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Hans Christian Andersen

El tullido



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宁ase una antigua casa se隳rial, habitada por gente joven y apuesta. Ricos en bienes y dinero, quer燰n divertirse y hacer el bien. Quer燰n hacer feliz a todo el mundo, como lo eran ellos.
Por Nochebuena instalaron un abeto magn璗icamente adornado en el antiguo sal鏮 de Palacio. Ard燰 el fuego en la chimenea, y ramas del 嫫bol navide隳 enmarcaban los viejos retratos.
Desde el atardecer reinaba tambi幯 la alegr燰 en los aposentos de la servidumbre. Tambi幯 hab燰 allun gran abeto con rojas y blancas velillas encendidas, banderitas danesas, cisnes recortados y redes de papeles de colores y llenas de golosinas. Hab燰n invitado a los ni隳s pobres de la parroquia, y cada uno hab燰 acudido con su madre, a la cual, m嫳 que a la copa del 嫫bol, se le iban los ojos a la mesa de Nochebuena, cubierta de ropas de lana y de hilo, y toda clase de prendas de vestir. Aquello era lo que miraban las madres y los hijos ya mayorcitos, mientras los peque隳s alargaban los brazos hacia las velillas, el oropel y las banderitas.
La gente hab燰 llegado a primeras horas de la tarde, y fue obsequiada con la cl嫳ica sopa navide鎙 y asado de pato con berza roja. Una vez hubieron contemplado el 嫫bol y recibido los regalos, se sirvia cada uno un vaso de ponche y manzanas rellenas.
Regresaron entonces a sus pobres casas, donde se hablde la 剎uena vida es decir, de la buena comida, y se pasotra vez revista a los regalos.
Entre aquella gente estaban Garten-Kirsten y Garten-Ole, un matrimonio que ten燰 casa y comida a cambio de su trabajo en el jard璯 de Sus Se隳r燰s. Cada Navidad recib燰n su buena parte de los regalos. Ten燰n adem嫳 cinco hijos, y a todos los vest燰n los se隳res.
- Son bondadosos nuestros amos -dec燰n-. Tienen medios para hacer el bien, y gozan haci幯dolo.
- Ahtienen buenas ropas para que las rompan los cuatro -dijo Garten-Ole-. Mas, 穆or quno hay nada para el tullido? Siempre suelen acordarse de 幨, aunque no vaya a la fiesta.
Era el hijo mayor, al que llamaban 亟l tullido pero su nombre era Juan. De ni隳 hab燰 sido el m嫳 listo y vivaracho, pero de repente le entruna 削ebilidad en las piernas como ellos dec燰n, y desde entonces no pudo tenerse de pie ni andar. Llevaba ya cinco a隳s en cama.
- S algo me han dado tambi幯 para 幨 -dijo la madre. Pero es s鏊o un libro, para que pueda leer.
- •so no lo engordar -observel padre.
Pero Hans se alegrde su libro. Era un muchachito muy despierto, aficionado a la lectura, aunque aprovechaba tambi幯 el tiempo para trabajar en las cosas iles en cuanto se lo permit燰 su condici鏮. Era muy 墔il de dedos, y sab燰 emplear las manos; confeccionaba calcetines de lana, e incluso mantas. La se隳ra hab燰 hecho gran encomio de ellas y las hab燰 comprado.
Era un libro de cuentos el que acababan de regalar a Hans, y hab燰 en 幨 mucho que leer, y mucho que invitaba a pensar.
- De nada va a servirle -dijeron los padres-. Pero dejemos que lea, le ayudara matar el tiempo. No siempre ha de estar haciendo calceta.
Vino la primavera. Empezaron a brotar la hierba y las flores, y tambi幯 los hierbajos, como se suele llamar a las ortigas a pesar de las cosas bonitas que de ellas dice aquella canci鏮 religiosa:
Si los reyes se reuniesen
y juntaran sus tesoros,
no podr燰n a鎙dir
una sola hoja a la ortiga.
En el jard璯 de Sus Se隳r燰s hab燰 mucho que hacer, no solamente para el jardinero y sus aprendices, sino tambi幯 para Garten胛irsten y Garten-Ole.
- ﹔upesado! -dec燰n-. A no hemos terminado de escardar y arreglar los caminos, y ya los han pisado de nuevo. ?ay un ajetreo con los invitados de la casa! ‥o que cuesta! Suerte que los se隳res son ricos.
- ﹔umal repartido esttodo! -dec燰 Ole-. Seg el se隳r cura, todos somos hijos de Dios. 燕or questas diferencias?
- Por culpa del pecado original -respond燰 Kirsten.
De eso hablaban una noche, sentados junto a la cama del tullido, que estaba leyendo sus cuentos.
Las privaciones, las fatigas y los cuidados hab燰n encallecido las manos de los padres, y tambi幯 su juicio y sus opiniones. No lo comprend燰n, no les entraba en la cabeza, y por eso hablaban siempre con amargura y envidia.
- Hay quien vive en la abundancia y la felicidad, mientras otros est嫕 en la miseria. 燕or quhemos de purgar la desobediencia y la curiosidad de nuestros primeros padres? 、osotros no nos habr燰mos portado como ellos!
- S habr燰mos hecho lo mismo -dijo sitamente el tullido Hans. - Aquest en el libro.
- 熹ues lo que esten el libro? -preguntaron los padres.
Y entonces Hans les leyel antiguo cuento del le鎙dor y su mujer. Tambi幯 ellos dec燰n pestes de la curiosidad de Ad嫕 y Eva, culpables de su desgracia. He aquque acerta pasar el rey del pa疄: 俟eguidme -les dijo- y vivir嶯s tan bien como yo: siete platos para comer y uno para mirarlo. Esten una sopera tapada, que no deb嶯s tocar; de lo contrario, se habrterminado vuestra buena vida 姪Qupuede haber en la sopera? dijo la mujer. 哄No nos importa! replicel marido. 俏o soy curiosa -prosiguiella-; s鏊o quisiera saber por quno nos estpermitido levantar la tapadera. Estoy segura que es algo exquisito 青on tal que no haya alguna trampa, por ejemplo, una pistola que al dispararse despierte a toda la casa 俊ienes raz鏮 dijo la mujer, sin tocar la sopera. Pero aquella noche so嚧 que la tapa se levantaba sola y sal燰 del recipiente el aroma de aquel ponche delicioso que se sirve en las bodas y los entierros. Y hab燰 una moneda de plata con esta inscripci鏮: 俟i beb嶯s de este ponche, ser嶯s las dos personas m嫳 ricas del mundo, y todos los dem嫳 hombres se convertir嫕 en pordioseros comparados con vosotros Despert鏀e la mujer y contel sue隳 a su marido. 促iensas demasiado en esto dijo 幨. 促odr燰mos hacerlo con cuidado insistiella. 哄Cuidado! dijo el
hombre; y la mujer levantcon gran cuidado la tapa. Y he aquque saltaron dos ligeros ratoncillos, y en un santiam幯 desaparecieron por una ratonera. 哄Buenas noches! -dijo el Rey-. Ya pod嶯s volveros a vuestra casa a vivir de lo vuestro. Y no volv壾s a censurar a Ad嫕 y Eva, pues os hab嶯s mostrado tan curiosos y desagradecidos como ellos
- 。鏔o habrvenido a parar al libro esta historia! -dijo Garten-Ole.
- Dir燰se que estescrita precisamente para nosotros. Es cosa de pensarlo.
Al d燰 siguiente volvieron al trabajo. Los tostel sol, y la lluvia los calhasta los huesos. Rumiaron sus melanc鏊icos pensamientos.
No hab燰 anochecido a, cuando ya hab燰n cenado sus papillas de leche.
- –uelve a leernos la historia del le鎙dor! -dijo Garten-Ole.
- Hay otras que todav燰 no conoc嶯s -respondiHans.
- No me importan dijo Garten-Ole -. Prefiero o甏 la que conozco.
Y el matrimonio volvia escucharla; y m嫳 de una noche se la hicieron repetir.
- No acabo de entenderlo -dijo Garten-Ole -. Con las personas ocurre lo que con la leche: que se cuaja, y una parte se convierte en fino reques鏮, y la otra, en suero aguado. Los hay que tienen suerte en todo, se pasan el d燰 muy repantingados y no sufren cuidados ni privaciones.
El tullido oylo que dec燰. El chico era d嶵il de piernas, pero despejado de cabeza, y les leyde su libro un cuento titulado 亟l hombre sin necesidades ni preocupaciones 澳鏮de estar燰 ese hombre? Hab燰 que dar con 幨.






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