duende...
-Era fingido, yo no tem燰 nada.
-Pues entonces eres un gran actor.
-S se隳r, pero encargado siempre del papel de tonto.
El forastero le prometicallar y lo cumpli d嫕dole antes de
marcharse una cantidad de dinero para que el ni隳 y su infeliz madre
pudieran dejar m嫳 pronto aquel lugar y la miserable vida que en 幨
llevaban. Les ofrecitambi幯 su apoyo para que lograran trabajar, sacando
buen producto, en la ciudad que 幨 habitaba.
Al d燰 siguiente pudo ver c鏔o se burlaban del chico los muchachos,
pero al partir llevaba la convicci鏮 de que la persona m嫳 inteligente de
Santa Marina era aquel ni隳 a quien llamaban Ginesillo el tonto. [71]



El pozo m墔ico

Una tarde, que los padres a no hab燰n vuelto de trabajar en el
campo, se hallaba Juanito en su bonita casa compuesta de dos pisos, al
cuidado de una anciana encargada de atender a las faenas de la cocina,
mientras sus amos procuraban sacar de una ingrata tierra lo preciso para
el sustento de todo el a隳. [72]
La casa era el solo bien que los dos labradores hab燰n logrado salvar
despu廥 de varias malas cosechas; era herencia de los padres de ella y por
nada del mundo la hubieran vendido o alquilado.
Juanito se hallaba en la sala, una habitaci鏮 grande, alta de techo,
con dos ventanas que daban al campo, amueblada con sillas de Vitoria, un
rtico sof una c鏔oda, con una infinidad de baratijas encima, y dos
mesas.
A una de las ventanas, que estaba abierta, se acercpor la parte de
fuera un hombre mal encarado, vestido pobremente y con un fuerte garrote
en la mano. Hizo se鎙 a Juanito de que se acercara y le pregunt cuando
el muchacho estuvo pr闛imo, d鏮de se encontraba su padre.
-En el campo grande -contestel ni隳.
-璣 d鏮de es eso? -prosiguiel hombre.
-Por lo visto es V. forastero cuando no lo sabe. Mire por donde yo
se鎙lo con la mano. Ese sendero de ahenfrente tuerce a la izquierda,
sale a una explanada, luego...
-No hay quien lo entienda -interrumpi[73] el hombre-; y el caso es
que urge verle para el ajuste de los garbanzos y de la cebada. 燒o podr燰s
acompa鎙rme?
-Mis padres me han prohibido salir de casa, y si falto a su orden me
castigar嫕.
-M嫳 podr嫕 castigarte si pierden la venta por ti.
-璣 quhe de hacer, entonces?
-Acompa鎙rme si quieres y si no dejarlo, que harel trato con otro
labrador.
-Es que -prosiguiel ni隳-, dicen que hay dos secuestradores en el
pa疄 y por eso mis padres temen que salga.
-Yo te respondo de que yendo conmigo no los encontrar嫳; adem嫳 llevo
un buen palo para defenderte.
-燉os ha visto V?
-S iban a caballo, camino del molino viejo.
-Entonces no hay temor, porque tenemos que ir hacia el lado opuesto.
Vamos.
Juanito sali guiando al hombre por la senda que antes indicara.
La tarde era clara y serena, brillaba el sol en un cielo sin nubes y
el calor se dejaba sentir con fuerza, porque ni un 嫫bol [74] daba sombra
a aquel campo sembrado de trigo a derecha e izquierda. Un estrecho sendero
conduc燰 al lugar, a muy distante, donde los padres del ni隳 se hallaban
trabajando. Pero antes de llegar a la explanada de que hablara Juanito, el
hombre lanzun silbido extra隳 y un joven se presentcasi en seguida
llevando un caballo de la brida. A una se鎙 del que hab燰 obligado al
peque隳 Juan a salir de su casa, el joven monty el ni隳 se vio cogido
por unos robustos brazos y colocado sobre el caballo tambi幯. Grit
pidiendo auxilio, pero al instante un pa雝elo fue puesto sobre su boca
para ahogar su voz y ya no hubo defensa posible para la infeliz criatura.
El caballo iba a galope y Juanito ve燰 al pasar, con vertiginosa
rapidez, los carros cargados de paja que volv燰n al pueblo, las yuntas
que, terminados los trabajos, iban a encerrar, algunos labradores que se
retiraban a sus hogares; pero todo de lejos y sin que ning hombre fijase
su atenci鏮 en 幨.
A pesar de aquella carrera, el camino le [75] parec燰 muy largo; al
fin el joven hizo parar el caballo, bajal ni隳 y, sin soltarle, abri
una puerta que conduc燰 a un vasto terreno que debiser jard璯 en otro
tiempo; le introdujo all volvia cerrar con llave y le dejsolo sin
ocuparse al parecer m嫳 de 幨.
Juanito no pudo contener sus l墔rimas al ver las altas tapias que
hac燰n de aquel paraje una prisi鏮 de la que era imposible huir. Anduvo
despu廥 largo rato, hasta que rendido se paren un 嫕gulo del terreno,
donde hab燰 un pozo rodeado de jaramagos y florecillas silvestres. Aquel
sitio inculto ten燰 un misterioso encanto para 幨.
Llegla noche, y cansado, sintiendo hambre y sed, se echno lejos
del pozo y al fin se durmi
A la ma鎙na siguiente uno de los bandidos, el primero que vio, fue a
despertarle y le obliga firmar un papel para su padre en el que le dec燰
que los secuestradores le matar燰n si no les entregaba quinientos duros
por su rescate.
-Y es la verdad -a鎙diel hombre-, si no pagan te tiraremos a ese
pozo.
Los labradores en balde buscaron aquel [76] dinero; en tan breve
plazo nadie quer燰 comprarles su casa ni dar nada a pr廥tamo.
Juanito, que no hab燰 comido desde el d燰 anterior, sent燰
indefinible malestar y a veces le parec燰 que una nube velaba sus ojos.
Llegla noche y los bandidos no parecieron. El ni隳 se acercal
pozo y ︷osa rara! creyver que en el fondo brillaba una luz.
-激starso鎙ndo? -se preguntJuan.
Y siguimirando, pero el pozo era muy hondo y no se ve燰 si ten燰
agua o estaba seco.
Poco despu廥 una voz, de mujer o de ni隳, cantdentro del pozo el
siguiente romance con una mica dulce y un tanto mon鏒ona:

Hab燰 en una ciudad

un bello y juicioso ni隳,
a quien unos malhechores
lograron poner cautivo.
Le llevaron enga鎙do
a una casa con sigilo
donde hab燰 un gran terreno
que antes jard璯 hubo sido, [77]
rodeado de altas tapias,
con arbustos ya marchitos,
嫫boles mustios o secos
y un pozo, medio escondido,
en un bosque de rastrojo,
de gran abandono indicio;
pidieron por el muchacho
un rescate los bandidos,
mas siendo los padres pobres
y careciendo de amigos,
en balde fueron buscando
aquel oro apetecido,
precio de la libertad
del idolatrado hijo.
Por vengarse, los ladrones
presto hubieron decidido
arrojar en aquel pozo
al pobre muchacho vivo,
y sin escuchar sus ruegos
aquellos hombres indignos,
levant嫕dole en sus brazos
le lanzaron al abismo.
Antes de llegar al fondo
los 嫕geles, tambi幯 ni隳s,
quizhermanos por el alma
del prisionero afligido,
trocaron las duras piedras [78]
por un c廥ped duro y fino
y bellas flores silvestres
de nombres desconocidos,
que en alg jard璯 del cielo
acaso hubieron cogido,
y entonces el secuestrado,
no esperando tal prodigio,
hallal caer aquel lecho
donde se queddormido...

La voz se fue extinguiendo poco a poco, y Juanito no oylas ultimas
palabras del romance. Pero aquel canto le hab燰 llenado de esperanza;
sab燰 que si le arrojaban al pozo no tendr燰 nada que temer. Mirhacia el
fondo y observque la luz, que poco antes viera brillar, hab燰
desaparecido.
Se echsobre la hierba y espercon relativa tranquilidad la vuelta
de los malvados secuestradores. 宄tos llegaron a las doce de la noche, muy
disgustados porque los padres de Juanito no hab燰n depositado el dinero en
el sitio indicado, pues los infelices no hab燰n encontrado ni la vig廥ima
parte de lo pedido.

[79]

-Le arrojaremos al pozo m墔ico -dijo [79] el m嫳 joven se鎙lando al
ni隳-. Esos rticos no habr嫕 dejado de dar aviso de lo que ocurre a la
guardia civil y, para probar que no somos nosotros los secuestradores,
[80] tenemos que desembarazarnos del chico. 澧鏔o creer燰n que no 廨amos
culpables si hallaban al muchacho con nosotros?
-Y 積o le buscar嫕 en el pozo? Y a prop鏀ito de 廥te, 穆or qule
llamas m墔ico? -preguntel otro bandido.
-Porque algunas veces se oyen en el gritos y en el pueblo aseguran
que estencantado.
-璣 tlo crees?
-Yo no, pero lo llamo aspor costumbre que tengo de o甏lo.
Siguieron hablando y por timo se acercaron a Juanito y, sin
atender, a sus ruegos, le arrojaron al pozo.
El pobre ni隳 perdiel conocimiento antes de llegar al fondo, ases
que no supo si hab燰 allel lecho de flores arreglado por los 嫕geles sus
hermanos.
Cuando volvien sse hallen un peque隳 cuarto y acostado en una
humilde cama. Un hombre y una muchacha velaban junto a 幨. El primero, sin
hacerle pregunta alguna, le dio alg alimento que reanimsus fuerzas,
mientras la segunda le miraba con cari隳sa curiosidad. [81]
Cuando el hombre sali Juanito se atrevia preguntar a la ni鎙
d鏮de se encontraba.
-Mi padre me hab燰 prohibido hablarte para que no te fatigaras -dijo
ella-, pero ya que te muestras curioso... 澦as o獮o cantar al pozo m墔ico?

-S 穌ui幯 cantaba?
-激so quimporta? Todo lo que dec燰 el romance se ha realizado. En
el fondo del [82] pozo no hab燰 agua ni duras piedras, has ca獮o sobre
paja y heno. Luego mi padre te ha cogido en sus brazos y te ha tra獮o aqu
para avisar a tu familia, a la que conoce y quiere porque tu padre le
salvla vida cuando los dos eran soldados. Desde el fondo del pozo se oye
todo lo que traman los secuestradores y mi padre ha evitado por eso
algunos cr璥enes. La casa que ellos ocupan esten la parte alta del
camino y la nuestra en la m嫳 baja; el pozo tiene una abertura que pone en
comunicaci鏮 esta vivienda con la otra, obra que hicieron unos
contrabandistas en otro tiempo, pero que los secuestradores ignoran. Hay
un camino subterr嫕eo que llega a nuestro peque隳 jard璯. Para que tu
ilusi鏮 fuese m嫳 completa, puse margaritas y amapolas en el fondo del
pozo, pero como te desmayaste no lo has visto. Ya iremos allotro d燰.
La llegada del padre de la muchacha puso t廨mino a la conversaci鏮;
pero como a la ma鎙na siguiente Juanito estuviese ya bueno, tuvo deseos de
ver el fondo del pozo con su nueva amiga. 宄ta abriuna [83] puerta que
hab燰 en un cobertizo que daba al jard璯 y ambos penetraron en un
subterr嫕eo estrecho y hedo, llegando finalmente al pozo donde Juanito
hab燰 ca獮o. El ni隳 cogiunas margaritas y prometique las guardar燰
siempre.
Sobre sus cabezas, arriba, o燰se un fuerte altercado; era que iban a
prender a los secuestradores. 宄tos quer燰n probar su inocencia negando
haber robado a Juan, y casi hab燰n convencido a sus perseguidores, cuando
una voz infantil dijo desde el fondo del pozo:
-﹖ son ellos los que me robaron, lo declaro para que no puedan
hacer lo mismo con otros ni隳s!
-•l pozo m墔ico! -exclamel m嫳 joven de los secuestradores.
Aprovechando su estupor, los que iban en su busca se apoderaron de
幨. El otro se defendia tiros; una de las balas hirimortalmente a su
compa鎑ro y 幨 cayal suelo tambi幯 muerto por uno de sus contrarios.
Aquella misma tarde, Juanito fue devuelto a sus padres, que no pod燰n
casi creer [84] fuese cierta la ventura de volver a verle, pues imaginaban
que hab燰 sido ya asesinado.
。on cu嫕ta efusi鏮 se abrazaron luego los dos antiguos soldados! El
padre de Juanito al saber que su amigo y su hija eran muy pobres, se los
lleva su casa donde compartieron con la familia los trabajos del campo,
abandonando aqu幨los su humilde vivienda. La comunicaci鏮 con el pozo fue
tapiada y el terreno donde se ocultaban los secuestradores convertido en
hermosa huerta.
Juanito sintisiempre el m嫳 vivo afecto por la muchacha, a la que
hacia cantar muy a menudo aquel romance que le oypor primera vez en el
fondo del pozo m墔ico.






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