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M嫳 allde la muerte "M嫳 allde la muerte estla venganza de aquellos que no olvidan" Proverbio zaruv廥 Un trueno violel silencio de la noche, privada de toda luz, por tenue que fuera. Gruesos y amenazadores nubarrones cubr燰n el cielo, oscuro como ala de cuervo; de ellos, lenta pero crecientemente, comenza verter la lluvia, fr燰 e impetuosa. Finos rel嫥pagos avivaron el firmamento, hendi幯dolo con cegadora claridad, la ica que osiluminar el lubre cementerio, sombr甐 a en pleno d燰, abrigado a la sombra de los picos cercanos. La verja herrumbrosa chirriaba lastimeramente, junto al ligero batir del viento y el rumor del aguacero, sonidos de excepci鏮 en aquel desgarrador mar de silencio. Pero algo m嫳 pugnaba por imponerse a la quietud. Un rascar, un ara鎙r, desde la olvidada losa de uno de los sepulcros. Confuso... despertaba, sin saber realmente si aquello hab燰 sido un sue隳, ni cuanto habr燰 durado. Sopor... el asfixiante sopor desvanec燰se, y la consciencia, extra鎙mente alterada, se impuso finalmente. Los murmullos del cuerpo callaban, el coraz鏮 mismo no lat燰 en su pecho, mas intu燰 d嶵ilmente que todo eso, ahora, carec燰 de importancia. Con dificultad, recobrla sensaci鏮 de los miembros, aunque de una forma vaga, dir燰se innatural. Levantun brazo... hasta que choccontra una superficie, lisa y de tacto le隳so, que le aprisionaba en estrecho recinto. Molesto, empujhacia arriba, hasta que escuchun seco chasquido, y la tierra, mohosa y heda, irrumpial interior del sellado lecho. El ara鎙r cobrintensidad. La tierra, bajo el blanco y veteado m嫫mol, retemblaba convulsa. Una incre燢le, sobrenatural fuerza, quebrel marm鏎eo encierro, y de la imp燰 abertura surgiuna mano terrible, como incipiente y maligno brote del infierno, elev嫕dose hacia la noche. Las u鎙s, largas y afiladas, sucias de tierra; la carne con una marchita, repulsiva y m鏎bida decoloraci鏮. Engarfi嫕dose, los dedos aferraron los resquebrajados restos de la sepulcral losa, abriendo camino al resto del cuerpo. Fuera... estaba fuera, aunque el exterior no parec燰 menos desolado que el vac甐 infinito y carente de sentido en el que hab燰 estado inmerso... noche eternal e insondable. Hab燰 vuelto. 燕ara qu La secreta certeza de saberlo pronto le impel燰, gui嫕dole hacia su destino. El Nysradaim, el esp甏itu de la venganza, avanzcerteramente en la lobreguez, confundi幯dose en ella. Naham buscen la faltriquera de su sobria tica de lana, te鎴da de un desva獮o azul. La llave, fr燰 al tacto, hallunos tr幦ulos dedos; la cerradura rechinquejumbrosa en cada una de sus vueltas. El port鏮 estaba cerrado; tan s鏊o restaba atrancarlo. Tres fuertes golpes resonaron en la madera de una de las hojas de la puerta. 熹ui幯 ser燰? Mejor no arriesgarse, se dijo Naham, tomando la pesada tranca de la pared. El cuarto reventpuerta y cerradura, tumbando al viejo orfebre; tan violento result Una torva y petulante sonrisa precedial intruso; detr嫳 de 幨, aparecieron dos m嫳, que entornaron tras sel violentado port鏮. -Hola, Naham. 燃na noche inclemente, verdad? -susurrburl鏮 el primero de ellos. Un distante tronar y las mojadas capas confirmaban su sentencia. -–arl! -dijo sorprendido Naham, a la vez que levantaba penosamente su macilenta figura-. 熹udemonios... -incompleta, la frase del orfebre devino en ahogado quejido. La daga de Varl le acuchillel vientre, con una rapidez endiablada. Varl dejal agonizante anciano postrado en el suelo y se adentren la orfebrer燰 junto a sus hombres. La sangre, espesa y muy oscura, derramaba por la comisura de los resecos labios de Naham, manchando el suelo de baldosas. La mano con la que trataba detener la hemorragia, ced燰 desfalleciente. No tan r嫚idamente como hubiera deseado, la vida hu燰 de su cuerpo. Mas eso, poco importaba ya... todos sus seres queridos hab燰n muerto: primero su esposa, luego Derynn, su hijo. En su mundo interior, cuyo fulgor apag墎ase, rememor una vez m嫳, la tragedia. Aquel d燰, indeleble en su recuerdo, Derynn le abrazcari隳samente, profundamente agradecido. La plata del medall鏮, de exquisita factura, esplend燰 al sol. Las manos avezadas de Naham, todav燰 entonces con el pulso firme, grabaron primorosamente el rico 镽alo del colgante, con los nombres de su primog幯ito, y la que ser燰 su esposa, Brigid. Aquel d燰, la felicidad era una c嫕dida promesa, que el destino quiso quebrar. 熹uhado secreto, a qudioses hab燰n ofendido con ella? Vicent Vonoran, un odioso y altivo miembro de la nobleza, se encaprichde la prometida de su hijo. Vicent le doblaba la edad a la novia, pero era noble. Vicent era despiadado y cruel, pero era rico. La familia de Brigid olvidel anterior compromiso, en favor de otro mucho m嫳 beneficioso. Naham deplormucho la suerte de su hijo; recordaba como se aferra 幨, suplic嫕dole que calmara su 璥petu, presintiendo el funesto sino de Derynn. Transportado por la rabia y la desesperaci鏮, Derynn marchcontra el noble, volviendo en una s墎ana tinta en sangre. El dolor, la pena tremenda, le convirtieron en una pat彋ica burla de lo que hab燰 sido. El doble sepelio (pues Brigid prefiriabrazar la daga de su amado antes que al abyecto noble) nublel juicio y arruinla precaria salud del anciano. Y desde aquel aciago d燰, el tiempo pasinadvertidamente, en una ap嫢ica y melanc鏊ica sucesi鏮 de fechas. Ir鏮icamente, Varl hab燰 terminado con su vida en un acto piadoso, alivi嫕dole de sus desgracias. Su mirada, vidriosa, perd燰 todo signo de vida; una d嶵il sonrisa aflora su arrugado rostro. Esperaba reunirse pronto con Derynn. -Varl, v嫥onos, la guardia puede rondar esta calle, o un vecino alertarse con todo este alboroto -siseuno de los ladrones, bajo y ancho de espaldas, mientras anudaba su abultado saco. -Tranquilo, Iv嫕 -respondiVarl despreocupadamente, al tiempo que vaciaba de un manotazo el timo de los estantes-. 澤 qui幯 le importar燰 la suerte de este ro隳so? No quiso pagarnos para que le protegi廨amos, ni busca nadie para protegerse. Nurh se lo lleve. De todos modos, no me extra鎙, ten燰 poco dinero -cerrando la bolsa, hizo una se鎙 al otro hombre, con una sucia zamarra de astrac嫕, que arramblcon dos aguamaniles y les siguipresuroso. Cuando pasaban junto al desfallecido orfebre, que ten燰 una pl塶ida y desconcertante expresi鏮 en su cara en vez del 嫳pero rigor de la muerte, Varl exclamfastidiado: -﹐aldito sea! Hasta parece que le hemos hecho un favor -pisando el viscoso y ensangrentado umbral se dispuso a cruzarlo; mas, cambiando de parecer, soltsu carga para arrodillarse ante el muerto. -Esperad. No le hemos registrado -buscando entre las ropas limpias, algo ra獮as, sacal rato un preciado medall鏮, envuelto a conciencia en una deshilachada tela. -–aya! Bonito, sse隳r. Debe valer tanto o m嫳 que la poca plata que le quedaba en la tienda -oscilando por su propio peso de la fina y arg幯tea cadena, el medall鏮 ovalado y hermoso luc燰 delicados dise隳s en su bru鎴do metal. Guard嫕dolo con extremo cuidado en su basto chaleco de cuero, retomel tintineante saco y abriel desvencijado port鏮. -Largu幦onos, ahora que amaina -impunemente, los ladrones salieron de la orfebrer燰. Norhid, el perista, se sorprendicon los golpes de la entrada. Despu廥 de avisar a dos de sus guardaespaldas, fue a ver qui幯 llamaba a esas horas. -、orhid, gordo apestoso, usurero, maldito seas... {bre! -dijo una voz, imperiosa-. Soy yo, Varl, {bre! -insistivehemente. Varl y sus compinches aguardaban ante la puerta, en la que se abriun ventanillo, por el cual asomfuriosa una cara barbuda, de gruesa papada, a trav廥 de dos barrotes cruzados. -?ijo de padres desconocidos! 熹uquieres ahora, ladr鏮 miserable? -respondiNorhid. -璣 a ti que te parece? Traemos mercanc燰s que venderte, so imb嶰il -espetVarl, haciendo sonar el contendido del saco. Norhid abricon cautela, y los tres hombres entraron al punto. -Espero que merezca la pena lo que traes, o te harcolgar boca abajo de los muros -amenazel perista, flanqueado por los bien armados matones-. Seguidme -a鎙di Llegaron a una habitaci鏮 acostumbrada por Varl, con un largo mostrador de abrillantado tejo y numerosos estantes llenos de toda clase de objetos. Norhid, a la luz de una vela, sopesel contenido de los sacos esparcido por el mostrador. Luego de un rato pensando, dijo: -Veamos... os darciento cincuenta lises a cada uno. Tomadlo, o iros por donde hab嶯s venido. -﹗an poco! -Varl apretlos dientes, miral perista empeque鎑ciendo sus pupilas, y tras consultar con un gesto a sus hombres, claudic -Estbien, qu嶮ate con la plata -resignado, aceptlas monedas, reparti幯doselas con los dos ladrones-. Ah, otra cosa. 熹ute parece esto, viejo ro鎴ca? -dijo orgulloso, alargando el medall鏮. El perista tomel collar y asintiaprobadoramente. -S es una pieza de primera calidad -los gordezuelos dedos del perista tantearon la caja del colgante, hasta dar con un oculto resorte. El 镽alo se abrien dos mitades; en el seno de cada una hab燰 un camafeo de jade. Uno retrataba a una hermosa mujer; el otro, el gallardo perfil de un hombre. ?Para Brigid, en el d燰 que se prometia Derynn? rezaba una inscripci鏮 en la cara posterior. Norhid cerrel medall鏮, mirando nuevamente a Varl. -Te doy seiscientos lises por 幨. Merece la pena, pero su origen podr燰 traerme problemas. -﹖eiscientos! ·i廨dete en la noche, Norhid! -Varl recuperel colgante, visiblemente ofendido, y lo enterrcelosamente en su vestimenta-. Ya lo pensar Nos vemos, Norhid -Varl abandonla casa, seguido por sus callados compinches. -–enga! Gastemos el oro en vino y mozas -les dijo, apretando el paso. Por toda respuesta, sonrieron e igualaron sus zancadas. Varl tocel colgante, duro y fr甐 contra su pecho. ?Me traersuerte? se dijo. Entre las burdas s墎anas, Varl (desnudo y taciturno) manoseaba el bello collar. Una mujer (rubia y opulenta) yac燰 a su lado, desnuda tambi幯. -燕or quno me lo regalas? -susurrarteramente-. Lucir燰 espl幯dido en mi pecho. -Tu pecho ya destaca por ssolo, adem嫳, ya me he gastado suficiente dinero en ti, entre el que te doy y el que me quitas, apenas me descuide -contestsarc嫳tico-. Olv獮alo. Fastidiada, la mujer se dio la vuelta en el lecho. En el exterior ya no repicaba la lluvia; tan s鏊o las contraventanas, a cada embate del viento, rechinaban obstinadamente. -Nirlia, anda, cierra bien la ventana -pidiVarl. Nirlia, levant嫕dose y cubriendo su desnudez con un escaso camis鏮, comprobcon suma extra鎑za que estaba s鏊idamente cerrada. ?No lo entiendo? murmurNirlia, cuando, inopinadamente, el hilo de sus murmullos brutalmente interrumpidos convirti廨onse en fren彋icos balbuceos. Rompiendo las tablas de la ventana, una espectral garra le aferrel rostro, impidi幯dole gritar. Tirando de ella, la defenestrhacia la calle, donde golpeel suelo con un sordo romper de huesos. Varl, sin entender lo que ocurr燰, vio como restallaba la madera merced a un poderoso visitante. Al contemplarle, saltde la cama y se precipithacia la puerta, donde muriatrozmente antes de llegar. Aquella joya que hab燰 recogido del despojo humano tendido sobre el suelo le era familiar, dolorosamente familiar. Un helado estremecimiento sacudisu mente; todos sus recuerdos volvieron sitamente a su desconcertada memoria, en una salvaje y fugaz revelaci鏮. El collar... era el collar que le regala Brigid, el d燰 que se prometieron. El Nysradaim apretcrispadamente el medall鏮, temblando de rabia, inflamado el pecho por la ira. Un pavoroso, inhumano aullido reverberpor la ciudad, agitando a sus habitantes en medio del sue隳. Ahora ya sab燰 porquhab燰 vuelto. En el confortable sill鏮 de rico y suave terciopelo, Vicent Vonoran cabeceaba so隳liento, despu廥 de pasar buena parte de la noche leyendo el viejo y crujiente c鏚ice que descansaba sobre sus rodillas. La biblioteca, forrada de excelente madera, atestaba de libros; la alumbraban varias l嫥paras de aceite, cubr燰se el suelo con una exquisita alfombra de vivo colorido y la amueblaban una escriban燰, el sill鏮 que ocupaba Vicent y una mesita baja al lado de 廥te, donde descansaban un candil y un estoque envainado. El ligero letargo que embargaba al noble de severas facciones, corto y no muy encanecido pelo, zarcos ojos y cuidadosamente recortada barba, remitienseguida. Un ruido, proveniente del piso superior, le sobresalt 熹uhabr燰 sido eso? Los perros callaban, y icamente el furor del viento, ta鎑ndo los cristales de las ventanas, aullaba en la quieta y taciturna atm鏀fera. Cerrando el c鏚ice, que trocpor el candil y el estoque de la mesa peque鎙, apaguna por una las l嫥paras de la biblioteca. Todos dorm燰n; los criados, su hermana... y su padre, pensmordaz, que falleciendo tres a隳s atr嫳 le permitiheredar su fortuna. El vacilante iluminar del candil dirigisus pasos por la escalera de piedra que llevaba al piso de arriba, tan callado como el inferior. 燈 no? Porque, desde el final de los lustrosos pelda隳s, o燰se un r癃mico, brusco resonar. Ven燰 de sus aposentos privados. Con la diestra sobre el pu隳 del arma, Vicent lleghasta su habitaci鏮, entrando cuidadosamente. El ruido lo produc燰 la ventana, que quiz嫳 abriera el viento, golpeando con insistencia a cada soplo del mismo. 宄e, y no otro, era el motivo de su alarma. Cruzando el cuarto, l鏏rego y espacioso, alcanzel pie de la ventana, y encendiendo con los restos de la agonizante buj燰 la l嫥para de una mesa pr闛ima, se dispuso a cerrarla con aire de fastidio. Mas no hab燰 reparado en que estaba astillada, como si la hubieran forzado a abrirse desde fuera. Pero eso era imposible, los barrotes... At鏮ito, espantado, comprobque alguna descomunal fuerza hab燰 doblado el hierro, dejando espacio suficiente para que algo (o alguien) entrara. El portazo retumbpor la habitaci鏮. Vicent sintihel嫫sele la espina dorsal, con un repentino conmover. Volvila vista hacia la puerta, acompa鎙do de un ominoso presagio. Y all en el umbral de su aposento, en la piadosa penumbra de la baja luz que ofrec燰 la l嫥para, observa la criatura. El aspecto demacrado, fantasmal de aquel ser, otrora hombre, resultaba demasiado espantoso. El pelo lacio y largo, crecido en la heda y fusca prisi鏮 de la tumba, la tez p嫮ida y amarillenta, las u鎙s como garras afiladas donde secaba la sangre, el andrajo podrido que le vest燰... todo era digno de la peor pesadilla que jam嫳 atreviera a so鎙r. Empero, si cabe, hab燰 algo a m嫳 terror璗ico: los ojos -aquellos ojos- de perdida y demencial mirada, los rasgos imbuidos de una ilimitada crueldad le eran conocidos, remotamente conocidos. De la compasiva sombra, a la inmisericorde luz, el aparecido avanz Vicent, paralizado de puro horror, asitembloroso la empu鎙dura del estoque. -熹ui幯... o queres, demonio? -dijo quedamente. No hubo respuesta; tan s鏊o un paso en su direcci鏮. -T.. no puede ser. 澳e quprofundo abismo has regresado? -chillVicent, reconoci幯dole al fin-. 、o puedes estar vivo! ︳o mismo te dmuerte! -Vicent, hist廨ico, acosado por el impasible, mudo espectro, desenvainsu aguda y larga hoja. Con un grito desesperado, la hundien el cuerpo del difunto. Nada... ni sangre ni lamento brotaron de 幨. Una, y otra vez, estoc sin detenerle en lo m嫳 m璯imo. Al retroceder contra la pared derribla l嫥para de la mesa; el aceite desparrampor el suelo y comenza arder con avidez. Vicent gimidesesperanzadamente, vi幯dose cercado por el devorador incendio, que se extend燰 con extrema rapidez, como ratas fam幨icas sobre el grano maduro. -﹐aldito seas, demonio o fantasma! -clamVicent, exasperado-. ﹗e he de atravesar el coraz鏮, si es que tienes! -acometiendo, Vicent lanzuna larga estocada al pecho del Nysradaim; 廥te, aferrando la mano del arma que trataba infructuosamente de herirle, atrajo hacia sel causante de sus pasadas desgracias. Por un momento, el inarticulado alarido de Vicent se impuso al crepitar del fuego; las mand燢ulas cerr嫫onse alrededor de su garganta, abriendo la carne y vertiendo la c嫮ida sangre a borbotones. Desde隳so, el Nysradaim arrojsu v獳tima, rota y exang, a las iracundas llamas. Poco despu廥, tal como viniera (huidiza sombra) desapareci El alba... 磧legar燰 alguna vez? La claridad de la ma鎙na acabar燰 con la parodia infame de vida que le animaba. Venganza... la venganza se hab燰 consumado, pero... 熹upromesa ten燰 de encontrarla, alldonde fuera? 激star燰 condenado para siempre a la velada tiniebla? El cementerio callaba, gris y melanc鏊ico; una figura nacida de la tumba arrodill墎ase ante otra, de pulido alabastro. Representaba a una joven, pl塶idamente dormida, tallada con incre燢le maestr燰. Brigid, esp廨ame, donde quiera que est廥. Ti幯deme tu mano, gu燰me hasta ti. El amanecer lleg arrebolando las nubes, desterrando a la sombra y otorg嫕dole el anhelado descanso. El viento barrilos timos vestigios de la locura; testigo de ella, olvidado en la apacible calma de las tumbas, los pinos y la brisa, quedun delicado medall鏮 de plata. Fin (c) JosMar燰 Bravo Lineros






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